1 diciembre 1976

Areilza cuenta con el apoyo, entre otros del ex ministro franquista D. Pío Cabanillas

José María de Areilza funda el Partido Popular para liderar con una coalición de «centro» denominada Centro Democrático

Hechos

El 1 de diciembre de 1976 los políticos D. José María de Areilza y D. Pío Cabanillas presentaron públicamente la formación Partido Popular, que aspiraba a líderar una coalición de partidos moderados, ‘Centro Democrático’.

Lecturas

El 1 de diciembre de 1976 el exministro D. José María de Areilza Martínez de Rodas presenta públicamente su propio partido político, el Partido Popular, como matriz de una coalición (‘Centro Democrático’, posteriormente denominada ‘Unión de Centro Democrático’), que tiene el objetivo de ganar las primeras elecciones previstas para el 15 de junio de 1977. Los otros fundadores del parido son el también exministro D. Pío Cabanillas Gallas, D. Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, D. Emilio Attard Alonso y D. José Luis Álvarez Álvarez. Hasta la celebración del I Congreso del partido no se decidirán sus órganos de gobierno.

29 Septiembre 1976

La Derecha Civilizada

José María de Areilza

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Un querido amigo canario, me pide que le exponga en unas líneas lo que entiendo por derecha civilizada. Utilicé este término por primera vez allá por los años 68 o 69, sin ánimo de conferir a la locución especial significación dentro del limitado panorama político de aquella época rígidamente entreverada de dogmatismos exigenes.

La etiqueta hizo fortuna, quizá porque respondía a una diferenciación sociológica real. La derecha en España está en el poder desde 1939. Desde esa fecha acá han ocurrido impresionantes acontecimientos en el mundo. Por ejemplo, la segunda guerra mundial, con sus consecuencias políticas, militares y económicas de enorme alcance. La aparición del poder nuclear, que hizo posible la bipolaridad de dos superpotencias sobre todas las demás. La liquidación de los imperios coloniales europeos y el acceso a la independencia política de casi un centenar de naciones nuevas. El progreos teconológico y la sociedad de consumo. Los viajes espaciales y la expansión de las multinacionales. La resurrección de China como potencia mundial, primera en demografía, y la conversión de África en otro campo de rivalidad ruso-americana. Los procesos de la nueva genética y de la física. Los nuevos estados de la materia. La creciente complejidad de la macroeconomía. La aplicación de los computadores y de la informática a las ciencias sociales, a la prospectiva y a las técnicas del Poder. La política de imagen como arte televisivo. ¿Para qué seguir? Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos elementos decisivos para el cambio social, para la transformación de las formas de la vida, como en estos últimos treinta y seis años. Ellos equivalen en cierto modo a treinta y seis mil años de una etapa prehistórica que hizo pasar al primate de un tipo de cultura a otra más desarrollada.

¿Y qué tendrá que ver todo esto con la derecha civilizada? Pues sí que tiene. Mi argumento se apoya precisamente  en esa inevitable necesidad que las nuevas circunstancias imponen a la estructura de la sociedad. En las naciones europeas anteriores a la segunda guerra mundial había partidos y gobiernos de derecha y de izquierda, fascistas y socialistas. Existían asimismo dictaduras militares conservadoras. Y al Este, el inmenso y muy desconocido gigante de la Unión Soviética. Después de la conflagración y como resultado de ella, Rusia se expandió geográficamente hacia Europa y bajo su órbita militar fueron surgiendo los países de economía y gobierno socialistas, agavillados en bloque ideológico, más o menos homogéneo. El resto de la Europa occidental  bajo la protección de las armas de los Estados Unidos mantuvo o impuso las formas democráticas y liberales de la vida pública como filosofía opuesta a la del totalitarismo soviético. La Europa occidental suprimió entonces la tentación totalitaria de la derecha precisamente por haber sido la causante y la víctima de la guerra del 36 al 39, y aún a sabiendas que el sistema democrático de gobierno con libertades efectivas, extendidas al Partido Comunista – poderoso en Italia y Francia – podía tener sus riesgos funcionales, frente al monolitismo de los países comunistas. Pero la fórmula poseía, sobre esos inconvenientes, la arrolladora fuerza de la libertad humana como inspiración de la vida pública. El envite fue acertado. La considerable expansión de las economías occidentales en las décadas siguientes y la prosperidad que trajeron consigo no sólo consolidaron el sistema en lo político, sino que produjeron en esos pueblos un sustrato de bienestar y de progreso social que Europa nunca había conocido en períodos anteriores y que dura hasta la gran crisis que estalla en 1973 con motivo del alza repentina del crudo petrolífero.

