30 julio 2000

El político asesinado pertenecía al sector del PSOE partidario a acercarse al nacionalismo vasco y distante con el PP y la policía

El comando Buruntza de ETA asesina al ex Gobernador Civil de Guipuzcoa, Juan María Jáuregui

Hechos

El 29 de Julio de 2000 era asesinado a tiros en una cafetería de Tolosa el ex gobernador de Guipúzcoa (1994-1996), Juan María Jáuregui.

Lecturas

Hechos: El 29 de Julio de 2000 era asesinado a tiros en una cafetería de Tolosa el ex gobernador de Guipúzcoa (1994-1996), D. Juan María Jáuregui, del Partido Socialista de Euskadi (PSE-EE-PSOE). Jáuregui había sido en el pasado militante del PCE (junto con López de Lacalle, asesinado dos meses antes) y había sido encarcelado durante el franquismo. Abandonó el PCE junto con Santiago Carrillo (escisión del PTE-UC) y en 1993 se pasó al PSOE. Sorprendente es que el terrorismo lo escogiera como víctima, ya que Jáuregui se dedicó a investigar la trama de los GAL y ayudó a que acabaran en la cárcel su antecesor, Julen Elgorriaga y el general Rodríguez Galindo.

Víctimas Mortales: D. Juan María Jauregui

LOS ASESINOS: EL COMANDO BURUNTZA

makazaga Francisco Javier Makazaga (el autor) – 39 años de prisión

Ibón Echezarreta (co-autor) – 39 años de prisión

Luis María Carrasco (colaborador)-  36 años de prisión

 

30 Julio 2000

ETA contra todos

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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ETA asesinó ayer de nuevo, por séptima vez desde que desató su más reciente campaña terrorista. En esta ocasión la víctima designada por la banda totalitaria es un socialista, el ex gobernador civil de Guipúzcoa entre 1994 y 1996, Juan María Jáuregui, que destacó por su militancia antifranquista, detenido en las manifestaciones contra el proceso de Burgos en 1970, y cuya biografía política, como otra reciente víctima de ETA, José Luis López de Lacalle, pasa también por las filas del PCE. Lo más relevante de su reciente trayectoria es su papel como gobernador civil en el esclarecimiento del caso Lasa-Zabala. El mensaje de la banda fascista en esta intensificación de su acción asesina es bien claro: nadie puede sentirse seguro en el País Vasco ni en España si no pertenece al mundo de su nacionalismo totalitario o, como mínimo, si no se dedica a mirar hacia otro lado cuando actúan los asesinos. Jáuregui, un vasco euskaldún y profundamente demócrata, pertenecía al sector del socialismo vasco más dialogante con el nacionalismo. Hora es ya de que el Gobierno de Juan José Ibarretxe saque conclusiones sobre los costes que deberá pagar el nacionalismo democrático si persiste en su empeño de mantener todavía ataduras con el mundo criminal de ETA y sus avaladores de Euskal Herritarrok.

La campaña de atentados iniciada en diciembre de 1999, tras la ruptura del alto el fuego, se ha intensificado este mes de julio hasta la exasperación. A la buena noticia de la detención de dos etarras que preparaban el asesinato del alcalde de Zaragoza, José Atarés, le ha sucedido como una reacción este nuevo crimen, con el que ETA ha ido a buscar a un vasco ausente de su pueblo que pasaba allí unos días de vacaciones. Ni olvido ni distancia han servido para los asesinos, que han podido actuar gracias a las precisas indicaciones realizadas por vecinos de Jáuregui sobre su presencia en Tolosa.Especialmente significativo es que ETA haya abarcado en poco tiempo con su abrazo sanguinario a dos ex militantes del PCE, López de Lacalle y Jáuregui, que representaban dos posiciones, ambas legítimas, de la actitud de los demócratas ante la violencia, el primero como miembro del Foro Ermua y el segundo como partidario de explorar al máximo la vía del diálogo. A la banda terrorista sólo le interesa una especie de diálogo: la rendición de todos a su dictadura asesina mediante la aceptación de sus postulados políticos.

Los comandos de ETA parecen haber recibido órdenes muy precisas de poner en acción todo su potencial destructivo, con el objetivo de acrecentar la presión sobre el PNV y el chantaje contra todos los ciudadanos y contra el sistema democrático. La variedad de los objetivos elegidos -políticos, militares y periodistas, militantes socialistas y populares, dentro y fuera del País Vasco- así lo revela. Con el frenesí criminal en el que se está embarcando la banda terrorista pretende demostrar una fuerza militar de la que carece. Su única fuerza política deriva precisamente de la parálisis que sufre el nacionalismo democrático, acogotado por el fracaso del Pacto de Lizarra, tal como ha reconocido de forma explícita el propio lehendakari,Juan José Ibarretxe, e incapaz de cortar de una vez con el mundo violento para regresar a la unidad de posiciones con los demócratas.

Los atentados de ETA, lejos de suscitar la indiferencia y la resignación en la sociedad vasca, como pudo ocurrir en algún momento, están desencadenando una creciente indignación. ¿Qué proyecto de sociedad pueden proponer quienes están creando un síndrome de exilio entre los jóvenes, que alcanza hasta el 15% de la población, tal como revela el último Euskobarómetro? ETA se propone enfrentar y dividir a los vascos con la quimérica idea de llegar a una escisión absoluta, que engulla al nacionalismo democrático y dé pie a una negociación de igual a igual entre el nacionalismo totalitario y los demócratas. Cree así que pondrá de rodillas al Estado de derecho para arrancarle por la fuerza lo que es incapaz de conseguir políticamente y a través de las urnas.

