4 enero 1981

El leninista Francisco Frutos y el pro-soviético Pere Ardiaca se hacen con el control de la formación en el 5º Congreso del PSUC trastocando toda la política nacional del PCE

5º Congreso PSUC: Crisis total del comunismo catalán con la dimisión de Antoni Gutiérrez y López Raimundo como secretario general y presidente

Hechos

La decisión del V Congreso del PSUC de romper con el eurocomunismo causó la dimisión de D. Antoni Gutiérrez Díaz como Secretario General. Fue reemplazado por Francisco Frutos.

Lecturas

El triunfo de las tesis prosoviéticas en el congreso del PSUC, partido comunista catalán, referente del PCE en Catalunya, condenando el eurocomunismo causa que tanto el hasta ahora presidente del PSUC, D. Gregori López Raimundo, como el hasta ahora secretario general D. Antoni Gutiérrez Díaz, renuncien a continuar en sus respectivos cargos. El cambio de rumbo del PSUC supone una derrota para el sector más europeista capitaneado por D. Jordi Solé Tura y Dña. Eulalia Vintró Castells (llamados despectivamente ‘Bandera Blanca’, por su antiguo militancia en la corriente maoista ‘Bandera Roja’).

El nuevo presidente del PSUC será D. Pere Ardiaca Marti, fiel a la URSS, y el nuevo secretario general será D. Francisco Frutos Gras, del sector leninista.

LOS NUEVOS DIRIGENTES DEL PSUC:

 D. Pere Ardiaca (pro-soviético, admirador de la dictadura de la Unión Soviética) será el nuevo Presidente del PSUC,

 D. Francisco Frutos (leninista) será el nuevo Secretario General. Se da la circunstancia de que el sector del Sr. Frutos votó en contra de la tesis anti-eurocomunista que sacaron adelante los delegados del PSUC. El Sr. Frutos quiso dejar claro que él era crítico con la dictadura de la URSS, en particular con la invasión de Afganistán.

LAS ‘FAMILIAS’ DEL COMUNISMO EN CATALUNYA:

Eurocomunistas – El sector liderado por el hasta ahora Secretario General del PSUC, D. Antoni Gutiérrez Díaz y considerado mayoritario es el que más se identifica con la dirección del PCE de D. Santiago Carrillo. Mantiene críticas a los regímenes de la Europa del Este y la URSS, aunque los acepta como mal menor.

Bandera Blanca – Grupo de antiguos miembros de Bandera Roja (grupo maoista ultra radical) son ahora el sector más moderado y más abiertos a pactos con la socialdemocracia, es decir, con el PSC y mantienen serias diferencias con la dirección del PCE de D. Santiago Carrillo por considerar que este debe retirarse para renovar el partido. Sus principales diferentes son D. Jordi Solé Tura, D. Jordi Borja o Dña. Eulalia Vintró. Se declara opositor de los regímenes de la Europa del Este y la URSS.

Leninistas – Nacidos como los contrarios a la decisión de D. Santiago Carrillo de suprimir la idenfitifación ‘leninista’ del comunismo’. Su principal poder es su pertenencia a este sector del Secretario General del sindicato Comisiones Obreras (CCOO), D. Marcelino Camacho. Su principal referente en Catalunya es D. Francisco Frutos. Son partidarios de la retirada de D. Santiago Carrillo y su reemplazo por D. Nicolás Sartorius. Apoyan los regímenes de Europa del Este y la URSS aunque han criticado algunas de sus decisiones como la invasión de Afganistán.

Pro soviéticos – También apodados ‘stalinistas’ o ‘afganos’. Sus principales referentes son D. Leopoldo Espuny, D. Joaquín Boix, D. Juan Ramos y el histórico D. Pere Ardiaca. Apoyan de manera entusiasta los regímenes de la Europa del Este y de la URSS a los que apoyan con un alineamient total sin la menor reticencias, incluyendo en la invasión de Afganistán y son contrarios a D. Santiago Carrillo por considerar que este no es suficientemente fiel a Moscú.

Del eurocomunismo al neurocomunismo

Manuel Vázquez Montalbán

LA CALLE (enero 1981)

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El congreso de la UCD va a completar la expectativa creada por el congreso del PSUC y el proceso crítico abierto en el seno del comunismo español. Según lo que ocurra en Mallorca se ajustarán las políticas de alianzas y sólo una ratificación importante de Suárez y su política dejaría las cosas tal como están, es decir, mal y de precario. Si Suárez cae, UCD sólo puede recomponerse por la derecha, por los caminos que van a Roma, y el PSOE se verá obligado a una operación de ocupación de espacio perdido por los sectores progresistas de UCD. Si Suárez se tambalea deberá decidir que muletas busca, si las del PSOE o las de Coalición Democrática. ¿Qué pintan los comunistas en todo esto?

La campaña desencadenada por los medios informativos de la derecha invita a pensar en una operación de fondo de descuelgue de los comunistas, de poner difícil el clima de entendimiento entre socialistas y comunistas en la política entre UGT y Comisiones en lo sindical. El proceso crítico abierto en el seno del comunismo español va para largo, de momento tiene una perspectiva de medio año hasta la celebración del X Congreso del PCE, y según lo que pase y sobre todo lo que no pase en ese Congreso, el proceso crítico puede continuar y agravarse. Nadie podía extrañarse si en plena crisis comunista se lanzara las convocatoria de elecciones anticipadas. A la derecha le interesa vender la imagen de que el comunismo civilizado ha fracasado y de que conviene grupuscular al comunismo incivilizado, que, al parecer, se ha apoderado del PSUC y pugna por derribar a Santiago Carrillo y sus muchachos en el PCE.

Sorprende que ante la flagrante instrumentalización que la derecha está haciendo de la revisión crítica operante entre los comunistas españoles, se le haga el juego desde las mismas filas comunistas, exagerando el alarmismo, resucitando las esencias de Numancia, Sagunto y al sitio de Zaragoza. Algunos participan en este juego desde la más absoluta irresponsabilidad personalista, otros desde la más total insensibilidad a lo que es la real conciencia de la mayoría de los comunistas, y queda un tercer grupo que reúne a la vez insensibilidad e irresponsabilidad. (…)

Manuel Vázquez Montalbán

08 Enero 1981

Después del V Congreso del PSUC

Santiago Carrillo

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Las decisiones del V Congreso del PSUC son consecuencia del encadenamiento de distintos errores sobre los que los comunistas de Cataluña y del resto de España debemos reflexionar seriamente. Nadie propone en serio, porque sería irreal, una salida revolucionaria a la crisis al estilo clásico.

Las decisiones del V Congreso del PSUC son ahora objeto de comentarios diversos y motivo de alegría para quienes desde posiciones a veces muy opuestas desean que en España no haya un partido comunista de nuevo tipo, es decir, lo que generalmente se entiende cuando se habla de un partido eurocomunista. Esas decisiones no me han sorprendido; son consecuencia del encadenamiento de distintos errores sobre los que los comunistas de Cataluña y del resto de España debemos reflexionar seriamente.En definitiva, los sentimientos de frustración ante las in suficiencias del cambio democrático, la incapacidad para abordar los problemas de la crisis y el paro y el peligroso aumento de la tensión internacional, han buscado el escape en una discusión ideologizada que tuvo su culminación en la adopción de posiciones que llamaré tradicionalistas -un partido de sesenta años tiene tradiciones que pueden ser sacralizadas- por no hacer mías las caracterizaciones no siempre ajustadas a la realidad que se están escuchando estos días. Nadie podría llamarse a engaño sobre el hecho de que los acuerdos del V Congreso del PSUC suponen un profundo distanciamiento con las posiciones de principio y de política general aprobadas por el PCE y que la resolución conjunta tomada en octubre por una delegación de éste y el CE del PSUC queda claramente quebrantada, y más allá, el quebranto alcanza hasta a los propios estatutos de ambos partidos.

