15 junio 1982

Éxito militar de Margaret Thatcher al frente del ejército de Gran Bretaña

Argentina se rinde ante Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas, el Presidente Galtieri anuncia su dimisión

Hechos

El 15.06.1982 el General Galteri anunció la rendición de Argentina ante Gran Bretaña en la Guerra de las Malvinas. El 17.06.1982 anunció su dimisión como Presidente de Argentina.

Lecturas

La caída del último dictador argentino fue portada en el país y en todo el mundo. Temporalmente habrá un nuevo Dictador, el General Bignone, que coordinará el país hasta la convocatoria de nuevas elecciones.

Thatcher La primera ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, fue la gran ganadora de la guerra, puesto que su popularidad en aquel país creció después de aquella contienda.

16 Junio 1982

EI final de la aventura

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La aventura que emprendió al comenzar abril la Junta Militar argentina, entusiasta, soberbia y agresiva, ha terminado con una rendición humillante. No hay indicios de que el régimen que ensayó inicialmente sus ejercicios de fuerza y su capacidad de fuego contra los ciudadanos de su propio país cumpla la obligación de asumir la derrota y desaparecer entre los desperdicios de la historia. Desde su asalto al poder, la Junta ha presidido las matanzas, desapariciones, prisiones y torturas de miles de argentinos; ha empujado al exilio a otros millares de personas; ha derrumbado la economía y las finanzas del país; ha silenciado la cultura; ha amordazado la información y ha sofocado todas las libertades públicas. Las madres de la Plaza de Mayo son el testigo heroico y mudo de esa agresión de un Gobierno contra su propio pueblo. El acto final de arrogancia e incompetencia de la dictadura ha sido conducir a sus soldados de reemplazo a una guerra para la cual, estos militares politizados, estos políticos militarizados, no tenían la menor preparación, no sin antes envolverse en la capa del honor y del patriotismo histérico para cegar a su pueblo (ceguera a la que ha ayudado una tiranía que no ha permitído la menor voz discordailte). Su error político fue creer que el Reino Unido no estaba en condiciones de responder a la agresión o de emprender a su vez una aventura: que a ellos les parecía imposible. Su error militar, no advertír desde el principio que, una vez puesta en marcha una fuerza como la británica, la Junta no podría detenerla con sus medios. La lección que los estudiosos pueden aprender de esta guerra es que, desde un punto de vista militar, hay más distancia entra la costa argentina y las islas Malvinas que entre el archipiélago y el Reino Unido. La geografia resulta engañosa con los nuevos medios de la revolución tecnológica.Persevando en sus errores -y una de las características de uina dictadura es que no tiene nunca capacidad para reflexionar, rectificar y volverse atrás-, la Junta rechazó todas las ofertas razonables de mediación y negociación, utilizando el chantaje de¡ todo o nada. Hasta la visita d.el Papa fue desvirtuada en sus propósitos pastorales y ecuménicos y puesta al servicio de una estrategia de manipulación informativa. Aun en los últimos rnomentos, la Junta, desde la cómoda lejanía de Buenos Aires, fue capaz de ordenar la resistencia hasta la muerte, transfiriendo a sus inferiorizados soldados, al desbordado general Menéndez, la tragedia de una situación sin salida, emitiendo partes engañosos (acogidos con fruición por Televisión Española, cuyos esfuerzos para que la situación militar correspondiera a sus pronósticos han sido inútiles) e inventando una euforia que no guardaba la mas mínima relacíón con la realidad.

