31 octubre 1913

El periódico de Cánovas Cervantes desvela que el progresista Trust recibió dinero del Maurismo a través de Juan de la Cierva

El diario LA TRIBUNA lanza una campaña contra el ‘Trust’ de Miguel Moya acusándole de controlar España a través de sus periódicos

Hechos

El 30.10.1913 el diario LA TRIBUNA inició un serial de informaciones sobre los periódicos de la Sociedad Editorial de España (EL LIBERAL, EL IMPARCIAL y HERALDO DE MADRID) y su presidente, D. Miguel Moya Ojanguren.

Lecturas

El periódico La Tribuna dirigido por Salvador Cánovas Cervantes (de línea editorial ‘maurista’) realiza una campaña contra el Trust de Miguel Moya Ojanguren y Antonio Sacristán Zavala asegurando que este intenta gobernar España con sus periódicos El Liberal, El Imparcial y El Heraldo de Madrid y que han sido sus periódicos los que han impedido que el Rey nombrara a Antonio Maura Montaner como Jefe de Gobierno y nombrara en su lugar a Eduardo Dato Iradier.

Además, La Tribuna desvela que la Sociedad Editorial de España se creó con el apoyo económico del político conservador Juan de la Cierva Peñafiel. Los periódicos del ‘Trust’ replican, aunque Moya Ojanguren reconocen que hubo un préstamo de De la Cierva Peñafiel.

Como gobierna el Trust

LA TRIBUNA (Director: Salvador Cánovas Cervantes)

30-10-1913

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Las pintorescas derivaciones y complicaciones de la última crisis nos fuerzan a volver sobre ella una y otra vez. Desligamos del suceso político todo lo que no tenga un interés de nueva actualidad, y nos atenemos exclusivamente al aspecto político. La política de hoy es lo que será historia en el porvenir, y nos hallamos dispuestos a ser historiadores. Entre las mil facetas que ha de tallar con su pluma el periodista, esta de la historiografía es la que más se le ha de agradecer.

Los momentos políticos, las situaciones nacionales, han alcanzado en los últimos días proporciones de apoteosis. Los hilos del retablo político, la hilaza de los sucios paramentos y el serrín que llevan dentro los muñecos – principalmente en la cabeza – se ha manifestado bien clara ante la opinión en los instantes del país más burdo juego escénico. Por torpes, por codiciosos, por concupiscentes, los cubiletes de la prestidigitación han caído entre el público y se han descubierto los dobles fondos de las cajas funambulescas.

Nunca se ha visto, jamás, tan claramente como en esta ocasión la tramoya de la grotesca comedia; seanos lícito guardar en los folios del periódico el relato del acaecimiento para vergüenza de malos farsantes y para enseñanza de otros cómicos presentes venideros o posibles.

La crisis última contiene enseñanzas que no deben desatenderse. Bien mirado, pueden ser el compendio de esta época de la política española.

Una mano oculta

Días antes de la crisis – cuatro o cinco – publicó nuestro querido colega EL IMPARCIAL un programa de acaecimientos políticos que habían de suceder en plazo brevísimo.

Tal programa anunciaba de pe a pa cuanto luego ocurrió en el desarrollo de la crisis: el resultado de la votación, las consultas, el desdén para el marqués de Alhucemas, las nuevas consultas, el encargo a Dato de formar Gobierno y la entrada de los conservadores… Cuanto acaeció luego fue pronosticado por el gran periódico de la mañana con pelos y señales, como si lo hubiera estado viendo.

EL IMPARCIAL pasa por periódico muy bien informado en política. Muchos años ha estado usando el ubérrimo privilegio de dar la opinión hecha al país en asuntos nacionales. Si ha perdido el prestigio de juez, le queda, sin dudar, la aureola, la inercia de bien informado. EL IMPARCIAL en política lo sabe todo… y mucho le dure.

Pero en este caso no era sólo un alarde de información, un pronóstico que luego se afirma. En este caso habló con una seguridad, con un aplomo; la certidumbre rezumaba de las gacetillas, tan copiosamente, que a los profesionales les llamó la atención, aun a los que suponían que fuese EL IMAPRCIAL un diario oficioso.

