12 diciembre 1994

Se acusa expresamente al ex Director de Seguridad del Estado, Julián Sancristobal, al ex diputado Ricardo García Damborenea y al ex ministro José Barrionuevo

Amedo y Domínguez declaran al diario EL MUNDO su versión sobre la creación de los GAL con el visto bueno del juez Garzón

Hechos

  • El 30 de diciembre de 1994 el ministro de Justicia e Interior, D. Juan Alberto Belloch tuve que responder en la Comisión de Justicia del Congreso a las preguntas de diputados por las declaraciones de Amedo y Domínguez en EL MUNDO.

Lecturas

El 19 de diciembre de 1994 el juez D. Baltasar Garzón Real reabre la instrucción del caso GAL y, tomando testimonio a los policías D. José Amedo Fouce y D. Michel Domínguez con la mediación del periodista D. Pedro José Ramírez Codina, ordena el ingreso en prisión del exdirector de la Seguridad del Estado, D. Julián Sancristobal Iguaran, así como de los mandos policiales D. Michel Planchuelo Herresánchez, D. Francisco Álvarez Sánchez y D. Francisco Sáiz Oceja.

Las nuevas declaraciones hechas por Amedo al Sr. Garzón Real, con la mediación del Sr. Ramírez Codina, señalan que estos fueron quienes coordinaron la primera acción de los GAL: el secuestro de D. Segundo Marey Samper.

La versión de los Sres. Amedo y Domínguez es hecha pública a través del periódico El Mundo con un amplio reportaje-entrevista publicado los días 27, 28 y 29 de diciembre de 1994, en un reportaje de D. Melchor Miralles Sangro y su director D. Pedro J. Ramírez.

27 Diciembre 1994

«Fue el Gobierno quien organizó los GAL»

José Amedo

Reportaje de Melchor Miralles

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«He permanecido callado hasta ahora porque era un asunto de Estado…» Con estas palabras de José Amedo Fouce arrancan las memorias del ex policía y de su compañero Míchel Domínguez Martínez -condenados a 108 años de cárcel por inducción al asesinato y asociación ilícita- que EL MUNDO publica en exclusiva. A lo largo de cuatro extensos capítulos, Amedo y Domínguez, que el pasado día 16 decidieron colaborar con la Justicia declarando ante el juez Baltasar Garzón, reconstruyen su participación en el nacimiento de los llamados Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) e implican a antiguos altos cargos del Gobierno, algunos de los cuales ya han ingresado en prisión, y a destacados dirigentes del Partido Socialista Obrero Español

«He permanecido callado hasta ahora porque era un asunto de Estado y yo pensaba que si hablaba, podía perjudicar al país. Cuando surgieron los GAL y yo me vi envuelto en ese asunto, no había ningún otro tipo de escándalo político. Durante los años que estuvimos en la cárcel fueron surgiendo los procesos por corrupción, se fueron sucediendo escándalos muy graves. Todo eso nos hizo reflexionar».

José Amedo fuma cigarros Ducados sin cesar, echa el humo resoplando y carraspea. Míchel Domínguez, a su lado, asiente con gestos. Se muestran serenos, pero adoptan un gesto grave, que deja ver hasta qué punto son conscientes de la trascendencia de sus palabras y de las consecuencias que va a originar su decisión de tirar de la manta del «caso GAL».

«Después de muchas reflexiones, he tomado en estos momentos la decisión de colaborar con la Justicia con la intención de contribuir a ventilar de alguna forma el país».

«Desde la cárcel, nosotros seguíamos la prensa, la radio, las tertulias. Cuando entramos en prisión, era inimaginable todo lo que ha sucedido. Además, de alguna forma, yo también estaba convencido de que, claro, no conocías todos los tinglados, ni los conoces, y todos esos temas, esas marejadillas que hay por dentro. Y luego nos hemos enterado de un montón de cosas».

«Yo pensaba al principio que si todo esto revienta, ETA puede engordar. Pensaba yo que ETA puede justificar su actividad. Se estaba hablando de negociaciones con ETA, que ETA terminaba, y pensaba que podía ser perjudicial. Y entonces pensé, pues bueno, una postura conveniente será callarse y no defenderse, y punto. Ese fue posiblemente nuestro error…».

Le interrumpe Míchel Domínguez: «No, y dices, bueno, si al fin y al cabo salgo absuelto o con una condena para justificar el tiempo que llevábamos, más o menos, y cuatro pijaditas más… Y bueno, pues si todo salía mal, pues indulto inmediatamente. Además, como ya estábamos de pringaos… Nos decían, además, que de qué nos iba a servir pringar a nadie si nosotros no nos íbamos a librar. Bueno, pues vamos a tragar, vamos a tragar con el tema. Hasta que ves que todo ha sido una farsa total, que nos han cogido y nos han sacrificado descaradamente…».

Amedo retoma su largo monólogo. «Nosotros actuamos de buena fe. Seguían surgiendo cosas. Por ejemplo lo de Roldán, ¡quién iba a decirlo!. Un asunto como el de Roldán afecta a todo el mundo, y a mí me parece que es una canallada, una canallada. Además, al enterarme, yo me he planteado cómo ese tío podía ir a funerales de guardias civiles, ¿en qué estaría pensando, sentiría algo o estaría maquinando cómo iba a seguir llevándose la tela, el dinero?».

«Luego surgieron otros temas, terminamos por salir con el tercer grado y vemos el panorama que existe, porque claro, la conciencia que traes después de seis años preso no es la misma. Yo me doy cuenta de que tenemos un país de corrupción, y me digo: estoy tapando parte de la corrupción, y no quiero pasar a la Historia tapando la corrupción».

«Todo esto, a mí… además, lo veo en la calle, en la gente, en los obreros, los taxistas, todo el mundo está encabronado con esta gente. Nosotros lo estamos notando. Adquiero la sensibilidad respecto a este asunto y me digo: yo puedo contribuir a deshacer este tema, a ventilar el país».

«Recuerdo el día que me enteré por la radio de las declaraciones que le hizo Roldán a EL MUNDO. Cuando la entrevista en la que aseguraba que a él no le iban a engañar como me engañaron a mí. Le dije a Míchel: mira el cabrón éste. Me cabreé muchísimo. Además, me dije que detrás tenía que estar Sancristóbal».

«Estamos arrepentidos».-

«Lo dije desde el principio. Roldán estaba permanentemente con Julián. Estaban siempre hablando, había una gran unión entre ellos. Y cuando surgió el asunto me dije que Julián tenía que estar detrás. Hace poco tiempo, este mismo año, me encontré a Julián, que me explicó cómo le acusan a él de haber montado eso. Y me dijo Julián en un momento determinado: Roldán cualquier día aparece y la arma. Ahora… Julián es muy zorro, es muy sibilino. Roldán y Sancristóbal lo comentaban todo entre ellos. Al surgir este asunto, es cuando dice eso: a mí no me van a engañar como a Amedo. Y lo dice porque sabe que me estaban engañando permanentemente».

«En todo momento, cuando descubrí en dónde me habían metido, yo tuve la conciencia de que los GAL eran un montaje del Gobierno. Fue el Gobierno quien organizó los GAL. No me atrevo a decir que el PSOE como tal estuviera también detrás del caso, pero me consta que había mucha gente del PSOE al corriente. Eso sí, por supuesto. Tengo la conciencia de que había mucha gente al corriente del tema».

«Lo que tengo muy claro, lo que Míchel y yo tenemos muy claro es que todo lo que hicimos en relación con los GAL, cualquier actividad nuestra en el asunto GAL, fue siguiendo instrucciones de nuestros superiores. No dimos un paso que no fuera una orden. Eso lo sabe todo el mundo, porque en la Policía no se puede dar un paso sin seguir instrucciones. Y estamos arrepentidos, nos arrepentimos de lo que hicimos aunque no nos sintamos responsables de tantas cosas de que hemos sido acusados. La muestra de nuestro arrepentimiento es que nos ponemos a disposición de la Justicia para que se sepa la verdad. Si es tarde o no… ya hemos explicado por qué hemos permanecido callados este tiempo. Ahora ha llegado el momento de que se sepa toda la verdad».

José Amedo lleva un traje azul oscuro, camisa azul clara, corbata roja estampada de tonos amarillos y zapatos mocasines negros, muy brillantes. Es un tipo de carácter fuerte, que transmite la sensación de ser consciente de haber nacido para mandar. Actúa como jefe. La obstinación y el ingenio un tanto pícaro parecen suplantar su inteligencia. Tiene el temperamento curtido por mil dificultades. Detrás de una actitud que al inicio parece altanera, arrogante y distante emerge un ser aparentemente vulnerable. Su vestimenta realza una figura musculada, fuerte, y se desenvuelve con jactancia y convicción. Cada poco revisa la rectitud del nudo de la corbata, ajustada al pasador. Y enciende cada cigarro un minuto después de haber aplastado en el cenicero el anterior.

Míchel Domínguez es diez años más joven que Amedo. Aparenta frialdad, pero cuesta poco constatar que es un hombre nervioso e inquieto. Viste de modo poco llamativo. Cruza y descruza sus piernas, entrelaza sus manos y se acaricia su barba poco crecida. Me da la impresión de que vive conforme con su enigmático papel secundario, con un segundo plano nada cómodo respecto a su amigo, al que respeta, admira y protege en la medida de sus posibilidades. Admite el liderazgo de Amedo, siempre Pepe, quizá más allá de lo acostumbrado en una colaboración profesional. Tiene una personalidad esquiva, pero en realidad se muestra accesible, y sus modales son tímidos. Pese a todo, transmite con sus palabras enorme convicción; consigue transmitir su mensaje con fuerza y credibilidad.

Amedo reclama orden y arranca con su relato. «Yo me ví envuelto en esto de los GAL sin darme cuenta. Llevaba mucho tiempo en Bilbao, y ya desde 1975 estaba en el tema de ETA. Tenía la costumbre de pasar mucho a Francia, en especial los fines de semana. Creo recordar que fue en torno a 1980 cuando conocí a una mujer que vivía allí desde tiempo atrás, que estaba al tanto del movimiento de los miembros de la organización terrorista ETA. Se me ofreció para colaborar a efectos de informar de los movimientos que ella conocía. Yo se lo planteé a Miguel Planchuelo, que en esas fechas era jefe de la Brigada de Información, y me dijo que le parecía correcto».

El segundo paso importante que dio José Amedo en su labor de intentar captar informadores en el entorno de ETA en Francia fue intimar con un antiguo miembro de la organización. «Tenía un local en la calle Pannecau de Bayona. Era hermano de un dirigente histórico de la organización».

Inglaterra, 3; Francia, 1.-

Además de perseguir la información a través de la captación de confidentes, José Amedo estaba dispuesto a arriesgar. Afirma, con una sonrisa de satisfacción, que en varias ocasiones «llegué a hacerme pasar por un industrial vasco al que habían reclamado el pago del impuesto revolucionario. Me entrevisté con ellos varias veces. Recuerdo que alguno de los contactos fue en el restaurante bar Le Madrid de San Juan de Luz. En este tema yo me la jugué un poco. Y en realidad se trataba de hacer notas informativas acerca del funcionamiento de la organización allí. A mí me servía profesionalmente, porque no había ningún otro policía que tuviese narices de pasar por allí y hacer eso».

El 16 de junio de 1982 sucedió algo que, con el tiempo, adquirió categoría de hecho trascendente en el asunto GAL. Pepe Amedo retiene algunos detalles, aunque ocurrió hace más de doce años. «Se estaba celebrando el Campeonato del Mundo de fútbol en España. Ese día jugaban en San Mamés Inglaterra y Francia. Por la mañana vinieron a Bilbao varios policías franceses. Creo que cinco o seis. Se presentaron en la Jefatura Superior de Policía de Bilbao y nos pidieron el favor de que les consiguiéramos entradas. Venían sin entradas y la Jefatura se las facilitó».

Amedo recuerda que «Francia perdió, me parece que tres a uno». Y es cierto. Dos goles de Robson y uno de Mariner contra un tanto de Soler. Entre los 44.000 espectadores que acudieron a San Mamés, un grupo de policías franceses acompañados por José Amedo.

«Después del partido nos fuimos a tomar unas copas. Yo entablé amistad con uno de ellos, y este nombre es fundamental en toda esta historia: se llamaba Guy Metge. Le expliqué que yo iba mucho por Francia, y tal… El estaba destinado como comisario en la Policía del Aire y Fronteras (PAF). Se movía por Hendaya y San Juan de Luz. Dependía de Cathalá, que ahora está en candelero por su cese. Me dijo que cuando pasara a Francia no dudara en ir a verle».

El comisario Guy Metge y José Amedo iniciaron de ese modo una relación que iba a ser fructífera y enriquecedora, especialmente para Metge. El entonces subcomisario tenía un objetivo profesional cuando cuidaba con mimo policial sus contactos con el colega francés: «Yo pensaba que me podía servir para que cuando hubiera detenciones al otro lado, me facilitara las declaraciones de los miembros de ETA que caían, pues era muy costoso obtener esa información, entonces no había colaboración entre Francia y España. Si yo conseguía colocar a alguien, tendría acceso clandestinamente a esa información. Lo que importaba era la información».

Tiene que interrumpir el relato con frecuencia. El paso del tiempo le impide aportar algunos detalles y libra una batalla con su memoria. Constantemente, sujeta el cigarrillo con los dedos pulgar y corazón, y lo golpea con el índice dejando caer la ceniza, en un gesto convertido en tic.

Sus gestiones y viajes le llevaban con frecuencia a Iparralde. A la vez que fortalecía sus relaciones con el comisario Metge, otro amigo le había presentado a un industrial «muy conocido en el otro lado, en el País Vasco francés. Era un tipo que tenía mucho dinero que, sin sentir apasionamiento por ETA, pues vivía la problemática vasca, y tenía empleados a miembros de ETA. Era amigo de Txomin Iturbe, de Mugika Arregi».

El policía obsesionado por la información pensó que a su colega Metge quizá le interesaría conocer a este industrial: «Les presenté en una comida y comenzamos a tener mucha relación. Nos reuníamos con frecuencia. Y, claro, constantemente, de cada paso que daba yo informaba por escrito a mi inmediato superior, a Miguel Planchuelo, jefe de la Brigada de Información. Y él me decía que no había ningún otro funcionario que tuviera los reaños de meterse por allí, y que eso era fundamental. Y, la verdad, yo me movía con facilidad».

El relato de Amedo llega al año 1983. «Ya están los socialistas mandando. Yo estaba haciendo todo este trabajo de información de modo profesional, sin pensar en ninguna otra circunstancia. Entonces, en una ocasión, me dice Planchuelo: oye, ¿por qué no me llevas a conocer a esa gente de allí? Yo le presento a ese industrial en una cena. El tenía mucho dinero y una colección de coches. Uno era antiguo y matriculado en Francia, y nos pidió el favor de que le arregláramos los papeles para matricularlo en España. El nos regaló unas cajas de paté».

Este fue un paso importante. Miguel Planchuelo mostró interés por conocer directamente a los confidentes de su subordinado. Y los conoció. Amedo y Domínguez tienen ahora claro, con el paso de los años, que es entonces, primeros meses de 1983, los socialistas recién llegados al poder, nuevos mandos y nuevo estilo en Interior, cuando se gestan los GAL. Planchuelo había dado ya el primer paso. El siguiente le correspondió a Francisco Alvarez, jefe superior de Policía de Bilbao desde el 29 de diciembre de 1982.

Dinero para Guy Metge.-

«Después, Planchuelo me dijo que organizara una reunión en Bilbao con mi colega Guy Metge. Le invité a comer. Además de Planchuelo iba a estar presente Paco Alvarez. Metge no puso objeciones. Alvarez y Planchuelo le agasajaron. Después de comer subimos al despacho de Planchuelo en Jefatura. Una vez allí, yo me despedí y les esperé en el bar de enfrente. Al cabo de una hora vino Metge muy contento y me invitó a que yo siguiera acudiendo a verle a Francia».

