26 diciembre 1991

El comunismo internacional se desintegra y con él el 'Pacto de Varsovia' y la COMECON

El presidente de Rusia, Boris Yelstin, decreta la disolución de la Unión Soviética y del Partido Comunista acabando con Gorbachov

Hechos

  • El 5.09.1995 el Parlamento de Rusia aprobó la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para final de año.
  • El 24.12.1995 Mijail Gorbachov anunció su dimisión como presidente de la URSS por considerar que aquel país ‘había dejado de existir’.

Lecturas

MIJAIL GORBACHOV DIMITE EN NAVIDAD 

gorbachov_dimite Mijail Gorbachov compareció en la nochebuena de 1991 para dimitir como presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para constatar que aquel país había dejado de existir. Yelstin entregó ‘el botón nuclear’ al nuevo Gobierno de la Comunidad de Estados Independientes, liderada por Rusia.

14 Diciembre 1991

El derrumbe

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Con la solicitud de admisión a la recién creada Comunidad de Estados Independientes (CEI) de las cinco repúblicas ex soviéticas de Asia central -Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán- y el consiguiente abandono de los parlamentarios del Sóviet Supremo de todas las repúblicas adscritas a la citada comunidad, se pueden dar por oficialmente extintas la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su proyecto de alternativa oficial, el Tratado de la Unión. Mijaíl Gorbachov, su presidente hasta hoy, podría presentar la dimisión en cualquier momento, una decisión casi innecesaria al no tener de hecho competencias o, en todo caso, únicamente las de finalizar el proceso de transición de la forma menos traumática posible. La incorporación del bloque de las repúblicas musulmanas al acuerdo de Minsk reduce también la posibilidad de enfrentamientos entre las comunidades eslavas y musulmanas.Los Parlamentos de Ucrania, Bielorrusia y Rusia han ratificado el acuerdo de Minsk del pasado 8 de diciembre, en el que sus respectivos presidentes decidieron crear la CEI. El respaldo de! los Parlamentos a una Comunidad que establece amplias zonas de acción común -economía, defensa, política exterior, etcétera- permite abrigar ciertas esperanzas de racionalización en. unos momentos históricos en los que con frecuencia predomina la pasión irracional de los nacionalismos radicales.

En el ámbito militar, y más específicamente en la cuestión del armamento nuclear -preocupación prioritaria para el mundo occidental-, cabe señalar el encuentro de Yellsin con la plana mayor de los militares soviéticos -empezando por el ministro de Defensa, Chapochnikov- para explicarles que la nueva Comunidad quiere mantener un úníco espacio militar estratégico y un mando único sobre el arma nuclear.

Estados Unidos ha ido más lejos en sus propuestas: facilitar y coordinar las ayudas occidentales suficientes para superar el terrible invierno a cambio de la destrucción del arsenal nuclear. Mañana, domingo, llegará a Moscú James Baker, secretario de Estado norteamericano. Allí explicará la convocatoria de una conferencia internacional en Washington, en los primeros días de enero, para acometer la urgente ayuda humanitaria a la desmembrada Unión Soviética. Todo parece indicar que EE UU ha aceptado ya a la CEI como un hecho irreversible, sobre todo tras saber que Kazajstán, la segunda república por extensión y poseedora también de armamento nuclear, había decidido incorporarse a la nueva comunidad.

En todo caso, sería absurdo pensar que la Comunidad, por su sola existencia, va a resolver los choques -incluso las guerras- que enfrentan ya a varias nacionalidades en partes de la antigua URSS, sobre todo en el Cáucaso. La Comunidad nace con el deseo de superar la transición política de una forma controlada, pero surge también con una fragilidad absoluta. Carece por ahora de órganos capaces de conciliar los conflictos latentes entre las repúblicas. Será difícil que pueda contener la tendencia perniciosa de éstas a crear ejércitos propios, lo cual puede ser una amenaza para los procesos de desarme que desempeñan ya un papel decisivo en la actual política internacional, después del fin de la guerra fría. En ese proceso de liquidación del pasado, el factor más explosivo es la situación económica: un caos que no tiene remedio a corto o medio plazo y que condena a la población a una miseria doblemente penosa en los meses de invierno. El dato del cierre de casi la mitad de los aeropuertos por falta de combustible en un país que hace pocos meses era el primer productor mundial de petróleo es terrorífico.

