21 noviembre 1978

La prensa progresista considera que con ello el cardenal primado se sitúa en posiciones ultraderechistas

Críticas a una pastoral del obispo de Toledo, Don Marcelo González, contra la nueva Constitución ante su referendum

Hechos

En noviembre de 1978, un mes antes del referendum para la aprobación de la Constitución Española, el cardenal primado y arzobispo de Toledo, D. Marcelo González, publicó una pastoral analizando la carta magna.

Lecturas

A pesar de que la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española presidida por el obispo de Madrid, D. Vicente Enrique Tarancón hizo pública una nota el 28 de septiembre de 1978 anunciando que no tomaría partido en relación con un sentido u otro en el referéndum para la aprobación de la Constitución española, el 28 de noviembre de 1978 el cardenal primado y arzobispo de Toledo, D. Marcelo González Martín, hace pública una nota pastoral posicionándose en contra de la propuesta de carta magna.

La prensa califica de ‘ultraderechistas’ a todo obispo que rechace la Constitución, situando en esta línea a los obispos Sres. García de Sierra (Burgos), Peralta (Vitoria), Castán (Sigüenza), Temiño (Orense), Mansilla (Ciudad Rodrigo), Franco (Tenerife), Barrachina (Orihuela-Alicante) y Guerra Campos (Cuenca).

29 Noviembre 1978

PASTORAL DE DON MARCELO SOBRE LA CONSTITUCIÓN, ÍNTEGRA:

Marcelo González Martín

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Queridos diocesanos:

El momento en que los ciudadanos españoles han de dar su voto sobre la nueva Constitución está próximo. Los católicos saben que este momento compromete gravemente su responsabilidad ante Dios.

La Conferencia Episcopal ha invitado a que cada uno decida el sentido de su voto, no arbitrariamente, sino formando criterio, según la conciencia cristiana. Pero numerosos fieles de nuestra Diócesis, sacerdotes y seglares, nos piden más luz, para ayudarles a formar su juicio. La petición corresponde a un derecho de los hijos de la Iglesia. Y está ciertamente fundada: porque advierten que en un examen del proyecto de Constitución a la luz de la concepción cristiana de la sociedad aparecen elementos negativos o, como dice la nota del Episcopado, “ambigüedades, omisiones, fórmulas peligrosas” ante las cuales se suscitan reservas lógicas desde la visión cristiana de la vida.

El hecho de que haya valores políticos que se estiman positivos no dispensa de ponderar seriamente los elementos negativos. ¿Estos elementos son acaso deficiencias tolerables, bien porque no pudiendo evitarlos se compensan con los valores positivos, bien porque tolerándolos se evitan males mayores? ¿O, por el contrario, son gusanos que inficionan toda la manzana, haciéndola dañina o inaceptable?

Queremos cumplir con nuestro deber irrenunciable de responder a las consultas de los fieles y, vamos a hacerlo desde una perspectiva puramente moral y religiosa. Nos lo impone la misión que Cristo y la Iglesia nos han encomendado. Seguimos con ello el ejemplo de la Santa Sede y de otros obispos del mundo entero en situaciones parecidas.

En el examen que paso a hacer me detengo, bajo mi exclusiva responsabilidad, en algunos puntos que estimo exigen una mayor aclaración. He aquí los principales:

1..La omisión, real y no solo nominal, de toda referencia a Dios.

Estimamos muy grave proponer una Constitución agnóstica –que se sitúa en una posición de neutralidad ante los valores cristianos- a una nación de bautizados, de cuya inmensa mayoría no consta que haya renunciado a su fe. No vemos cómo se concilia esto con el “deber moral de las sociedades para con la verdadera religión”, reafirmado por el Concilio Vaticano II en su declaración sobre libertad religiosa (DH, 1).

No se trata de un puro nominalismo. El nombre de Dios, es cierto, puede ser invocado en vano. Pero su exclusión puede ser también un olvido demasiado significativo.

2. Consecuencia lógica de lo anterior es algo que toca a los cimientos de la misma sociedad civil: la falta de referencia a los principios supremos de ley natural o divina. La orientación moral de las leyes y actos de gobierno queda a merced de los poderes públicos turnantes. Esto, combinado con las ambigüedades introducidas en el texto constitucional, puede convertirlo fácilmente, en manos de los sucesivos poderes públicos, en salvoconducto para agresiones legalizadas contra derechos inalienables del hombre, como lo demuestran los propósitos de algunas fuerzas parlamentarias en relación con la vida de las personas en edad prenatal y en relación con la enseñanza.

