5 diciembre 1906

El Rey Alfonso XIII nombra al marqués de la Vega de Armijo nuevo Presidente

El Partido Liberal resquebrajado: Dimite el Gobierno de Segismundo Moret humillado tras sólo 3 días en el poder

Hechos

El 5.12.1906 se formó un nuevo Consejo de ministros para el Gobierno de España presidido por el marqués de la Vega de Armijo.

Lecturas

El 4 de diciembre de 1906 dimite D. Segismundo Moret Prendergast, del Partido Liberal, como presidente del consejo de ministros a los 3 días de haber sido nombrado jefe de Gobierno.

El Rey de España D. Alfonso XIII nombra nuevo presidente del consejo de ministros a D. Antonio Aguilar Correa, marqués de la Vega y Armijo, también del Partido Liberal.

  • Presidente – D. Antonio Aguilar y Correa, marqués de la Vega y Armijo.
  • Ministro de Gobernación – D. Álvaro de Figueroa Torres, conde de Romanones.
  • Ministro de Estado – D. Juan Pérez Caballero y Ferrer
  • Ministro de Gracia y Justicia – D. Antonio Barroso y Castillo
  • Ministro de Hacienda – D. Juan Navarro Reverter
  • Ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas- D. Francisco de Federico y Martínez
  • Ministro de la Guerra – D. Valeriano Weyler y Nicolau
  • Ministro de Marina – D. Juan Jácome y Pareja
  • Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes – D. Amalio Gimeno y Cabañas

Permanecerá en el gobierno hasta el 25 de enero de 1907.

EL NUEVO GOBIERNO

Vega_Armijo D. Antonio de Aguiar y Correa, marqués de la Vega y Armijo – Presidente del Consejo de ministros

Romanones_viejo Conde de Romanones – Ministro de Gobernación

AntonioBarroso D. Antonio Barroso – Gracia y Justicia

Navarrorreverter Sr. Navarro Reverter – Ministro de Hacienda

ValerianoWeyler D. Valeriano Weyler – Ministro de la Guerra

Cisma y nuevo pontífice

Eugenio Selles

5-12-1906

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¡Qué lástima de Sr. Moret! ¡Qué lástima de elocuencia magistral, espléndida! Tenía su trono de soberano en la cámara popular y se puso a maniobrar en la sombra de las antecámaras. Hubiera hablado con noble claridad diciendo ante la representación nacional lo mismo que ha dicho después a sus espaldas y habría triunfado como orador y tal vez como Presidente; prefirió callar, dando un voto contra lo que sentía, y buscar luego lo que quería por las rinconadas obscuras. Y en ellas ha encontrado su castigo. La moral ha repuesto su imperio desacatado. ¡Y si al menos no hubiese padecido también la lógica! La lógica es a veces la moral de muchas inmoralidades políticas. El consejero leal – y no suele ser leal el consejero espontáneo – al decir a su Rey:

‘El Partido Liberal está dividido, ese instrumento de Gobierno está roto’, debió añadir: ‘procede traer otro instrumento útil’.

Pero decir ‘el instrumento está roto, yo, sin embargo, tocaré con él’, es ir derechamente al fracaso. Sonará lo que ha sonado: una solemne pitada, o mejor dicho, dos escandalosas pitadas: una del Gobierno caído ante de echar a andar y otra contra el Gobierno.

¡Qué lástima del Sr. Moret! ¡Qué lástima de talento tal alto como culto! Se ha extraviado esta vez, empeñándose en la consumación de lo absurdo. La lógica ha recobrado también su autoridad ultrajada.

El paso rapidísimo de esas estrellas fugaces deja, sin embargo, una memoria perpetua, manda poco piadosa al país contribuyente: la de 30.000 pesetas anuales para las cesantías de los cuatro ministros nuevos y sin estrenar.

Y tenemos ahora otro gran jerarca más en ese partido formado por presidentes de Consejo.

El señor marqués de la Vega de Armijo es varón de calidad y de respeto por todas sus circunstancias. Ha compuesto bien su Ministerio y puede unir en corriente mansa los cuatro vientos cardinales tan revueltos y tempestuosos en los días pasados.

¿Su programa? Obrará con prudencia callándolo. Nadie cree ya en los proyectos de nuestros políticos. El Sr. López Domínguez que no lo tenía, es el único parlamentario al programa de la democracia. El Sr. Moret, en cambio, no se enteró de que tenía un programa radical, aquel programa póstumo, hasta el preciso momento en que bajaba las escaleras de la Presidencia para salir del Gobierno. Esperemos, pues, los hechos, y olvidemos las palabras.