¿Cómo se situó la derecha europea ideológicamente en ese proceso histórico? Tomando parte de forma inequívoca en el funcionamiento del sistema democrático de gobierno con todas sus consecuencias. Defendió sus puntos de vista conocidos, con matices diversos, correspondientes a la personalidad de cada nación. Pero su acento en un razonable, no nacional, patriotismo, en la protección de los valores de la sociedad tradicional, su culto a la familia, a la moral religiosa, su exaltación del orden y de la ley, su enérgica fe en las ventajas de la libre iniciativa, de la economía de mercado y del papel relevante que en el progreso económico representa la empresa neocapitalista, no le impidieron mantener con rotunda e inequívoca fidelidad el respeto a las formas constitucionales democráticas de la vida pública.

Soberanía popular, sufragio universal, partidos políticos, pluralidad sindical, libertades civiles efectivas, turno abierto de acceso al poder de los elegidos, Estado de derecho, son criterios que la derecha europea occidental no sólo acepta, sino que propugna, y la afirmación es válida hoy para todos los países que se extienden desde el Báltico hasta el Mediterráneo. Es más: al seguir vigente en naciones como Italia, Francia y Portugal la presencia numérica del comunismo en sus respectivos cuerpos electorales y grupos parlamentarios con cifras significativas, la derecha de esos países ha subrayado el valor de las libertades civiles y del respeto a los derechos de la persona humana como esenciales a su credo. La derecha en Francia no reacciona frente al programa común de las izquierdas socialistas con una estrategia de ideología autoritaria, sino con un programa de sociedad liberal avanzada, reformista en lo social y democrática en lo político. Podríamos multiplicar así los ejemplos.

¿Ha recogido esa enseñanza la derecha española durante esos mismos años? En parte sí y en parte no. Instalada en el sistema vigente, resultado de su victoria en la guerra civil, prosperó en poder e injerencia durante ese largo periodo en los más diversos ámbitos de la sociedad española. Al amparo y al abrigo del orden autoritario impuesto, una gran parte de la dereha hizo suyo el credo antidemocrático y antiliberal que inspiraba la situación. Los vocablos ‘exterminio’ y ‘aplastamiento’, los dicterios del ‘antipatriotismo’, las más graves acusaciones y las más duras persecuciones contra el ‘adversario’, llamado siempre ‘enemigo’, se ejerciero en nombre de esa derecha que calificaba a lo que sucedía en esa Europea próxima, progresiva y democrática de conjunto de naciones ‘decadentes’, cuando no ‘degeneradas’ entregadas al desenfreno de las libertades políticas y sindicales, a la orgía de partidos, como el conservador británico, la UDR francesa o los cristianosociales alemanes, ‘lamentables’ ejemplos de lo que el ‘satánico’ invento del sufragio universal podía alumbrar en los pueblos más educados. Si alguien se toma la molestia de repasar la prensa española de esos años – hasta el final del franquismo – comprobará que no exagero lo más mínimo y que aún me quedo corto en las citas escogidas.

Hubo otra parte de la derecha española que nunca se alineó en esa posición intransigente y violenta y trató de hacer oír su voz amordazada dentro del estrépito triunfalista. Era, como es natural en política, la que causaba más irritación y encono en las alturas porque descomponía con su cadencia alterada el rítmico paso de las columnas de la mesnada de entusiasmo oficial.

Hoy, bajo la Monarquía, esas ideas que predominan desde 1945 en la derecha europea son ya entre nosotros lugar común y forman incluso parte de las declaraciones oficiales de gobierno. La derecha en su gran mayoría, se ha civilizado en su lenguaje y acepta las coordenadas democráticas y liberales de la Europa occidental para la vida pública futura que tratamos de construir entre todos. La misma ‘derecha de los intereses’, tan poderosa y altanera durante los pasados años, empieza a reconocer que solamente es un contexto democrático cabe defender lo que legítimamente representa, asociando a la responsabilidad de cualquier programa económico de largo alcance a la clase trabajadora, representada inequívocamente por sus mandatarios políticos y sindicales. La tentación militar totalitaria, sueño acariciado por más de un doctrinario de la derecha española – ‘cuando las cosas se pongan peor’ – tiene cada vez menos clientes en los altos niveles de la finanza y del empresario por su irrealismo y su escasa viabilidad en la España del 77; amén de su inevitable final catastrófico.

Quedan sin embargo todavía en nuestra derecha considerables residuos de violencia doctrinal, de talante verbal, de agresividad intelectual, de soberbia, desprecio, odio, recelo, mala fe y propósitos enteramente contrarios a la convivencia moderna y tolerante que debe propugnar la derecha en nuestro país. Si quiere la derecha protagonizar, como yo entiendo, la gran operación de tránsito a la democracia también ha de invitar para ello a la izquierda, con objeto de que ambas fuerzas, entendidas, realicen el cambio constitucional. Y esas reliquias inevitables de tantos años de indoctrinación contraria corren el riesgo de envenenar de nuevo la cuestión en momentos de grave y delicada decisión, como son los presentes.

