8 febrero 1953

El director de ABC, Torcuato Luca de Tena y Brunet, critica a la Escuela de Periodismo por monopolizar la profesión

Hechos

El 15.02.1953 el diario ABC publicó el editorial «Prensa y Profesionalismo’.

15 Febrero 1953

Prensa y Profesionalismo

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena)

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Con insistencia, que no quisiéramos en modo alguno que pareciera impertinente, hemos subrayado en algunos comentarios y editoriales la misión política y social de la prensa. De hecho es ésta una trascendental misión, porque el estamento discente no son los veinte o treinta alumnos de un aula, sino centenares de miles de lectores. Y es evidente que si las leyes regulan la docencia y exigen méritos y títulos especiales para el magiesterio, no pueden dejar abandonado al azar algo tan trascendental como el acceso a la tribuna de la prensa.

De hecho, ese azar lo constriñen y encauzan ciertas leyes sociales. Un periódico hecho por iletrados no sería un periódico leído y acabaría reducido a la nada por falta de lectores y, con ellos, de una base económica que lo sustentara. Inversamente, todo periódico con voluntad de perfeccionamiento y de eficacia tiende a realizar por sí mismo una selección que sustituye a veces con éxito a cualquier otra regulación legal. Ahora bien, estas fuerzas naturales han demostrado durante un siglo su capacidad para producir excelentes periódicos o, al menos, para agrupar en torno a la redacción figuras de singular valor; pero no consiguieron dignificar los más modestos estratos del periodismo, a los que se solían acoger gentes despiertas y autodidactas, pero con frecuencia de formación deficiente.

Esta laguna ha sido colmada por la Escuela de Periodismo y una legislación complementaria en materia de Prensa que exige a los redactores un título se suficiencia expedido por la Escuela. De este modo se ha elevado el rango y la capacidad de esas pizas tan importantes de un periódico que son los hombres que se sientan alrededor de la mesa de redacción. Antes no solían ser nada; hoy son casi universitarios, no sólo en el sentido de que se les exije como base un título académico, sino también en el de que se han disciplinado a lo largo de unos cursos, al fin de los cuales han tenido que demostrar su capacidad.

Sería, sin embargo, contradictorio con el espíritu de esta tendencia a elevar y dignificar el periodismo, el excluir de las redacciones a todos los que no hayan pasado por la Escuela, porque ello eliminaría lo mismo a los iletrados, que a los licenciados, a los doctores, a los catedráticos o a los académicos. Lo justo es que se prohíba el acceso a las redacciones de todos aquellos que no posean o el carnet de periodista o un título académico superior, porque con ello no sólo se elevaría el nivel de los periódicos, sino que además se potenciaría el prestigio y el rango social de la profesión.

Es evidente que no todos los títulos universitarios tienen idéntico valor con vistas al periodismo. Pensemos, por ejemplo, en el licenciado en Filosofía y Letras y en el odontólogo. Esto significa que no bastaría equiparar el carnet de periodista con un título universitario cualquiera a efectos de ingresar en una redacción. Sería insuficiente, pues, un principio general, y habría que descender a la casuística. Pero este problema fundamentalmente técnico no desvirtúa en lo más mínimo la tesis de que prohibir ejercitar las funciones de redactor a un catedrático de Literatura, por ejemplo, no sólo va en detrimento de la Prensa misma y de la profesión, sino que es un contrasentido cultural, como lo sería táctico el incapacitar a un capitán para el mando de una sección. Por estas razones creemos que el carnet de periodista no debe ni puede restringirse a sólo los alumnos que hayan demostrado su capacidad profesional en la Escuela, tiene que otorgarse también a otras muchas gentes de pluma, sólidamente formadas, y contrastadas por los más altos tribunales universitarios.

El periodismo – por la universidad de sus funciones y por la amplitud de su campo de acción – es la única actividad que no debe cerrar sus puertas por exceso de profesionalismo, al os hombres que procedan de otros campos de la cultura.

Pero esta creencia nuestra no puede en ningún caso borrar de nuestro ánimo el reconocimiento a la evidente labor que desde su creación realiza para la formación de mejores profesionales, la Escuela de Periodismo.

20 Febrero 1953

El periodismo, profesión

Juan Rico Martín

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Desde Prensa y diálogo, el editorial de ese gran periódico al que me referí con reconocimiento y gratitud en las breves palabras que pronuncié como presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos, en el acto de apertura del Curso 1952-53 en la Escuela Oficial de Periodismo, he seguido con verdadero interés los artículos de ABC, donde en precisas e inteligentes interpretaciones, se exponen los problemas en clara carne viva por ese periodismo serio y fiel que ustedes vienen ofreciendo, desde hace muchos años, a la vida española; pero esa misma honradez periodística, ese mismo generoso intento de servir ‘a los más’, ha difuminado, ha nublado, en mi criterio – al leer ‘Prensa y profesionalismo’ en el número de ayer – las bien delimitadas perspectivas que en cuanto a la profesionalidad de la prensa habían fijado en sus editoriales anteriores.

Por representar al sector que más abiertamente se opone al ingreso en la profesión de todo el que no reciba el título oficial en la Escuela de Periodismo (el periodista anterior a esta institución tiene o debe tener su carnet) ruego a ustedes que me permitan una sencilla réplica que aclara una oposición que pudiera parecer egoísta, e intente refutar noblemente, la noche intención editorial de extender la profesionalidad a determinados sectores que para nosotros – aun reconociendo su altura cultural, sus méritos innegables y hasta la necesidad permanente  de que sigan prestando su insustituible colaboración a la Prensa – no tienen por su peculiar graduación “en sí misma” derechos legítimos – ni lógicos – para el ‘ingreso en las redacciones de los periódicos”, cosa distinta del acceso por la puerta grande, a las páginas de los periódicos, donde siempre hallaron y hallarán honra y sitio, precisamente por ‘la universidad de las funciones del a Prensa y la amplitud de su campo de acción” que certeramente señala ABC.

