30 enero 2002

Guevara, que se opone al giro independentista de Arzallus e Ibarretxe, acercará posturas hacia el PSE-EE

El PNV expulsa del partido a Emilio Guevara, ex presidente de la Diputación de Álava, por sus críticas a Xabier Arzalluz Antia

Hechos

El 30.01.2002 el Partido Nacionalista Vasco – EAJ expulsó del partido a D. Emilio Guevara.

Lecturas

D. Emilio Guevara fue expulsado del Partido Nacionalista Vasco después de difundir un artículo contra D. Xabier Arzalluz Antia titulado ‘El PNV de Arzallus’ y que fue publicado por el diario DEIA el 21.12.2001:

EL PNV DE ARZALLUZ

Algún día, investigadores de distintas disciplinas, incluida la psicología clínica, podrán explicar cómo un partido de las características del PNV ha podido llegar a estar dominado e identificado ante los ciudadanos, con una persona, Xabier Arzalluz, y cómo el Arzalluz del Arriaga ha devenido en el Arzalluz de ahora.

Hoy el PNV es un partido con índices y niveles de participación interna y de debate y reflexión política muy bajos. La Asamblea Nacional acepta nuevos planteamientos básicos sobre temas esenciales, como por ejemplo el de la pacificación, sin otro trámite y conocimiento previo que el de la lectura del correspondiente documento en la propia Asamblea.

Se prohíbe y se evita cualquier atisbo de autocrítica porque, según Arzalluz, son siempre los demás los que se equivocan y los buenos afiliados deben de limitarse a remar, sin discutir ni el rumbo ni la maniobra. En las asambleas, el análisis que se traslada desde la dirección a la militancia insiste en describir un partido acosado y satanizado, sin el más mínimo motivo, por quienes no tienen alternativa ninguna para la paz y sólo pretenden acabar con el nacionalismo vasco, todo ello quizás con el propósito de ahogar de raíz cualquier discusión y provocar un ‘cierre de filas’ en torno a esa dirección.

Arzalluz, y por tanto el partido, nunca cometen errores. El partido asiste impertérrito, al menos en apariencia, al espectáculo de un Presidente que no duda en saltarse a la torera las Ponencias y Programas aprobados por el Partido, con un discurso cada vez mas hosco, radical y fundamentalista.

El Partido está subyugado por una persona a la que parece no preocuparle la creciente fractura social y que no manifiesta la debida simpatía y comprensión por tanta gente como la que hoy en Euskadi carece de las más elementales y básicas libertades. Es capaz de decir que no pedirá la disolución de ETA mientras exista un solo preso, pero no de entender que la más mínima decencia política exige defender el actual marco estatutario y renunciar a plantear cualquier modificación mientras haya en Euskadi un solo ciudadano que no esté en condiciones de opinar libremente sobre esa propuesta sin poner en peligro su vida.

Hoy el PNV es un partido cada vez más aislado internacionalmente, con crecientes dificultades para conectar con otros partidos nacionalistas, y que ya parece apostar sólo porque un milagro, o el fenómeno de polarización y los errores ajenos le permitan mantenerse, contra viento y marea, en Ajuria Enea, aunque ello sea a costa de la propia construcción nacional en paz y en libertad.

Muchas veces me pregunto y me preguntan por qué milito en el PNV y no devuelvo definitivamente el carnet. La explicación es muy simple. Yo creo que hay otro PNV que el actual de Arzalluz y que necesariamente tiene que volver a aflorar muy pronto.

Yo me afilié a un PNV con un proyecto político integrador, respetuoso con la pluralidad de la sociedad vasca, desarrollado por y para todos los ciudadanos desde el convencimiento, solidario con todos los demás pueblos y nacionalidades de España. Un PNV capaz de comprender que cualquier proyecto nacionalista pasa hoy por la previa y necesaria derrota de ETA.

Un PNV capaz de asumir sin reservas que, como partido mayoritario en Euskadi, es el más obligado en impedir que cada vez sean más y mayores los ámbitos y espacios ciudadanos en los que no hay una verdadera y suficiente libertad. Un PNV con la suficiente sensibilidad para percibir que en estos tiempos el problema de Euskadi, más que de falta de paz, es sobre todo y fundamentalmente un problema de falta de libertad.

Un PNV empeñado en recuperar para la libertad hasta el último rincón de nuestra tierra, con todo el poder democrático que tiene gracias al Estatuto de Autonomía y a la legitimidad de unas Instituciones en el seno de un Estado de Derecho.

