24 marzo 2003

Los Goya de 2003 prefirieron dar todo el protagonismo a "Los lunes al sol" de Fernando León y Javier Bardem

Premios Oscar 2003 – Pedro Almodóvar logra su segundo Óscar en Hollywood con ‘Hable con Ella’, película ignorada por la Academia de los Goya

Hechos

El 24.03.2003 D. Pedro Almodóvar recogió su Óscar al mejor guión por ‘Hable con Ella’.

25 Marzo 2003

Oscar Almodóvar

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El primer cineasta español que ha recibido dos oscars en su carrera es un guionista y realizador de origen humilde y rural, que jamás pisó una escuela de cine o una facultad universitaria y sobrevivió sus primeros años en la gran ciudad trabajando como auxiliar administrativo en una gran empresa; un autodidacta con muchísimo talento. Ese talento le ha permitido a Pedro Almodóvar quedarse con lo mejor de los mundos que ha conocido: el popular de su infancia en Calzada de Calatrava y el sofisticado de los ambientes de teatro vanguardista que conoció al llegar a Madrid.

Las revistas del corazón, los diálogos de sus hermanas y vecinas, los consultorios sentimentales de las revistas baratas se entremezclaban con lecturas de Dorothy Parker, Truman Capote o Virginia Wolf. De igual modo, demostraba su fascinación por las fotonovelas con el mismo placer con que redactaba las mundanales crónicas de Pathy Diphusa. Esa capacidad osmótica para reciclar sus distintos mundos le ha permitido realizar filmes en los que conviven tapices de ciervos abrevando con lámparas de Philippe Stark, batas de guatiné con trajes de Chanel o temas de La Revoltosa con ballets de Pina Baus. Un eclecticismo que su talento ordena en inimitables argumentos en los que también destacan su libertad y heterodoxia frente a la moral establecida.

Paralelamente, su actitud cívica ha sido y es tan coherente como su estética. Fruto de una infancia misérrima y de una educación escolar represiva en un colegio extremeño de curas agustinos (su próximo filme, La mala educación, será su particular ajuste de cuentas), encuentra en el Madrid de finales de los años setenta y primeros ochenta la anhelada libertad de hábitos y comportamientos, sin olvidar sus raíces. El ser un estandarte de la movida no le impidió denunciar todo lo que a su juicio suponía una injusticia, mostrando su apoyo a las huelgas generales en el periodo socialista, sus críticas a la corrupción y, ahora, su decidida actitud en contra de la guerra en general, y de las decisiones del Gobierno de Aznar, en particular.

Esa mezcla de respeto a las raíces y a la modernidad y la prioridad otorgada a los sentimientos definen el cine de Almodóvar. La Academia de Hollywood ha vuelto a reconocer su talento, y él, a responder con un discurso de ciudadano libre.

25 Marzo 2003

Así es Almodóvar, quien le conoce lo sabe

Luis María Anson

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Almodóvar en el disparate, la mordacidad, la fantasía, la provocación, el jadeo , la saturnal. Es la utopía, el delirio, el enojo, la exigencia, la mosca cojonera. Es la excitación, la ironía, el antojo, el deseo, el alboroto, el furor sexual, abovedado y ambiguo. Es el anhelo, la ambición, el gemido, la exaltación, el aspaviento del novicio, el ademán del padre prior. Es la alucinación, la desmesura, el climax, la plasticidad, la perspicacia, el fomicario, el relicario. Es la inteligencia en estado puro, la bondad para todos, el culto a la amistad. Es la intuición, la agudeza, la fábula, el hostigamiento, el estímulo, la madera desesperada de las guitarras lejanas. Es el esbozo, la evocación, la ternura, el humor, la innovación, la avispa que deja el aguijón clavado y bien clavado en el celuloide. Es, en fin, la sombra turbia, hecha de amor y de lujo.