Eugenio Selles

El predominio de la templanza

EL IMPARCIAL (Director: Luis López-Ballesteros)

5-12-1906

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Está constituido el nuevo gobierno. El señor marqués de la Vega de Armijo ha conseguido formar un gabinete en que haya más  menos eficaz representación de todos los matices del Partido Liberal. Nada categórico puede saberse respecto al plan del presidente. Lo que sí es aceptado como inevitable es que no permanecerá durante mucho tiempo ante las Cámaras sin que en verdad sea eso imputable al marqués, el cual tiene bien probado, con una larga historia, su amor al parlamentarismo. Pero las circunstancias imperan sobre los propósitos, y harto se comprende que, sin quebranto ni destomposiciones, hay que rehuir el diario riesgo de la discusión. Tales remiendos se han ido echando a la tela, que a poco que se tire de ella vendrá el rasgón definitivo, y no hay, por ahora, otro paño con que cubrirse.

Pero por muchos miramientos que sé tengan, no podrá impedirse que la legítima curiosidad de la opinión trate de inquirir que pensamiento impera en esta situación nueva.

Entre tanto que se declara de un modo oficial, habrá que ir consignando lo que la observación da de sí y lo que la lógica indica como probable.

Sorpresa extraordinaria causaría al que el gabinete respondiera a los radicalismos que estos días han andado sueltos y que tienen expresión concreta en las palabras de los que consideraban urgentísimo discutir sin aplazamiento y votar sin reformas esenciales el proyecto de asociaciones.

Es seguro que después de esta agitación superficial y convenida se habrán calmado las impaciencias y predominará un útil espíritu acomodaticio. Ciertas campañas no pueden tener aquí otra eficacia que la puramente verbalista. Después de recitada la resonante tirada de versos, la realidad, que está entre bastidores, se apodera de los héroes vestidos de corazas de talgo y los convierte en pacíficos burgueses.

Necesaria es una reforma mediante la que disminuya el excesivo desarrollo de las órdenes religiosas, y nótese que cuando de este asunto nos ocupamos, empleamos la fórmula que usó un hombre conciliador: el Sr. Fernández Villaverde. Pero esa obra, si ha de realizarse, ha de ser con templanza y sin ponernos en el riesgo de que se interrumpan las relaciones de España y el Vaticano. La pura y neta aplicación de las regalías de la corona no puede estar reñida con el respeto a la autoridad del Sumo Pontifice. Ni en Francia, donde hay antecedentes históricos que aquí no existen, se dejan llevar los radicales de reflexivas vehemencias.

Hay dos políticas que seguía en esta materia: la de la violencia y la serenidad.

A este propósito es oportuno recordar las declaraciones que hace pocos días formulaba en la Cämara italiana, en nombre de aquel gobierno, el Sr. Gallo, ministro de Justicia, contestando a un discurso del diputado republicano Roberto Mirabelli.

‘Hay dos métodos de política religiosa – decía el ministro italiano – la libertad y la violencia, y hay que escoger entre los dos. Sin querer criticar la política que se sigue en otros países, el gobierno de Italia afirma francamente que rechaza toda idea de política violenta: no basta permanecer fieles a la libertad. El Estado italiano es bastante fuerte para poder inspirarse en el concepto elevado de un espíritu laico que respeta los sentimientos religiosos en todas sus manifestaciones. Nada podrá impulsarnos a olvidar las garantías de libertad que son debidas a la religión y a sus jefes reconocidos’.

Obsérvese que estas cosas se dicen por el gobierno de un país en el que imperan las tradiciones y que ha destruido el poder temporal de éste: es un país donde el recuerdo de las contiendas de la Gaeta y de la Puerta Pía queda como manifestación de rencor en los ámbitos nacionales.

Es que los gobernantes tienen allí una prudencia que justifica su alta representación y garantiza sus responsabilidades.

Donde quiera predominan estos temperamentos, y aquí ya se verá muy en breve cómo se acogen a ellos los más exaltados.

Por la tranquilidad de los ánimos y por los supremos intereses de la paz pública, está bien que así sea. Y además será una homilía contra el orgullo y una lección contra la intemperancia.

Al Yunque

EL LIBERAL (Director: Alfredo Vicenti)

5-12-1906

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Se ha calmado la agitación popular ante la seguridad de que el nuevo ministerio viene a discutir inmediatamente y a aprobar, en cuanto le sea dable, el proyecto de ley de Asociaciones.

No se ha operado un desarme. Se ha producido una tregua. Al menos retroceso, a la menor vacilación en los actuales gobernantes, se seguirá de manera fatcio e inevitable su caída. Para derribar a los otros, si flaquean o claudican, habrá de sobra con un abanicazo.

Admitido y agradecido por la opinión democrática será lo que le den de añadidura. Pero como se encuentre sin lo esencial, aún más pronto que el tinglado Moret, echará abajo el retablo Vega Armijo.

El pensamiento colectivo ha sufrido una radicalísima transformación en estos últimos años. Ahora va derecho a su fin, que, no habiendo podido ser una afirmación categórica, es una negociación rotunda.