La antigua Unión Soviética vive los momentos de incertidumbre y caos que parecen acompañar al derrumbe de un imperio. Mijaíl Gorbachov puede estar a punto de incorporarse al reducido grupo de líderes políticos que conforman lo que Hans Magnus Enzersberger llamó Ios héroes de la retirada», personajes clave en el devenir histórico de un fin de siglo vertiginoso e irrepetible.

25 Diciembre 1991

DISCURSO ÍNTEGRO DE DIMISIÓN DE GORBACHOV 

Mijail Gorbachov

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Muchos periódicos de todo el mundo publicaron el discurso íntegro de la dimisión de Gorbachov, incluyendo los españoles EL PAÍS (donde lo titularon como 'Ceso por consideraciones de principio') y ABC (donde los titularon 'Testamento Político').

Queridos compatriotas, conciudadanos: dada la situación creada con la formación de la Comunidad de Estados Independientes, ceso en mi actividad como presidente de la URSS. Tomo esta decisión por consideraciones de principio de abogado con decisión por favor la autonomía e independencia de los pueblos, de la soberanía de las repúblicas, pero al mismo tiempo, de la conservación del Estado de la Unión y la integridad del país. Los acontecimientos tomaron otro rumbo. Se impuso la línea de desmembramiento del país y desunión del Estado, lo cual no puedo aceptar. Después de la reunión de Almá Atá y de las decisiones allí tomadas, mi posición no ha cambiado. Además, estoy convencido de que resoluciones de tal envergadura deberían haberse tomado basándose en la voluntad expresa del pueblo [es decir, un referéndum].No obstante, haré todo lo que pueda para que los acuerdos allí firmados conduzcan a una verdadera armonía en la sociedad y alivien la salida de la crisis y el proceso de reformas.

El destino quiso que cuando me vi al frente del Estado ya estuviera claro que nuestro país estaba enfermo. Tenemos mucho de todo: tierras, petróleo, gas y otros recursos naturales. Dios tampoco ha sido mezquino con la inteligencia y el talento de nuestro pueblo, pero vivíamos mucho peor que en los países desarrollados y nos cada vez íbamos más a la zaga de ellos.

La causa ya estaba clara: la sociedad se ahogaba en las garras del sistema de mando burocrático. Condenada a servir a la ideología y a soportar el terrible peso de la carrera armamentista, llegó al límite de lo soportable. Todos los intentos de reformas parciales (y hubo muchos) fracasaron uno tras otro. Había que cambiarlo todo radicalmente. Por eso, ni una sola vez lamenté el no haber utilizado el puesto de secretario general [del PCUSI sólo para reinar unos años. Consideraba que eso sería algo irresponsable e inmoral. Comprendía que comenzar reformas de tal envergadura y en una sociedad como la nuestra era un asunto dificilísimo y arriesgado. Pero también hoy estoy convencido de la razón histórica de las reformas iniciadas la primavera de 1985.

Proceso complejo

El proceso de renovación del país y de cambios radicales en la comunidad mundial resultó mucho más complejo de lo que se podía esperar. La sociedad obtuvo libertad, se liberó política y espiritualmente, y ésta es la principal conquista de la que no se es consciente en toda su profundidad porque todavía no hemos aprendido a hacer uso de esta libertad. Pero la labor realizada es de importancia histórica. Se liquidó el sistema totalitario que había impedido que el país se convirtiera hace tiempo en próspero y floreciente. Las transformaciones democráticas se abrieron camino; la libertad de elección, la de prensa, la de conciencia, los órganos de poder representativos y el pluripartidismo, se hicieron realidad; los derechos humanos se reconocieron como el más alto principio. Comenzó a avanzarse hacia una economía mixta, se afianza la igualdad de todas las formas de propiedad; en el marco de la reforma agraria comenzó a resurgir el campesinado, surgió el movimiento de granjeros, millones de héctareas se dieron a los habitantes del campo y de la ciudad. Ya se reconoce la libertad económica del productor, comenzó a cobrar fuerza el movimiento empresarial, las sociedades anónimas, la privatización.