Las cosas ya habían cambiado. Tras la entrevista Alvarez-Planchuelo-Metge, Amedo comienza a recibir instrucciones nuevas que le sorprenden. Antes de alguno de sus viajes a Francia a ver a su colega, Alvarez, o Planchuelo, o Alvarez y Planchuelo, le facilitan determinadas cantidades de dinero que debe de entregar a Guy Metge. El piensa que su amigo ha pedido dinero a cambio de colaborar. Incluso, adivina que ahora, con el respaldo de los máximos responsables policiales de Bilbao y con un dinero a cambio, Metge va a colaborar con más entusiasmo.

Una vez que se han consumado varias entregas de dinero, siempre billetes en sobres que él recibe cerrados, Metge introduce un nuevo sistema de cobro. Le comunica a Amedo que, para evitar traslados, sería más cómodo que se le efectuaran ingresos bancarios. Le facilita el nombre de la entidad y el número de cuenta correspondiente. «Yo le hacía los ingresos en una oficina de Irún. Y recuerdo un detalle. Metge era muy aficionado al fútbol, y era seguidor y socio de la Real Sociedad. Una vez me contó que había viajado hasta Portugal a ver un partido de la Real, no sé si en Lisboa o en Oporto».

Metge da un paso más respecto a Amedo. «Un día me dice que me invita a una fiesta. Consulté a Alvarez y Planchuelo si debía acudir y me dijeron que sí. Fui a Bayona y a media tarde me llevó al castillo de la Legión Extranjera. Se celebraba la fiesta anual, y allí había un montón de gente. Metge acudió junto a un numeroso grupo de policías. Me presentó a bastante gente, entre ellos a Gerard Manzanal».

(Gerard Manzanal Pan era el jefe de reclutamiento de la Legión Extranjera. Nacido en la localidad salmantina de Garbajosa de Alba, se incorporó a la Legión francesa el 6 de agosto de 1967. Posee un brillante historial que incluye condecoraciones como la medalla de Ultramar y la medalla de Defensa Nacional del Ejército francés. El 1 de marzo de 1987 fue detenido e interrogado por la Policía Judicial de Bayona en relación con el affaire GAL. Manzanal declaró que Amedo le había visitado para pedirle señas de etarras a cambio de mucho dinero. Dijo literalmente que Amedo «me dijo que eran de los GAL y me dio un pequeño discurso para convencerme». Después de un día en los calabozos, fue puesto en libertad).

La fiesta de la Legión Extranjera, según el relato de Amedo, fue sonada. «Todo el mundo bebiendo y bebiendo, soplaban muchísimo. No recuerdo si había canapés, creo que sí. Pero todos, pun-pun-pun-pun, soplando. Algunos iban de uniforme. Como a eso de las once de la noche, Metge me dijo que nos largábamos, que me iban a llevar a tomar una copa a otro sitio».

Amedo se montó en un coche con Metge y otros policías. El vehículo se detuvo en la puerta de la comisaría de Bayona y de viva voz, «uno de los franceses llamó a un tal Jacques. ¡Jacques, Jacques! Jacques se asomó a la ventana, respondió al mensaje y bajó. Se subió al coche y nos fuimos a un bar de un amigo de ellos, en el Petit Bayonne, cerca de la calle Pannecau. Había legionarios, mucha gente, todos borrachos. Discutían mucho. Unos eran gaullistas y otros no. ¡Vaya bronca se traían! Uno se quitó los pantalones y le querían tirar al río. Entre unas cosas y otras, yo iba a lo mío y sacaba algo de información».

La noche, según se deduce del relato de Amedo, fue agitada. Iban de bar en bar. En una de las paradas, Amedo pudo intercambiar unas palabras con el policía Jacques. Le preguntó su apellido: «Castets, Jacques Castets».

(Castets era un comisario de la Policía francesa. Amigo de Gerard Manzanal, su destino le permitía conocer con detalle los domicilios de etarras y refugiados del País Vasco Francés, sus movimientos y los lazos que les vinculaban dentro una colonia cuya especificidad, unida a la clandestinidad, tornó compleja la relación entre sus componentes. Pese a que su nombre aparecía en varios sumarios, la Justicia francesa no llegó a interrogarle, aunque sí tomaron declaración a su esposa, Jacqueline Dahan, quien confesó que ella y su marido habían tenido contratado como calderero en su vivienda a Raymond Sanchis, condenado en Francia por la primera acción de los GAL: el secuestro de Segundo Marey).

El maletín del millón de francos.-

Castets desapareció entre la multitud después de una conversación interesante y Metge y sus hombres se llevaron a Amedo a otro local. El ritmo parece que era frenético. Los acontecimientos se desarrollaban de modo muy satisfactorio para Amedo, que ampliaba su nómina de contactos. «Yo, cada equis tiempo, llamaba a Planchuelo y le contaba cómo iban las cosas. El mostraba mucho interés en mi trabajo de esa noche y me decía que continuara el tiempo que fuese necesario. Al final me llevaron a un bar en una carretera. Tomamos más copas y apareció un amigo de ellos al que me presentaron. Se trataba de Pedro Sánchez».

(Pedro Sánchez, un hombre clave en la trama de los GAL. Ex legionario, originario de Santander, nacionalizado francés, residente en Biarritz, convencido ultraderechista, como su amigo Manzanal, ex miembro del SAC. Fue detenido el 4 de diciembre de 1984 en la operación de secuestro de Segundo Marey por un comando de los GAL. La Policía se incautó en su vivienda de la Rue Mazagran, 29 de Biarritz de 43 fotografías de etarras procedentes de archivos policiales. Además, llevaba encima el número de teléfono directo del despacho de Amedo en la Jefatura Superior de Policía de Bilbao. Ingresó en prisión. Tras un breve período en libertad provisional, fue encarcelado de nuevo, hasta 1986. El 27 de agosto de ese año, los jueces franceses le concedieron de nuevo la libertad, esta vez en atención a su gravísimo estado de salud. El 7 de octubre falleció en Burdeos. Con él desapareció una de las personas clave en la trama inicial de los GAL, en especial en lo que se refiere al reclutamiento de mercenarios para la formación de los comandos).

Entre copa y copa, Amedo llamó de nuevo a Planchuelo desde el bar de la carretera. Le explicó al jefe el perfil de sus informantes. Planchuelo le encargó a su subordinado que organizara una cita en Bilbao con ellos. Como se trataba de un encuentro con varias personas, Amedo optó por la prudencia y, en vez de hacerlo esa noche, quedó con Metge para unos días después, todos más serenos, y entonces organizaron el encuentro con sus jefes en Bilbao.

Antes de volver a citarse con Metge, Amedo mantiene una reunión muy importante. «Me convoca Planchuelo a una reunión y aparece junto a Sancristóbal y Alvarez. Sancristóbal venía con un maletín en el que había un millón de francos. Lo había traído de Madrid. ¡Un millón de francos franceses! Algo así como veinte millones de pesetas. Era la primera vez que yo veía tanta tela, en billetes de 500. El maletín lo tenía uno, lo cogía el otro. Parecía que daba gusto tener en la mano el maletín».

«Me dieron 500.000 francos en billetes para que se los llevara a Guy Metge. Recuerdo que fui a su casa, con el dinero en un maletín, y cuando llegué le estaba dando el biberón a uno de sus hijos, recién nacido. Le entrego el dinero y le digo que ya hablaremos».

Y el relato llega a fechas muy trascendentes. Estamos ya en el miércoles 21 de septiembre de 1983. José Amedo se entrevista con el comisario Guy Metge en la cafetería Royalti de Biarritz. Fijaron una reunión en Bilbao para el lunes 25 a la que iban a asistir, de un lado, Guy Metge y Pedro Sánchez, y de otro, Amedo y Miguel Planchuelo.

El accidente de Amedo.-

«Yo regresaba a Bilbao. Me esperaban para cenar juntos Julián Sancristóbal, Paco Alvarez y Miguel Planchuelo. Yo iba en un Ford Escort, creo que de color blanco. En plena autopista se me reventó una rueda y me metí un golpetazo contra las vallas. Cuando me dí cuenta de que se me iba el coche, me tumbé hacia un lado. Quedé inconsciente».

Este es el ya famoso accidente de Amedo. La Ertzaintza intervino. Es sabido que elaboró un atestado, en el que consta que Amedo iba acompañado de un compañero, J.C. Lo que no consta en ninguna parte es que la Policía autónoma vasca se quedó con algunos documentos que llevaba Amedo. «Se ha dicho que llevaba un maletín lleno de papeles sobre los GAL. No, no es cierto. Llevaba un maletín con una serie de fotos de gente de ETA que le enseñaba a Metge y su gente. No es verdad que yo llevara un organigrama. Yo, entonces, no sabía cómo iba el tema. El asunto GAL se estaba cuajando, pero yo ignoraba cualquier tipo de circunstancia».

Desde el lugar del accidente, a la altura de Eibar, José Amedo fue trasladado hasta el hospital de Basurto, en Bilbao. Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo no se explicaban el retraso. «El compañero que me había acompañado en ese viaje llamó desde la ambulancia por radio para comunicar lo que había sucedido. Y entonces, se presentaron los tres en Basurto. Yo estaba descojonado entero. Apenas podía hablar, tenía puesto el suero, y ellos, Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo, a mi lado, preguntándome cuando y dónde era la cita con esta gente. Les dije que el lunes 25, que acudiría sólo Pedro Sánchez y que finalmente iba a ser en un hotel de San Sebastián, en el Londres».

Las tres máximas autoridades policiales de Vizcaya en aquellas fechas rodeaban al paciente nerviosísimos, no por el percance, sino por una cita que, para ellos, era en ese momento lo único importante. Se estaba fraguando una operación de máximo riesgo y no atendían a nada más, ni siquiera al accidente de Amedo.

«Me dijeron, yo allí tumbado, hecho polvo, que como ellos no conocían a Pedro Sánchez, que no me quedaba más remedio que acudir también el lunes a la cita. ¡Hostias, será si puedo! Y entonces me dicen que si es necesario me llevan ellos en ambulancia, ¡en ambulancia a la cita! Era de madrugada, no podía moverme, casi paralítico -en la cárcel tuvieron que operarme de cervicales-, y ellos hablándome de la cita. Al día siguiente pregunté cuándo me daban el alta, y me dijeron que iba para largo. Me dolían los trapecios, tenía la cabeza llena de cristales, heridas por la espalda. Les dije que me tenía que ir al día siguiente, sábado, y me dijeron que sólo si yo asumía toda la responsabilidad».

Y se fue. Con un collarín en el cuello. «Me tenía que tomar cinco nolotiles para poder sujetarme, pues se me iba el cuello. Me voy a casa a ducharme y descanso sábado y domingo en casa. El lunes viene Planchuelo y le digo que no puedo salir de casa. Tuvieron que ducharme, pues yo no me podía mover. Y Planchuelo me dice que no, que él me lleva tumbado en el coche. Y así se hace. Me tumba, sigo tomando nolotiles, los trapecios haciéndome la puñeta. Fuimos hasta el Hotel Londres. Allí estaba Pedro Sánchez con otros dos. Nos fuimos hasta un merendero en el monte Igueldo».

Hace una descripción del sitio que coincide con el bar El Pinar de Igueldo pueblo, «un sitio que tiene unas mesas corridas de madera. No había nadie allí. Se sentaron y uno de ellos sacó una maleta llena de fotos de gente de ETA. Estaba Txomin, Txikierdi, estaba allí todo el mundo. Pensé que serían policías. tenían una montaña de fotos de cojones. A mí me dejaron tumbado en el coche. Cuando terminaron, Planchuelo y yo regresamos a Bilbao».

Amedo tardó unos días en poder trabajar. Aún en situación física precaria, reanudó sus labores de información. «Todavía seguí mucho tiempo con el collarín en el cuello».

Ya había comenzado el mes de octubre de 1983, treinta y un días en los que sucedieron muchas cosas. El día 5, la organización terrorista ETA (p-m) VIII Asamblea secuestró en Bilbao al capitán de Farmacia Alberto Martín Barrios, acción que iba a ser la última de ésta rama de ETA antes de abandonar las armas y acogerse al proceso de reinserción ofrecido por el Gobierno. Al día siguiente, los secuestradores hicieron público un comunicado donde, a cambio de la vida del secuestrado, exigían la libertad de los etarras presos por el asalto al cuartel de Berga, ocurrido en 1980. El día 7, la condición para poner en libertad a Martín Barrios era la lectura en TVE de un extenso comunicado sobre el juicio a esos etarras. El texto debía ser leído íntegramente en los telediarios de la tarde y noche del sábado 8. El Gobierno no accedió. Se vivían días de máxima tensión política. Tres días después, la misma exigencia y la misma negativa volvieron a producirse. El jueves 13, los etarras lanzaron un ultimátum: si en un plazo de 36 horas no se leía el comunicado por televisión, Martín Barrios sería asesinado. La contraoferta del Gobierno fue acceder a leer el comunicado una vez que el secuestrado estuviera libre.

El secuestro de Larretxea.-

En esos días, Amedo recibió un encargo de Francisco Alvarez y Miguel Planchuelo. Debía dirigirse a Guy Metge para que éste le mostrara la vivienda del etarra José Antonio Mugika Arregi. «Y así lo hice. Yo seguía con mi collarín. Me cité con Metge y me enseñó la vivienda, Era un chalet. Nosotros estábamos en la ladera de una colina. Desde una altura relativa se divisaba el chalet. Tenía unos perros a la entrada. Tomé nota de todo e informé a Alvarez y Planchuelo, que mostraban un interés desmedido por el asunto. Días después tuve que volver yo al lugar para mostrárselo a otro compañero, siguiendo órdenes de Alvarez y Planchuelo».

El sábado 16, los jóvenes José Lasa e Iñaki Zabala, presuntamente vinculados a ETA, fueron secuestrados y hasta el día de hoy nada se ha vuelto a saber de ellos. Mercenarios de los GAL aseguraron en su día que la organización les habría secuestrado, interrogado y asesinado. Incluso, otorgaban la paternidad de la operación a un comando dirigido por Pedro Sánchez, pero oficialmente jamás los GAL reivindicaron esa acción. Lasa y Zabala se convirtieron en los primeros desaparecidos de la democracia española. Después vendría «El Nani».

«Con la información sobre la vivienda de Mugika Arregi que le facilité a Alvarez y Planchuelo, se organizó el secuestro de un etarra que se llamaba José María Larretxea».

En efecto. El martes 18 de octubre, con Martín Barrios aún secuestrado y con vida, Alvarez organizó un comando compuesto por cuatro personas: el inspector Jesús Gutiérrez Argüelles, un tipo duro, expeditivo, que había estado a sus órdenes en Barcelona; el capitán de los GEO Francisco Javier López y los sargentos, también de los GEO, Sebastián Soto y José María Rubio. El etarra Larretxea había almorzado en casa de Mugika Arregi. Tras la comida, salió del chalet, se puso un casco integral de color rojo y tomó prestada una motocicleta de Mugika para acudir a una cita en el café Victor Hugo de Bayona.

Larretxea no se percató de que dos coches le seguían los pasos. De pronto, el automóvil que circulaba más adelantado se abalanzó sobre la moto. A consecuencia de la embestida, Larretxea cayó herido al suelo. En el mismo instante en que dos de los ocupantes del vehículo agresor se apeaban, a fin de recoger al etarra -su intención era canjearle después por el capitán Martín Barrios-, unos gendarmes que eran testigos de los hechos detuvieron a los cuatro policías españoles, que fueron detenidos y encarcelados.

El asunto desató una imponente tormenta política. El ministro de Interior, José Barrionuevo, se limitó a declarar, impasible, con su rostro picado de viruela que le confiere aspecto de fajador de las doce cuerdas: «Se trataba simplemente de una acción humanitaria destinada a salvar la vida de Martín Barrios. Querían hablar con Larretxea, pero se produjo un accidente casual».

