23 diciembre 2002

Haro Tecglen echa en cara las complicidades con la dictadura franquista del Rey, Arias Navarro o Areilza

Choque entre el izquierdista Eduardo Haro Tecglen (EL PAÍS) y el franquista Jaime Campmany (ABC) por la Constitución

Hechos

En diciembre de 2002 D. Eduardo Haro Tecglen dedicó un artículo en EL PAÍS a analizar la Constitución, que fue replicado por otro artículo de D. Jaime Campmany en el diario ABC.

Lecturas

El 7 de diciembre de 2002 Jaime Campmany Díez de Revenga publica en ABC un artículo contra Eduardo Haro Tecglen en respuesta por el artículo que este publicó contra la Constitución en El País un día antes

06 Diciembre 2002

La fiesta del día

Eduardo Haro Tecglen

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La Consti nos colocó el Rey que juró los Principios del Movimiento, con personajes como Fraga -el chapapote-, Arias Navarro -Carnicerito de Málaga, por el apodo que le dio el periodista Cerecedo y Areilza, del que conviene ni siquiera recordar el discurso que hizo como alcalde de Bilbao.

Celebrar el Día de la Constitución parece renegar del tiempo anterior de la dictadura y celebrar las nuevas normas de vida en común. Me quedo al margen de esa alegría. La dictadura se cuajó de leyes fundamentales o Principios del Movimiento, y simples órdenes de jefes. Comenzaron a reformarse según el legislador, Franco, veía cambiar el mundo y trataba de sobrevivir: lo consiguió. Fue un caso admirable de instinto personal de supervivencia. Comprendí que las leyes se hacen a la medida del gobernante; incluso la máxima, la Constitución, la «Carta Magna», como dicen algunos y supongo que saben de qué hablan: Carta Magna es aquella que el Rey concede a sus ciudadanos, no la que éstos elaboran. Aquella Constitución con la que hoy nos regodeamos fue un compromiso entre el franquismo y el antifranquismo, y resultó de derechas. Los compromisos son de derechas, las conquistas del pueblo son de izquierdas. La Consti nos colocó el Rey que juró los Principios del Movimiento, con tanta lealtad que durante los primeros tiempos de su reinado con personajes como Fraga -el chapapote-, Arias Navarro -Carnicerito de Málaga, por el apodo que le dio el periodista Cerecedo por las penas de muerte que firmó y confirmó cuando entró en Málaga- y Areilza, del que conviene ni siquiera recordar el discurso que hizo como alcalde de Bilbao. Y otros. No prevaleció, por la gente y por el extranjero que explicaba que hay que cambiar todo para que todo siga igual (Lampedusa). Fue la Consti que inició un proceso de autonomías y de nacionalismos y encargó al Ejército que guardara la unidad de España. Y no digamos el derecho al trabajo o a la vivienda.

Bien, sirvió: ellos dicen que nos ha servido para vivir bien durante veinticinco años, y yo limitaría el número de personas que han vivido bien, y a quienes ha traído la pobreza. ¿La Constitución? Quienes la aplican. Y quienes juran y prometen que es un texto sagrado: mientras las de otros países se reforman, se adaptan, se aplican a la vida real. Hasta el catecismo de la Iglesia católica ha cambiado dos veces en el tiempo en que nuestra Constitución se solidificaba.

¡Qué transición! Todavía la estudian en otros países como modelo; y es que no saben nada. O quizá que para ellos sería algo mejor que la peste política que les invade.

Eduardo Haro Tecglen

07 Diciembre 2002

Loor a la Momia

Jaime Campmany

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A la Momia se le nota la nostalgia. A lo mejor, lo único bueno que tienen las dictaduras es que quien las elogia («Se nos murió un capitán, pero Dios misericordioso...» ¿sigo, Haro?) lo hacen con hipocresía pancista, «para comer», dijo la Momia. En cambio quien denigra la Constitución que establece libertades la alaba por el sólo hecho de disfrutar de ellas.

Hay dos momias, además de las propiamente dichas, o sea, Tutankamón y todas ésas. Una de ellas es famosa y universal: la momia de Lenin, que yo la vi para curarme de espantos, y que no sé a dónde se la habrán llevado ahora con el cierre del paraíso. A la estirpe de Adán le cerraron el paraíso terrenal, dos mil años después cerraron el paraíso soviético y sólo queda abierto el paraíso de las huríes del Profeta, que la gente se mata literalmente por entrar en él, están frescos. La otra momia es doméstica y contemporánea; está viva y se aloja todos los días en un nicho de EL PAÍS. Se llama, ya lo sabéis, Eduardo Haro Tecglen.

