6 noviembre 1968

La irrupción de la candidatura de George Wallace no consiguió restar apoyo electoral a Nixon

Elecciones EEUU 1968: El ex vicepresidente Richard Nixon, nuevo presidente tras ganar las elecciones a Hubert Humphrey

Hechos

Richard Nixon (Republicano) ganó las elecciones de 1968 a Lyndon Johnson (Demócrata).

Lecturas

Se pone fin a una etapa de triunfos del Partido Demócrata que arrasaron en las pasadas elecciones presidenciales de 1964.

El candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, Richard Nixon, obtuvo en las elecciones del 5 de noviembre de 1968, obtuvo el 43,4% de los votos, contra el 42,7% de su oponente del Partido Demócrata, y el 15,5% de George Wallace (ex miembro del Partido Demócrata), que presentó su propia candidatura a la presidencia marcado por su oposición a la integración de los negros en las universidades de blancos.

La ajustada victoria de los republicanos no modificará en lo esencial la composición del Congreso de Estados Unidos: los demócratas, que han perdido dos escaños, suman 243 mientras que los republicanos, que suman cinco, tendrán ahora 192.

En el senado también existe una mayoría demócrata: 58 senadores frente a los 42 que tienen los republicanos.

En estas condiciones, Richard Nixon accede a la presidencia con poderes muy recortados, y deberá negociar paso a paso con los demócratas.

Nixon había prometido proseguir la política exterior de su antecesor Lyndon Johnson.

nixon_humphey_wallace A pesar de que la irrupción de un tercer candidato, el ex gobernador de Alabama, George Wallace, que abandonó el Partido Demócrata (acusado de racista por su oposición a que los negros asistieran a las universidades) para crear el Partido Americano Independiente, podía haber quitado votos a la candidatura del Partido Republicano que quería concentrar todo el voto descontento con los Demócratas, no fueron suficientes para evitar la victoria de Nixon.

Las siguientes elecciones están previstas para 1972.

07 Noviembre 1968

El voto popular impone cambios

Rafael Calvo Serer

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El ascensorista que saludo todas las mañanas no está satisfecho. Se queja de sus ocho horas de trabajo – cinco días a la semana – y de que gana poco, porque aunque suben los salarios, también lo hacen los precios. Dice que no va a votar porque no le dejan tiempo ni para tomar una taza de café. No confía, pues, en las promesas de los tres candidatos, que hablan de cambiar la política que ha elevado los impuestos y ha producido la inflación.

A medio día del miércoles 6 me lo encuentro y me dice con aire de lamentación: “Ya se acabó todo”. “Sí – le respondí – ya hay nuevo presidente, pero será para bien”. “¡Como van a ir bien las cosas!”, concluyó resignado.

Sin embargo, en comparación con el nivel de vida de otros países, el que gozan aquí los sectores más extensos de la población es excepcional. Ello no obsta para que haya un ambiente también muy generalizado. Ello no obsta para que haya un ambiente también muy generalizado de frustración, miedo, desasosiego, preocupación. Los americanos, en medio de su opulencia, especialmente los jóvenes que la han recibido y la encuentran como cosa normal, han descubierto graves problemas morales que les inquietan: la injusticia en su política exterior y en la opresión en que viven los negros y otros sectores deprimidos de la población. También existe la otra América, la de los pobres.

Tragedia y dramatismo

A pesar de este clima de malestar, los observadores coinciden en la apatía con que se ha seguido la campaña electoral. No se han visto – como en otras ocasiones – las muchedumbres apasionadas por uno u otro de los candidatos; pero sí ha sido grande la participación electoral. El día 5 la ciudad de Nueva York disminuyó su bullicio, cerró escuelas, Bancos y algunas oficinas y votó masivamente demócrata: al partido de los obreros, de los liberales, de los negros y de los pobres.

El resultado no se supo hasta el mediodía del miércoles y las horas del recuento de los votos fueron intensamente dramáticas. Finalizaba así un año político que ha estado cuajado de acontecimientos duros y trágicos: la ofensiva del Vietcong en enero, la rebelión de los estudiantes, la derrota de Johnson por el senador McCarthy, el asesinato de Martín Luther King, el incendio y saqueo en el centro de Washington, la muerte e Robert Kennedy, la represión violenta de la Policía en Chicago el pasado agosto.

Theodor H. White, el famoso autor de ‘Cómo se hace un Presidente’, ha comentado que los dos candidatos que durante los dos últimos días y horas han luchado tenazmente por defender sus respectivas posiciones lograron cambiar de modo también sensacional su imagen pública. Hubert Horacio Humphrey, que hace tres meses estaba identificado con Johnson en su política militar en el Vietnam, se había convertido en un pacificador; el mismo que dijo que si hubiera nacido en un guetto sería un amotinador, últimamente hablaba en nombre de la autoridad, de la Ley del orden.