La responsabilidad de la operación la asumió públicamente Francisco Alvarez, mientras Rafael del Río, entonces director general de la Policía, viajaba a París para tratar de paliar en lo posible la indignación de las autoridades francesas.

Esa misma noche del día 18, la dirección de los octavos de ETA cursó orden al comando que tenía secuestrado para proceder a su asesinato. A las ocho de la mañana del miércoles 19, el cadáver de Martín Barrios fue descubierto en un monte próximo a Galdakano, maniatado; presentaba un tiro en la nuca.

Ricardo García Damborenea, entonces secretario general de los socialistas vizcaínos, hizo durísimas declaraciones a la Prensa: «La Policía española debería tener potestad para patrullar por Francia con correaje y armamento».

La crispación política iba en aumento. Las relaciones bilaterales con Francia estaban seriamente deterioradas. Tres días después, durante una manifestación del comité de apoyo a los refugiados vascos organizada en Bayona en protesta por la desaparición de Lasa y Zabala, un grupo de manifestantes dirigidos por el etarra Angel Lete Etxaniz, «el Patas», agredió brutalmente a cuatro periodistas, Carlos Monge, Josu Bilbao, Gorka Landaburu y yo mismo. Cuando pudimos, corrimos hasta el bar Boga. Allí nos refugiamos, y allí fue la primera y única vez en mi vida en que me he visto encañonado por una pistola.

17 millones para Sánchez.-

Amedo recuerda lo sucedido en esos días con bastante precisión. Aunque los años han borrado detalles concretos y fechas, no han podido en su memoria con los hechos. «Todo el mundo recuerda la detención de esos cuatro policías, pero casi nadie sabe que días antes ya habían sido detenidos en Francia, y Sancristóbal había logrado que fueran liberados sin que se organizara el escándalo. Eso no trascendió. Cuando informaron a Sancristóbal de que había cuatro policías detenidos en Francia, llamó a Barrionuevo, y entre los dos pudieron conseguir, hablando con París, que la cosa no llegara a más. Les trincaron momentos antes de llevar a cabo una operación, y las gestiones a alto nivel evitaron que se supiera. A mí me enviaron a la frontera a esperar que pasaran los cuatro, de regreso. Luego montaron la operación de Larretxea y ahí ya no pudieron evitar el escándalo. Y eso que la primera vez les pillaron con pistolas, con un montón de cosas».

«Es por esas fechas, puede que incluso ya en noviembre, cuando me llama un día al despacho Planchuelo. Estaba ahí con Alvarez. Me dicen que les ha llamado Pedro Sánchez, y que, para evitar que pueda haber sospechas, porque la llamada tiene que pasar por centralita, le han dado el número de mi despacho, el directo, creo que era el 431 00 01. Sánchez, a su vez, había dejado un teléfono de contacto en Francia. Mis dos jefes me dicen que organice una cita en Bilbao con Sánchez. Lo hago. Viene al despacho de Planchuelo y está con los dos. Yo me ausento. Cuando terminan, me dicen que me lo lleve a cenar y a divertirlo».

A partir de esa fecha, Amedo intima un poco más con Sánchez. «Me empezó a contar su vida, que había estado en la Legión, un montón de cosas, muchas chorradas. Poco después, organizo otra cita con Sánchez, esta vez en un Restop de la autopista Bilbao-Behovia, a la altura de Irún. Ellos dos hablaron dentro del coche y yo me quedé fuera. Hacía mucho frío, y recuerdo que me encontré, mientras esperaba, a un periodista amigo mío de Bilbao que iba para Francia».

«Al cabo de los días mandaron a Sánchez que regresara a Bilbao. Tuve que organizar yo una cena en un reservado del hotel Ercilla. Yo estuve un rato al principio y me fui. Hablaron de hacer cosas en Francia. Yo vislumbraba cosas extrañas, pero no tenía una idea clara del tema. En ese viaje, Sánchez se quedó a dormir en mi casa. Fíjate. Bueno, un tío que trabaja con nosotros, pues bien. Se queda y, al día siguiente, nos vimos otra vez los dos con Alvarez y Planchuelo, y le entregaron delante de mí 50.000 francos franceses en billetes de 500. Eso era un millón de pesetas más o menos. Ese dinero lo había traído Sancristóbal de Madrid, era parte del maletín con el millón de francos. Era como adelanto para algo que se iba a hacer».

Amedo empezaba a ser consciente de que se estaba cociendo algo importante. No podía ser de otro modo. Dos altos mandos policiales, Francisco Alvarez, jefe superior, y Miguel Planchuelo, jefe de la Brigada de Información, con citas reiteradas con un ex legionario francés. Blanco y en botella…«Yo me empezaba a enterar de la movida. Se sucedían los acontecimientos. Esa es una muestra de la prepotencia de estos tíos, recién llegados al poder los socialistas, cuando piensas que en este asunto actúan con una prepotencia de tres pares de cojones, porque llevar a Pedro Sánchez a sus despachos oficiales, vamos, vamos…».

Los acontecimientos se precipitaban a gran velocidad y adquirían un tinte de gravedad que a Amedo no le pasaba inadvertido, aunque ahora, once años después, me asegura que en esas fechas el no era consciente de lo que estaba fraguándose. Simplemente observaba cosas que la lógica le invitaba a pensar que eran sospechosas, altamente sospechosas.

«Esos días se produjo algo que me hizo ser consciente de que se estaba cociendo algo muy grave. Me llamaron Planchuelo, Alvarez y Julián Sancristóbal también, y me dijeron que había que secuestrar en Francia a éste, a Mikel Lujua Gorostiola. Creo que en ese momento estaba encargado de las finanzas. Es entonces cuando empiezo a enterarme de la movida, pero todo este proceso de lo que yo estaba haciendo, contactos y tal y cual… ahí no conozco nada. Ellos iban llevando todos mis contactos hacia asuntos que ellos ya, posiblemente, estuviesen organizando desde tiempo atrás».

«Y llegamos al domingo 4 de diciembre. A media mañana me llaman Alvarez y Planchuelo y me mandan a Irún. Me dicen que vaya para allá y que veré a Pedro Sánchez. No recuerdo el lugar de la cita. Voy y me lo encuentro. Me dice que lo van a hacer, y no entendía a lo que se refería. Pero me añade que de los 10 millones que se habían acordado, nada, que 20. Le dije que no sabía de qué cojones estaba hablando. Nos vamos a un teléfono público y le digo que llame a Planchuelo. El me dice que lo haga yo. Marco y hablo con Planchuelo. Estaba en su despacho reunido con Sancristóbal y Alvarez. Todos juntos. Le digo: Miguel, que este tío dice que en vez de 10 millones, que quiere 20. Que no, que sí, que no… Cuelgo, y vuelta a empezar. Fácil que hice diez llamadas. Que si 10, que si 20. Al final, Planchuelo me dice que vale en 17, y que le diga que adelante. Pedro Sánchez acepta y me dice que le espere entre cinco y siete de la tarde en la frontera del Puente de Santiago, y si no aparece, entre siete y diez en la de Biriatou. Me anuncia que aparecerá en un coche».

Pedro Sánchez desapareció y Amedo llamó de nuevo a la Jefatura de Bilbao, al despacho de Planchuelo. Ahí estaban, en reunión permanente, los tres máximos responsables policiales de Vizcaya. «Les conté lo que me había dicho Sánchez, y Planchuelo me dijo que siguiera las instrucciones de Sánchez. Que aparecería Sánchez en su vehículo con el etarra Mikel Lujua Gorostiola. Les expliqué que me había avisado que debía facilitar el pase de la frontera del coche, y me dijeron que hablara con la Guardia Civil previamente para que no hubiera problemas, y que si había alguna novedad, les llamara».

A las cinco de la tarde de ese domingo de diciembre, Amedo estaba en el lugar acordado, la frontera del Puente de Santiago. «Hacía un frío terrible. Me dirigí a un guardia civil, le dije quien era y le informé que iba a llegar un coche de tales características, creo que era un Peugeot verde, y que había que facilitarle el paso, dejarle pasar, que cuando yo viese la cara de un tío tenía que dejarle pasar».

Guardia, cabo, sargento, teniente… .-

Ahí se le creó a Amedo una situación complicada. Es sabido que la relación entre los guardias civiles y los policías es complicada. Existen entre ambos cuerpos policiales celos inevitables. En la propia Policía surgen con frecuencia problemas formales entre los agentes uniformados y los que ejercen su actividad vestidos de paisano. El guardia que escuchaba a Amedo no se sentía revestido de la autoridad suficiente como para tomar una decisión al respecto de la propuesta del policía y, además, parece que sospechaba que las cosas podían no ser tan trasparentes como las pintaba Amedo.

«El guardia dice que no podía hacer eso. Claro, al decírselo de esa manera, pues el guardia piensa: ¡coño!, vendrán de contrabando, o yo que sé. El guardia me dijo: joder, yo no puedo hacer nada, yo tengo que decírselo al cabo. Y el cabo, que al sargento. Y el sargento, que al teniente. Entonces llamo a Bilbao, informo de lo que pasa y se pone el gobernador, Julián Sancristóbal, que me dice: oye Pepe, dile a los guardias que llamen al gobernador, que me llamen. Se lo digo al teniente y al cabo de un rato regresa y me dice que no me preocupe, que no hay problema».

Pero sí había algún problema. Dieron las siete y no había aparecido nadie. Amedo, según lo previsto, se dirigió a la frontera de Biriatou. «Hacía un frío de cojones. Estaba tiritando de frío. Estaban informados de mi presencia. Un teniente de la Policía Nacional me dijo: vente aquí a un cuartito, que tenemos un caldito muy rico, calentito. Comprobé que desde ahí, a través de una ventana, veía la frontera. Entré volado, me castañeaban los dientes. ¡Me puse de caldito de aquel!, y me sentó de maravilla. A las diez salí fuera, y nada. No aparecía nadie. Poco después me avisó un guardia de que tenía una llamada del jefe superior de Bilbao. Me pongo, le digo que allí no aparece nadie y me comunica que tengo que irme inmediatamente a Dantzarinea, al col de Dantzarinea a la frontera que hay allí. Tenía que recoger a alguien. No me dijo a quien».

José Amedo reitera con insistencia el frío que hacía esa noche, hasta el punto de que ese detalle anecdótico adquiere en su relato categoría de cuestión esencial. Escenifica, frotándose las manos, los gestos que debió hacer esa noche mientras trataba de resolver con los guardias civiles el asunto del coche. Incluso, hace un gesto de encojer los hombros y se lleva su mano derecha hacia la boca como si estuviera bebiéndose de nuevo, once años después ese mismo caldo que le reconfortó aquella noche.

Recordaba mal el camino, pues hacía ya tiempo que no pasaba por Dantzarinea. La noche, cerrada, complicaba aún más el trayecto, de carretera muy estrecha. «Cuando llego a la comisaría, al puesto fronterizo español, sale un policía y me pregunta si soy Amedo. Le digo que sí, y me dice: ahí hay un tío, y me han dicho de Bilbao que tienes que llevártelo para allá. Aparece un tipo alto, como marroquí. A Pedro Sánchez le había trincado la Policía francesa. El tipo me pregunta: «¿Eres Miguel?». Era evidente que esperaba a Planchuelo. Le dije que no, que yo era Pepe. Y respondió: «¡vámonos!». Cogimos mi coche y subimos un camino por el monte, pocos kilómetros. Me hace detenerme y desandar el camino, pues se había equivocado. Cogemos otro camino y al llegar arriba me encuentro a un tío gordo, con un niky de manga corta, y eso que hacía un frío de cojones. A su lado había un viejo con un pijama de rayas, muerto de frío».

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«¿Pero éste quién es?».-

Parece que revive la escena. Se acelera en el relato: «No quiero adelantar acontecimientos, pero yo, al ver al viejo, me dije: ¡hostias! Tenía claro que había que echarlo para el otro lado, que se habían equivocado. No era la persona a la que se buscaba».

Se adelanta en el tiempo. «¡Y pensar que después dijeron Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo que Ricardo García Damborenea había dicho que el secuestro había que explotarlo políticamente! Este asunto fue una locura… Pero sigamos en orden, sigamos el relato con orden».

Estamos en que hacía mucho frío y, a su lado, había un viejo. En ese momento, Amedo asegura que no sabía quienes eran esas tres personas. Tardó en enterarse de que el de aspecto de marroquí «era Mohamed Talbi, uno de los mercenarios de los GAL. Y el tipo gordo, el del niky de manga corta, Raymond Echalier, otro mercenario. Yo les veo ahí, con una tercera persona, y recuerdo que me habían dicho Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo que iban a traer, secuestrado, al etarra Mikel Lujua Gorostiola. Pero yo veo allí a un viejo, y les digo: ¿pero éste quién es? Y me dice el marroquí Talbi: Segundo Marey Samper».

27 Diciembre 1994

Crimen de Estado

Antonio García-Trevijano Forte

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El ambiente político, que estaba enrarecido por la intensa pestilencia de la corrupción del Estado de partidos, se ha hecho del todo irrespirable con la putrefacción del crimen de Estado. A partir de ahora, nadie puede ignorar la espeluznante obviedad de que el régimen de poder de «esta» Monarquía parlamentaria, además de tener que cuartear la unidad política de España para sostenerse, tiene que apoyarse, para gobernar, en el latrocinio, y el asesinato, en el miedo y la mentira. Por doloroso que sea, hay que partir de esta obviedad para llegar a captar el sentido criminal que cobran, en la conciencia de la buena gente, las ideas dominantes en los medios de comunicación sobre el GAL. Lo más pernicioso no es la evidente gravedad del crimen de Estado, ni la patente falta de escrúpulos de los gobernantes que lo perpetran o toleran, sino la perversión de esa imprudencia general que, en nombre de la prudencia particular ante una cuestión de Estado, invoca con mentira los peligros sin cuento que se derivarían (¿para quién?) de una investigación judicial sobre los responsables últimos del terrorismo de Estado. La ideología de la impunidad del poder, para no tener que aceptar las consecuencias de un Estado de Derecho, prefiere transformar el crimen de Estado en un Estado del crimen.

Los partidarios del Estado de partidos hacen cómplice de los crímenes de Estado a la sociedad civil, despertando en ella una infundada sospecha sobre la ecuanimidad del juez (venganza, imcompatibilidad); una conciencia criminal de la razón de Estado; y una solidaridad «humanitaria» con los presuntos criminales, por patriotismo de partido (Galeote) o de sacrificio contraterrorista (Sancristóbal). El catastrofismo no lo crea el encarcelamiento de altos cargos de la seguridad del Estado. Tal acontecimiento era de esperar desde el procesamiento de Amedo y Domínguez. La opinión estaba preparada para asumirlo desde que el juez señaló con una X a la autoridad del Gobierno que había financiado y patrocinado los crímenes del GAL. No hay, pues, novedad alguna en el terreno de los hechos delictivos que justifique la alarma social o el temor de la opinión pública. Sin embargo, la alarma y el temor nos invaden con mayor intensidad que cuando se cometieron los asesinatos y secuestros. Lo nuevo de estos días, la acción judicial contra presuntos delincuentes de alto copete, debe ser, por el contrario, motivo de seguridad y de confianza para los ciudadanos. Aquí no puede estar la raíz del miedo y de la intranquilidad general.