Los acuerdos del V Congreso han enfrentado casi en dos mitades a los delegados. El PSUC, que tenía la reputación de ser el más eurocomunista en España, y quizá por eso alcanzó tan alto porcentaje electoral, ha hecho un viraje de 180 grados. A fuer de sincero debo confesar que aún no comprendo por qué ante tal división de opiniones y de cara a un viraje tan radical no se adoptó en la última sesión del quinto congreso la fórmula de preparar un congreso extraordinario, con todas las garantías democráticas -y entre ellas, la de asegurar la participación del conjunto del partido en los debates de las agrupaciones- a fin de que la decisión sobre temas tan fundamentales estuviera respaldada por el más amplio acuerdo y de que cada comunista pudiera reflexionar a fondo sobre el futuro del partido.

En las tesis aprobadas por el PSUC no ha triunfado una posición de izquierda sobre otra de derecha. Ese sería un equívoco peligroso. Tampoco ha triunfado una línea de movilización de masas sobre una línea «institucionalista», por llamarla de algún modo. En el PSUC se sigue hablando de «revolución de la mayoría». Y sobre la necesidad de movilizar a las masas, haciendo uso de los derechos constitucionales, combinando esto con la labor en las instituciones estamos de acuerdo todos los comunistas.

Precisamente lo que extraña en esos tensos debates es que lo obsesivo, en vez de la política internacional, no hayan sido te mas como el paro, la crisis, la carestía, la enseñanza, la sanidad, el terrorismo, la organización del Estado de las autonomías, las libertades, la estrategia para hacer avanzar y consolidar el cambio democrático hacia el socialismo. Es decir, lo que está preocupando desde la mañana a la noche, y hasta en sueños, a las familias trabajadoras.

En realidad, lo que ha estado casi exclusivamente en el centro del debate es la política internacional y, en definitiva, si los comunistas catalanes -e implícitamente todos los españoles- renunciamos o no a una estrategia independiente. No sin un cierto maniqueísmo, que presenta como antisoviéticos y hasta como pro chinos a quienes queremos tener relaciones iguales con todos los partidos comunistas sin subordinarnos a ninguno, por grande y poderoso que sea. A quienes pensamos que la salud y el futuro de nuestro movimiento reside en ir hacia una nueva unidad que respete las diferencias, y no hacia la exclusión de todos los que divergen en unas u otras cosas de un partido guía, y hasta a justificar las intervenciones militares para asegurar la subordinación.

Frente a esas posiciones tenemos que afirmar claramente que la lucha de clases a escala mundial no puede dirimirse por el enfrentamiento de dos bloques militares; eso sería tanto como la destrucción mutua y la renuncia a todo avance revolucionario; y mientras, llega la hecatombe, la permanencia del juego que consiste en repartir las zonas de influencia, juego que, por ejemplo, en Europa bloquea el avance de las fuerzas de transformación.

La lucha de clases se desarrolla principalmente en el interior de cada país, entre las fuerzas de progreso y las que se aferran a los privilegios económicos y sociales que les dispensa el sistema capitalista. Y el principio de solidaridad internacionalista entraña el apoyo mutuo, la cooperación, nunca la injerencia y la subordinación.

El PCE sostiene la necesidad de ir a la liquidación simultánea de los bloques militares, de las bases en el extranjero. Y en nombre de esa posición nos oponemos a la entrada en la OTAN y preconizamos un acercamiento cada vez más resuelto a una política de no alineamiento militar.

El PCE se opone a toda intervención militar en un país extranjero. Y sólo partiendo de esa posición podemos ganar a la mayoría de los trabajadores y del pueblo para la movilización contra las aventuras del imperialismo.

Estas posiciones independientes en política internacional son irrenunciables si el PCE y el PSUC no quieren convertirse en grupos testimoniales o en simples agencias de propaganda. Y desde luego, por difícil que sea la batalla para mantenerlas, vamos a darla con todas las consecuencias.

Pero esa batalla no va aislada de la de política interior. Hay que saber en qué país y en qué situación estamos. Aquí la dictadura cedió ante la presión democrática y dio paso a un régimen constitucional con libertad de partidos, porque el sistema político anterior estaba tan desgastado que no podía hacer frente a la crisis económica con medios autoritarios. Pero llevamos cuatro años de cambio y el Gobierno de UCD ha demostrado su incapacidad para enfrentar la crisis y, a la vez, la izquierda no ha sido capaz de unirse y de ofrecer una alternativa de progreso y buscar el apoyo del país para ella. La consecuencia no es sólo el desprestigio de UCD, sino la pérdida de confianza en la democracia, avivada por una campaña contra los partidos políticos y contra las instituciones, que, cualquiera que sean sus motivaciones -y las hay indudablemente honestas-, contribuye a la desesperanza. Mientras tanto, hay un partido -el que mandó durante los cuarenta años pasados- que no tiene apariencia de tal y que está ahí potencialmente íntegro y dispuesto a aprovechar una coyuntura propicia. Y aunque algunos consideren el referirse a ese partido como un síntoma de temor, si no una manipulación, lo cierto es que no tener en cuenta su existencia sólo pueden hacerlo los que renuncian a tener en cuenta la realidad concreta.

Bien, en estas condiciones, abordar la crisis económica y sus consecuencias por un camino democrático exige una política de alianzas, junto con todas las presiones y movilizaciones de masas. Sin una política de alianzas, encerrándonos en nuestras tiendas, salvando nuestra responsabilidad o nuestro honor, las clases dominantes intentarán resolver la crisis exclusivamente a su favor, volviendo a métodos cada vez más autoritarios. Y quien dice la crisis, dice el terrorismo y los demás problemas graves y urgentes del país.

Nadie propone en serio, porque sería irreal, una salida revolucionaria a la crisis al estilo clásico. Cierto que la política de alianzas es muy difícil; que encontramos fuertes resistencias. ¡Claro que sí! Pero ¿es que alguien ha olvidado lo que nos costó arrancar la legalización del partido? ¿Alguien ha olvidado que el milagro del cambio fue ése precisamente?

Y subir la cuesta en que nos hallamos está siendo, y va a ser, difícil. Y hay quien queda rezagado, quien se fatiga porque el camino es abrupto y difícil y porque la cima no está ahí, claramente al alcance de la mano.

Indudablemente tenemos que hacer un esfuerzo de clarificación habremos de mejorar nuestro trabajo y, entre otras cosas, construir un partido más sólido y más formado política e ideológicamente.

Es verdad que nos hallamos en un momento crítico para la política eurocomunista. Pero ¿cree alguien que los partidos continuistas que no son euros están en mejor situación? El abandono de la política eurocomunista nos colocaría como partido en condiciones más difíciles para defender a los trabajadores, para sacar del atasco a la democracia, para avanzar hacia el socialismo. Independiente mente de la voluntad Je los que lo propugnan, llevaría al partido y a la clase obrera a lacatástrofe.

Por eso, los acuerdos del V Congreso del PSUC son objetivaniente un serio golpe a la credibilidad y al prestigio del PSUC y del PCE, del que se están aprovechando y se van a aprovechar a fondo todos nuestros adversarios.