En la información política del colega se iba repitiendo cada día: nuestro programa de sucesos políticos se ha confirmado, nuestras palabras se han cumplido. Parecía querer llamar a la opinión capítulo para darle a entender: Como se ha cumplido lo primero que dijimos, se cumplirá lo demás. Somos buenos profetas, y por lo tanto, un buen consejero.

¿Cómo adquiría el colega tan preciada información, no sólo de lo pasado, sino también de lo porvenir?

¿Qué fuentes tenía? Gasset era ministro y Argente subsecretario, es verdad. Pero López Ballesteros se plegó a los disidentes o demócratas. Aunque Dario Pérez confesaba cada día a Romanones, ¿cómo hilvanaban tan bien los hilos del suceso para saberlo todo?

No hay que decir que la campaña romanonista de EL IMPARCIAL estaba secundada por EL LIBERAL y el HERALDO DE MADRID. El Gabinete de la situación liberal era hechura del trust. Al frente de la Sociedad Editorial hay un hombre singular, enigmático, misterioso. Las responsabilidades que le exigirá la posteridad serán estrechísimas; pero de ese tribunal se puede salir ileso, con habilidades el reo se verá libre.

  1. Miguel Moya, mezcla de Salamanca y de Gorón es laborioso, tenaz, generoso, asequible y afable; si no tiene valor, tiene audacia; si no tiene alteza moral, tiene ambición; si no tiene la clarividencia del águila o del lince, tiene don de gentes y conocimiento del mundo. Si no domina la gramática castellana, conoce al dedillo la gramática parda. Valido de la fortuna se parece a todos los otros favoritos de las reinas rumanas: tiene el descaro de Potenkin, la arrogancia del duque de Essex y la soberbia satánica de don Manuel Godoy.

Recorre sus dominios este bajá de tres colas periodísticas conduciendo a España, no es un dorado carro con esbeltos caballos frigios, no; Moya transporta a la matrona de la corona mural dentro de un camión de Federico del Ricu, arrastrado por tres percherones de gran circulación.

Este Gobierno es obra suya. Romanones era su compinche, y el Gabinete estaba cautivo en sus redes de papel de periódicos. La situación se veía en peligro por los ataques de la disidencia democrática; había que defenderlo, o a lo menos, sacar astilla. Si venía, al fin, sin remedio, el consabido lobo arrebatarle un pelo, que nos conviene mucho.

Se movilizaron, pues, las dos barajas que todo buen jugador maneja; se enfilaron las baterías y se dispuso el trust a morder su último cartucho, a echar la casa por la ventana a volar la santabárbara.

Contra quién van los tiros.

La Sociedad Editorial juntaba sus deseos de ahora, sus apetitos, sus necesidades con sus simpatías de siempre. Empresas de cierta índole – tal es esta – no sienten simpatías ni odios. Tienen sólo el sedimento, el matiz de otros apetitos anteriores satisfechos frustrados: EL trust prensa cantar.

Los enemigos del trust, en este caso, eran los propios enemigos de Romanones: los disidentes secuaces de Alhucemas y la solución conservadora de Maura y Cierva. Fuera de estos dos fantasmas, todo convenía; lo demás es la España que prensa la Editorial en sus cajas, es la España de que es fruto Romanones. Todo es uno y lo mismo, que dijo otro filósofo menos periodístico. Toda la política, era Sociedad Editorial, fuera de estos dos grupitos. ¿Por qué? Se sabe todo, lector. Los demócratas eran la negación de Gasset, de Vicenti, de Gimeno y del propio Romanones. Aparte de que entre los demócratas están los enemigos del caciquismo gallego del reiterado ex ministro de Fomento, la entrada en el Poder era el ocaso de Navarro Reverter dadivoso y arbitrista; era la destitución de Vicenti, alcalde con el gas, los tranvías y el subsuelo; la dimisión de Gimeno, con el proyectito de segunda escuadra; la trituración de ROmanones, porfiado negociador de empréstitos en París, con buenas comisiones que acaparar o repartir; los disidentes y los mauristas eran la ruina, el huracán que se lleva las migajas, los manteles y hasta las mesas donde se come.

¿Está todo claro?