Lo que produce verdadero pánico, no en el pueblo llano, sino en la clase dirigente, es el general convencimiento de que, si la Ley y la Justicia continúan su curso, y los procesados hablan, terminará en la carcel, por asesino, el jefe X de la banda terrorista GAL. Y esta posibilidad aterroriza lo mismo al jefe de la oposición que a los banqueros, a los editores de los medios que a los periodistas. Menos mal que en la judicatura todavía no se han apagado los ecos individuales de la dignidad profesional. Y que en la radio se mantienen vivas las dos voces libres que acompañan a esa impresionante minoría de escritores y periodistas que alimentan cada día la llama del valor y de la lucidez en la sociedad civil. Los demás opinantes y comunicadores se dedican a meter miedo en el cuerpo social, con la esperanza de mantener escondida la cara atroz de X, comprando silencios o dictando amnistías, para salvar, dicen ellos, las instituciones. ¿Cuáles? ¿Las de extorsión y asesinato? Frente a esa cínica desconfianza en el funcionamiento normal de sus instituciones, debemos proclamar a los cuatro vientos que no hay régimen de poder que merezca durar un solo día si ha de ser mantenido con el crimen y la mentira sobre el crimen. Como Roma ante Cartago, la verdad y la democracia exigen que sea destruida la oligarquía de partidos, corrompida y sindicada en el crimen de Estado con el oligopolio editorial, para salvar la ciudad de los ciudadanos.

28 Diciembre 1994

«¡Oye ministro, esta noche soltamos a éste!»

José Amedo

Reportaje de Melchor Miralles

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En la segunda entrega de sus memorias, los ex policías Amedo y Domínguez relatan las implicaciones del dirigente socialista García Damborenea en el desenlace del secuestro de Marey, su estrecha colaboración con Julián Sancristóbal, y ese día en el que el entonces gobernador civil de Vizcaya llamó a Barrionuevo para decirle que «esta noche soltamos a éste»

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Una serie de Melchor Miralles

«Yo sólo veo ahí a un viejo, y les digo: ¿pero éste quién es? Y me dice el marroquí, Mohamed Talbi: `Segundo Marey Samper’».

Ese día, el 4 de diciembre de 1983, nunca desaparecerá de la memoria de José Amedo. Se quedó asombrado. El esperaba al etarra Mikel Lujua Gorostiola y los mercenarios le presentaban, noche cerrada, frío, mucho frío, a un hombre de edad que se llama Segundo Marey Samper, que esperaba sentado, y vigilado, «en una especie de montículo».

Estaba con Talbi y Echalier. Respecto a este último, Amedo insiste, incrédulo, ciertamente asombrado: «Era como un gorila, un tío gordo. Yo con los dientes que me tiritaban de frío y el tío éste en niki, y con los pantalones mojados. Creo recordar que el viejo estaba en pijama, un pijama de rayas. Y digo: `¡joder!, no va a pasar frío ni nada el tío éste’. Y no decía ni pío. Digo, pues bueno. Total, que cojo el coche, lo meto y doy a la calefacción, porque estaba tiritando. Y le comento a Talbi que a ese tío teníamos que llevarlo para el otro lado, ¡vete echando hostias para el otro lado! Yo pensaba que ése no era el que decían Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo, el Mikel Lujua Gorostiola».

El grupo se había visto envuelto en un trance relativamente cómico que había adquirido tintes que serían grotescos si no se tratara de un drama.

«Sí, porque a todo esto, el viejo decía: `No, yo no he hecho nada’. Y digo yo: `¡Hostias!, hay que echarlo para allá echando hostias’. Total, que bajo con el coche, para mandarlo para el otro lado. Y viene el policía del puesto fronterizo y me dice: `Oye, Amedo, que vayas a la comisaría, que te llama el gobernador de Bilbao’».

Dejó el coche aparcado. Los mercenarios Talbi y Echalier le aguardaron dentro del vehículo, en el que también se encontraba, por supuesto, Segundo Marey Samper, aterrado, atemorizado, incrédulo de la situación que estaba viviendo, anonadado ante una experiencia de la que él no habría podido ser protagonista ni siquiera en los sueños más imaginativos que pudiera crear.

Siguió las instrucciones y llamó al gobernador, a Julián Sancristóbal. Amedo se expresa con naturalidad. Me explica que cree recordar que «estaban reunidos en Jefatura, en la vivienda de Alvarez; estaban reunidos Ricardo García Damborenea, Julián Sancristóbal, Paco Alvarez y Miguel Planchuelo, y al mismo tiempo comunicándole el proceso al ministro de Interior, José Barrionuevo». ¡Y no se inmuta! Formula tan grave acusación con tono grave y gesto extremadamente serio, pero sus palabras han sonado sin un énfasis especial. Amedo trata de reconstruir el diálogo que mantuvo con el gobernador:

-Julián Sancristóbal.- A ver, oye, Pepe, ¿cómo se llama ese tío?

-José Amedo.- ¿Cuál?. Aquí hay dos tíos que preguntan por un tal Miguel y un viejo que me ha dicho que se llama Segundo Marey Samper.

-J.S..- ¿Tiene alguna cicatriz en la cara?

-J.A..- Mira, yo no le he visto ninguna cicatriz en la cara, pero voy a echarle para el otro lado.

-J.S..- Espera, espera un poco. (Pasan unos segundos en los que él está debatiendo con otras personas). Tráetelo, tráetelo, que al salir del túnel de Basauri te esperan dos funcionarios, te esperan ahí en un coche y tú tráetelos. El primer túnel que hay yendo hacia San Sebastián desde Bilbao.

Amedo asegura que la orden no se correspondía con sus deseos, pero que no tuvo más opción que obedecer. «Digo, ¡joder!, pues bueno, me han dicho que le lleve, pues yo le llevo. Cojo carretera y creo que eran ya como las cuatro de la madrugada, o las cinco. Ibamos los tres. Y ahí estaba esperando, cuando salí del túnel, otro coche, y se bajan unos compañeros, dos funcionarios de Policía. Eran Julio Hierro y Paco Saiz Oceja. Les digo: `Aquí están los tres metidos, y si luego hay que soltarlo, pues habrá que soltarlo’».

«¿Por qué habéis

cogido al tío éste?»

«Total, ya tenían organizado el tema, y yo de eso no sabía nada. Total, que uno, no recuerdo si Hierro o Saiz Oceja, dice, bueno, se mete alguno, no recuerdo si también el viejo con ellos, y uno empieza a interrogarle, ahí en la carretera. Termina y me dice que les siga. Yo les sigo… carretera, carretera hacia Santander. Pasamos Laredo, pasamos Colindres y seguimos por la carretera hacia Santander. Yo conozco bien la zona y ahora podría recordar más o menos por dónde era. Hay una zona en la que hay una carretera que va a la izquierda, justo al lado de un cuartel de la Guardia Civil. Al menos allí estaba entonces. Yo les sigo hasta un monte, estaba muy lejos. Les dejo allí y me largo, y digo: `¡Joder!, ahora tengo que volver yo solo a Bilbao’. Serían ya las seis de la mañana, o las siete, y era invierno. Total, que cojo el coche y a ver si consigo salir a la carretera otra vez. Porque era como un camino subiendo al monte, a un monte del quinto carajo. Y les dejo allí y me largo, me largo solo».

Julio Hierro y Francisco Saiz Oceja (al que siempre llaman Paco) se quedaron en el monte, con Segundo Marey Samper y con los mercenarios Talbi y Echalier, esperando a que amaneciera para bajar a una casa en la que estaba previsto alojar al secuestrado, en la que Amedo asegura no haber estado nunca, en ningún momento. El subcomisario regresó a Bilbao.

«Serían las ocho o las nueve de la mañana, y no había dormido en toda la puta noche. Llego a Jefatura y allí estaban el gobernador Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo. Me preguntan que dónde estaba el tío éste y yo les digo que, ¡joder!, se lo he dado a Julio Hierro y Paco Saiz Oceja, y por ahí se han quedado, en el monte. Ellos me dijeron que vale, vale, correcto. Y les pregunto: ¡joder!, ¿por qué habéis cogido al tío éste?. A todo eso estaban detenidos en Francia Argüelles y los otros».

Se refiere al inspector Gutiérrez Argüelles y los tres miembros de los GEO que habían sido detenidos y encarcelados en Francia por el secuestro frustrado del etarra José María Larretxea, al que pretendían canjear por el capitán Martín Barrios, secuestrado por ETA (pm) VIII asamblea.

Habla de corrido. En ocasiones se trata de un relato algo desordenado, desdibujado por el tiempo. Pero Amedo tiene grabados a fuego en la memoria todos los detalles trascendentes, hechos y sucedidos que, él lo sabe muy bien, pueden cambiar significativamente el curso de la historia del «caso GAL». Podría decirse con propiedad que, al escuchar ahora a Amedo, Pepe Amedo, sus cambios de tono marcan los instantes en los que está aportando datos que convierten lo que hasta ahora ha sido el «caso Amedo» en el «caso GAL». Advierto que Pepe deja de sentirse «caso», algo que le contraría, y siente liberación al traspasar a otro tan desagradable condición.

El comunicado

de Sancristóbal

Ahora está ante uno de esos momentos trascendentes. Su voz adquiere esa cadencia que le da a los momentos estelares. «Argüelles y los otros estaban detenidos en Francia. Sí. Y allí estaban a primera hora de la mañana Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo en Jefatura. Y, a todo esto, por allí entraba con mucha frecuencia Ricardo García Damborenea. Ese día estaba por allí, como tantos otros».

Una gran sorpresa. No es la primera vez que lo escucho, pero no puede atribuírsele el mismo valor a lo que no deja de ser un comentario, por más que éste sea frecuente, que a un testimonio como el que me está aportando José Amedo. Ricardo García Damborenea, en el mismo saco que los jefes de Amedo y Domínguez en los GAL. Y la cosa está empezando, según deduzco del orden del relato.

«Hace pocos días me encontré en Madrid con Paco Alvarez. Se hizo el encontradizo y me llevó a un Vips. Me pregunta cómo están las cosas. Hablamos».

De nuevo reconstruye el diálogo, esta vez con facilidad. Se trata de un encuentro recientísimo:

-Francisco Alvarez.- Oye, Pepe, ¿no cantaréis, no?, porque os van a joder.

-José Amedo.- Paco, a mí ya me han jodido. Lo del tema de Marey sé que está muy revuelto. Y Ricardo García Damborenea lo tiene jodido, ¿eh?, Ricardo lo tiene mal.

-F.A..- ¡Joder, Pepe!, que eso sólo lo sabemos tres.

-J.A..- No, Paco, eso lo sabrá más gente.

Tras este paréntesis, Amedo regresa en su explicación a la Jefatura de Bilbao, 5 de diciembre de 1983, nueve de la mañana de un día de frío, de mucho frío. «Ricardo entraba y salía. En una de sus salidas, me dicen Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo que Ricardo había dicho que el secuestro había que explotarlo políticamente. Dije que bueno, que yo me ponía totalmente al margen del tema».

Se fue del despacho y durante dos días no quiso saber nada de Marey, excepto lo que publicaba la Prensa. Amedo insiste en que estaba muy preocupado. El día 7 le llamó Miguel Planchuelo, y le invitó a presentarse en su despacho con rapidez. Obedeció y al llegar, allí estaba de nuevo la pareja inevitable, Planchuelo y Alvarez. Planchuelo le explica que han llevado al «inspector jefe» al lugar en que permanecía secuestrado Marey, para mantener una entrevista con Talbi. El «inspector jefe» era el nombre en clave que utilizaban con frecuencia Alvarez, Planchuelo y Amedo para referirse a Julián Sancristóbal.

Acto seguido, le comunicó que debía personarse en el Gobierno Civil, en el despacho de Sancristóbal. Pero la conversación se interrumpió debido a que el propio Sancristóbal se presentó de improviso en el despacho de Planchuelo.

«Aparece Sancristóbal con un papel en la mano. Me dice que voy a tener que llevarlo. Nada más aparecer por la puerta del despacho de Planchuelo. Vas a coger esto…¡Ni por los cojones me imaginaba yo lo que estaba pasando! Vas a llevar esto y se lo vas a dar al moro. El moro o el paracaidista, no recuerdo cómo cojones le llamó a Talbi. Se lo das y le dices que desde una cabina, no, que lo traduzca al francés y que llame a Francia a una emisora de radio, no recuerdo cuál, y creo también que al diario Sud Ouest. Se lo das al moro y que llame, que lo traduzca al francés y que llame. Y después te los traes a los dos a Bilbao, les metes en una habitación del Ercilla y entráis por el garaje para que no os vean, y les subes a la habitación».

«Julián tenía algo ya escrito en el papel que traía, y delante de mí añadió unas líneas más el propio Julián. Las escribió sobre la mesa de Planchuelo. Era un comunicado».

Se pone de pie. A Pepe Amedo le gusta enfatizar en ocasiones su relato escenificando los hechos. Se pone de pie, se ajusta la chaqueta y se mueve de adelante para atrás. La mano derecha extendida, con el comunicado bien sujeto, te-lo-doy-no-te-lo-doy, a la derecha, a la izquierda. Pierna izquierda fija en un punto del suelo, pierna derecha hacia adelante, inclinado el cuerpo hacia mí, en ademán de entregarme el papel. Pero no, vuelta atrás. Me fijo en Amedo y termino imaginándome a Sancristóbal en el despacho de Planchuelo, del «Plancha», nervioso, repartiendo instrucciones, actuando como jefe, pero atrapado por una situación que él tenía que ser consciente de que era comprometida, por más sensación de prepotencia e impunidad que derrochara ante sus subordinados.

Sancristóbal le entregó a Amedo un folio. Seguro que Sancristóbal no pensaba que once años después, ese papel, manuscrito por él mismo, iba a serle entregado a un magistrado de la Audiencia Nacional por el mismo José Amedo. Si hubiera aceptado esa hipótesis no habría actuado de ese modo. Ciertamente, parece que Amedo estaba en lo cierto cuando hablaba de prepotencia. Aunque más parece una actitud fruto de una sensación de impunidad sin límites.

El texto estaba escrito situando el papel en horizontal. Amedo me entrega una fotocopia. El original, hoy en poder del juez juez Baltasar Garzón, se conserva en buen estado. Está mínimamente deteriorado y tiene la tinta sudada en los pliegues, pero se lee sin dificultad alguna. Dice literalmente: «Escuche. Le hablo del secuestro de Segundo Marey. (Esta expresión aparece repetida y tachada en la segunda escritura). Hemos encontrado en su casa goma 2, pistolas y (esta frase, incompleta, tachada con una raya). Está secuestrado por sus relaciones con ETA militar ocultando terroristas y por participar en el cobro del impuesto revolucionario. Como éste irán desapareciendo todos los implicados. REPETIR Y CLIC».

La expresión «los implicados» aparece escrita, evidentemente, por una letra diferente al resto del texto. Incluso, las palabras «REPETIR Y CLIC», escritas con letras mayúsculas, también podrían haber sido manuscritas por otra persona, aunque este detalle es menos evidente a la vista.

Debajo del texto que aparece en el documento, que obra en el sumario que instruye el juez Baltasar Garzón, se aprecia en una mancha que parece responder a una palabra que ha desaparecido por la aplicación de una goma de borrar.

Segundo Marey no tenía nada que ver con ETA. Unicamente, mantenía buena relación de vecindario con algunos refugiados, pero jamás se ha podido establecer vínculo alguno entre Marey y la organización terrorista.

Amedo asegura que Sancristóbal redactó delante de él parte del texto, y dice tener la seguridad de que al menos las palabras «los implicados» las escribió el ex número dos de Interior. Respecto al resto del comunicado, en el careo celebrado la pasada semana entre el ex policía y Sancristóbal, Amedo le dijo: «Pues o lo escribiste tú o lo escribió Ricardo», por García Damborenea.

«Que compren cal

y lo entierren»

Amedo reitera que delante de él «Julián escribió algo. Y yo digo: pues que chorrada, es una imbecilidad. Yo me bajé con el papel y hacia las siete de la tarde llegué a Cantabria al lugar en que estaba secuestrado Marey. Julio Hierro iba y venía de Colindres a Bilbao, y les daba datos a Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo. Era, además, el que abastecía de víveres a los dos policías que estaban todo el rato custodiando al secuestrado. Julio me baja a estos tíos, a dos policías que estaban allí con él, que estaban hasta los cojones, bajan allí y después estoy con el moro y con Echalier y se van los compañeros».

