3 agosto 2007

Triunfo moral para el partido liderado por Recep Tayyip Erdogan

Abdullah Gül se convierte en el primer Jefe de Estado islámico de Turquía tras años de laicidad

Hechos

El 28.08.2007 el parlamento de Turquía eligió a Abdullah Seced, del AKP, como Presidente de la República.

Lecturas

Triunfo moral para el partido liderado por Recep Tayyip Erdogan

29 Junio 2007

Turquía o el irreversible camino hacia la modernidad

Francisco Veiga

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Lo sabe casi cualquier turco: cuando el primer ministro Recep Tayyip Erdogan decidió no presentarse como candidato a la presidencia (una apuesta muy elevada, muy incierta y que no podía permitirse perder), la cúpula de su partido acordó que los candidatos alternativos podrían ser dos: Vecni Gönül, ministro de Defensa, en buenas relaciones con el estamento castrense, o bien Nimet Çubukçu, una mujer, moderada ella misma dentro de un partido islamista moderado y que ni siquiera utiliza en público el polémico türban o pañoleta. El día 20 de abril llegaron señales de que los militares podrían estar conformes con cualquiera de ambas opciones. Y entonces, se produjo algo inesperado.

Bulet Arinç, el presidente del Parlamento, protagonizó una rebelión interna, apoyándose en la base más popular y radical del partido y postulándose él mismo como presidenciable. Ante esta presión, Erdogan aplicó una solución salomónica: ni Gönül, ni Çubukçu ni Arinç: su ministro de Asuntos Exteriores y brazo derecho, Abdullá Gül, sería el candidato.

La noticia sentó muy mal en el Estado Mayor del Ejército, y no sólo propició el denominado «e-golpe» del 27 de abril, sino que facilitó una alianza táctica entre los principales partidos de oposición, con la satisfecha aquiescencia del poder judicial. Todo ello se revistió con protestas populares que en Turquía tuvieron un gran impacto, dado que en el país el fenómeno resultaba muy novedoso: no existe una tradición de manifestaciones cívicas a gran escala (aunque sí sindicales y de izquierdas, en los años setenta). Eso implica que el gran público tampoco tiene en cuenta las modernas técnicas de movilización que pueden utilizar gobiernos y partidos, y que en este caso agruparon mucho público espontáneo, pero también a participantes menos casuales, traídos y llevados a las diversas capitales.

En cualquier caso, queda claro que Erdogan cometió un error al no llevar con mano más firme la cuestión de la candidatura presidencial. Los efectos del traspié han sido subsanados de diversas formas: en el Partido de la Justicia y el Desarrollo se han llevado a cabo las oportunas purgas de los elementos más radicales. La convocatoria anticipada de elecciones legislativas se hizo ágilmente y con las mínimas tensiones. Y la batalla para enmendar la Constitución e introducir la posibilidad de que el presidente sea escogido por sufragio universal parece ir por buen camino, a pesar de la oposición del presidente en funciones, Ahmet Necdet Sezer, que en estos años ha hecho lo que ha podido por obstaculizar no sólo esta iniciativa, sino otras reformas que pudieran no parecerle suficientemente «laicas».

Pero donde más se puede percibir que Erdogan es un político de altura es en la forma que está llevando, hasta ahora, las relaciones con el Ejército. Tras el error de abril -seguramente propiciado por la creencia de que Bruselas y Washington le iban a ser de más ayuda en este asunto- ha sabido trastear con el ejército como un verdadero De Gaulle: jugando en su terreno, manteniendo la autoridad e intentando desactivar las iniciativas más peligrosas. Por otra parte, unos y otros saben que las fuerzas armadas no tendrían apoyo internacional en caso de una intervención de fuerza en el Norte de Irak. Que además no sería de gran utilidad militar real, dado que en la actual situación política de esa zona, los guerrilleros del PKK podrían retirarse desde los montes de Qandil hacia el interior. De momento, Erdogan ha invitado al primer ministro iraquí Nuri al Maliki a viajar a Turquía para neutralizar la crisis, lo que podría tener efectos ciertamente positivos, porque además demuestra que Ankara sabe jugar sus cartas en la zona. Eso sí: los turcos están deviniendo más y más filorrusos (algo hasta cierto punto tradicional en situaciones de emergencia nacional) y eso podría tener efectos nefastos para la política americana en Irak, sobre todo si la simpatía se extiende conjuntamente a Irán, lo que además podría formar una peligrosa tenaza sobre el Kurdistán iraquí.

De todas formas, la situación turca es delicada. Por decirlo de alguna forma, el candidato a la UE se metió un gol en propia puerta con los sucesos de esta primavera. La imagen de inestabilidad política fue alarmante, y cobró tintes más oscuros a ojos de Bruselas ante la catastrófica entrada de Rumania en el club europeo debido a la crisis entre el presidente Basescu, el Gobierno y los partidos que integran la coalición y pueblan el Parlamento. La certidumbre de que Rumania entró antes de tiempo en la UE, los problemas que está creando Polonia, la llegada de Sarkozy a la presidencia francesa y el precario equilibrio de Oriente Próximo, propician la tendencia a ver y esperar cómo evoluciona la situación en Turquía. Pero ya se puede decir que 2007 ha sido un año prácticamente tirado por la borda en los esfuerzos del candidato turco.

