8 diciembre 1989

Polémica entre el autor y el ministro de Cultura, Semprún, que rechazó dar a Cela el premio Cervantes y optó por dárselo a Roa Bastos

El escritor y antiguo censor franquista Camilo José Cela obtiene el Premio Nobel de Literatura por ‘La Colmena’ y desata una guerra mediática en España

Hechos

El 19 de octubre de 1989 se conoció que el premio Nobel de Literatura de ese año sería para el español D. Camilo José Cela. La entrega del premio fue el 8 de diciembre de 1989.

Lecturas

La concesión del Premio Novel de Literatura a Camilo José Cela Trulock lleva a Julio Alonso Llamazares a escribir un artículo contra este recordando su pasado franquista. Ese artículo lleva al periódico ABC de D. Luis María Anson Oliart y a El Independiente de Pablo Sebastián Bueno, a denunciar una supuesta campaña contra Cela Trulock de El País, Javier Pradera Gortázar y Juan Cruz Ruiz, campaña en la que involucraban al ministro de Cultura, Jorge Semprún, amigo personal de Pradera Gortázar que rechazó ese año darle el ‘Premio Cervantes’ a Cela Trulock.. Juan Cruz Ruiz publicaría una tribuna de descargo con el título ‘El Nobel es de Cela’.

20 Octubre 1989

Un honor compartido

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefaía)

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POR VEZ primera, la Academia Sueca acaba de conceder el Premio Nobel de Literatura a un novelista español. Es el quinto escritor de nuestro país que lo obtiene, después de dos dramaturgos y de dos poetas, y ya se sabe que no hay quinto malo. El nombre de Cela sonaba ya desde hace algunos años como uno de los aspirantes más cualificados para obtener el máximo galardón literario mundial. El hecho de que al final lo haya conseguido honra tanto al escritor como a su propio país, a su idioma -que él maneja como nadie- y a sus lectores, tan cuantiosamente conseguidos después de una larga y accidentada carrera, en la que Camilo José Cela ha sorteado todos los escollos gracias a la potencia y personalidad de su escritura. Los pronósticos se han confirmado, y España y los españoles estamos, junto a él, de enhorabuena.La larga trayectoria de Cela arrancó a principios de los años cuarenta con una obra ya histórica y cuyo valor literario arrasó con todas las dificultades, La familla de Pascual Duarte. Con aquel libro, la literatura española volvió a ponerse en marcha después de la guerra civil. Aquélla fue una novela escrita a contracorriente, que mostró a sus estupefactos lectores el sabor de la sangre, de la tragedia y del absurdo en un contexto de falsas retóricas imperiales y con una realidad miserable y arruinada. Sólo con esta obra, Cela hubiera entrado por derecho propio en la historia de la literatura; pero luego vinieron otros grandes libros, unos mejor recibidos que otros, pero siempre anclados en una realidad social y cultural de primera magnitud, y ese largo y esforzado camino llega hasta nuestros mismos días. El triunfo de Cela -todavía no reconocido en España con el Premio Cervantes- es el de la tenacidad, el de una profesionalidad implacable.

En estos tiempos de espectáculos culturales de oropel, de confusión verbalista, de vertiginosa fascinación por lo nuevo, la figura y la obra de Camilo José Cela se yerguen como la de un faro, la de un maestro que ha enseñado a sus lectores a leer, a escribir y a entender tanto a su tierra como a sí mismos. Simplemente se ha hecho justicia.