Por falta de principios superiores la Constitución ampara una sociedad permisiva, que –según advirtió oportunamente el Episcopado Español- no es conciliable con una sociedad de fundamento ético; y por lo mismo es contraria al ejercicio valioso de la libertad. La libertad no se sirve con la sola neutralidad o permisividad o no coacción. Se sirve positivamente en condiciones propicias que faciliten el esfuerzo de los que quieren elevarse hacia el bien. Al equiparar la libertad de difundir aire puro y la libertad de difundir aire contaminado, la libertad resultante no es igual para todos, pues en realidad se impide la libertad de respirar aire puro y se hace forzoso respirar aire contaminado.

3. En el campo de la Educación, la Constitución no garantiza suficientemente la libertad de enseñanza y la igualdad de oportunidades. Somete la gestión de los centros a trabas que, según dice una experiencia mundial, puede favorecer a las tácticas marxistas. La orientación educativa de la juventud española caerá indebidamente en manos de las oligarquías de los partidos políticos.

Sobre todo, no se garantiza de verdad a los padres la formación religiosa y moral de sus hijos. Porque no basta consignar el derecho de los padres o los educadores a recibir la formación que elijan. Es también derecho sagrado de niños y jóvenes, reafirmado por el Concilio Vaticano II, que todo el ámbito educativo sea estímulo, y no obstáculo, para “apreciar con recta conciencia los valores morales” y para “conocer y amar más a Dios” (Grav. Ed., 1). Pues bien, la Constitución no da garantías contra la pretensión de aquellos docentes que quieran proyectar sobre los alumnos su personal visión o falta de visión moral y religiosa, violando con una mal entendida libertad de cátedra el derecho inviolable de los padres y los educandos.

El mal que esto puede hacer a las familias cristianas es incalculable.

4. la Constitución no tutela los valores morales de la familia, que por otra parte están siendo ya agredidos con la propaganda del divorcio, de los anticonceptivos y de la arbitrariedad sexual. Los medios de difusión que invaden los hogares podrán seguir socavando los criterios cristianos, en contra de solemnes advertencias de los Sumos Pontífices dirigidas a los gobernantes de todo el mundo, y no solamente a los católicos.

Se abre la puerta para que el matrimonio, indisoluble por derecho divino y natural, se vea atacado por la “peste” (Conc. Vat.) de una ley del divorcio, fábrica ingente de matrimonios rotos y de huérfanos con padre y madre. Como han señalado oportunamente los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Valladolid y otros, la introducción del divorcio en España “no sería un mal menor”, sino ocasión de daños irreparables para la sociedad española.

5. En relación con el aborto, no se ha conseguido la claridad y la seguridad necesarias. No se vota explícitamente este “crimen abominable” (Conc. Vat. II). La fórmula del artículo 15: “Todos tienen derecho a la vida”, supone, para su recta intelección, una concepción del hombre que diversos sectores parlamentarios no comparten. ¿Va a evitar esa fórmula que una mayoría parlamentaria quiera legalizar en su día el aborto? Aquellos de quienes dependerá en gran parte el uso de la Constitución han declarado que no.

Estos son, a nuestro parecer, los riesgos más notables a los que la Constitución puede abrir paso. Su gravedad es manifiesta, los que por razones de orden político se inclinen a un voto positivo consideren ante Dios si realmente hay mayores males que justifiquen la tolerancia de un supuesto mal menor, sin olvidar que no es lo mismo tolerar un mal, cuando no se ha podido impedir, que cooperar a implantarlo positivamente dándole vigor de ley.

Recuerden los ciudadanos creyentes que, como dice el Concilio Vaticano II, “en cualquier asunto de orden temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede sustraerse al imperio de Dios“(LG 36). Por tanto su voto ha de favorecer aquellas estructuras sociales que no estén en pugna con la ley de Dios y que resulten estimulantes para la moral pública y la vida cristiana.

