17 enero 1980

Ricardo de la Cierva, nuevo ministro de Cultura tras una nueva crisis que afecta de lleno al Gobierno Suárez

Clavero Arévalo dimite como ministro de Cultura y rompe con la UCD por su política con respecto a las autonomías

Hechos

  • El 16 de enero de 1980 se produjo una nueva crisis de Gobierno en la UCD por la dimisión del ministro de Cultura D. Manuel Clavero Arévalo, el 6 de abril de 1980. El presidente D. Adolfo Suárez nombró a D. Ricardo de la Cierva nuevo presidente.

Lecturas

El 16 de enero de 1980 D. Manuel Clavero Arévalo dimite como ministro de Cultura por oponerse a la política del presidente del Gobierno, D. Adolfo Suárez González de cara a las autonomías.

Es la primera gran dimisión del segundo Gobierno de UCD formado a partir de las elecciones generales de 1979.

El Sr. Clavero Arévalo defiende que Andalucía acceda a la autonomía por la llamada ‘vía rápida’, el artículo 151, con el mismo rango que Cataluña y el País Vasco, pero el presidente Sr. Suárez González rechaza esa opción y prefiere que vaya por la llamada ‘vía lenta’, el artículo 143.

El nuevo ministro de Cultura es D. Ricardo de la Cierva Hoces. Se da la circunstancia de que el Sr. De la Cierva Hoces fue en 1976 uno de los principales detractores del nombramiento del Sr. Suárez González como presidente (con su artículo ‘Que error, que inmenso error‘), pero, con el paso del tiempo, ha pasado a ser uno de los principales defensores del Sr. Suárez González en sus colaboraciones en medios (como su tribuna en ABC defendiendo al Sr. Suárez del libro de D. Gregorio Morán, en el que aseguraba que no había pedido ningún cargo en el Gobierno al Sr. Suárez, afirmación que parece desmentida con los hechos).

A la vez D. Rafael Arias Salgado Montalvo es nombrado ministro adjunto al presidente del Gobierno.

D. Manuel Clavero Arévalo también abandona la UCD junto al también diputado por Andalucía D. José García Pérez. Ambos diputados se pasa al Grupo Mixto.

El siguiente cambio de Gobierno se produce en mayo de 1980, tras las elecciones autonómicas en Catalunya y Euskadi.

17 Enero 1980

Relevo en el Ministerio de Cultura

DIARIO16 (Miguel Ángel Aguilar)

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maratoniana sesión del martes pasado, en orden a que las autonomías se desarrollen de acuerdo con el artículo 143 de la Constitución – que equivale en la práctica a demorar el procedimiento – provocó, en la tarde de ayer, la dimisión del hasta entonces ministro de Cultura, Manuel Clavero Arévalo, y su sustitución fulminante por Ricardo de la Cierva. Una crisis del partido, por diferencias sustanciales en el abordaje del tema autonómico, especialmente referido a Andalucía, que amenaza con provocar una crisis de Gobierno, se ha traducido, finalmente, en una sustitución. Y resulta necesario subrayar el hecho, que acaso tenga repercusiones históricas, sin perjuicio de volver sobre el mismo con las matizaciones y puntualizaciones que sean de rigor.

Pero la razón fundamental de estas líneas reside en nuestro afán, que creemos de justicia, de despedir, con la valoración que su tarea ha merecido, al señor Clavero Arévalo, y de recibir, con el orgullo lógico, pues de un asiduo y leal colaborador de esta Casa se trata, a Ricardo de la Cierva, uno de cuyos trabajos de crítica literaria aparece en estas mismas páginas.

En los diez meses escasos en que Manuel Clavero ha tenido a su cargo la máxima responsabilidad del Ministerio de Cultura recibieron apreciable atención tanto las bibliotecas como los escritores, se implantó el ‘1% cultural’ en el presupuesto de las obras públicas, se alumbró una ley del cine, se Impulsó el Centro Dramático Nacional y recibió especial atención el patrimonio artístico cultural. No ha sido su labor como ministro la que ha llevado a Clavero Arévalo a su irrevocable dimisión, y no cabe, pues, cuestionarla.

Y si un amigo de esta Casa cesa en tan delicada misión de Gobierno, otro, muy querido, viene a sustituirle. Todas nuestras esperanzas en este campo, como españoles que estimamos fundamental la acción y presencia de la cultura de la vida nacional, no podían tener mejor depositario que Ricardo de la Cierva, escritor, profesor, historiador y hombre dotado de calidades extremas para el desempeño de la noble misión que le ha sido encomendada.

Relevo, pues, en el Ministerio de Cultura, que se produce, al margen de consideraciones políticas, en la convicción de que no sufrirá deterioro la obra hecha, sino que, antes, al contrario, se incrementará para bien del país todo.

