1 julio 1990

El ex jefe de la División Acorazada de Burnete y ex capitán general de la III Región Militar se encuentra expulsado del Ejército

El ex general golpista Jaime Milans del Bosch es liberado de la cárcel tras cumplir nueve años de prisión por el 23-F

Hechos

El 1.07.1990 la prensa informó de la salida de D. Jaime Milans del Bosch y Ussía de la prisión militar de Alcalá de Henares

05 Junio 1990

Milans

Carlos Luis Álvarez 'Cándido'

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A diferencia entre la justicia divina y la humana es que esa última aparece transida de tiempo. Así que el tiempo ha hecho su obra en el caso de Milans del Bosch. El ex teniente general cumple setenta y cinco años y va a ser excarcelado. Tenemos por otra parte que la corta arrancada del 23-F, que nació sin virtualidad, presenta ahora nada más que un aspecto de tragedia grotesca donde lo más llamativo fue el que unos militares no supiesen dar un golpe de Estado. Todo esto aconseja ir cerrando el expediente como se cierra el lago después de la pedrada. Recuerdo que por entonces llegó a molestarme una viñeta del Washington Post en la que se veía la democracia española vestida de torero estoqueando al toro del golpe. El público gritaba «iolé!». Me molestaba que los americanos redujesen una vez más nuestra historia a cosas del ruedo, de toreros y de flamenquería. Yo hubiese preferido, antes que aquel dibujante, Herblock, creo que se llamaba, las alucinaciones de Chas Adams, verdadero genio del humor negro americano. Hoy pienso que lo de Herblock estuvo bien. Descontado el susto, vemos que la situación no daba para más. De todos modos no fue leve la intención sediciosa, que trataba de enfrentar el ejército a la democracia. Además hay que pensar en las connotaciones del pronunciamiento dentro de la estrategia mundial de los bloques militares, que Reagan y su secretario de Estado, Alexander Haig, habían endurecido intensamente. Por lo pronto el embajador norteamericano (que me parece que había ejercido en Chile cuando el asalto a la Casa de la Moneda) dijo que era un «asunto interior». El mundo es otro y aquello pasó. El 23-F clausuraba con fuegos fatuos el siglo XIX español. Ahora estamos en el borde del siglo XXI y hay otro género de fiebre y otras son las heridas. Es necesario el olvido, que es un privilegio de la memoria, y la clemencia, que es un corolario de la justicia.

01 Julio 1990

La fuerza de la ley

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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NUEVE AÑOS después de la intentona golpista del 23-F, uno de sus principales cabecillas, el entonces capitán general de Valencia y ahora ex general Milans del Bosch, abandona la cárcel, no en virtud de alguna medida de gracia, a la que siempre se opuso con des dén, sino por la fuerza de la ley. Condenado a 30 años de prisión por el consejo de guerra que juzgó aquel atentado criminal contra el pueblo español, y reducida esta pena a 26 años y ocho meses por aplicación retroactiva del nuevo Código Penal Militar del 9 de diciembre de 1985, el ex militar cumple en estos momentos todas las condiciones legales para su libertad condicional.Con sensibilidad humanitaria, la legislación penitenciaria española prevé que ningún recluso de más de 70 años -cualquiera que sea el delito por el que cumple condena- permanezca en la cárcel. Y aunque el peculiar régimen carcelario castrense ha desconocido hasta ahora este beneficio, el Tribunal Supremo consideró recientemente que no hay razón para no aplicarlo también a los reclusos de este régimen, pues civiles y militares son iguales ante la ley. Ninguna circunstancia permitiría, pues, hacer una excepción con Milans del Bosch exonerándole de la ley común que se aplica al resto de los reclusos. Sea cual sea su concepto del deber -ha afirmado que, al ser el oficial de mayor graduación de los condenados por el frustrado golpe de Estado, debe ser el último en abandonar la cárcel-, su sitio está actualmente en la calle. Su edad, 75 años recién cumplidos, le exime del cumplimiento del principal requisito exigido para obtener la libertad condicional: haber cumplido las tres cuartas partes de su condena. Y el juez militar que inició de oficio el expediente de su excarcelación considera que también reúne los demás: haber iniciado el tercer periodo de condena, buen comportamiento carcelario y garantías de que hará «una vida honrada» en libertad, que en lo que interesa a los españoles sólo puede tener un significado: que olvide redentorismos no solicitados.

Como ya ocurrió ante el indulto concedido hace año y medio por el Gobierno al estratega político del 23-F, el ex general Armada, no ha lugar para que los demócratas españoles, es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos, se sientan ahora alarmados por la puesta en libertad de quien fue el estratega militar del golpe y sacó los tanques a la calle para aplastar la libertad. Aunque, a diferencia del primero, este ex general golpista no sólo no ha dado muestra alguna de acatamiento a la legalidad constitucional, sino que la ha rehusado expresamente, los demócratas deben contemplar con naturalidad la aplicación de una norma humanitaria a quien, por edad, debe beneficiarse de ella. En todo caso, la extensión generosa de este beneficio penitenciario -de acuerdo con el espíritu y los más genuinos valores constitucionales- a un militar que se sublevó contra la Constitución con las armas que el propio ordenamiento político le confió, no sólo no debilita a las instituciones democráticas, sino que las refuerza y prestigia.