La enemiga, para los mauristas, de la razón social Romanones-Editorial es algo más antigua, más larga, más tortuosa, pero también más interesante.

El ‘trust’ se fundó con dinero que generosamente dio Cierva. ¡Pásmate, lector, y vuélvete loco, si es que te queda un átomo de sustancia gris en el meollo! Sin la magnánima, sin la principesca generosidad de Cierva, la Sociedad Editorial se habría quedado en el limbo de los proyectos fantásticos, irrealizables.

Moya y Sacristán, dueños de EL LIBERAL convivieron con los dueños de EL IMPARCIAL la formación del ‘trust’. Mal que bien, ambos diarios daban de sí bastante para echar la base de un negocio de empuje y para pagar 500.000 pesetas de deudas que había que satisfacer cuanto antes. Pero era preciso comprar el HERALDO DE MADRID. Sin el simpático diario de la noche, la Editorial no sería ‘trust’, sería una de tantas propiedades periodísticas, pero ‘trust’, no. Había, pues, que comprar el HERALDO DE MADRID.

El malogrado Luis Canalejas pidió por su periódico millón y medio de pesetas, que habían de pagarse ne oro o plata, precisamente como se dice en los papeles de negocios. Nada de acciones de la Editorial, nada de giros, nada de plazos: los dineros y tan amigos.

¿Qué hacer? La suerte les tocó el corazón a Sacristán y a Moya y se encaminaron a casa de D. Juan de la Cierva.

El entonces ex ministro de Instrucción oyó en su despacho promesas deslumbradoras, palabras de miel; casi tuvo que restañar el llanto de sus visitantes, casi se vió precisado a alzarlos del suelo, donde se prosternaron de rodillas. ‘¡Las cosas!’ que dice un personaje humorístico. Cierva, ante la cuantía de la cifra, se tomó un día para pensarlo. Al día siguiente volvieron a verle sus ‘amigos’ de la víspera. Don Juan les sorprendió con la noticia:

– Tendréis el dinero, sin más interés que el legal, y sin más garantía que los documentos usuales y corrientes.

La actitud de los favorecidos no hay que describirla. Al otro día se presentó en un Banco de Madrid un giro contra Cartagena por valor de 1.500.000 pesetas. A la otra fecha se pagó, y en aquel mismo momento el ‘trust’ quedó hecho, porque Cierva recibió el dinero de un amigo suyo y lo entregó a los dos periodistas.

Los recipiendarios del dinero afirmaron entonces que el único en España capaz de tal acción era La Cierva- Y es muy posible que tuvieran razón.

Pasó un año; no más de un año, lector. Los negocios de la Editorial iban prósperamente, con Moret en la Presidencia y Romanones en Gobernación. Las acciones de la Editorial habían subido y se habían hecho cotizables. Los gerentes de ella, esclavos de su crédito, y haciendo honor a su compromiso, habían pagado más de 900.000 pesetas de su deuda. Se avecinaba la entrada de los conservadores o habían entrado ya; Cierva embrazaba la cartera de Gobernación. El trust le propuso amortizar de una vez las 600.000 restantes, entregando al amigo de D. Juan acciones de la editorial por valor de esa suma. Cierva se negó diciendo: “No, señores, yo, por servir a ustedes puede pedir a un amigo mío prestado un millón o dos. Lo que no puedo hacer, ni por ustedes ni por nadie, es decir a un hombre de negocios, amigo mío: ‘Levante usted dinero y amortícelo o colóquelo en acciones de periódico’. Eso, de ninguna manera.

Se insistió, se agriaron las conversaciones. El ‘trust’ levantó dinero y pagó a tocateja las pesetas del resto que debía y rompió con La Cierva. A los quince días, La Cierva apareció vestido de un bonito pantalón de cuadros; al mes, era un Trepoff, al medio año, era un tirano abominable, a quien era lícito encarnecer perseguir y asesinar.

Con todo eso, Cierva se mantuvo treinta y tres meses en el ministerio. Los enemigos se jugaban el prestigio si no lo deshacían. Y no lo deshacían. Hoy, cuatro años después de caer, siete años después de aquel fastuoso de la entrega del dinero, la figura de Cierva crece y medra. Tanto que si el trust le hubiera cumplido las promesas del primer día, tal vez no hubiera medrado con tanto prontitud y tanto provecho.