18 Enero 1980

El candidato permanente

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La designación de Ricardo de la Cierva como ministro de Cultura ha deparado esa sorpresa comúnmente asociada a la confirmación de rumores hasta tal punto dados por seguros que terminan por mover a la incredulidad. Un candidato permanente al Ministerio de Información bajo el anterior régimen y al Ministerio de Cultura en el actual sistema constitucional ha sido premiado en su perseverancia. El tiempo, sus obras y el espíritu de su gestión dirán si ese nombramiento ha sido, como algunos temen, un error, inmenso o mínimo, o, como otros vaticinan, un acierto. En cualquier caso, no es probable que la actuación ministerial de¡ señor De la Cierva se quede en las aguas tibias y transcurra o sin pena o sin gloria.Las opiniones críticas en torno a Ricardo de la Cierva, que ponen todo el énfasis en la familiaridad del nuevo ministro con la figura histórica de Franco, de la que fue favorable biógrafo, corren el peligro de congelar el desarrollo político de nuestros hombres públicos en etapas unilateralmente fijadas, y de concentrar en una sola persona, o en un grupo reducido de personas, las presuntas complicidades con un sistema de poder que gozó de apoyos mucho más amplios. Por lo demás es un hecho documentalmente comprobable que la labor de Ricardo de la Cierva, primero como director de Editora Nacional y después como director general de Cultura Popular, en los últimos años del franquismo significó un estimable esfuerzo en favor de la liberalización, la concordia y la apertura.

Mucho más preocupante es, en cambio que el nuevo ministro de Cultura, hasta anteayer animador de un spot publicitario en Televisión para invitar a los ciudadanos a adquirir una historia de España por entregas de la que es autor, haya asumido en los últimos meses un papel como de espadachín de UCD precisamente en asuntos relacionados con la vida cultural de este país. Un partido tiene el derecho e incluso la obligación de librar combates ideológicos y de defender polémicamente sus posiciones en este ámbito, pero resulta dudoso que el cargo de ministro de Cultura sea el lugar apropiado para ese perfil. absolutamente respetable de ideólogo de partido aunque sea del partido que controla el Gobierno.

Es evidente que las artes y las letras, el teatro y el cine, las medidas de conservación del patrimonio y el fomento de las actividades culturales no pueden quedar al margen de los conflictos políticos e ideológicos que atraviesa nuestra sociedad. Sin embargo, la cultura de un país solamente puede aspirar al título de tal si encierra en su seno las manifestaciones que. nacidas de diferentes o incluso contrapuestos orígenes políticos e ideológicos, tienen en común esa inconfundible tonalidad de calidad, veracidad y originalidad que las aúna por encima de sus contenidos. La gestión del nuevo ministro en las postrimerías del franquismo no abona un vaticinio adverso respecto a esto que decimos. pero, en cambio, su más reciente actuación en el mundo de las ideas deja abierto un serio interrogante que sólo el paso del tiempo permitirá responder.

El nuevo ministro publicó, hace no demasiadas semanas. un artículo titulado «La noche triste de la cultura», sobre la penosa situación de nuestra vida cultural. Ricardo de la Cierva sabe que ese panorama no es sino el resultado de varias décadas de censura, represión y sectarismo ideológico, y de la escasa importancia concedida hasta ahora por el actual Gobierno a ese área de la realidad española. Una política cultural no es, sin embargo, tarea que corresponda sólo a un partido, a un Gobierno o incluso a un régimen. Solamente puede nacer, para ser fecunda, de un esfuerzo colectivo de la sociedad y de las instituciones públicas en programas y estrategias que superen en el tiempo los plazos finitos de los mandatos ministeriales, las legislaturas y los Gobiernos, y desborden en el espacio -el espacio político- los territorios sociales e ideológicos donde impone su hegemonía una fuerza política de signo determinado. No viene mal recordar que el Estatuto de la Comedie Française, todavía vigente, fue promulgado por Napoleón en la campaña de Rusia.

Si el nuevo ministro de Cultura sustituye la antigua lógica del trabajo a corto plazo por otro planteamiento que se conforme con poner la primera piedra o forjar el primer eslabón de una estrategia a largo plazo nacional y suprapartidista, podrá contribuir a que la larga, lúgubre y oscura noche de la cultura española, que dura ya casi medio siglo, deje paso a la luz del día. Ese es el reto que Ricardo de la Cierva, algunos de cuyos fulminantes artículos contra el presidente Suárez en este periódico todavía se recuerdan, tiene por delante.