Por eso, aunque el PSUC es orgánicamente independiente, sus acuerdos nos afectan y no podemos ser neutrales y asépticos ante ellos. Somos plenamente solidarios de quienes defienden la política eurocomunista.

Y vamos a hacer todo lo necesario, en colaboración con los camaradas catalanes, por que el PSUC continúe siendo un partido eurocomunista y por que el PCE, responda, ante la clase obrera y los pueblos de España, a la estrategia con la que se comprometió hace ya muchos años, y que yo resumo no sólo con las palabras de socialismo en libertad, sino también con otra tan decisiva: independencia.

Santiago Carrillo es secretario general del PCE

21 Enero 1981

El eurocomunismo y la renovación del PCE

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Pretender basar el eurocomunismo en vez de en la argumentación en la aceptación ciega de lo que la dirección dice, en la fidelidad a esa dirección, en el carisma de los dirigentes y en la fuerza del aparato, sería el peor servicio que podríamos prestar a dicha causa.

El rechazo del término «eurocomunismo» en el V Congreso del PSUC plantea un conjunto de reflexiones de la mayor importancia no sólo para el futuro del PSUC o de las relaciones entre el PCE y el PSUC, sino para el futuro del propio PCE. Desde mi punto de vista, la necesidad de mantener el carácter eurocomunista del PCE y de recuperarlo en el PSUC son la batalla más importante a dar de cara al X Congreso, en un caso, y al futuro que el propio PSUC prefigure, en el otro. Pero esta batalla no puede ser ni estática ni testimonial, tiene que ser una batalla dinámica que abra, a los comunistas de todo el Estado español, la perspectiva de su quehacer en los años ochenta. En una década que se presenta difícil, pero, en la que es imprescindible, desde el punto de vista de la democracia y el socialismo en nuestro país, consolidar la fuerza y la influencia del Partido Comunista. Sería erróneo que en el PCE nos erigiéramos en jueces supremos de lo que ha ocurrido en el PSUC, como si los problemas, los defectos y errores fueran patrimonio exclusivo de los comunistas catalanes. Más erróneo todavía sería achacar al pretendido «nacionalismo» del PSUC las causas de la derrota del término «eurocomunismo».

No podemos, sin embargo, minusvalórar el problema o hacer como si «aquí no ha pasado nada». Ha pasado, y ello es grave, y crea una situación de excepcionalidad, como la ha calificado el propio Comité Ejecutivo elegido en el V Congreso del PSUC, que afecta a los comunistas catalanes, a los de todo el Estado español y que tiene repercusiones negativas en el marco europeo.

Quizá fuera del ámbito catalán no se ha resaltado suficientemente, y creo conveniente hacerlo aquí, que en la votación en tomo al eurocomunismo se produjo una convergencia de votos entre el sector calificado eurocomunista y el calificado de leninista y que ambos juntos fueron derrotados por los partidarios de abandonar el término «eurocomunismo». Es decir, que el sector que hoy ocupa el Comité Ejecutivo del PSUC defendió y votó en favor del término eurocomunismo y fue derrotado. Desde el PCE es difícil comprender que a pesar de esa derrota se acepte la secretaria general, pero sería igualmente erróneo asimilar las posiciones del sector que hoy ocupa la mayoría del Comité Ejecutivo del PSUC a las de los que a toda costa quieren eliminar el término eurocomunismo y todo lo que él implica. Es decir, a las posiciones prosoviéticas. El futuro dirá hasta qué punto el actual secretario general y el Comité Ejecutivo del PSUC son capaces de superar la ambigüedad que supone aceptar la dirección de un partido que ha rechazado de su definición el eurocomunismo y que está presidido por uno de los hombres que fue abanderado de ese abandono. Mientras tanto, la actitud inteligente por parte del PCE me parece que estaría en ayudar a que dicha ambigüedad se decantara en un sentido favorable a la recuperación del eurocomunismo.

Pero paralelamente a lo que ocurra en el PSUC, en el PCE tenemos un proceso congresual por delante, y para que no nos ocurra lo que ha sucedido en el PSUC, es preciso extraer las lecciones desde ahora y analizar en qué las críticas que se hacen al PSUC deben convertirse también en autocríticas a nuestro propio quehacer.

Creo que tanto en el PSUC como en el PCE hay una serie de batallas fundamentales que no se han dado o que se han dado mal, y ello es tanto más grave en un momento de crisis económica, de agudización de las tensiones entre los bloques a nivel mundial y de falta de alternativas claras desde la izquierda.

Una de estas batallas es la de las posiciones del PCE en política internacional y la de nuestra concepción del socialismo en libertad, del socialismo pluralista, con su contenido crítico respecto a los paises del llamado «socialismo real».

Política de no alineamiento

Es decir, que es necesario debatir y definir el carácter revolucionario de la política de «no alineamiento» en ninguno de los bloques, política en la que se haya la única perspectiva de pervivencia de la humanidad y de construcción del socialismo, no sólo en Europa, sino también en el Tercer Mundo. Y junto a ello hay que profundizar en los problemas y contradicciones que atraviesan los países del «socialismo real» como único método para comprender desde una óptica marxista el mundo que nos ha tocado vivir. La no participación de la clase obrera en la vida social y política de estos países, la naturaleza de un Estado que impide tal participación, las causas de los enfrentamientos armados entre países socialistas (China-Unión Soviética, China-Vietnam, Vietnam-Camboya) son temas fundamentales sin cuya comprensión es imposible entender las causas por las que el PCE condena, por ejemplo, la intervención de la Unión Soviética en Afganistán o en Checoslovaquia o defiende la tesis de la soberanía de los polacos para resolver sus propios problemas. Y sin entender todo esto será imposible darse cuenta cabal de la importancia que para el eurocomunismo tiene la independencia respecto de cualquier Estado socialista.

En las tesis oficiales del PSUC, por ejemplo, nada o muy poco se proponía sobre los verdaderos problemas del «socialisnio real». Ese socialismo, con exclusión del chino, aparecía en dichas tesis como un modelo cuasi-perfecto, en el que existían defectos o errores, principalmente los de la falta de libertad, que, por otro lado, casi se llegaba a formular que eran fácilmente subsanables. Es claro que con ese nivel de superficialidad y sin un debate en profundidad, con escasa participación en él de la propia dirección del PSUC y con una Secretaría de Organización controlada por hombres contrarios incluso a esa tímida crítica a los países socialistas, y todo ello en medio de las difíciles condiciones objetivas de la realidad interna y externa de nuestro país, el resultado previsible no podía ser muy distinto al que se dio.

Y no creo que los debates sobre estos temas sean imposibles o contraproducentes, debido a «lo atrasado de la base social y cultural» del partido» a que «los obreros no leen» o a otros argumentos que a menudo se esgrimen en el interior del PCE. Porque mientras algunos se creen estos argumentos, los folletos de los Ponomariov o los Breznev corren entre las filas del partido sin que a ello se oponga una política de publicaciones del PCE seria y coherente sobre estos y otros temas. Inclusa se llega a recomendar la no lectura de Nuestra Bandera, y no sólo por sus deficiencias propias, que, por otra parte, sólo son reflejo de la falta de la política coherente de información y publicaciones a que me refiero.

