3 agosto 1978

"Me dijeron que o me callaba o me iba", manifestó al ser preguntado por qué abandonaba el grupo parlamentario de UCD en el Senado

El franquista Torcuato Fernández Miranda rompe con UCD y se pasa al Grupo mixto por su oposición a la Constitución

Hechos

El 2.08.1978 D. Torcuato Fernández Miranda, senador por designación real que se había integrado en el Grupo parlamentario de Unión de Centro Democrático (UCD) anunció que abandonaba el citado grupo.

Lecturas

EL ULTIMATUM DE SUÁREZ Y ABRIL A TORCUATO: «O TE CALLAS O TE VAS».

Hartos con la posición de D. Torcuato Fernández-Miranda contra el proyecto de Constitución consensuada con la izquierda que se está debatiendo el presidente D. Adolfo Suárez transmitió un mensaje a su ex mentor D. Torcuato Fernández Miranda a través de su ‘número 2’, D. Fernando Abril-Martorell: «O te callas o te vas», por entender que su postura no podía implicar al partido político Unión de Centro Democrático en cuyo grupo parlamentario estaba adscrito como senador D. Torcuato Fernández Miranda. El Sr. Fernández Miranda ha optado por la segunda opción y pasará como senador al grupo mixto.

VOZ DE TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA:

03 Agosto 1978

TODOS SE VAN (de la Unión de Centro Democrático)

Julio Merino

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Poco a poco, líderes y militantes abandonan el partido en el poder porque se sienten engañados, defraudados y manipulados. Mientras, las jerarquías de UCD tratan de evitar el desmoronamiento con actos políticos, nuevos programas y más y más promesas.

El ‘golpe’ había sido anunciado ya por EL IMPARCIAL y otros medios de difusión. Torcuato Fernández-Miranda, el hombre del que se dijo intencionadamente que tanto había influido para la designación por el Rey de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, ha abandonado al grupo UCD en el Senado y ha solicitado su inclusión en el grupo mixto. Muchas han sido las personalidades que, a lo largo de estos trece meses últimos, desde las elecciones del 15 de junio del pasado año han roto sus lazos con la Unión de Centro Democrática. Y otras muchas están esperando el momento propicio para romper ataduras y buscar nuevos horizontes más limpios. Si la ruptura de Alfonso Osorio, un día vicepresidente de Suárez, significó un golpe para el partido en el poder, la decisión de Torcuato Fernández-Miranda supone, para los más lardos en política nacional, el comienzo del fin de la UCD. Torcuato Fernández-Miranda, un ‘hombre del Rey’, ha cortado amarras y se ha unido al coro de simpatizantes, militantes y dirigentes de la UCD que, hartos de demagogia, de manipulación y de engaños, abandonaron al partido en el poder.

Buscar razones para estas fuga masiva sería superfluo. Están en la mente de todos. La Unión de Centro Democrático, todo el mundo lo sabe, era un conglomerado de grupúsculos que, de una u otra manera, sin ser marxistas, se habían colocado en la oposición en los últimos tiempos del régimen anterior. Todos juntos no hubieran sacado más de una docena de diputados, precisamente, sus líderes y no todos. A ellos abandonando la presidencia de la Unión de Pueblo Español, partido integrado en Alianza Popular, se unió Adolfo Suárez, entonces Presidente del Gobierno, y se llevó con él todos los mecanismos del Estado que estaban y están dependientes del poder. Y Adolfo Suárez, sin un auténtico partido, triunfó, aunque no arrolló, en las elecciones del 15 de junio, aglutinando a muchos españoles que querían un cambio, pero que nada querían sacar de los partidos marxistas. El triunfo de Adolfo Suárez se izó sobre el pavés de Alianza Popular, sin que al Presidente y a sus hombres les importara un comino echar cieno sobre sus antiguos compañeros de ideología. Y Adolfo Suárez arrinconó en la derecha al verdadero inventor del centro, que, no nos engañemos, fue Manuel Fraga.

Trece meses han sido suficientes para que los hombres que votaron a la Unión de Centro Democrático se sintiesen engañados. La política de Suárez en el poder no fue la que prometió antes del 15 de junio. Entregó, cambalecheó con ellos, cedió en muchos puntos fundamentales, impuso dentro del partido una dictadura férrea y se arropó con nuevos hombres que le prometieron fidelidad como si fuera un nuevo führer. Engañó a sus electores, a los que rprometió cambio y les dio ruptura. Silenció a los diputados de la UCD con el pretexto – cierto – de que había obtenido su escaño gracias a la imagen del presidente.

