12 noviembre 1912

El diario ABC insinúa que Blasco Ibañez tiene pudo inspirar al asesino

Asesinado el presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, por un anarquista que acto seguido se suicida

Hechos

El 12.11.1912 D. José Canalejas murió asesinado a tiros por obra de Manuel Pardines que, acto seguido, disparó contra sí mismo.

Lecturas

El 12 de noviembre de 1912 es asesinado en Madrid de un disparo D. José Canalejas Méndez, presidente del consejo de ministros desde el 9 de febrero de 1910 y líder del Partido Liberal, a manos del anarquista D. Manuel Pardiñas Serrano que, acto seguido, se suicida.

EL CONDE DE ROMANONES, NUEVO PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS

Romanones002 D. Álvaro de Figueroa y Torres, el Conde de Romanones que, desaparecido el Sr. Canalejas, del Partido Liberal, fue nombrado por el Rey Alfonso XIII nuevo Presidente, en detrimento del Sr. García Prieto, el otro destacado líder de los liberales.

El nuevo presidente del consejo de ministros, nombrado por el Rey Alfonso XII el 14 de noviembre de 1912 es D. Álvaro Figueroa Torres Mendieta, conde de Romanones, que también asume el mando del Partido Liberal.

  • Presidente – D. Álvaro Figueroa Torres Mendieta, conde de Romanones.
  • Ministro de Gobernación – D. Antonio Barroso y Castillo.
  • Ministro de Estado – D. Manuel García Prieto
  • Ministro de Gracia y Justicia – D. Diego Arias de Miranda y Goytia
  • Ministro de Hacienda – D. Juan Navarro Reverter
  • Ministro de Agricultura, Industria y Comercio – D. Miguel Villanueva y Gómez
  • Ministro de la Guerra – D. Agustín de Luque y Coca
  • Ministro de Marina – D. José Pidal Rebollo
  • Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes – D. Santiago Alba Bonifaz

El gobierno del conde durará hasta el 27 de octubre de 1913.

Asesinato del Sr. Canalejas. Semblante del día

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena Álvarez Ossorio)

13-11-1912

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La clemencia fue siempre su inspiración. En vano se registrará minuciosamente su vida pública y privada para encontrarle un rencor, una venganza, un despecho, nada que pareciese violencia ni aun severidad. Eso era, sobre todo, Canalejas: un hombre clemente, piadoso, todo blandura y tolerancia, tan pródigo y tan exaltado en sus efusiones generosas, que para llegar adonde le impulsaban sus sentimientos habría necesitado la omnipotencia. Todas las contrariedades y las amarguras que le deparó la política se originaron de esa noble condición suya. Quiso hacer más de lo hacedero en la situación y en las circunstancias del país. Querer mucho, querer sin límites, fue su mérito y su flaco entre tanta gente sin voluntad querer una solución para cada problema, un remedio para cada necesidad, una mejora para cada interés, una satisfacción para cada descontento, una merced para cada ambicioso…

En todas las fisonomías advertimos  la misma expresión. Asombro, ira, un ansia varonil de venganza, algo hermoso, épico, lícito, ese algo que sabe arrancar la vileza al corazón de los hombres buenos. Alguien vibrante dice: “¡Pardinas! ¡Qué infame! ¡Está bien muerto; pero debería morir mil veces!

Nosotros hemos ido un poco a la entraña del hecho. Y nosotros hemos visto a Pardinas en toda su diafanidad. Pardinas ¿quién lo duda? Sería un predispuesto, un anormal, un degenerado. Su alma tenebrosa, equívoca, viviendo bajo la tutela de un intelectualismo falso, sumida en una especie de idiotez culterana, estaría dispuesta a perpetrar grandes iniquidades. Un azar de la vida, la absoluta pérdida del sentido moral, acaso un desengaño funesto, quizá su propia debilidad mental, arrastraronlo hacia el anarquismo. EL doctor Simarro que tanto ha colaborado en la formación de las psicológicas funestas, podría añadir a éstas impresiones alguna pincelada inequívoca.

¿No han podido leer esos ojos ‘La Catedral’ de Blasco Ibañez? Nosotros hemos leído esa obra y nos ha hecho reír. Sabíamos que su autor acabaría en la Patagonia explotando sangre valenciana. Pero ¿Y lo enclenques, y los crédulos y los degenerados? ¿No pudieron haber influido tácitamente esa u otra lectura semejante en el espíritu de Pardinas?