¿Qué fuerzas tenemos?

Para acometer la empresa ¿qué fuerzas tiene el ‘trust’? Las tiene todas, ya se ve que el mejor éxito les ha acompañado.

Toda la política española, fuera de los demócratas y de las personas de Maura y Cierva, toda entera, responde a los deseos, a las sugestiones, cuando no a los mandatos de Moya.

¡Este hombre maravilloso, que no escribe y dispone de cien plumas; que no habla y lanza docenas de oradores a la pelea; que no tuvo dinero y ha estancado e intervenido todos los negocios de España, junta en su despacho de la calle de Espoz y Mina los hilos de todos los polichinelas del país! Todo se mueve a su voluntad. El ‘trust’ gobierna, el ‘trust’ manda, el ‘trust’ tiraniza a España, y la vuelve como un calcetín, y la ciñe como un guante, y la plega como una suave túnica a lo que él quiere; ¿no había de dar el programa y cumplirse el programa, si él lo realizaba a golpe cantado? Primero se creó la atmósfera favorable a Romanones y se le jaleó el programa de gobierno. Luego se conspiró con el silencio contra la disidencia, se la zahirió y se la presentó al país como una gavilla de intrigantes. Después, al plantearse la crisis, se desvirtuó la derrota del Gobierno con disculpas y peros a granel.

Será, quizás la primera vez que en un régimen parlamentario los periódicos liberales más populacheros disculpan y defienden, amparan y perdonan una derrota del Gobierno; teoría tan subversiva y disparatada como la de dar el decreto al presidente derrotado, ha sido defendida por periódicos que se llaman democráticos. ¡El absurdo, el caos! Ellos hacen la opinión por la mañana y luego la comentan por la tarde, y al otro día, en el otro diario, la perfilan y la acicalan. Ellos solitos, como Juan Palomo, lanzan esta noche la especie tendenciosa, que promueve el revuelo político que mañana fundamenta un artículo doctrinal y sesudo. Ellos se han captado o se han plegado a todos los hombres de todos los matices. Los delirios de Simarro los organismos de la Institución libre de Enseñanza, las gentes de la izquierda del Ateneo, todos caben en el redil de Moya. Ellos van de la mano con Lerroux; abrigan los propósitos posibilistas de D. Melquiades, y elementos del ‘trust’ y el mismo Moya le empujan a la Monarquía, le organizan el banquete, hacen de claqué y ellos mismos le echan luego el alto, y le despistan, y le detienen en la propia frontera monárquica. El mismo Romanones se cosee, con la del ‘trust’, la capa. Todos, todos; unos por miedo, otros por interés; los de acá por esperanzas, los de acullá por desengaños, todos se unen a la Editorial. Y corriendo más a la derecha, ¿no ha logrado esta temible entidad poner al Sr. Dato en el brete en que se halla, y meterlo en el apuro en que se debate? Es cierto. No lo comprendemos; pero nos lo explicamos; cuando se está a cierta altura y se está rodeado de pícaros y hampones políticos, se puede mandar a poca costa.

Así se planteó la situación que ha llevado al Poder al Sr. Dato, que ha puesto a prueba sus dotes y sus virtudes de consecuencia, de talento, de caballerosidad, y las pondrá cien veces más.

Ello no es más que un paso en la marcha macabra que se emprende alrededor de la nación. Ahora es preciso aceptar el hecho consumado de la entrada de los conservadores; pero apartando, fulminando a Maura y a Cierva. Recordad el artículo de EL LIBERAL de ayer, recordad los del HERALDO DE MADRID de ayer y anteayer.

Seguiremos comentando los sucesos. Ante esta irrupción de ganapanes de la política y de la Prensa, de la Administración y el caciquismo, se avecina el fin de España. La misma mano que inspira un artículo excluyendo a Maura, lanza en Barcelona agitadores a la calle, quita la espoleta del discurso de Melquiades en el Palace y pide el decreto de disolución para Romanones. ¡Como no sea el decreto de disolución social! Se arrastra a Dato y a sus correligionarios y se cerca al Rey y se le aturde y se le maniata. Es forzoso hacer algo enérgico, algo grave, algo decisivo. Nosotros empezamos por decirlo francamente.