Al encaminar la economía hacia el mercado es importante recordar que todo esto se hace en aras del hombre. En estos difíciles tiempos se debe hacer todo lo posible para su defensa social; y esto se refiere especialmente, a los ancianos y los niños.

Vivimos en un mundo nuevo. Hemos acabado con la guerra fría, se ha detenido la carrera armamentista y la demente militarización del país que había deformado nuestra economía, nuestra conciencia social y nuestra moral. Se acabó la amenaza de una guerra nuclear. Y una vez más quiero subrayar que en este periodo de transición hice todo lo que estaba de mi parte para conservar un control seguro del arma nuclear.

Nos hemos abierto al mundo. Hemos renunciado a interferir en los asuntos de otros, a usar las tropas fuera de nuestro país. Y nos han respondido con confianza, solidaridad y respeto. Nos hemos convertido en uno de los pilares de la transformación de la civilización moderna de acuerdo a principios democráticos y de paz.

Pueblos y naciones obtuvieron una libertad real de elección de las vías para su autodeterminación. Las búsquedas de cómo reformar democráticamente nuestro Estado multinacional nos condujeron al umbral de la firma de un nuevo Tratado de la Unión.

Todos estos cambios exigieron una enorme tensión, pues transcurrían en aguda lucha con la creciente resistencia de las fuerzas reaccionarias, de las antiguas estructuras del partido [comunista], del aparato administrativo y de nuestras costumbres, de nuestros prejuicios ideológicos, de nuestra psicología uniformadora y parasitaria. Chocaban contra nuestra intolerancia, contra el bajo nivel de nuestra cultura política, contra el miedo a los cambios. Por eso perdimos tanto tiempo.

El antiguo sistema se derrumbó antes de que lograra empezar a funcionar el nuevo. La crisis de la sociedad se agudizó aún más. Conozco el descontento por la difícil situación actual, la crítica a las autoridades en todos los niveles, y a mí personalmente. Pero quiero subrayar nuevamente que las transformaciones radicales en un país tan grande y con semejante herencia no pueden transcurrir fácilmente, sin dificultades y estremecimientos.

Límite máximo

El golpe de agosto llevó la crisis a su límite máximo. Lo más funesto en esta crisis es la desintegración del Estado. Y hoy me preocupa que nuestra gente haya perdido la ciudadanía de un gran país: las consecuencias de esto pueden ser muy graves para todos.

Creo que es de vital importancia conservar las conquistas democráticas de los últimos años. Son fruto de sufrimiento de toda nuestra historia, de nuestra trágica experiencia. No se puede renunciar a ellas bajo ninguna circunstancia ni bajo ningún pretexto. De lo contrario, todas las esperanzas en algo mejor se verán sepultadas. Es mi deber moral advertir de todo esto.

Hoy quiero expresar mi agradecimiento a todos los ciudadanos que apoyaron la política de renovación del país, que participaron en el cumplimiento de las reformas democráticas. Agradezco a los estadistas, políticos y personalidades públicas, a los millones de personas en el extranjero, a los que comprendieron nuestras ideas, las apoyaron y vinieron a nuestro encuentro para establecer una cordial colaboración con nosotros.

Dejo mi puesto con preocupación, pero también con esperanza, con fe en vosotros, en vuestra sabiduría y en vuestra fortaleza de espíritu. Somos herederos de una gran civilización y ahora de todos y cada uno de nosotros depende que ella resurja a una vida nueva, moderna y digna.

Quiero agradecer con toda el alma a los que durante estos años han luchado junto a mí por esta causa justa y buena. Seguramente se pudieron evitar algunos errores y hacer muchas cosas mejor, pero estoy convencido de que, tarde o temprano, nuestros esfuerzos conjuntos darán fruto. Nuestros pueblos vivirán en una sociedad floreciente y democrática. Mis mejores deseos a todos.