Pardinas oy´decir que había sido asesinado Ferrer, que Ferrer era un mártir de la humanidad, que se había perpetrado un crimen bárbaro. Y esto no lo oyó decir en las tabernas, en los garitos, sino que lo leyó en una Prensa civilizada y no sólo en una Prensa de arrebato, sino hasta en una Prensa más ecuánime.

Párdinas oyó decir que Maura es un déspota, un verdugo. Y oyó decir que Canalejas era un traidor, más sórdido aún que Maura, más inicuo. Y así fueron incubándose odios terribles en su pobre cerebro.

La Lección terrible

LA ÉPOCA (Director: Alfredo Escobar 'marqués de Valdeiglesias')

13-11-1912

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Protestan los periódicos republicanos, con tanta indignación como todos, contra el inicuo atentado de que ha sido víctima el insigne Canalejas; pero se cuidan demasiado de pedir que no se aprenda ni se tome en cuenta la lección terrible que en el horrible crimen se contiene para cuantos sientan, no ya el interés social, sino el mero instinto de conservación.

Por eso coinciden esos periódicos en asombrarse de que precisamente contra Canalejas y precisamente ahora, se hayan revuelto los odios asesinos del anarquismo, olvidándose esos periódicos de que todos ellos, y dentro de su propia cafera de polémica y de combates de pluma, han hecho exactamente lo mismo. Esos periódicos hubiéranse explicado un atentado anarquista contra otro gobernante, y aun contra el propio, brutalmente malogrado, Canalejas, en los breves momentos en que ha tenido que asumir, desde el Gobierno, las amarguras de la represión; pero ahora, al día siguiente de consentir el meeting pro-Ferrer ¿no es ese crimen una monstruosa estupidez?

Y es que los periódicos que tal hacen, olvidan como no merecería otra calificación su propia conducta con el Sr. Canalejas, si la conducta de ellos, como la del anarquista, no estuviera en la fatalida de las cosas. Porque el Sr. Canalejas no marchara en la política anticlerical tan de prisa como ellos pretendían: porque no les atendiera de todo tan complicadamente como en la reforma de los Consumos: porque no procediera en la reforma dulcificadora y enervadora de las leyes penales tan rápidamente y tan sin tasa como ellos pretendían; porque no lelvara aún más lejos de lo que ahora reconocen que llevó la benevolencia miseriscordiosa en la práctica de la gracia de indulto; porque no aconsejó este en obsequio del fogonero sublevado de la Numancia, como lo aconsejara en cuantos otros casos se presentaran, ¿no están llenas las colecciones de esos periódicos de acusaciones contra el Sr. Canalejas? ¿No han dicho contra éste, Pablo Iglesias como Melquiades Álvarez, como todos los oradores de la conjunción republicano socialista, los mayores improperios? ¿No le han dedicado las más violentas amenazas?

Pues si aquella política de concesiones continuadas de contemporización y blandura permanetes para todas las formas de la delincuencia política, lejos de servir para desarmar a los republicanos y aproximarlos a la Monarquía, solo ha producido una mayor exacerbación de la predicaciones revolucionarias contra el régimen, ¿no es una hipocresía, a estas horas, siniestra y abominable, el asombrarse tales gentes de que el anarquismo no desarmara, y de que al plomo de sus odios infames haya sucumbido el gobernante liberal, generoso, indulgente, misericordiosísimo, como se dice que sólo sucumben los tiranos?

Si el republicano, que no puede decir honradamente que persigue reformas políticas en amparo de los derechos ciudadanos, porque todos están concedidos y se practican con amplitudes que ninguna República consiente a sus enemigos; si el republicano, a quien no se puede creer cuando dice que persigue una mejor administración de los intereses públicos, pues a la vista está como lo atropellan y maltratan en cuanto están a su alcance; si al republicano, que sólo persigue o el fetichismo de un nombre o la concupiscencia del Poder, no se le desarma ni se le somete por las concesiones ni por las tolerancias, ¿cómo se va a desarmar con estas al socialismo, que persigue una nueva organización social, profundamente distinta de la presente; ni al anarquismo, que persigue la supresión radical y absoluta de toda sociedad?