«Les dije que, ¡joder!, cómo se debe pasar allí, que es una chabola y hace un frío terrible, y tal y cual, y olían a mierda de cojones. Talbi me dijo que querían tomarse una copa. Me los llevé a un bar de Colindres. Me acuerdo totalmente de que hay una cabina junto a la carretera general, que hay una cabina enfrente de una cafetería que se llama Atenas. Primero se tomaron unas copas. venían oliendo muy mal y tenían ganas de beber. Recuerdo que se pidieron unos cubalibres. Le dije a Talbi que debía traducir el texto al francés y llamar, lo que me había dicho Julián».

En este tramo de la historia pare-

Les digo: ¿vais a enterrar al viejo?. No me jodas. Si enterráis al viejo, yo canto. Entonces me amenazan a mí. Les insisto en que no tiene ninguna lógica, en que es mejor que le soltéis y le deis bombo al tema. ¿Pero cómo váis a enterrar al viejo?, digo yo. Si lo enterráis yo no me callo. Y me dicen que entonces me van a mandar -destinado- a Dantzarinea, me dicen: te vamos a joder la vida, no te vamos a hacer comisario, y tal y cual. Les dije que me importaba tres cojones, pero que yo con ese tema en la cabeza no me quedaba, ¿eh? Con un viejo que no ha hecho nada y la hostia, lo vais a enterrar para no tener problemas. ¿Pero problemas de qué?, lo mismo que se le ha llevado, se le podrá devolver. Y entonces, ante esa posición, que yo me planto de firme, pues entonces deciden sacarlo, pero la intención era enterrarlo. Y es más, creo recordar que les mandaron hasta comprar la cal, para que desaparezca, ¿eh? Creo que ya tenían comprada la cal».

El protagonismo

de Damborenea

Me quedo asombrado. Cuesta creer lo que Amedo está relatando. Desgrana cada detalle tratando de ser minucioso. Muestra una actitud de autocomplacencia, se siente satisfecho al asegurar que le salvó la vida a Segundo Marey. Siempre se refiere a él mencionando su segundo apellido, Samper. De lo contrario, habla de «el viejo».

«En esas fechas salió un segundo comunicado en Francia. Otro comunicado anónimo, sin siglas. Decía que si no soltaban a los policías españoles que estaban presos, a Argüelles y compañía, que se cargan a Marey. Creo que ese comunicado lo hizo Alvarez. No sé si llamaron a una comisaría de Francia o a una emisora de radio, no sé a dónde cojones llaman. De eso yo me entero después. Y, evidentemente, muy pocos días antes de soltar a Marey, pues los otros, los policías españoles, salieron antes de que soltaran a Marey».

Míchel Domínguez ha permanecido silente un largo rato, limitándose a asentir gestualmente durante la explicación de Amedo. Espera su momento para explayarse. Pero a veces interviene para matizar o reforzar los argumentos de Amedo: «Ellos, los franceses, sueltan a los GEO que estaban presos antes de que se libere a Marey. Es un punto importante, porque piden la suelta de ellos y salen antes de que se le suelte».

Amedo vuelve con Ricardo García Damborenea. Es consciente de la importancia que tienen sus afirmaciones sobre el que fuera hombre fuerte de los socialistas vizcaínos. Insiste en que «Sancristóbal y Ricardo dijeron que al viejo había que enterrarle». Le pregunto si en alguna ocasión ha asistido personalmente a alguna reunión en la que estuviera presente Ricardo García Damborenea, si ha mantenido muchas conversaciones con él.

Me responde fijando su mirada en mi rostro. Como tratando de otorgarle rotundidad a sus acusaciones, intentando transmitir veracidad: «Yo me cruzaba con él en el despacho de Planchuelo. Iba con mucha frecuencia a darle instrucciones, y en especial cuando Sancristóbal se fue a Madrid». Insisto en mi interrogatorio. Reclamo detalles. ¿Había conversación entre vosotros? «Me guiñaba el ojo y punto». Y Amedo comienza a guiñarme su ojo derecho insistentemente. Repite el gesto hasta seis veces. «Me guiñaba el ojo, nos cruzábamos y me guiñaba así el ojo. Así, así. Si iba a entrar yo en el despacho y él salía, me guiñaba el ojo. Incluso, algunas veces nos cruzamos entrando o saliendo del Ercilla, me veía y me guiñaba el ojo. ¡Debía ser un truco especial!».

«Y más datos. Recuerdo que un día me comentó Planchuelo que había que decirle a Ricardo que tenía que devolvernos la metralleta que le habíamos dejado, que la tenía en su casa, hay que decirle que nos devuelva la metralleta que se ha llevado, una metralleta de la Jefatura, porque vamos a tener problemas. No sé si la devolvió o no, pero supongo que lo haría».

Se esfuerza Amedo en aportar datos sobre Damborenea. Tiene muy claro que aporta a su relato una nueva vía de investigación de las responsabilidades sobre los GAL, esta vez no sólo en el ámbito penal, sino también político. «Damborenea tenía aquí un protagonismo claro y evidente, rotundo. Su criterio se imponía en alguna ocasión, por lo que yo veía y por lo que yo notaba, por lo que a mí me comentaban. Se imponía a decisiones que llegaban de Madrid. No formaba parte del organigrama de Interior, pero tenía un peso específico en este tinglado de cojones».

Prosigue. «Damborenea, de eso me enteré después, fue quien, cuando yo estaba en Dantzarinea hablando por teléfono y diciendo que al viejo había que echarle otra vez para el otro lado, me dijo que se le llevara a Bilbao. El estaba en el despacho junto a Sancristóbal, Alvarez y Planchuelo, esperando el desenlace de la operación, esperando mi llamada».

Y añade otro detalle trascendente, a la vez que regresa en el tiempo en su relato. Lo hace para referirse a la entrevista que el «inspector jefe», Sancristóbal, mantuvo con el mercenario Talbi en el lugar en que se encontraba Marey. Otra reunión insólita de la que no recuerda la fecha, pero que tuvo que ser, siguiendo la cronología de su relato, antes de la lectura del comunicado desde la cabina telefónica de Colindres. «Creo que fue un domingo… no sé. Planchuelo y Alvarez llevaron al gobernador al monte de Colindres donde estaba Marey. Los tres, fueron los tres. Avisaron por los transmisores para que subiera Talbi. Se entrevista con ellos, en el monte. Me dijeron: hemos llevado al «inspector jefe» a ver al paracaidista, al moro, no sé cómo cojones le llamaban».

La explicación de Amedo llega al día 13 de diciembre, siempre de 1983. Ese día, por la mañana, Planchuelo le informa de que ha de incorporarse a una reunión en el despacho del gobernador. «Llego allí y lo primero que me dice Julián es que… me da 50.000 francos franceses de aquella famosa bolsa, del maletín que llevó con un millón de francos. Me da 50.000 y me dice que si tengo a alguien que me los cambie sin dejar rastro. Le digo que sí y me voy a cambiarlos, y me dieron el dinero, que era un millón de pesetas más o menos. ¡No es calderilla, cojones! Mi amigo me miraba como diciendo que de dónde había sacado yo ese dinero. Uno puede cambiar 1.000, 2.000…, ¡pero 50.000! Bueno, total, que yo se lo llevé al Gobierno Civil, y me dijo Julián que me quedara, porque iba a venir Planchuelo. Nos sentamos en un sofá».

El gobernador y el subcomisario, mano a mano, frente a frente. «Empezó a hablar del tema de la democracia, de la alternancia, de ETA. Me suelta un rollo democrático de la leche y de que luego, pues viene la alternancia. Oye, Pepe, ya sabes cómo es la democracia, y tal. Empieza a meter un rollo de democracia, me cuenta que el tema de ETA hay que solucionarlo».

«¡Oye, ministro!»

Le pido que me explique cómo era el despacho de Sancristóbal. Insisto en que trate de recordar detalles de la estancia. «¡Puf!, hace ya mucho tiempo. Yo sé que tenía unos sofás… Tenía que pasar por una secretaria que estaba lindando con su puerta y tenía, según entras a la derecha, creo que a la derecha, unos sofás amplios. Era un despacho muy amplio. Enfrente de los sofás, como en una esquina, estaba la mesa. Yo me senté en una silla que estaba al lado de su lugar. No al otro lado de su sitio, sino al lado, como en una esquina».

Reitero mi petición de detalles de la entrevista. Si recuerda cómo iba vestido Sancristóbal. «De eso no me puedo acordar. Supongo que como era diciembre, llevaría… No me acuerdo. Tenía una ikurriña en el despacho, y la bandera española».

Pero ese día sucedió algo que Pepe Amedo no podrá olvidar, probablemente, jamás. En un momento dado, Sancristóbal tomó con su mano derecha el auricular de un teléfono, uno de los varios que tenía en la mesa, el que le conectaba de modo directo con el Ministerio de Interior. «Julián estaba pegado a mí, estábamos sentados a medio metro de distancia. Descuelga y le escucho decir: ¡Oye, ministro!».

Amedo pega un respingo. Revive la escena. «Delante de mí. ¡Joder!, estaba pegado a mí y llama a Barrionuevo. Marca directamente, no pasa por la secretaria, porque debían de tener un teléfono que interfiere las conversaciones, vamos, que las distorsiona. Llevan unos códigos. Planchuelo también tenía un teléfono de ésos. También le he visto yo marcar un número, un día que llamó Argote (Jorge Argote, que fue abogado de Interior durante años, y primer defensor de Amedo y Domínguez). Un día que Argote y él hicieron un chanchullo cuando murió aquel obrero de Reinosa, ¿te acuerdas?. Planchuelo y Argote marcaron y dijeron: ¡Ministro! Hicieron un chanchullo con el tema aquél, contrataron a una médico de Zaragoza y la untaron, y luego deformaron el parte médico, o algo así creo que era. Me acuerdo que Argote llamó y dijo: «oye, ministro, esto ya está arreglado, ya está arreglado, ya tengo todo arreglado con la médico, ya está el parte, y estuvo explicando». Sé que era una chapuza que se hacía».

Su intención de no hurtarle al relato ningún detalle le lleva a perderse en ocasiones. Estábamos en que Julián Sancristóbal interrumpió la conversación que mantenía con Amedo. «Coge el teléfono y marca, no sé si uno o varios números. Creo que marca uno sólo, porque tenía uno que creo que era línea directa. Se pone directamente el ministro. Le dice, ¡oye, ministro!… No me acuerdo cómo le dice, si soy Julián Sancristóbal o… No me acuerdo exactamente. Pero algo así como: oye, ministro, si no te parece mal, si no te parece mal esta noche le soltamos a éste. Ricardo y yo hemos decidido soltarle a éste, ¿te parece bien? Bueno, vale, vale… Fue breve, fue una conversación breve. De las palabras que decía Julián yo interpreté que el ministro Barrionuevo le estaba diciendo que le mantuviera al corriente. ¡Tenme al corriente!».

En ese momento, Amedo constataba la importancia y la trascendencia de los acontecimientos que estaba viviendo en ese despacho del Gobierno Civil, en la Plaza Moyua de Bilbao, la Plaza Circular. «Al escuchar esa conversación de Julián con el ministro, me dije: ¡tócate los cojones! Delante mío. Llamó a Barrionuevo y le dijo que sí le soltaban. Que ha dicho Ricardo que es el momento oportuno, y no sé qué, y no sé cuántos… Yo tuve un poco la sensación de que él lo que estaba haciendo era justificando un poco lo que estaban haciendo, dando una explicación política a lo que se estaba haciendo. Ellos tenían montado el proyecto y yo no sabía lo que iba a venir. Entonces es cuando aparece Planchuelo».

La llegada de «Plancha» al despacho del gobernador es el principio del fin del secuestro, de la pesadilla de «el viejo», de Segundo Marey Samper. «Llega Planchuelo y me dice que me vaya a Dantzarinea para ver cómo estaba el terreno, para preparar el terreno. Así lo hice. Al llegar le dije al jefe de la Policía que esa noche iba a venir Planchuelo con no sé quién y no sé cuántos, para hacer una operación aquí, y tal y cual. Y me ha dicho que procures que esté todo despejado. Y para allá otra vez, a Bilbao».

José Amedo había preparado el terreno. Segundo Marey no sabía todavía a esas horas, mediodía del 14 de diciembre de 1983, que el desenlace de su secuestro se aproximaba. Permanecía en una casa de la montaña cántabra, en pijama, embutido en un pijama de rayas pese a que hacía un frío que hacía castañear los dientes a un tipo curtido como Pepe Amedo.

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APOYO

«¿Dónde está Metge? Se mató»

Guy Metge, el comisario francés amigo de José Amedo, era una pieza clave del puzzle de los GAL, una organización con estructura en España y Francia, formada por diversos comandos con responsables diferentes, integrados por mercenarios y funcionarios policiales españoles y franceses.

Le pregunto a José Amedo si sabe dónde se encuentra ahora Guy Metge, y responde con dos palabras: «Se mató». Ya no será posible conocer su testimonio. «Se mató o le mataron. No lo sé. En un accidente. Apareció muerto en un accidente de coche a finales de 1985 o 1986».

Los ex policías José Amedo y Míchel Domínguez se enteraron casualmente del fallecimiento del colega francés. Explica Amedo que un día le encargó a Míchel que llamara Metge de su parte. Tercia Míchel para explicarlo: «Llamé y me dijeron que lo habían enterrado el día anterior».

«Habitualmente le llamaba Pepe, pero ese día llamé yo. Pepe llamaba y preguntaba por él en el trabajo, y se ponía. Esa vez preferíamos que llamara yo para hablar en francés. Me preguntaron quién era yo, me hicieron un montón de preguntas. Yo decía que era un amigo, y ellos querían saber si era un familiar. Como yo insistía en que no era nada más que un buen amigo, me dicen, de pronto, que ha fallecido. Me dijeron que en un lamentable accidente de coche. No me dijeron dónde, no me quisieron dar detalles».

A los dos policías les quedaron dudas. Pensaban que podía ser una estratagema de alguien. Recordaban que en los últimos contactos les había explicado que había visto cosas raras, y había reclamado discreción en las llamadas y las citas.

Para cerciorarse, hicieron durante varios días gestiones. «Nos lo confirmaron, un accidente en una carretera rara, o algo por el estilo. Quién sabe lo que sucedió. No hemos vuelto a saber nada. No hemos indagado más».

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APOYO

«Apretáis aquí y hay doce o nueve segundos para largarse»

José Amedo se había desplazado desde Bilbao a Colindres. Talbi había traducido el comunicado y lo había transmitido telefónicamente, desde la cabina. Echalier, «como un gorila y sin decir ni pío». Amedo se había llevado a los dos mercenarios a Bilbao. Ya estaba en el hotel. Todo según las instrucciones de Planchuelo.

Pepe Amedo recuerda la estancia en el hotel. Y una entrevista, una más, de los jefes con los mercenarios, el «moro» y el «gorila». «Nada más llegar a la habitación llamé a Planchuelo y le digo: estamos aquí. Estamos pidiendo unas copas. Poco después aparece, y junto a él, Alvarez».

Traía prisa, Planchuelo. Se dirigió a Talbi. Echalier, siempre espectador de los acontecimientos, ya se sabe, como un gorila y sin decir ni pío. «Planchuelo le dijo: bueno, os habéis confundido, y tal y cual. Saca un fajo de francos franceses y les dan 20.000 francos a cada uno. Os habéis equivocado, y tal y cual, decía éste. Pero bueno, no os preocupéis, porque vais a hacer otras cosas. Y ellos, contentos con la tela. Y les dicen algo así como que si eran capaces de hacer algo».

Planchuelo hablaba de futuro. «Total, que si tenéis que hacer una operación dentro de dos o tres días. Y le dan una bolsa así de grande (gesticula Amedo con los brazos extendidos), que tenía como una pera en el asa. Les dicen que esa bolsa la tenían que tirar en el bar…creo que dijeron Mingo, de San Juan de Luz, que está debajo de Artea. Dice, apretáis aquí y hay doce segundos, o nueve segundos de tiempo para largarse. Y los otros, sí bwana. Entonces dicen que les van a pagar por esa operación».