O, en otras palabras, la derecha española, civilizada ya en su mayor parte en el lenguaje, necesitará, acaso, revisar también en su intención última los propósitos que la animan en orden a cómo debe ser el Estado democrático que es preciso levantar conjuntamente para que en él quepan con holgura los españoles del último cuarto de siglo XX que aspiren a convivir en una sociedad más libre, más justa, más abierta y más próspera, basada en el consenso y en el respeto a la ley.

Y creo haber dicho con ello ya bastante sobre lo que entiendo por derecha civilizada.

José María de Aerilza

10 Noviembre 1976

EL CENTRO ESTERIL

Manuel Tarín Iglesias

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Noticia de diversa procedencia señalan la aparición de una fuerza de centro, avalada por destacadas personalidades qué de alguno u otro modo, estuvieron significadas con el anterior régimen. Resulta plausible este deseo de participación en la vida pública del país de tantas personas, deseosas de intervenir en su porvenir. El objetivo más inmediato son las próximas elecciones, y a ello van a contribuir las diversas tendencias que surgen, se organizan y piden un puesto en la responsabilidad de la marcha de los asuntos públicos.

Pero estas próximas elecciones españolas tienen escasos paralelos con otros comicios y en otros países. No son unas elecciones de rutina sino de cualquier decisión que se adopte tendrá carácter de constituyente. Ha habido, en todo, demasiada precipitación. Una persona que tuvo la paciencia de grabar en cinta magnetofónica los programas de radio y televisión española a partir del 19 de noviembre de 1975 hasta el 24, posee un caudal, con las voces de las más relevantes personalidades que aquellos días daban paso a la emoción evaporada a los pocos meses.

Mas a partir de aquella cerrada singladura, existía una posibilidad de que se evolucionara en forma lo suficientemente serena y equilibrada para potenciar, sin recelos, una total participación de la clase política en la vida pública. Pero esto tampoco ha ocurrido dentro de lo que cabía esperar.

Por lo tanto las próximas elecciones serán decisivas, no sólo para lo que serán convocadas, sino para el futuro del país, en bastantes años. Van a marcar, es posible, una frontera decisiva, que puede ir desde la desaparición absoluta de los instrumentos de la España  del bienestar, hasta, por supuesto, a otro cambio de régimen. La III República espera.

En estas primeras elecciones, que sin duda no reflejarán un sentimiento del país, pero cuyos resultados estarán firmes, como los de un partido de fútbol después de los 90 minutos de juego por desgracia, el centro no puede jugar ninguna carta. Ni el centro derecha, ni el centro izquierda. Serán, para el resultado de las elecciones fuerzas más divergentes que aglutinantes, y para el centro derecha lo más rentable es que la victoria sonría a la izquierda, y por el contrario para el centro izquierda, su mayor éxito lo constituiría el triunfo de la derecha. En ambos casos, el centro, podrá ser llamado a pactar, borrando así suspicacias de signo totalitario.

El centro moderado, que se vislumbra en el horizonte, y del que nos hacemos eco en el primer párrafo, acaso convencido de que en las próximas elecciones el triunfo va a sonreír a las izquierdas, se prepara para ser tenido en cuenta. Lo que no cabe duda es que tanto el centro izquierda, como el centro derecha, en las primeras elecciones van a jugar un triste papel cual es el de restar votos a las grandes coaliciones.

Después de dicho esto, por supuesto, muchos votantes en las próximas elecciones, a pesar de que opinen de otra manera serán, presumirán que son de centro, aunque ocurra como con esos aficionados andaluces que son del Betis ‘manque pierda’.

Manuel Tarín Iglesias

09 Febrero 1977

El centro

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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EN UN idioma ambiguo como el de la política, unos términos tan simples y engañosos como izquierda y derecha son hoy instrumentos de utilidad diaria. En Occidente la derecha defiende la estabilidad, el orden y la conservación. A la izquierda por el contrario, se asociarían los conceptos del cambio, la ruptura y la imaginación revolucionaria. Son todas estas apreciaciones relativas y a veces falsas.En España asistimos a una disputa pueril: varios sectores se disputan la palabracentro, y no pocos políticos de solvencia probada se crispan por un problema de supuesta propiedad terminológica. El espectáculo es poco edificante.

El centro es un término político equivoco en las democracias de Occidente. Podría tener un cierto sentido geométrico, por su equidistancia del socialismo marxista y del puro neocapitalismo. Por eso en Europa hay gradaciones en la derecha o en la izquierda, pero apenas existe el centro, y sólo como resultado de coaliciones puede ofrecer el centrismo una vigencia efectiva.