Creo que este debate, que esta discusión, afecta profundamente y es perfectamente asimilable por los trabajadores españoles y que el mismo debe constituir uno de los cimientos irrenunciables de lo que debe ser la formación de los militantes del PCE. Hay que ir a ese debate convencidos de que la lucha contra el capitalismo y el imperialismo exige un nivel de clarificación marxista que no tiene por qué ser abstracto o intelectualista, porque toda teoría bien elaborada es tremendamente vivificadora de la práctica concreta. Adentrarse en esta problemática exige, a su vez, comprender claramente que hoy decir «clase obrera » es decir libertad, democracia y participación. En las décadas finales del siglo XX, la clase obrera está profundamente interesada en la libertad y la democracia, al contrario de lo que preconizan las concepciones ancladas en el pasado estalinista, para las cuales estos términos son antagónicos.

Revolución de la mayoría

Al lado de este bloque de temas, que no puedo aquí sino enunciar sucintamente, hay que abordar los temas de la «revolución de la mayoría», de la vía democrática y pluralista al socialismo. Muy a menudo se confunde esta vía con la práctica política del PCE en los tres últimos años y, en la medida en que esta práctica ha sido institucionalista en exceso, no se puede entender cómo a través de ella es posible lograr el consenso de la mayoría de la sociedad en favor del socialismo. Resulta, por tanto, necesario no sólo explicar, sino, sobre todo, practicar esa «revolución de la mayoría» como un combate ideológico desarrollado en todos los niveles de la sociedad, en el Parlamento y en Ios ayuntamientos, desde luego, pero también en los centros de trabajo, en las asociaciones de vecinos y de padres de alumnos, en todo el conjunto del entramado social. Sólo desde esta perspectiva puede comprenderse el tema de las movilizaciones. No se trata de que la dirección del partido, u otras instancias superiores, llamen a más o menos movilizaciones. Se trata de que los comunistas estén impulsando todo el debate y la protesta social contra la política de la derecha, contra los intereses capitalistas, y que ello se articule en mil formas de movilización distintas surgidas desde abajo.

Se trata, en definitiva, de recuperar la concepción gramsciana, de luchar por la hegemonía. Por una hegemonía que hoy tiene que tener una dimensión pluralista que, obviamente no podía tener en los años que Gramsci vivió. Pluralista desde el punto de vista político, de unidad con los socialistas, de avance común hacia el socialismo, y pluralista desde el punto de vista social, asimilando la realidad de que los partidos políticos no agotan las formas de actuación social y política de los hombres y mujeres de nuestra sociedad y que el feminismo, el movimiento ecologista, los movimientos ciudadanos y las mil formas nuevas de participación recogen aspectos fundamentales, desde nuevas ópticas, de la lucha por el socialismo hoy.

Pero todo lo anterior exige un partido vivo, pensante y participante a todos los niveles en la elaboración y la puesta en práctica de una línea y una estrategia revolucionarias. Un partido cuya adhesión y entusiasmo por esa línea y esa estrategia sean el resultado de su pensamiento y su práctica colectiva. Esto plantea transformaciones desde la misma base del partido: desde las agrupaciones. Agrupaciones cuya vida languidece hoy,en las que no se ha definido que su fundamental quehacer es un hacer volcado a la sociedad, a través del trabajo que en ella realizan todos y cada uno de sus miembros. Sólo esta práctica es la que sienta las bases de la elaboración de la política del partido, y como tal tiene que ser discutida y analizada. Difícilmente, digo, las agrupaciones de hoy permiten asentar un partido eurocomunista. Se dice que de estas agrupaciones se han ido los profesionales y los intelectuales. Pero también parece que se han ido los obreros, salvo en los casos en que la agrupación de fábrica existe y tiene vida. Pero de estos últimos, muchos de ellos se han ido no a su casa, como es el caso entre muchos profesionales, sino a CCOO, en las que se revierten y debaten los problemas que no se debaten en el propio PCE, con los resultados de desnaturalización de CCOO y del propio partido que se han puesto de manifiesto en el último período, provocando en ocasiones injerencias, sin plantearse la raíz de los problemas y contribuyendo a mezclar y confundir todos los planos.

El irse a su casa de muchos profesionales y de buena «parte de los cuadros eurocomunistas del PCE se ha resuelto, frecuentemente, con excesiva facilidad atacando peyorativamente a los intelectuales, picos de oro, etcétera. Como si el carácter obrero del partido estuviera reñido con la presencia de los mejores profesionales en sus filas, como si este hecho, que tanto caracterizó al PCE en su momento, no empezara ya a reflejar la hegemonía de la clase obrera sobre el conjunto del cuerpo social. Como si los análisis que condujeron a la formulación de la Alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura estuvieran ya abandonados. En los últimos tiempos, en el partido, ser calificado de intelectual o profesional se ha convertido, con frecuencia, en sinónimo de derechismo, oportunismo o claudicación.

No fue nunca así para los que, obreros, estudiantes o profesionales, forjamos el partido que funcionó en el interior del país en los años de 1968 a 1977. Un partido que, a pesar de la clandestinidad y del sistema cerrado de las células, era un partido vivo y actuante, pletórico de debates, de confrontaciones muy duras con la realidad y en el que cada miembro se sentía activo partícipe de la elaboración y puesta en práctica de una política con la que se identificaba. Un partido en el que los errores se analizaban y, por tanto, se podían corregir. Un partido que, sin embargo, hoy ha perdido su sistema nervioso y vital central.

La lucha por el socialismo

Por ello hay que renovar profundamente el funcionamiento de las agrupaciones y, con él, el de los comités y órganos de dirección. Hoy, alcanzar la síntesis es más difícil que en otros períodos, porque los problemas son más complejos y ante ellos no siempre los comunistas somos coincidentes. Pero la síntesis exige tener en cuenta todas las opiniones y no sólo las que previamente coinciden con lo de siempre, e ir con todas ellas a elaborar una línea política capaz de incidir en la realidad.

Como conclusión: creo que hay que forjar el Partido Comunista necesario para la lucha por el socialismo en la perspectiva del año 2000. Un partido profundamente democrático, con una democracia que permita el debate a fondo de todos los temas que nos afectan. En el convencimiento de que es la democracia la que permite la argumentación y que el eurocomunismo sólo puede apoyarse en ella y en el razonar marxista de los militantes del partido.

Porque pretender basar el eurocomunismo en vez de en la argumentación en la aceptación ciega de lo que la dirección dice, en la fidelidad a esa dirección, en el carisma de los dirigentes y en la fuerza del aparato, sería el peor servicio que podríamos prestar a dicha causa. Porque en cuanto a fidelidades, obediencias y adhesiones acríticas siempre nos llevarán ventaja los que quieren un partido dependiente del exterior y, como demuestra el ejemplo del PCF, es por ahí por donde nos acabarán ganando.

Las revoluciones del pasado, decía Marx, oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos. Que no sea así para nosotros. Que nos liberemos de lo que tienen hoy de pesadilla para recuperar lo que tuvieron en su momento, y aún tienen hoy, de sueño real y de utopia realizable.

Pilar Brabo, diputada del PCE

14 Enero 1981

Una reflexión sobre el V Congreso del PSUC

Jordi Sole Tura

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La falta de apoyo por parte de la propia dirección para muchas iniciativas renovadoras han hecho qué muchos militantes de mentalidad inequívocamente eurocomunista abandonasen la militancía activa. Yo diría, en síntesis, que hemos dejado que la mayoría eurocomunista del PSUC se dispersase

La crisis abierta, por el V Congreso del PSUC ha llenado de estupor a muchos y de alarma a muchos otros. El cambio ha sido brusco para aquellos que no estaban en los entresijos de la situación interna del PSUC. Y aunque la actitud de la mayoría de los órganos de información ha sido ponderada, intentando aportar reflexión y serenidad a la opinión pública, no han faltado editoriales energuménicos que muestran hasta qué punto la derecha de este país sigue sin entender el significado real de la palabra democracia.¿Qué ha ocurrido en realidad? Yo no creo que en los límites de un artículo se pueda dar una explicación exhaustiva, pero sí se puede intentar una síntesis de las razones principales.