Contra este peligor que tan al o vivo nos amenaza quedan tres recursos, no más: la enérgica violenta, quirúrgica, de Don Alfonso XIII, el patriotismo de los conservadores y el pundonor profesional de aquellos periodistas que no prefieran a todo otro bien un cacho de pan negro, escaso vilipendioso.

Al que tiene un trabuco naranjero y se dispone a dispararlo, no se le arguye con razones, sino de otro modo, y si dispone de tres trabucos… entonces se moviliza la Guardia Civil.

A dónde ha ido a refugiarse la ética

EL LIBERAL (Director: Alfredo Vicenti)

1-11-1913

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Cuatro columnas y pico dedica LA TRIBUNA a la Sociedad Editorial y a los periódicos de la Sociedad Editorial en su número de anoche.

Para encabezarlas ha inventado un título extraño y retumbante: “Campaña de ética” como si no hubiera para tales campañas, frecuentísimas en cierta clase de prensa un nombre mucho más usual y sencillo.

Y por subtítulo pone el siguiente:

“EL LIBERAL quiere desviar la atención”

Eso se lo van a creer a LA TRIBUNA todavía menos que lo del pan negro y vilipendioso.

EL LIBERAL no se desvía más que de las coces.

En el artículo reaparecen agravadas las falsedades del anterior. Y como no es cosa de perder el tiempo, suprimimos la cuenta de las sandeces y volvemos a ajustar la de las principales mentiras.

  • Los redactores de EL LIBERAL, EL IMPERCIAL y EL HERALDO DE MADRID – dice LA TRIBUNA – viven bajo el látigo de la Editorial y aunque lo sufren, se desquitan pregonando la sordidez y la grosería de sus amos.

Mentira. Ninguno de los periódicos de la Editorial ha percibido jamás del presupuesto una sola peseta, y ahí están para comprobarlo todos los liberales y conservadores que hayan sido ministros desde 1906.

Agrega LA TRIBUNA que andan La Editorial y sus diarios interesados en contratos, empréstitos, negocios sucios y no sabemos si también cobranzas e investigación de contribuciones.

Y miente, como en todo lo demás. Pero por ser esta mentira de distinto linaje y pues que pone fin a su artículo hablando de fiscales y jueces, habrá que darle gusto.

Ante los Tribunales tendrá que demostrar y corroborar sus afirmaciones.

De las restantes sandeces y falsedades hacemos, por ahora, caso omiso.

Una campaña de ética – Miente EL LIBERAL

LA TRIBUNA (Director: Salvador Cánovas Cervantes)

1-11-1913

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EL LIBERAL, nuestro querido colega EL LIBERAL, se arranca contra nosotros esta mañana y nos embiste con ruda saña; vamos a decir, con la saña con que EL LIBERAL puede combatirnos a nosotros, una saña de lavandero, en el que una, a quien le dicen cuatro letras, corre levantándose las faldas y gritando: ¡Mentira, mentira!

Nos gustaría más que EL LIBERAL se nos mostrara vertebrado y masculino y ante las aseveraciones hechas por LA TRIBUNA anoche y anteanoche se quitara la cabezada, que es lo que para él equivale al ademán de quitarse la chaqueta entre los hombres, y nos acometiera con la dialéctica reposada y penetrante que empleamos nosotros, o con la acometividad que otras veces ha demostrado el ‘Trust’ cuando se ha tratado de asuntos que les interesaran de un modo tangible, palpable, material.

Estábamos deseando que se produjera el Trust en este sentido. EL primer triunfo a que aspirábamos era este: descomponer al enemigo y hacerle perder la serenidad hasta el punto de que uno de ellos se contradijera con los otros; de que, fingiendo desdeñar la discusión, se lanzaran a un sendero propio de los hombres de acción.

Los niños pequeños – siempre que los niños pequeños hayan nacido de personas decentes y en buenos pañales – saben que no se lleva un mismo asunto por los dos procedimientos usuales: el que confía al garrote la solución de un negocio, no pueden acudir al tribunal del juez en demanda de justicia.

