5 febrero 2002

Es la primera vez que un cura se declara homosexual en España

El sacerdote gay José Mantero es suspendido de su ministerio tras alardear en la revista ZERO de saltarse el celibato

Hechos

El obispo de Huelva, D. Ignacio Noguer, anunció el 5.02.2002 que apartaba de sus funciones a D. José Mantero, vicario de Valverde del Camino tras confesar que mantenía relaciones sexuales con otro hombres.

Lecturas

Mantero_CNNPlus El Sr. Mantero fue entrevistado en medios como la cadena CNN+ (Grupo PRISA) presentándole como un valiente por reconocer haber mantenido relaciones homosexuales siendo sacerdote.

Programa ’24 Horas’ de RNE (Feb.2002) – D. Carlos Dávila y D. Ramón Pi contra el ‘sacerdote’ Sr. Mantero y la homosexualidad

El caso del sacerdote Sr. Mantero fue comentado en Radio Nacional de España por los tertulianos D. Carlos Dávila (que lo definió como ‘desgraciado’) y D. Ramón Pi (que le acusó de ser anti-natural), criterio que no compartieron D. Manuel Antonio Rico, ni doña Pilar Cernuda.

05 Febrero 2002

Sacerdote 'gay'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Con la confesión pública de su condición de homosexual practicante, el cura de Valverde del Camino (Huelva) José Mantero se ha convertido en piedra de escándalo. No tanto para sus feligreses, que parecen haber acogido con comprensión y tolerancia ese hecho, como para la jerarquía eclesiástica y las instancias más conservadoras de la Iglesia. Pero más que el hecho de haber vulnerado, con la práctica de la homosexualidad, le ley eclesiástica del celibato, lo que parece haber escandalizado más a estos sectores es que un miembro cualificado de la Iglesia, como es un sacerdote, haya dado fe pública de su condición de homosexual.

La jerarquía episcopal española ha sentido esa confesión como un desafío. Y de alguna manera lo es, pues esa confesión no sólo constituye una denuncia de la persistente ceguera de la Iglesia ante la dimensión de la homosexualidad en su seno -entre sus miembros y fieles-, sino de sus trasnochadas teorías sobre la naturaleza y práctica de ese modo de sexualidad. A ellas han recurrido, una vez más, algunos obispos en esta ocasión, calificando de ‘desorden moral’ la homosexualidad y de ‘enfermo’ al sacerdote que se ha atrevido a reconocer públicamente esa condición.

La Iglesia sigue empecinada en juzgar la homosexualidad como una desviación perversa de la naturaleza. Es evidente que ese discurso ideológico y moral sobre la homosexualidad, anclado en la noche de los tiempos, resulta cada vez más anacrónico en las sociedades secularizadas de nuestros días y, muy especialmente, en la española, regida por una Constitución que no hace distingos entre los ciudadanos en razón de su orientación sexual.

En este sentido, la actitud adoptada por el obispo auxiliar de Barcelona, Joan Carrera, ante el caso del sacerdote de Valverde del Camino destaca por diferenciarse radicalmente de algunos de sus colegas episcopales. Este obispo sitúa la cuestión en el terreno apropiado: el celibato. Después de mostrar su ‘respeto’ por el sacerdote de Valverde del Camino, este obispo ha señalado que ‘su problema no es de orientación sexual, sino de incumplimiento del celibato’. Esta actitud, que evita convertir una determinada orientación sexual en elemento de discriminación y condena, circunscribe el conflicto al ámbito de un compromiso que asumen los sacerdotes ante la Iglesia. Desde este punto de vista, la situación del sacerdote de Valverde del Camino no sería básicamente distinta de la que han planteado otros clérigos que en su día decidieron crear una familia heterosexual.

El obispado de Huelva, del que depende el sacerdote de Valverde del Camino, ha anunciado su previsible suspensión a divinis. Si la mera confesión de que se incumple el celibato basta para una sanción tan grave, es un asunto que concierne a la Iglesia; en todo caso cabe esperar que la aplicación del Derecho Canónico se haga tras un examen cuidadoso de la conducta del sacerdote y con las máximas garantías. En caso contrario, su eventual expulsión del sacerdocio puede ser interpretada por sus propios feligreses como una represalia por su condición de homosexual.