Negoció con los partidos marxistas y se convirtió, gracias a su habilidad política, en un hombre de derechas imprescindible para los partidos de izquierda. Concesiones, más concesiones, trapicheos, más trapicheos… Muchos diputados de la UCD se veían obligados a votar en contra de sus conciencias en asuntos de primordial importancia simplemente porque Suárez, a través de su íntimo amigo, hombre de confianza y vicepresidente de todo, había negociado en cenáculos, como mercachifles, al amparo de la nocturnidad, y hecho nuevas concesiones.

Y comenzó la huida de simpatizantes y militantes. A algunos se les amenazó con perder el cargo público que ostentaban en su provincia. A otros, más analfabetos, diciéndoles que sólo Suárez era el hombre elegido por el Rey. Y el pueblo, que todavía caminaba a tropezones por el camino de la Democracia, se lo creyó. Pero, de todas formas, la huida había comenzado. Ya nadie se sentía ligado a un ‘partido’ que se resquebrajaba y que, si no terminaba por hundirse, era solamente por el carisma del Rey, que se reflejaba en Suárez, o por prudencia política. ¿Cuántos líderes de la UCD abandonarían el partido si una nueva consulta electoral pusiese de manifiesto el desengaño que se han llevado los simpatizantes  y votantes de UCD hace un año?

Adolfo Suárez el pueblo le votó con unas esperanzas que se han visto defraudadas. Prometió, porque podía, tantas cosas que han dejado incumplidas que, al final, carece ya de toda credibilidad que no le venga del ‘Espíritu Santo’. ¿A quién puede extrañar que los hombres más políticos, los más avanzados, los que conocen los vericuetos que están fuera del alcance del resto de los españoles le abandonen? Pero no. En realidad, el que a todos ellos abandonó fue el propio Suárez. Le faltaron cargos para repartir de tantos como prometió. Le faltó una ideología que ni socialdemócratas, ni demócratas cristianos, ni liberales que integraban al cogollo de la Unión de Centro Democrático pudieron aglutinar. Le faltó todo. Y le faltó todo porque nada tenía. Sólo promesas y el poder.

Hace sólo unos días, en este periódico hablábamos en nuestra primera página de la guerra ya declarada entre Alfonso Osorio y el presidente Suárez. En la carta anónima que publicábamos, incluso, se daba esta guerra y las declaraciones de Fernández Miranda a un periódico asturiano como una de las claves a tener en cuenta ante el inmediato futuro político de España. Hoy, la decisión de Fernández-Miranda ha venido a confirmarlo. Algo se cuece en las alturas. Torcuato Fernández-Miranda no es hombre que obra a impulsos. Lo ha demostrado a lo largo de los años. Y ha tenido – ¡mucha atención! – el privilegio de adivinar al futuro, aun cuando los agoreros de siempre le dieran por acabado cuando Carlos Arias fue nombrado primer ministro.

La noticia de la baja de Fernández-Miranda – un hombre, ¡cuidado! No acabado para la historia de España – del grupo de UCD le habrá cogido a Suárez en sus bien ganadas vacaciones a bordo del yate ‘Ion’ con su amigo íntimo Abril Martorell, por aguas de Ibiza, rodeado de sesenta policías que velarán por su seguridad personal y con dos buques de guerra como escolta. Suárez, fácil, maniobrero, tiene soluciones para todo, y no dudamos que también las tendrá para la soledad que sobre él se avecina. Pero conviene que aproveche estos días de vacaciones para meditar lo que pudo hacer con España y lo que está haciendo. Algún día tendrá que rendir cuentas. Y no tendrá como tribunal a un grupo de titubeantes líderes de la UCD.

Un año de desgobierno, un año en el que todos os fracasos se han cargado sobre la propia estructura democrática, ha terminado desorientado al país. ‘Es el precio de la democracia’, nos dicen cuando caen asesinados guardias civiles, policías armadas o militares. ‘Es el precio de la democracia’, nos dicen ante la cifra millonaria de parados. ‘Es el precio de la democracia’, nos dicen cuando la inflación arruina la economía del país. ‘Es el precio de la democracia’, nos dicen cuando el terror se apodera de la calle. “Es el precio de la democracia”, nos dicen cuando nos dan con la puerta en las narices en Europa. Pues bien. Si ese era el precio de la democracia, ¡que lo paguen ellos! El precio de la democracia es otro muy distinto, y los españoles estaban dispuestos a pagarlo hace un año. El precio que han puesto para su permanencia en el poder, repetimos, aunque digan que es de la democracia, ¡que lo paguen ellos!

