9 octubre 1987

Sus competidores serán las revistas EL INDEPENDIENTE, TIEMPO, ÉPOCA y TRIBUNA

El Grupo PRISA crea la revista EL GLOBO con el objetivo de competir con los otros semanarios políticos

Hechos

El 9.10.1987 el Grupo PRISA creó la revista EL GLOBO y colocó como director a D. Eduardo San Martín.

Lecturas

A través de su filial Promotora General de Revistas S. A. (PROGRESA), el Grupo PRISA funda la revista El Globo, temporalmente dirigida por D. Eduardo San Martín Montilla, aunque el candidato deseado para ocupar ese puesto por los directivos de PRISA es D. Pedro José Ramírez Codina “Pedro Jota”. PROGRESA, al igual que PRISA tiene como Presidente a D. Jesús Polanco Gutiérrez y como Directores Generales a D. Javier Baviano Hernández y a D. Juan Luis Cebrián Echarri. D. Santiago Alonso Paniagua será el Director Gerente de El Globo.

san_martin D. Eduardo San Martín, subdirector del periódico EL PAÍS hasta marzo de 1987, en que se le encargó poner en marcha el semanario, reunió a esta redacción para levantar EL GLOBO. La foto corresponde a agosto de 1987, dos meses antes de la aparición de la revista en los quioscos.

Promotora General de Revistas, Sociedad Anónima (PROGRESA).

Presidente – Jesús Polanco.

Directores Generales – Javier Baviano y Juan Luis Cebrián.

Subdirector General – Lorenzo Ruiz.

Director – Eduardo San Martín.

Subdirector – Jesús Ceberio.

Redactores Jefes – Peru Egurbide, Román Orozco y Ángel Sánchez Harguindey.

09 Octubre 1987

LA CONQUISTA DE LA MODERNIDAD

Eduardo San Martín

Leer

En mundo confundo por la ambigüedades, los sobrentendidos y los juegos de palabras, donde el nombre de las cosas muy raramente ilustra sobre el significado real de las mismas, resulta de una osadía casi infantil intentar buscar un sentido especial al título de nada y menos, como es el caso, al de un semanario de información por si resulta más bien temerario el empeño pretendido por las líneas que siguen.

EL GLOBO como cabecera de prensa contemporánea nace 11 años después de EL PAÍS, producto de un mismo esfuerzo profesional y empresarial. Once años de una historia reciente muy intensa. En 1976, el nombre de EL PAÍS era algo más que un título de prensa. Sólo meses después del fin de una época dominada por las resonancias más imperiales del término nación, esa cabecera encerrada cierto desafío.

Con el paso del tiempo, el nombre de EL PAÍS, junto con muchos otros por fortuna, fue asociándose como fenómeno informativo al tránsito de España hacia la normalidad. Durante esa complicada etapa todo estaba por hacer dentro de España, de forma que el nacimiento y crecimiento del periódico corrió a la par de la reconstrucción política de un país y del rearme moral de un pueblo. El título EL PAÍS concordaba muy bien con los esfuerzos de entonces. Hoy sería injusto, pero también inexacto, fijar en un concreto momento histórico ese título y no darle más que una determinada significación.

Ahora nace EL GLOBO. Tampoco es una coincidencia buscada, pero el nombre elegido para este semanario de información general puede tener que ver mucho con una etapa de la historia de España que debe ser bien diferente a la última década. Un periodo próximo pasado dominado por la introspección y por la autocomplacencia. Yo creo, con otros muchos, que la transmisión política española hacia la democracia y la libertad culmina realmente con la firma del tratado de adhesión de España a la Comunidad Europea. Nuestro país arregla consigo mismo sus cuentas pendientes de casi dos centenios y regresa a un mundo del se fue excluyendo a partir de la segunda mitad del siglo XVII. El final de la transición está claramente marcado por nuestra apertura al exterior. La cifra de visitantes a nuestro país ronda ya los 50 millones y, lo que es más importante, la de españoles que viajan al extranjero superará seguramente este año los 10 millones. España está de moda en cierto número de países, aunque no hasta el grado que se nos ha hecho creer desde posiciones interesadas. El conocimiento de lenguas extranjeras en España crece cada día. Las limitaciones impuestas por el predominio de algunas manifestaciones bastardas del casticismo ya no satisfacen a una mayoría de ciudadanos deseosa de abrir sus ojos y su entendimiento a fenómenos nuevos en el espacio y en el tiempo. Lo que ocurre fuera de las fronteras propias interesa no sólo con la curiosidad natural de quien empieza a asomarse al mundo, sino con la convicción de que lo que por ahí acontece afecta directa o indirectamente a nuestras vidas. Una etapa de nuestra historia así configurada – así deseada al menos por cuantos aquí trabajamos – casa muy bien con el título de esta revista.