06 Febrero 2002

El show del cura gay

LA RAZÓN (Director: José Antonio Vera)

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La confesada actividad sexual (en este caso homosexual) del sacerdote José Manuel Mantero, el cura de Valverde del Camino (Huelva) no puede presentar duda alguna a su obispo: sólo cabe la suspensión y esperar a que reflexione acerca de la relevancia del ejercicio de la sexualidad en su vida, algo totalmente incompatible con un sacerdote de la Iglesia Católica. Ni el obispo ni la Conferencia Episcopal han juzgado su condición de homosexual, su aspecto más personal. Se han limitado a reaccionar ante su confesión pública de que no respeta el voto del celibato. Los hechos dan la razón a la Iglesia en este asunto: Mantero no se ha apartado de su sacerdocio de forma inconsciente; lo ha hecho tan a conciencia que, antes de hablar con su obispo, se muestra públicamente en programas televisivos y otros medios de difusión. Más bien parece que el cura de Valverde del Camino está en plena huída hacia adelante, aprovechando la expectación que rodea un caso de perfiles morbosos. Más como un propagandista del orgullo gay que como un pastor de la Iglesia.

La tormenta levantada en torno a este caso terminará por extinguirse, y quienes hoy apoyan al personaje en contra de la institución, pronto le olvidarán. Tiene razón la Iglesia al actuar dentro de su competencia. Porque no es el primer sacerdote suspendido por no aceptar el voto del celibato ni tampoco será el último en cambiar los hábitos por el vínculo matrimonial. Ni la Iglesia es un ‘club’ en el que las normas se cambian a gusto de los socios, ni la libertad sexual es una posibilidad en un ministerio donde el sacrificio y el esfuerzo personal so nvalores que no pueden guardarse a voluntad, en el armario.

04 Febrero 2002

Párrocos de Valverde

Juan Manuel de Prada

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¿Se acuerdan del San Manuel Bueno, mártir de Unamuno? El cura que protagonizaba el relato sostenía sobre sus hombros la cruz terrible y agónica de la duda, salvando, a través de este castigo, la fe de sus feligreses. «¡Mi vida es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio -exclamaba, en un pasaje de desgarrado patetismo, la criatura unamuniana-; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!». A través de este cotidiano ejercicio de inmolación, suicidándose cada día en su ministerio, conseguía don Manuel Bueno que sus feligreses siguiesen soñando con su fe, «como el lago sueña el cielo». Aquel cura urdido por Unamuno era párroco de Valverde de Lucerna, una aldea simbólica, oculta entre montañas que sólo visitaba la nieve y asomada a un lago en cuyo fondo reposaba otra aldea sumergida. Si la nieve, en el relato de Unamuno, simboliza la fe intacta de los aldeanos, esa aldea sumergida simboliza los infiernos de recóndita y secreta agonía que laceran a su protagonista. Me he acordado de don Manuel Bueno en estos días, tras leer las estupefacientes revelaciones del cura José Mantero porque, paradójicamente, también él es párroco de otra localidad llamada Valverde. Valverde del Camino, en la provincia de Huelva.
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Sin afán hiperbólico, podríamos afirmar que don Manuel Bueno y este José Mantero que acaba de salir con estrépito del armario son criaturas antípodas. Frente a la epopeya trágica del personaje unamuniano, que reprime sus dudas y sus pulsiones, «no por arrogarse un triunfo, sino por la paz, por la felicidad, por la ilusión de los que le están encomendados»; frente a tanto dolor sobrellevado en silencio, en las cámaras más secretas de la intimidad, nos topamos con el vodevil zafio de este cura que sale a la palestra pública para contarnos que infringe su celibato. Podría objetarse que al cura Mantero no lo anima un mero propósito de escándalo, sino la intención de proclamar la verdad. Y de nuevo surge, para rebatirlo, la voz del personaje unamuniano: «¿La verdad? La verdad es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «¿Y entonces -protesta su confidente Lázaro-, ¿por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?». «Porque si no me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerlos que se sueñen inmortales, y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío».
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Creo que las palabras de Unamuno constituyen el más exacto veredicto de condena para este cura antípoda de don Manuel Bueno. Nadie obligó a José Mantero a profesar el voto de castidad y ordenarse sacerdote; su deber más valiente -como el de cualquier otro cura- es guardar silencio sobre su verdad, por muy dolorosa que le resulte su ocultación. Al gritar en la plaza pública sus peculiaridades sexuales, al brindarlas a la pitanza del escándalo, se ha arrogado un triunfo pírrico y tristísimo: además de convertirse en un freak de barraca, ha contribuido a matar un poco más la paz, la felicidad, la ilusión, la vida espiritual de los que le estaban encomendados. Ha matado su consuelo; y, a cambio, ha consolado a quienes viven empeñados en asediar y destruir la religión que él había profesado. Pero este cura chusco y despreciable seguramente no había leído a Unamuno.

