11 octubre 2017

Las primeras colaboraciones de Carlin en EL PAÍS se remontan a 1992 y 1993

John Carlin rompe con EL PAÍS por la negativa de su director Antonio Caño a publicarle un artículo a favor del independentismo en Catalunya

Hechos

El 11.10.2017 el periodista D. Oriol Malet informó de que D. John Carlin había finalizado su relación contractual con el diario EL PAÍS, donde era columnista.

Lecturas

 En un artículo publicado en THE TIMES de Reino Unido el 7 de octubre, el Sr. Carlin culpaba de la crisis política a ‘la arrogancia’ de Madrid y respaldaba a los separatistas catalanes.

11 Septiembre 2017

El Brexit y el lío catalán

John Carlin

Leer

¿Qué tienen en común el Brexit y el lío catalán? Una lista preliminar incluiría el deseo nacionalista de “recuperar el control”; el rechazo al percibido subsidio económico de los vecinos, por los que alguno sienten desdén; y que al mando hay periodistas convertidos en políticos: en el caso del Brexit, Boris Johnson; en el del independentismo catalán, Carles Puigdemont.

“Poder sin responsabilidad” fue la definición del periodismo que hizo hace un siglo un primer ministro británico. Responsabilidad hubo poca en la campaña a favor del Brexit, del “independence day”, que Johnson lideró el año pasado. Cada día que pasa queda más claro que hace mucho frío fuera de la Unión Europea.

Puigdemont comparte con Johnson un exuberante corte de pelo pero no sé lo suficiente sobre el presidente de la Generalitat para opinar si es igual de frívolo en sus motivaciones políticas que el excolumnista inglés, hoy ministro de Exteriores. Lo que sí sé es que no me gustan los impulsos nacionalistas que ambos comparten.

Los ingleses, no los escoceses, se han cavado su propia tumba

La idea de la independencia catalana, como la de la independencia inglesa, me parece primitiva, caprichosa, en el fondo mezquina, y, sospecho, económicamente catastrófica. No voy ni siquiera a disimular que soy objetivo. Mis opiniones son, como las del todo el mundo, fruto de mis circunstancias. Pero creo que lo que no es debatible si uno busca similitudes entre el Brexit y el lío catalán es lo siguiente: lo innecesario que ha resultado ser el tremendo problema en el que España/Catalunya y Reino Unido/Inglaterra se han metido.

Los ingleses (no los escoceses) se han cavado su propia tumba pero hay motivos para pensar que tanto los independentistas catalanes como el establishmentpolítico de Madrid comparten la culpa del choque de trenes que se avecina.

Cuando me mudé a Barcelona en 1998 el movimiento independentista apenas daba señales de vida. Catorce años después, en la fiesta nacional del 11 de septiembre de 2012, logró convocar a alrededor de un millón de personas en el centro de la ciudad. Los resultados de las encuestas desde entonces son muy discutidas pero nadie puede negar que en muy poco tiempo ha habido un crecimiento espectacular del sentimiento separatista.

Los catalanes se merecen el derecho a celebrar un referéndum

¿Se debe todo a la habilidad política de los Puigdemont de este mundo y a sus aliados radicales de las CUP? No son tan brillantes. Ni los catalanes son tan fácilmente manipulables. Desde Cataluña, donde viví 15 años y donde vuelvo con mucha frecuencia, cualquiera ve que los independentistas no hubieran conseguido ni la mitad de sus objetivos sin la ayuda del partido gobernante español y sus correligionarios en los medios. Acusan a los independentistas de ser unos niños irresponsables y gritones sin ver que ellos, creyéndose los adultos, se comportan igual.

Acabo de leer un libro titulado The Struggle for Catalonia (La lucha por Cataluña) del corresponsal del New York Times en España, el admirablemente equilibrado Raphael Minder. Una de las frases más lúcidas que Minder cita en su libro es de un catedrático español experto en nacionalismos llamado Ramón Maiz Suárez. “Si preguntas a los catalanes cuál es la principal razón por la que luchan por la independencia,” el catedrático cuenta, “dicen ‘el maltrato’. El factor realmente potente es emocional; la idea de que España nos odia.”

He visto una y otra vez cómo catalanes que se habían sentido serenamente españoles se han convertido en los últimos años en nacionalistas resentidos. Más allá de consideraciones económicas (no, no son todos unos tacaños), lo que ha echado más leña al fuego independentista que cualquier otra cosa ha sido la percepción generalizada de que el resto de España, empezando por el gobierno del Partido Popular, les falta el respeto. Oigo estas tres palabras casi siempre que hablo con amigos catalanes, incluso con aquellos que verían la independencia como una calamidad. Hasta las oí hace un par de meses en una cena en Bangladesh. Había un catalán y una catalana en la mesa. La catalana había vivido toda su vida adulta en el extranjero. Ambos dijeron que se habían convertido recientemente al independentismo. ¿Por qué? les pregunté. Respondieron al unísono: “falta de respeto”.