26 Diciembre 1991

Aprendiz de brujo

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Mijail Gorbachov, hasta hace unas semanas presidente de la URSS y, al menos en apariencia, uno de los dos hombres fuertes del planeta desde 1985, ha dimitido. Lo más paradójico es que, bastantes días antes de su renuncia, el oficio que ejercía ya había dejado de existir, lo mismo que el país en el que lo practicaba.No es fácil poner epitafio a un político que durante más de seis años ha presidido, a veces voluntariamente, a veces a regañadientes, la extraordinaria aventura de la desintegración de un sistema -el del socialismo real- que, lejos de ser rígido, indestructible y de imposible marcha atrás, como pretendieron durante 70 años sus protagonistas, resultó ser tan maleable y pasajero como el cartón piedra. Puede que lo más significativo, desde el punto de vista humano, sea que Gorbachov ha contribuido a hacer de esta desintegración un proceso relativamente civilizado, cuando la historia precedente se había edificado sobre un baño de sangre.

El Gorbachov elegido como séptimo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en marzo de 1985 era un hombre pragmático. Como tal, estaba convencido de que la única vía para el mantenimiento, no ya del comunismo, sino de la Unión Soviética, residía en una apertura del régimen, en la democratización de sus estructuras y en la racionalización de la economía. Allí mismo nacieron la perestroika y la glásnost, la reestructuración y la transparencia, que satisfacían las aspiraciones de libertad (libertad política, libertad económica, libertad intelectual) y que, de modo paralelo, venían a complicar las cosas extraordinariamente.Porque el líder soviético pretendía, en sus orígenes, reformar el sistema, modernizarlo, no cambiarlo; sabía que la URSS era una superpotencia armada hasta los dientes, pero de pies de barro, pues su economía se correspondía más con la del Tercer Mundo que con la del Occidente avanzado; así, pensó que su fortalecimiento sería la consecuencia de cambios profundos en su funcionamiento, pero sin alterar el corazón del sistema.En el mismo mes de su acceso a la secretaría general, Gorbachov dio un paso irreversible: emprendió una campaña de rejuvenecimiento de los dirigentes del PCUS. Acababa de introducir la semilla de la discordia al atentar contra la esencia misma del aparato.Advertida o inadvertidamente, echó a rodar una bola de nieve que se hizo imparable y que ha conducido a la desaparición del marxismo, a la eliminación de sus principios rectores, a la disolución del imperio creado por Stalin después de la II Guerra Mundial, a la pobreza y a la desaparición de la URSS como superpotencia y a su desintegración misma como país. No es arriesgado suponer que jamás pretendió alcanzar ninguno de estos objetivos.Es posible que en sus hipótesis no contemplara que el sistema obsoleto y tiránico de poder sobre el que se asentaba la URSS no podía ser destruido sin acabar con el basamento mismo del sistema. El aprendiz de brujo resultó arrastrado por la marea.No tardó en comprender, sin embargo, que el país, con una economía progresivamente lastrada por el gigantismo, la ineficacia y la corrupción, no era capaz de afrontar el coste de una carrera de armamentos cada vez más onerosa. Esa visión que le hizo ser el motor del desarme nuclear del mundo y la estrella de su pacificación le vahó el Premio Nobel de la Paz. Eso y su expeditiva decisión de permitir la liberación del Este europeo sin derramamiento de sangre.Hombre de instinto y reacciones inmediatas, fue respondiendo a cada nuevo deslizamiento hacia el precipicio con rápidos regates de acomodo: abolió el marxismo, se abrazó a la economía de mercado, su obra se convirtió en una constante huida hacia adelante.La dinámica se había hecho imparable; incluso el fallido golpe de Estado de agosto de 1991 no sólo no detuvo el desplome del sistema, sino que lo aceleró. Nuevos gestos de reacción apresurada: disolución del PCUS, intento de firma de un nuevo tratado para una nueva Unión, y todo en vano.Mijaíl Gorbachov, un político dialogante, ambicioso, tenaz y atractivo, habrá padecido la suerte más trágica: ser decisivo y transitorio. La heterogeneidad de las nacionalidades ha podido al final con la uniformidad de las ideas impuestas, a golpe de dictadura del proletariado, hace menos de tres cuartos de siglo.

