13 diciembre 1995

Pese a tener el nobel de Literatura de 1989, el premio controlado por el Gobierno socialista se había negado a premiar al ex comunista

Camilo José Cela Trulock logra al fin el Premio Cervantes después de que durante años el ministerio de Cultura hubiera rechazado concedérselo

Hechos

El 13.12.1995 se hizo público la concesión del Premio Cervantes a D. Camilo José Cela.

Lecturas

«EL CERVANTES ES UNA MIERDA»

Fue D. Camilo José Cela el que calificó el Premio Cervantes como ‘una mierda’ después de que en 1989 se le rechazara el premio.

El Ministerio de Cultura dio a conocer la lista de los candidatos que este año optarán al Premio Miguel de Cervantes, que se fallará mañana miércoles. Entre los mismos, propuestos por las diferentes Academias de la Lengua, los autores premiados en anteriores ediciones y los miembros del jurado con derecho a voto, figuran D. Mario Benedetti, D. Carlos Bousoño, D. José Hierro, Sr. Cabrera Infante, Sr. Laín Entralgo, D. Augusto Monterroso, D. Julián Marías, D. Uslar Pietri, D. Fernando Savater, D. Sergio Pitol y D. Camilo José Cela, el Premio Nobel y eterno candidato al Cervantes, que este año parece tener a su favor un jurado más afín.

Los miembros del jurado serán D .Mario Vargas LLosa, el ganador de la pasada edición; D. Fernando Lázaro Carreter director de la Real Academia Española; D. Alfredo Martínez Moreno, representante de la Academia Salvadoreña de la Lengua; Dña. Carmen Rico Godoy (designada por la Agencia Española de Cooperación Internacional), D. Joan Perucho (por Asuntos Exteriores); D. Alonso Zamora Vicente (por el Ministerio de Cultura) y D. Domingo Yndurain (por el Consejo de Universidades) los que decidarán si otorgar el máximo galardón de las letras hispanas, dotado con quince millones de pesetas, al autor de La colmena, zanjando así una vieja polémica, o decantarse por otro nombre. En la lista aparece García Márquez, que en su día renunció expresamente al Cervantes, junto a otros autores (además de los ya citados) como D. Anderson Imbert, D. Odón Betanzos, D. Eugenio Florit, D. Cintio Vitier, D. Vlady Kociancich, Sr. Muñoz Rojas… hasta un total de 37.

11 Diciembre 1995

Cela cervantizado

Francisco Umbral

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Le den o no le den en estos días el premio Cervantes, Camilo José Cela es un escritor cervantizado desde siempre por la resonancia clásica de su prosa y por la condición andariega de su persona y libros. Cervantes fue otro gran andarín de España por oficio y beneficio (poco).

Con CJC se ha creado en estos últimos años un malentendido social y literario en el que se cruzan el premio Nobel, su segundo matrimonio, su vuelta a Madrid, el creciente distanciamiento del público fácil que hay en sus últimos libros, etc. El propio premio Cervantes ha sido un elemento más de polémica en este siempre complejo personaje. Recurriendo al tópico del «clásico vivo», no tiene ningún sentido social ni literario que se le siga negando el Cervantes a Cela, como han denunciado incluso críticos poco afectos al escritor. Lo más claro, fácil, directo y educado, por parte de todos, sería honrar mutuamente premiado y premio con esa concesión. Parece que quizá este año, en seguida, como digo.

El «caso Cela», tiene, sí, diversas lecturas. «Que no se lleva bien con el régimen, que no se lleva bien con el jurado (aunque el jurado es una cosa móvil), que no siempre se adapta al canon académico», etc. Escuchamos sobre esto numerosas y contradictorias opiniones, lo que significa que ninguna es válida. Los premios tienen una mecánica muy curiosa e inestable, y uno ni siquiera entiende a los concursantes (mucho menos a los jurados).