Lo oyen, lo ven, lo huelen los catalanes en las palabras y en las actitudes del Gobierno español y en lo que muchos consideran ser la tendenciosa presentación de las noticias de los medios de Madrid. En el caso del PP hay obviamente una dosis importante de cinismo electoral ya que saben que los catalanes tienen razón en sentirse odiados. Yo no soy catalán, ni me siento catalán, ni (vergonzosamente) hablo catalán. Hay pocas cosas que deseo más hoy que obtener la nacionalidad española. Pero cada vez que viajo fuera de Cataluña por España me irrita profundamente constatar lo extendido que está el prejuicio anticatalanista.

Hay más razones pero aunque fuera por esta sola los catalanes se merecen el derecho a celebrar un referéndum aceptado por el resto de los españoles. Lo mismo dicen muchos observadores extranjeros, por ejemplo los editorialistas de periódicos importantes como The New York Times o el Financial Times. Siempre el embajador español de turno les escribe, indignado, que no entienden nada, que hay que obedecer la Constitución. Siempre lo mismo: la Constitución, la Constitución. Como si la Constitución fuera la palabra final de Dios y no un texto terrenal, inevitablemente mejorable, para servir a la gente. Las constituciones están para fomentar la coexistencia pacífica entre los siempre complicados, básicos y tribales seres humanos. Poco hay más tribal que el sentimiento independentista. Por más que a muchos no nos guste, ahí está. Como el invierno. No tiene sentido decir que no debería existir. Hay que tomar medidas para soportarlo, en este caso cambiando algunas palabras de la Constitución.

Si el referéndum sobre el Brexit fue absurdamente opcional, un referéndum legal en Cataluña es necesario, entre otras cosas por una cuestión de respeto básico a la clara mayoría de catalanes que lo desea. Los que no lo ven o no lo admiten tendrán que aceptar su cuota de culpabilidad histórica, especialmente en el probable caso de que el lío catalán se vuelva más feo de lo que ya es.

12 Octubre 2017

EL PAÍS fulmina a John Carlin, el iluminado que pedía la mediación de Obama para Cataluña

PERIODISTA DIGITAL (Director: Alfonso Rojo)

Leer

¡Qué haremos ahora sin John Carlin! En Periodista Digital le teníamos hace tiempo tomada la medida a este periodista deportivo devenido en oráculo nacionalista, amiguito de Otegi y representante en España de las ideas de Mandela. En sus ratos libres se dedicaba a hacer estudios psicológicos de la mente de Trump, a quien no dudaba de tachar de «subdesarrollado mental y emocional».

Resulta que le han despedido de El País, según ha confirmado el periodista y escritor británico al portal filobatasuno NAIZ. El autor ha preferido no detallar los motivos y las circunstancias de su despido, ni hacer declaración ninguna sobre el periódico del grupo Prisa.Tertsch llama a Carlin de «payaso» por calificar de «analfabetos» a los votantes de Trump

Donde más le lloran es en los digitales nacionalistas como El Nacional.cat:

Carlin mantenía una posición divergente de la línea editorial del diario madrileño respecto al conflicto catalán, aunque ha declarado que no es independentista. Así lo ha demostrado, a veces entre líneas, en las columnas del diario y, sobre todo, en un ensayo publicado en The Times de Londres el pasado sábado día 7 y titulado: «Independencia de Catalunya: la arrogancia de Madrid explica este caos».
Hijo de padre escocés y madre española, Carlin escribía en El País desde 2004. Su firma ha aparecido en el Financial Times, New York Times. Wall Street Journal, New Statesman, New Republic, The Observer, The Guardian y The Daily Mail. También ha trabajado en documentales de televisión para la BBC, PBS, ESPN, Canal Cuatro y Canal+ España.El País sulfura a las víctimas con un repugnante masaje de John Carlin al proetarra Otegi

«El País ha perdido por censura ideológica al historiador y catedrático de la UAB Joan B. Culla, un colaborador de 30 años, y al columnista Francesc Serés. El 9 de octubre, los escritores Joan Francesc Mira, Enric Sòria, Martí Domínguez y Manuel Baixauli también abandonaron ese diario por el tratamiento informativo de la cuestión catalana», remata El Nacional.cat. No les echaremos de menos.Losantos le mete a TVE, Carlin (El País) y la Sexta por su pánico a revelar la nacionalidad del terrorista de Londres