Lamentamos que muchos católicos se vean coaccionados a votar globalmente un texto, algunos de cuyos artículos debieran haber sido considerados aparte. Hay muchos creyentes que, con toda honradez y con la misma elevación de miras que invocan los demás, sienten repugnancia en el interior de su espíritu a votar a favor de un texto que muy fundamentalmente se teme que abra las puertas a legislaciones en pugna con su concepto cristiano de la vida. Su repugnancia nace d emotivos religiosos, no políticos. Decirles simplemente que es después de la Constitución cuando tiene que luchar democráticamente para impedir el mal que puede producirse, y negarles que también ahora democráticamente tengan derecho a intentar evitarlo, es una contradicción y un abuso.

Cuando por todas partes se perciben las funestas consecuencias a que está llevando a los hombres y a los pueblos el olvido de Dios y el desprecio de la ley natural, es triste que nuestros ciudadanos católicos se vean obligados a tener una opción que, en cualquier hipótesis, puede dejar intranquila su conciencia hasta el punto de que si votan en un sentido, otros católicos los tachen de intolerantes, y si votan en sentido diferente hayan de hacerlo con disgusto de sí mismos. A aquellos precisamente me dirijo para decirles que hagan su opción con toda libertad según se la dicta su conciencia cristiana, y sepan contestar a los que les atacan por su actitud negativa, si es que piensan adoptarla, que la división no la introducen ellos, sino el texto presentado a referéndum. Es solo su conciencia, rectamente formada con suficientes elementos de juicio, la que debe decidir, sin aceptar coacciones ni de unos ni de otros.

Deseamos de todo corazón que la intervención de los católicos en la próxima votación sea tan consciente y elevada que atraiga sobre España las bendiciones de Dios y que nuestra Patria “disfrute de los bienes que dimanan de la fidelidad de los hombres a Dios y su santa voluntad” (DH 6).

Marcelo González Martín

Cardenal Arzobispo de Toledo

30 Noviembre 1978

MARCELO, MARCELO

Carlos Luis Álvarez 'Cándido'

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Marcelo se ha echado a tocar el caramillo o la zampoña anticonstitucional. Dios, al parecer, resplandecía mejor en el fondo y en la forma de la Dictadura en la cual, y por mera casualidad, fue procurador, del Consejo de Estado.

Marcelo, como la Marcela de Cervantes se ha echado al monte al tocar el caramilo o la zampoña anticonstitucional en contra del criterio sostenido por la Comisión Permanente del Episcopado. En este finisterre en el que se juntan y revuelven tantos vientos piensa el cardenal que decirle si a la Constitución es decirle no a Dios. Esta es una tesis tan errónea como el pensar que decirle sí a Dios es decirle sí al franquismo. Naturalmente el cardenal no lo dice tan por lo llano como yo lo he dicho. Hay un sabroso estilo eclesial pespunteado siempre de ideas generales y obvias que deja un portillo abierto al argumento contrario. Pero no hablemos de esto. Si Letamendia abandonó la disciplina del Parlamento, no hay razón alguna para que el Primado no abandone la disciplina pastroal. Sin embargo eso importa sobre todo a los obispos. Dios, al parecer, resplandecía mejor en el fondo y en la forma de la dictadura, en la cual, y por una mera casualidad, Marcelo fue procurado, del Consejo de Estado, y andaba de un sitio para otro con el brazo incorrupto. Es evidente que Dios y Franco eran para el cardenal una sola realidad indisoluble, la culminación política y teológica del imperio de pex christiana, Marcelo tiene derecho a ser franquista como yo tengo derecho a ser prousiano, pero lo que resulta algo torvo es que por el hecho de escribor una pastoral piense que somos ovejas y que no tenemos entendimiento ni memoria. A muy pocos días del referéndum el cardenal se nos descuelga con un taconeo por imperiales como diciéndole a la Permanente Episcopal: ¡»Anda y que le condulen con la permanén». Este último acto de propaganda del no, justo dentro del ciclo de la propaganda, es de una torpeza que a sí mismo se anula. Si yo fuese el brazo incorrupto me corrompia y le daba una lección a Marcelo.