A mi entender, la primera de ellas es la repercusión en el seno del partido de la situación general del país, de las dificultades económicas, de las debilidades del sistema democrático, de la falta de una alternativa.

El paro, la inflación, la crisis de valores de nuestra sociedad y la falta de alternativas concretas ha generado entre muchos trabajadores dos tipos de actitudes: o la reacción corporativa y gremial o la exasperación y el radicalismo. Y como corolarios de una y otra, una falta de confianza en las instituciones del sistema democrático y en las posibilidades del propio sistema para dar solución a los problemas.

Desde hace meses, tanto en Cataluña como en el resto de España uno de los ejes de la ofensiva política de la derecha ha sido el intento de aislar a los comunistas y de convertir a Comisiones Obreras en una especie de chivo expiatorio sindical de las dificultades actuales. Todo esto ha producido reflejos defensivos muy serios en un sector importante de los trabajadores y muy especialmente entre algunos exponentes de la vanguardia sindical y política de la clase obrera.

Estos reflejos se hubiesen paliado si las perspectivas de unidad de la izquierda hubiesen sido mejores y, por tanto, si se hubiese abierto alguna esperanza de alternativa a corto plazo. El proyecto eurocomunista tiene diversos componentes, pero yo diría que su eje esencial es recomponer la unidad del movimiento obrero y de las fuerzas de izquierda.

La unidad de la izquierda

Pero lo cierto es que la unidad entre socialistas y comunistas en el plano político y éntre CCOO y UGT en el plano sindical no ha avanzado. Aparte de los pactos municipales -que en algunos casos también han sido conflictivos y que, en general, no han culminado en auténticos programas municipales comunes-, la unidad no sólo no ha avanzado, sino que incluso ha retrocedido. En pleno congreso del PSUC, el propio Joan Reventós hizo unas declaraciones despectivas contra la unidad de los comunistas que favorecieron todavía más la tendencia hacia la radicafización. Y después del congreso la reacción más sectaria -aparte de la de la ultraderecha- ha sido la de Enrique Múgica Herzog.

Yo no excluyo, antes al contrario, que los comunistas tenemos una gran parte de responsabilidad en esta falta de unidad. Pero lo cierto, lo que importa ahora subrayar, es que la desunión ha sido a la vez causa y efecto de una tendencia cada vez más acusada al repliegue de muchos trabajadores en sí mismos. Y ese repliegue, teorizado y hasta canonizado por algunos intelecturales, ha sido un fáctor muy importante en la involución,política que ha representado el V Congreso del PSUC.

Otro factor ha sido la repercusión de la situación internacional ‘ La crisis mundial, el auge de la derecha en los principales países capitalistas, la falta de una alternativa progresista en Europa por la desunión de las fuerzas populares y la reaparición de un clima de guerra fría han acentuado también los reflejos defensivos de muchos militantes comunistas. Ante el auge de la bipolarización no han aparecido alternativas claras a corto plazo. Y a los llamados prosoviéticos les ha sido relativamente fácil teorizar que los bloques son una realidad cerrada, que las contradicciones entre los países capitalistas son secundarias, que los socialistas son un elemento decisivo de la estrategia imperialista para la división del movimiento obrero, que una de las formas principales de lucha de clases mundial es el enfrentamiento de los dos bloques y que, por tanto, hay que colocarse de una y otra manera al lado de uno de los dos.

Estados Unidos y URSS

Esto coincide objetivamente con los intereses estratégicos de ambas potencias, pues tanto el Gobierno de Estados Unidos como el de la URSS quieren que en Europa se mantenga el estado actual y la intangibilidad de sus respectivos bloques. La política eurocomunista tiende a romper este inmovilismo, a generar fuerzas de paz que sean capaces de abrir una alternativa propia a nivel europeo, vinculada naturalmente a todas las fuerzas de paz y de progreso del mundo. En la medida que el eurocomunismo. tiene este potencial renovador, en la medida que su culminación política significa la quiebra de la lógica de los bloques, tanto el Gobierno norteamericano como el soviético están interesados -aunque sea por razones distintas- en que el eurocomunismo fracase, en que la izquierda no recomponga su unidad, en que los comunistas no lleguen a ejercer responsabilidades de poder por la vía democrática en los países capitalistas europeos, en que los comunistas se encierren en sí mismos como una especie de avanzadilla de un bloque dentro del otro y en que los socialistas se conviertan en puntas de lanza del atlantismo dentro del movimiento obrero.

Esta doble presión se ha hecho sentir de una manera muy viva en el congreso del PSUC. No es una Casualidad que el debate haya girado fundamentalmente en torno a., problemas internacionales, que la discusión haya sido muy simplista pero muy viscerál y que algunas enmiendas defendidas reprodujesen literalmente párrafos de la revista soviética Tiempos Nuevos.

El V Congreso del PSUC va, pues, más allá de su contexto catalán y debe entender-se como un episodio de la nueva guerra fría en curso. Como telón de fondo y como perspectiva están, por consiguiente, los futuros avatares del PC de España y del PC italiano.

Crisis y desencanto

Un tercer factor es la propia dinámica interna del PSUC. Como los demás partidos, el PSUC ha acusado los efectos de la crisis y del llamado desencanto. Ha disminuido el número de militantes -especialmente de los jóvenes- y las agrupaciones han tenido en general una vida lánguida. En muchos casos, los locales del partido han sido más lugares de refugio de los militantes para discutir entre ellos que centros de irradiación hacia afuera de propuestas Folíticas y de soluciones concretas. Por otro lado, las ambigüedades en que se ha traducido a menudo la política que llamamos de integración, la falta de un auténtico debate sobre los problemas del país y del mundo, y la falta de apoyo por parte de la propia dirección para muchas iniciativas renovadoras han hecho qué muchos militantes de mentalidad inequívocamente eurocomunista abandonasen la militancía activa. Yo diría, en síntesis, que hemos dejado que la mayoría eurocomunista del PSUC se dispersase -y hasta hemos contribuido a ello con las indecisiones de una dirección a su vez dividida-, mientras que hemos asistido pasivamente a la creación de una corriente opuesta al concepto y a la práctica del eurocomunismo. Esta es una grave responsabilidad que yo también, comparto, con todas sus consecuencias, en tanto que ex miembro del comité ejecutivo.

Por todo ello, la preparación y el desarrollo del congreso han sido muy irregulares. Desde el punto de vista formal han sido impecablemente democráticos. El comité central se ha limitado a redactar las tesis programáticas y a enviarlas a las agrupaciones sin mayor intervención directa.

Pero, ¿que ha ocurrido en la práctica? Que por las razones antedichas en la discusión delas tesis programáticas ha participado poca gente, no más del 15% del total de miembros inscritos. Y de ese 15% ha salido el grueso de los delegados al congreso.

Por otro lado, mientras la dirección observaba,esta actitud de neutralidad democrática, desde instancias situadas en la propia dirección y encargadas de organizar el congreso se daba un carácter partidista de proceso congresual y desde otras instancias se organizaba una auténtica labor de fracción.

Entre las resoluciones sobre las tesis programáticas llegadas al comité central, veinte -procedentes de distintas zonas geográficas- reproducían textualmente párrafos de la del comité comarcal del Vallés occidental.