No está en las manos de los demócratas impedir que el ex general Milans del Bosch, y cuantos todavía puedan añorar el pasado, siga soñando con soluciones políticas basadas más en la fuerza que en la razón. Lo que sí les corresponde es Ímpedir que estos sueños prendan de nuevo en la réalidad española. Para ello es necesario taponar cualquier resquicio por el que pueda introducirse nuevamente la nefasta doctrina de la autonomía militar, caldo de cultivo propicio para los meslanismos totalitarios. Sólo así la libertad de Milans será un hecho irrelevante y los ciudadanos podrán contemplar sin sobresalto cómo este ex general golpista se pasea libremente por las calles.

02 Julio 1990

El golpismo en los genes

Pilar Urbano

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Genio y figura. Don Jaime Milans del Bosch y Ussía, al atravesar la barrera de la cárcel de Alcalá-Meco, frontera entre la vida de reclusión penal y la vida en libertad, llevaba sobre la solapa de su chaqueta oscura el único emblema de «honor y heroísmo» que nadie podrá arrebatarle: la medalla militar individual que ganó en la guerra civil. Genio y figura. Don Jaime Milans del Bosch y Ussía, 75 años, ex-teniente general, autor y firmante en primera persona del bando-pronunciamiento que puso en marcha la asonada golpista del 23-F de 1981, renunció en todo momento a cualquier medida de gracia, incluso cuando al cumplir la edad de setenta años hubiera podido ser excarcelado. Prohibió que otros, por él, elevasen la petición de indulto. Se negó de modo irreductible a expresar el arrepentimiento y el acatamiento a la Constitución, condiciones «sine quibus non» para poder indultarle. Genio y figura… Recuerdo aquella sesión de los Juicios de Guerra, en «Campamento», al mediodía del 24 de mayo de 1982, cuando los acusados hablaron por última vez en Sala. Milans, después de declarar su «apasionado amor a España» y su «creencia de que actuaba respaldado por el Rey, por la confidencia que me hiciera una persona de su máxima confianza», en alusión directa al general Armada, describió la situación de España, como él la veía en 1981: «sumida en la bancarrota… en situación límite, más grave que en el año 36». «Muchos militares pensábamos que podíamos propiciar un golpe de timón. Esa es la verdad de esta Causa. Lo demás son… detalles». Al fin, con firme contundencia, como esculpiendo palabras lapidarias, dijo: «Quiero afrontar mi responsabilidad en los hechos. Y para quienes han jugado con dos barajas y no han querido hacerse responsables de sus cargas, vaya mi mayor desprecio… En idénticas circunstancias, yo volvería a actuar de la misma manera».

Ciertamente, de los 3.500 hombres que obedecieron a Milans en Valencia, sólo tres resultaron acusados ante el Consejo Supremo de Justicia Militar. Los cinco capitanes generales que antes del golpe habían prometido su adhesión, se retiraron del intento… una vez producido. Armada, con quien Milans contaba para encabezar la asonada «al modo bicéfalo», decli naba la responsabilidad: «No puedo hacerme cargo de responsabilidades que no me corresponden». El 23-F-81, un puñado de militares, descontentos y sublevados, se estrellaron como «kamikazes patriotas» contra el Estado democrático que pretendían destruir. El «23-F», como estrategia de «putsch», como «golpe de Estado» fracasó. En mi opinión, son cuatro las claves de ese fracaso: la improvisación en la estrategia; la inasistencia de los apoyos logísticos militares preconcertados; la «revelación» del Rey que, no sólo no estuvo «con el golpe», sino que desde el primer momento actuó «a contra-golpe», desarticulando el «efecto dominó» que se esperaba obtener con la invocación en vano de su nombre; y, en fin, la falta de liderazgo.