Por su parte, Richard M. Nixon ha hecho una reentrada política tan brillante, que recuerda la que hizo Churchill después de largos años de ausencia de los puestos públicos. Y su inteligencia y tenacidad le han dado la Presidencia, aunque con la votación más pequeña que conoce la historia americana, pues su rival ha llegado a cifras casi tan altas como la suya y ha habido un tercer candidato con parte sensible de la elevada participación electoral.

No es tampoco poca cosa lo logrado por H. H. H. que pera de la elección Wallace decía de él que estaba fuera de la lucha, que se reducía a la suya, la apenas hace tres semanas era moneda despreciable en la contienda electoral. Todavía la vis del antiguo gobernador de Alabama con el antiguo vicepresidente republicano. El resultado electoral ha anulado muchas de las esperanzas de Wallace, pues ha visto achicarse el voto, que se esperaba creciente en los medios industriales del Este, los cuales, a última hora, se han decidido por los demócratas.

El país, que tan propenso es a la violencia, se han mantenido durante la campaña la mayor paz, sin que haya surgido incidente alguno grave. De este modo, pues, pacífico, en una intensa movilización y participación ciudadana – los gastos en la propaganda provenientes de fuentes privadas son fabulosos – se ha retirado al Presidente Johnson y se ha elegido a la nueva autoridad que más poder tiene en el mundo.

El pueblo americano pudo escoger entre dos políticos extraordinariamente preparados para tal función, que también tienen mucho en común: si H. H. H. es hijo de un droguero, Nixon es hijo de un tendero. Ambos son políticos profesionales con larga experiencia legislativa y han tomado conocimiento directo de los problemas internacionales.

La noche más larga

Desde las seis de la tarde del día 5, América estuvo pendiente de la televisión. Por satélite fueron retransmitiéndose los programas a todos los Continentes. El mundo libre, quiérase o no, veía como una parte de él – los americanos que ejercían su derecho de voto – elegía al Presidente cuya política va a influir en todos los países.

Saltaba fácilmente en la conversación el recuerdo de las elecciones de 1960, que dijo el triunfo a John F. Kennedy, precisamente contra Nixon, que, políticamente, es ahora un resucitado. Fue ya entrada la madrugada de un día de primeros de noviembre de 1960 cuando el líder republicano aceptó que había perdido, en el momento que supo que los demócratas alcanzaban una ligera superioridad en Ilinois.

También está vez en el Estado de Ilinois se ha decidido la elección, pero a favor de Nixon. Ahora bien, ya entrada la mañana la situación seguía indecisa y hubo que esperar hasta las once para que las dos grandes cadenas de TV pronosticasen con  seguro fundamento, el triunfo republicano. Apenas una hora más tarde, Humprhey aceptó su derrota en votos electorales, a pesar de que había alcanzado un 43% de los votos computados, nivel muy cercano al que tenía Nixon.

Tiempo de cambios

Nixon no ha conseguido la victoria electoral aplastante que se propuso obtener al comienzo de su campaña. Tampoco ha logrado la mayoría de tres a cinco millones que anunció días antes de la elección. Ni ha podido ganar los puesto necesarios para controlar el Congreso, la Cámara de Representantes y el Senado, que continúan con mayoría demócrata.

Pero a su favor tiene que el pueblo americano, en su mayoría – la lograda por él, más la obtenida por Wallace – ha votado en contra de la Administración de Johnson, a favor de cambio en la política del Vietnam, en el restablecimiento de la paz en el interior del país y en contra de las medidas raciales integradoras.

Estos cambios que va a tener que llevar a cabo el partido republicano dirigido por Nixon son tarea extraordinariamente dificultosa. El líder republicano ha tenido el voto de un sector extenso del país, la clase media alta, que ha abandonado el centro de las ciudades y vive en barrios residenciales: son blancos, protestantes y ricos. Va a tener en contra a los pobres, a los negros, a los retrasados en la participación en la gran riqueza americana. Sobre todo va a tener la oposición del nuevo proletario universitario, profesores y estudiantes, hasta tal punto creciente que su número supera el conjunto de ferroviarios y mineros.

A la vez que Nixon tiene por delante esta tarea, los demócratas condenados a la oposición van a tener un periodo también difícil, Humphrey, por el momento, se encuentra cesante en su carrera política hasta que pueda presentarse en las elecciones de 1970 para volver a ser senador por Minesota. Y no es fácil que sea el líder del partido, en el que destacan figuras como Edward Kennedy y la nueva figura nacional Muskie. Los demócratas en el proceso de reorganización tendrán que contar con las nuevas corrientes que se manifestaron alrededor de McCarthy.

Mientras tanto, el Presidente aparece cansado, envejecido, olvidado, cuatro años después de haber obtenido una de las mayores muestras de confianza del pueblo americano: Vietnam y los disturbios raciales son los motivos de impopularidad que da Johnson, que todavía la noche del domingo pasado pidió a los electores escogiesen como sucesor al vicepresidente Humphrey.

