8 julio 1966

El director de ABC, Torcuato Luca de Tena, reprocha al director de Pyresa por no ser neutral

El periodista monárquico Julián Cortés-Cavanillas estalla contra Jaime Campmany por sus burlas a Don Juan de Borbón en el ARRIBA

Hechos

El artículo de D. Jaime Campmany publicado el 7 de julio de 1966 en el diario ARRIBA causó una réplica de D. Julián Cortés-Cavanillas en el diario ABC.

Lecturas

El columnista del periódico público Arriba y director de Pyresa, D. Jaime Campmany Díez de Revenga y el columnista del periódico monárquico D. Julián Cortés-Cavanillas polemizan por la Monarquía del que el primero es detractor y el segundo partidario. Mientras el Sr. Campmany Díaz de Revenga utiliza un tono más jocoso, el Sr. Cortés-Cavanillas usa un tono más vehemente. El director de ABC D. Torcuato Luca de Tena Brunet también intervendrá para defender al Sr. Cortés-Cavanillas frente al Sr. Campmany Díaz de Revenga.

08 Julio 1966

Pajaritas de Papel

Julián Cortés-Cavanillas

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El laureado escritor – Premio Mariano de Cavia 1966 – señor Campmany se ha dignado desde su encumbrada ‘Pajarita de papel’, del diario ARRIBA, intentar ofender mi modesto nombre de escritor con una alusión olímpica y despectiva, sin otro objeto que ofender a su vez, y a mi costa, a la humana, caballerosa, inteligente y españolísima personalidad de Don Juan de Borbón. El actual director de la Agencia Pyresa, que impone cuando gusta a la Prensa del Movimiento sus artículos ironizantes o denigratorios contra el Conde de Barcelona – caprichos que pagamos todos los españoles – no puede admitir que Don Juan posea libros importantes en su biblioteca, y entonces se permite lanzar este dardo venenoso con precisión textual: “No es lo mismo leer Los cipreses creen en Dios y Un Millón de muertos, de José María Gironella, que Alfonso XII, Alfonso XIII y La Caraba de Julián Cortés Cavanillas’.

Desde luego, el señor Campmany no obstante haber coadyuvado de manera tan efectiva el ejercicio de la censura previa como secretario privado de un director general de Prensa, debía saber por sus muchas luces intelectuales y polítiicas que el autor de esos libros citados, antes en plena República de ‘sangre, fango y lágrimas’, había mantenido durante bastantes meses, con tanto riesgo como coraje, una sección en el diario ‘La Correspondencia Militar’ dirigida por Tarduchy, titulada ‘Pajaritas de papel’ que le costó al que suscribe tres procesos; al periódico su muerte por aplicación de la ley de Defensa de la República dictada por Casares Quiroga y, finalmente, un exilio para evitar los ocho años de prisión que por una Pajarita de papel exigía el fiscal de Don Niceto.

Por entonces, este autor tan despreciado por el señor Campmany recibía felicitaciones y estímulos de no pocos generales – algunos importantísimos – alentándome a proseguir la lucha contra la República después de haber sido en el verano de 1931 uno de los pocos, de los raros amigos de José Antonio Primo de Rivera, que se jugaron por él la cara y el tipo en las elecciones parciales en que presentó su candidatura frente a la del patriarca del laicismo republicano don Bartolomé Cossío. Ahí está don Rafael Garcerán, testigo de mayor excepción por pasante e íntimo de José Antonio, que no me desmentirá, y quizá tampoco desmentiría aquella afirmación del mismo José Antonio – por aquellas mismas fechas de finales del verano de 1931 – cuando, negando la posibilidad de la vuelta de Don Alfonso XIII añadía que, en cambio, existía un Príncipe – entonces Infante de España en el destierro – que ya podía resumir las esperanzas de muchos españoles y que se llama – decía – Don Juan de Borbón y Battemberg. Es decir este mismo “cierto personaje” según el señor Campmany al que se le buscan toda hora las cosquillas con cualquier pretexto para negarle el pan y el agua de la España que tanto quiere.