12 Agosto 1978

Mucho arroz para tan poco pollo

Emilo Romero Gómez

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Algunas gentes han puesto un acento especial en la anécdota que, se refiere a la decisión del senador real Torcuato Fernández-Miranda de abandonar Unión de Centro Democrático en virtud de una rígida aplicación de la disciplina parlamentaria -a los suyos y a los adscritos- por parte del partido en el Poder. «O te callas, o te vas», ha sido el gran resumen de la cuestión. Parece ser que a un hombre que tiene tantas cosas que decir, como Torcuato Fernández- Miranda, catedrático de Derecho Político, y antiguo profesor del Rey, se le querían imponer las mismas ordenanzas de silencio que a tantos corno no pueden, ni deben, decir nada. Si esto lo hubiera decidido Fernando Abril Martorell -como se afirma-, que es manipulador político principal de Unión de Centro, sería de una gran tosquedad personal. En cualquier caso, y ante cualquiera que hubiera dicho o hubiera pensado lo mismo, estaríamos ante un hombre con viejos hábitos de poder, con sobra de vanidad, y sin puñetera idea de las exigencias mínimas de una democracia. Pero al mismo tiempo su información sobre Torcuato Fernández-Miranda es bastante precaria. Al profesor -que yo recuerde- solamente le faltaron asistencias de alto nivel para la sucesión de Carrero, aunque ya no era Franco el que era. Fernández-Miranda sabe casi siempre el lugar donde es oportuno o conveniente estar en la historia, y le preocupa menos el espacio de sus movimientos en la política. Distinguir el momento de la política y de la historia es un hecho significativo para el político. Es la destreza de avizorar, más que la habilidad de moverse. A la vuelta de dos años veremos quién está aparcado en la política y en la historia.Pero a mí me ha interesado menos la anécdota (aunque pudiera tener una expresión política en el futuro cercano, referida a personajes o acontecimientos) qué el síntoma de deterioro del sistema político democrático por actitudes como ésta, que desvelan una clara intención antidemocrática. O se nos está engañando como a chinos, o la referencia de la democracia no es exactamente la historia de un mangoneo despótico y minoritario de los dirigentes de eso que se llama «fuerzas parlamentarias ». Aquí sí que nos conviene precisar un poco las opiniones políticas para evitar, entre otras simplicidades, la de demócratas o antidemócratas, con arreglo a un baremo establecido previamente en favor de los beneficiarios del término o del concepto. Una presunción de democracia como la nuestra, en la cual el hombre más influyente cerca del presidente del Gobierno -líder del partido en el Poder- puede cerrar la boca de un diputado o de un senador, simplemente porque el manejo de la política lo lleven entre media docena, es cometer una grave desfiguración, y procede su crítica y su denuncia, principalmente para evitar que se nos dé gato por liebre, y para saber dónde vamos a estar cada cual. Con quién, hacia dónde y para qué.

El más importante riesgo de la democracia empieza por ser la suplantación de la voluntad de todos, o de los más, por la partitocracia. El partido es un instrumento para hacer la democracia, y no al revés. El partido al final -siendo necesario- es una reserva de políticos, una estrategia para alcanzar el Poder, mientras que la democracia, es la movilización de la iniciativa general para el protagonismo de todo un pueblo. Un partido político tiene más caciques que ciudadanos. Una democracia facturada sobre caciques podría ser un sistema político -y probablemente homologable con otros de Europa y de América-, pero no sería una democracia, tal como la apetecen las nuevas generaciones políticas, y como la cuenta el Derecho constitucional. No es lo mismo democracia que partitocracia. Cuando lo segundo prevalece sobre lo primero, ya este fin se ponen en funcionamiento las disciplinas de los partidos -en ocasiones, necesarias-, lo que habríamos construido sería una oligarquía de los aparatos de poder de esos partidos. Entonces no se podría hablar de gobierno del pueblo o parlamento de la nación, sino de una mera dictadura, colegiada o no, que permite o puede permitir ciertas libertades de expresión, de manifestación, de asociación o de reunión, fuera de los déspotas. Paralelamente a ellos. Sería una falsificación de la democracia, porque viéndose las libertades, que es el mascarón de proa de la democracia, el pueblo no tendría en sus manos ni los resortes del Gobierno, ni los recursos del centro del poder, que no están en otra parte que en el Parlamento.