La división de funciones y el reparto de poderes con que se manejaban los golpistas (Armada tenía que actuar como «el director político» y Milans como «el jefe militar»), producía algo aberrante en la disciplina castrense: una bicefalia, condenada a sucumbir. En el Ejército, no son cuatro, sino uno el que da órdenes. Uno manda, y los demás le obedecen. Vuelvo a rememorar: Valencia. Despacho del capitán general don Jaime Milans del Bosch y Ussía, descendiente de don Francisco Milans del Bosch, general inscrito en la historia de los 203 golpes de Estado dados en España, por su pronunciamiento frente al absolutismo de Fernando VII (1817) y contra la regencia de Espartero (1843). Hijo, nieto, bisnieto… de una dinastía de generales Milans del Bosch que apuntalan en su interior cierta arrogante «nobleza de entorchados», junto al aristocratismo de la «nobleza azul» cortesana y monarquista de los Ussía, don Jaime Milans es «muy suyo», aparentemente populachero y abierto; pero quien le conoce bien sabe que «calla mejor que habla» y… sabe dejar hablar. Por eso siempre ha estado muy enterado. No hace confidencias al primero que llega. El elige a sus hombres. Es elitista. Le gustan las camarillas de confianza. Los tocados por su «carisma» presumen de estar entre los «elegidos». Ese día que evoco, Milans está repasando mentalmente la historia de los golpes y se detiene con especial atención en el de Primo de Rivera, en septiembre de 1923. Cuatro días antes de aquel «putsch», Primo de Rivera hubo de escuchar del más antiguo teniente general, Aguilera Egea, estas bochornosas palabras: «iUsted delira… en este movimiento no le sigue ni su asistente!». Apenas sí contaba con cuatro gene rales «palaciegos»: «¿Por qué, entonces, triunfó?… Ah, porque el Rey Alfonso XIII decidió apoyar el soporte de los conspiradores. A los capitanes generales de Barcelona y Zaragoza se les unió el de Madrid. Y el Gobierno no tuvo otra salida que ser arrojado por la ventana». Recostado en el sillón, Jaime Milans del Bosch extendió las palmas de las manos sobre el «bade» de piel de su mesa de despacho. Movía sucesiva y pausadamente un dedo, otro, otro… haciendo recuento de las posibles neutralidades y de las posibles adhesiones: ¿Fernández Posse? ¿Campano? ¿Merry? ¿Polanco? ¿Pascual Galmes? ¿Elízegui? ¿Mariñas? ¿González del Yerro? ¿Quintana Lacac ci?… Y siempre volvía al mismo punto: «¿Y el Rey? ¿Qué actitud tomará el Rey?». A esa maraña de incógnitas unía la de Armada, ¿Cuál era su juego? ¿Tendría venia de la Zarzuela?. Por más vueltas que le diera, concluía en una premisa inamovible: «sin el aval del Rey, no me sigue… ni mi asistente, salvo que la situación se dé como un hecho consumado». Él, Milans del Bosch, estaba dispuesto a dar el grito: a encabezar el pronunciamiento. Pero… ¡necesitaba el talismán del Rey… o de su «vicario», el general Armada!. Y desde ese momento decidió apropiárselo. Durante la tarde-noche-madrugada del 23-F, Don Juan Carlos comunicó varias veces, por teléfono, con Milans del Bosch. La primera: «Jaime, ¿qué significa ese «manifiesto», ese «bando» que estás publicando…?» La última, reiterándole órdenes terminantes: retirar las tropas que ha movilizado en Valencia; dar instrucciones inmediatas a Tejero para que abandone el Congreso con todos sus hombres; anular la proclama de asunción de poderes militares y civiles que ha publicado en la III Región… El Rey tutea a Milans, y le llama por su nombre, «Jaime», como solía hacerlo, pero repetidamente utiliza la tajante expresión: «te ordeno que…», llegando incluso a usar un tono bronco y rotundo, y dando algún golpe enérgico sobre la mesa de su despacho, al descargar por el auricular estas dramáticas palabras: «Te juro, Jaime, que yo ni abdico, ni me voy… No puedo, ni quiero, ni voy a apoyar un golpe de Estado, por mucho que me digas que esto lo dicta vuestro amor a España… Estoy contra el golpe y el golpe es isin mí y contra mí…! Y se queréis otra cosa, no podréis contar conmigo… ¡Tendréis que fusilarme…!». Hacía frío en la Zarzuela. El Rey se había quitado la guerrera del uniforme, después de grabar el mensaje televisivo, y en ese momento llevaba una cazadora negra, la que usaba para pilotar su helicóptero.

A las cuatro menos cuarto de la madrugada, todavía Milans solicita de sus colaboradores íntimos de Valencia «una opinión sobre las órdenes del Rey». El consejo es unánime: «General, anula el bando… esto ha fracasado». Milans, abatido, marca personalmente el teléfono de la Zarzuela. Cinco generaciones se desploman sobre sus espaldas. Es un general a quien ya no sigue… ni su asistente. «Señor… he redactado un texto, siguiendo vuestras órdenes, para dejar sin efecto el «manifies to». ¿Lo leo?…». El Rey no quiere seguir hablando con él: «Léeselo a Sabino… Ah, y mándalo después por télex». Los tan ques vuelven a los cuarteles. El general que quiso «salvar a España» se va a descansar. En el palacio de la Zarzuela aquella noche no se apagó «la lucecita». Fue, tenía que serlo, la noche de un rey que estuvo en vela, porque la paz de España estuvo en vilo.