14 Noviembre 1989

EL ARZOBISPO DE MANILA

Julio Llamazares

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Conocí a Camilo José Cela hace ahora un par de años con ocasión de una entrevista que le hice para la ya desaparecida revista El Globo, con motivo de la publicación de su, por el momento, última novela, Cristo versus Arizona. En su chalé de La Bonanova, en Mallorca, frente a la bahía de Palma, recuerdo que le hice una vez más la pregunta inevitable: ¿Sigue usted aspirando al Premio Nobel? «Por supuesto, joven, por supuesto», me respondió entre ofendido y tajante el autor de La familia de Pascual Duarte, «¿por qué habría de negarlo? Todo escritor aspira al Premio Nobel, y el que diga lo contrario miente. Pero sí he de serle sincero», se recuperó enseguida don Camilo, refugiándose de nuevo tras su máscara, «lo que de verdad me gustaría, mucho más que el Premio Nobel o que el Cervantes, es que me hicieran arzobispo de Manila para poder ir por la calle rodeado de un coro de monaguillos capones cantando en tagalo las alabanzas de Nuestro Señor». «Por supuesto», se apresuiró a aclarar mi entrevistado, «los monaguillos los caparía yo personalmente por el sistema que utilizábamos en el depósito de sementales en el que serví a la patria». Y a continuación se extendió con todo lujo de detalles en el relato de la operación de castración de los animales y en la descripción del sonido fofo que, al decir de capador tan ilustrado, los testículos producían al estrellarlos los soldados contra el techo después de cortarlos. Debo reconocer ahora, en detrimento de mi primicia periodística y en el de la originalidad de mi entrevistado, que al regresar a Madrid y consultar, para escribir la entrevista, los recortes de prensa que sobre él me había preparado comprobé con estupor que el autor de La colmena ya venía contando esa y otras ocurrencias del estilo -incluso textualmente, como en el caso de la citada- desde hacía por lo menos 20 años.Por fin la Academia sueca le ha dado al señor Cela el Premio Nobel que, al parecer, tanto ansiaba. Un Premio Nobel tan merecido seguramente -o tan inimerecido- como la mayoría de los premios literarios que en el mundo se conceden cada año: al contrario que en el deporte o que en la economía, no parece que existan criterios objetivos, e infalibles, para juzgar la literatura, la desesperación o el arte. Y allá quien quiera creerse lo contrario. Tengo la impresión, no obstante, de que el bueno de don Camilo, emborrachado por la felicidad o por el propio incienso de los múltiples capones, y monagos que, desde el día de autos, le canta día y noche sin cesar -en tagalo, en gallego, en francés y en castellano- sus loas y alabanzas, no sólo se ha creído el Premio Nobel, sino también que, con el Nobel, los académicos suecos le han nombrado al mismo tiempo arzobispo de Manila, como era su deseo tantas veces confesado. Así, y de ninguna otra manera, podría uno explicarse el ataque de soberbia y onanismo intelectual que al escritor de Padrón de repente le ha dado. Un ataque que ya se hizo notar en la conferencia de prensa con la que se presentó ante el mundo aquella misma tarde y que tiene de momento, en lo que yo conozco, su punto de máxima inflexión en las declaraciones realizadas a la revista Tiempo hace ahora dos semanas. Afirmaciones como la de que «joder es entretenidísimo; si llego al cielo algún día, prefiero encontrarme angelitos con coño» o la de que «benditas sean las vaginas propicias y acogedoras y que Dios nos las conserve, pero no las aumente, porque uno ya no está para muchos trotes» no tendrían, viniendo de quien vienen, otro interés que el meramente anecdótico si no fuera que en este país decir coño o joder ya no es ninguna osadía que vaya a escandalizar a nadie. Lo fue en un tiempo en el que, precisamente, esa era la única provocación autorizada y en el que, por cierto, el señor Cela se movía corno pez en el agua. Pero afirmar públicamente, como el escritor gallego hace, que «en España sólo una minoría jodemos mucho y bien», o que «las tetas de las mujeres son para acariciárselas y el culo para magreárselo» o, en fin, que «las mujeres más baratas son la putas porque no aspiran a mucho: les das cuatro duros y salen dando saltos», supone, además de una gran aportación intelectual, la creencia de su autor de que, en efecto, él es el arzobispo de Manila y todos los demás, monaguillos capones siempre dispuestos a reírle las gracias. En ese contexto, y en esas coordenadas literarias, es en el que hay que incluir, imagino, su generosa opinión sobre los novelistas españoles más jóvenes: «No los leo, ni creo que haya más de dos o tres que queden dentro de un tiempo. Hay algunos inteligentes, pero en general me parecen novelistas de catequesis, muy disciplinaditos, muy obedientes, con la mano siempre extendida para ver si el Estado les da unas perras. Hay que entenderlo: tienen que vivir, hombre. Pero no es explicable que la gente, para subsistir, pierda la dignidad. Yo he procurado no perderla. Yo no he tenido jamás una ayuda ni una beca».