Este comentario a un ataque de bilis política no puede terminar sin que yo me permita el lujo de suponer – ¿por qué no he de hacer también hipótesis? – que acaso el ataque del Sr. Campmany se debía a mi intervención romana – juntamente con Dionisio Ridruejo en 1948 – contra el señor Albornoz, cuando se presentó como jefe del Gobierno de la República en conferencia de Prensa que deshicimos – y yo concretamente – con la sola exhibición de tres retratos de un pobre viejo asesinado en Madrid por la República, que era mi padre, cuyo delito era creer en Dios y sentir la misma fidelidad al Rey que su hijo. Sin embargo, en estas horas de propaganda ‘tipo Campmany’ se equivocan quienes creen que lo cómodo es disparar por elevación contra Don Juan y falsear verdades como puños de un pasado inmediato. Cierto es que no basta querer ofender, sino realmente poder. Y con la ‘Pajarita de papel’ de Campmany, al asociarme, aun despectivamente, con quien me asocia, me ha hecho un honor que nunca podrá comprender el actual Premio Mariano de Cavia.

Julián Cortés-Cavanillas.

09 Julio 1966

Comprímete Julián

Jaime Campmany

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Mi querido Julián:

Eres enternecedor. Me has dejado las bolas como dicen que se las ponían a Fernando VII. O es que te has enfadado con exceso o que lo has hecho adrede para tentarme de crueldad. De una manera o de otra, y no quiero aprovechar tu enfado o tu picardía para ligar una serie americana mirando al público. Yo me siento obligado a decirte para que mi silencio no se interprete como soberbia o como desprecio que me parece que no tienes razón ni en algunas cosas que dices ni en la forma de decirlas. Pero debo decírtelo así, con las manos en la espalda, con la sonrisa en los labios y con la cordialidad en la pluma. Primero, porque tus lectores y los míos merecen la consideración de oírnos dialogar en voz limpia y en tono mesurado: segundo, porque tú mereces ser tratado con la cortesía que tan pocas veces olvidas; y tercero, porque yo nunca escribo para ofender; no porque no sepa, que esas y otras cosas peores ha aprendido uno, sino porque no quiero.

Te lo voy a demostrar. Si la alusión que en mi artículo dediqué a tu nombre y a tus libros te ha ofendido, yo, Jaime Campmany, laureado escritor, como me llamas; premio Mariano de Cavia 1966, como me recuerdas; desde mi encumbrada pajarita como la calificas, te pido perdón con la humildad necesaria para satisfacerte, y sé pefectamente que corro el riesgo de que trates esa petición de perdón que te presento con el desprecio olímpico que tú me atribuyes y que yo no gasto con nadie, ni siquiera contigo. Quiero aclararte, querido Julián, que si he repetido lo de laureado, lo de Premio Mariano de Cavia y lo de encumbrada pajarita ha sido sólo para pedir tu perdón con un nuevo ejercicio de humildad, porque bien sé que mi pajarita es un pequeño y pobre pedazo de papel que yo dobló todos los días con mucho trabajo, sinceridad y amor, pero con poca brillantez que está más cerca del cero que del infinito y que el Premio Mariano de Cavia lo debo mucho más a la generosidad y elegancia de la Casa donde tú trabajas y escribes que a mis escasos méritos de torpe discípulo de mis colegas.

Yo no sabía, querido Julián (a pesar de esas luces intelectuales y políticas que tú me asignas y que Dios me ha dado sólo en la medida suficiente para no hacer el ridículo entre compañeros como tú) que habías mantenido una sección periodística titulada ‘Pajaritas de papel’. Yo he leído la Cocotología de Unamuno; sé de memoria un ternísimo poema a la pajarita de papel de Federico García Lorca y alguien me ha dicho estos días que Montoto de Flores hizo una sección con ese lema en EL CORREO DE ANDALUCÍA, pero me alegro de saberlo, porque de aquí en adelante pensaré que lo poco bueno que tengan mis pajaritas lo habrán heredado de las tuyas. Tampoco sabía que un fiscal pidió a los jueces para ti ocho años de prisión por una de ellas. Pero ¡hombre!, si es que a veces te pones muy violento. Yo admiro el entusiasmo, pero hay que mantener las vehemencias dentro del límite que marca el Código Penal ¡Comprímete, Julián!