Nada tendríamos que oponer al planteamiento de los problemas profesionales de la Prensa hecho por ese periódico que terminantemente señaló como preciso, “dignificar la función periodística, elevándola a un rango universitario”, sino fuera porque sobre ese reconocimiento moral y técnico no se pidiera algo que – aparte de rozar intereses respetables – encierra el peligro de perturbar todo lo que en este camino de elevación ética y técnica de la Prensa se ha logrado en nuestro país, fundamentalmente por la institución de las Escuelas de Periodismo, el sentido del deber imbuído a sus promociones académicas y el despliegue de vocaciones estrictamente periodísticas por toda la prensa nacional.

Si no ha de discutirse, ya que el periodismo es una profesión independiente de las demás – Juan Valera decía en 1898, cuando se empezaban a conocer Escuelas de Periodismo en varios países, “que es una profesión como la Medicina, la abogacía”, etc. – es lógico que pretendamos que su ejercicio se rodee de las garantías comunes a otras profesiones de superior o inferior rango. Y que no podamos admitir equiparaciones que no tengan una completa y clara justificación. Cuando algún ambicioso compañero nuestro ha pedido ciertas equiparaciones no han faltado rápidas voces defendiendo sus legítimos ‘cotos’. (Fíjense bien: decimos legítimos sin comillas.) Si una profesión no tiene perfectamente delimitada su competencia y prerrogativas… ¿cómo ha de asegurar su contenido ético, su vinculación moral; cómo ha de garantizar al ejerciente su natural derecho al futuro; cómo ha de asegurar al profesional contra el bajo – o alto – intrusismo, que le ganará por audacia o relaciones todas las bazas de la influencia política y hasta de la social?

 Conste que no pretendemos que se estorbe el acceso legal a la profesión ni hemos pretendido siquiera cerrar el número de titulados en cada convocatoria y que, incluso, hemos abogado – véase la ‘Gaceta de la Prensa’ – porque se eliminaran los topes de edad para el ingreso en periodismo. Y conste también que aplaudiríamos todo régimen docente que permitiera las más amplias convalidaciones o conmutaciones de asignaturas para los posesores de determinados títulos universitarios o similares, como toda exigencia de rigor escolar y toda selección de profesorado que llevé a las Escuelas de Periodismo a maestros indiscutibles; pero… soslayar la preparación especial de la Escuela, el conocimiento de lo que la profesión tiene de ‘oficio, de técnica, de ética singular, de honor colectivo, nos parece tan absurdo como si al médico se le eximiera del estudio de la anatomía y al abogado de las leyes de procedimiento. Ya se ha eliminado con la nueva regulación al iletrado a que su editorial se refiere. Hay que eliminar también al hombre sin vocación, al fracaso de otras profesiones, al insolidario con la tremenda y total vicisitud periodística, al pseudo-intelectual que forjó con su miseria humana nuestra leyenda negra profesional, felizmente muerta.

Y conste también que hay que borrar esas falsas orillas en las que se sitúan a los periodistas y a los otros titulados. No hay ‘aquí’ una especie de periodistas ‘netos’ monopolizadores y exclusivistas, y ‘allí’ los abogados, los licenciados en Filosofía o los odontólogos. Entre los varios cientos de exalumnos de la Escuela de Periodismo sólo una mínima parte son bachilleres o peritos mercantiles, por ejemplo. En un cuadro de porcentajes que estoy ultimand puedo adelantar, sin grave temor a grandes errores, que más del 62% son, además de periodistas, licenciados en Derecho, Filosofía, Ciencias y Medicina; cerca del 15% proceden de las carreras mercantil, Magisterio y otras especiales, y sólo el 23% restante se distribuye entre ex alumnos graduados con títulos medios, siendo corrientes los periodistas con más de una graduación facultativa – son los menos los que ejercen ‘la otra’ desde luego – y escasísimos los que, por rara excepción, fueron admitidos a la Escuela con estudios menores de los mencionados.

No pedimos los periodistas que se nos admita al ejercicio de otras profesiones que tienen su preparación especial y sus garantías universitarias y post-universitarias bien reguladas y definidas; pero sí que, al menos, no se nos discutan los derechos adquiridos al elegir – entre otros que pudiéramos haber seguido – el ejercicio de esta profesión, sometiéndonos a los plazos y materias de estudio que se nos exigieron. Esa posibilidad y esa exigencia deben ser iguales para todos, abriendo, desde luego, el paso a toda vocación, incluso a las ‘tardías’. Y de acuerdo con ABC en que sería interesantísimo para la profesión incorporar a los catedráticos de Literatura a las redacciones de los periódicos. Y digo a los catedráticos de Literatura a las redacciones de los periódicos. Y digo a los catedráticos de Literatura concretamente porque los abogados, licenciados en Medicina, Ciencias o Letras que han sentido de veras la vocación periodística cubren hoy muchos puestos de nuestras redacciones veteranas y nuevas o forman parte de nuestra Asociación o estudian en los actuales cursos de la Escuela.

Lúchese contra toda limitación de edad en el ingreso; asegurénse las lógicas conmutaciones de asignaturas, el más exigente rigor escolar y la más alta competencia del profesorado. Y con eso sólo pueden remacharse el prestigio y rango social alcanzado ya por una profesión que no desdeño ni desdeñará nunca las altas aportaciones de la cultura, porque es cultura misma su diaria dedicación: cultura humilde, sencilla y anónima, abierta a la idea y a las gentes.

Suyo atto affmo

Juan Rico Martín