Personalmente, y al margen de la posibilidad de que don Camilo pueda considerarme, que no creo, uno de los dos o tres privilegiados de mi generación destinados a acabar compartiendo con él asiento en la Academia -la española, por supuesto-, me preocupa más bien poco que el autor de La colmena me lea o no me lea. Uno no debe aspirar a tener más lectores que los que le corresponden por su sensibilidad y su inteligencia, y tengo la, sospecha de que don Camilo y yo compartimos muy pocos intereses estéticos. Y por lo que respecta a lo de quedar o no, tampoco me preocupan demasiado sus creencias porque, entre otras cosas, y al contrario que él seguramente. uno no escribe para quedar, sino para soportar el tiempo. Y, por supuesto, lo que menos me preocupa son sus moralizaciones sobre la dignidad y la ética. La dignidad, como las procesiones -salvo las de Manila, claro-, es algo que va por dentro y que sólo cada uno de nosotros sabemos con certeza si tenemos. Y, en cualquier caso, no creo que sea el más indicado para denunciar en el ojo ajeno la paja de una ayuda o de una beca quien arrastra sobre el propio vigas tan onerosas como las de haber sido censor -de segunda o tercera categoría, pero censor-, escritor por encargo y a sueldo -para un dictador latinoamericano, por más señas- y, como fehacientemente nos demuestra el profesor Rodríguez Puértolas en su trabajo sobre la literatura fascista en España, aspirante a confidente de la policía franquista.

Julio Llamazares

18 Noviembre 1989

Que bochorno de Campeón

Aurora Pavón (Director: Pablo Sebastián)

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Las lanzas se vuelven cañas. Como la caña campaña orquestada desde el diario gubernamental contra Camilo José Cela. ¿Has sido tú, Juan Cruz, duendecillo del amanecer?. A EL PAÍS le ha cabreado que le den el Nobel a Camilo. Antes le pe´dian artículos, luego entrevistas y ahora le insultan. Son celos, mejor dicho, son cuernos. Antes, presumían de un Nobel con el Gabo, el de la Bodeguiya, y ahora descubren que Camilo es muy malo, y despu´es de años de hacerle la pelota, le insultan. ¿Qué le vamos a hacer?

19 Noviembre 1989

Campaña contra Cela

ABC (Director: Luis María Anson)

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El ministro de Cultura, Jorge Semprún, asesorado por el reputado columnista oficioso Javier Pradera, atiza desde hace semanas una tenaz campaña de desprestigio contra Camilo José Cela. En cualquier nación el Gobierno mantendría lanzadas sus campanadas al vuelo como homenaje a un premio Nobel que no ha podido ser más merecido y que constituye prestigio para las Letras españolas y honor para la entera cultura de España e Iberoamérica. En nuestra nación la envidia se enseñorea de todo y enardece a los mediocres. El Sr. Semprún y su asesor el Sr. Pradera, al que Julio Cerón llama ‘el linchapredios’, utilizan desde hace semanas las páginas de la Prensa adicta para hacer daño a Cela. Difícil es señalar qué resulta más lamentable si la actitud del ministro y su cómplice o la del periódico que les acoge. Aurora Pavón, en su leidísima sección del diario progresista EL INDEPENDIENTE, lo explicaba ayer así: “Las lanzas se vuelven cañas. Como la caña campaña orquestada desde el diario gubernamental contra Camilo José Cela (¿has sido tú, Juan Cruz, duendecillo del amanecer?). A EL PAÍS le ha cabreado que le den el Nobel a Camilo. Antes le pedían artículos, luego entrevistas y ahora le insultan. Son celos, mejor dicho, son cuernos. Antes presumían de un Nobel con el Gabo, el de la Bodeguiya, y ahora descubren que Camilo es muy malo, y después de años de hacerle la pelota, le insultan. ¿Qué le vamos a hacer?’

19 Noviembre 1989

SEMPRÚN 'EL PROGRE'

El Independiente (Director: Pablo Sebastián)

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Dirigentes del poder y amigos del Gobierno han puesto de moda el juego de insultar a nuestro premio Novel de Literatura, Camilo José Cela, como algo divertido y ‘progresista’. Y resulta asombroso que este Gobierno tan pragmático en la política social económica militar y exterior nos haya salido tan ‘progre’ en el cultural. Como si con estos juegos se pudiera labar la cara después de decir no a quienes pedían el cambio social, deseaban una mayor autonomía exterior, la reducción del militarismo, un mejor reparto de la riqueza, rechazaban el GAL y esperaban la profundización de las libertades. A todas estas personas los gobiernos sucesivos del Presidente González les ha negado el agua del progreso, entendido como dice Max Weber, en la identificación de racionalidad con la modernidad en relación a fines y alores para garantizar a calculabilidad de los resultados en una sociedad que, en el caso de la izquierda, tendría que beneficiar a la mayoria social, acercándola al poder y a la cultura, cosa que desde luego no ha ocurrido en España en los últimos años.