18 Enero 1980

El sillón maldito

Rafael Conte

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El primer Gobierno democrático de Adolfo Suárez incluyó entre sus departamento -por vez primera en la historia del país- un Ministerio de Cultura. Primero fue de Cultura y Bienestar, ciertamente, pero el sustantivo optimista desapareció pronto: no parecía estar el horno para demasiados bollos triunfales. La democracia cogió España en una situación cultural lamentable.En un país con infraestructuras educativas inadecuadas, con niveles de investigación de subdesarrollo, con una situación de bibliotecas inferior a la de muchos países del tercer mundo, la crisis económica apremiante deja poco tiempo para pensar en la cultura. y mucho menos para realizarla.

La crisis de la cultura es omnipresente: en la literatura, en el rnundo editorial. en el cine el teatro. La fiesta está en crisis, el deporte es un avispero, los medios de comunicación del Estado configuran un espantapájaros inasumible -por encima, la diginidad de sus trabajadores, fuera de dudas- y la televisión constituve el enemigo público número uno de la cultura española. Ahora ha pasado a la Secretaría de Estado para Información. Los museos echan las últimas boqueadas y el Estado es incapaz de controlar y salvaguardar el patrimonio artístico de veinte siglos de historia, sometido a expolios tan frecuentes como irrisorios.

En estas condiciones. la primera reflexión ante el repentino cambio del titular del departamento de Cultura es. haciendo abstracción de las personas y de sus realizaciones, pensar que en estas condiciones mal se puede hacer cultura en España. Es evidente que un ministro del Gobierno es, sobre todo, un hombre político, que hace política: pero nada hay que dañe más a la cultura que su politización. Hasta ahora. los dos primeros ministros de Cultura de la democracia han quedado fundamentalmente inéditos, pues, aun estimando algunas de sus realizaciones -que han sido más proyectos que realidades completas-, no han tenido tiempo de hacer cultura. Pues, a diferencia de la política, que admite y hasta requiere el pilotage a vue, la cultura es una tarea de largo alcance, de siembra lenta, donde los planes deben ser profundamente meditados y paciente y largamente aplicados. Ni el equipo de Pío Cabanillas ni el de Manuel Clavero han tenido tiempo de contrastar sus intenciones con la realidad. Y lo mejor que podría desearse al señor De la Cierva es que, al menos, le concedan esta posibilidad.

Clavero ha caído por la política, no por la cultura, entre otras cosas porque la cultura no interesa demasiado en el seno del Gobierno. También fue la política la que le llevó al ministerio. Se pueden criticar, o estimar, todos los aspectos de la política del presidente Suárez, pero, hasta ahora, es en el terreno de la cultura donde los errores han sido, no sólo inmensos, sino totales. Adolfo Suárez ha carecido de política cultural, y ese sillón maldito no ha servido hasta ahora más que de coartada y de medio de hacer la política otra: la partidista.

19 Febrero 1980

Clavero, en el camino de Damasco

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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El abandono de UCD de Manuel Clavero, decisión presumible tras su dimisión como ministro de Cultura, y de la que sólo sorprende el retraso en adoptarla, plantea la hipótesis de que el ex ministro ha sufrido, a lo largo de su misión ministerial, en Regiones o en Cultura, una auténtica transformación o mutación, bien sea al estilo «General della Rovere», bien sea porque haya recorrido un camino de Damasco desde su teoría autonómica de la «tabla de quesos», hasta su apasionada opción por la causa andaluza. De confirmarse esta conjetura, que dejaría totalmente a salvo el honor de Manuel Clavero y la perspicacia de Adolfo Suárez para elegir a sus colaboradores, cabria añadir que las semillas del andalucismo del ex ministro han florecido a enorme velocidad y con sorprendente ímpetu gracias a la política de invernadero del Gobierno respecto al referéndum del 28 de febrero. Circunstancia, por lo demás, que permitiría a Clavero, capaz al menos de la virtud de la dimisión, seguir en su escaño de diputado con todo derecho.Hemos tenido ya oportunidad de señalar las graves responsabilidades en que incurrió la clase política de la reforma -tanto en el poder como en la oposición-, al suscitar artificiales, insostenibles y desmesuradas expectativas respecto a la virtualidad de los estatutos de autonomía para resolver, no problemas políticos como los que se planteaban en Cataluña y en el País Vasco, sino situaciones de subdesarrollo económico y miseria social, supuestamente s,uperables a corto plazo y de forma mágica por las Instituciones de autogobierno. En el caso de Andalucía, la vía del artículo 151 fue presentada -y sigue siéndolo hoy por Clavero y por la oposición- como el camino de las losas amarillas del mago de Oz para solucionar de inmediato los azotes del paro, la emigración, la desigualdad en la distribución de la tierra, las deficiencias de los equipamientos educativos y sanitarios, el atraso industrial y los bajos niveles de ingresos.

