29 octubre 2007

Derrota a la activista Elisa Carrió

Elecciones Argentina 2007 – Cristina Fernández de Kirchner arrasa en las elecciones y sustituirá a su marido como Presidenta

Hechos

  • El 28.10.2007 se celebraron elecciones presidenciales en Argentina en los que fue elegida nueva presidente del país, Dña. Cristina Fernández de Kirchner, reemplazando a en el cargo a su marido, D. Néstor Kirchner.

Lecturas

La esposa del hasta ahora presidente, Néstor Kirchner, derrotó a Roberto Lavagna y a la activista Elisa Carrió.

30 Octubre 2007

Cristina se corona

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La contundente y esperada victoria de Cristina Fernández en las elecciones presidenciales argentinas, que hace innecesaria una segunda vuelta, ha sido en realidad un plebiscito sobre los logros económicos de su marido, Néstor Kirchner. Con su voto, organizado caóticamente y en algunos lugares con procedimientos incompatibles con la democracia, los argentinos han elegido el continuismo y premiado cuatro años de crecimiento al 8%, que han tenido la virtud de mitigar en parte los catastróficos efectos de la crisis de 2001-2002.

La cautela de sus pronunciamientos, más allá de los lugares comunes que se esgrimen en toda campaña electoral, hace difícil conocer cuáles serán las líneas maestras de la nueva presidenta a partir del 10 de diciembre, aunque es muy poco probable que corrija seriamente las políticas populistas de Kirchner, salvo en lo que se refiere a su desinterés por lo exterior. Otra cosa es que la situación económica argentina, donde la crisis energética comienza a pasar factura y la inflación se dispara pese a los enérgicos maquillajes gubernamentales, exija decisiones impopulares. Ahí se pondrán a prueba la capacidad negociadora de la presidenta y su elogiado instinto para la comunicación en público, que ha suscitado expectativas en los medios de negocios de EE UU y Europa.

Lo que sí es seguro, sin embargo, es que el triunfo de Cristina Fernández coloca al matrimonio peronista argentino, al kirchnerismo, en el horizonte político de su país previsiblemente por muchos años. Si Néstor Kirchner, que mantiene una elevada popularidad entre sus compatriotas, mucho mayor que cuando como oscuro peronista fuera elegido en 2003, se hubiera presentado a estas elecciones, se habría cerrado la opción de concurrir a las de 2011. Con su mujer al timón, tanto él como ella podrán hacerlo cuando se hayan cumplido los primeros cuatro años de mandato de la nueva presidenta. Este calculado alumbramiento de una nueva dinastía política es el elemento clave de unos comicios en que lo que estaba en juego no era quién, sino por cuánto.

Por lo demás, en la abultadísima victoria de la próxima jefa del Estado -segunda mujer que llega al cargo en Argentina, pero primera elegida- han intervenido decisivamente otros dos factores. Uno es que, al servicio de Cristina Fernández, ha estado a pleno rendimiento la engrasada maquinaria del peronismo, controlada férreamente por su marido, que no sólo le ha ahorrado unas elecciones primarias, sino que ha puesto a sus pies los recursos administrativos y propagandísticos del Estado, incluyendo la benevolencia garantizada de los medios de comunicación públicos. El otro, la ausencia de una oposición unitaria y creíble. El fragmentado Partido Radical sigue arrastrando la cruz que identifica a la principal formación opositora argentina con el desastre de 2001, pese a que ésta fuese en muy buena medida consecuencia de las políticas del peronista Menem.