Desde fuera de los partidos es explicable la posición a favor de Nixon, adoptada ya desde antes de conocerse el resultado, como hizo Walter Lippmann. En las presentes circunstancias el país quiere cambios y es bueno que los haya. Si el partido en el Poder está desgastado, es el momento de la gente nueva. Ya les llegará también el relevo a los que ahora entran en su fase de desgaste y tendrán que ser reemplazados. Quienes desde el Poder pasan a la oposición tendrán entonces nueva oportunidad de recuperarlo. Durante este nuevo periodo el país seguramente podrá sedimentar las numerosas reformas introducidas por los demócratas y quedará preparado y dispuesto para emprender nuevas aventuras en busca del ideal de una sociedad de hombres iguales y libres como se propusieron quienes crearon la Unión, pronto hará dos siglos. Esto es lo que precisamente sucedió en 1960 y ocasionó la derrota de Nixon y la victoria de Kennedy: después de sosiego y monotonía de los años de Eisenhower, J. F. K. prometió poner de nuevo el país en acción: en enero de 1969 le tocará hacerlo al nuevo presidente, Richard M. Nixon.

Rafael Calvo Serer

07 Noviembre 1968

37º Presidente

LA VANGUARDIA (Director: Horacio Sáenz Guerrero)

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En el tradicional ‘martes inmediatamente siguiente al primer lunes de noviembre de todos los años, cuya cifra es divisible por cuatro’, se han celebrado las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. En el presente 1968, la fecha ha sido el 5 del citado mes. Y en ella ha resultado elegido Presidente de los Estados Unidos, el candidato republicano.

La jornada electoral se ha celebrado en el orden más completo. Que no se pueden considerar como sería alteración del mismo, en la inmensidad del país, algunas manifestaciones celebradas en Washington y otras ciudades. El espectáculo que ha dado la gran democracia americana ha sido, en verdad, impresionante y, podría decirse, solemne. El país está atravesando una indudable crisis política y moral, ya que no económica. Los Estados Unidos, en efecto, en el momento más alto de su prosperidad económica, y en la cumbre de su potencia militar, se encuentran ante una serie de dudas profundas y que conturban la tranquilidad de un pueblo acostumbrado a considerarse a sí mismo como el más feliz de la tierra. La guerra del Vietnam ha producido una reacción moral y política extraordinaria. Y se ha traducid en una agravación del que ya el presidente Roosevelt consideraba como el problema más grave de la Unión: la cuestión racial. Hay tensiones de toda índole en un país tan colosal como son los Estados Unidos, con una población de 200 millones de seres procedentes del más abigarrado abanico de razas, pueblos y regiones que jamás se haya reunido para formar comunidad, en lugar alguno de la tierra. Esas tensiones han sido puestos al rojo vivo con los dos temas de la problemática que acabamos de aludir.

Pues bien, ese pueblo ha acudido a las urnas con orden y sentido de ciudadanía. Muchos de los electores estaban decepcionados por los nombres y personalidades de los candidatos que la clase política de su país les han propuesto para ocupar la Casa Blanca. Las encuestas en ese sentido han sido frecuentes y unánimes durante el periodo electoral. A pesar de eso, el país ha acudido a las urnas en una de las proporciones más altas de su historia electoral. Quizá, con un profundo instinto político, el pueblo haya querido suplir con la amplitud del soporte electoral la, a su juicio, insuficiencia de los candidatos: para que el mundo viera en el nuevo Presidente, un auténtico representante del país. La sabiduría de los ‘padres’ de Filadelfia, los hombres que, a finales del siglo XVIII, redactaron los dos documentos fundamentales de la vida política norteamericana – Declaración de Independencia y Constitución – sorprende cada vez que se contempla un acontecimiento político importante para la vida del país. Pero sorprende también y admira la sabiduría de que los sucesivos gobernantes, al conservar el cuadro ideológico y legal bajo el cual nació su país: casi insignificante embrión, entonces; primera potencia del mundo, ahora: menos de dos siglos después. Un pueblo que de ese modo tantas y graves cuestiones trata de resolver, es digno de encontrar salida a sus dificultades dentro de la paz general y la prosperidad.

El candidato republicano Richard Nixon, pues, ha vencido a sus rivales, el demócrata ortodoxo, Hubert Horatio Humphrey y el demócrata disidente George Wallace. No entraremos aquí a juzgar el acierto de una elección que competía al cuerpo electoral norteamericano. Fuera del extremismo del tercer candidato, cualquier solución electoral representaba la continuidad esencial de un país cuya permanencia en la grandeza y el poder es garantía indispensable de la libertad del mundo. Nixon, en todo caso, tiene una experiencia política y gubernamental cuyo punto más alto, antes que ahora, fueron sus ocho años de vicepresidencia al lado del Presidente Eisenhower. La tarea que incumbe al que será inquilino de la Casa Blanca a partir de enero de 1969 es dificilísima e ingente. El mundo entero espera del talento, energía y conocimiento de la política interior y exterior que tiene el que va a ser 37º presidente de los Estados Unidos una gestión que no desdiga de la difícil ejemplaridad dejada por los más grandes de sus antecesores: un Washington, un Jefferson, un Jackson, un Lincoln, un Wilson, un Roosevelt, un Kennedy.