Haro Tecglen, la Momia, dedicaba ayer su artículo diario a denigrar la Constitución. Este año no se ha celebrado el aniversario y no han dado la copichuela constitucional. Han hecho bien, porque no era cosa de andar de celebraciones y copichuelas con la que está cayendo sobre Galicia. Mirando las imágenes de aquella Costa de la Muerte, prolongada hasta Portugal, no queda el ánimo para celebraciones. Lo mejor que podemos celebrar hoy son los vientos que se llevan las manchas negras hacia la mar alta.

Y además de que la Constitución se nos ha quedado sin celebración, llega la Momia y la denigra. Eso sí que no lo esperaba yo. Mi chacha Felisa diría que es para mear y no echar gota. Dice Haro Tecglen que la Constitución se cuajó de leyes fundamentales o principios del Movimiento, y de simples órdenes de jefes, toma nísperos. Dice también que algunos la llaman «Carta Magna», que es la que el Rey concede a sus súbditos y no la que elaboran los ciudadanos. Añade la Momia, con aguda visión histórica, que la Constitución fue un compromiso entre el franquismo y el antifranquismo, y resultó de derechas. Explica que los compromisos son de derechas y las conquistas del pueblo son de izquierdas. O sea, que desde la conquista del Palacio de Invierno a las deportaciones en Siberia y el cierre de las puertas de Rusia y países satélites, fueron cosa de la izquierda, claro. Vaya un Mediterráneo.

Con el salero que caracteriza su prosa y la gracia que Dios dio a su pluma, le abrevia el nombre a la Constitución y la llama la Consti. La Bombi, la Trini, la Consti. Pues escribe que la Consti nos colocó al Rey que juró los Principios del Movimiento, y que durante los primeros tiempos de su reinado anduvieron por allí Fraga, a quien le llama el Chapapote, Arias Navarro, a quien nombra como Carnicerito de Málaga, y Areilza del que no quiere ni recordar su discurso de alcalde de Bilbao. Esta Constitución iniciara un proceso de autonomías y de nacionalismos, pero luego encargó al Ejército que guardara la unidad de España. Su gozo en un pozo.

A la Momia se le nota la nostalgia. A lo mejor, lo único bueno que tienen las dictaduras es que quien las elogia («Se nos murió un capitán, pero Dios misericordioso…» ¿sigo, Haro?) lo hacen con hipocresía pancista, «para comer», dijo la Momia. En cambio quien denigra la Constitución que establece libertades la alaba por el sólo hecho de disfrutar de ellas.

Jaime Campmany

El Análisis

Ya son ganas de provocar

JF Lamata

Otra vez el franquista Sr. Campmany volvía a recordar al izquierdista Sr. Haro el artículo a favor del Dictador Franco que escribió en 1944. Se podría usar esa expresión popular del ‘se lo buscó’, porque en su artículo para defender que todo lo bueno de un país viene de la izquierda y todo lo malo de la derecha, el Sr. Haro incluía picotazos para el Rey y los Sres. Fraga, Arias Navarro (recordando su pleito con el Sr. Cerecedo) y el Sr. Areilza ‘Conde de Motrico’. De este último decía ‘del que no conviene recordar su discurso siendo alcalde de Bilbao’. Se refiere al discurso de ‘¡Viva Hitler!’ que hizo el Sr. Areilza a principios de los cuarenta y que, años después, la revista FUERZA NUEVA se encargaría en recordar para intentar desprestigiar al Sr. Areilza por su ‘conversión’ demócrata.

Pero… ¿no era un tanto original que el ex redactor jefe del diario INFORMACIONES, Sr. Haro Tecglen en los cuarenta, periodo en que este fue el diario de Madrid más pro-nazi, eche en cara al Sr. Areilza que, en esa misma época el también lo fuera? Sería bonito si lo hubiera hecho como un ‘mea culpa’ colectivo ‘se equivocó Areilza, como me equivoqué yo’. Pero no parece que fuera esa la intención del columnista. Por lo que la intervención del jocoso Sr. Campmany ante la provocación de ponerse a analizar pasados era inevitable. Criticar los pasados de otros, es poner en la diana los tuyos.

J. F. Lamata