6 noviembre 1991

El magnate de la prensa británica Robert Maxwell (Grupo Mirror) se suicida tras ser acusado de ser agente del Mossad

Hechos

El 5.11.1991 se conoció que Robert Maxwell había fallecido al caer/arrojarse de su yate en aguas de Gran Canaria y Tenerife.

06 Noviembre 1991

Al final de la escapada

Víctor de la Serna Arenillas

Leer

«Cap’n Bob», Robert Maxwell, sin duda el personaje más pintoresco y más polémico de la gran Prensa internacional en los últimos años, encontró ayer la muerte cuando buscaba su evasión a bordo de su yate -junto a medio centenar de personas más- después de una semana de duras pruebas: a la jauría de sus acreedores se habían unido escandalosas revelaciones sobre sus supuestos lazos con el espionaje israelí. Las crecientes dificultades han marcado los últimos tiempos de Maxwell como sus éxitos espectaculares marcaron anteriores etapas de su carrera. Era la estrella de la reunión de «management» de la Federación Internacional de Editores de Diarios en Madrid, hace tres años. En ella, Robert Maxwell predecía en tono tremendo que a final de siglo quedarían en el mundo occidental diez grupos de Prensa tan sólo. Junto a la sala, un representante de los editores británicos se paseaba con gesto irritado: «Las baladronadas de Maxwell sólo se las cree ya él». Ya por aquel entonces el enorme mito del «capitalista socialista» se estaba tambaleando. Su carrera ha sido una constante huída hacia adelante, desde el día en que el exiliado checoslovaco Jan Ludvik Hoch llegaba a la Inglaterra en guerra, hasta que la muerte le sorprendió en aguas canarias. De origen judío, trabajó para el servicio secreto británico en la guerra y su don de los idiomas (hablaba siete), pese a su falta de formación académica, le abrió el paso hacia el periodismo y el mundo de la edición después de la guerra.

El escándalo le persiguió hasta el final: hace sólo unos días aparecía el libro The Samson Option, del más famoso reportero investigativo norteamericano, Seymour Hersh, en el que se acusaba al jefe de información internacional del Daily Mirror, el principal periódico de Maxwell, de ser traficante de armas y agente del servicio secreto israelí. Un libro acusaba a Maxwell de haber mantenido estrechas relaciones con el Mossad. El gran negocio inicial de Maxwell, la editorial de libros científicos Pergamon Press, dio paso a sus aventuras en el mundo de la comunicación. Y ahí es donde el ovillo se convierte en una maraña. Cientos de empresas entrecruzadas, dos «holdings» que cotizan en Bolsa (Mirror Group Newspapers y Maxwell Communications Corporation), un ritmo frenético de adquisiciones y lanzamientos a título personal (los últimos: The European, con graves problemas; The Sunday Correspondent, cerrado; New York Daily News, en dudoso relanzamiento)… Desde el punto de vista empresarial, ahí parece estar el talón de Aquiles de Maxwell -como el de su némesis, el conservador Rupert Murdoch-, a saber: su expansión desenfrenada se produjo en el ambiente eufórico de principios de los años ochenta, a base de endeudamiento fácil y masivo. Cuando la economía reaganianathatcheriana cumplió su ciclo hace un par de años, cuando llegó la recesión y no podía proseguir su endeudamiento, el tinglado de Maxwell empezó a resquebrajarse. Sin dejar de poner en marcha operaciones, el magnate tenía que irse desprendiendo de muchos de sus más sanos negocios para financiar su deuda. Actualmente, MCC, grupo editorial diversificado, debe 2.300 millones de dólares (unos 250.000 millones de pesetas) a los bancos, y sólo el servicio de su deuda le debía costar 750 millones de dólares de aquí a finales de 1992.