La aventura ha terminado. La sangrienta promesa del general Leopoldo Fortunato Galtieri de sacrificar la vida de 40.000 argentinos en el altar de su propia rnegalomanía y en aras de la justificación histórica de su aventurerismo politico ha quedado, afortunadamente, desbaratada por los hechos. Al igual que el capitán Astiz en las Georgias, el general Menéndez, otro temible represor de sus compatríotas, ha optado en isla Soledad por la rendición, que ha evitado una cruel y absurda carnicería. Ese gesto humanitario, que ha permitido salvar la vida a cientos y miles de soldados argentinos, no tiene más sombras en su perfil que la imposibilidad de resucitar a los muertos y que el recuerdo de las inhumanas jactancias de esos héroes de guardarropía, dispuestos a sacrificar las existencias ajenas siempre que no corra peligro la propia, y firmemente resueltos a salvar el pellejo aun a costa de que se les humille mediante la comparación de su conducta con sus anteriores bravatas e insolencias.

Empieza, en cualquier caso, otra etapa del conflicto. La Junta afirma que no ha perdido la guerra, sino sólo una batalla o un combate. Pero la confrontación bélica forzosamente ha de dejar paso a las negociaciones. No puede pensarse, por ahora, que las Malvinas y los otros archipiélagos pasen a soberanía argentina. Tampoco parece que puedan seguir en manos británicas. Las ideas de Margaret Thatcher parecen, al fin, inclinarse en favor de una especie de autonomía para sus 1.800 habitantes. Las Falkland serían, si se llegara a esa fórmula, una nación diminuta y probablemente inviable desde el punto de vista económico y militar. La posibilidad de reforzarla con una guarnición británica numerosa y bien pertrechada no concordaría con esa noción de un país soberano. Un contingente de las Naciones Unidas, insuficiente para la defensa militar del archipiélago, quizá sirviera para recordar a un eventual agresor de cuál sería la garantía mundial de esa independencia. No es descartable, tampoco, que una parte de la defensa de las Malvinas sea asumida por Estados Unidos. El giro de las alianzas argentinas -hacia la URSS, hacia Cuba y Nicaragua- puede hacer pensar a Washington -sin duda lo ha pensado ya, y por ello su ayuda al Reino Unido- que no puede perder esas importantes posiciones en la ruta de la Antártida, imprescindible si por alguna razón se cegara o se perdiera el canal de Panamá.

Otras cosas ha hecho cambiar esta guerra. Una de ellas ha sido que Latinoamérica y gran parte del Tercer Mundo la han considerado como una’última agresión colonialista por una potencia europea; mientras el fracaso argentino seguramente acrecentará la exasperación latinoamericana, la solidaridad del Tercer Mundo aumentará -aun dentro de la impotencia, de la prudencia, del deseo de no comprometerse, en contra de lo que creyeron los militares argentinos- con la derrota. La OTAN ha sentado la doctrina de que debe ayudar a cualquiera de sus miembros agredidos aun fuera de su zona de actuación oficial, lo cual es también una modificación importante en el esquema del mundo y sitúa a los europeos en una situación muy embarazosa para proseguir su diálogo Norte-Sur. La resurrección de una especie de nacionalismo europeo frente a un nacionalismo latinoamericano es una de las malas herencias del conflicto. También es altamente negativo que la URSS haya obtenido mejores posiciones internacionales en el Tercer Mundo y que trate de explotarlas en Latinoamérica. Reagan está ofreciendo las mejores bazas a los soviéticos, a quienes combate: les está dejando que asuman el pacifismo, la causa del Sur agredido, la defensa de la enorme nación árabe sometida. La única ventaja que podría traer esta guerra sería que la Junta Militar se viera obligada a abandonar el poder y que en Argentina se estableciera esa democracia que su civilizado, culto y creativo pueblo merece. No hay, sin embargo, indicios de que ese cambio pueda producirse a corto plazo. El sentido del honor es usualmente un truco retórico de los dictadores (y de los aspírantes a serlo), y no una pauta de conducta que les vincule moralmente. Tampoco en este aspecto Argentina constituye una excepción.