A este respecto, digamos que el viraje de la política autonómica del partido del Gobierno, aunque llegara demasiado tarde y aunque lo motivara el temor a una mayoría de izquierdas en las instituciones de autogobierno de Andalucía, fue un gesto elogiable. Al igual que lo más criticable del empecinamiento de la oposición en mantener su embeleco es que parece no descansar tanto en un convencimiento como en el deseo de «tocar» poder y de contrarrestar la fuerza de UCD en la Administración central. Posición que no sería, finalmente, censurable si no disfrazara sus objetivos con el azuzamiento de falsas expectativas populares y si no estuviese también motivada por la concupiscencia de cargos de una clase política subalterna desocupada.

Con todo, el Gobierno está acumulando el número suficiente de torpezas como para que su rectificación en la estrategia autonómica quede sepultada en el olvido y se produzcan razones abundantes para un desplazamiento de la opinión a favor del voto afirmativo el próximo 28 de febrero. El contenido de la democracia es, en parte, el respeto de las formas mediante las cuales los ciudadanos reciben información contrastada de las diferentes opciones en pie de igualdad y tienen oportunidad de adoptar y manifestar sus decisiones. Ahora bien, desde hace varias semanas el poder ejecutivo ha comenzado a pisotear con insólito descaro esas reglas mínimas de decoro, neutralidad yjuego limpio que deben presidir cualquier consulta electoral.

Para empezar, el partido del Gobierno resolvió aconsejar a sus electores la abstención en el referéndum andaluz. ¿Dónde quedan las exhortaciones a la participación y las virulentas condenas de la abstención con ocasión del referéndum de la reforma política, del referéndum constitucional, de los referendos vasco y catalán, de las elecciones parlamentarias o de las elecciones municipales? Con independencia de esta incongruencia, ¿cómo puede el partido del Gobierno, en un sistema democrático, propiciar la abstención de los ciudadanos ante las urnas?

Después vino la ridícula pregunta del referéndum, que irrita tanto por su confusionismo como por su petulancia, y que no persigue otro fin que propiciar la abstención mediante el ocultamiento de la cuestión sometida a la consulta popular. El desprecio que este término, «consulta popular», suscita sin duda a los redactores de la pregunta es evidente. El planteamiento del referéndum que el Gobierno ha hecho desdice de cualquier convencimiento honestamente democrático y constituye una provocación. A ello se ha añadido luego el recorte de los días de campaña electoral, la modestia de los fondos para sufragarla, el retraso en entregarlos, las restricciones a la propaganda en televisión, la negativa a aceptar anuncios en los medios de comunicación estatal y hasta la resurrección de la Delegación de la Prensa del Movimiento para impartir consignas a los deficitarios órganos.

El Gobierno sólo está consiguiendo, con esta labor de zapa, remedar el estilo del señor Fraga de los referendos y hacer rebasar el recipiente de la paciencia de la opinión pública. Y las razones que le asistieron en un principio le están abandonando ante la suciedad y los manejos que emplea y dado el poco respeto a las urnas que predica. A este paso, quizá logre que el señor Clavero se convierta incluso en el fundador de un partido andaluz imitador del PNV o de Convergencia Democrática, y que adversarios racionales de la vía del artículo 151 terminen votando afirmativamente, por simple irritación entre tanta tomadura de pelo, en el referéndum del 28 de febrero, con lo que veríamos convertido en líder a uno de los peores ministros que ha tenido UCD y a una de las cabezas políticas más confusas e ininteresantes que han atravesado la historia de España. Todo el mérito de semejante e increíble operación se le debe anotar, sin duda alguna, a los ex compañeros de poder de Manuel Clavero Arévalo.

En última instancia, resta el mínimo problema político y parlamentario del escaño «ucedista» del señor Clavero. Rafael Arias-Salgado ha dejado entender que por principios éticos debería renunciar a su escaño y no mantenerse en él, traspasando su voto al Grupo Mixto. A la postre y a lo peor es cierto que cada diputado firma en blanco una carta de renuncia a su escaño cuando es elegido -bien por UCD o por otro partido-; pero, en este caso concreto, al señor Clavero se le puede exigir la renuncia al escaño en el Congreso por varias razones menos por una: por la ética; entendirniento filosófico de la política que UCD, como partido y como Gobierno, ha dejado descaradamente de lado a la hora de encarar el referéndum autonómico andaluz. En ocasiones, la política depara estas sorpresas, pero el caso es que en el seno de UCD, y respecto al tema andaluz, la última e irrebatible lección ética la ha dado el señor Clavero.