Existe ese PNV que no es el del Arzalluz de hoy, como antes no lo fue de Arana, o de Gallastegui o de Monzón. Es ese PNV sin el que efectivamente será muy difícil, por no decir imposible, llegar a una solución razonable de los gravísimos problemas que en estos momentos padecemos, pero que de esta constatación extrae, no una jactancia gratuita y estéril, sino un especial compromiso y sentido de responsabilidad.

En estos días de Navidad, en los que las televisiones programan mucho cine, creo que ETB debería proyectar una estupenda película de los años cincuenta, El motín del Caine, que cuenta cómo y por qué unos oficiales de un buque de la Armada estadounidense se consideraron legitimados para relevar en plena tormenta a su capitán. Pienso que los espectadores pasarían un buen rato y, además, algunos podrían llegar a conclusiones muy interesantes y útiles.

Emilio Guevara

01 Febrero 2002

La expulsión de Guevara

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Nada prueba mejor la inspiración en una orden religiosa a la hora de configurar Sabino Arana el patrón orgánico del nacionalismo vasco que el énfasis puesto desde el principio, casi obsesivamente, en la disciplina. En el reglamento de su embrión en 1894, el Círculo Euskeriano o Euskeldun Batzokija, se multiplican los mecanismos de control y los supuestos de exclusión. A la ‘pena de expulsión’, en uno de ellos, el más grave, la oposición a los principios doctrinales del grupo, se suma nada menos que la amenaza de publicar ‘su excomunión’ (art. 49).

Ha pasado más de un siglo y el círculo de la libertad de pensamiento no se ha ensanchado para los nacionalistas vascos que sigan fieles a la funesta manía de pensar. Lo prueba el episodio Guevara, tanto más significativo cuanto que su postura respondía tanto al funcionamiento legal del partido como a su doctrina oficial hasta que Arzalluz por su cuenta, y sin respetar el marco anterior a la Asamblea que confirmó la deriva ‘soberanista’, dio el vuelco de Lizarra. Para él no hubo reglas. Arzalluz tampoco se cuidó de garantizar que la discusión sobre el viraje político se desarrollase con unas mínimas garantías para que se expresara el pluralismo del partido. Ahora, al expulsar a Guevara se pretende ante todo dar ejemplo, con lo cual de paso queda una vez más de manifiesto la intención de atenerse a una estrategia de ruptura con el orden legal en cuyo marco se desenvuelve la acción del Gobierno nacionalista. El penoso episodio de la negociación rota del Concierto ya lo había puesto de relieve. Después del 11-S no se ve bien por qué resquicio el PNV y EA, apoyados indirectamente en lo para ellos innombrable, van a colar la marcha hacia la autodeterminación y la soberanía permaneciendo en la Unión Europea. Pero no cejan, a pesar de una posición de inseguridad del Gobierno Ibarretxe que en la aventura de los Presupuestos ha rozado lo grotesco.

Todo indica que su única baza política descansa sobre una base moralmente impresentable: la resurrección el año próximo de Udalbiltza, a favor de una victoria en las municipales que vendría favorecida por la imposición del terror sobre los eventuales candidatos constitucionalistas, y su consiguiente deserción de las candidaturas. Así, a la sombra de los vacíos creados por el miedo a la muerte, y con personajes como Odón Elorza cerrando los ojos, los nacionalistas podrán esgrimir que Euskadi ha votado abrumadoramente por la soberanía. De otro modo, se encontrarían en un callejón sin salida.

En estas circunstancias, con la economía viento en popa, los ciudadanos vascos afectados por una creciente inseguridad, ETA contra las cuerdas y una irremediable posición minoritaria de los partidarios de la independencia, tiene poca explicación la forma y el contenido con que se ha desarrollado la crisis del socialismo vasco. Es muy posible que Nicolás Redondo haya carecido de habilidad al afrontar las críticas directas o indirectas contra su gestión, pero no lo es menos que los acontecimientos del último mes vinieron a contrastar, por si ello fuese necesario, el acierto de su estrategia.

Desear la alianza con el PNV desde unos supuestos democráticos supone también recordarle que su apuesta por la autodeterminación no se sustenta sobre la voluntad de los vascos sino sobre la existencia de ETA y que, en todo caso, entrar siquiera en el debate sobre la autodeterminación a la sombra de las bombas, con los datos conocidos sobre las preferencias del electorado, no sólo favorece el terror sino que es netamente antidemocrático. Cuando ni siquiera se sabe si habrá candidaturas socialistas en muchos municipios y el PNV se lava las manos, de acuerdo con la escena bíblica, dirigirse en plan de súplica a Ibarretxe carece de sentido. Si el lehendakari no hizo del llanto política antes del 13-M no lo va a hacer ahora, cuando los estragos del terror en las filas estatutistas constituyen su única posibilidad.