04 Febrero 2002

Polimeros kai politropos

José Mantero

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¿Qué más dará que uno sea heterosexual o hilandera de Velázquez, gay o camionero de área de servicio, bisexual o maquinista de la general, transexual o Buster Keaton vestido de corto? ¡Qué más da! Lo importante, lo definitorio incluso, es que esté uno capacitado para querer, para amar, para estar con alguien y sentir que tu vida no se deconstruye en el vórtice de un absurdo e irracional solipsismo que, sí, lleva a la perdición.

Porque de eso precisamente se trata, de algo tan serio y al tiempo tan legítimo, necesario y natural como amar. Las personas heterosexuales, gays y lesbianas, bisexuales o transexuales no son sólo aquéllas que sienten atracción sexual hacia determinado sexo el propio, en el caso gay sino esencialmente aquéllas que están estructuralmente preparadas para amar, en una determinada orientación. O en otra, que tanto monta.

Menuda está cayendo en las Españas unas, grandes y libres desde que, el día 1, apareció en la revista Zero mi entrevista. El camino que me lleva hasta este medio comienza con la aparición en Facanías publicación valverdeña del Centro Cultural Católico de una columna mía titulada Orgullo Gay. Poco tiempo después recibí una llamada del redactor jefe de Zero preguntándome si estaría yo de acuerdo en concederles una entrevista. Tras meditar, reflexionar y calibrar la invitación y las consecuencias que podría acarrear (y acarrearme) decidí responderles afirmativamente.El resto ya lo conoce el lector. Pues lo dicho, menuda está cayendo: dimes y diretes (normal) y por encima de todo el tremendo acoso mediático planeando sobre mi cabeza, mis convecinos e incluso mi propia familia, a la que en ningún momento se ha dejado de bombardear, en alguna ocasión de manera cruel, mórbida e inhumana.¿También es esto normal?

Se oye de todo: que si me convierto en icono gay, que si es una causa por la que vale la pena apostar alma y vida (sí), que si qué sé yo cuántas historias. De vivir en la tranquilidad no ya del anonimato sino de la vida lógica de un ciudadano de a pie, me encuentro de golpe y porrazo con ¿la fama? Disculpe el lector mi risa. Una cena de restaurante en la que todos los ojos se me vuelven; una remake de Starsky y Hutch en determinada cadena de televisión que me entrevista y a poco se ve obligada a ponerme escolta personal, en fin… La bomba, lo dice todo el mundo.

Lo que yo honestamente me pregunto es dónde estaban todos hace bien poco cuando en Valverde del Camino y desde Facanías denunciábamos otros y yo la explotación laboral de las clases trabajadoras, particularmente en el sector del calzado. En aquella ocasión no me vi obligado a desaparecer unos días, siquiera unos minutos, cuando un par de discretas cámaras de algún medio informativo se acercaron sin ningún tipo de apresuramiento al pueblo. Entonces podía entrar en cualquier cafetería y saludar a mis amigos sin mirar hacia atrás. Entonces entraba y salía tan ricamente de todos sitios. Entonces no tenía que desconectar mi teléfono móvil porque desde las siete de la mañana a algún preclaro encéfalo se le ocurre que hay tomate. Entonces.