La democracia fue, pues, formalmente impecable, pero resultó deformada por. todos estos hechos y muy especialmente por el desarrollo de una auténtica labor fraccional y por la falta de participación. Por eso no podemos culpar a la democracia de los resultados .del congreso. Yo diría más bien que ha ocurrido lo contrario, pues, para mí, democracia es, sobre todo, participación libre y no manipulada, y de esto ha habido, desgraciadamente, poco.

Confusión extrema

El resultado global de estos y otros factores es una confusión extrema. El congreso rechazó el término eurocomunismo en las tesis programáticas, por 424 votos a favor del rechazo, 359 en contra y veintiuna abstenciones. Pero, previamente, el mismo congreso había aprobado el informe del comité central saliente, en el que se reivindica y se mantiene el concepto de eurocomunismo por una diferencia -esta vez de signo inverso- también de unos sesenta votos.

En las tesis aprobadas hay algunas que condicionan la indepeladencia del PSUC, y otras, no. Así, por ejemplo, se mantiene la condena clara y explícita a la invasión, soviética de Afganistán en la discusión de los estatutos se rechazaron, en general, las enmiendas más involucionistas y se aprobó un término tan importante como la definición del PSUC como partido laico.

¿Qué quiere decir todo esto? Que el PSUC ha entrado en una fase de auténtica provisionalidad, tanto de sus órganos dirigentes como de su propia definición programática. Y que esa provisionalidad debe cerrarse cuanto antel con definiciones claras que hagan del PSUC un instrumento válido para la defensa de los intereses de los trabajadores y, a la vez, impidan el aislamiento del PSUC respecto a los comunistas del resto de España.

Porque lo que no se Puede decir de ninguna manera es que la confusión misma de las resoluciones minimiza el cambio ocurrido. Los que se oponían al término eurocomunismo argumentaban que estaban de acuerdo en todo menos en la palabra. Hicieron de ella el caballo de batalla principal y obligaron a todo el congreso a polarizarse en tomo a ella. Y lo que resultó fue, efectivamente, una división que reflejaba dos maneras de entender la política internacional, dos maneras de enfrentarse con los problemas políticos inmediatos. Por ello, el giro que se imprimió fue tan radical, tan absoluto. Y sólo se puede recuperar el talante, la forma de entender la lucha política y de enraizar al PSUC en la vida catalana que se expresaban con el concepto de eurocomunismo mediante un debate y una clarificación política que no deje lugar a ninguna ambigüedad.

La provisionalidad sólo puede cerrarse si se consigue impulsar lo que ahora no ha existido: un debate profundo con participación masiva; si los militantes que se habían apartado o se habían refugiado en la pasividad vuelven a la plena actividad, y, sobre todo, si se clarifican las opciones políticas y se despejan las ambigüedades.

Clarificar conceptos

Hay que clarificar conceptos y posturas individuales, decir claramente lo que se va a defender y por qué. Y no entrar en combinaciones por arriba que la mayoría de los militantes no entienden y que aumenten por ello mismo la confusión. Hay que dar confianza a todos los militantes, abrir múltiples vías de diálogo, hacer participar a toda la población que ha confiado electoralmente en el PSUC mediante un debate abierto.

En la base de esta reflexión y de esta exigencia hay una constatación fundamental: que los eurocomunistas no son una tendencia dentro del PSUC, frente a otras más o menos equivalentes, sino la mayoría del partido. Yjunto a ésta, otra constatación no menos fundamental: que los eurocomunistas no son un grupo de dirigentes intelectuales u obreros, sino mujeres y hombres muy diversos, enraizados en el tejido social catalán y muy particularmente, entre la clase obrera.

Que la palabra eurocomunista se haya llegado a identificar por algunos como sinónimo de una tendenci,a más, es una grave distorsión de los hechos, no siempre desinteresada.

Por todo ello, la tarea que tenemos ante nosotros no se puede alargar ni diluir en el tiempo. Los problemas agudos que no se resuelven, se pudren, y lo que se pudre se descompone. Hay que orientar todo el PSUC hacia un congreso extraordinario a plazo relativamente corto, abrir un debate serio, responsable y masivo en tomo a los problemas políticos que más preocupan a la población y que definen nuestra propia razón de ser, recomponer la dirección en torno a los hombres más votados del congreso y que mejor simbolizan la voluntad eurocomunista del PSUC, Gregorio López Raimundo y Antoni Gutiérrez Díaz, y rehacer la imagen y la moral combativa del partido.

Si somos capaces de realizar esta tarea, el PSUC puede dar un gran salto adelante y salir fortalecido de la prueba, abriendo nuevas perspectivas en Cataluña y en toda España. Si fracasamos, no sólo el PSUC dará un paso atrás de proporciones incalculables, sino que todo el panorama de la izquierda, todas las perspectivas de renovación y de avance hacia el socialismo en la libertad y la democracia quedarán seriamente dañadas.

Jordi Solé Tura

07 Enero 1980

El V Congreso del PSUC

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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El V Congreso del Partido Socialista Unificado de Cataluña ha adoptado resoluciones tan cargadas de consecuencias para el futuro de los comunistas que resulta imposible comprimir en un solo comentario los análisis y juicios que merecen estos cinco agitados días de enero. Sin embargo, cabe destacar ya, desde ahora, algunas de las líneas centrales de la asamblea ayer concluida.En primer lugar, Gregorio López-Raimundo y Antoni Gutiérrez, presidente y secretario general de la antigua dirección, han pagado un alto precio por su decisión de jugar sin cartas marcadas el arriesgado envite de una confrontación electoral abierta. Han mantenido su palabra de no presentarse a la reelección de sus cargos si el V Congreso del PSUC no aprobaba las formulaciones llamadas eurocomunistas. Y eso que, de haber aceptado figurar como candidatos, su elección por el Comité Central del PSUC como presidente y secretario general se daba por descartada.

La corriente de oposición que ha logrado imponer sus enmiendas en este Congreso posee la cohesión que le da su alineamiento con la Unión Soviética, las tradiciones nunca extinguidas de la III Internacional y las bases obreras en importantes comarcas catalanas. La derrota de las posiciones eurocomunistas (en ocasiones sólo terminológicas) no es tanto una batalla perdida por una concepción ideológica de perfiles imprecisos y contenido nebuloso como el triunfo del viejo fundamentalismo marxista-leninista, basado en la aceptación de la Unión Soviética como guía y faro de los partidos comunistas del mundo entero y como agente histórico encargado de imponer el «socialismo real» por las armas a todo el planeta. Que esta resurrección de los fantasmas del pasado, supuestamente enterrados, con las invasiones soviéticas de Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, y que ese regreso al maniqueísmo de los análisis y de las propuestas se hayan producido en Cataluña y en el PSUC no debe extrañar a quienes recuerden el reciente viraje del PC francés. La guerra fría cabalga de nuevo, y su galope puede producir resultados semejantes en el resto de los comunistas españoles, donde las añoranzas de los buenos viejos tiempos en que sólo existía lo blanco y lo negro y la URSS era elSuperman de los desheredados son tanto o más vigorosas que en Cataluña.

