4 noviembre 2008

McCain tenía como número dos a la polémica Sarah Palin, mientras que Obama colocó de segundo a Biden, que será el nuevo vicepresidente

Elecciones EEUU 2008 – El demócrata Obama gana las elecciones al republicano McCain siendo el primer presidente negro

Hechos

En las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de noviembre de 2008 ganó el candidato del Partido Demócrata, Barack Obama frente al candidato del Partido Republicano, John McCain

Lecturas

Después de una etapa del Partido Republicano, que ganó las pasadas elecciones presidenciales de 2004 con George W. Bush por amplia mayoría, ahora los electores han vuelto a apostar por el Partido Demócrata.

LA PRENSA EUROPEA CONTRA PALIN

biden_palin La campaña electoral se centró mucho en la candidata a la Vicepresidencia del candidato republicano McCain, Sarah Palin (era la primera vez que una mujer aspiraba a la vicepresidencia desde 1984). La prensa europea (EL PAÍS de España, The Guardian de Reino Unido, Le Figaro en Italia o Le Monde en Francia se centraron en atacarla presentándola como una ultraderechista. Por contra el candidato demócrata a la vicepresidencia Joe Biden, fue presentado en las mismas publicaciones como un avezado senador, político prestigioso y experto.

Las siguientes elecciones están previstas para el año 2012.

05 Noviembre 2008

Invitación a soñar

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Es difícil exagerar la importancia de que EE UU haya elegido por primera vez en su historia un presidente negro. Tiene tanto de sorprendente como de revolucionario, palabra ésta que no resulta excesiva si se considera que hace medio siglo que en el país de las oportunidades los negros tenían que ceder su asiento en el autobús a los blancos en algunos Estados y en otros el Ejército protegía su acceso a los institutos. El mismo camino de Barack Obama hacia la Casa Blanca, que durante las últimas semanas ha ido cobrando los perfiles de una nueva mística de cambio de época, ha resultado dentro de su propio partido todo lo complicado que cabía esperar, con la renuencia hasta el último minuto de Hillary Clinton, la otra aspirante demócrata, a tirar la toalla y ceder el paso a su correligionario.

La magnitud de su victoria esta madrugada frente al republicano John McCain, con una desbordada participación electoral, muestra que tras el candidato negro se han alineado en el momento decisivo no sólo sus votantes naturales, sino también un considerable caudal de estadounidenses blancos, independientes, conservadores, a los que difícilmente hace seis meses hubiera podido considerarse partidarios del Change we need. Porque si algo han puesto en evidencia los ocho años de calamitosa presidencia de George W. Bush es la necesidad imperiosa de que EE UU emprenda un camino de regeneración para el cual el presidente electo -por su origen, trayectoria y convicciones aparentes- parece el guía indiscutible. No le van a faltar las herramientas parlamentarias indispensables para acometer el cambio prometido, puesto que el Congreso, contrapoder indispensable y exigente, tendrá clara mayoría demócrata en ambas Cámaras.

La amarga herencia de Bush ha hecho tan formidables como poco envidiables los retos que esperan a Obama. El mundo se ha hecho multipolar, política y económicamente, y unos EE UU disminuidos en su crédito y su proyección deben contar inevitablemente con cada vez más interlocutores para obtener el visto bueno o el apoyo a sus políticas. Como demuestran empresas tan funestas como Irak o tan mal calibradas como Afganistán, Washington ya no puede mantener sus intereses contra viento y marea en el resto del planeta sin pagar por ello un precio inimaginable a finales del siglo pasado. Obama deberá cortar el nudo gordiano de la salida de sus tropas de Irak y liquidar Guantánamo. Tiene que atender urgentemente Afganistán y Pakistán y recomponer relaciones con el mundo islámico, que incluye Irán. Y la bomba de tiempo de Oriente Próximo, el resurgimiento imperial ruso, el desafío chino, la situación de una África crecientemente insurgente o la reparación de las averiadas relaciones transatlánticas.

Por encima de todo, el nuevo presidente tendrá que intentar poner orden en una crisis económica cuya envergadura nunca pudo sospechar. Las implicaciones de esta conmoción global representan hoy el punto de inflexión de una nueva época. Sus repercusiones sociales y políticas pueden dar al traste con los planes mejor trazados y con las prioridades convencionales que acompañan cada inauguración presidencial en Washington. Controlar sus efectos y tratar de embridar a un capitalismo desbocado, con la cooperación de sus socios, es la tarea más urgente para el próximo titular de la Casa Blanca. Obama tendrá que poner rápidamente mucha carne en el asador, concretar sus promesas de renovación y cambio, para no defraudar las desmesuradas esperanzas puestas en su victoria, no sólo por parte de sus compatriotas. En un mundo más peligroso y complejo, donde rara vez los logros satisfacen las expectativas, Obama ha situado el listón muy alto con su invitación a volver a soñar.

05 Noviembre 2008

El sueño de King se ha cumplido, el sueño americano también

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Cuando el niño Barack Obama acababa de cumplir un año, el entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, se vio obligado a enviar 400 agentes federales y 3.000 soldados para detener las violentas manifestaciones de blancos segregacionistas que impedían que un estudiante negro pudiera inscribirse en la Universidad de Misisipí. Aquel estudiante, James Meredith, fue ayer a sus 75 años testigo de cómo un negro era elegido para desempeñar el cargo con más poder en su país y en el mundo.