De paso, la exclusión de Redondo, tras una ‘cacería’ que acertadamente denunció el interesado, pone sobre el tapete la dramática ausencia de iniciativa política por parte de la dirección ‘estatal’ del PSOE. Si había otra política en perspectiva, bien estaba el relevo. Para volver sin Redondo al punto de partida o sembrar confusión, más valía que el debate interno de los socialistas vascos siguiera su curso.

01 Febrero 2002

Expulsión, exclusión

Antonio Elorza

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Nada prueba mejor la inspiración en una orden religiosa a la hora de configurar Sabino Arana el patrón orgánico del nacionalismo vasco que el énfasis puesto desde el principio, casi obsesivamente, en la disciplina. En el reglamento de su embrión en 1894, el Círculo Euskeriano o Euskeldun Batzokija, se multiplican los mecanismos de control y los supuestos de exclusión. A la ‘pena de expulsión’, en uno de ellos, el más grave, la oposición a los principios doctrinales del grupo, se suma nada menos que la amenaza de publicar ‘su excomunión’ (art. 49).

Ha pasado más de un siglo y el círculo de la libertad de pensamiento no se ha ensanchado para los nacionalistas vascos que sigan fieles a la funesta manía de pensar. Lo prueba el episodio Guevara, tanto más significativo cuanto que su postura respondía tanto al funcionamiento legal del partido como a su doctrina oficial hasta que Arzalluz por su cuenta, y sin respetar el marco anterior a la Asamblea que confirmó la deriva ‘soberanista’, dio el vuelco de Lizarra. Para él no hubo reglas. Arzalluz tampoco se cuidó de garantizar que la discusión sobre el viraje político se desarrollase con unas mínimas garantías para que se expresara el pluralismo del partido. Ahora, al expulsar a Guevara se pretende ante todo dar ejemplo, con lo cual de paso queda una vez más de manifiesto la intención de atenerse a una estrategia de ruptura con el orden legal en cuyo marco se desenvuelve la acción del Gobierno nacionalista. El penoso episodio de la negociación rota del Concierto ya lo había puesto de relieve. Después del 11-S no se ve bien por qué resquicio el PNV y EA, apoyados indirectamente en lo para ellos innombrable, van a colar la marcha hacia la autodeterminación y la soberanía permaneciendo en la Unión Europea. Pero no cejan, a pesar de una posición de inseguridad del Gobierno Ibarretxe que en la aventura de los Presupuestos ha rozado lo grotesco.

Todo indica que su única baza política descansa sobre una base moralmente impresentable: la resurrección el año próximo de Udalbiltza, a favor de una victoria en las municipales que vendría favorecida por la imposición del terror sobre los eventuales candidatos constitucionalistas, y su consiguiente deserción de las candidaturas. Así, a la sombra de los vacíos creados por el miedo a la muerte, y con personajes como Odón Elorza cerrando los ojos, los nacionalistas podrán esgrimir que Euskadi ha votado abrumadoramente por la soberanía. De otro modo, se encontrarían en un callejón sin salida.

En estas circunstancias, con la economía viento en popa, los ciudadanos vascos afectados por una creciente inseguridad, ETA contra las cuerdas y una irremediable posición minoritaria de los partidarios de la independencia, tiene poca explicación la forma y el contenido con que se ha desarrollado la crisis del socialismo vasco. Es muy posible que Nicolás Redondo haya carecido de habilidad al afrontar las críticas directas o indirectas contra su gestión, pero no lo es menos que los acontecimientos del último mes vinieron a contrastar, por si ello fuese necesario, el acierto de su estrategia.

Desear la alianza con el PNV desde unos supuestos democráticos supone también recordarle que su apuesta por la autodeterminación no se sustenta sobre la voluntad de los vascos sino sobre la existencia de ETA y que, en todo caso, entrar siquiera en el debate sobre la autodeterminación a la sombra de las bombas, con los datos conocidos sobre las preferencias del electorado, no sólo favorece el terror sino que es netamente antidemocrático. Cuando ni siquiera se sabe si habrá candidaturas socialistas en muchos municipios y el PNV se lava las manos, de acuerdo con la escena bíblica, dirigirse en plan de súplica a Ibarretxe carece de sentido. Si el lehendakari no hizo del llanto política antes del 13-M no lo va a hacer ahora, cuando los estragos del terror en las filas estatutistas constituyen su única posibilidad.