La corriente prosoviética no ha podido, sin embargo, articular una candidatura capaz de obtener la victoria en la elección del presidente del secretario general del PSUC, y ha tenido que pactar una solución de compromiso en el seno del Comité Central, en el que, por lo demás, su peso no es tan grande, como en el Congreso. Francisco Frutos, el nuevo secretario general, antiguo trabajador de la industria textil, es un joven dirigente obrero muy popular. Respetado por sus adversarios políticos «eurocomunistas», no encaja ni en la figura del ideólogo sectario y doctrinario, ni en el estereotipo del funcionario del aparato. En cuanto al nuevo presidente del PSUC, Pere Ardiaca, es un veterano de la vieja guardia, hasta el punto de que en los Escritos sobre la guerra de España, de Palmiro Togliatti, se pueden encontrar ya algunas hirientes observaciones despectivas contra su persona y contra su «absoluta inconsistencia política».

La batalla de la organización, sin embargo, no ha hecho más que comenzar. La elección del nuevo Comité Ejecutivo, que el Comité Central del PSUC deberá realizar en el plazo de diez días, permitirá atisbar mejor cuáles van a ser los nuevos rumbos del partido de los comunistas catalanes en el terreno de la estrategia política, de la proyección hacia la sociedad, de las relaciones con el PCE y de la dialéctica «nacionalismo-clasismo». ¿Será capaz la corriente prosoviética de afianzar su victoria congresual en la vida cotidiana y organizativa de su partido? No resulta fácil jugar a las predicciones. Máxime cuando la representación del PSUC en las Cortes Generales y en el Parlamento catalán y el diseño e instrumentación de su política municipal se halla en manos del reducido grupo de los eurocomunistasa ultranza y del sector que hasta ahora había apoyado a López-Raimundo y Antoni Gutiérrez, y que se siente igualmente amenazado por el primitivismo político y la adoración por Moscú de la corriente prosoviética.

07 Enero 1981

La crisis final del eurocomunismo

Federico Jiménez Losantos

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El cambio en la dirección del PSUC impone una seria reflexión sobre los tres campos políticos que conmueve definitivamente: Uno, el aislamiento nacionalista del PSUC con respecto al PCE hace prácticamente irrecuperable la crisis del eurocomunismo. En cambio, el prosovietismo del PSUC será el elemento clave del próximo congreso del PCE. El eurocomunismo ha perdido toda la credibilidad que algunos, dentro y fuera del partido, le concedieron.

Dos: Toda la política catalana y particularmente la socialista, sumergida en una crisis de identidad acaso mayor que la comunista, deberá reorganizarse en los próximos meses.

Tres: La opinión pública habrá de pedir a los políticos e intelectuales en el futuro definiciones claras en política internacional y posiciones inequívocas con respecto a la URSS y Occidente al sistema que propicia la democracia y al que impone la dictadura.

La definitiva conversión al nacionalismo catalán, impulsada por la fracción hasta hoy dirigente, ha convertido al PSUC en una organización inaccesible para la dirección del PCE, pero, curiosamente no al revés. La cuestión es reveladora de las relaciones actuales entre la política catalana y la española. Se ha hecho cierta la demagógica declaración de Carrillo hace tres años: “El PSUC tiene derecho a intervenir en el PCE, pero el PCE respeta la independencia del PSUC”.

Los leninistas de la dirección de CCOO y del PSUC han cavado a conciencia la fosa que hoy les deja a merced del aparato de su partido soberano. No pueden quejarse. Por otra parte que sea un hombre de Comisiones, Frutos, el sustituto de Gutiérrez permite preguntarse hasta qué punto la conversación nacionalista de Comisiones no ha usado como pantalla el catalanismo de sus dirigentes ‘euros’ para conseguir quedar a salvo de la influencia carrillista y poder imponer sin problemas el actual giro obrerista y prosoviético, dado que toda la fuerza del PSUC radicada en su sindicato. Se ha invertido la ‘correa de transmisión’ leninista.

El desprestigio

Los prosviéticos tienen ahora una oportunidad de oro en el congreso del PCE, un notable – como su prosa – artículo del fiscal Chamorro resumía perfectamente todas las tesis de los afganos catalanes, y anunciaba tal vez la vuelta de muchos históricos anticarrillistas. Menos Líster, todos.

Pero una vez hablan los comunistas de presiones de la embajada soviética y, efectivamente, un párrafo de la ponencia aprobada habla de evitar diferencias con los partidos hermanos como el francés o el portugués. No se han rescatado los ahora vencidos en denunciar el intento soviético de traer al redil, por este orden, al PSUC, al PCE y al PCI. Ahora falta por ver a la prensa progre presentar al ‘Guti’ como víctima democrática. Convendrá recordar cómo en vísperas del congreso dejó en la estacada a su ala derecha (Solé Tura, Jordi Borja, etcétera) marcándose unas declaraciones de pleitesía hacia l URSS absolutamente ajenas a cualquier convicción democrática.

A ver quien nos convence ahora de la sinceridad democrática del eurocomunismo. Me muero de ganas de ver a Vázquez Montalbán diciendo de nuevo por televisión eso tan bonito de ‘pertenezco al Comité Central del PSUC hace dieciocho años porque soy un liberal”.

Federico Jiménez Losantos

29 Enero 1981

Quinto Congreso del PSUC: una situación excepcional

Andreu Claret

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El PSUC, partido de los comunistas catalanes, se encuentra en una situación de excepcionalidad derivada de los resultados del V Congreso. Aspectos esenciales de la política aprobada por el congreso -fundamentalmente en el plano internacional, pero también en lo que se refiere a la estrategia política y a la concepción misma del partido- presentan contradicciones flagrantes que no permiten hablar de una línea política coherente, de un todo homogéneo, útil para todas las facetas de nuestra práctica política.¿Quiere decirse, pues, que «el PSUC ha hecho un viraje de 180 grados» (Santiago Carrillo, EL PAIS de 8 de enero), o que el congreso ha supuesto «el abandono de la política seguida hasta aquí», Como sentencia la resolución hecha pública anteayer por el plenario del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de España? No comparto esta opinión, que me parece desmesurada y, quizá, interesada. Entonces, ¿qué ha sucedido? ¿Nada, como se enpeñan en decir de manera algo vergonzante quienes consiguieron eliminar la referencia al «eurocomunismo» en las tesis? Tampoco. Esta es otra interpretación extrema que obedece también a intenciones políticas. Forma parte de una hábil estrategia de repliegue de quienes se han visto sorprendidos por la dinámica que ha desencadenado el congreso después de haberla atizado y pretenden, ahora, reducir el debate a un desquite semántico.

No se trata de una acusación gratuita ni va dirigida, por supuesto, al grueso de los 424 delegados que quisieron, por motivos muy diversos, prescindir de la definición formal «eurocomunista» de nuestra política de socialismo en libertad. Tras la mayoría de estos noes subyace un sentimiento de clase sano, un rechazo de aspectos de nuestra práctica política y de nuestra forma de hacer política en exceso «oligárquica», esto es, dirigista, de elite, poco arraigada en sus manifestaciones concretas, en el drama cotidiano de miles de trabajadores acosados por el paro y en el desamparo de miles de comunistas víctimas de la crisis de identidad que atraviesa nuestro movimiento, de la indeterminación ideológica, del pragmatismo político, sin duda útil a la estabilización democrática, pero perjudicial, a plazo medio, en la medida en que rompe la unidad entre teoría y acción, entre dirección y militancia, instituciones y sociedad civil.