Cándido

30 Noviembre 1978

La política del cardenal primado

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Hace algunos días señalábamos la conveniencia de que la Iglesia católica española se pronunciara sobre el hecho constitucional, ya que no sobre el texto concreto de la Constitución que el pueblo español va a votar el pró ximo 6 de diciembre. No es misión de la Iglesia ni de sus prelados el inmiscuirse en la vida política, ni mucho menos aconsejar a los ciudadanos un voto en un sentido determinado. Es evidente que los tiempos ya no son aquellos en que el cardenal Gomá, primado de España y arzobispo de Toledo, encabezando a la gran mayoría de los obispos españoles, levantaba el brazo en el saludo fascista bendiciendo a los ejércitos del general Franco en plena guerra civil. Por el momento, la Conferencia Episcopal española ha dejado en libertad a los ciudadanos para que emitan su voto según su conciencia. Con ello, en opinión de muchos creyentes y de otros muchos que, sin serlo, contemplan la realidad política del poder temporal de la Iglesia, se ha perdido una oportunidad histórica que se le brindaba de saludar, al menos en un sentido ético y espiritual, un acontecimiento tan decisivo como la devolución de la soberanía al pueblo español, después de casi cuarenta años de guerra y dictadura. Pero, en cualquier caso, resultaba una decisión prudente, que fue luego completada por una «carta cristiana» del cardenal Tarancón.

El actual sucesor de los cardenales Gomá y Pla y Daniel en el arzobispado de Toledo, monseñor González Martín, primado de España, había perdido abrumadoramente una votación en el seno de la Conferencia Episcopal en torno a sus posiciones sobre la Constitución. Ahora, mal perdedor, acaba de lanzar una carta-pastoral, en la cual, sin tomar de labios hacia afuera partido por el voto negativo, aporta tal cúmulo de razones para el mismo que casi conmina a hacerlo en el nombre de Dios (véase EL PAIS de 29 de noviembre). Ocho prelados más, entre los que se encuentran los más caracterizados representantes de la tendencia ultra conservadora del episcopado, se han apresurado luego a adherirse a este documento. Son los mismos y los únicos que apoyaron al primado en la Conferencia, y ya la prensa de ultraderecha se encargó de anunciar y ahora de airear este documento.

Monseñor González Martín, autor de Franco, hombre creyente, ha elaborado uno de los documentos eclesiásticos menos afortunados de la historia reciente de la Iglesia española. En efecto, este documento, bajo capa de Huminar la conciencia de los católicos, va a contribuir, sin duda, a dividirla. Aumentará, además, el rechazo de las conciencias liberales hacia la institución eclesiástica y regalará argumentos a quienes piensan que el poder temporal de la Iglesia sigue aliado a las acciones más regresivas en política. Apenas una mención en el documento a que tal vez «haya valores políticos que se estiman positivos». El resto es la acumulación de una serie de «elementos negativos», que deben ser «seriamente ponderados». La omisión del nombre de Dios, la falta de referencia a los principios supremos de la ley natural o divina, la no garantía de la libertad de enseñanza, el no tutelar los valores morales de la familia y la falta de claridad en el tema del aborto son estos gravísimos peligros ante los cuales, claro está, palidecen esos simples «valores políticos» citados como de paso.

Ni en un solo momento el prelado alude a la devolución de la soberanía al pueblo, al establecimiento del sufragio universal, a la constitucionalización de los derechos humanos, a la supresión de la pena de muerte, a la igualdad de todos ante la ley, a la condena de la tortura; a la libertad de expresión, de asociación y reunión; al libre ejercicio de los derechos sindicales, al reconocimiento de las culturas de las tierras de España, y a toda la serie de, libertades cuyo catálogo exhaustivo está en el texto constitucional. Monseñor González Martín, cuyo nombramiento como prelado de la diócesis barcelonesa en 1967 diera lugar a una campaña en contra bastante enojosa, y cuya acción pastoral en Cataluña ha dejado un recuerdo controvertido, ha subrayado insistentemente la posible repugnancia a votar un texto en el que, posiblemente, haya gusanos que infeccionen toda la manzana. A quienes ataquen esta posición, el cardenal de Toledo señala que «sepan contestar» y que «la división no la introducen ellos, sino el texto presentado a referéndum». La categoría del cardenal primado es ahora exclusivamente honorífica y no conlleva los caracteres de liderazgo ni de jefatura moral de la Iglesia española que antaño tuviera. Es el presidente de la Conferencia Episcopal, y no el primado, el representante de lajerarquía eclesiástica.

Por otra parte, nueve prelados, de los setenta con que cuenta la Conferencia Episcopal, forman un porcentaje al mismo tiempo pequeño y estimable. La historia todo lo clarifica y las posiciones se alinean donde deben estar. La trayectoria personal -en lo religioso y lo político- de los nueve obispos que así se han manifestado contra la Constitución, y entre los que se encuentran algunos que colaboraron gustosamente con el antiguo régimen, y se sentaron entre los procuradores digitales de las Cortes franquistas, ha desembocado en su sitio natural. Son el ala más reaccionaria de la jerarquía eclesiástica. Y se caracterizan por un intervencionismo en política que en algunos casos fue bien pagado por el franquismo con cargos temporales.