Por ejemplo: es excesivo decir que yo he coadyudado de manera efectiva a la censura por haber sido secretario particular de un director general de Prensa. Claro es que a veces la censura es un mal menor. Prefiero perderme un artículo tuyo a que te metan ocho años en la cárcel. Pero la censura es una desagradable y delicada labor que no estuvo nunca en mis abiertas manos, sino en las de respetables y sufridos funcionarios, y no me he considerado nunca con fuerzas ni vocación para ejercerla sobre nadie, sino sobre mí mismo, como ahora hago. Yo podría decir, querido Julián, que tus crónicas por aquellos mismos años estaban escritas al dictado oficial, porque alternabas tu corresponsalía de ABC en Roma con la secretaría privada del embajador Sangróniz; pero prefiero no decirlo, porque tal vez fuera tomar una pizca de tu injusto apresuramiento. ¡Comprímete, Julián!

Y ¿a quién se le puede ocurrir que yo quiera ofenderte por haber deshecho una rueda de Prensa de don Álvaro de Albornoz con el arma impresionante del recuerdo de tu padre asesinado? Todos merecéis mis respetos: Don Juan de Borbón, el señor Albornoz, tú, querido Julián, y sobre todo ese anciano, leal y religioso, asesinado por unos hombres condenados muchos años al hambre, a la ignorancia y a la desesperación, a quienes la Monarquía puso estúpidamente el odio en el corazón y a quienes la República puso criminalmente las armas en la mano. El respeto personal que me merezcan don Juan de Borbón y don Álvaro de Albornoz no deben estorbar que yo trate de que mi patria no caiga otra vez en aquella estupidez o en ese crimen.

Jaime Campmany

10 Julio 1966

Bellas frases para un mitin societario

Julián Cortés-Cavanillas

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El señor Campmany con otra Pajarita de papel de réplica a mi réplica por sus ofensas, me obliga a decirle con Cervantes que letras sin virtud son perlas en el muladar. Porque mientras con falso susurro afectuoso habla de la conveniencia de un diálogo limpio y de un tono mesurado, y asegura que no escribe para ofender y que no quiere ofender, incurre – con puntas venenosas de insolencia y de ironía – en algo peor que una ofensa, al emplear un tono de humor negro sarcástico, para englobar con tiste y despiadada sorna a Don Juan de Borbón, a don Álvaro de Albornoz, a mi persona y al cadaver de mi padre, asesinado – dice – por unos hombres ‘ a quienes la Monarquía puso estúpidamente el odio en el corazón y la República puso criminalmente las armas en la mano’. ¡Qué bella frase para un mitin societario, Jaime Campmany!

A los comentarios que se habrán hecho los lectores de ‘Pajarita de Papel’ yo debo añadir unas puntualizaciones:

  • 1) La Monarquía productora de odio – según mi compañero en la Prensa – había desaparecido el 14 de abril de 1931, y mi padre fue asesinado el 6 de octubre de 1936, un largo lustro más tarde, por orden de un violinista de la CNT que no era ni un ignorante, ni un hambriento, ni un desesperado.
  • 2) Por mi incidente con el señor Albornoz, calificado entonces de jefe de Gobierno de la República en el exilio – de quien declara el Sr. Campmany que le merece todos los respetos – recibí felicitación personal del Generalísimo Franco y la oficial del Gobierno, a más del homenaje que me ofreció la Asociación de la Prensa, que presidía el inolvidable Víctor de la Serna.
  • 3) A la afirmación de que yo fui secretairo privado en Roma del embajador Sangróniz alternando tal función con la de corresponsal de ABC, Campmany miente en absoluto. Jamás fui secretario ni privado ni oficial del marqués de Desio, y sí siempre amigo entrañable, l que no fue óbice tan gran amistad para que yo en ningún momento leyera o consultara previamente al embajador una crónica mía para ABC, ni él tampoco nunca me sugiriera o aconsejar cualquier tema en orden a los acontecimientos políticos en Italia en relación con España.

Esta es una verdad que, al menos espero reafirme solemnemente por probidad profesional quien es director de Pyresa y colaborador distinguidísimo del diario ARRIBA.