26 Diciembre 1991

EL CATACLISMO DE UNA REFORMA IMPOSIBLE

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Gorbachov no ha sido Adolfo Suárez, sino Carlos Arias Navarro

CASI todas las claves para entender lo que han supuesto Mijail Gorbachov y su fenecida perestroika aparecen brillantemente recogidas en el artículo de Francisco Fernández Ordóñez («Gorbachov, el comienzo de la aventura») que hoy publica EL MUNDO. El ministro español de Asuntos Exteriores evoca sus primeros contactos con quien habría de ser primer y último presidente de la URSS y, fino observador, retrata con breves y sugestivas pinceladas el fondo del drama que se aprestaba a iniciarse: un drama cuyos dos actores principales habitaban en la misma plaza de Moscú. «Lenin – seguía presidiéndolo todo -escribe Fernández Ordóñez- con su traje negro, su corbata azul y sus guantes blancos. Una multitud ordenada desfilaba religiosamente, con las manos fuera de los bolsillos, muerta de frío. Era inevitable la impresión de una especie de Cristo laico yacente vestido de traje oscuro. Nadie hubiera pensado en aquel momento, rodeados de aquella liturgia, que el comunismo podría dejar de ser la verdad oficial, la piedra angular y obligatoria de todo: la sociedad, el porvenir del pueblo, la utopía. Mientras tanto, del otro lado de la Plaza, un hombre cordial, moderno, cargado de ideas y de voluntad, recibía a sus visitantes desprovisto de todo ceremonial…».

Ahí, en ese vivísimo contraste, aparecía ya retratado el fondo del problema. «En aquellos momentos -prosigue Fernández Ordóñez retratando los primeros pasos de Gorbachov, no pretendía la destrucción del sistema, sino (su) profunda reforma». La cuestión, simpatías personales aparte, es que el sistema soviético no era reformable. Se puede reformar aquello que demuestra ser básicamente eficaz. Pero toda la experiencia histórica contemporánea, tanto de la URSS como de los otros Estados del autodenominado «bloque socialista», ha demostrado que es el sistema comunista mismo el que no ha funcionado, porque no ha sido capaz de atender concretamente ni siquiera las demandas más elementales de la población. Así las cosas, no pudo tampoco suscitar el necesario consenso social en tomo a él. Es por esta razón por la que el llamado «socialismo de rostro humano» ha fracasado siempre que ha pretendido ser puesto en práctica. Cada vez que el comunismo ha abierto la espita de las libertades públicas -así fue con el primer «deshielo» de Nikita Jruschov, con la Hungría del 56, con la Checoslovaquia del 68; así ha sido ahora también con la perestroika de Gorbachov- ese espacio de libertad ha sido utilizado inmediatamente por los sectores sociales más dinámicos para, rebasando el campo de las meras reformas políticas, revolverse contra los fundamentos mismos del sistema comunista. Estableciendo un paralelismo entre el proceso de desmoronamiento del Estado soviético y el de la transición española, se ha comparado repetidamente a Mijail Gorbachov con Adolfo Suárez. Pero lo cierto es que el plan de la perestroika se puede equiparar más precisamente con el «espíritu del 12 de Febrero» que trató de promocionar sin el menor éxito el fugaz Carlos Arias Navarro. Al igual que él, Gorbachov ha intentado salvar el edificio del sistema realizando reformas en su fachada. Al igual que él, cuando las demandas populares desbordaron sus proyectos -así fue pronto en los países bálticos, recurrió al apoyo de los sectores más involucionistas y partidarios de la represión, dándoles un peso en el aparato del que luego habría de arrepentirse. No comprendió -y ha seguido sin comprenderlo hasta el final- que no es posible frenar un salto cuando ya se está en el aire. Podía haber pretendido mantener cerrada la puerta del sistema a cal y canto, al viejo modo estalinista; lo que no podía era dejarla abierta a medias: demasiada gente estaba empujándola para salir al aire libre. Los responsos políticos occidentales por Mijail Gorbachov insisten en resaltar sus méritos. Parece indudable que el hombre que ayer dimitió de una presidencia carente ya de poderes ha estado animado por excelentes intenciones. Reconozcámosle asimismo que tampoco ha recurrido a la falsedad más que cualquiera de nuestros profesionales de la política. Pero el hecho fundamental es que equivocó su plan de conjunto. «Ha vuelto a mi memoria -escribe Fernández Ordóñez al final de su artículo- aquella frase de Brodsky: Pedro el Grande no quería que Rusia se pareciera a Europa; quería que Rusia fuera Europa». El gran error de Gorbachov, el que ha entrañado la ruina de su carrera política y de su proyecto de Estado, ha sido precisamente ése: su plan no pasaba de pretender que la URSS se pareciera a Europa… sin llegar a serlo.