A pesar de todo ello, este documento refleja la rabieta de nueve posiciones personales incapaces de admitir una votación desfavorable. No es la opinión de la Iglesia española, y ni siquiera puede ser tomada por una carta pastoral que refleje la doctrina católica sobre el tema. El proyecto constitucional no habla de Dios -no tiene por qué hacerlo-, pero refleja ampliamente los principios doctrinales del humanismo cristiano, no consagra -aunque lo permite- el divorcio, ni para nada habla del aborto y preconiza la libertad de enseñanza. Es un proyecto de reconciliación entre todos los españoles, católicos y no católicos, mientras que la carta pastoral del cardenal de Toledo lo es de profunda división. La Iglesia española, que dio un hermoso ejemplo de humildad cuando pidió públicamente perdón por sus responsabilidades en la guerra civil, se ve ahora conturbada por los herederos -gracias a Dios minoritarios- de aquellos prelados que bendijeron dramáticamente con el nombre de cruzada lo que fue uno de los.más sangrientos fratricidios de nuestra historia.

El documento del primado supone, además, un acto eminentemente político, so capa de espiritualidad, que hará enrojecer a muchas conciencias, creyentes o no.

30 Noviembre 1978

Alboroto en la familia católica

José María Javierre

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A primera vista el señor cardenal de Toledo y sus obispos han ejercido una función democrática publicando el documento que subraya los defectos que a su juicio lleva el texto constitucional. La inmensa mayoría de los españoles que el próximo día 6 daremos nuestro voto afirmativo a la Constitución le ponemos reparos muy serios, igual desde la derecha que desde la izquierda. Pero don Marcelo y sus obispos no escriben como españoles cualesquiera, sino un acto específico de magisterio religioso para iluminar desde una perspectiva cristiana el voto de sus fieles. En tal caso parecería obligado que junto a la columna de los folios detectados en el texto constitucional pusieran los aciertos, impresionantes aciertos de lo qué puede ser llamado históricamente “la carta de la reconciliación nacional”: Quienes conocemos las corrientes que sacudieron a lo largo del siglo XIX y del XX los fundamentos de nuestra convivencia cívica nos restregamos estos días los ojos contemplando un espectáculo increíble: los dirigentes de los partidos políticos, desde Alianza Popular hasta el Partido Comunista, recomiendan a sus electores el voto afirmativo. Cada partido representa un fragmento de la España existente. No de la España que un obispo lleva en su magia, sino de la que realmente nada por la calle. Y resulta que a ese conjunto aplastantemente mayoritario de españoles incluidos en el arco que va de Alianza al Pecé les parece aceptable, aunque a nadie haga feliz una Constitución que con todos sus fallos tiene tres caracteres positivos: Primero, que recoge un lote de normas reconocidas en los países del mundo occidental

Pero donde veo claro el fallo democrático del famoso documento es en la fecha de su aparición: “después del acuerdo tomado en la Conferencia Episcopal, los Obispos de España en su conjunto decidieron explicar a los creyentes que cada cual vote en conciencia, ya que el texto no encierra nada que le pueda hacer inaceptable para un cristiano. Pues no veo justificación posible para que salga luego un obispo diciendo en público a los fieles que él opina de manera distinta. En teoría todos los obispos acaban reconociendo la libertad de voto, pero está bien claro que el documento de la Conferencia ‘inclina hacía’ un voto afirmativo, y el documento de don Marcelo ‘hacía’ un voto negativo. En cuestiones que afecten a la vida política, los obispos han de ponerse de acuerdo, que para eso esta Conferencia Episcopal. Sin volvernos locos a los fieles y sin resquebrajar la unidad episcopal. Aquí viene mi cita del arzobispo de Cracovia.