Julián Cortés-Cavanillas

11 Julio 1966

Margarita final

Jaime Campmany

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Querido Julián:

No, hombre, no. Yo no me refería a eso. Tal me expliqué mal. Cuando yo te dije “comprímete Julián” aludí a la hinchazón del tono y a la inflación de los argumentos pero no al número de renglones. Te vas quedando con poquita voz, pero todavía desagradable. Si ayer eras enternecedor, hoy eres reincidente; sin embarg yo permaneceré en mis manos en la espalda y con la sonrisa en los labios. Y, además seguiré el orden de tus puntualizaciones para ñaadir las mías.

  • 1) El odio es a veces una carga lenta con espoleta retardada. El odio que produjo aquella Monarquía fue acumulándose durante muchos años y tardó sólo cinco en estallar. No te extrañes de esto. Han pasado treinta años y alguien podrá pensar, leyéndote, que todavía n se ha apagado el tuyo. Por desgracia, Julián, en aquellos años también un violinista podía estar condenado al hambre, a la ignorancia y a la desesperación. Aquellos violones trajeron esos violines. Y ten en cuenta que tú hablabas de un crimen político y no de un asesinato musical.
  • 2) No he puesto jamás en duda las felicitaciones y homenajes que dices haber recibido. Tú los pregonas y yo los creo, pero tampoco dispongo de demasiado tiempo para comprobar el privilegio épico heróico con que te coronas en esos comentarios tan cercanos a la autobiografía apasionada. Doy por ciertas las altas felicitaciones que mencionas y el homenaje patrocinado por Víctor de la Serna. Del inolvidable Víctor se cuentan también otras ingeniosas y festivas anécdotas.
  • 3) No quiero discutir la definición de tus relaciones con el embajador Sangroniz. Acepto de buen grado la que tú me das y la que él me escribe. Pero yo no puedo mentir, por la simple razón de que nada afirmé. Dije que podría afirmarlo, pero que prefería no hacerlo para no tomar ‘una pizca de tu injusto apresuramiento’. Ya ves. Yo calificaba benévolamente de injusto apresuramiento tus afirmaciones inciertas y tú despachabas como mentiras mías suposiciones que yo mismo rechazaba. La rectificación de tus injustos apresuramientos no la encomendaré yo a la probidad profesional, perfiero dejarla al imparcial juicio del lector. No creo que haya nadie que tache mis artículos de denigratorios, ni siquiera comparándolos con los tuyos: no creo que haya directores de periódico que necesiten la imposición del autor para publicar en sus páginas los artículos de último Premio Mariano de Cavia y mucho más si no disponen de tu colaboración; y, por supuesto, todos los españoles entre los cuales hay que incluirte, no pagáis ninguno de mis caprichos. ¡Hasta ahí podíamos llegar, Julián! Más bien eres tú quien quieres que todos los españoles paguemos un caprichito tuyo.

De niño, cuando caía en la tentación de decir alguna mentirijilla me hicieron ver que la mentira sólo la cultivan aquellos que no disponen de inteligencia ni de valentía para afrontar la que no disponen de inteligencia ni de valentía para afrontar la verdad. Y eso me bastó, porque desde mi infancia he sentido un compasivo horror hacia la necedad y una repugnancia instintiva a la cobardía. Podrás decir siempre que miente, querido Julián, quien diga que miento yo, sin temor alguno a que le demuestren lo contrario.

Dices que yo incurro en puntos de insolencia y de ironía. Lo de la insolencia no podrás señalar donde. Lo de la ironía, tampoco; porque la ironía, gracias a Dios, no lleva signos ortográficos. Yo puedo decir, por ejemplo, que tú eres un fértil ingenio y habrá quien irremediablemente lo tome a guasa por poca ironía que yo pusiese en mi intención. Y viceversa. Pero de eso ya no seré yo el responsable, sino el juicio que de ti tengan formado los lectores y tú mismo. Por eso, cuando yo afirmé que ‘no es lo mismo leer Los cipreses creen en Dios’ y ‘Un millón de muertos’ de José María Gironella, que ‘Alfonso XII, Alfonso XIII y La Caraba, de Julián Cortés Cavanillas, tú le diste por ofendido y Gironella se quedó tan fresco.

Dices que yo ofrezco todos mis respetos al señor Albornoz, y bien sabes que no fue esa mis frase. El señor Albornoz, Don Juan de Borbón y tú mismo merecéis, en diversa medida, mi respeto personal, pero no ‘todos mis respetos’. A esa figura se le llama tergiversación de frases ajenas, que es achaque de polemistas impotentes. No debiste caer en esa trampa, Julián. Ya te aconsejaba yo que te comprimieras.