Ahora, desdeñado los viejos sufeniemos y circuloquios, esgrime sin piedad las verdades punzantes e insolentes. Así lo han querido aquellos que tantas veces lo cacarecieron y lo estaaron. He ahí la razón de que la crisis de anteayer no se haya resuelto ni en Palacio ni en las Cortes, sino en la vía pública.

Relató Quevedo la caída de los privados y llamó al relato ‘Grandes anales de quince días’. Esta vez le ha imitado el pueblo, no escribiendo, haciendo la ‘Historia de medio siglo que pasó en media semana’.

Se ha efectuado una gran simplificación, a cuyo empuje ha rodado Moret, y ya en lo sucesivo de nada valdrán las especiosas fórmulas ni los longínucos programas.

O clericales o anticlericales. No queda más disyuntiva.

Adviértanse que al emplear esos términos también nosotros simplificamos anteponiendo la brevedad a la exactitud. No se trata en las presentes luchas del pobre clero español, tan sacrificado como el pueblo, de donde trae su origen; se trata de las Ordenes monásticas, extranjeras en sus nueve décimas partes, y de Roma, poder extranjero que pretende ejercer sobre nosotros la dominación temporal que ha perdido en Italia y en el resto del mundo.

Se cumplirá un siglo dentro de seis años desde que aquí comenzó la división esencial y característica entre liberales y reaccionarios, entre blancos y negros,. A un lado se colocaron en las Constituyentes de 1812 y en las de 1820, los que abolían la Inquisición, el diezmo y el Voto de Santiago; al otro, los que se obstinaban en subordinar al Estado a la Iglesia y en considerar a Roma como fuente de toda soberanía.

Triunfó el espíritu liberal en tres guerras civiles y para asegurar el triunfo tuvo que hacer veinte pronunciamientos y dos o tres revoluciones. Pero le vendieron y le traicionaron siempre, haciendo a socapa causa común con el adversario, los que se llamaban sus amigos.

El último ha sido el Sr. Moret, que en una fulminante e ignominiosa caída paga juntas sus culpas y las de sus predecesores. Y al fin vamos a ver en última instancia ese perdurable y artificioso pleito.

No ocupa ni un palmo de terreno la humilde ley de Asociaciones. Pero con si palmo de terreno en que la opinión democrático ha instalado de un manotón el nuevo ministerio tenemos lo bastante para dar y ganar la batalla al ultramontanismo. Mejor que ciertos cándidoso pasivos demócratas, lo comprenden los neos de todas filiaciones y castas. Ellos, organizando enjeontra Ligas y Asambleas, allegando cuantos elementales de distintos sexos y categorías pueden serles útiles ofrecen un ejemplo a los liberales eclécticos, desmayados o perezosos, que creen, al parecer, lo que no han creído nunca sus adversarios: que el maná sigue bajando del cielo.

A suplir la torpe insuficiencia o la propensión traicionera de los tibios, de los aguados, de los cobardes, de los contemporizadores, ha acudido al presente la anónima masa popular, en la cual llevan tanto parte los desarrapados como los bien vestidos, convencida de que es ella sola y por sí misma quien puede y debe cortar de una vez el nudo gordisno.

Y ella ha derribado en tres días el templo de Moret y en tres días ha improvisado la ermita provisional que Vega de Armijo ocupa.

Si el anciano heredero de aquel gran debelador de intrusiones eclesiásticas que se llamó Pedro Madruga, entiende y cumplo la misión que ha aceptado, su ancianidad florecerá y durará, calentada por el espíritu de la democracia: si no sabe o no puede, vendrá a tierra tan de prisa como un viejo aerostato, al cual por los resquicios se le escapa el hidrógeno.

De lo que ayer le aconteció con el señor Cobián han intentado sacar partido los profesionales de un arte caduco, señalando el caso como una demostración de la pristina o irremediable flaqueza. Pues muy al contrario, ese firme corte aplicado en los comienzos, le parecerá a la opinión una garantía de los desenvolvimientos futuros.

Brava farsa la de fingir creer que el ministerio iba a archivar lo mismo que Moret, la ley de Asociaciones. Famoso trampantojo al que estos políticos epicenos que invocan, a título de Biblia liberal, el acuerdo de 1903, cual si de ese acuerdo no es apartarse muchísimo más que la ley de Asociaciones el último programa moretista, en que se brindaban a España la total secularización del Estado y la plena libertad de cultos.

Se han acabado las farsas y las intrigas, o cuando menos existe la seguridad, ya acreditada con hechos, de que contra quienes, altos, medianos o mínimos intenten volver a esos usos, se levantarán y se dispararán solas las piedras de la calle.

Con que déjense los unos de artimañas y los otros de equívocos y a sumarse aquellos con los usos, y a discutir los recién venidos – que para eso no más han venido – el proyecto de ley de Asociaciones.