Se impuso un falso pragmatismo que quedó reducido a un interés muy particular de la cúpula del poder político y de sus aledaños económicos, financieros, informativos y artísticos. Es verdad que nuestros gobernantes han sabido manejarse con astucia en las esferas del poder y supieron mantener el equívoco izquierda-derecha, dentro y fuera de su Gobierno y de su partido, auqneu este último, como tal, apenas ha exsistido. Hubo algunos gestos ‘progres’ – no de progreso – como las alocuciones del vicepresidente del Gobierno cuando afirmaba que el PSOE era el partido de los pobres, menos antes de la histórica huelga general. O ciertas tretas de falsa progresía como las practicasdas en el Ministerio de CUltura a base de ‘movida’ y subvenciones y promociones a los amigos ‘progres’ mientras se despreciaba le esfuerzo y el éxito real de la cultura española en el mundo, como ha ocurrido con el Nobel, ingorado por el jurado del premio Cervantes y vapuleado hábilmente por el ministro Jorge Semprún, quien parece haber izado en el mástil del diario EL PAÍS – excusatio non petita – una bandera de progresía con la no concesión del Cervantes el escritor Camilo José Cela.

Porque alguien ha montado una campaña sobre antiguas connivencias del escritor con el franquismo, que en ningún caso pueden anular su aportación cultural y que permiten recordar también que fue pionero en la ruptura literaria con el régimen anterior y l sociedad que lo soportaba con más premura y brillantez que la utilizada por el actual ministro Semprún – que luchó con audacia contra la dictadura franquista – en su abandono del estalinismo.

La propia existencia de un Ministerio de Cultura es una contradicción de sí misma, sobre todo para un Gobierno que se dice de izquierdas, porque la cultura emana de la sociedad y no se debe dirigir desde el poder, salvo que se quiera convertir el departamento en simple ministerio de propaganda, como suele hacer la derecha más conservadora, y de paso en bolsa de subvención de los intelectuales y amigos del régimen. Recuérdese el escándalo de las llamadas ayuda al cine. El propio ministro Semprún y su departamento presumen de haberle dado una subvención a la fundación de Cela, claro ejemplo de cómo entienden y practica la cultura: repartiendo dinero. Más a los adictos y algo a los adversarios para que parezca ecuanimidad lo bochornoso.

El colmo de este debate está en que el ministro se declara presionado por los medios de comunicación y califica de intolerable la libertad de expresión. Y esta discusión es la más noticiosa del resultado del premio Cervantes. Es legítimo y natural que muchos españoles se pregunten: ¿Por qué Camilo José Cela no ha recibido este galardón, siendo, como es, el mejor novelista español del siglo XX, en compañía de Valle-Inclan y Baroja y sí ha recibido el Nobel? Y ¿por qué los representantes oficiales de la cultura española, antes con los gobiernos de UCD y después con los del PSOE, le han negado al escritor el galardón, y máxime ahora que ha recibido el reconocimiento mundial? Estas interrogantes no son presiones, sino reflexiones de sentido común, y tan legítimas como el premio que ha recbido el buen escritor paraguayo Roa Bastos. De manera que Semprún no ha estado acertado y ha aparecido como un escritor mediano y ‘progre’ que como un político de izquierda y culto.

05 Diciembre 1989

EL NOBEL ES DE CELA

Juan Cruz

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Han usado a este periódico como si fuera una diana para propiciar otros disparos. Ignoraron los kilos de papel previo y pusieron en la balanza un artículo [el de Julio Llamazares] -no dijeron quién lo había hecho, por si acaso se desviara la atención del periódico - y una declaración ministerial -no dijeron que este fue el único periódico que publicó la réplica de Cela. Quisieron apropiarse de Cela.