Hablaban Planchuelo y Alvarez, inseparables, casi como una misma persona. «Sí, hablaban los dos, pero todo estaba supervisado por los otros, por Julián y por Ricardo García Damborenea».

Tercia Míchel: «Un inciso. Creo recordar que me dijiste, porque hace mucho tiempo de esto, creo recordar que me contaste que, cuando tú estabas con ellos en la habitación, aparecieron éstos con la bolsa y les dijeron todo el tema, y al marcharse, comentaron: se va a caer el edificio, chaval, se va a caer el edificio».

A Amedo le sorprendió lo de la bolsa. Se preguntaba de dónde habían sacado el explosivo, «porque en la Jefatura no hay explosivos. Un día estuve en la Jefatura, durante el secuestro de Marey, y aparecieron por allí unos Geos de Guadalajara, no sé si eran un teniente, un capitán y dos oficiales, y entraron en el despacho de Alvarez. Yo estaba allí. Y vi una caja así de grande y de gorda, unos chorizos que no veas, explosivos. Luego me lo cuentan a mí los Geos. A ellos les mandaba Sancristóbal, o da la orden Barrionuevo, o alguno del tinglado, y los Geos, pues, a obedecer, sin saber para qué cojones era».

Amedo veía el cajón, con los explosivos, y le extrañaba. «Y en el despacho del jefe superior. Y luego, pues me dice que me vaya a tomar algo por ahí con ellos. Me tomo algo, y me cuentan el viaje desde Guadalajara, y que han tenido que ir a Ríotinto a recoger eso. Van a Ríotinto a hacer prácticas con explosivos, van allí y piden explosivos, no hacen las prácticas y terminan en Jefatura».

Una vez que Talbi y Echalier reciben el dinero y la bolsa con el explosivo, José Amedo monta con ellos en su vehículo. «Yo les llevo a Dantzarinea, y pasan la frontera por un puentecito por el que se evita el puesto policial. Se van por el puente con la bolsa y desaparecen del mapa».

Según me contaron personas que le conocían, Jean Pierre Echalier es un tipo con un ligero toque siniestro. Además, padece alcoholismo crónico. Después se supo que fue él quien se quedó con el explosivo y decidió entregárselo a la Policía francesa, sin explicar su procedencia. Era, además, un confidente. Reunía muchas de las características habituales de los mercenarios.

Fue juzgado, junto a Mohamed Talbi, Pedro Sánchez y Raymond Sanchis en Francia por su participación en el secuestro de Marey, y condenado a 12 años de prisión.

29 Diciembre 1994

Alvarez a Míchel: «¿Tú serías capaz de matar a alguien?»

José Amedo

Reportaje de Melchor Miralles

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«¡Hombre!, tengo que hablar contigo muy seriamente de tu conocimiento de la lengua de Molière». Con estas simples palabras de Francisco Alvarez empezó la relación de Míchel Domínguez con los GAL, relación que lo llevó a la cárcel de Guadalajara y que el ex policía relata hoy minuciosamente en esta tercera entrega de las memorias de Amedo y Domínguez

«Bueno, pues lo mío es mucho más sencillo que lo de Pepe».

Si Amedo es todo carácter, impulso, temperamento y escenificación, Domínguez representa e interpreta el papel opuesto. Sabe que tiene un rol secundario en esta película basada en hechos muy reales, y asume ese segundo plano, incluso, con satisfacción. Se diría que ahora le proporciona más fuerza. No se le borra de la memoria que, en su caso, su lugar de nacimiento y la lengua que aprendió de niño condicionaron su vida de un modo imprevisible.

No se le oculta a Míchel Domínguez que muchas veces, el éxito de la estrella del reparto depende en gran medida del resto del elenco. Sabe cual es su sitio y espera su momento. Creo que es, en el fondo, algo esquivo, pero vence su timidez natural y se muestra accesible y abierto.

Está relajado, aunque es de natural nervioso. Seis años y medio a la sombra no pasan en balde, y su aspecto denota más años de los que en realidad tiene. Bajo la apariencia de funcionario concienzudo y algo risueño se oculta otra personalidad. Su mirada se filtra a través de los cristales de unas gafas sencillas que conceden a su rostro un aspecto de candidez que no se corresponde con un tipo como él, curtido ya en mil batallas policiacas.

Ha llegado su momento, ya está sabiendo mostrarse desconocido para unos compañeros que, quizá, nunca llegaron a conocerle del todo: duro, firme, sereno e implacable en el cuerpo a cuerpo, en el cara a cara. Hasta ahora, Domínguez se ha limitado a escuchar a Pepe Amedo, asentir, corrobar y añadir algún detalle. Cuando el jefe llega en su relato a la mañana del 14 de diciembre de 1983, al día en que se decide la liberación del secuestrado Marey, Domínguez irrumpe en escena. Su figura adquiere relevancia en el guión. Comienza a desgranar detalles con precisión. Y explica que debe comenzar, «para que todo se comprenda bien», con una pequeña introducción.

«Bueno, lo mío es más sencillo que lo de Pepe. Yo ingreso en el cuerpo en 1980. Soy de la primera promoción que hizo tres años de escuela. En 1982 trabajo en Barcelona en prácticas y, tras jurar el cargo, me toca llegar a Bilbao».

El itinerario policial de Domínguez se inicia en la Brigada de Seguridad Ciudadana y transcurre entre Bilbao y Madrid hasta llegar al Gabinete de Identificación de la Jefatura de Vizcaya.

«En el Gabinete estuve hasta diciembre de 1983, cuando comenzó todo esto. Estando en ese destino, el jefe superior, Francisco Alvarez, se enteró no sé cómo de que yo hablo francés, que domino el francés, y bueno, pues un día me dice Alvarez: ¡hombre!, tengo que hablar contigo seriamente de tu conocimiento de la lengua de Molière. Digo, bueno, pues vale, y me convoca a su despacho unos días después».

Inicialmente, Francisco Alvarez le habla a Míchel Domínguez de una hipótesis profesional que podía suponer una experiencia de máximo interés. «La primera proposición fue de coger y marcharme a Francia a vivir, o sea, liberarme totalmente de España, irme con documentación francesa. Yo me establecería allí con mi familia, me saco el carnet de conducir francés, hago todo eso y llego allí. Ellos me hubieran gestionado la forma de buscarme trabajo. Hablaban de un bar, un traspaso, alguna cosilla que me permitiera introducirme, conocer gente para poder pasar información legal sobre si ahora un etarra está en España o se le ve por Francia, es decir, labores puramente de información».

Le planteaban convertirse en un infiltrado de lujo, una tentación para un joven policía con ambiciones profesionales, con ganas de estar en primera línea. La idea de ser un topo le seducía a Domínguez. Quizá se veía de protagonista de una trama inspirada en alguna novela de Mickey Spillane. Empezaba a pensar que hablar francés tan correctamente como castellano le abría una puerta de futuro.

«Sí, meter un tío infiltrado, directamente de la Policía, viviendo allí. Se lo cuento a mi mujer, le explico qué sería irnos a vivir a Francia. Me pareció una cosa muy bonita dentro de la información. Yo de ETA no sabía, bueno… que era una banda terrorista y todo eso… pero yo, ¿conocedor de los intríngulis de ETA?… Algún cursillo que nos dieron, que a nosotros sí nos prepararon un poco, nos dieron un cursillo para técnicas antiterroristas y tal, alguna noción, pero vamos, yo no… Tenías una vaga idea, como pueda tener… Vamos, un poco más que un ciudadano normal, pero… vamos, que no estabas puesto en el tema de ETA. Y entonces me pareció muy bonito el tema.».

Aunque la oferta se la formulaba el jefe superior, Francisco Alvarez, tampoco se creó Domínguez grandes ilusiones inicialmente. «Es que era una inversión a largo plazo. Era un tema en el que, bueno, los frutos no iban a ser inmediatos, era colocar a un tío y que a lo mejor eso iba a funcionar pues al cabo de un año, o de seis u ocho meses, y tal. Y estos tíos quieren las cosas muy deprisa normalmente».

Pronto se desvanece la ilusión de Míchel. «Entonces, de repente, en diciembre de 1983, me dice un día el jefe del gabinete que Alvarez quiere hablar conmigo, pero no le comentes nada a nadie, y tal y cual. Se ve que Alvarez le debió decir, llévatelo contigo, para ver si yo comentaba a los demás algo. Yo no comento nada. Al día siguiente nos vamos Alvarez y yo, paramos en San Sebastián y nos piramos para Francia. Nos vamos hasta Pau, donde estaban trincados los Geos. No, bueno, ya los habían soltado, y el tema es que íbamos a ir al Consulado, porque en el Consulado había efectos personales de ellos, para traérnoslos, simplemente para eso».

Francisco Alvarez estaba analizando cada gesto, cada movimiento, cada palabra de su subordinado. No perdía detalle, procesaba la información. Alvarez buscaba una persona con características muy determinadas y Míchel reunía algunas de ellas. Su origen y sobre todo su dominio del francés simplificaban otras consideraciones sobre el escrutinio. Ese factor fue determinante para que Alvarez decidiera incorporar a Domínguez a la zona oscura de la lucha contra el terrorismo de ETA. Sus propias raíces marcaron su destino.

«Al mismo tiempo ahí hace Alvarez su tanteo para ver si comento con alguien algo. Regresamos y simplemente traemos los efectos personales de ellos. Me dice, oye, pero de esto no comentes nada y tal. Y no comento nada y así se quedó el tema. Voy al despacho de Alvarez y, entonces, ahí estaba Planchuelo. Yo no conocía de nada a Planchuelo, yo en esa época no conocía ni a Pepe, ni a Planchuelo ni nada».

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«Pepe, éste es Míchel Domínguez».-

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Míchel me explica detalladamente cómo mientras permaneció destinado en el Gabinete de Identificación, no mantuvo contacto alguno con los compañeros que trabajaban en el ámbito de la lucha antiterrorista. Incluso, no conocía a la gente que se movía por la Jefatura más que de vista. Llevaban ritmos profesionales radicalmente opuestos y es sabido que los policías de Información tienen a gala no mezclarse con los compañeros que desempeñan tareas de otra índole. Incluso, se refieren a ellos en muchas ocasiones de modo despectivo, restando importancia a su tarea.

El día 12 de diciembre de 1983, la vida de Míchel Domínguez da un vuelco. El no podía siquiera imaginarse, cuando Francisco Alvarez le llamó a su despacho, hasta qué punto al franquear el umbral de la puerta estaba comenzando a cimentar un episodio vital y un itinerario profesional que iba a dar con sus huesos en una celda de la prisión de Guadalajara.

«Me llama el jefe y me presenta a Planchuelo. Mira, éste es el jefe de la Brigada de Información, y me dice… Esto son palabras textuales de él: ¿Estás dispuesto a ayudar a personas que están en la lucha contraterrorista? Los terroristas asesinan a los policías, y hay que acabar con eso. Mira, te he llamado para ver qué estarías tú dispuesto a hacer y tal… ¿Tú serías capaz de matar a alguien?».

Míchel agrava el rictus. Trata de mostrarme, once años después, el mismo rostro de asombro que asegura haber mostrado a Alvarez ante una pregunta tan directa. Reconstruye el diálogo que mantuvo con Francisco Alvarez y transmite la sensación de que lo está viviendo de nuevo.

-Francisco Alvarez.- «¿Tú serías capaz de matar a alguien?.

-Míchel Domínguez- Hombre, yo así… yo no he matado nunca a nadie.

-F.A..- Hombre, ¿pero serías capaz de matar?.

-M.D.- Hombre, yo, para defender mi vida, pues sí tendría que matar a alguien… pero así como así, pues no.

-F.A..- Pero, ¿tú estarías dispuesto a colaborar aquí para… en temas para ayudar a otras personas en temas un poco comprometidos y tal?

-M.D..- Hombre, bueno, hasta ese punto de colaborar en alguna cosa de yo qué sé, de ayudar en algo a otras personas y tal, pues bueno, pero lo otro no.

-F.A..- Esto se trata de que hay una persona que hay que soltar, que ha habido un secuestro. Ya te lo explica el jefe de la Brigada, te lo explica un poco mejor y te vas con él.

«Así comenzó todo. Tenían mucha prisa, debía estar esperando él llamadas o debía tener que llamar, tenía prisa. Entonces me voy con Planchuelo a su despacho, el día 12, y me dice. Pues vente mañana por la mañana, no sé si me dijo a las nueve o así, vente mañana por la mañana y te explico y ya te presento al que va a ser tu jefe de grupo».

Acató sin rechistar el cambio de destino, y a las nueve de la mañana del día siguiente, 13 de diciembre de 1983, se presentó de nuevo en el despacho de Planchuelo, en Jefatura. En el fondo, Míchel estaba satisfecho. Para un policía, trabajar en Información es lo más. Y pensaba que esa tarea requería mucho sacrificio. Incluso, estaba dispuesto a transgredir alguna frontera legal si se trataba de algo importante y sus jefes se lo ordenaban. Creía que era lo lógico.

Lo primero que hizo «Plancha» fue presentarle al que iba a ser su nuevo jefe. «Mira, éste va a ser tu jefe. Te presento a Pepe Amedo. Pepe, éste es Míchel Domínguez. Pepe te va a explicar un poco».

Y Pepe le explicó un poco, apresuradamente, en el bar de enfrente a Jefatura. «Mira, hay un tío secuestrado. Yo le digo que sé lo que he leído en la Prensa, salteado, pero vamos, que no le he prestado ninguna atención. Y entonces Pepe me deja con otro compañero, con Julio Hierro Moset, uno de los que se había ocupado de trasladar a Marey hasta Cantabria, de los que le recogieron en el túnel de Basauri, y se marcha. Yo me subo a Jefatura con Hierro, entramos en un despacho y allí me dejó. Me dijo que venía en un segundo».

El comisario Julio Hierro, entonces inspector, regresó con celeridad. «Y entonces me trae un pedazo de comunicado en español, pedazo de comunicado para traducirlo, en papel, me trae unos folios y tal. Yo cojo, lo traduzco y es la primera vez que aparecen ya las siglas de los Grupos Antiterroristas de Liberación. Lo firman, y entonces, termina diciendo: tendréis noticias del GAL. Entonces, yo traduzco eso, lo paso».

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El primer comunicado.-

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En efecto, Domínguez estaba traduciendo al francés el primer comunicado en que aparece la firma de los GAL. Se recibió en Radio Popular de San Sebastián. El texto literal era el siguiente:

«A causa del crecimiento de los asesinatos, de los secuestros y extorsiones cometidos por la organización terrorista ETA sobre suelo español, programados y dirigidos desde el territorio francés, nosotros hemos decidido eliminar esta situación.

Los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), fundados a tal objeto, exponen los puntos siguientes:

1.-Cada asesinato por parte de los terroristas tendrá la respuesta necesaria, ni una sóla víctima quedará sin respuesta.

2.-Nosotros manifestamos nuestra idea de atacar los intereses franceses en Europa, ya que su Gobierno es responsable de permitir actuar a los terroristas en su territorio impunemente.

En señal de buena voluntad y convencidos de la valoración en propiedad del gesto por parte del Gobierno francés, nosotros liberamos a Segundo Marey, arrestado por nuestra organización a consecuencia de su colaboración con los terroristas de ETA.

Recibirán noticias del GAL».

Domínguez recuerda que en el momento de traducir el texto, «yo tampoco sé que es el primero que lleva las siglas, no sé si es el primero que va así. Yo empiezo el día 13 en eso, y me trae Julio Hierro un comunicado para traducir. Yo recuerdo el texto, toda la mandanga ésa que se puso en el comunicado. Cuando termino de traducirlo al francés, lo paso yo a máquina. Lo repetí un par de veces, porque no salía bien cuadrado, para que entrara todo en un folio. Y entonces yo intento quedarme… mi intención es quedarme con ese comunicado, porque Julio Hierro me dijo, luego lo rompes, y tal».