He escrito alguna vez que desde el día en que Almodóvar vino a almorzar a mi despacho de ABC, todavía en Serrano, supe que aquel muchachito receloso y observador, con cara de pillete de barrio, pelo glotón, ojeras desdeñosas, labios coñones y blandenguerías carnales, se ceñiría el mundo a la cintura para alinearse junto a Buñuel, Berlanga, Bardem, Garci y Trueba. Así es que le premiamos, como una premonición, con su primera recompensa dorada, el ABC de Oro. Era 1988 y la cena resultó memorable, zarandeada por el genio de Almodóvar y las intervenciones de Paco Neiva, Carmen Maura, Luis Berlanga y tantos otros, entre las paredes solemnes del viejo edificio de Serrano.

26 Marzo 2003

Pedro

Eduardo Haro Tecglen

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Pedro Almodóvar ha sobrepasado el cine y es un personaje público en el mundo. Una figura honrada y libre. No disminuyo su valor artístico, ni la importancia del cine en nuestras vidas: me refiero a esos seres con unos valores morales que nutren su profesión pero que la desbordan y la sacan a la calle. La calle, de pronto, ha recobrado valores perdidos. Chaplin fue uno de ellos, y tuvo que huir de Estados Unidos acusado de lo que fuera -menores, impuestos- porque sustentaba valores morales. Einstein sobrepasó la matemática, Freud la medicina. Almodóvar, que tiene relumbre en todo el mundo, aparece en España ahora detrás de sus pancartas, haciendo la V de la victoria en la misma guarida de la bestia, leyendo sus manifiestos, desafiando las listas negras de aquí y de allá. Hay probablemente millones de personas así: anónimas, mal vistas en sus oficinas y a veces en sus familias, señaladas por los samuráis del gobernador y del ministro Acebes -señaladas: que les hacen señales, verdugones, llagas, traumatismos sin saber siquiera quiénes son- pero que se ven representadas por un Pedro, por un Juan Diego, por una Nuria Espert, por quienes podrían vivir limpiando en la siesta su conciencia intelectual y no hurtan su cuerpo, ni su nombre, ni su lista negra. Las hay, claro que las hay. Alcaldes, o diputados generales, o jefes culturales, que borran de sus listas de invitados -es decir, del ejercicio de su trabajo- a estas personas o a su colectivo, o suspenden un festival o una conferencia. Tipos que administran la cultura según entienden esa palabra, que es una forma muy pobre. Como Fraga: gentes que no han sido nunca administradores públicos, ni funcionarios, sino que creen que el dinero de todos es suyo. Propietarios de regímenes. A veces de tal manera que salen en el periódico por haber exagerado. Creen que son suyas hasta las secretarias, hasta las becarias.

Estoy hablando de que Almodóvar, y los actores del cine y del teatro, están representando el papel de intelectuales que dejan de cumplir muchos de la escritura; y hasta los filósofos desvarían. Unos, por locos; otros porque hacen de su miedo la razón de vida de los demás; algunos, por la beca en Nueva York. Pedro, con su fina paloma de la paz y su camisa de diseño para no llevar corbata, con su papelito en el bolsillo, dijo lo que casi ninguno quiso decir. Representó a millones.

25 Marzo 2003

Lo real, estúpidos

Maruja Torres

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La ceremonia apestaba a pacto y resultó tan fría como el cínico humor de un Steve Martin que cada día se parece más a su repulsivo personaje de Grand Canyon. Algunas de sus bromas más privadas e insultantes no dejan de tener gracia. Por ejemplo, cuando se puso a hablar del Hollywood Bulevar de «ahí fuera» y sus prostitutas… «Perdón, pretty woman», dijo, mirando sonriente a Richard Gere, y, como de paso, metió en la misma acera a la pizpireta comadre televisiva Joan Rivers, gran chivata digna de Randolph Hearst. Pero las chanzas de Martin, a costa de los extravíos venales de Nick Nolte, o de las posibilidades de ingresar en una clínica de rehabilitación que tiene Colin Farrell (quien no se cortó un pelo: «Estoy más cerca de lo que tú piensas», contestó), resultaron repugnantes. Si carece de narices para meterse con Bush, al menos podría ser lo bastante decente como para no airear los vicios de personas mucho menos letales.