Si se atufa y utiliza los dos procedimientos simultáneamente, pierde los dos negocios: el juez falla en contra de él y los caballeros le niegan apoyo y beligerancia.

El ‘Trust’ tiene de todo

Ya ves, lector, si somos buenos y ecuánimes, que nosotros mismos con nuestra pobre autoridad, se lo advertimos a los majos que el ‘trust’ ha destacado ya contra nosotros.

Nos amenazan, lector. Lector, nos quieren pegar; tal vez proyectan el asesinato contra nosotros, el homicidio simple, la plaza enérgica y saludable. ¡Bendito sea Dios, y que suma de elementos están a la disposición del ‘trust’!

Nosotros hablábamos de los oradores que siguen a Moya, de los escritores que están a merced de Moya, de los negocios de España que tiemblan de que Moya pueda saber que existen y amenace con examinarlos en sus periódicos. Nos parecía mucho; nos parecía mucho. Ahora tenemos que hablar de los hombres de acción de que dispone Moya, que Moya impulsa contra quien le combate.

El procedimiento es grotesco. LA TRIBUNA tiene un director, a quien hay que encaminar todas las reclamaciones. A él y nada más que a él. LA TRIBUNA pertenece a una Sociedad anónima, que está representada por el director del periódico. En LA TRIBUNA hay, por fortuna para ella, cosa rarísima en los periódicos de Madrid, redactores muy modestos, pero muy conocidos, que escriben los artículos y nutren las campañas y luego dan la cara en todas partes y ejercen su responsabilidad en donde convenga. En LA TRIBUNA, la Redacción no hipoteca ni vende el criterio: el que escribe un artículo lo siente, lo mide y responde de él. Y si no le gusta el tema o no está en su credo, no le escribe o combate la orientación con razones y se le oye, y se le considera, y se le toma en cuenta, y se le responde, porque LA TRIBUNA no es como otros colegas, una galera en la que el periodista rema sin ver el sol, en la que el escritor recibe, en una eyuculación por la espalda, el pensamiento periodístico. En LA TRIBUNA hay hombres, hombres modestos; falibles, zafios, si se quiere; pero hombres, y no lacayos.

El director es nuestro compañero y la orientación del periódico es fruto del acuerdo, de la simpatía de todos. El último redactor, el más nuevo, si tiene algo que decir, lo dice, porque en nuestras doce páginas hay mucho espacio para todos, y en nuestros ideales periodísticos mucha amplitud, mucha alteza y una tolerancia que no se dejan sentir a esos otros periodistas viejos, a lo que hemos estado los profesionales treitna años guardándoles el secreto de su oquedad, de su brutalidad, de su analfabetismo, para que ahora, sobre un Sinaí de escenografía, nos fulminen lanzándonos el rayo de su desdén, intentando darnos lo que el vulgo llama una patada en la cabeza.

Tenemos, por fortuna, la bóveda craneana muy dura, muy fuerte. La pezuña partida del torpe cerdo o del inefable cordero no nos daña. Vinimos a luchar más por el fuero que por el huevo, y entre otras, en la ocasión presente lo estamos demostrando. Es decir, nos parece que lo estamos demostrando.

Bien, el ‘trust’ utiliza los dos procedimientos juntamente, simultáneamente, lanza a un caballero con el garrote en la mano, en busca de los que costean, o inspiran o dirigen el periódico, y a la vez EL LIBERAL responde con aspavientos monjiles y gritos femeninos diciendo – ‘Mentira, mentira’, ‘nos vamos a querellar’.

¡Que infelices! Si el ‘trust’ supiera que placer nos daría de ser asistidos por esta causa en la Casa de Socorro más cercana; si el ‘trust’ supiera lo que nos placería comaprecer ante el juez con las pruebas en el bolsillo y afirmar en papel sellado con la garantía del os jueces que el ‘trust’ cometió la infamia de tomar el dinero de Cierva con la misma mano con que a los tres meses había de esgrimir la pluma de Aretino y de Bocaccio, la pluma biliosa del libelista que tanto arraigo tuvo en el habla castellana…

Nota de Miguel Moya Ojanguren

Miguel Moya

2-11-1913

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Con absoluta independencia de procacidades que, por fortuna, no tiene precedente en la Prensa española, y que serán sometidas a sustanción adecuada en los Tribunales de Justicia, flota en la campaña pro ética emprendida por LA TRIBUNA una afirmación falsa, que interesa a la Sociedad Editorial dejar esclarecida.