Todos estos elementos estuvieron presentes ayer en el patético discurso en el que Gorbachov anunció su dimisión. En primer lugar, la admisión de que el principio rector de su política durante estos años ha sido la defensa del Estado existente («He defendido la preservación del Estado de la Unión»), al que él hubiera querido vaciar de los contenidos que el pasado le había conferido. En segundo término, el reconocimiento de haber intentado este objetivo a través de sucesivas reformas parciales («fracasaron una tras otra»), antes de inclinarse, cuando ya era tarde, ante la inevitabilidad de los cambios globales. En tercer lugar, la admisión de que las fuerzas con las que emprendió ese camino, reclutadas entre los servidores del viejo régimen, eran inadecuadas, puesto que ellas mismas se resistían al cambio. En fin, la aceptación de su derrota ante lo que él calificó como «la línea de desmembración del país y de dislocación del Estado».

Quería presentarse como un hombre empujado a dimitir por coherencia: «Me he mantenido fiel a mis principios», sentenció. Pero era la viva imagen de alguien que, superado por los acontecimientos -unos acontecimientos que no ha comprendido y que, en buena medida, ni siquiera ha compartido, ha caído en el más profundo estupor ideológico. El mismo hombre que apenas hace unos años proclamaba su intención de restituir «el verdadero leninismo», el mismo que todavía el pasado agosto hacía una enérgica profesión de fe socialista, se despidió ayer de la presidencia sin citar siquiera el nombre del sistema al que durante décadas dedicó su vida. A cambio, apeló a «la inteligencia y el talento de los que Dios (!) no nos ha privado», condenó la «psicología niveladora» y cantó las ventajas del libre mercado. Sólo una querencia puramente cultural le llevó a apoyarse en un pensador marxista, Gramsci, para -sin citarlotomarle prestada una frase: «El viejo sistema se ha hundido antes de que el nuevo haya podido ponerse en marcha». El ha tenido que ver mucho tanto con lo primero como con lo segundo. «Dejo mi puesto con inquietud», añadió. Y en eso la razón le asiste por entero. Porque, si su proyecto era imposible, tampoco puede afirmarse que la naciente Comunidad de Estados Independientes esté libre de graves incógnitas, provinientes de las terribles dificultades de la propia situación y también de la propia naturaleza de los nuevos poderes públicos aparecidos en las repúblicas. Gorbachov se ha ido. Ayer, en un gesto de simbolismo aún mayor que el encerrado en la propia dimisión del presidente soviético, la bandera roja fue arriada de las torres del Kremlin. El líder que se va no deja sucesores. Ni falta que hace: la casa que heredó está destruida. El se marcha porque le han echado, y se va humillado y solo. Entretanto, ya han emergido las tendencias que serán claves para dominar el vacío que deja. El mismo las enunció: el nacionalismo, la religión y el mercado. Las tres, en la antítesis del sistema que ayer arrió su bandera oficialmente.