Pero entiendo que Cela da una lección de civismo presentándose una y otra vez al Cervantes, o permitiendo que le presenten, cuando su carrera literaria ha llegado mucho más lejos, ha dejado eso muy atrás. Cela, me parece a mí (y nunca se lo he preguntado, porque sólo hablamos de señoritas o de clásicos), con su reiterada y cívica concurrencia a un premio muy coherente con su persona y obra, está demostrando la voluntad de integrarse en la tribu de las letras locales. Ama mucho a España y quiere estar entre los suyos, entre los «ancianos de la tribu», porque es hombre que practica mucho y bien la amistad restringida, mucho más confortable para él que los continuos homenajes, traducciones, doctorados y reconocimientos del mundo exterior. Por ahí van las cosas.

Es curioso (y no entro ni salgo) este caso de sociología literaria: Cela era mucho más querido, respetado e incluso halagado cuando vivía lejos, isleño, como un gran oso creador y hostil (hostil a la dictadura, sobre todo), que ahora, cuando se ha acercado de nuevo al núcleo de la sociedad española e incluso comenta la actualidad en los periódicos y elige sus amigos entre escritores mucho más jóvenes que él. Pero esto ocurre siempre: la distancia mitifica. El acercamiento desdora. Eso de que no hay gran hombre para su ayuda de cámara. Pero ya apostrofó Eugenio d’Ors: «Eso sólo testimonia en contra de los ayudas de cámara». No sigamos comentando a Cela con mentalidad y locuacidad de ayudas de cámara.

Se diría, exagerando las cosas, que Cela ha dejado de ser mito para convertirse en noticia. Claro que esto sólo es anécdota y periodismo. El Cervantes debe estar por encima de esas cosas y resolver de una vez este pleito tonto y obstinado. Le conviene al premio y le corresponde al candidato. Cela, el gran oso gramático, como diríamos parafraseando a Octavio Paz, lleva estas cosas con su viejo y altivo dandismo materno. El conmovido y conmovedor es Cela. El impasible es Trulock.

12 Diciembre 1995

Gordo de Navidad

Vicente Molina Foix

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La decisión del Ministerio de Cultura de conceder los premios de Literatura del año 94 como un aguinaldo para las navidades 95-96 está siendo muy comentada, como suele decir el Abc. Hubo un tiempo, que hoy se recuerda feliz, en que la ya de por sí abultada nómina de galardones con los que el pueblo español y sus instituciones regala largamente a los artistas estaba repartida. Los Nacionales, que tanto interés y codicia despiertan entre autores y editores, tenían su fecha más lógica en la primavera, evitando la competencia navideña con el Planeta, el Herralde, el Loewe o el Nadal, y favoreciendo, al darse a conocer en las fechas tradicionales de las ferias del libro, su finalidad promocional.Así hasta que la colorista irrupción Carmen Alborch hizo del Ministerio de Cultura un lugar ameno pero lento, dando así las más odiosas armas a quienes desde siempre critican la indolencia de los que hemos nacido meridionales. Ni siquiera el nombramiento como director general del Libro del señor Bobillo, a quien creo norteño, puso remedio a esa lentitud bovina de las cosas ministeriales, si bien el director general suele mostrarse ufano, casi siempre en solitario, de sus iniciativas y logros. Con esta modalidad de convertir los meses de noviembre y diciembre en una rifa continua de los dineros públicos y privados se produce empacho, rivalidades, desdoro comparativo, y la curiosa anomalía de que el turrón del premio nacional puede recaer en un libro aparecido 23 meses antes de que el galardón lo desentierre, en dura lucha con los premiados más recientes de ese fin de año.