30 Octubre 2007

Populismo a la argentina

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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La elección presidencial de Cristina Fernández de Kirchner implica una vuelta de tuerca en los mecanismos sucesorios habituales en el seno de las democracias occidentales: algo que hasta el pasado domingo era inédito deja de serlo y Argentina pone en marcha una variante de sucesión democrática que permitirá al matrimonio Kirchner intercambiar sus papeles y seguir habitando la Casa Rosada durante cuatro años más. De este modo, la que era consorte podrá continuar la labor de su marido al frente del Gobierno, sin que nadie pueda discutir la legitimidad de su elección, ya que las urnas han avalado su nombramiento con un contundente resultado, al obtener un 44 por ciento de los sufragios e imponerse por un amplio margen sobre sus oponentes, Elisa Carrió y el ex ministro de Economía Roberto Lavagna.
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Lo que resulta más discutible es el planteamiento de su campaña presidencial. Cristina Fernández de Kirchner ha asumido la continuidad conyugal de la gestión de su marido, pero, al mismo tiempo, ha eludido las sombras que pesan sobre éste por los escándalos de corrupción y la falta de transparencia que han caracterizado buena parte de la labor de su Gobierno. Por otro lado, su contundente victoria electoral ha hecho realidad un viejo sueño del peronismo desde la época de la mítica Evita: que éste se suceda a sí mismo, de manera familiar y por aclamación democrática. El discípulo ha superado al maestro y ha logrado lo que no alcanzó en vida Juan Domingo Perón. No hay que olvidar que, en 1973, el mecanismo sucesorio empleado por Kirchner el pasado domingo fue ensayado al presentarse el general a las elecciones presidenciales con su segunda mujer, María Estela Martínez, de vicepresidenta. Esto hizo posible que, un año después, ella lo sucediera al producirse la muerte de su marido. En este sentido, el justicialismo ha vuelto a las andadas y ha logrado ofrecer a los argentinos una fórmula aventajada y rejuvenecida de los iconos populistas que utilizara muchos años atrás el general Perón.
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Argentina afronta así un horizonte de continuidad oficialista que Cristina Fernández tratará de rentabilizar a su favor. El país ha superado ya el caos que en 2001 le llevó a sufrir una de las peores crisis políticas, financieras y sociales de su historia. Asegurada la gobernabilidad de Argentina después de la elección de Kichner en 2003, los indicadores socioeconómicos no han dejado de progresar desde entonces. Se ha reducido el paro y el PIB crece por encima del 8 por ciento. Argentina progresa, pero sigue sin resolver los problemas estructurales que hacen que casi una cuarta parte de la población viva en la pobreza, que la inflación se mantenga alta y que no se logren atraer inversiones exteriores que desarrollen un tejido empresarial mucho más sólido que el actual. En este sentido, las decisiones estatalizadoras e intervencionistas impulsadas por Néstor Kirchner, los escándalos de corrupción que pesan sobre él y la política exterior desarrollada durante estos años han debilitado la imagen exterior de Argentina, sobre todo debido a los gestos de hostilidad mostrados hacia España y los Estados Unidos, así como a la aproximación estratégica que ha llevado a cabo hacia países como la Venezuela de Chávez, Cuba o Bolivia, y que ahora se verán ratificados con mayor intensidad.
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Todas estas circunstancias colocan a la presidenta electa de Argentina ante el reto de redefinir buena parte del diseño político impulsado por su marido durante estos años, tarea que será difícil por varios motivos, ya que, por un lado, el perfil autoritario y arrogante que Cristina Fernández ha exhibido hasta ahora y, por otro, la propensión a perpetuar las prácticas corruptas mostradas por su marido hacen de ella una heredera potencialmente inclinada a mantener el estilo y los manejos de su antecesor. Complejo futuro, por tanto, el que se dibuja en el horizonte de Argentina. sobre todo porque pospone cuatro años más el reto de saber si el país será capaz algún día de salir del bucle peronista con el que esta ideología ha impregnado hegemónicamente los hábitos políticos de los líderes y del conjunto de la sociedad argentina.

12 Noviembre 2008

En comandita

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Es difícil saber si en Argentina gobierna Cristina Fernández o sigue haciéndolo su marido

Uno de los más serios inconvenientes de los regímenes personalistas y poco afianzados institucionalmente es la falta de fronteras suficientemente estrictas en la toma de decisiones entre la voluntad del mandatario y las reglas de juego democrático. La situación se agrava cuando funcionan dinastías políticas o políticas de pareja, cual es precisamente el caso de Argentina, un país donde los ciudadanos hablan de los Kirchner como de una sociedad política en la que casi nunca está claro qué papel desempeña la presidenta Cristina Fernández y cuál su marido y antecesor, el ex presidente Néstor Kirchner.

Fernández llegó triunfalmente hace un año a la jefatura del Estado, catapultada por su esposo, patrón indiscutible del justicialismo gobernante. La popularidad de la mujer más poderosa de Latinoamérica se ha ido desvaneciendo en buena medida en ese tiempo, debido básicamente a decisiones económicas de un Gobierno poco creíble en ese terreno. Algunos de sus mojones son la larguísima huelga de los agricultores, motivada por la subida de aranceles a la exportación, que acabó en gran humillación para la presidenta; una inflación oficialmente por debajo del 10%, pero que nadie se cree y que ha hecho aumentar la pobreza por primera vez en seis años; o la nacionalización del sistema de pensiones privado, por el que siente una abierta hostilidad la pareja presidencial y que muchos ven como una maniobra para rellenar con 30.000 millones de dólares el creciente agujero fiscal de un Gobierno escaso de liquidez y al que vencen en los próximos dos años más de 20.000 millones en deuda.

Tan serio como los problemas que minan el crédito de la Casa Rosada es el convencimiento general de que el ex presidente consorte -a quien obviamente la Constitución no reconoce papel alguno como tal- es el motor político del país. Kirchner no ha cumplido su promesa de no inmiscuirse en las tareas de gobierno que competen a su esposa, con quien le une una aparentemente inexpugnable afinidad ideológica. El matrimonio gobierna Argentina como una sociedad en comandita que ni siquiera guarda las apariencias más elementales: el líder justicialista despacha con ministros y hace oír regularmente su voz, con frecuencia airada, sobre los temas más variopintos. Semejante confusión, esta concepción del poder a dos, resulta obviamente incompatible con una democracia asentada.