Sin embargo, hay también elementos de optimismo. Ingrese Turquía o no en la UE, la legislatura del Partido de la Justicia y el Desarrollo ha creado un punto de inflexión muy positivo en la historia turca: es el final de una evolución que comenzó en 1950. Ha quedado demostrado que un Gobierno islamista moderado puede ser tan occidental o más que los que hasta ahora se postulaban como adalides de la modernidad en Turquía, esto es, la clase media laica que detenta todavía importantes cuotas de poder. Y eso es muy interesante, porque demuestra que se puede operar una evolución positiva en el sentido de una modernización total de Turquía.

Entendámonos: no hay «dos Turquías», no hay dos países. Hay dos clases medias, lo que es algo muy diferente y menos dramático. Una de ellas, más funcionarial y estatalista, la que denominados «laica»; la otra, de estilo más neoliberal y musulmán (no necesariamente «islamista»). Y no pueden autoexcluirse o eliminarse la una a la otra, eso sólo llevaría a la destrucción de Turquía, sin resultado alguno. Lo ideal sería que ambas clases medias tendieran a una cierta fusión para alcanzar ese estadio de modernidad propio de las potencias emergentes. En realidad están obligadas a entenderse y dirigir conjuntamente al país, es el inevitable camino hacia la modernidad y más en un país que está creciendo económicamente como lo hace Turquía. ¿Una armonización imposible? Ni mucho menos: recordemos, por ejemplo, que el presidente de la India, desde 2002, es el doctor Abdul Kalan, musulmán y padre científico del programa nuclear indio. El país que preside, de amplia mayoría hinduista, comparte un genocidio con el vecino Pakistán, país musulmán, y tres guerras. India, esa enorme democracia donde nunca ha habido un golpe de Estado militar, en cuyo Estado de Uttar la primer ministro es una mujer de la casta de los intocables, y que ya disputa con Japón el podio de la primacía económica.

¿No es ésta una referencia muy europea? Quizá no. Pero debería servir para recordar que tampoco lo es la actitud de mostrarse más laicistas que Bruselas: la UE ha estado apoyando al Gobierno de Erdogan y eso es un referente importante para recordar que nuestra evolucionada Europa actual reconoce la existencia de una moderna Turquía musulmana que existe y no va a esfumarse, por muchos conjuros sobre «agendas ocultas» que lancen los demagogos dentro y fuera del país.

Francisco Veiga

29 Agosto 2007

La anomalía turca

Editorial (Director: Javier Moreno)

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Turquía tiene desde ayer por vez primera en los 84 años de la República de Atatürk un presidente con pasado islamista y una primera dama que lleva el hiyab. A la tercera vuelta, con una holgada mayoría, el Parlamento turco eligió a Abdulá Gül, hasta ahora ministro de Asuntos Exteriores y gran dinamizador de las negociaciones para el ingreso en la Unión Europea. De nada han servido las barreras levantadas por los militares y los laicistas para intentar cortarle el paso, que condujeron a las elecciones anticipadas en julio que ganó ampliamente el carismático primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Erdogan, con el aval de las urnas, decidió seguir apostando por Gül para reforzar la autoridad civil de la democracia turca.

Resultan intolerables las amenazantes advertencias públicas de los representantes de las Fuerzas Armadas turcas, que se consideran garantes del laicismo y de una democracia contra la que ha dado cuatro golpes de Estado desde 1960. Pero aunque aún constituyen un Estado dentro del Estado, los militares turcos han perdido una parte de su poder político con las reformas, aún insuficientes, para ingresar en la UE. No es casualidad que ahora sea el AKP el más ferviente partidario del ingreso en el club europeo.

Ese poder de los militares es la verdadera anomalía de Turquía, y no que un antiguo islamista llegue a la presidencia. Todo ello refleja la realidad social de un país poco preocupado, según los sondeos, por el pañuelo de la mujer del presidente, quien, sin embargo, no pudo, precisamente por su hiyab, estar presente ni en el Parlamento ni en el traspaso de poderes en el palacio de Cankaya, donde residirá. En ningún otro país europeo está prohibido a las mujeres llevar el velo en lugares oficiales, sea el Parlamento o la Universidad, aunque sea una disposición que avaló el Tribunal de Estrasburgo en el caso de una diputada turca.

Gül y Erdogan transitarán por un sendero estrecho, pero algo cambiará en Turquía. La presidencia de la República es algo más que un cargo honorífico. Dispone de resortes reales de poder, desde la firma o veto de leyes al nombramiento de jueces (incluidos los del Constitucional), de rectores universitarios y de presidentes de algunas fundaciones influyentes. Los laicos pierden así un fusible para asegurar que el país preserva «el principio de la República secular» que ayer Gül se comprometió a respetar.

La nueva situación de Turquía se convierte en un gran desafío para Europa. La UE no le puede dar un portazo a sus anhelos de ingreso, que son tantos como de modernización. Incluso el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha matizado su oposición al ingreso en el club de los Veintisiete y ha dejado abierta la posibilidad de seguir abriendo nuevos capítulos en las negociaciones, siempre que no cierren la asociación privilegiada que él prefiere. La experiencia del ejercicio pleno del poder de unos islamistas moderados, que dicen aceptar las reglas constitucionales laicas, no sólo es crucial para Turquía, sino también para el conjunto del mundo musulmán y para Europa.