De paso, la exclusión de Redondo, tras una ‘cacería’ que acertadamente denunció el interesado, pone sobre el tapete la dramática ausencia de iniciativa política por parte de la dirección ‘estatal’ del PSOE. Si había otra política en perspectiva, bien estaba el relevo. Para volver sin Redondo al punto de partida o sembrar confusión, más valía que el debate interno de los socialistas vascos siguiera su curso.

03 Febrero 2001

La guadaña patriótica

Javier Pradera

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El Tribunal Nacional de Justicia – pomposo sobrenombre del comité superior de disciplina del PNV- ha expulsado del partido por ‘infracción grave’ del reglamento disciplinario a su veterano dirigente Emilio Guevara, negociador del Estatuto de Gernika y diputado general de Álava de 1979 a 1983; para adoptar esa medida, el órgano sancionador necesitó cometer antes la irregularidad procesal de forzar la inhibición del tribunal regional de Álava, partidario de calificar la infracción como ‘menos grave’. El pecado mortal cometido por el excomulgado fue publicar en Deia -órgano oficioso del partido- una crítica del viraje de Arzalluz desde la autonomía hacia la independencia después de que el PNV firmara, el verano de 1998, un pacto secreto con ETA y un documento público -el Acuerdo de Estella- con Batasuna. Aunque Guevara no tenga pelos en la lengua, su artículo en Deia (o sus colaboraciones en El Correo, interpretadas como una prueba de ‘contumacia’ por sus inquisidores) no traspasa las fronteras del debate político entre demócratas. La humorística comparación de Arzalluz con el capitán Queeg -el paranoide marino interpretado por Humphrey Bogart en El motín del Caine- hecha por el expulsado es infinitamente más suave que el injurioso tono empleado por el presidente del PNV con sus críticos; sin embargo, la ley del embudo aplicada a este caso reserva la parte ancha para las palabras gruesas de Arzalluz y el orificio estrecho para las bromas de Guevara.

La depuración del antiguo diputado general de Álava es una ominosa advertencia dirigida contra los vascos nacionalistas y demócratas que están a favor de la autonomía y en contra de la independencia

La enmienda de Guevara presentada el 2 de noviembre de 1999 a la ponencia redactada por la dirección del PNV para la asamblea de enero de 2000 trató sin éxito de exponer sus discrepancias dentro de los cauces organizativos. El ex diputado general de Álava criticaba la ambigüedad respecto a la autonomía vasca del documento, denunciaba el ventajista recurso de recordar los incumplimientos del estatuto sin mencionar sus logros, consideraba inviable una mayoría suficiente a favor de la independencia en todos y cada uno de los tres terriorios, le parecía ‘humo’ exigir la autodeterminación sin precisar sus objetivos y concluía que ‘nos hemos metido en un callejón de difícil y angosta salida’.

No sólo los afiliados al PNV carecen, en tanto que militantes, de algunos de los derechos que la Constitución les reconoce como ciudadanos(desde la libertad de expresión hasta las garantías procesales, pasando por el juego limpio electoral): otros partidos incurren en las mismas prácticas. Pero la explosiva mezcla de envejecidas ideas sabinianas, irracionales emociones comunitaristas y fríos intereses económicos llevan al nacionalismo a cultivar en su grado máximo la jerarquía, la ortodoxia y la disciplina conventual o cuartelaria propias de una organización -según Guevara- de carácter ‘eclesial’.

El título de una reciente historia del PNV escrita por Santiago de Pablo, Ludger Mees y J. A. Rodríguez Ranz (El péndulo patriótico, Crítica, 2 volúmenes, 1999 y 2001) resume felizmente la permanente oscilación del nacionalismo vasco entre autonomismo e independentismo. Tras la escisión de los años veinte y las tensiones de la década siguiente, el sector mayoritario del nacionalismo vasco pareció orientarse de manera definitiva hacia un compromiso inequívoco con el autonomismo; la pelea de gallos personalista entre Garaikoetxea y Arzalluz, que provocó la escisión de Eusko Alkartasuna en 1986, volvió a poner en marcha el paralizado péndulo. La expulsión de Emilio Guevara es una ominosa advertencia dirigida a los vascos nacionalistas y demócratas que apuestan por la autonomía y contra la independencia: un amplio sector de población, que incluye a muchos militantes y votantes del PNV. Si Arzalluz consiguiera inmovilizar en el punto extremo del independentismo ese péndulo hasta ahora oscilante, el PNV se vería obligado a emplear la guadaña patriótica contra los dirigentes y militantes que defendieran -al igual que Guevara- el estatuto de autonomía como único punto de encuentro posible para una sociedad vasca pluralista.