27 Diciembre 1991

Indiferencia

Gabriel Albiac

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LEIDO al azar en la correspondencia de Malherbe, mientras en el televisor dé mi habitación de hotel un tal Mijail Gorbachov entierra una cosa llamada -váyase a saber por qué- Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas: «Sea cual sea el hábito que se revista en este mundo y el camino por el cual se adentre uno en él, se acaba por llegar siempre al mismo sitio. Esta vida es una perfecta estupidez. La apreciamos demasiado, y de ahí nos viene esa loca costumbre de aprobar y condenar las cosas con tanta pasión. La indiferencia es una gran garantía contra los pintoresquismos de la fortuna» Lástima, no haber tropezado con el pasaje unos años antes. Los escritores del XVI y el XVII tienen esa malvada costumbre de haber hallado, con unos cuantos siglos de adelanto, precisamente aquello por cuyo atisbo hemos pagado nosotros media vida. En el instante mismo en el que la bandera roja dejó de ondear sobre esa quintaesencia de barbarie llamada Kremlin -de inmemorial barbarie, en cuyo océano el régimen creado en 1917 no es sino un pliegue poco perceptible, una sórdida burla histórica fue reparada. Que el símbolo de la revolución haya sido la cobertura del más reaccionario de los regímenes del slglo XX no deja de ser metáfora de la esencíal infamia del tiempo que nos tocó vivir. Bajo la baiídera de los revolucionarios del XIX, bajo los enunciados también de aquellos que soñaron con un mundo liberado de toda tiranía, abrigándose incluso con sus nombres y sus libros, un sistema que no deja más herencia que un desierto de terror e incompetencia tejió esta distorsión de las palabras de la que no es posible ya escapar. Nunca las banderas ni las consignas de aquellos rebeldes del siglo pasado podrán significar ya lo mismo después de Stalin y sus sucesores. Sospecho que, sencillamente, nunca podrán ya significar nada. Seamos prácticos, pues: nada me importan los rostros, infinitamente repetidos por la galería de espejos en la cual vivimos, de Gorbachov y Yeltsin. Me es profundamente indiferente que la brutalidad rusa se prolongue bajo denominación de CEI o de URSS y. que la verborrea de los viejos funcionarios del Partido (Gorbachov y Yeltsin, por ejemplo) se revista de retórica parlamentaria hoy, antisemita mañana o cristalinamente fascista pasado. Tiranía, barbarie, servidumbre, frío; hambre… Son ya tantos los siglos que consagran los rasgos del imperio euroasiático, que nadie aprecia allí muchos matices Me preocupa ya sólo que esa gente posea -además de su ruina sin fondo- el botón rojo del segundo arsenal nuclear del mundo. La tentación del chantaje, para un muerto de hambre armado hasta los dientes, es grande. Y lógica. Desnuclearizar los despojos de lo que fue la URSS es hoy más que urgente. No hacerlo sería suicida. Para ellos, desde luego. También para nosotros

14 Septiembre 1991

El PCUS y el PSUC

Gregorio López Raimundo

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Una de las enseñanzas más claras que proporciona la desintegración de la URSS y el hundimiento del partido comunista soviético es, sin duda, que la democracia y el pluralismo constituyen componentes esenciales del socialismo, sin los cuales no es posible construir una sociedad igualitaria y fraternal, que supere las carencias e injusticias del régimen basado en la búsqueda del máximo beneficio para el capital.La causa primera del fracaso del socialismo en la URSS se encuentra en el mantenimiento de la dictadura del proletariado no sólo en el periodo de desmantelamiento del Estado anterior a la Revolución de Octubre, sino como forma de poder de un único partido monolítico, sin canales para la confrontación de las ideas ni para la participación de sus militantes en las decisiones, competencia exclusiva en la práctica del secretario general y de un grupo restringido de dirigentes. Bajo la dirección de Stalin, este sistema condujo a la fusión partido-Estado que desnaturalizó el carácter y la vida del PCUS, instrumentalizó las elecciones y el funcionamiento de las instituciones soviéticas e imposibilitó que los ciudadanos pudieran participar en la vida política y elegir a sus representantes.

La perestroika fue un invento audaz de sacar a la URSS del callejón sin salida a que la llevaron prácticas semejantes. Pero los obstáculos acumulados en el país eran tantos y tan graves, la desconfianza de la población tan profunda y la deformación del partido tan generalizada que la perestroika no logró abrirse camino sino parcialmente y a ritmos tan lentos que los problemas que pretendía resolver se agravaron hasta culminar en el golpe de Estado del 19 de agosto, que ha sellado la desintegración de la URSS y el desmantelamiento del PCUS.

Afortunadamente, la perestroika imprimió cambios en la política exterior de la URSS que se materializaron en los acuerdos de Washington para eliminar los misiles de medio alcance de las dos superpotencias. Estos acuerdos y la apertura de negociaciones de desarme más ambiciosas entre la URSS y EE UU marcaron el declive de la guerra fría, detuvieron la confrontación entre los bloques militares que empujaba al mundo hacia la hecatombe nuclear e hicieron posible que se produjesen acontecimientos tan imprevisibles como la democratización de los países del Este, la caída del muro de Berlín o la cancelación del Pacto de Varsovia y que se concluyeran acuerdos que pusieron fin a los conflictos armados en Nicaragua, Angola y otros lugares y dieron un nuevo impulso al respeto a los derechos humanos en todos los continentes.

