1 marzo 2005

Su película es una apología al suicidio asistido representado por el caso de Ramón Sampedro

Premios Oscar 2005 – Alejandro Amenabar logra el Óscar de Hollywod por ‘Mar Adentro’ igualándose con Trueba y Garci y acercándose a Almodóvar

Hechos

El 1.03.2005 la prensa de España se hizo eco del Óscar obtenido por la película ‘Mar Adentro’ a la mejor película de habla no inglesa.

Lecturas

La película ‘Million Dolar Baby’ de Clint Eastwood en la que también se hace apología a la eutanasia, fue la gran ganadora de la noche.

01 Marzo 2005

Talento precoz

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Que el cuarto largometraje de un realizador de 32 años, suspendido en sus estudios universitarios de cine, consiga el cuarto oscar en poco más de 20 años a la mejor película en lengua no inglesa de una cinematografía tan recientemente denostada como la española, es algo poco normal. Claro, que el propio Alejandro Amenábar, a sus 32 años, tampoco puede ser descrito como un ser normal. Ya a los 24 sorprendió a propios y extraños con su primer largometraje, Tesis. La misma edad a la que Francis Scott Fitzgerald publicó A este lado del paraíso. Una precocidad que en el cine tiene el valor añadido con respecto a la literatura de que, además de talento, hay que tener un cierto control sobre un equipo amplio, técnico y artístico; una inversión mucho mayor, y un mercado comercialmente mucho más exigente que el literario en términos de rentabilidad inmediata. A ello se añade que Amenábar es el compositor de las bandas sonoras de sus filmes, y de algún otro ajeno, lo que da una medida cabal de su precocidad.

Cuando se supo que Amenábar tenía previsto rodar Mar adentro, basada en los últimos tiempos del tetrapléjico Ramón Sampedro, el gremio cinematográfico se quedó perplejo. ¿Una historia de una larga agonía, de la que se conocían todos los entresijos y, por supuesto, su final, y protagonizada por alguien que sólo podía mover los ojos y la boca? Cuando meses después se pudo ver el resultado, no quedaba más remedio que descubrirse ante el talento de los guionistas, los intérpretes y el realizador.

Pese a que los ciudadanos convirtieron Mar adentro en la película española de mayor recaudación del año, una parte de la crítica, la más rancia, quiso enfrentar a Amenábar con Almodóvar (este último, con dos oscars, uno de ellos al mejor guión original). Pero fue inútil, porque no había tal confrontación. Amenábar arrasó en los últimos Goyas y Almodóvar obtuvo de nuevo el reconocimientos internacional y el tercer lugar en la recaudación anual de filmes españoles.

Hay sitio para diversos talentos en el cine español. Muchos de estos que denigran el éxito mantienen contra viento y marea que este cine es un nido de víboras que vive del cuento y de las subvenciones. Hollywood y su industria han demostrado lo contrario al volver a premiar un largometraje español como el mejor del año en lengua no inglesa.

01 Marzo 2005

Alegría por el viejo vaquero

Elvira Lindo

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No, los Oscars no son más importantes que la Superbowl en Estados Unidos; sobre todo porque hay una sobresaturación de galas: los Oscars, los Grammy, los Globos de Oro, y no hay ojos que resistan tanto traje largo. El otro día aparecía un artículo en The New York Times en el que se decía que cada año los Oscars tienen menos espectadores. De cualquier forma, a pesar del arraigado antiamericanismo español, nosotros seguimos viendo la ceremonia; al fin y al cabo, la contemplación del glamour es la forma más distinguida de ver un programa de cotilleo. El cine también importa, pero menos. Yo confieso que aun admirando la belleza de los vestuarios de gala, siempre me parecen más atractivas las mujeres cuando se visten con una ropa menos impactante: menos maquillaje, menos de brillo, menos de palabra de honor; además, el hecho de verlas desfilar por la alfombra roja a la luz del día resulta cruel, porque ese tipo de estética precisa el encanto de las luces de la noche y, por supuesto, el glamour verdadero nace de la mirada de un director. Cate Blanchett estaba espectacular, pero su atractivo nunca superará el que nació del mimo de Scorsese. Para que la luz del día haga justicia a una estrella vestida de largo hay que ser una criatura tan furiosamente sexual como Scarlett Johansson, que, teñida de rubio artificial, es perturbadora, o poseer una cara virginal como la de Natalie Portman, por decir actrices que siempre me parecen hermosas vistas desde cualquier ángulo. Los hombres lo tienen más fácil, sus trajes les permiten más naturalidad. Algunos incluso van comiendo chicle, como DiCaprio, lo cual me parece una horterada imperdonable, porque el esmoquin y el chicle se llevan a matar. Pero las actrices norteamericanas son tan buenas actrices que no les hace falta ser arrebatadoramente bellas; al contrario, lo que choca es que vistas a diario podrían pasar completamente inadvertidas. De ahí deriva su fuerza.