La decisión, en junio pasado, de segregar las empresas norteamericanas de MCC de las británicas agudizó los temores a una liquidación del enorme grupo Maxwell. Se intentaba así salvar varios negocios americanos, entre ellos la prestigiosa editorial de libros Macmillan. Junto a MGN (Daily Mirror, Daily Record, Sunday Mirror, The People, Sunday Mail) y a MCC, sus dos pilares, y a los periódicos ya citados, Maxwell controlaba en la actualidad los diarios berlineses Berliner Zeitung y Berliner Kurier, siete semanarios alemanes, el diario israelí Maariv, dos periódicos de Budapest y cuatro títulos en Kenya. En los últimos meses Maxwell se dedicó obsesivamente a demandar (por sumas millonarias) a todos quienes expresaran dudas sobre la solidez de su imperio, con lo que quedó cada vez más aislado. Aunque en su día se expresaron algunas opiniones alentadoras sobre sus jóvenes hijos Ian y Kevin, que en mayo pasado ocuparon puestos de mando y ayer fueron nombrados presidentes interinos de MGN y de MCC, ayer los analistas de la City londinense opinaban que su imperio podría acabar pronto en manos de los bancos, porque nadie salvo él conocía de verdad las claves del entramado y, sin él, su gestión podría volverse prácticamente imposible. Los analistas ya habían determinado el verano pasado que debido a la recesión el imperio de Maxwell se había vuelto «inmanejable». En lo político, el ex diputado laborista -siempre fiel afiliado, ayer recibió una pronta y emocionada loa fúnebre de Neil Kinnock- también publicó las biografías elogiosas de Ceausescu y de Honecker, proclamó en su día que Solidaridad había muerto, pero se decía ahora entusiasmado con las reformas democráticas. En una pirueta más, había invertido en las citadas empresas de Prensa en la Alemania ex oriental (en asociación con los ex comunistas de Gregor Gysi) y en Hungría.

09 Noviembre 1991

El capitán Bob

Luis Oz (Felipe Sahagún)

Leer

A las diez de la noche, hora de Madrid, del martes la BBC abría su informativo 24 horas con los siguientes titulares: «Roben Maxwell, desaparecido. Recuperado un cadáver en aguas de las Islas Canarias. La Policía española asegura que es el de Maxwell». Dos horas antes, las principales emisoras españolas abrían sus diarios hablados de la tarde dando por segura la muerte de Maxwell, «el capitán Bob» para todos sus amigos y colaboradores, y sin citar fuentes. Como insistían, al mismo tiempo, en que el cadáver recuperado estaba desnudo, lo lógico hubiera sido asegurarse de la identidad del muerto antes de ponerle un nombre y explicar al oyente el origen de la información. Que los teletipos lo dieran por seguro, citando a la Policía y al primer doctor que vio el cadáver, era un dato importante pero nunca una emisora de radio debe considerarlo suficiente sin una comprobación de primera mano. En cualquier caso, siempre debe citarse la fuente para curarse en salud. Hasta avanzada la noche, después de que la esposa y el hijo mayor del magnate de la comunicación reconocieron el cadáver, no sustituyó la BBC el participio «desaparecido» por el participio «muerto». Si las fuentes y la comprobación de los datos siguen siendo uno de los talones de Aquiles de nuestros informativos, los números son y serán siempre una trampa sobre la que hay que saltar con sumo cuidado. Un ejemplo interesante lo tenemos en la información sobre las deudas del imperio Maxwell que dieron RNE y la SER en sus informativos de mediodía del miércoles. RNE, en crónica de su corresponsal en Londres, Carlos Riera, situaba las deudas del magnate judío en unos 700.000 millones de pesetas hasta la venta, hace pocos meses, del grupo editorial Pergamon, y en unos 400.000 millones de pesetas desde entonces. La SER, en cambio, nos informó de una deuda de 75.000 millones de pesetas. Parece que una de las emisoras añadió o quitó un cero a la hora de contar o a la hora de convertir las libras esterlinas en pesetas. La «gata» no tiene más importancia que las erratas (una o dos por artículo, salvo en un par de casos) encontradas en los dieciséis artículos de Felipe Sahagún publicados en EL MUNDO en la segunda mitad de octubre y primeros de noviembre sobre el proceso de paz en el Oriente Medio. Si las erratas en los artículos de Sahagún se pueden corregir con un mínimo de atención de los editores, erratas como las citadas en los informativos de radio en relación con la muerte de MaxweIi también se reducirían con una revisión de los textos antes de ser leídos ante el micrófono.