18 Junio 1982

El Reino Unido después de las Malvinas

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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El Reino Unido no había ganado una guerra desde 1945. La de las Malvinas es poco más que una guerra de consolación que no puede compensar la lenta conversión en harapos del manto imperial que habían tejido cuidadosamente la reina Victoria, Gladstone y Disraeli, ni siquiera la vergüenza de la última cabalgata colonial perdida, la de la expedición anglo-francesa a Suez. Sin embargo, tiene algunos rasgos psicológicos muy satisfactoríos para los ciudadanos británicos. Tiene estilo. Permite dar brillo a la frase de que «la agresión nunca vence», cosa que sólo se puede hacer muy ocasionalmente. Se ha desarrollado con la táctica y la estrategia del bull-dog, que forma parte de la idiosincrasia nacional: una respuesta lenta, pero implacable, sin siquiera forzar las máquinas de la flota; un tiempo de espera en el mar; un desembarco certero y una nueva pausa antes de conseguir, para coronar la jugada, la rendición del enemigo con el mínimo derramamiento de sangre en los dos bandos.Margaret Thatcher, sin embargo, no habrá olvidado algunas lecciones de la historia reciente de su país. El último gran hombre que ganó una guerra, Winston Churchill -una guerra de verdad; más allá del estilo; una guerra de supervivencia y, como él dijo, de «sangre, sudor y lágrimas»-, apenas tuvo tiempo de verla terminada: perdió las elecciones. El y su partido. Los británicos desean siempre gobernantes que sean duros para con los demás, pero no para ellos. Esto no es, naturalmente, una predicción, y la historia no tiene obligación de repetirse.

El estilo es algo que se aprecia bien cuando ha ganado; pero durante los setenta días de la guerra, los ciudada nos británicos han pasado algunos sustos considerables: listas de muertos y heridos, unidades navales hundidas de un solo disparo, considerable incertidumbre. Y una lista de gastos. El Gobierno evalúa el coste de la operación en un equivalente de 400.000 millones de pesetas: quizá sean unas cuentas un poco exageradas -son las que se han presentado a los argentinos para que las paguen en conceptos de reparaciones, con muy pocas espe ranzas de ser cobradas-, pero son lo suficientemente! graves como para asustar al contribuyente. Lo ganado en la guerra -las Malvinas- va a ser muy difícil de mantener, a menos de seguir derrochando dinero; quizá, terminen en un fideicomiso de las Naciones Unidas, qui zá con bases de Estados Unidos. El Reino Unido ha au mentado su dependencia de Washington: moral y económica. Y estas cosas se pagan siempre. Por otra parte, los, laboristas -dejando aparte sus divisiones- han tenido, un comportamiento bastante inteligente: se han unido al, esfuerzo patriótico sin dejar de mostrar su disensión, su oposición. Han cantado a voz en cuello en el Parlamen to, el día de la victoria, las estrofas del «Rule the Waves» -otra frase ocasional-, en cuanto ha terminado han comenzado a exponer todas las botaratadas -según su punto de vista- de los conservadores, a hacer las cuentas, a medir en horas de trabajo lo que le cuesta a cada persona la expedición y a hacer un verdadero examen de lo ganado y de lo perdido. Sin dejar de anotar que las ganancias son más bien para la compañía Falkland y para Estados Unidos. Hay además el enredo del pacifismo, que los laboristas no dejan de propiciar; los pacifistas han estado abrumados por el patriotismo, y ya levan tan cabeza otra vez. Para muchos, la aventura de las Malvinas, aun habiendo terminado de la mejor manera posible, no deja de ser una pequeña muestra de, lo que puede pasar en una guerra de verdad. Como una vacuna.