A las puertas del verano de 1976 Italia celebró sus elecciones generales y varios exponentes católicos figuraban en las listas de candidatos del Partido Comunistas. Los comunistas no cumplieron su profecía de aplastar a la Democracia Cristiana, pero aumentaron su porcentaje en el Senado y en la cámara. Don Luis Bettazzi, hombre punta del episcopado italiano escribió una carta pública al secretario general del Partido Comunista preguntándole qué ocurriría con la vida católica en Italia si un día los comunistas conquistaban el poder. La pregunta tiene interés enrome en Italia, donde llevan años discutiendo acercan del famoso ‘compromiso histórico’. Berlinguer tardó más de un año en responder, pero al fin respondió: No pasaría nada malo, porque ya su partido no es ‘ni ateo, ni teista’; es simplemente un partido político que cuenta con la fuerza social de los católicos en la vida nacional.

Esta correspondencia levantó una polémica y provocó carias intervenciones de la Conferencia Episcopal Italiana.

El patriarca de Venecia, cardenal Luciani, escribió un artículo comentando el asunto. Entre otras cosas dijo que había tenido la oportunidad de pedir su parecer ‘a un arzobispo polaco’ – era Wojtyla, a quien conocía perfectamente por sus encuentros en los Sínodos – que, dada la situación de su país, estaba en condiciones de dar un consejo basado en la experiencia. Y el polaco aconsejó que, por encima de todo, los obispos de Italia mantuvieron en estas cuestiones la unidad sacrificando cualquier enfoque personal: “Si abren una fisura entre los obispos, verán ustedes que les introducen una cuña como han intentado hacernos a nosotros en Polonia. Y sería un desastre”.

La minoría de obispos en el seno de la Conferencia Episcopal es un asunto ‘interno’ de la Conferencia, y allí debe hacerse oír. Hacia fuera no puede romper la eficacia de una orientación decidida por la mayoría. El espectáculo de la desunión sería lamentable, y esta vez está siendo lamentable. Luego todo pasa. El día 6 la Constitución obtendrá una mayoría fuerte de votos afirmativos. Pero deseamos que nuestros pelados no vuelvan a organizarnos un jaleo semejante. Necesitamos la unidad de criterio suyo cuando llegue la hora de discutir las leyes concretas en que han de afirmarse los derechos de la persona humana.

José María Javierre

02 Diciembre 1978

NO

EL PENSAMIENTO NAVARRO (Director: Juan Indave)

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EL PENSAMIENTO NAVARRO ante el próximo referéndum, puntualiza los siguientes extremos:

1º Tomando en consideración las cuestiones de vital importancia que se involucran con el proyecto constitucional recomienda el ejercicio del derecho al voto, pese a que su ideología y sentimientos le hubiesen inclinado en otras circunstancias a propugnar la abstención.

2º La Constitución que se nos propone desconoce el verdadero origen de todo poder, que viene de DIOS, y con ello pone en peligro las propias exigencias del Derecho natural. De ahí el desacierto inadmisible con que el proyecto trata los temas fundamentales de la Familia y de la Enseñanza, cuestionándose en el fondo al derecho que nos asiste a procurar para nuestros hijos una enseñanza confesional.

3º Aunque el Tradicionalismo político que propugnamos se halla en desacuerdo con la filosofía política del proyecto, liberal a ultranza, EL PENSAMIENTO NAVARRO estará siempre en favor de las autonomías regionales, esencialmente para aquellas regiones con una personalidad histórica genuina y bien definida. Ello no obstante nos parece desafortunado el empleo indiscriminado del término ‘nacionalidades’ al prestarse a confusión y posible enfrentamiento conceptual entre la nacionalidad española actual y moderna, y aquellas otras que la subyacen y la integran a las cuales Mella definió, ya en su tiempo como ‘nacionalidades históricas’.

4º También debemos alertar a la opinión sobre el hecho de que el proyecto constitucional deja la vida pública, en su totalidad, a merced de los partidos políticos y a la sociedad totalmente indefensa y falta de cauces naturales de representación . La ideología liberal que informa todo el proyecto ignora, en la práctica, la necesidades e intereses concretos de la sociedad española, poniendo tan sólo el acento en abstracciones ideocráticas que quizás nos garanticen una democracia formal, pero que difícilmente han de traernos una democracia real.

Por otra parte el proyecto otorga a las ideologías izquierdistas unas concesiones que no se corresponden con su verdadera capacidad de convocatoria al tiempo que lo ubican en las antípodas de nuestra propia constitución natural histórica.

Por todo ello, con la gallardía digna y responsable que ha caracterizado siempre a este periódico y al carlismo en general, propugnamos el NO para el proyecto constitucional que se somete a Referéndum.