También dices, con Cervantes, que letras sin virtud son perlas en el muladar. Las mías, si no otras, tienen en esta ocasión la virtud de la paciencia. No me parece mal aplicar a nuestra polémica la frase cervantina de las perlas y el muladar, pero siempre que dejemos a los lectores dictaminar sobre quién cultivó las perlas y quién depositó los cagajones. Mis letras no me parecen perlas. Las que me he dedicado a ti no pasan de margaritas. Aquí te doy la última, mi margarita final. Puedes hacer con ella lo que quieras: hozarla o ponértela en el ojal. Pero, de cualquier manera, yo ya no te daré otra.

Jaime Campmany

12 Julio 1966

Carta a Campmany

Torcuato Luca de Tena y Brunet

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Señor don Jaime Campmany

Mi querido amigo:

Es achaque frecuente, en nuestra común profesión, cometer la ingenuidad de pensar que los garabatos que escribimos tienen tal fuerza de persuasión que pueden inducir, cuando no a convencer, al menos a reflexionar a nuestros destinatarios.

Por no ser yo una excepción a la regla y por dirigirme, en este caso, a un hombre por el que siento sincera estimación personal y literario, esta carta mía participa de esa esperanzada ingenuidad.

Bien sé lo difícil que resulta mantener una sección diaria en un periódico con la calidad de estilo (y no pocas veces, de pensamiento) como la que tú has creado y recreas cada día en las páginas de ARRIBA.

La dificultad de apresar cada veinticuatro horas en las redes de tu pluma un tema digno de tu ingenio, es, en verdad, muy grande.

A esa dificultad – y a la velocidad que a veces exige el cotidiano quehacer y que nos priva de la necesaria reflexión – habrá que achacar, sin duda, las befas injustas e injustificadas hacia el que durante muchos años fue tu compañero de corresponsalía en Roma, Julián Cortés Cavanillas.

¿A qué venía esa innecesaria bofetada en letras de molde del día 6 de julio, tanto más cruel cuanto gratuita? ¿A quién servías al ofenderle? ¿A qué provocación suya respondáis?

Se diría que cuantos pretenden exhibir una burda caricatura de Monarquía servida por terratenientes feudades, y duques sin seso, se sienten especialmente irritado ante el mentís que represnetan casos como el de este escritor y periodista de origen bien modesto, sin más perras en los bolsillos que las que gana con su trabajo y que ha dedicado su vida y sus escritos a enaltecer la Institución y la personas que otros se empeñan en denigrar.

Cierto es que tú disparabas más alto. Y para hablar también de ello, Jaime Campmany, voy a rogarte unos minutos de sosegada lectura.

La mofa a Don Juan de Borbón, a quien no conoces, del que nada sabes, no hubiera podido ser hecha por ti (por respeto a tu propia honestidad humana y de escritor) si conocieras o supieras algo, al menos, de aquel a quien disparabas aquellas ofensas que, de rechazo, alcanzaron a Cortés Cavanillas.

Es una pena que nuestro colega, el redactor gráfico autor de la fotografía que tanto te ha sorprendido, no haya captado con su cámara ni los títulos de los libros de aquella biblioteca ni otros detalles entrañables de ese despacho español en tierra extranjera. A poco que hubiese variado el ángulo del objetivo hubiera captado la fotografía algo desvaida de un soldado en traje de campaña: su hermano Don Carlos de Borbón, muerto en el frente de Eibar en los primeros meses de nuestra Cruzada. Muy cerca de allí hay un banderín roto, salpicado de sangre y de barro: barro de Extremadura, de Castilla, de Aragón, de Cataluña. Sobre la tela hay unas ifrmas: la de los oficiales de la XVI compañía de la cuarta Bandera de La legión. Entre ellos hay un laureado, entonces capitán del Tercio, hoy general del Ejército, director de una Academia Militar. Todos cuantos se lo remitieron conservan en sus casas, enmarcada y el sitio de honor, la carta que les escribió ese hombre de quien te mofas. Aun con riesgo de que pienses que te hago perder unos minutos más (en la creencia de que te los hago ganar) permíteme que la reproduzca aquí textualmente:

Con emoción máxima recibo el banderín de la 16ª Compañía de la Cuarta Bandera de la Legión y el mensaje que la acompaña. La lectura de esa historia de terinta y dos meses de gloria y honor me llena de admiración el alma. La lista de nombres duros y magníficos de pueblos y ciudades desde Andalucía hasta Cataluña, me hace sentir con dolor intenso casi el contacto de esa patria que tanto amo y por la que hubiera querido luchar al lado de vosotros. Dios no lo quiso así… a su voluntad me entrego, y si es que para otros destinos reserva mi vida creedme que nada me confortará tanto en él como la seguridad de tener a mi lado unos oficiales que saben, en la guerra, luchar de ese modo y en la paz tener rasgos tan llenos de viejas hidalguía como el que vosotros acabáis de tener con Mi persona.  

Vuestro desgarrado banderín, manchado de sangre, ocupará en mi Casa un puesto destacado de veneración y de respeto. Ante él, como ante un último capítulo de su historia, yo pediré a Dios cada día que me haga digno de esta España rescatada con tanto dolor.

Afectuosamente os saluda Juan. Roma, a 18 de marzo de 1942.

Sean cuales fueren, Jaime Campmany, tus ideas, quizá sujeta a noble revisión sobre el futuro de ‘esta España rescatada con tanto dolor’, ¿no es cierto que el autor de esta carta merece ser tratado con muchísimo respeto?

En tu réplica a Cortés Cavanillas afirmas que no pretendes en tus escritos ofender a nadie. Creo en tu sinceridad, pero creo también en tu inadvertencia, ¿no crees acaso que al menos esos oficiales de la 16. Compañía de la 4ª. Bandera de la Legión, puedan sentirse gravemente ofendidos de que dediques sarcasmos al que ellos dedicaron su sangre y proyectes frívolas chirigotas donde ellos proyectaron el ideal de sus vidas?

Tú eres director de Pyresa, la agencia informativa del Movimiento. Escribes tus artículos en ARRIBA, el órgano oficial del Movimiento. Y el Movimiento, Jaime Campmany, es – según el preámbulo de la ley del 17 de mayo de 1958 – ‘la comunión de los españoles en los Ideales que dieron la vida a la Cruzada’. Repito – epímone se llama esta figura – ‘La comunión de los españoles en los Ideales que dieron vida a la Cruzada…”.

Y yo me pregunto: en el caso de que desde los órganos del Movimiento se mantuvieran tesis banderizas o parciales en lugar de generales, ¿servirían a estos Ideales comunes o tan sólo a la mínima parte de una parte gloriosa de las muchas partes que dieron vida a la Cruzada? Portavoces del Movimiento, ¿serían consecuentes con el Movimiento?

Yo sé que los errores personales – quizá ocasiones – no pueden definir aptitudes totales ni mucho menos permanentes. Sé también, todos debemos saberlo, que meten más ruido cuatro voces que gritan que cien voces que callan. Por eso no he perdido aún la esperanza de que, responsables todos de nuestro común destino, sabremos ser fieles a nuestras comunes responsabilidades, uniendo y no dividiendo, soldando fisuras y no abriendo grietas que más tarde no podrían soldarse. La primera responsabilidad de los periódicos en los que escribes y de la agencia que diriges, como órganos oficiales del Movimiento, no puede ser otra que la de servir a la comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la cruzada.

No lo olvidemos. No lo olvidéis. Allí nos encontraremos siempre. En esta esperanza, te agraza tu afectísimo amigo y compañero.

Torcuato Luca de Tena y Brunet

13 Julio 1966

Pajarita en Palacio

Jaime Campmany

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Admirado y querido Torcuato:

¡Pobre y modesta pajarita mía, y qué cosas queréis hacer de ella, y en qué solemnes salas queréis que dance y ante qué grave concurrencia queréis ponerla a dar sus cortos vuelos y sus menudos brincos! ¡Pobre pajarita mía, y con qué cargas tan pesadas queréis aplastarla y qué intríngulis y qué difíciles definiciones queréis que se saque de su breve cabeza de papel!