El día en que Camilo José Cela ganó el Premio Nobel de Literatura era un incrédulo jueves de octubre. Este país de enterados se quedó pasmado con la noticia: el Nobel es para Cela. Los periódicos habían dejado la especulación en el cesto de los papeles, y pocos reflejaron la posibilidad más allá de la zona en que se reflejan los asistentes a las bodas, como dice el propio Cela. Nadie daba un ochavo por la probabilidad de que fuera verdad el pronóstico, y algún diario, de los que ahora tienen a Cela como hijo adoptivo, situó la probabilidad española más allá de la oscuridad de un horizonte que jamás fue sueco. Así que podía ser cualquiera: Greene, un hindú, Ana María Matute, Sciascia, un chino, o nadie, pero por Cela no se apostaba: este año no les sonaba que la cosa fuera gallega.Así que cuando se confirmó que era Nobel el autor de La familia de Pascual Duarte se manifestó por encima de las cabezas de los españoles despectivos la necesidad de creer en la evidencia: era verdad, Cela era el Nobel. La convicción de que tenía que haber sido así desbordó todas las previsiones y surgieron en el mercado de los que se apuntan al caballo ganador compañeros insólitos de un viaje para el que quien ganó el premio tampoco necesitaba excesivos compañeros. Su literatura viaja sola, está desde hace años en las mesas de noche de todos los idiomas y no precisa de otras adhesiones que las de la biografía literaria. El resto era silencio o, al menos, demandaba el respeto que merece cualquiera que hubiera llevado a cabo una obra bien hecha. Y se acabó.

Y no sólo era Nobel el Cela tópico, aquel que era obviamente nobelable, el autor de La familia de Pascual Duarte: era también Nobel el autor de Mazurca para dos muertos o Cristo versus Arizona. También era Nobel el escritor que en 1970 le puso música a una imaginación insólita: Oficio de tinieblas 5. Aquel día en que el Cela silenciado y perseguido por quienes creyeron que el de Iria Flavia había acabado de escribir cuando terminó de salir de su pluma la España tremenda de la miseria y de la nada comenzó a surgir en el universo tortuoso de esta España ruidosa un maremoto de celianos de toda la vida que le volvieron a ofrecer lo que antes le negaron: el pan y la sal. Y el agua.

La incredulidad española tiene una raíz profunda: la raíz de la envidia. Y la raíz de la historia: los españoles son históricamente personajes de sí mismos, una especie de retratos de Goya dibujados en la carpetovetónica piel de toro sobre la que se ha fabricado el universo del maniqueísmo. Y como Cela es tan español que parece una metáfora ha concentrado sobre sí lo que es el símbolo de una España que él describió para denostar: esa España que se aprovecha tanto de los árboles caídos como de los árboles que suben y buscan en medio de ese bosque hirsuto culpables o validos para sacar beneficio del fuego, de la hojarasca y de la madera. Esa lujuriosa presencia de la envidia sobre el juicio habitual de los españoles ha caído corno una ciénaga sobre el actual fenómeno del postNobel y ha identificado fraudulentamente al que le elogia con el justo y al que le denosta con el desnortado, y se ha silenciado que muchos de los que hoy simulan agasajo han ignorado siempre la esencia de su escritura. Digámoslo de veras: le ignoraron antes como figura literaria porque en este país resulta preferible vender la vida privada de los otros como si ese fuera un elemento de mercadería cordial. Con esos materiales de la mezquindad han querido mostrar que este es un país en el que sólo puede haber dos caras: los que son de un lado o los que son de otro. Como si usando un día, el día de San Camilo, en 1936, el autor de ese libro tan emblemático no hubiera dejado escrito que los buenos y los malos mueren del mismo lado.

Y en ese campo de lidia del maniqueo han usado a este periódico como si fuera una diana para propiciar otros disparos. Ignoraron los kilos de papel previo y pusieron en la balanza un artículo -no dijeron quién lo había hecho, por si acaso se desviara la atención del periódico a una firma que sin duda firma por sí misma-, algunas cartas -tampoco las citaron, también por si acaso: en este país todo se hace por si acaso-, y una declaración ministerial -no dijeron que este fue el único periódico que publicó la réplica de Cela: por si acaso, claro-. La ignorancia con la que han arrojado la ignominia los que quisieron apropiarse de Cela es similar a su capacidad de olvido. Pero en fin. Lo que quisieron fue deducir que lo que dice Semprún es lo que dice este diario, se deja pensar que lo que escribe alguien contra Cela también lo escribe este diario, y con todo el mojo picón que se deduce montan el sarao habitual de las campañas. Como en medio es mejor olvidar que tener en cuenta, se olvidan también que fue su hijo quien le defendió aquí de aquella oleada polémica sobre lo que Cela dijo en torno a los que escriben después de él.