Míchel no consiguió su propósito. «Cuando yo termino, antes de que me dé tiempo a hacer que trituro otro papel y quedármelo, viene Hierro y lo coge, y lo tritura él. Ese no me lo pude quedar. Entonces eso, sé que hicieron fotocopias de todo eso, para disimular la letra. Hicieron fotocopias de fotocopias de fotocopias, para que no se notara la letra de la máquina».

Esta vez Míchel Domínguez no consiguió su propósito de poder guardarse un comunicado. Pero poco después sí tuvo oportunidad de conservar un documento que hoy, once años después, se ha convertido en una prueba de cargo.

Recuerda Domínguez cómo «una noche se presentó en mi casa Planchuelo. Lo hacía con frecuencia, a horas intempestivas, como Alvarez. Me llevó a su despacho y, en mi presencia, comenzó a redactar un comunicado. Era el mes de mayo de 1984. Creo que el día 3. La organización había asesinado al etarra Pedro María Goikoetxea y herido a Jesús Zugarramurdi. Planchuelo tomó una cuartilla que llevaba impreso en su parte superior el menbrete de la Jefatura Superior y su nombre, su cargo, jefe superior. Comenzó a escribir. Se detuvo y decidió cambiar de hoja para modificar el texto. Entonces, yo me quedé, sin que él se diera cuenta, esa primera hoja. El terminó el comunicado, lo traduje y lo dí a la radio en una cabina. Pero me quedé con la primera hoja».

El texto manuscrito por Miguel Planchuelo decía literalmente: «Aquí GAL. Uno de nuestros comandos ha ejecutado al terrorista de ETA Pedro Mª Goicoechea Errazquin y herdio gravemente a Jesús Zugarramurdi Huici».

La pasada semana, durante el careo entre Domínguez y Planchuelo, el juez Garzón le exhibió al comisario el manuscrito. Planchuelo se mostró sorprendido, dudó durante unos segundos, balbuceó y terminó por reconocer que se trataba de su letra. Acosado por una prueba documental altamente comprometedora, Planchuelo aseguró ante el magistrado que tenía «la costumbre de copiar todos los comunicados de los GAL para archivarlos». Una explicación tan insólita como difícilmente creíble.

Amedo, mientras Míchel desgrana cada detalle de su relato, se mueve por las habitaciones en la que hablamos, de un lado para otro. De vez en cuando se sienta, siempre cuando quiere hacer alguna precisión o añadir algo. Ahora me cuenta un detalle que tiene su importancia.

«Yo quiero aclarar que en una ocasión alguien habló de reivindicar la cosa en nombre del Batallón Vasco Español, y entonces dio una orden tajante Sancristóbal de que Batallón Vasco Español no. Deberían estar pensando ya en otras siglas. Entre el comunicado ese que yo le ví redactar en parte a Sancristóbal, el del día 7 de diciembre, anónimo, y éste del 13, entre esos dos están decidiendo Julián Sancristóbal, Ricardo García Damborenea y Barrionuevo qué siglas se ponen».

Míchel retoma el hilo de lo sucedido ese día 13 que marcó su vida. «Julio Hierro, cuando terminó con lo del comunicado, entonces va y me dice: ¡vámonos!».

Se subieron al coche de Hierro y tomaron la carretera de Santander. «Me anunció que íbamos a Santander. Yo, esa carretera nunca la había tocado, yo no sabría llegar de ninguna manera. Tardamos bastante rato en llegar, había un buen trecho y, bueno, está en el monte, totalmente en el monte. Desde ahí, una vez que llegamos a la zona, llamó por un walkie a los que estaban en la casa, una casa en el fondo de la ladera, toda medio derrumbada. Entonces se asoma un tío desde allí y le hace: ¡hey!. Y me dice que vamos a bajar. Bajamos andando. El aviso era para que, si veían a alguien, supieran que éramos nosotros».

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Marey, con el mismo pijama.-

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Cuando Míchel llega al lugar en que permanece secuestrado, conoce a dos de sus compañeros, los que permanecían custodiando a Marey.

«Nos reciben a Hierro y a mí los dos funcionarios que estaban allí, y nos dicen: estamos aquí hechos polvo, a ver cuándo termina esto. Entonces, Julio Hierro dice: nada, nada, esta noche ya se acaba, esta noche le damos suelta a éste y ya se termina. Uno de los otros dice: ¡jo!, ya que hay uno más aquí… Entonces me presentan, éste es Míchel, aquí fulano y fulano. Ya que hay uno más, dice el otro, ¿qué pinto yo aquí?, a ver si me puedo ir, que llevo un montón de días fuera de casa, y mi mujer… Y le dice Hierro: que no, que ya le he avisado a tu mujer que ibas a tardar y tal. Tras una pequeña conversación, Hierro y uno de los que estaban en la casa se marcharon».

«Entonces nos quedamos fuera un poquito y digo: ¿y qué tal por aquí?. Y me dice: ¡jo!, vaya días que llevamos aquí, no veas tú, aquí con el tío éste, ¡joder!, está más nervioso que la leche, además, aquí aguantando con el tío éste, ¡no veas cómo estoy!. Y ya verás cuando veas cómo está eso ahí dentro, no veas, aquí aguantando con esto, estamos deseando ya que termine. Incluso, ha habido un momento en que decían que incluso se iba a quitar al tío de en medio. ¡No veas!, esto ha sido una leche».

Cuando Míchel Domínguez comienza a explicarme el estado en que se encontró a Segundo Marey y las características de la casa en la que llevaba diez días secuestrado, su rostro se transforma, encoge los pómulos, se le achinan los ojos, en un gesto de asco. «Cuando me veo aquello, pues se te cae el alma al suelo. Era una casa de piedra, medio derruida, como de la edad de piedra, todo hecho polvo. La puerta principal, de dos hojas… Todo hecho una mierda. Una casa que te cagas, destrozada».

Le pido que me haga un croquis, pero me explica que es muy mal dibujante. Ante mi insistencia, se pone de pie a mi lado, toma un bolígrafo y un papel, se inclina hacia adelante y garabatea la forma y la distribución de esa casa con impericia. Cada tres o cuatro palabras repite la misma interjección: ¡no veas!. Su tono y el énfasis de su expresión denotan que en ella, Míchel resume toda la impresión que le causó lo que tenía ante sus ojos. Realmente, debió impresionarle de modo notable.

«Tenía una especie de distribuidor, todo hecho polvo, y a la izquierda, el hueco de una puerta, que daba a la cocina. Esta habitación tenía el techo en condiciones, las paredes completas, pero era terrible. Tenía una cocina de esas antiguas, de hierro…era como la edad de piedra. No había ningún mueble. No había sillas. De frente, un funcionario sentado en el suelo, junto a la cocina. En la cocina, el fuego encendido, que daba calor. Era el único calor que había en la casa. Hacía un frío que pelaba. Y a la izquierda de la cocina, éste sentado en el suelo, Marey, sentado en el suelo, pero no porque le tuvieran castigado sin silla, es que no había sillas para nadie. Mesa no sé si había, me parece que no, me parece que hasta comían de las latas».

En este punto de su explicación, la boca de Míchel escupe las palabras a velocidad de vértigo. Lo reitera todo, se acelera, intenta transmitir su sensación de asco acelerando la pronunciación de las palabras.

«Marey estaba en el suelo, con la cabeza vendada, una venda de la nariz para arriba, le tapaba todos los ojos. Estaba vendado el tío, el hombre ahí sentado, vendado el tío, para que no viera a nadie. Llevaba puesto el mismo pijama que el día que le cogieron, el mismo pijama con el que le encontraron al soltarle. ¡Era el mismo pijama!, de rayas, creo. No tenía ni abrigo ni nada. En esa cocina estaban calentitos, había el calor de la leña y tenía una manta, pero ni jersey ni cazadora, una manta del Ejército».

«Como para echarse a temblar».-

Durante el juicio celebrado en Francia contra Talbi, Sánchez, Echalier y Raymond Sanchis por éste secuestro, el propio Segundo Marey declaró que los hombres que le habían secuestrado hablaban en francés, pero aclaró que quienes le habían vigilado durante el cautiverio se expresaban en castellano. Y precisó que nunca pudo verles el rostro. Incluso, pese a que los cuatro acusados confesaron su participación en los hechos, Marey insistió en todo momento, temeroso, que él no podía reconocer a los secuestradores.

Los funcionarios que custodiaban a Marey disfrutaban de una comodidad que se le negó al secuestrado. «Ellos… uno llevaba puesto un pantalón de pana y unas albarcas, uno de estos zapatones, de estos tipo albarca, y como una pelliza. Dentro hacía igual de frío que fuera, pero en la cocina, con el fuego, se podía estar. Tenían leña que ardía en la cocina, pero la leña se la tenían que apañar ellos para intentar cogerla. Como fue mucho tiempo, tenían que cortar ellos la leña, me parece que había un remanente».

La vivienda en la que alojaron al secuestrado debía ser como para echarse a temblar, y no de frío precisamente. «A la derecha de esa especie de distribuidor había otra habitación, que tenía el techo medio derrumbado. Tenía una cama, nada más, una cama grande es lo que yo recuerdo, de matrimonio. Creo recordar que había por allí unos sacos de dormir, no estoy seguro. Lo que sí recuerdo perfectamente es que me comentaron que dormían cada uno en un lado con Marey en medio, para que no se escapara y para darse calor unos a otros. El dormía en medio y ellos, uno a cada lado. Uno de los funcionarios me explicó: ¡buah!, allí dormíamos los tres con mantas, y dormíamos uno a cada lado y Marey en medio para que no se nos escapara. ¡Dormían todos juntos en una cama!».

¡Cielo santo! Parece de todo punto increíble. No doy crédito a lo que me está contando Míchel Domínguez. Estoy ante una de esas ocasiones en la vida en la que la realidad supera con creces a la ficción. Jamás podría haber imaginado la situación que me está explicando, anonadado.

«Durante todos los días que permanecieron en esa casa, sólo comían latas, era todo latas. Las latas, los víveres, se las llevaba Julio Hierro, que iba y venía, se comunicaban por walkie. Estuvieron comiendo a base de latas todo el tiempo. Al viejo le trataban bien, dentro de lo que podían, de lo que se le podía tratar, porque ellos mismos no tenían la más mínima comodidad, o sea, estaban los tres en condiciones totalmente infrahumanas».

«Estuvieron diez días allí metidos y estaban hechos polvo, estaban mosqueados, estaban hechos polvo, y el sitio… el sitio es, pues para que te hagas una idea, de esas casas antiguas de pueblo, de piedra, esos caseríos antiguos, viejos, pero todo hecho polvo, todo derruido, como de la Edad de piedra. No tenían ni para lavarse. No había agua corriente ni nada. Y me decían: a ver si termina ésto de una vez».

Se acerca el fin del secuestro de Segundo Marey. Míchel Domínguez sigue con su relato, una historia amarga. «Los tíos estaban hartos. Mis dos compañeros llevaban allí, ¡en esa casa!, diez días con el viejo».

Fueron diez días intensos. Sin duda. A la propia incertidumbre y a la tensión propias del secuestro que estaban protagonizando estos dos funcionarios que obedecían órdenes de sus superiores, se añadió un acontecimiento inesperado que Míchel recuerda bien.

«Mis colegas me contaron, antes de salir para liberar a Marey, que un día, no recuerdo cuál, uno de los diez días que estuvieron allí, de pronto se dan cuenta de que se acercan a la casa unos guardias, una pareja de la Guardia Civil. Me dicen: Un poco más y terminamos todos mal, nos trincan con el tío. Se acercaba la pareja y uno de mis compañeros salió a hacerles frente para evitar que entraran en la casa y vieran al viejo. Salió, se identificó y les explicó que estaban allí pasando unas jornadas como de excursión, en el campo, y tal, y tal, unos días de campo y tal en la casa aquélla».

Los policías que custodiaban a Marey informaron inmediatamente de lo que había sucedido. José Amedo, que ahora se ha sentado un rato y sigue con atención las explicaciones de Domínguez, tercia en el relato: «Cuando se le informó a Julián Sancristóbal, dió orden de que no apareciera más por allí la Guardia Civil. Yo me enteré de eso más tarde, en la toma de posesión de Iñaki López como gobernador civil de Vizcaya».

(Iñaki López, veterano militante del socialismo vizcaíno pese a su juventud, yerno de Nicolás Redondo, fue el sucesor de Julián Sancristóbal como gobernador. Tomó posesión de su puesto, en el edificio de la Plaza Moyua de Bilbao, el 22 de febrero de 1984, y cesó el 12 de septiembre de 1988).

«El día que tomó posesión estaba Damborenea, estaba Nicolás Redondo, estaba allí todo el mundo. También Rafael Masa, coronel de la Guardia Civil».

(Rafael Masa, ya ex guardia civil, pues ha sido expulsado tras ser condenado en un sumario por torturas. Mantuvo relación con José Amedo y con mercenarios de los GAL. Fue investigado en relación con el asesinato de Santiago Brouard. Investigaciones periodísticas y testimonios de mercenarios le señalan como uno de los hombres importantes en la trama).

«Se formó un corro. Por allí estaban todos, estaban también Planchuelo, Alvarez y Ricardo García Damborenea. Y Masa dice, en un grupo en el que estaban Ricardo, Planchuelo y Alvarez. Dice Masa: ¿qué pasaba el otro día, hace ya días, en los montes aquéllos de la zona de Santander?».

Míchel Domínguez retoma el hilo de su discurso. Santander, Marey a punto de ser liberado. «Yo estaba alucinado con lo que me encontré. Empecé a hablar con él en francés, a decirle que esté tranquilo, que ya mismo se le va a soltar, que no va a pasar nada. Y el hombre decía que estaba muy desesperado, que ya estaba harto de eso. Mis compañeros me contaron que llegó a decirles un día que tenía un dinero, algo así como 60.000 francos, en Francia, que se los daba si le mataban cuanto antes. Que iban a Francia, les daba el dinero y le mataban. Con tal de que le mataran… A mí me dijo: si me tienen que matar, que me maten ya. Y yo: que no, que no le va a matar nadie, que no pasa nada, que esta noche se va para casa, que no pasa nada, tranquilo, tranquilo, porque se ponía nervioso. Tranquilo, tranquilo. Se quería levantar. Y yo, por favor, estese tranquilo».

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«¿No es ya la hora?».-

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Cada poco tiempo, Marey se dirigía a Domínguez preguntándole la hora. Pese a que habla castellano aceptablemente, para Marey el encontrar a una persona que le hablaba en francés le sirvió para adquirir con él algo de confianza. «Estaba todo el tiempo con la hora. Me decía que a qué hora nos íbamos. Yo le explicaba que tenía que esperar un poco, porque hasta la noche, nada. Insistía en saber la hora. Le dije que, más o menos, hasta las doce de la noche. Entonces, cada dos por tres me preguntaba la hora».

La angustia de Marey debía de ser máxima. Incluso, el relato de Domínguez me produce a mí cierta angustia según la escucho. «Si yo me despistaba algo, si salía a la puerta un poquito a airearme, por no estar ahí metido, en cuanto salía, Marey decía: el francés, el francés, que venga otra vez. Y yo volvía, y trataba de convencerle de que estuviera tranquilo. Nos habían dicho que a las doce nos avisarían para que saliéramos y liberarle. Pero se acercaba la hora y nada».

«Dieron las doce pasadas, él me preguntaba: ¿no es ya la hora?, hace poco me ha dicho que eran las once y media. Y yo le engañaba, y le decía: no ha pasado tanto tiempo, tendrá usted la sensación de que ha pasado muy deprisa, pero no, no son las doce todavía. Ahora vendrán los coches, no pasa nada. Y así hasta que ya salimos».