Los Oscars, la gran fiesta del cine. Cómo verlos. Tal vez haya que encontrar un término medio entre ser un papanatas y despreciarlos. Cualquiera de las dos cosas parece infantil. Los premios de este año parecen haber sido otorgados por una especie de justicia poética. Clint Eastwood, el hombre que está contando, sin pretensiones demagógicas, sin la voluntad de ser didáctico, cómo es América, es admirado por sus compañeros. Sin alardear de medios técnicos, Eastwood, aquel vaquero que aprendió gran parte de lo que sabe de Sergio Leone, va directo al corazón, directo a contar una historia, y aunque parezca mentira, le cuesta más trabajo que a Scorsese, que se decanta por películas de alto presupuesto, conseguir el dinero. En esta gala cada premio tuvo su porqué: el de Hilary Swank ha sido indiscutible. Esta muchacha, atractiva, pero no escandalosamente guapa, tiene una fuerza y unas posibilidades expresivas que superan la interpretación de Blanchett, cuya imitación de Katharine Hepburn es enérgica y graciosa, aunque, a juicio de los críticos americanos y del mío propio, resultaba un tanto exagerada, y más bien en el género de la imitación que en el de la creación. Eastwood ha sido el ganador; Scorsese es el perdedor y lo suyo es una injusticia histórica, pero eso es difícil de subsanar: los premios que no le dieron cuando deberían sólo los conseguirá el día que vuelva a colocar la emoción por encima del impacto visual. Lo que estos Oscars dejan claro es que América sabe retratarse a sí misma: es cierto que se hacen muy malas películas, lógico en una industria tan grande, pero también lo es que cuando las hacen buenas son extraordinarias y que saben contar como nadie el alma de su sociedad. Dicen que Eastwood es conservador. No importa. Sus películas no lo son. La película que ha hecho no trata de boxeo, sino de pobreza y supervivencia. Los cineastas españoles que no admiren ese cine es que tienen los ojos cerrados. Amenábar los tiene abiertos y el público americano está viendo su película y discutiendo sobre ella; igual que Almodóvar, que no sólo es admirado, sino que se ha convertido en un punto de referencia. Me viene a la cabeza un recuerdo embarazoso: estos oídos míos escucharon hace meses a un director español decir en Nueva York a los periodistas (americanos y españoles): «Queremos que los americanos vean nuestras películas porque en ellas aparecen personajes reales». Muchos de los que estábamos allí sentimos vergüenza ajena, porque una cosa es hablar de la distribución o del apoyo económico y otra muy distinta no darse cuenta de que el cine americano es espejo, en muchas ocasiones, de la sociedad de la que nace. Y hay una lección que deberíamos aprender: lo que importa es que la historia, por encima de todo, esté bien contada. Ayer, en esa cuna de la superficialidad que es Hollywood, triunfó el viejo vaquero, el más sensible, el mejor retratista, una persona que hace poco ruido y trabaja mucho, un viejo que acumula talento cada año que pasa: Clint Eastwood. A mí personalmente su triunfo me llenó de alegría.

01 Marzo 2005

El eje del bien

Ángel S. Harguindey

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La ceremonia de la 77ª edición de los Oscar, como todas las ceremonias, nos mostró algunos detalles secundarios que sin embargo pueden ser reveladores de una manera de entender el mundo y de intuir las tendencias predominantes de la industria. En primer lugar, está claro que entre la Academia de Hollywood y Martin Scorsese hay un problema irresuelto. No tiene ninguna explicación lógica que quien debutó hace 37 años y que desde entonces ha realizado más de 25 filmes con títulos como Malas callesTaxi driver, Toro salvaje, After hours, La edad de la inocencia, Uno de los nuestros, Casino El Aviador, entre otros, no tenga todavía una estatuilla en su despacho. No hay buenas vibraciones entre la institución y el realizador.