Cualquier protesta, pues, parecía sofocada antes de nacer, al menos por parte de los famosos de casa, necesitados de seguir trabajando y de aspirar a la Preciada Estatuilla. Es posible que las estrellas de cine, como dijo Martin, sean inevitablemente demócratas (y delgadas, añadió), pero quien estuvo sentada el domingo por la noche en la platea, justo sobre el regazo del equipo local y ahogando cualquier intención revoltosa, fue una dama llamada Sumo Patriotismo. Cielos, se podía escuchar el crujido de su miriñaque, emergiendo de la memoria del Myflower, lista para poner al día el espíritu de Salem y grabar la letra escarlata en el primer escote díscolo que se le pusiera por delante.

Pactados los silencios, tuvimos un entremés, servido por la cadena ABC, tamaño supositorio subliminal. Se utilizó para ello una percha de lo más adecuada, nada menos que el cumpleaños número 100 de Bob Hope, gran cómico y gran animador de tropas norteamericanas en cualquier guerra, ferviente adicto a la teoría del destino manifiesto. De eso a ver un plano del soldado que volvió a casa con un garfio en vez de mano, más un barrido del escalofriante paisaje de las cruces de los muertos en Normandía, no había más que un paso. Que, por supuesto, se dio, en un intento de que la fantasía encubriera, con su manto algo kitsch, el terrible aspecto de la vida real.

Ése era el tema, precisamente. Lo real, invadiendo a los iraquíes y llenándonos a todos de sangre y mierda. Lo real, estúpidos. Que el Séptimo de Caballería ya no está en las pantallas de los mejores cines: Terminator lo ha enviado a la caza de uno de sus Frankestein, y esto va a acabar mal para todos; sobre todo para unos.

Para que lo real saliera a colación, sólo podíamos confiar en los de fuera. Cierto, el santamente premiado Chris Cooper gimoteó: «Paz, paz». Y el no menos justamente galardonado Adrien Brody balbuceó (acababa de practicarle un boca a boca apabullante a Halle Berry) también: «Peace, peace». Las stars significadas y comprometidas se limitaron, lo vimos, al lenguaje corporal. Insignias de la paloma de la paz (parecía una cigüeña), signos de la paz (repetiremos la palabra cuanto sea necesario) que Susan Sarandon y Tim Robbins, veteranos defensores de los derechos humanos, efectuaban en cuanto veían una cámara… Allí cada cual se expresaba como podía, a lo Marcel Marceau. Hasta el cursi de Matthew McConaughey se incrustó un ramillete con los colores de la bandera, que le quedaba muy cerca de los ojos debido a que tiene poco cuello. En fin.

Abrió el fuego antiguerra, a las claritas, nada menos que tremendo latino: Gael García Bernal, que se la jugó como presentador de premio y ofreció a las audiencias no sólo la miel de sus ojos sino también un escueto eslogan tamaño estándar tipo última ceremonia de los Goya; sólo le aplaudieron Salma Hayek y Brody. De Michael Moore, autor del documental de la década (Bowling for Columbine), esperábamos mucho. El hombre que fue capaz de enfrentarse a Charlton Heston en su propia casa no se iba a amilanar sólo por tenerlos a todos juntos sentados delante y a Jack Valenti, el temible capo del oficio, detrás, entre las bambalinas. Ya al recoger su César hace un par de meses se marcó una magnífica soflama a favor de Francia, su cultura, y sus french fries. Y aquí, flanqueado por los otros autores de documentales nominados, fue contundente: «Shame on Bush!», gritó, y quedó tan bien que, con sinceridad, me habría gustado escucharlo asimismo en italiano: «Vergogna!», habría podido gritar Scorsese, fantaseé, caso de que le hubieran premiado.