Se pone en marcha el mecanismo de liberación del secuestrado. «Aparecen los coches arriba. Llaman con un pocket. Nosotros ya habíamos recogido las cuatro cosillas. El hombre está que no puede subir… es todo un pedregal por donde subimos. Yo le agarro así, por debajo del hombro, agarrado así para subirle la cuesta. Subimos hasta la carretera, peñascos arriba, como podíamos, era todo abrupto. El no podía, llevaba los ojos vendados, y como había estado sentado en el suelo mucho tiempo, él no podía. Y tampoco mis compañeros, que habían estado en las mismas condiciones. No podían cargar con él. Yo le sujetaba».

Una vez iniciada la subida, Domínguez casi arrastrando a Marey, los dos policías a su lado, surgió otro imprevisto. «De pronto vemos que pasa un señor que bajaba cortando la ladera. Un tío ahí. Cogemos y nos agachamos. Marey iba a hablar, y yo le dije que no: no, no, no. Por favor, cállese. Si quiere que esto termine bien, cállese, por favor, no complique las cosas. Y el tío se queda callado».

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«Me van a matar, me van a matar».-

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Una vez que se encuentran con los coches que acuden a recogerles, Domínguez se introduce en uno de ellos con Marey. «Los otros, no recuerdo. El mío lo conducía creo que Julio Hierro, y yo con Marey detrás. El hombre iba tumbado ahí, tan tranquilo, sin causar el más mínimo problema. Iba un coche delante por si había algún control, para abrir paso».

Llegado este punto, Amedo y Domínguez hablan al alimón. Se interrumpen para precisar, para añadir cualquier detalle.

-José Amedo.- Planchuelo y yo íbamos en el coche de adelante.

-Míchel Domínguez.- Tu con Planchuelo delante. Detrás, los que estábamos en la casa con Marey. Al llegar al túnel de Basauri, se volvió a repetir un poco la operación de la otra vez. Allí hubo un pequeño intercambio y se quedó alguien. Se quedó gente, se unió un coche más, y vosotros os adelantásteis. Nosotros fuimos con dos coches para allá, para Dantzarinea. Vosotros íbais más deprisa.

-J.A..- Nosotros íbamos delante para garantizar que hasta llegar a Dantzarinea estaba todo despejado. Yo ya había avisado por la mañana allí. Yo fui a Dantzarinea por la mañana a arreglar las cosas, regresé a Bilbao y después, a la noche, primero a recogeros, ya con Planchuelo, y de allí a Dantzarinea.

-M.D..- Entonces ya llegamos a Dantzarinea. Pasamos por el puente, detrás del puesto del paso fronterizo. Ahí hay una venta que se llama Chez Pantxo, es un caminito que hay que va a parar a un puentecito que pasa al otro lado. Se cruza a Francia sin aduana ni nada.

-J.A..- Sin ningún tipo de control.

-M.D..- Sí, sin control. Entonces ahí pasamos con Marey al, otro lado. Iba el hombre tapado con una manta de estas militares y llegamos al pie de un árbol grande. Había un río abajo y un árbol grande, y le dejamos allí. Recuerdo que el hombre… Yo le hablaba en francés, y me decía: me van a matar, me van a matar. Yo le decía que no, que no, que estuviera tranquilo, que pronto iba a estar en casa. Entonces me agarra de la mano, no se quería soltar, y hubo que cogerle, quitarle la mano para poderle soltar y sentarle, ahí al lado del árbol.

-J.A..-Con el comunicado en el bolsillo.

-M.D..- El comunicado lo llevaba en el bolsillo. Entonces uno dice: ¿cómo le vamos a dejar con la manta ésa española, del Ejército español? Y le quitaron la manta. Pasamos el puente rápidamente y, desde una cabina por ahí, llamé. Me dieron dos números y llamé a la Gendarmería. Volví a llamar, y digo: ¿ya lo tienen? Me dijeron que no, que todavía no. Dije en francés: Segundo Marey Samper está en el puente tal, les expliqué dónde estaba, en Dantzarinea, al lado de la venta Pantxo, pasado el puente. Al cabo de diez minutos volví a llamar. Me dije que a lo mejor no se lo habían tomado en serio. Oiga, que está ahí. Otra vez. Y ellos: que sí, sí, ya nos lo ha dicho. Y yo: pero oiga, ¡dénse prisa!, ¡que se puede congelar, que está con lo puesto y se puede congelar! Y así, un montón de veces. Oiga, ¡que se congela!

-J.A..- Y a la comisaría también.

-M.D..- A la comisaría y a la Gendarmería, a todos, había varios teléfonos. Y yo: ¡que se congela el hombre, que lleva media hora, que se va a congelar! Hasta que ya, una de las veces me dicen: ya le tenemos, o sea, me dicen ellos que ya le tienen. Cuando me dicen que ya le tienen, todo el mundo se queda tranquilo y fuera.

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29 Diciembre 1994

El traidor

Arcadi Espada

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El traidor hace progresar el mundo, nunca me cansaré de repetirlo. Miradle: hace unos meses era un caído, un hombre marcado por la infamia, una silueta contra el muro. Hoy es un traidor. O, mejor todavía, alguien -siempre se trata de alguien o de algo muy importante que ha adquirido categoría de eufemismo. Es decir, miradle: un arrepentido. Ha mejorado de status y eso es personalmente importante. Pero lo muy importante es lo colectivo: en las al cantarillas ya pueden entrar los poceros. Sólo esa gente muy naif considera que llegará un día en que ya no tengan que trabajar los poceros. La historia trata a los traidores como los dibujos animados a las serpientes. Es injusto y es necio. La traición es una forma exquisita de conocimiento. Y los habitantes de las altas regiones del espíritu debieran andarse con tiento: el buen traidor tiene siempre una trastienda moral que lo protege. Por encima del Jefe, siempre puede estar el Bien Común. O el interés de España. O la Verdad. Todas son grandes palabras, lo convendrán. No hay quien pueda con un traidor seriamente armado: siempre quedará indemne. Hoy especulan con que el último traidor se haya vendido por dinero: es no conocerlos. Hoy subrayan que a un hombre que mintió en el pasado no se le puede hoy conceder crédito: es desconocer que el que decide vengarse se venga con su verdad. Hoy dicen que ha comprado la vejez, su seguro de vida no saben que la condición de traidor siempre se alcanza desde la ultratumba.De este año maravilloso de España, que en estos días culmina; de este año decisivo, demoledor y fuerte el traidor se erige en el gran protagonista. Es su hora, pues, es la hora de la verdad. Especialmente, la de aquellos, ¡oh traidores máximos, refinados, sapientísimos!, que han actuado y actúan sin que nadie sepa a qué nuevo oficio ahora se dedican.

04 Enero 1995

Héroes de alquiler

Javier Pradera

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Las confesiones de Amedo y Domínguez incluidas en el sumario del caso Marey han iluminado aspectos desconocidos del terrorismo de Estado pero no han descubierto su existencia; la sentencia con que la Audiencia Nacional condenó en septiembre de 1991 a los dos ex policías a 108 años de prisión como inductores de seis asesinatos frustrados ya nos había familiarizado con un mundo poblado por policías fulleros, matarifes de bajos fondos y mercenarios chapuceros. Sin duda, será preciso aplicar poderosos coeficientes reductores de veracidad a las confidencias inculpadoras para terceros de esta pareja de comerciantes de la memoria, que hoy hablan por los codos acerca de asuntos que ayer decían ignorar; si durante más de siete años permanecieron mudos como sepulcros y negaron las evidencias de sus responsabilidades en la recluta de asesinos a sueldo para los GAL, cabe también sospechar que sus parlanchines testimonios actuales incurran en mentiras.En cualquier caso, la realidad del caso Marey se va abriendo paso entre las tergiversaciones y los falseamientos de esos oscuros personajes, elogiados hasta hace pocos días como patriotas por los mismos dirigentes socialistas que hoy les califican de indignos. El núcleo de la historia escrita a sangre y fuego en el País Vasco francés entre 1983 y 1986 son los veintitantos asesinatos perpetrados por los GAL; sin embargo, la alienada instrumentación política de sus siniestras hazañas también deja un regusto amargo. Si la sentencia de 1991 de la Audiencia Nacional revelaba cómo los fondos reservados eran la lanzadera oculta entre el crimen y la corrupción, Amedo y Domínguez relatan ahora que las crecientes necesidades de los cazarrecompensas llevaron a los intendentes de los GAL a estudiar la ampliacion del negocio mediante una industria de extorsiones mafiosas contra empresarios franceses.

Lejos de asumir sus responsabilidades de acuerdo con las normas del Estado de derecho al que afirman defender, los diseñadores políticos de aquella mortífera estrategia han resuelto al parecer sustituir el arrojo por la astucia y el coraje moral por la triquiñuela legal. En un tiempo no tan lejano, los militantes del PSOE recurrieron a las armas para defenderse de las agresiones callejeras fascistas o para combatir a la dictadura. Pero ha pasado la época en que la violencia de la sociedad civil podía estar justificada: el sistema democrático y el Estado de derecho entregan el monopolio de la violencia legítima al poder constituido. Las revelaciones de Amedo y Domínguez, sin embargo, denuncian que algunos altos responsables políticos del Estado durante la etapa de Gobierno socialista no sólo restablecieron clandestinamente la pena de muerte abolida por la Constitución, sino que también descargaron la ejecución de los asesinatos -con todos sus costes penales y morales- sobre mercenarios reclutados en el hampa, pagados con fondos reservados y dirigidos por funcionarios públicos.

Esta vez la naturaleza no ha imitado al arte: en las confesiones de Amedo y Domínguez, los rasgos de carácter y las motivaciones de los agentes secretos creados por la literatura o el cine brillan por su ausencia. Como señalaba Vicente Molina Foix en estas mismas páginas, los dos expolicías y los matones a sus órdenes actuaron por razones ajenas a cualquier idea de justicia; estos codiciosos héroes de alquiler trabajaban para el mejor postor, regateaban el precio de los asesinatos como si fueran servicios administrativos y retenían pruebas contra sus superiores para protegerse en caso de ser descubiertos. Las exhortaciones abstractas a comprender los crímenes de los GAL deberían bajar a estos detalles concretos antes de seguir emitiendo el inquietante doble mensaje según el cual los veintitantos asesinatos cometidos por esa banda entre 1983 y 1986 no fueron organizados por el Estado español pero deberían ser disculpados por los nobles motivos que supuestamente animaban a los verdugos y a sus inductores.

06 Enero 1995

El rencor

Juan José Millás

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Éste va a ser el año del factor humano, o sea, del rencor, porque el factor humano por excelencia es el rencor. Amedo y Domínguez han hablado por rencor; el contable de Filesa envió su historia a los periódicos por rencor; Aida Álvarez se construyó un chalé con neveras para los abrigos de piel por rencor (por rencor de clase en este caso); González y Guerra dejaron de hablarse por rencor; Garzón, según Barrionuevo, es el juez del rencor. Estamos, en fin, instalados en el rencor y esto ya no hay quien lo pare. Van, a salir rencorosos de todos los rincones para vengarse de la socialdemocracia orgánica. Es lo que no supo tener en cuenta Felipe González: el factor humano. Al final el factor humano es capaz de desbaratar la operación más sofisticada del mundo. No es que el PSOE haya sido sofisticado la verdad, miren a Amedo, poro ellos creían que sí: tenían esa imagen de sí mismos, por lo menos hasta que Boyer se volvió loco por los sanitarios, y Luis Solana (¿recuerdan a este sujeto?) en lugar de tirar de la manta, se la lió a la cabeza y fundó la primera empresa de cochinadas telefónicas: de algún modo tenía que rentabilizar el hombre sus años al frente de la Compañía Telefónica Nacional de España. Ahora también escribe rencorosos artículos contra los jueces, en los que contextúa, con precisión y moral socialdemócratas, los crímenes del GAL. Sigue tan alto y tan ingenioso como entonces. De manera que saque usted el rencor del trastero y póngaselo sobre los hombros, que este año no se puede salir a la calle sin rencor. El mío se ha quedado un poco anticuado, porque es un rencor de cuando, la lucha de clases. Pero a lo mejor se lo doy a Anguita, para que le haga unos arreglos, y me apunto otra vez a esa lucha, no por amor al proletariado, la verdad, sino por rencor al PSOE. O sea, por el factor humano.

13 Enero 1995

El Torturador

Juan José Millás

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No es verosímil que dos delincuentes, condenados en sentencia firme a 108 años de cárcel, tengan capacidad para provocar una crisis de gobierno. Resulta increíble también que sus esposas fueran recibidas regularmente por un secretario de Estado, y que cobraran sueldos con cargo a los fondos reservados de Interior. O la realidad se atiene a unas reglas mínimas de verosimilitud o nos volvemos todos locos.Porque es que no hay quien se crea, por ejemplo, que el Estado se querelle contra Amedo para meterlo en la cárcel después de los esfuerzos que hizo para sacarle; sin embargo, ha venido en los periódicos y lo han dicho por la radio y la televisión. Y, quién se traga que se encuentren en prisión ahora mismo personajes como Conde, Romaní, De la Rosa, Sancristóbal, Juan de Justo,» etcétera, mientras que el mismísimo ex director de la Guardia Civil está en busca y captura. Tampoco es fácil seguir, sin perder la razón, el juicio de Al Kassar: parece un juicio de pesadilla, sobre todo si tienes que encajar las declaraciones de este sujeto en el puzzle de locos anterior. Lo de Al Kassar es mejor no seguirlo, como si no existiera; si sucede algo, ya nos enteraremos. No se puede estar a todo.

Menos mal que en medio de todo este cúmulo de cosas increíbles ha sucedido, algo verosímil: Rafael Vera ha denunciado a Garzón por torturar, coaccionar y amenazar al que fuera su secretario en el Ministerio del Interior. A lo mejor no es verdad, pero ahora no importa tanto que las cosas sean verdad como que resulten verosímiles, y Garzón siempre ha tenido cara de torturador. Todos los. que hemos seguido su carrera sabíamos que este sujeto mal encarado disfrutaba martirizando a sus víctimas; no hay más que ver la cicatriz que le atraviesa el rostro para hacerse una idea. Qué respiro.

15 Enero 1995

Dos ratas

Manuel Vicent

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Oigo por la noche las mandíbulas de dos ratas que están royendo la viga maestra del Estado. También oigo en la oscuridad sus patas correr unas veces por dentro del cielo raso y otras chapotear en la charca que hay debajo de mi sueño. Son dos ratas muy especiales: escriben cartas al ministro de Justicia y mandan telegramas a un fiscal general. Éste las ha recibido en su despacho. Pero el trabajo principal de los insignes roedores Amedo y Domínguez consiste en comerse el fundamento del Estado como si fuera un queso de bola. No obstante, mi sueño es plácido porque sé muy bien que cuando despierte me encontraré con que este país ya está regenerado gracias al patriotismo monetario de dos ratas policías. Puede que Felipe González acabe derribando el propio templo sobre sí mismo, aunque en el cataclismo tal vez caerá la viga maestra del Estado sobre la cabeza de los filisteos, después de haber sido roída a fondo por unos asesinos que llevan el honor en el pasador de la corbata y con la derecha se van rascando los testículos de la patria. Mientras tanto, el juez Garzón ha recuperado la antigua felicidad. Entra y sale de la Audiencia Nacional sonriendo y con el abrigo por encima de los hombros, como hacían los progresistas en la sala de fiestas Carrusel en los años setenta con la idea de poner la pista dé baile patas arriba sólo, con su mirada seductora. Y todo este desastre ha sucedido porque González ha cometido la insensatez esquizoide de nombrar por primera vez en la historia de ministró del Interior a un hombre honesto que cree en la justicia. El papa Juan XXIII también creía en Dios y estuvo a punto de cargarse a la Iglesia. Los buenos papas son los que no creen en Dios por la misma razón que los ministros del Interior tienen la obligación de ser unos, cocodrilos y salir del asador con un palillo entre los dientes después de las comidas. Así está España. Las ratas Amedo y Domínguez han sustituido a Giner de los Ríos y Gumersindo Azcárate, dos preclaros regeneracionistas. Estamos salvados.