Se asegura que el Sr. La Cierva, al constituirse esta Sociedad, le prestó 1.500.000 pesetas, de que hubo menester para adquirir el HERALDO DE MADRID, y que, a poco de lograr faovr de tanta monta y por negarse el Sr. La Cierva a recibir acciones de la Editorial como parte de pago, los periódicos iniciaron fiera batalla contra el ex ministro conservador.

Semejante conducta fuera, en efecto, merecedora de vituperio; más como no hay ni sombra de fundamento en la imputación, vamos a desvanecerla por modo terminante, definitivo.

Primera afirmación

Que el Sr. La Cierva prestó, adelanto un millón y medio de pesetas.

Por completo inexacta. Facilitó la suma indicada el Sr. Maestre. Pruebas: la escritura otorgada en la notaría de D. Teolindo Soto.

La propia LA TRIBUNA se ve obligada a declarar que la escritura hipotecaria se otorgó al Sr. Maestre. Si fuera el Sr. La Cierva quien adelantara el dinero, a nombre suyo, y no al del señor Maestre, se habría extendido el susodicho documento notarial.

Segunda afirmación

Que si bien no entregó directamente 1.500.000 pesetas el Sr. La Cierva, la Editorial le debió grandes benevolencias en aquella ocasión, y, por tanto, al combaitrle después incurrió en el feo pecado de ingratitud.

Conózcase de una vez lo acontecido para que esa leyenda de favores recibidos quede, como es justo, para siempre disipada.

Intervino, en efecto, en aquella operación el Sr. La Cierva en calidad de ‘letrado asesor’ del Sr. Maestre. Del Sr. Maestre que era antes, y sigue siendo, amigo cordialísimo nuestro, tanto, por lo menos como podía y puede serlo del Sr. La Cierva, su abogado. Como tal letrado, impuso el Sr. La Cierva a los que por entonces colaboraban la constitución de la Sociedad Editorial las siguiente benévolas condiciones:

Garantía hipotecaria de los periódicos (tasados en ocho millones de pesetas) de los edificios, maquinarias, etc.

Condición de pacto de retro para el caso de dilación en el pago.

Y por si todo ello era poco, garantía personal de D. Miguel Moya, D. Antonio Sacristán, D. Rafael Gasset, D. José Gasset y D. Miguel Ferrero (q. D. h.).

Dígase en buen hora que aquel señor abogado quiso, en cumplimiento del que juzgó su deber, colocar muy lejos de toda eventualidad peligrosa los respetables intereses de su cliente; pero no se afirme que exigir hipoteca, pacto de retro y garantía personal constituye una forma suave para quienes reciben el préstamo. Entre las guardas que reocnoce el derecho no quedó llave por echar el cerrojo por correr.

Tercera afirmación

Que la molestia con el Sr. La Cierva se inició por haberse pretendido satisfacer porción considerable de la deuda en acciones de la Editorial. Adolece el aserto de la propia falsedad que los anteriores, y el millón y medio de pesetas (rodeado de las garantías que al letrado le plugo establecer) se reintegró hasta el último céntimo en dinero contante y sonante.

Así, con hechos, con el contraste innegable de documentos de un protocolo notarial que a los Tribunales aportaremos, se acredita la plena y completa falsedad de las afirmaciones mantenidas uno y otro día por LA TRIBUNA.

Frente a tales hechos, de fácil e incontrovertible probanza, expuestos con la mesura de quienes cuentan la razón de su lado, nada valen ante el juicio sereno del público inexactitudes que, en ausencia de pruebas, se ampran de un léxico que ni queremos ni caso de quererlo, sabríamos emplear.

Miguel Moya

Nota del HERALDO DE MADRID

HERALDO DE MADRID (Director: José Rocamora)

3-11-1913

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Rechazamos con indignación las explicaciones ofrecidas cobardemente por ese periódico de letrina que se llama LA TRIBUNA a los caballeros que redactan el HERALDO DE MADRID.