Pero ayer, tanto el Gobierno como el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, hicieron saber a ETA que no cederán a su chantaje y que actuarán al unísono frente a sus ataques contra la vida y la libertad de los ciudadanos. El énfasis que ha querido dar a sus declaraciones el nuevo secretario general socialista, tras el reciente encuentro con el presidente del Gobierno, José María Aznar, despejan todas las dudas, propagadas principalmente desde trincheras enemigas del PSOE, respecto a la actitud de este partido en relación a la ambigüedad del PNV. Pero, además, refuerzan la imprescindible idea de unidad democrática frente al terrorismo, a la que sólo le falta la plena incorporación de los nacionalistas democráticos.

Ante estas evidencias no dejan de sonar como hueca sentimentalidad las palabras de ayer del lehendakari ante el nuevo crimen. Tiene razón Ibarretxe cuando asegura que ETA «prostituye las legítimas reivindicaciones de la sociedad vasca», pero se olvida mencionar que también las prostituyen quienes acceden a defender estas reivindicaciones codo con codo, o juntando voto con voto en los ayuntamientos o en el Parlamento, con los asesinos. Urge saber en estos momentos qué es lo que va hacer el PNV. Ibarretxe ha reconocido que su apuesta por el diálogo ha fracasado y que se impone una nueva etapa de relación con los partidos políticos, que habrá de recorrerse de «manera diferente». El lehendakari sabe quién es el principal responsable de ese fracaso: ETA y quienes les da alas. Al menos la mitad de los vascos responsabilizan a la banda terrorista del fin de la tregua. Pero Ibarretxe sabe igualmente que matando a hombres como Jáuregui ETA busca también aislar al PNV para tenerlo más al alcance de sus propias estrategias. ¿Qué va hacer el PNV? Urge saberlo cuanto antes.

30 Julio 2000

La lección moral de Juan María Jáuregui al nacionalismo vasco

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Fiel a su trayectoria biográfica de defensa de los derechos humanos, Juan María Jáuregui asumió su responsabilidad cuando fue nombrado gobernador de Guipúzcoa y contribuyó decisivamente a la investigación del reabierto asesinato de los etarras Lasa y Zabala. Coherente con sus valores como demócrata y hombre de izquierdas, los indicios de que un destacado miembro de su partido -su antecesor en el cargo Julen Elgorriaga- y el jefe del cuartel de Intxaurrondo podían ser los responsables de aquel horrendo doble crimen no le llevaron a boicotear las pesquisas, como por desgracia hicieron buena parte de sus compañeros, sino exactamente a lo contrario. Jáuregui ayudó en todo lo que pudo al comisario Enrique de Federico y a los jueces Bueren y Liaño, y cuando llegó la hora de la vista pública no le tembló la voz al subrayar que todo lo que había averiguado iba en la dirección de la que finalmente sería sentencia condenatoria.

Fue insultado y espiado. Le llamaron traidor y el felipismo le dejó sin futuro político. Pero Juan María Jáuregui salvó el honor y la tradición ética del PSOE al anteponer los valores esenciales a las conveniencias de unos dirigentes que, primero, cayeron en la aberración del ojo por ojo y, después, en la patética escalada del encubrimiento y la mentira. Ahí tiene el nuevo equipo de Rodríguez Zapatero al prototipo del buen socialista que las futuras generaciones habrán de honrar y recordar siempre. Frente a la siniestra coartada de gente como Vera que proclamaba que «con la patria, como con la madre, sin razón o con ella», mientras se atiborraba los bolsillos del dinero destinado a la lucha antiterrorista, la divisa de Juan María Jáuregui, ligero de equipaje hasta el final de sus dias, era otra: «la verdad por delante -la legalidad por delante, la democracia por delante-, con los míos o contra ellos».

Es decir, exactamente lo contrario de lo que en el plano de la estrategia política viene caracterizando la repugnante actitud de los dirigentes del PNV y EA desde la firma de los pactos de Estella. La lección moral de Juan María Jáuregui es la de que por encima de los clanes, partidos, proyectos nacionales e incluso opciones ideológicas hay unos valores universales, unos principios éticos que no admiten ni vulneración, ni rebaja, ni almoneda. En el momento en que esa raya había sido traspasada Jáuregui sólo podía ser el perseguidor, el testigo de cargo, el fiscal que con su dedo acusador señalara a los asesinos. Jamás hubiera podido seguir colaborando con ellos.

La comparecencia ayer, tras su asesinato, del lehendakari Ibarretxe fue tan banal y carente de significado como siempre. Dijo que ETA es el «único responsable» de su muerte, pero eso sólo es cierto en términos penales. En términos políticos también su partido y EA comparten la infame responsabilidad de seguir aferrados a un pacto con el brazo político de los asesinos que, por muy «congelado» que esté, continua siendo el cordón umbilical que hace del nacionalismo vasco un único organismo con variedad de tentáculos.

Asesinando al dirigente socialista que más combatió la guerra sucia, ETA ha demostrado a la vez su estupidez y su impotencia ante el Estado de Derecho. Hace tiempo que el correcto funcionamiento de las instituciones desbarató su pretensión de equiparar a los dos bandos de esta contienda. Pero la elección de una víctima como Jáuregui deja aún más desnuda, si cabe, la indignidad del PNV y EA. Si reconstruyeran el Pacto de Ajuria Enea, sus críticas y reivindicaciones serían legítimas. Pero está visto que Arzalluz, Egibar y Anasagasti prefieren vituperar a las tertulias radiofónicas, el Euskobarómetro y cualquier otro indicativo de la realidad, desde la orilla del Pacto de Estella, mientras siguen viendo pasar, impávidos y prepotentes, los cadáveres de sus adversarios políticos.