La anécdota de Fernández-Miranda ha sido muy oportuna respecto a la necesaria identificación de lo que estamos construyendo. Precisamente lo que tenemos a la vista está en el riesgo de ser esa orientación incorrecta de la democracia. La primera llamada de alarma fue el pacto de la Moncloa, mediante el descubrimiento del consenso. A partir de entonces el consenso ha venido a ser el gran hallazgo operativo de los manipuladores confidenciales, de los manufactureros de restaurantes, de los déspotas o caciques de los partidos, de reducir el modo de afrontar la política, y los problemas nacionales, a un mero cambalache privado de obtenciones y de cesiones.

Con esta técnica ya no solamente se evitaba la información de los asuntos o de las discrepancias, al pueblo sino que se tenía con los diputados y senadores un comportamiento solamente aceptable por la invocación de cosas graves e inexistentes, porque de otro modo no habría decoro personal que lo aguantara, excepto en los casos en que no hubiera ni siquiera decoro.

Podría ocurrir que los partidos fueran abiertos hacia dentro, que no lo son, y entonces estarían informadas sus bases políticas y todo el país. Pues ni siquiera así sería aceptable, porque el pueblo español se ha dado a un Parlamento, que es la verdadera columna vertebral de la democracia, y lo que tiene que hacer es funcionar. Allí el Gobierno tiene que decir y defender lo que hace -sin consenso previo que valga-, y la oposición, o las oposiciones, tiene o tienen que pronunciarse; esta es la operación básica de las libertades políticas, la noticia del poder y el control del poder.

Independientemente de los logros que haya supuesto el pacto de la Moncloa, el método era descalificable. Yo fui uno de los que me quedé obstinadamente solo diciéndolo, con algún acompañamiento de fuerzas sindicales, ajenas al compromiso con los partidos. Comisiones Obreras y UGT, en función de satélites (como era satélite el viejo sindicalismo vertical del Gobierno) cerraron la boca, o dijeron algo para despistar. Mi planteamiento fue, y sigue siendo, que el Gobierno debe afrontar, en exclusividad, la acción de gobernar, y si no pudiera hacer esto por carecer de asistencias en el Parlamento, procede la creación de otro Gobierno, en coalición con otras fuerzas políticas, que pueda contar con el respaldo parlamentario. Cualquier cosa menos esa reunión de conjurados para salvar no sé qué, y que tuvo lugar en el palacio de la Moncloa. Sobre sus, logros prefiero que hablen los trabajadores y los empresarios.

A partir de aquel descubrimiento se fue inmediatamente a su repetición. Esta vez era aconsejable o lícito el consenso, aunque hubiera sido mejor hacerlo con otros métodos. Me refiero al tema de la Constitución. Efectivamente, cuando en un país se da una Constitución debe recibir el mayor número de colaboraciones. Una Constitución es la norma jurídica básica para la convivencia, y los materiales de edificación de un Estado. Fue acertada la formación de una ponencia muy representativa del Parlamento, y después, cuando el asunto llegó a la Comisión, empezó la gran picaresca. El consenso ya no podía sustanciarse en el Parlamento de otro modo que con las técnicas parlamentarias. Entonces, los dos líderes de los partidos mayoritarios -Suárez y Felipe González- teledirigieron a Abril Martorell y a Alfonso Guerra, y éstos, en lugar de afrontar la situación en los escaños, se metieron en los restaurantes. Volvíamos a dar una prueba más de ser, un pueblo donde lucen brillantemente los pícaros, que es el ejemplo italiano. Hay un dicho popular bastante expresivo para la política, y es ese de que aquí «el más tonto hace relojes».