Si los republicanos continúan aconsejando la suprema violencia de la revolución, y glorificando a cuantos la emplean: si se dan la mano, complacidos, con los que predican el atentado personal y con los que lo practican; si los socialistas que ostentaron un día la enemiga a la acción directa criminal, hoy la aconsejan, ¿qué mucho que el anarquista, en quien han germinado todas las enseñanzas de violencia, empuñe el revolver y lo descargue sobre el gobernante sea quien sea y fuere cual fuese su actuación? ¿A qué la desleal simulación, con tal asombro inverosimil, de un arrepentimiento que no se siente, de un remordiento que no se practica?

No serán todos comandiatrios del asesinato – infamante para la sociedad que no se alce unánime contra sus notorias causas morales, ya que el asesino se hace casi siempre en tales casos su propia justicia – ; pero son sus inductores cuantos, arrebatados por la pasión política, mienten y fantasean sobre la conducta de los gobernantes; y son sus cómplices cuantos, con más o menos cobardía, justifican el atentado personal; y son sus cómplices cuantos, con más o menos cobardía, justifican el atentado personal, y con cuantos procuran la impunidad del que lo comete, y con cuantos glorifican en uno u otro modo al que lo cometiera: y son sus encubridores, no por hipócritas menos abominables, cuantos transigen con ellos en la vida pública o en la privada, incluso cuando condenan aquellos crímenes y aquellas apologías siniestras.
El insigne Canalejas, arrebatado por una corriente contemporánea, tan poderosa en todo el mundo que parece un azote providencial, pecó mucho en ese sentido; pero con esa muerte terrible se ha redimido de toda culpa y no habrá para su memoria gloriosa homenaje más eficaz que el de hacer fecunda su nobilísima sangre, aprendiendo, junto a su cadaver aún insepulto, la definitiva lección: esa lección que en vano pretenderán ahogar los gritos del remordimiento indiscernido; que en vano pretenderán borrar las consabidas lágrimas de cocodrilo, que hoy corren a raudales por ciertos periódicos, y que fue un acierto no dejar ayer brotar en el Congreso de los Diputado.

Crimen nefando

HERALDO DE MADRID (Director: López Ballesteros)

12-11-1912

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Apenas si la emoción inmensa que sentimos nos permite coodinar las ideas para dar forma a la expresión de nuestra pena profundísima.

Un criminal ha seguido esta mañana al presidente del Consejo, a nuestro amigo entrañable D. José Canalejas, y lo ha matado disparando sobre él una pistola Browning.

El gran orador, el insigne demócrata, el estadista eminente, el pensador que con más presteza y más clara visión de la realidad se había asomado a Europa y había recogido las palpitaciones del pensamiento moderno, ha caído en la calle esta mañana asesinado vilmente por la brutalidad salvade de un miserable que ha querido pasar a la Historia, a la Historia que lo abominará, manchado con la sangre de un hombrer superior que era honor y prez y gloria de su patria.

Canalejas iba solo, desprevinido, preocupado, meditabundo. Cruzaba por la acera de la Puerta del Sol desde la calle de Espoz y Mina hacia el ministerio de la Gobernación. Al pasar por la librería de San Martín detuvo el paso y dirigió la mirada al escaparete. Entonces un hombre limpiamente vestigo, con gabán claro y traje azul, se aproximó a Canalejas y sacando un arma de fuego disparó varias veces sobre Canalejas, que le daba la espalda

Cayó el presidente, se suicidó el asesino y el cuerpo exanime, como con más pormenores relativos a este horroroso crimen decimos en otro lugar, fué metido en un coche y llevado a Gobernación, donde expiró el ilustre político sin proferir una sola palabra.

Este asesinato es un oprobio de la libertad, un testimonio nefando de la maldad humana. Canalejas era un alma abierta a todos, un corazón que sentía como nadie la miseria del prójimo, un espíritu lleno de nobleza.
Se había hecho él; con tenacísima laboriosidad, aguijada por el noble anhelo de ser útil a su nación.

Nadie como Canalejas había sentido las quejumbres de la multitud menesterosa; nadie había lanzado antes ideas fundamentales en lo económico y en lo social, que, puestas en vigor como leyes, hubiesen calmado, si no satisfecho en absoluto, las ansias de bienestar de la clase trabajadora.