En España la situación es distinta. Por razones más o menos discutibles, la derecha parece haber quedado semánticamente vinculada a los cuarenta años de mando del general Franco. No importa que muchos de sus líderes de la propia derecha -desde Gil Robles y Cambó hasta los generales Bautista Sánchez y Aranda- fueran perseguidos por el franquismo, con igual empeño que los vencidos de la guerra civil. Hoy en España, con mayor o menor justicia, hay unas definiciones adquiridas de cara a las primeras elecciones de la posguerra: se llamará derecha, al conjunto de grupos que aspire a mantener, en la parte más amplia posible el sistema de intereses, poderes, valores y hábitos colectivos del franquismo. Y se llamará izquierda al conjunto de fuerzas que desde unos planteamientos teóricos marxistas aspire a confirmar, ex novo, un nuevo modelo de sociedad.

De este planteamiento surge entonces una legitimación real del centro político.

Una coalición electoral de centro se delimitaría por su propósito de ocupar el espacio que existe entre el mantenimiento de un franquismo reconstituido y la alternativa revolucionaria de un sistema de economía socialista. Pero una parte de la derecha liberal de este país y una porción no menor de los llamado socialdemócratas cree que el Estado heredado del franquismo no es retocable, sino que debe ser cambiado por otro radicalmente distinto basado en el sufragio universal, la pluralidad de partidos políticos y la libertad sindical, peto manteniendo la economía de libre concurrencia. Es decir, exactamente aquellos postulados que Franco excluyó por nefandos a lo largo de su prolongado mandato. En ellos coinciden ,además con los partidos de la izquierda tradicional. Se diferencian no obstante, en la clientela electoraw sen las opciones concretas de política económica y social, y en los métodos de aplicación. El centro es o puede ser en este sentido oposición democrática, pero garantiza también un clima de estabilidad en el tránsito político.

La opción centrista es hoy en España una compleja suma de derechismo civilizado, oposición al franquismo, franquismo decepcionado y progresismo liberal. El frente que comienza a trazarse puede concitar una enorme fuerza electoral o una gigantesca desilusión.

La oferta del centro puede resumirse así: imaginación para salir de la crisis económica sin cambubsbásico de estructuras; ruptura mental con el franquismo; rechazo de toda. democracia limitada, al estilo del PRI mexicano o del fenecido caetanismo; y un cierto hálito de progresismo social, traducido en pactos sociales y reformas decisivas, como la del divorcio.

La Alianza de centro aspira así a rentabilizar el voto de las clases medias, los profesionales jóvenes, las mujeres emancipadas y los empresarios neocapitalistas. No trata de absorber la representación obrera ni los restos ortodoxos del franquismo, ya representados claramente éstos por una Alianza de corte continuista. El centro se configura así como una operación de éxito, con la probable simpatía de una parte del Gobierno Suárez, y con sólo el nubarrón de los partidos del Equipo Demócrata Cristiano, al parecer renuentes a entrar, por ahora, en la operación centrista.

Mientras tanto, aumentan las perspectivas de unidad de los partidos socialistas y_es previsible que éstos lleguen a las elecciones en un bloque compacto que les permita aspirar a una representación, probablemente minoritaria pero en cualquier caso muy significativa. Quedaría a su izquierda un partido comunista fuerte y organizado, pero a quien todos los horóscopos dan un porcentaje de votaciones todavía escaso, y otros grupos menores, a la izquierda del PCE, que difícilmente podrán aspirar a algún escaño -dando origen probable a un fenómeno similar al de la izquierda extraparlamentaría europea-. Señalando que su propia debilidad electoral no significa que se les niegue sus derechos, se les persiga ni se les confunda con los terroristas.

El centro electoral que ahora se crea puede aspirar razonablemente al Poder, sobre todo si llega a un acuerdo con el Equipo Demócrata Cristiano. Puede garantizar un equilibrio democrático en nuestro país, un respeto real a los derechos de todos los partidos y una estabilidad en medio de la profunda reforma que la democracia implica.

Pero no debe obnubilarse: no debe comportarse como un partido, pues es la alianza de muchos partidos, ni debe arrogarse representaciones sociales espúreas, pues no será nunca una formación de la clase obrera. El centro es una buena operación electoral, nada más ni nada menos. A la que la derecha progresista y la izquierda conservadora podrán votar con la conciencia tranquila. No es poco. Y así la izquierda real ganara el tiempo necesario para ser fuerte sin necesidad de esconderse por las alcantarillas y hasta llamándose eso de la leal oposición al Gobierno de Su Majestad.