Merece una mención especial, en todos estos episodios, Santiago Carrillo. A lo que parece, Santiago es más importante que el partido, de la misma manera que Franco era más importante que el Movimiento Nacional. Carrillo es un pragmático pícaro. Se las sabe todas. Viene curtido del largo, triste y azaroso recorrido del exilio, y en medio de un territorio de autócratas, y no de demócratas. Carrillo ha visto muy acertadamente, y muy picarescamente, la situación. Ha visto su imprescindibilidad respecto al poder, porque éste tiene dos grandes adversarios: la derecha de Alianza Popular, y otras derechas; y la izquierda socialista. Esos mismos enemigos son, precisamente, los de Carrillo. Por eso, el sabio del eurocomunismo, el gran pícaro de la Monarquía parlamentaria, el eminente fabulador del Parlamento, ofrece balones de oxígeno a Suárez, quien, a su vez, ofrece otros al Partido Comunista, y así vamos tirando. El gran inventor del consenso es Carrillo, y en esa alfombra mágica pasa Suárez todas sus crisis. Vamos a ver si puede con la próxima. El poder actual y el Partido Comunista se necesitan y se ayudan.

Pero por debajo dé toda esta picaresca que promueve la política, se delata -como digo- el grave asunto de hacer, o de no hacer, el sistema político que el pueblo español ha convenido hacer en las elecciones de junio de 1977. Si introdujéramos la picaresca, a la manera como alcanzó su gran esplendor en la primera restauración, con la Constitución de 1876. podríamos decir ya que las características de este siglo no lo permitirían. Este país nuestro, en sus áreas económicas, sociológicas y culturales ya no es apto para una estructura política que descansaba, como aquélla, sobre el analfabetismo, la pobreza y los caciques. Esta es una sociedad tecnológica, y a los políticos los va a exigir algo más que habilidades y picaresca. La democracia, por otro lado, necesita que la autoridad del Gobierno, el control político de los Parlamentos y la independencia del poder judicial tengan más expresiones reales que pura y vana retórica, una gran parte de los parlamentarios actuales están más cerca de Lauren Postigo, el de «Cantares», que de la gran tradición parlamentaria española. Al propio tiempo, la democracia clásica es también insuficiente como respuesta a la sociedad y a los individuos que tenemos delante. Ni las centrales obreras pueden ser organizaciones satélites de los partidos, ni las organizaciones patronales deben olvidarse un solo instante del interés común, de los fenómenos de socialización. Nos va a costar algún trabajo hacer un país liberal sin liberales, y una democracia sin demócratas. Pero hay que hacer ambas cosas porque la política tiene también un sentido ético. y los problemas internacionales, y los propios -que se nos echan gravemente encima- no pueden resolverse por meras proclamaciones de libertades, que están necesitadas, sin embargo, de soluciones técnicas, o económicas, o sociales, o culturales, muy complejas.

En estos momentos se extiende por todo el país la creencia de que lo que nos pasa, o nos puede pasar -en lo interior y en lo internacional- constituye demasiado arroz para tan poco pollo. Y además resulta que tampoco es pollo. El ejemplo de Portugal está bien cercano. La mejor manera de no provocarnos una autocracia u otro régimen de emergencia es hacer bien y eficazmente una democracia.

20 Septiembre 1978

Añoranza de una Monarquía franquista

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LA INMINENCIA del referéndum constitucional hace previsible una ofensiva terrorista, protagonizada por siglas e ideologías de ultraizquierda, destinada a crear las condiciones propicias para la única forma hoy posible de impedir la consolidación democrática: un golpe de Estado que, en nombre del orden público y del temor a la disgregación social, tratara de reinstaurar, de manera más o menos disfrazada, las instituciones del régimen franquista. Porque lo paradójico de las acciones criminales de ETA o de los GRAPO es querio forman parte de una estrategia de insurgencia, revolucionaria. Sólo pueden servir como fulminante de un golpe de fuerza.Los partidos tradicionales de la izquierda -el PSOE y el PCE- han anunciado repetidas veces su propósito de votar a favor de la Constitución y de realizar una activa campaña con vistas al referéndum. Incluso los grupos de la izquierda extraparlamentaria de ideología marxista-leninista parecen inclinados a dar su asentimiento.

Salvo la situación especial del País Vasco. pendiente todavía de solución en vísperas del Pleno del Senado, la casi totalidad de los partidos que reciben el apoyo electoral de las clases trabajadoras o de las capas socialles herederas de las tradiciones republicanas se van a pronunciar positivamente sobre la Constitución. Así pues, es de pura lógica concluir que las formaciones políticas de la izquierda y las fuerzas sociales que les confían sus votos tienen todo que perder y nada que ganar con las acciones terroristas que puedan producirse en los próximos dos meses.