Nada de esto, hay que repetirlo, tiene carácter de predicción o de pronóstico, ni siquiera de cálculo de probabilidades. Solo sirve para indicar que así como la Junta Militar habría salido reforzada de haber ganado la guerra, y su estilo probablemente diseminado por un continente que aún está lleno de reivindicaciones mucho más justas -entre ellas, el nivel medio de vida, la igualdad de oportunidades, las libertades públicas y privadas-, y ese,era el -mayor riesgo de la guerra de las Malvinas (y sólo por ese único objetivo había emprendido la necia guerra Galtieri), la situación recíproca no existe. No hay ninguna seguridad de que sólo por haber reverdecido un viejo estilo de bull-doglos conservadores y Margaret Thatcher vayan a conservar el poder. Esta certidumbre es también en muchas cosas satisfactoria. Pero quizá nada lo sea tanto como la noticia del derrocamiento de Galtieri. Quien sabe si al final el sacrificio inútil de las vidas de los soldados argentinos en las Malvinas no lo será tanto. Quien sabe si el pueblo argentino, como fruto de esta derrota no pueda obtener una victoria mayor: la obtención de la soberanía no sobre unos islotes, sino sobre su propio país.

04 Julio 1982

Otro general para Argentina

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LO IRRACIONAL sigue dirigiendo los intentos de consolidar el poder en la República Argentina. Entendiendo por visiblemente irracional que la Armada y la Aviación se desolidaricen de la presidencia, de la que tomó posesión el general Bignone, del Ejército de Tierra, en razón del mal resultado obtenido por la Infantería en las batallas de las Malvinas y del aparentemente bueno de la Aviación y la Marina: en cuyo caso habría que entronizar en la presidencia a los ingenieros franceses, que fueron quienes, en realidad, ofrecieron los únicos buenos éxitos con sus proyectiles inteligentes. No parece que estos mejores o peores comportamientos en la batalla tengan nada que ver con el arte de gobernar o que califiquen mejor o peor a quienes tengan que hacerse cargo de un país en bancarrota, destrozado moral y económicamente.El fondo parece ser otro. Hay, en realidad, una huida. Hasta los que ensalzan su propia heroicidad en la brevísima guerra trataron ya de huir ante la responsabilidad política, alegando su ignorancia del golpe de mano, rechazando toda su responsabilidad sobre Galtieri. Es una fuga que ya se conoció en los procesos de Nüremberg y que quizá vuelva a escucharse en Argentina el día en que haya que rendir cuentas de los asesinatos y las torturas: las desapariciones de enemigos políticos del régimen han continuado durante la guerra y después de la caída de Galtieri, y habrá que ver si Bignone, desde ayer presidente, puede cortarlas.

La nueva fuga reside en esta última cobardía de no comparecer en la toma de posesión, de quererse quedar fuera de la etapa que comienza. Bignone mismo trata de envolverse con unos ministros civiles y con unas promesas lejanas de institucionalización. Algunos ministros proceden ya del Gobierno de Galtieri, otros salen de cargos de la misma procedencia. El disfraz de keynesiano no va a servir al nuevo ministro de Economía para restaurar la del país. Lo que necesita Argentina es un cambio rápido y efectivo, un regreso de los militares a sus cuarteles, sin la menor posibilidad de volver a la política -y, por lo que se ha visto, convendría que tampoco intentaran una guerra exterior- y una convocatoria de elecciones, con un período de libertad política. Pero es más fácil comenzar una dictadura que terminarla. Aunque muchos militares argentinos repudien hoy verse envueltos en el papel de verdugos que sus jefes les encomendaron, no saben cómo soltar un poder que podría exponerles a las represalias.

Es, evidentemente, en el momento en que un nuevo general toma posesión de la presidencia de la República que su poder es provisional, y que a pesar del apoyo de algunos pequeños grupos políticos conservadores, no va a sacar el país adelante ni va a permanecer mucho tiempo en el poder. El general Bignone, que por salir de la reserva tiene la apariencia de estar menos implicado que sus compañeros en los sucesos de los últimos años, tiene poquísimo tiempo para rendir a su país el único servicio que se espera de él: un regreso a la democracia. Puede que, aun estando en sus intenciones, no llegue a serle fácil. Pero no hay otra salida válida.