En mi opinión, Pedro Almodóvar (chico: deja algo para los otros, que como sigas llevándote a Oscar en toda su potencia te van a hacer un maleficio) fue el que estuvo mejor de entre los contestatarios. Porque en su sobria dedicatoria incluyó lo imperioso: la defensa de la legalidad internacional. Concepto sustituido últimamente por el de Sobresalto Acojonante, como ustedes saben.

25 Marzo 2003

Algunas alegrías

Elvira Lindo

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Seguro que Almodóvar recordará especialmente esta ceremonia, este Oscar, y las caras que ponían las estrellas del cine mientras escuchaban sus palabras de agradecimiento y de alegato en contra de la guerra. Las buenas noticias se recuerdan más nítidamente cuando algo ajeno y brutal se cruza en el camino. Vimos a Almodóvar más tranquilo que la vez anterior (también sería la experiencia), menos obligado a aprovechar esos pocos minutos para ser cómico, y eso fue a favor de su discurso, que sonó rotundo y sereno, aunque luego dijera que lo había moderado por la tensión que se respiraba. Pero no hay que restarle alegría a la alegría: el que Pedro optara por dos oscars este año era uno de los alicientes que para los españoles tenía la ceremonia. El segundo aliciente, el trágico segundo aliciente, era la guerra. Dicen que la ceremonia de ayer fue sosa: ni alfombra roja, ni demasiadas payasadas. Más bien diría que fue tensa. Tan tensa, que el espectador que la seguía al otro lado del océano podía percibirlo. Y es que la realidad emerge, por mucho que se quiera ocultar, por mucho que se controle la realización y que no viéramos casi nunca las reacciones del público (parecía realizada por TVE). Steve Martin lo dijo en uno de sus chistes: «Los actores, qué son los actores…: unos son demócratas y otros…». El público se echó a reír y lo interrumpió con aplausos, porque aunque los conceptos ideológicos sean muy distintos en Estados Unidos que aquí, los actores, en su mayoría, los actores siempre han estado más cerca de los presidentes demócratas y han temido como a un nublado -tienen razones poderosas- el reaccionarismo republicano. Ellos tienen más razones para sentir miedo a la autoridad, pero, además, poseen un sentido casi religioso de la disciplina, y se palpaba en el ambiente que salirse del guión era una falta terrible de disciplina, y a eso hay que sumarle que son patriotas, aunque sean progresistas, y no les resulta fácil echar piedras contra su propio país en presencia de medio mundo. Pero hubo momentos memorables que quedarán en nuestra memoria: las palabras de Gael García Bernal, que con un temple y una sutileza increíbles dijo lo que tenía que decir en contra de la guerra; las palabras de Adrien Brody, al que ya admirábamos por Las flores de Harrison y del que quedamos enamorados después de El pianista. Brody enlazó la emoción de recibir el Oscar por haber interpretado a ese pianista testigo de la barbarie con esa otra barbarie que está sucediendo ahora mismo; y las palabras del mismo Almodóvar, que expresaron lo que otros no se atrevieron a decir. Es muy difícil imaginar lo que uno hubiera hecho en una gala tan controlada. Los americanos son espontáneos cuando les dejan, pero a la hora del cumplimiento de las normas, las obedecen implacablemente. Por eso, hay que pensar que lo poco que pudo decirse ha sido muy importante y hay que resaltar aquello que a uno le produjo alegría, ya digo: el Oscar de Almodóvar, la belleza de Leonor Watling, los oscars para El pianista, que era, sin duda, el competidor del que Almodóvar podía sentirse más orgulloso (está bien que no le dieran un premio de consolación a Scorsese, él está en edad de hacer todavía grandes películas). El Oscar a la nariz de Nicole Kidman y a la más inmensa que nunca Catherine Z. Jones. Se nos quedaron en el tintero Las horas y la insuperable Julianne Moore. Pero los premios siempre son injustos. La sensación esencial que dejó esta ceremonia es de que los artistas estaban incómodos, y a mí me pareció bien que lo estuvieran. Es un reflejo de cómo estamos todos. Asustados y hasta las narices.