Todas las comidillas y hasta las zancadillas pierden fuerza, sin embargo, ante el premio mayor de nuestra tómbola anual, que, mira por donde, se falla mañana, Como ya sabrán ustedes por la prensa, este año puede ser, ahora que hablamos tanto de transición pacífica a la democracia, el de la solución de una tendencia que divide amargamente a las dos españas: ¿es el Cervantes demasiado premio para Cela? ¿Es Cela demasiado grande para el Cervantes? Ciertos medios de comunicación y algunas voces, dominadas por las de los acólitos, están llevando a cabo una campaña en pro de Cela que entra de lleno en la intimidación del jurado deliberador, al que se amenaza con la picota de una vergüenza histórica. Actos de terrorismo cultural de este cariz suelen estar orquestados por los beneficiarios, si bien en este caso el propio Cela se declara, con la boca pequeña, por encima de la melée, mientras los bocazas celosos no parecen caer en la cuenta de la redundancia de ser Cervantes después de ser Nobel, ser Planeta, y ser Cartero Honorario del Reino.

Recuerdo, a este respecto, una anécdota de Vicente Aleixandre, por su modestia la antípoda de tanto arrogante que está en la literatura para hacer carrera. Recibido el Nobel, que lógicamente le complació mucho, aun sin hacerle variar sus costumbres sedentarias y su rechazo del relumbrón, le pregunté un día de 1981 si le gustaría obtener el menor Cervantes. Vicente, con su educada ironía característica (la misma que mostró respondiendo con un saludo de mano detrás de los visillos a la pompa del Ayuntamiento madrileño que rebautizaba su calle Velintonia como calle de Vicente Aleixandre) me dijo: «Sería un gran honor. Es un premio tan importante… Pero, tiene para mí un grave inconveniente, se entrega en Alcalá de Henares, y así no hay manera de eludir la ceremonia». Los jurados son, por definición, herméticos, imprevisibles, a menudo incomprensibles, como demuestran, en dos ejemplos históricos, el veredicto de inocencia de O. J. Simpson y el que dio el Cervantes a la inexistente poetisa Loinaz, en ese caso por la boutade dadaísta de dos miembros que así votaron contra otros candidatos aun más rancios, entre los que, como siempre, estaba Cela. Quienes mañana decidan, ignoro sus nombres, podrán elegir entre dos formas de ser hurnanos; ceder a la presión de los media y con el voto a Cela premiar a una gran obra del pasado, a una lengua literaria que hoy no nos dice nada, a un autor representativo de un país que no es el nuestro, o, al contrario, buscar fuera del panteón a autores que estén menos cargados de medallas pero sean futuro.

14 Diciembre 1995

El desamparo humano

Miguel García Posada

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La concesión del Premio Cervantes a Camilo José Cela cierra una larga, engorrosa e inútil polémica: debía haberlo obtenido antes. (Debía, digo, en la medida, siempre relativa que un premio supone). Alcanzado el Nobel en 1989, no declinó Cela aspirar al galardón, como sí lo hicieron, en cambio, Vicente Aleixandre y García Márquez. Pero mejor es así ya que sería pintoresco que la posible llegada de la derecha al Gobierno se vinculara a la concesión del Cervantes al, autor de La familia de Pascual Duarte.De quien lo primero que hay que decir, en esta hora de celebraciones, es algo que algunos se empeñan en olvidar y que la propia espectacularidad del personaje parece a veces diluir, si no borrar: que es un excelente escritor, al que la Academia Sueca no premió en vano. Su obra, sobre todo la narrativa, es, en sus grandes hitos, absolutamente capital para entender lo que ha sido la novela en lengua española de estos últimos 50 años. El Pascual hizo andar a nuestra narrativa después de la Guerra Civil; La colmena puso en marcha el realismo crítico, por más que sólo parcialmente enlazara con esa poética. La primera de estas obras es una narración bronca, de materia ibérica y feroz, una suerte de relato neopicaresco sobre el desvalimiento del individuo, que trasciende su propia dimensión española. Por eso algunos han tratado de relacionarla con El extranjero de Camus, relación imposible en términos genéticos pero verosímil en cuanto a común percepción del mundo. La colmena adapta a nuestra literatura la novela norteamericana de personaje colectivo (Dos Passos) y encierra, en sus tonalidades agridulces, un cuadro perdurable de la ciudad -Madrid- aterrada por la penuria y la represión, circunstancia esta última. que algunos críticos radicales de Cela debieran al menos considerar. Luego, tras el experimento lingüístico de La catira, vino una de las mayores novelas sobre la guerra civil, San Camilo, 1936, que, con su desolado monólogo y sus resonancias surrealistas, fue como el pórtico de la que es para mí la gran aventura narrativa del autor, la que comenzó en los años setenta cuando, jaleado y aplaudido por el Pascual, La colmena, los libros de viaje y otros textos similares, decidió romper con todo eso y, retomando sus orígenes surrealistas (el libro de poemas Pisando la dudosa luz del día, la novela Mirs Caldwell habla con su hijo), se lanzó a un viaje sin retorno por los caminos del experimentalismo y del vanguardismo, a contracorriente en bastantes sentidos de la evolución última de la novela, y elaboró varios textos de absoluta singularidad. El primero, no entendido por la crítica convencional, fue Oficio de tinieblas 5, una meditatio mortis apoteósica. Después llegó Mazurca para dos muertos, polifónico retablo de la venganza y la muerte pautado por un estilo supremo en su música verbal. Siguió luego Cristo versus Arizona, monumento de la plabra y la imaginación y texto que hace risibles la mayoría de las consideraciones teóricas sobre la antinovela: un sermón de oro, un sermón al revés, sobre la inanidad del mundo. Por fin llegó El asesinato del perdedor, alucinado carrusel del desamor y el absurdo. A este ciclo pertenece también La cruz de San Andrés, obra precipitadamente concluida y convincentemente rechazada por los mercados antiliterarios.