Todo lo contrario que con Clint Eastwood, que ya tiene dos oscars a la mejor película y que en esta edición ha conseguido cuatro de los galardones más importantes. Es un tipo espléndido que ha ido ganando en sabiduría y sensibilidad con el paso de los años y que es el responsable de un peliculón tan impresionante como Million dollar baby que, además, reconoció haber rodado en 37 días, lo que le convierte en un superdotado o en un extraterrestre; claro que, al ver saludar a su madre de 96 años sentada en el patio de butacas y encantada de la vida y de su hijo, todo es posible y verosímil.

También se pudo ver lo bien que se le han criado sus hijas a Sydney Lumet, Oscar honorífico a toda una carrera, sobre todo una de las dos presentes, muy en la línea de Vigilantes de la playa. Jorge Drexler, por su parte, dio una elegante lección de saber estar: reverencia a Prince, dos estrofas de su canción a capella, un ciao y un thank you. Ni dedicatorias a su mujer, a sus hijos, a su madre, a sus productores, ni siquiera a Oprah Winfrey: insólito.

Lamentable el breve discurso de Frank Pierson, presidente de la Academia, recordando a los bravos soldados estadounidenses desparramados por el ancho mundo, sobre todo en Irak, y lamentable por innecesario y servil. Quizás se deba a un intercambio con West Point y en la Academia militar tengan previsto recordar este año a los cineastas desaparecidos, comenzando por Marlon Brando.

Una ceremonia funcional, impecable técnicamente (todos los micrófonos funcionaban a la primera, sin chirridos), integrada en el sistema y sin sobresaltos: ni Michael Moore, ni un «No a la guerra», ni un pecho semidescubierto de Janet Jackson. El eje del bien pudo dormir tranquilo.

01 Marzo 2005

Me alegro infinitamente

Luis María Anson

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No he visto todavía ‘Mar Adentro’ porque deliberadamente he querido que pasara la tempestad mediática del lanzamiento, los Goya, el Óscar, la parafernalia de la propaganda comercial que todo lo enturbia. Dentro de un par de meses pienso dedicar un sábado noche a contemplar la película con los ojos sin telarañas.

Dicho esto, me ha producido enorme satisfacción el éxito de Amenabar, que es también el éxito del cine español. Me quedé zapeando el rollo de los Óscar hasta que, muy avanzada la madrugada, el nombre de España en castellano y el de la película también en español albriciaron la noche. Me llené de alegría. Me cae bien el aire tímido, de colegial al que van a catear, que envuelve a Amenábar, un hombre que trasciende a su generación y a su entorno.

He conocido a Buñuel, a Berlanga, a Bardem, a Garci y a Almodóvar. No conozco a Trueba ni a Amenábar. En estos siete nombres se sintetiza una parte sustancial del cine español. Buñuel fue el genio; Berlanga, la inteligencia; Bardem, el arte; Garci, la itnimidad; Trueba, la mesura; Almodóvar, qué sé yo qué es Almodóvar. Tal vez la provocación, la fantasía, el jadeo, la saturnal, el furor del sexo abovedado y ambiguo. Almodóvar, tú eres Pedro… escribí una vez. Y le dimos el ABC de Oro, cuando el director genial estaba empezando. Era su primera recompensa de oro. Aposté por él después que una noche Tomás Cuesta me lo trajo a cenar a mi despacho del ABC verdadero. Berlanga y Bardem, por cierto, no recibieron el Oscar que merecían porque era la dictadura en España. Buñuel sí, en el exilio, claro, con el esplendor apagado y el oscuro encanto de la burguesía.

Amenábar, el triunfador e hoy, cuyo éxito alegrará a todos los que se hayan desprendido de los escapularios ideológicos, es la profundidad. Hace un cine metafísico hasta sumergirse en la psicología de los personajes, hasta desmenuzar la condición humana tan fugitiva y cambiante. Y está empezando, sólo empezando, con la misma ilusión, idéntica fe, a como lo hizo Buñuel. Después, el genio aragonés cuando ya se sentía de vuelta de todo, cuando se había situado por encima del bien y del mal, escribió, tal vez pensando en los Óscar: «Encuentro falaces y peligrosas todas las ceremonias ¡Viva el olvido! Sólo veo dignidad en la nada».

Luis María Anson