EL GLOBO quisiera ser fiel desde el principio a lo que anuncia esa nueva fase de nuestra historia con la que su nombre queda asociado. Al compás de una sociedad civil casi siempre más dinámica que los distintos poderes que actúan sobre ella, esta revista tratará de comprometerse, desde su primera aparición pública, en una doble apertura: hacia fuera y hacia delante. Hacia fuera, prestando atención a una realidad política, cultural o económica forzosamente más rica que la que se encierra en los estrechos límites de nuestras fronteras, aunque ésta nos merece – desde luego – la mayor de las atenciones; hacia delante, tratando de escudriñar en los significados de las nuevas formas sociales, de los comportamientos cambiantes, de las investigaciones científicas, de los debates intelectuales de una sociedad llamada a producir de un modo muy diferente al de hoy y, por tanto, a relacionarse y organizar su tiempo de una manera que ahora sólo se sugiere pero que será un hecho de aquí a no mucho. No creemos en los milenarismos, pero parece cierto que este fin de siglo y de milenio está alumbrando un mundo muy distinto del que heredamos. A EL GLOBO no le gustaría que el árbol del acontecimiento cotidiano – monótono por reiterado, pero inevitable por inmediato – le impidiera ver el bosque de los fenómenos sociales, políticos, económicos, culturales o científicos que comienzan a emerger tras la cortina de humo de la realidad más próxima. Una primera etapa concluyó con la conquista de la libertad; aquella de la que nos gustaría ser testigos debería estar marcada por el tránsito a la modernidad.

Esto dicho, sería bueno terminar con una afirmación de principios. Y es que EL GLOBO queda desde luego comprometido, por origen y por convencimiento intelectual con lo que constituye el patrimonio moral de la casa que le ha dado a luz: la defensa intransigente de las libertades públicas y privadas; la afirmación de que la libertad es indivisible y, en consecuencia, la libertad de prensa es inoperante sin las demás; la creencia profunda de que el derecho a la información no es monopolio de los periodistas ni de sus empresas; la lucha por la permanencia de España en el, por desgracia, reducido grupo de nacionales libres del globo. Y una sentencia final: el éxito de una publicación “se basta no sólo en que sea interesante, sino en que sus lectores crean lo que dice… Para todos nosotros, la libertad y la responsabilidad de la prensa empieza en casa”. La frase fue escrita hace nada menos que 44 años. Formaba parte de un memorándum dirigido por un director de TIME a sus redactores.

Eduardo San Martín

Primera página

Juan Luis Cebrián

Leer

Pero no todo fueron triunfos. Decididos a impulsar el grupo acordamos el lanzamiento de un semanario político, convencidos  de que los que existían en el mercado no cubrían las expectativas de rigor informativo exigibles a una prensa de calidad. Tras husmear entre las cabeceras libres o que podían adquirirse a un precio módico, bautizamos a la nueva publicación como EL GLOBO, y encargamos a Eduardo San Martín su botadura como director. Establecimos su sede en el mismo edificio de la SER, no escatimamos medio ni inversión algunos, tanto en equipo humano como en dotación técnica, y emprendimos la nueva aventura con un exceso de optimismo, por no llamarlo arrogancia, que nos condujo directamente al desastre. Participé activamente en las discusiones sobre las medidas que debían tomar los gestores de la revista en lo que se refería al contenido editorial; aunque la mayoría de mis recomendaciones no se tuvieron en cuenta, tampoco estoy seguro de que siguiéndolas se hubiera podido evitar la catástrofe. Al margen de que los costes se habían disparado irracionalmente desde el principio, el contenido de la publicación no acabó de satisfacer la demanda, pese a que descubrió algunas buenas exclusivas. El último movimiento dramático fue la sustitución del director por Jesús Ceberio y la convocatoria de una reunión extraordinaria, un domingo bien entrada  la primavera, para decidir las medidas que eludieran el cierre de la publicación, a esas alturas solicitado por numerosos miembros del Consejo, aunque ni siquiera había cumplido un año de vida. Yo me resistía a una solución semejante, pues sabía que era imposible asentar un semanario de nuevo cuño en menos de tres años. Pero el éxito de EL PAÍS había sido tan fulgurante que mis razones caían en descampado.