15 Noviembre 1991

La vida y la muerte de Robert Maxwel

José Mario Armero

Leer

MUCHAS veces pregunté a Robert Maxwell, al ocuparme profesionalmente como abogado de la mayor parte de sus asuntos en España, la razón que le llevaba a no prestar interés suficiente por temas que aquí se le presentaban e incluso abandonar asuntos que prácticamente había cerrado. Había llegado a un acuerdo con un importante editor de Barcelona para hacer la edición del periódico en Madrid. Recuerdo al menos las negociaciones con tres importantes editoriales de libros. Dedicó tiempo a conversaciones con financieros españoles, con vistas a la creación de empresas editoriales en los países iberoamericanos, teniendo una gran confianza en los hispanoparlantes de Estados Unidos. Cuando aún no se habían decidido las fórmulas de televisión privada, Robert Maxwell habló con representantes de casi todos los grupos. Interesado por todo el mundo de la comunicación, siempre conocía los nuevos proyectos que en España aparecían, y la realidad es que acababa dando preferencia a otro proyecto, en otro lugar del mundo. Es curioso, y difícil, que yo hoy escriba sobre la muerte de mi antiguo cliente Robert Maxwell ocurrida en mares de España. Hoy, sin más información que el dictamen preliminar de los médicos forenses del Instituto Anatómico Forense de Las Palmas, me gustaría que pronto lleguen a saberse las causas de su muerte. No puedo olvidar el número de muertos que siembran la historia, la pequeña y la gran historia, de hombres que entre nosotros murieron y nunca se llegó a conocer qué es lo que había pasado. Sería lamentable que no llegue a saberse, definitivamente, sin dudas, la causa de la muerte del creador de tantos imperios de la información.

He pedido datos al abogado que en Canarias estuvo en contacto con los. jueces, forenses, policías… Cree que todo se hizo muy bien y la documentación pendiente de conocerse es posible que facilite una solución definitiva. Hoy la autopsia señala que se trata, en principio, de muerte natural, paro cardiaco. Se han tomado y se seguirán tomando todas las medidas necesarias para conocer cuanto sucedió al magnate de la prensa Robert Maxwell el día 5 de noviembre de 1991 y las circunstancias que lo llevaron a la muerte. Creo que sus amigos, que queremos se sepa todo, tenemos la ventaja de estar ante un caso abierto, que probablemente se seguirá investigando. Sin capacidad para analizar las circunstancias de su muerte, deseo recordar las ideas que dirigían la conducta del gran personaje que yo conocí. El crecimiento empresarial era una verdadera obsesión; muchas sociedades, muchos puestos de trabajo, muchos centros de empleo… Europa como realidad y existencia de un periódico que fuera leído por los ciudadanos de todo el continente; The European, sin embargo, no cumplió todavía el sueño maxwelliano. La economía, el comercio, la industria, es privilegio de los que tienen información; por eso negociaba no sólo con el mundo de los medios de comunicación convencionales, sino con las fuentes informativas; su afán era adquirir empresas con ficheros de clientes, con muchos nombres, muchas direcciones. El capitalismo realizado por un hombre de izquierdas le llevó a una gran autenticidad en sus operaciones de prensa. Y bajo todas esas ideas, había un gran personaje humano, con una vida tan compleja, que coloca a Robert Maxwell entre los hombres verdaderamente importantes de nuestra época. Su inquietud, sus ideales compatibles con el afán de ganar dinero, la universalidad de su actuación, situAban a Maxwell en muchos servicios de información de las causas que encontraba que merecían ser defendidas.

Dedicó mucho a la ayuda, a la causa del pueblo judío. Y el domingo 10 de noviembre, en la cima del Monte de los Olivos de Jerusalén, fue enterrado Robert Maxwell, uno de los hombres que más había contribuido a la construcción del Estado israelí. «Nadie que le conociera pudo pasar con indiferencia ante su personalidad avasalladora», dijo en su elegía el presidente israelí Shaim Herzog. Me hubiera gustado escribir sobre las relaciones de Robert Maxwell con España y los españoles. Interés no le faltó, pero, a pesar de sus doce o catorce horas diarias de trabajo, vino poco a España y no llegó aquí a construir una parte importante de su imperio de la comunicación. Es triste que, algún día, en vez de la historia que me hubiera gustado escribir sobre las realizaciones de Robert Maxwell entre nosotros, tenga que existir alguien que escriba sobre la muerte de Robert Maxwell en España.