Al mejor Cela hay que buscarlo en estos buceos vertiginosos sobre el desamparo humano, sobre la gratuidad del mundo, que se formulan en un castellano magnífico y van bastante más lejos que otras empresas literarias suyas, de raíz o cariz costumbrista.

14 Diciembre 1995

La edad de la escritura

Juan Cruz

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Camilo José Cela era entonces un escritor de 49 años; ya tenía el dedo doblado por la edad de escribir, y, sin embargo, parecía haber descubierto entonces la sensualidad de la escritura. Era un hombre sensual, triste, mimoso; necesitaba a la gente como precisaba respirar, y siempre, sin embargo, trataba de mostrar desdén, de parecerse al ser descrito por los que no iban a conocer jamás esa faceta melancólica, y desgarrada, de su vida. Tanto se ha escrito de él, y tanto ha escrito él de otros, que a veces ese espejo empañado que es la memoria ha devuelto al mundo la imagen que él quiso de sí: tronante, gutural, estentóreo. Pero en ese espacio que las. palabras abren a veces para que entren los recuerdos debe decirse que el cronista conserva aquella imagen del que luego sería Nobel solo, enfermo, debilitado por la fiebre y sentado sobre la cama blanca de un hotel de Tenerife, escribiendo los últimos tramos de Oficio de tinieblas 5 con la delectación cansada de los escritores que en algún momento de la gloria han visto también la miseria que hay al fondo de todos los pasillos de la vida. Luego, ya era académico, le siguieron a Cela todos los ruidos, los de la adulación y los de la pompa, y también las trompetas de la gloria que tantas veces se parece al fracaso, pero, nada ha podido sepultar en él la esencia de lo que es la edad intangible de la escritura, la forma que toma el destino para devolver a la mirada lo que la mirada. es: la firma de los solitarios. Hoy, que es otra vez premio, este país cansado volverá a decir que Cervantes se merecía a Cela y viceversa y, aunque todo el mundo no dirá lo mismo, se tratará de quitarle ruido a toda la polémica que casi nació con la turbulenta relación de Cela y el Cervantes. Hay que ponerse ya a pensar en otra cosa. Acaso con este reconocimiento vendrá el sosiego y callarán también los que gritando han querido convertir a Cela en su propia bandera, cuando, en realidad, ningún escritor es de nadie sino de su propia- escritura. El Cervantes es de Cela. Que todo el mundo descanse en paz.