Este análisis pon e de relieve hechos tan obvios que sería superfluo formularlos, si en las últimas semanas no se hubieran empezado a producir hechos inquietantes en las zonas del espectro político teóricamente más alejadas de los grupúsculos terroristas. Aunque sólo fuera por economía de hipótesis , se puede, incluso, descartar en principio que la ofensiva de violencia terrorista anunciada desde la extrema izquierda y la ofensiva de la violencia verbal desatada desde la extrema derecha se hallen conectadas de forma coordinada. La confluencia no deja, sin embargo, de ser grave y preocupante. Se diría que la ultraderecha, a través de sus medios de comunicación, de sus grupúsculos y de sus portavoces, está preparando el clima propicio para recibir y utilizar en su provecho las eventuales acciones criminales de la ultraizquierda. Se está produciendo, así, la aberrante convergencia, sobre un mismo objetivo, de quienes asesinan por la espalda a oficiales del Ejército y miembros de las fuerzas de orden público y de quienes trafican, para desestabilizar la democracia, con los cadáveres de servidores del Estado que han dado su vida por defender, precisamente, las instituciones de la Monarquía parlamentaria.

La ofensiva de la ultraderecha, cuya inexistencia en el cuerpo social quedó patente en las elecciones dejunio de 1977, pero que conserva todavía posiciones de fuerza en el entramado institucional del Estado, se había limitado, hasta hace poco, a trazar una burda caricatura de la situación general d el país, a culpar al Gobierno de la degradación del orden público y de la crisis económica, a exagerar el papel desempeñado por los partidos de izquierda en la dirección de los asuntos públicos y a suscitar en la opinión ideas alarmistas sobre el, futuro inmediato (desde la ruptura de la unidad española hasta la sovietización de la economía, pasando por la disolución de la familia y la desaparición de la libertad de enseñanza).

Pero esa escalada de violencia verbal, de calentamiento del clima y de exacerbación de las pasiones, ideada para que la ultraderecha se aproveche de los eventuales crímenes que perpetre y reivindique la ultraizquierda en las semanas que faltan para el referéndum ha dado un paso más. el último que le quedaba por dar, En su punto de mira se halla en estos rnornentos la Corona, acusada del imperdonable delito de llaber devuelto al pueblo español sus libertades, de aceptar como contenido institucional la democracia, de tratar de resolver el conflicto de las nacionalidades históricas, de promover una Constitución elaborada por los representantes de la soberanía popular y refrendada por todos los ciudadanos.

Así se lanza ya abiertamente la consigna de rechazar «con todas sus consecue:ncias» la institución monárquica si ésta lleva la adjetivación de constitucional y parlamentaria, y también se invalida poranticipadoel resultado de la consulta electoral sobre la Constitución, con el argumento de que «el pueblo español siempre ha sido enLianado en los referéndums». Evidentemente, la única Monarquía que la ultraderecha está en condiciones de admitir es, precisamente, la que la inmensa mayoría del pueblo español no hublei-a aceptado y que el Rey tampoco ha querido encarnar: aquella pintoresca Monarquía «católica, social y representa ri tiva » que Franco creyó erróneamente dejar «atada y bien atada» para provecho de la casta que durante cuatro décadas sometió al país entero a su dominio.

Por otra parte, la invitación, casi conminatoria, hecha por el señor Fraga al Rey para que nombre, a espaldas del Parlamento, un presidente del Gobierno al que se enco,miende «encabezar el primer Gobierno constitucional y preparar las elecciones subsiguientes» es una maniobra demasiado transparente igara merecer, al menos, el caliricativo de astuta. La foto-robot de la persona idónea para esa tarea -«una gran personalidad no vinculada a los partidos existentes»- es fácilmente reconocible cuando el señor Fraga añade: «Y que ocupe o haya ocupado cargos de gran trascendencia al servicio del Estado, como la Presidencia de las Cortes, del Tribunal Supremo o algo semejante.» La sorprendente aproximación en las últimas semanas entre el señor Fraga y el señor Fernández Miranda queda, así, suficientemebte aclarada. El asunto no tendría mayor importancia, e incluso entraría en una antología mínima de anécdotas chuscas, si no fuera porque intenta involucrar a la persona del Rey en una operación estrechamente parlidista que carece de toda fundamentación jurídica y política y que se halla reñida con la lógica y el sentido común. Es lamentable que mientras la ultraderecha comienza a tornar posiciones públicas contra la Monarquía. la derecha conservadora se lance, en paralelo. a tratar de servirse de la Corona.