Origen de los «noes»

Pero los noes no han surgido sólo de la crisis y del descontento. Sobre éstos ha operado, desde los canales regulares del partido y al margen de los mismos, una acción consciente, premeditada, destinada a socavar las bases mismas de nuestro proyecto político. Un cierto oportunismo electoral ha privado al conjunto de los militantes de un auténtico debate de fondo desde el momento en que la votación decisiva del congreso se polarizó, de forma maniquea, en tomo al mantenimiento o no de una palabra. Nadie se atrevió a proponer como cuestión básica del V Congreso la aceptación o el rechazo de expresiones mucho más ricas en contenido, como «socialismo en democracia», o «revolución de la mayoría». Es más, la enmienda en favor de la supresión del «eurocomunismo» fue defendida en nombre del «socialismo en libertad». De ahí deriva la confusión, la indeterminación de la situación actual y lo excepcional del momento. Otro gallo cantaría si quienes propugnaron suprimir la referencia al «eurocomunismo» hubieran propuesto al plenario enmiendas de fondo (presentadas en agrupaciones de base y de comités intermedios), por ejemplo, el cambio de «socialismo en democracia» por «democracia socialista», u otro ejemplo, la retirada de la crítica a la intervención soviética en Afganistán.

De haberse aprobado estas enmiendas, el quiebro sería total y, estoy convencido de ello, la dirección del PSUC seria casi toda ella distinta de la actual. De ahí que, antes de emitir un juicio definitivo sobre nuestro congreso, convenga saber, por ejemplo, que en la resolución política aprobada (con sólo dos votos en contra) se afirma: «Criticamos enérgicamente cualquier injerencia de un país en otro, incluso cuando se trata de un país socialista, y ratificamos, una vez más, nuestra defensa de la plena soberanía de todos los pueblos». O que, en el informe político presentado por Antonio Gutiérrez y aprobado con 419 votos a favor, 78 en contra y 282 abstenciones, se condena explícitamente la intervención de la URSS en Afganistán y se expresa la solidaridad de nuestro partido con la clase obrera polaca y la confianza en que el proceso de aquel país se resuelva con una mayor participación de los trabajadores en la vida pública y la consolidación del socialismo y de la paz.

Contradicciones

Corresponde, por tanto, hablar de contradicciones, pero no se ajusta a la resultante del V Congreso decir que el PSUC de hoy es algo radicalmente distinto de aquel PSUC que luchó durante cuarenta años por las libertades democráticas y nacionales de nuestro pueblo, junto a los demás pueblos del Estado español y junto al Partido Comunista de España o del PSUC que ha cosechado reiteradamente el apoyo electoral de más de 500.000 catalanes.

Ha habido, es cierto, un intento de cambiar de raíz nuestra política, aunque éste no ha alcanzado todos sus objetivos. De ahí que comparta plenamente la preocupación de quienes, como Gregorio López Raimundo o Antonio Gutiérrez Díaz, personifican un largo proceso de renovación y de elaboración paciente de una vía propia al socialismo, basada en el pluralismo y en la plena independencia dentro del movimiento comunista. Y que sienta un profundo respeto por su decisión de rechazar cargos ejecutivos en el partido hasta que las aguas no hayan vuelto a su cauce y la indeterminación actual haya cedido el paso a una reafirmación de los principios políticos y organizativos que han hecho del PSUC la principal fuerza obrera organizada de Cataluña.

Todo el debate se ha desplazado ahora hacia el cómo recobrar esta normalización política. Y es legítimo, en función del trauma que ha supuesto el congreso, que haya militantes que reclamen de manera inmediata la celebración de un congreso extraordinario. Pero no comparto esta estrategia y temo que vaya aparejada, en algunos casos, a concepciones políticas acerca del partido y de su forma de producirse, con las que no coincido. Me explico: en el PSUC no es posible, ni deseable, modificar los resultados del V Congreso mediante una «operación de palacio», como la que reinstauró a Felipe González en la secretaría general del PSOE. El retorno de Gregorio López Raimundo y de Antonio Gutiérrez Díaz a los lugares que les corresponden en la dirección sólo puede ser obra de una profundización de la democracia, de una acentuación de todo el espíritu participativo, de la forma de hacer colectiva que se impuso en la etapa anterior bajo su dirección. Cualquier otro propósito podría sorprender a sus promotores y dar resultados políticos radicalmente opuestos a los que se pretende alcanzar. En otras palabras, que ni siquiera los peligros de involución que apuntan en algunas de las enmiendas del V Congreso pueden justificar un retorno a prácticas del pasado aquellas que están en contradicción con la voluntad de definir para nuestro país una vía democrática y participativa al socialismo.

De lo que se trata también es de aprender, y cuanto antes, de los errores cometidos. En particular, de los que han llevado a una división profunda del partido. Pero ésta debería ser una enseñanza general para todos los comunistas del Estado. En primer lugar, para confirmar la idea que muchos sostenemos de que, en una situación tan difícil como la actual, no es posible defender nuestra estrategia sin readecuarla a las exigencias del momento; esto es, a las de la tremenda ofensiva política, social e ideológica de la derecha. Para decirlo en palabras que se han utilizado estos días, sin definir un «eurocomunismo» «de izquierdas» que asegure los vínculos con nuestra tradición y nuestros orígenes, y que sirva a los trabajadores en la defensa de sus intereses y de sus derechos. Poco antes del congreso del PSUC, lo decía Berlinguer: «Se trata de recobrar la confianza perdida del militante. Con el militante, todo es posible. Sin él, a largo plazo, el desastre sería mucho mayor».

Esto supone precisar que la política de amplias alianzas no es la política de amplias alianzas no es sinónimo de abandono de nuestro carácter de partido de clase, que nuestra independencia y nuestra crítica a los países socialistas no implica romper con todo lo que hoy, con todas sus contradicciones, es el socialismo en el mundo y, también, que nuestra voluntad de caminar hacia un partido plenamente democrático, más democrático que cualquier otro partido, no suponga renunciar al único método eficaz de elaboración del pensamiento político para un partido comunista: lo que nosotros llamamos el centralismo democrático, es decir, la adopción de decisiones por mayoría y la unidad de acción, en torno a estas decisiones, de todo partido. Asegurar que este debate, que tanto necesita nuestro partido, se lleve a cabo sin limitaciones de ningún tipo en el plano de las ideas, pero con respeto a los estatutos que hemos aprobado por mayoría, es, creo yo, una de las tareas más urgentes de la nueva dirección.

Andreu Claret Serra es miembro del Comité Ejecutivo del PSUC y director del semanario Treball, órgano del PSUC

El Análisis

¡QUE VIENEN LOS RUSOS!

JF Lamata

El triunfo de las posiciones pro-soviéticas en el congreso del PSUC, la federación catalana del PCE, reventaba toda la política de moderación que D. Santiago Carrillo había llevado a cabo hasta ese momento. Los giros aperturistas: eurocomunismo, reconocimiento a la bandera española y al Rey, a la Constitución, la renuncia al leninismo, se habían traducido en un gran apoyo electoral en todo el país.

¿Qué ocurría para que en el PSUC se optara por dar su apoyo a las tesis de las dictaduras de la Europa del Este encabezadas por la URSS? Básicamente que en el partido estaban muy enfadados con la forma de D. Santiago Carrillo de ejercer el liderazgo en el PCE con un ‘ordeno y mando’. Por tanto cuando los delegados del PSUC dijeron ‘no’ al eurocomunismo, más bien parecían querer decir ‘no’ a D. Santiago Carrillo. Pronto se evidenciarían extrañas alianzas entre los sectores más aperturistas y los sectores más pro-soviéticos. No en balde al sector de D. Jordi Solé Turá y Dña. Eulalia Vintró se los llamaría despectivamente ‘bandera blanca’, para criticar como habían pasado de ser los más radicales prochinos-bandera roja para acabar evolucionando a posiciones más moderadas que la del propio Sr. Carrillo.

J. F. Lamata