Canalejas tenía aquí, en esta Casa, afectos hondísimos; con nosotros había departido muchas veces con aquellas sales áticas de su conversación, siempre ingeniosa, vestida de las ironías y de las galanuras de su inteligencia señorial.

No hace mucho tiempo que el presidente del Consejo, dejando a la puerta de la casa del HERALDO DE MADRID el coche oficial, había visitado nuestra imprenta y había saludado a los operarios de nuestros talleres con frases de afecto, que evocaban recuerdos de nuestra convivencia en una labor común.

En nosotros acrecientan el dolor el recuerdo inmediato de sus palabras efusias y el remoto de una amistad que había fortalecido el diario vencimiento de las tareas comunes.

El crimen execrable cometido hoy en Madrid merecerá la condenación de todos los pueblos cultos, como ha merecido ya de toda España, consternada por la noticia de hecho tan malvado.

Pueblo ingobernable ha sido llamado este. Lo parecerá más desde hoy a cuantos sepan cómo puede ser encarnecida aquí la vida honrada de un español insigne por la bárbara agresión de un miserable asesino.

¿Por qué? ¿Para qué?

EL PAÍS (Director: Roberto Castrovido)

13-11-1912

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Sorpresa, dolor, ira. He ahí la gradación de impresiones sufridas por Madrid, luego, seguramente, por toda España. Canalejas no merecía esa muerte. Y nadie, nadie, ha podido predecir que Canalejas muriera trágicamente en la Puerta del Sol.

Apena, desconcierta, indigna esta traidora muerte de un hombre que había sabido perdonar y que cualesquiera fuesen sus errores políticos, había procurado evitar el derramamiento de sangre. De no haberla derramado en huelgas difíciles, se había, con razón, vanagloriado. ¿Quién había de pensar que fuera derramada la suya?

El asesinato este, además de execrable como todo crimen, no se explica. Se hubiese comprendido, explicado, nunca justificado, que en plena agitación clerical, en el verano de 1910, un fanático hubiese atentado a la vida de Canalejas. Explicable, aunque sin disculpa, ni menos, justificación, hubiera sido que, tras los sucesos de Septiembre de 1911, un exaltado hubiese cometido el crimen. Ahora el brutal, el infame atentado es tan criminal como estúpido, no se sabe si es mayor la estupidez que la criminalidad.

Por honra de la especie humana hay que creer en la insania de criminales como este asesino de Canalejas. ¿Por qué le ha matado? ¿Para qué? No hay aquí arrebato pasional que cohineste la miserable hazaña. No hay tampoco finalidad racional, ni objetivo verosimil. Se mata por matar. Se tira a lo alto por gusto, por odio a todo lo que sobresale. Es la elemental psicología de todos los regicidas y magnicidas.

De aprovechar a alguien el estúpido y ruin asesinato, a las derechas aprovecharía si el arrebato producido por el dolor y por la ira nos privaran a todos del buen sentido. Ya algunos magnánimo han aludido bellacamente al mitin del domingo, cuya celebración constituye para el Sr. Canalejas un motivo de elogio. ¿Quién más que los congregados en ese mitin, han de abominar de la injusta, de la cruel, de la criminal muerte de Canalejas? Pero no fallarán hombres de orden que traten de aprovechar el asesinato en su provecho, tal es de ruin la condición política de alguans gentes.

He ahí – dirán – las consecuencias de la libertad y del perdón. Hasta de la racional confianza del Sr. Canalejas en la simpatía que inspiraba, sacarán partido o procurarán sacarlo.

Mas no ofendamos el dolor colectivo ni nuestro propio dolor, atendiendo a la estulticia de unos, al criminal egoísmo de otros y al disculpabel arrebato de los que no saben en estos trágicos instantes ni lo que se dicen ni lo que escriben.

Lloramos, sinceramente, al adversario al que nunca dejamos de estimar como a un amigo, y condenamos el crimen, como condenamos – hace días lo escribíamos – serenos, no arrebatados por la pasión ni conturbados por el dolor – todo atentado a la vida humana, al respeto a la personalidad, al derecho a vivir, que es el más esencial de todos los derechos.