Entonces y ahora. España, la casposa, la que viste de duelo y el rey no tiene consuelo, María de las Mercedes, se rasga las vestiduras antes de la penitencia cuaresmal, porque a alguien se le ha ocurrido decir que es gay, y que es sacerdote católico, y que eso no es ni mucho menos contra natura perdóneme Monseñor Asenjo: gloriosas sus declaraciones acerca de la homosexualidad como «desorden moral». Perdóneme, pero acuérdese así mismo, cuando rece completas y concluya pidiendo a Dios una noche tranquila y una muerte santa, de pedirme perdón también a mí, a todos los gays y lesbianas de España y del mundo y, por encima de todo, a Dios Padre por haber negado una vez más, una de tantas, la vida que tiene ante sí , cuando precisamente habría mucha tela que cortar en lo que respecta a la mismísima natura.

Entonces y ahora. Dichoso ahora de la España profunda, no la de la pandereta sino la de algo más siniestro, destructor y morboso: la carnaza. La que disculpa, tolera y perdona la injusticia subyacente a la economía sumergida, los sobresueldos y la violencia pero siente un pánico atroz ante los aires sencillamente humanos, ante la tentación de alguien de muchos, gracias a Dios de vivir como El Totalmente Otro les da a entender, como saben o simplemente como les da la gana porque así lo sienten o lo estiman oportuno.La que cierra los ojos frente a la pobreza y desmesurada y desacompasadamente abre los de sus objetivos frente a la realidad de una orientación sexual. Spain is different? Tal vez. Es tragicómico.

Pero, sí, ahí seguirán las muchísimas familias de los mineros de las cuencas de Río Tinto y Tharsis, viviendo más que en precario y sin percibir horizonte alguno de futuro económico, laboral ni familiar. Ahí seguirán las extranjerías en larguísimas colas frente a un despacho cualquiera, a la intemperie no ya del frío sino de la sociedad y el mismo Estado. Ahí seguirán. Probablemente sin cámara que llevarse a la pose y sin perro que les ladre.Pero no son carnaza, morbo.

Esas otras son también mis causas, y no en exclusiva el mundo gay y lésbico. Esas otras causas también he defendido y defiendo.Pero sencillamente no había grabación de «recursos». Sic transit gloria mundi.

A un cura se le ocurre manifestar libremente su homosexualidad y adios a otras historias. Bueno, la boda principesca del glamour y la fanfarria, pero poco más.

Polimeros kai politropos, comienza el exordio en griego de la carta a los Hebreos en el Nuevo Testamento. De muchos modos y en muchas partes habló Dios… ¿Puede Dios estar hablando ahora en eskhatoi, en los últimos tiempos y días a través de esto que está pasando, que me está pasando? Juzgue quien corresponda, que a todos nos toca por cierto. Polimeros kai politropos habló, habla y seguirá hablando el que nos creó heterosexuales, gays y de todo signo.

Vivimos, se dice, en el seno de una sociedad tolerante. Me pregunto qué se entiende como tolerancia cuando ésta se da únicamente en los escritos, apariciones estelares y demás poses cara a la galería y luego en la vida somos los más terribles de los intolerantes.¿Qué pasa? Eso, que por qué ha pintao tus ojeras la flor del lirio real…

Tolerancia y respeto, sólo de nombre, no son tales, voto a tal.Es nominalismo puro y duro. Es terrible. Dios dirá e irá dictando seguramente lo que ocurrirá a partir de ahora, no ya respecto a mi sino a todo lo que se mueve, habla y piensa. Pero que no se me venga con la fanfarria de la tolerancia cuando es simple barniz.

Habrá que concluir, en la vivencia del nominalismo este dichoso, con el admirado Gilbert Becaud: L¿important c¿est la rose. Lo importante es la rosa. Pero stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus? *

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* De la primera rosa sólo nos queda el nombre, ¿nos conformamos sólo con nombres?