Pasara lo que pasara, las elecciones de 2008 parecían destinadas a hacer Historia. Hacía medio siglo que no había una competición tan abierta, en la que no se encontraba ningún presidente o vicepresidente entre los candidatos. La apuesta de Hillary Clinton por la nominación demócrata hizo que muchos considerasen por primera vez la posibilidad de que una mujer ocupase la Presidencia. Y ayer, una victoria de los republicanos habría colocado, también por vez primera, a una mujer en la Vicepresidencia. Pero el mayor salto histórico lo encarnaba sin duda Barack Obama, al aspirar a ser el jefe de Estado, líder del Gobierno y comandante en jefe de un país donde hace menos de 150 años era legal tener esclavos negros.

El sentido de estar viviendo un momento histórico, unido al hastío generado por los ocho años de gestión de George W. Bush, llevaron ayer al pueblo norteamericano -conocido por sus altos niveles de abstención- a acudir en masa a las urnas, aunque para muchos eso supusiera esperar entre una y dos horas haciendo cola, incluso bajo la lluvia. Que Obama pueda ganar con la participación más alta que ha conocido la democracia estadounidense desde que a la mujer se le reconoció el derecho a voto en 1920, no hace sino intensificar los ribetes históricos de su victoria.

Cierto es que tanto el color del mapa electoral como, sobre todo, las cifras de voto popular demuestran que la sociedad estadounidense sigue estando muy dividida y que el ganador debe hacer un esfuerzo por ignorar en parte las demandas del partido al que pertenece a fin de convertirse en el presidente de todos. Más si cabe cuando a su llegada a la Casa Blanca los demócratas van a añadir una mayor ventaja tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. En este sentido, también Obama resultaba una mejor elección que McCain, pues es el que más ha apelado a la unidad y ha hecho bandera de la necesidad de acuerdos mientras el republicano enarbolaba las más manidas etiquetas partidistas.

El nuevo presidente electo ha sido capaz de inspirar a la nación en un momento en el que la desconfianza y el desánimo estaban más que justificados. Si las decisiones y el equipo le acompañan, esa extraordinaria capacidad de persuadir hará de él un gran presidente.

Tal y como el reverendo Martin Luther King anheló hace 45 años a los pies del monumento a Lincoln, sus hijos viven ya en una nación que les juzga «no por el color de su piel sino por su valía personal». Porque el valor de la elección de Obama es precisamente que no ha hecho campaña como un americano negro, sino como un americano ejemplar. Y al hacerlo así, su elección demuestra que no sólo el «sueño» de King se ha cumplido, sino también el más auténtico y genuino sueño americano que promete la igualdad de oportunidades a cambio de esfuerzo y determinación.

06 Noviembre 2008

Obamas, 'bobamas'

Federico Jiménez Losantos

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Los norteamericanos que han votado a Obama han respaldado a varios obamas, incluso a muchos, porque cada grupo ha visto en él lo que quería ver, ayudados por una abrumadora cobertura mediática y económica, que lo ha presentado como una especie de Adán tirando a Jehová, con Eva entre paréntesis y la serpiente expulsada del Paraíso. A modo del Zelig de Woody Allen, Obama ha tenido el don de asumir los paisajes del deseo de sus votantes, lo cual es sin duda un malentendido, porque no se puede ser a la vez ídolo de los radicales y los moderados, del pacifismo y de los condenados a la pena de muerte. Pero, vamos, los norteamericanos están en su derecho de inventarse a su Obama preferido y Obama puede dar pábulo a todos sus sueños, ensueños o fabulaciones.

Lo que asombra es la cantidad de fervorosos bobamas que han salido en los escombros de la vieja España, hasta ayer rabiosamente antiamericanos y ahora rendidos al Tío Sam. Si Zapatero, el de la nación española discutida y discutible, exhibiera sólo una pequeña parte del patriotismo de Obama en su primer discurso como presidente electo, yo creo que lo echaban del PSOE. O echaba al PSOE él, que también es posible. Los palmeros del presidente que aquí se proclama rojo, se inventa una Memoria Histórica requetefalsa y reabre las fosas de la Guerra Civil, aplauden a Obama como candidato de la izquierda y fijo de la plantilla de TVE, cuando en ese discurso está proclamando que no existen Estados rojos ni azules (distinción inventada, por cierto, por los pijiprogres del New York Times) porque todos son y serán siempre los Estados Unidos de América.

Tal vez Obama no cree nada de lo que dice, que es posible; o crea solamente en Obama, que es probable; o simplemente que después de engatusar a 60 millones de compatriotas ha llegado el momento de disfrutar el empleo más apetecido de su país, de hacer esa faena que los toreros traen soñada a Las Ventas esperando un buen toro, que es más probable todavía. La verdad es que no hay en la breve trayectoria de Obama en la política y en su reescrita biografía motivos para confiar en él, pero si los argentinos siguen creyendo en Eva Perón y en Maradona, ¿cómo negar a los americanos que crean en ese sueño americano que también asumió Obama como propio en su impresionante puesta en escena nacional -y nacionalista- de su discurso presidencial en Chicago?

No seré original, porque a los que hayan visto Bienvenido Mister Marshall se les habrá ocurrido lo mismo, pero aquí sólo falta que un orondo Zapatero, una Sonsoles vestida de flamenca y ‘Pepiño Isbert’ salgan a la Castellana cantando aquello de «¡Americanos, americanos / venís a España gordos y sanos! / ¡Viva el tronío / de ese gran pueblo con poderío!». O mejor: «rojos y sanos». Para Obama inventado, el de los bobamas de aquí.