25 Marzo 2003

Pedro El Grande

Guillermo Cabrera Infante

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Esta vez no hubo Penélope (Cruz) para celebrar el triunfo de Almodóvar con un grito mayúsculo: ¡PEDRO! y festejar así a un Ulises que regresa después de la guerrita española, deteniéndose en escalas como el premio Bafta inglés y el César francés. Pedro Almodóvar vino en olas, oleadas de prestigio para coronar la noche de los óscares vestido de negro. (Recuerden que en una versión de la leyenda Ulises debía venir impulsado por una vela blanca para ilustrar su triunfo o una vela negra sería testigo de su fracaso y hubo una confusión a bordo y Penélope no estaba para recibirlo).

Nunca un Oscar fue tan merecido como esta vez. Hable con ella está tan cerca de la obra maestra que no hay que insistir. Su triunfo fue total y no hubo, como la vez anterior, un Antonio Banderas para sacarlo de delante del micrófono como de un hoyo amable. Parece que Almodóvar se había acostumbrado a ganar premios que casi ni tuvo agradecimientos para sus actores favoritos ni su compañía en el triunfo. Pero una de las características de Pedro Almodóvar es que le preocupa más su peso que su premio. No hay en él ni el más mínimo trazo de ese mal que ciega al cine español -la envidia-. Por eso Hable con ella no es la apología de la muerte sino una celebración del amor más allá de la muerte. Como ven la analogía con el mito de Tristán y su Isolda no está tan traída por los cabellos rubios de la otra Isolda. Pero es un ditirambo. Claro que es un ditirambo, pero también una advertencia a los que no vieron la fiesta del cine tan imitada en otras segundas partes. Es para decirles: ¡cuélguense del palo de mesana, anoche vimos triunfar a Almodóvar y ustedes no estaban.

Hubo indicios reveladores. Técnicamente, ésta es la mejor película de Almodóvar y temáticamente es un melodrama perfecto en que la música de Caetano Veloso se une con el drama en la tragedia del toro invisible que es una versión española del tigre de la muerte chino. Por supuesto que su escritura (la del guión, la del cine) se ve exaltada esta vez como una guía perfecta para llegar hasta el coro final venido de la isla de Cabo Verde, mientras que el comienzo es una alegoría de las sillas musicales como un velorio en que el diccionario de la Real de la lengua define como la celebración de un rito abuelo por la muerte de un niño -que esta vez es el protagonista que habla con la muerta y declara: «Parece que está durmiendo»-. Este personaje central es tan patético como su vida, pero es el que recomienda que se hable con ella y como culminación del diálogo con la muerte se suicida.

Como se puede leer arriba estoy tentado de contar la película pero Almodóvar lo hace por mí en su guión contado, comentado, y que es de una rara perfección. Por eso su premio, que nos alegra a todos sus admiradores, es tan merecido. Lo había leído antes de ver la película (que vi dos veces: en el cine de mi sala y en la sala del cine: por la televisión y en la pantalla grande) y siempre me pareció perfecto. Como Hitchcock, como Billy Wilder, Almodóvar es el mejor visualizador de lo que ha escrito y la película final no es más que una ilustración para los que no saben leer.

Me fui a la cama a las seis de la mañana a dormir el sueño de los justos. Así quiero ver a mis amigos (y tengo muchos en el cine español: Fernando y David Trueba, José Luis Garci, Vicente Aranda), conocidos y reconocidos por sus pares, que es el veredicto mayor. Habría que cargar con la Cruz para que grite una vez más y siempre ¡PEDRO!