Nos sentiríamos envilecidos en nuestra condición de personas decentes si aceptásemos esas explicaciones que aparecen mezcladas con soeces injurias al dignísimo presidente de la Sociedad Editorial.

LA TRIBUNA nos llama compañeros. No queremos serlo de quien aspira a escarnecer el nombre ilustre de nuestro admirado y querido amigo D. Miguel Moya con procedimientos contrarios a la decencia periodística.

A la Sociedad Editorial nos unen vínculos de honor y de afecto que no pueden ser rotos por los imbéciles artificios de ningún menguado.

Dejaríamos de ser hombres dignos si aceptásemos distinciones idiotas que descubren la vileza de condición de quien se ha atrevido a insinuarlas.

Vaya todo nuestro desprecio hacia ese producto de albañal, donde se aprovecha la ocasión de atender humildemente a un requerimiento para inferir nuevos ultrajes a quien siempre ha dado pruebas inequívocas de dignidad y de caballerosidad inmaculadas.

No representamos a la Editorial, porque ella sola se basta para la defensa de sus derechos y no necesita valedores, pero queremos que conste nuestra repugnancia el supuesto injurioso de que pueda admitirse una explicación con reservas, que sólo satisfaría a gentuza de burdel.

Nota de EL IMPARCIAL

EL IMPARCIAL (Director: López Ballesteros)

3-11-1913

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Con un exceso de paciencia que a nosotros mismos nos sorprende; con dignidad mal apreciada y peor comprendida por los inspiradores y redactores de LA TRIBUNA, hemos venido asistiendo estos días al triste espectáculo ofrecido a su clientela por un papel sin merecimientos y sin historia. El respeto a la de EL IMPARCIAL ha contribuido en gran parte a esta actitud. Creíamos que nuestro silencio era la mejor protesta; pero ni la prudencia nuestra ni los correctivos que nuestro colega EL LIBERAL ha impuesto a las majaderías de los fracasados difamadores, han bastado para que éstos se dieran cuenta de su mal proceder. Con la ridícula historia de un millón y medio de pesetas, religiosamente pagado por la Sociedad Editorial, siguen llenando columnas y columnas sin darse acaso cuenta de que están sirviendo de instrumento de la mala pasión de consuetas harto conocidas.

LA TRIBUNA y su director cometen anoche con verdadera cobardía. A la noble protesta de los redactores de EL IMPARCIAL, a la reclamación particular de nuestro director, replica el Sr. Cánovas Cervantes ofreciendo todo linaje de explicaciones y aún retirando las ofensas que involuntariamente nos hubiera infligido. Este advenedizo, este pobre diablo nos perdona la vida. Pero la vanidad le ciega. A quien él se dirige es a la Sociedad Editorial de campaña. A quien discute es a su ilustre presidente. Con necedad supina nos hace la verdadera ofensa, acaso la única, de suponer que el director y los redactores de EL IMPARCIAL se niegan a recibir y aceptar sus explicaciones sin devolvérselas en el acto, sin arrojárselas a la cara como un salivazo.

No uno, como LA TRIBUNA dice, sino todos los escritores que redactan EL IMPARCIAL, se hacen solidarios del ilustre periodista que está al frente de la Sociedad Editorial, solidaridad por deber, pero además, por admiración y por afecto.

El director de LA TRIBUNA ha puesto sus miras demasiado en alto. Consumir una vida inmaculada, de laboriosidad sin tregua, en el periodismo; renunciar a los galardones de la política, ser ejemplo viviente de desinterés, crear un organismo, este trust, en que desenvuelven sus actividades más de un millar de personas – y todos con títulos legítimos de honor de Miguel Moya – para estar a merced de un mentecato indocumentado, sería triste coronamiento de una existencia… y excesiva fortuna para el señor de Cánovas Cervantes.

Nada más, y que nuestros lectores nos perdonen. Nos sentíamos asqueados de las explicaciones y benevolencias de LA TRIBUNA y nos urgía rechazarlas. Al hacerlo experimentamos completo alivio, porque, en verdad, las nauseas eran grandes.