¡Ah! Torcuato Luca de Tena, tú, que eres amigo mío, por la estimación personal y literaria que me tengas, por la admiración y cordialidad que tú sabes que yo te profeso, no cites a mi pobre pajarita en el aula de las decisiones graves. Ella no nació para eso; nació para amar al os seres pequeños y tiernos como ella, y no para reflexionar sobre Artículos y sobre Preámbulos. Mi pajarita no tiene espolones, ni siquiera de papel, y yo quise hacerla más pizpireta que sesuda, más brincadora que aguerrida. Y nadie quiere hablar con ella en el único lenguaje que ella sabe, en el mismo pío-pío que ella conoce.

Mi pajarita no ofendió a nadie, Torcuato. A nadie, a nadie. Un día tirotearon a un negro, y se vistió de luto. Otro día saltó sobre el violín rojo del verano y llamó a los poetas. Otro día felicitó al viejo Azorín y se quedó dos horas sobre su mesa, por si eso podía aliviarle algo el cansancio de sus noventa y tres años. Otro día vino San Juan. Algunos decían: “¡Felicidades, felicidades!”. Un escritor prócer felicitaba a un alto personaje. Y al pueblo, que se llama también Juan, no lo felicitaba nadie. Y mi pobre pajarita pensó que podía consolarse un poco de aquel desvío. Y fue y le dijo que ella, mi pobre pajarita, sí que se había acordado de él, del Pueblo y  que ella sí que quería tenerle por Señor, por único Señor, por Soberano señor. Y tal vez el Pueblo se consoló algo. Y luego saltó otro día entre los fríos números de Copérnico y de Newton, y con un revoloteo le gastó una broma inocente a un colega con pocas perras en el bolsillo, pero con mucha cólera en las palabras.

Y entonces empezó la lluvia de los papirotazos. Mi pobre pajarita estaba allí, en medio, sola e inocente y empezaron a caer sobre ella palabras como piedras. ¡Denigratorio! ¡Impositivo! ¡Societario! Y ella miraba a todas partes, un poco avergonzada y un poco aturdida y con su débil pico de papel amagó dos o tres picotazos que no han podido hacer sino algún rasguño. Y ahora llegas tú, querido Torcuato, y dices “dejadme a mí” , porque tú eres el maestro y quieres someter a la pobre pajarita mía a un interrogatorio de tercer grado y dices ¡a mí la Legión! Y me enseñas grietas que están abiertas, como si mi pobre pajarita fuese un terremoto que hubiera tenido fuerza para producirlas.

Ah, Torcuato Luca de Tena, tú que eres amigo mío, no lleves mi pajarita a las alas solemnes, que estaré en ellas con el vergonzoso en Palacio. No la encierres en las salas legislativas, que se moriría de asfixia. No le busques más dobleces de los que tiene, no la acuses de ofensas que la azoran. Ella no ha ofendido a nadie. A nadie, a nadie. Ella sólo quiere lo que sea bueno para todos, y yo no quiero que suba más alta de lo que ella puede subir. Me la habéis piropeado mucho y no quiero se haga engreída. Me la habéis plantado sobre mesas impresionantes y no quiero que se ensoberbezca. Me la habéis acusado de insolente y no quiero que se me engalle.

Me la llevo, Torcuato, me la llevo. Me la llevo a jugar con los niños de las escuelas pobres y a brincar sobre las manzanas maduras del carro del verano y a triscar sobre las rodillas desnudas de Brigitte Bardot y a poner su pañolito de papel sobre los negros tiroteados, sobre los albañiles que se caen del andamio, sobre el sudor de los campesinos de Sástago, sobre las manos del hombre que gana el salario mínimo. Ella no entiende de leyes; entiende sólo de dolores, de latidos, de esperanzas, y me la habéis asustado entre todos a preámbulos, a instituciones, a bayonetazos. Me la llevo, Torcuato; me la llevo a la calle donde está el Pueblo. Allí la tienes, blanca, pacífica y brincadora. Cuando allí te encuentre, se pondrá a dar saltos de alegría y dirá con su vocecita débil y limpia, que tú oirás porque tu oído es fino: “Hola, Torcuato Luca de Tena. Soy pequeña y pobre y con poca cabeza; pero ¿verdad que mi papel es blanco y está bien doblado y tú eres mi amigo?

Jaime Campmany