Ladridos y caballos

Por fortuna, ni los premios hacen a los escritores ni los validos pueden hacer otra cosa que ladrar para que sigan cabalgando los caballos. Pero lo que sí es cierto es que alguien ha tratado de volar sobre el nido del Nobel para tratar de arrebatarle los plumajes y empezar a distribuir adornos espúreos; han tratado de eliminar de ese hogar de ramas salvajes aquellas que forman parte de la historia. Ahora quieren, con los juicios que tratan de hacer obviar que hubo un Cela olvidado de todos, que ellos mismos, los que quieren las ramas, le robaron también el pan, la sal y el genio, y le buscaron las cosquillas con esa sonrisa ramplona que tienen los aduladores incapaces de poner en la balanza de la dignidad su propia ineptitud para ver en los escritores algo más que un objeto de apropiación indebida.

Es fortuna que España tenga este Nobel: Cela es el escritor más emblemático de la posguerra; muchos de los que hoy le discuten escriben porque en la zona más oscura de su memoria hay alguna palabra cuya factura está en el principio de sus libros; es un narrador que habitó en la poesía y eso le hizo aún más literario. Pero se olvidan, les resulta mejor olvildarse. Se puede discrepar de él, y se debe discrepar de él, como de Celine, o de Paz, o de Sciascia, o de Baroja. Pero apropiarse de él para arrojarlo sobre los demás como si España siguiera teniendo en medio la falla intelectual que le hace merecer el calificativo de maniquea es un error histórico que nos salpica gravemente y que convierte el universo literario en una ciénaga fronteriza con la náusea.

Esta semana es la semana del Nobel. La historia ha querido que la mezquindad haga parecer que Cela es Nobel de unos españoles y no el de otros. Como eso no es así y la historia lo sabe pidamos que devuelvan al nido del Nobel todas las ramas robadas y dejemos que esta fiesta se viva en paz. Porque el Nobel es de Cela, y no de otros: ni la polémica disminuye sus merecimientos ni la ausencia de aquella los hubiera agrandado. La obra de CJC está ahí, y desde hace mucho tiempo, tanto que es imposible que la sombra no hubiera formado parte, también, de su biografia. Y lo decimos por última vez porque repetirlo da vértigo.

Y porque ya está bien.

Juan Cruz

09 Diciembre 1989

Semprún se hizo el sueco

ABC (Director: Luis María Anson)

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En medios culturales se ha destacado la ausencia del ministro de Cultura, Jorge Semprún, en Estocolmo, tanto en el acto de ayer, en el que, como informamos en nuestra portada, Camilo José Cela leyó su discurso ante la Academia sueca, como en la ceremonia de entrega de los premios Nobel, que se celebrará mañana.

«El ministro – se afirma en dichos medios – no ha sabido digerir la elección de Cela por parte de la Academia sueca, y ahora cuando su lugar es estar en Estocolmo junto a nuestro premio Nobel, ha decidido hacerse el sueco y no acudir».

Esta actitud, inspirada por el reputado columnista oficioso señor Pradera, fue apoyada con una campaña vehemente por el diario gubernamental, el cual ante la reacción de la opinión pública, ha comenzado a replegar velas.

El Análisis

TODOS TENEMOS UN PASADO

JF Lamata

Sí, el Sr. Cela había sido franquista, aunque siempre jugara a hacer de alocado y excéntrico personaje. No era el único. La misma acusación podría hacerse contra D. Salvador Dalí o D. Damaso Alonso y eso no negaba el gran talento de esas personalidades. Ahora bien, el diario EL PAÍS publicó algunas críticas al Sr. Cela en la sección de cultura que dirigía D. Juan Cruz.

Los periódicos de D. Luis María Anson y D. Pablo Sebastián se apresuraron a defenderle como si se hubiera cometido un crimen con el escritor. ¿El motivo? Ambos querían fichar al Sr. Cela como columnista. «Tener un nobel en plantilla les podía convertir en un periódico ‘nobel’. Ambos lo conseguirían.

J. F. Lamata