El ultimo Carlin no es el mismo que yo conocí

Antonio Caño

2022

Leer

Uno de los amigos que hice en México fue John Carlin, que entonces era el corresponsal en esa ciudad de THE INDEPENDENT de Londres. Llegué a ser ínitmo amigo de Carlin, amigos de los que comparten circunstancias relevantes de su pasado y de su vida personal. Viajábamos muchas veces juntos y estábamos unidos por múltiples inquietudes, propósitos y aficiones, entre otros el periodismo, la política y el fútbol. Por eso es triste tener que reocrdarlo ahora como alguien que se puso en mi contra en un momento complicado de mi trayectoria profesional. Prefiero pensar que ese último Carlin no es el mismo que yo conocía. Prefiero pensar que un extraño virus contraído en la complicada Barcelona del año 2015 acabó con el periodista riguroso y el hombre sensato y ecuánime que yo conocí. Después de México nos volvimos a encontrar en Whasington, donde la complicidad personal se prolongó y reforzó. Aunque de ahí, él puso rumbo a Suráfrica para completar una brillante corresponsalía que lo convirtió en uno de los grandes expertos en Mandela y yo pasé un tiempo en Madrid mantuvimos después contacto de manera frecuente.

John es hijo de escocés y española y cada vez que pasaba por Madrid para visitar a su madre, nos encontrábamos y poníamos al día. Él siempre quiso vivir algún día en España y yo siempre desee que trabajara en algún momento para EL PAÍS. Le hablé de ello varias veces a Jesús Ceberio, que se snetía tentado por la idea, pero tenía que encontra la forma y la ocasión de hacerlo porque Carlin representaba un fichaje de un coste muy superior al habitual de un periodista español. Finalmente, lo conseguí y John dejó THE INDEPENDENT para convertirse en un corresponsal de EL PAÍS para todo el mundo, una posición excepcional y privilegiada. Se le permitió viajar a cualquier punto del planeta que considerara apropiado y escoger su lugar de residencia. Decidió hacerlo en Sitges. Escribió al comienzo algunos reportajes formidables, que solía discutir conmigo.

Su estrella, sin embargo, se fue apagando con los años, entre otras razones porque, una vez que yo me fui de Madrid, no quedó nadie en la redacción capaz de tratar a Carlos con la sutileza que era preciso. Poco a poco se fue quedando aislado hasta que casi desapareció su firma. Cuando asumí la dirección en 2014, uno de mis propósitos fue devolver a Carlin al primer plano, y así se lo comuniqué. Pero lo que yo no sabía entonces es que llevaba ya muchos años en Barcelona y algunas cosas habían cambiado. Ya no era del Real Madrid, como en años anteriores, cuando llegó a estabecer una estrecha relación personal con Florentino Pérez, sino del Barça. Y, hablando más en serio, había incorporado plenamente la tesis sobre el estado obresor español que ahogaba las ansias de libertad del pueblo catalán.

Ese giro me sorprendió al principio, entre otras cosas porque le había pedido escribir sobre otro tema de actuaidad en aquel tiempo – el referéndum de independencia de Escocia – y yo le había visto pronunciarse lcaramente en contra de la independencia. Pero el caso es que el tono de sus artículos sobre el conflicto en Cataluña fue subiendo y haciéndose más insultante a medida que crecía también el volumen de la crisis catalana, hasta que llegó el momento en que envió uno que me pareció inaceptable y decidí no publicar. La verdad es uqe lo hice pensando que, aunque le molestase, eso no pasaría de ser un pequeño encontronazo que en absoluto pondría en riesgo tantos años de amistad. Pero no fue así. Lo entendió como una censura intolerable y se pasó del todo al campo de quienes entonces en Cataluña me insultaban y desacreditaban mi gestión en EL PAÍS por la contundencia de su línea editorial contrae el independentismo.

Sin mediar siquiera una conversación, al poco tiempo dejó EL PAÍS y fichó por LA VANGUARDIA donde creo que sigue. Es un episodio amargo que me duele recordar aquí, pero creo necesario hacerlo porque la salida de Carlin de EL PAÍS fue aprovechada por algunos adversarios en su campaña en contra del periódico y del trabajo que desempeñaba.

El Análisis

NADA ES PARA SIEMPRE

JF Lamata

Había sido precisamente D. Antonio Caño quien llevó a EL PAÍS al Sr. John Carlin cuando aún no habia trabajado en prensa española, quién iba a decir entonces que quién tan bien se entendió con él como correpsonsal se entendería luego tan mal con él como director de periódico. La evolución del Sr. Carlin era legítima, pasar de ser florentinista a culé, antisecesionista a prosecesionista, etc, fue seguida por muchos otros catalanes (al menos la segunda), pero en un momento tan tenso y delicado como fue el año 2017 por el ‘procés’, EL PAÍS consideró que no era admisible tribunas contra la línea editorial constitucional del medio.