Las resistencias conservadoras en el seno del PCUS, la incapacidad de Gorbachov y su equipo para mejorar el abastecimiento de la población, la falta de hábitos democráticos de los soviéticos y otros factores determinaron que al implantarse las libertades fundamentales se produjeran en la URSS conflictos sociales y nacionales que debilitaron la acción internacional de Gorbachov y paralizaron en el interior la aplicación de la perestroika.

Esta situación hizo pensar a los conservadores del PCUS que había llegado el momento de liquidar la perestroika y volver al pasado, pero su intento de golpe de Estado fracasó, desencadenando reacciones que aceleraron el proceso de desintegración de la URSS y apuntillaron al partido.

Los conservadores son responsables de que la perestroika no incluyera desde sus inicios la libertad para formar partidos y de que Gorbachov defendiera hasta antes del golpe la pervivencia del PCUS como partido único, lo que supuso la limitación más grave de la reforma encabezada por el presidente soviético. Lo más inquietante para el futuro de la URSS después del fracasado golpe del 19 de agosto es, precisamente, la ausencia de formaciones políticas estructuradas, representativas -de las distintas tendencias democráticas, capaces de asegurar que no habrá vacíos de poder ni guerras a la yugoslava, y de llevar hasta el fin la perestroika respetando la voluntad popular.

El mundo necesita que la URSS se mantenga como interlocutor de EE UU en la búsqueda de acuerdos internacionales para reducir los armamentos, eliminar los conflictos armados, democratizar la ONU y establecer un orden económico mundial que acabe con el hambre y el atraso y asegure la conservación de la naturaleza y el medio ambiente. Esta necesidad se hace más perentoria ante la incapacidad de la CEE para culminar la unidad europea, superar su supeditación a EE UU y asumir el papel que le corresponde en la dirección de los asuntos mundiales.

Pero nadie debe pretender desde fuera imponer a los pueblos de la URSS el sentido de las reformas más allá de la obligación de respetar los derechos humanos, las libertades democráticas y el derecho a la autodeterminación de las naciones que la integran. Los comunistas y cuantos en Occidente aspiramos a construir una sociedad socialista libre, debemos reclamar y promoveíla solidaridad sin condiciones hacia los pueblos de la URSS y aprender de su experiencia para no cometer los errores que provocaron el fracaso del socialismo totalitario. Cada pueblo debe encontrar su propio camino, las formas de lucha que corresponden a su situación, las vías que le permitan dar respuesta a las necesidades y aspiraciones de la mayoría, y avanzar hacia la sociedad mejor, meta de nuestros ideales.

El PSUC vivió desde su nacimiento en circunstancias muy diferentes a las del partido comunista soviético. Y, aunque compartió durante años defectos e insuficiencias comunes a los partidos comunistas de Occidente, no pudo ni quiso cometer los errores del PCUS, algunos de los cuales criticó y condenó abiertamente. El PSUC defendió siempre los intereses de los trabajadores y de las capas más desfavorecidas de la población y fue en Cataluña el más esforzado luchador contra la dictadura, por la democracia y los derechos nacionales. Su pasado es un capital histórico que la izquierda debe invertir para construir una alternativa a la hegemonía actual del centroderecha y un motivo de orgullo para los comunistas incluso después del lamentable final del PCUS.

El PSUC no puede esperar, sin embargo, avanzar hacia sus objetivos mirando el pasado ni pretender edificar sólo la alterriativa de izquierda. De aquí que hace años, cuando nadie preveía que el PCUS estuviera incubando su destrucción, promoviera con otras fuerzas políticas y personalidades independientes de izquierda Iniciativa per Catalunya (IC), formación política plural a cuyo desarrollo dedica su organización y el esfuerzo de sus militantes. En este periodo la tarea histórica del PSUC consiste en impulsar IC hasta convertirla en una formación poderosa, donde los miembros de otras formaciones y los adheridos directos sean mucho más numerosos que los del PSUC, y en la que los comunistas trabajen respetando su funcionamiento democrático y cumpliendo sus normas intemas, que no son las de un partido político sino las que corresponden a una formación plural.

Esto no tiene por qué ser así eternamente. El PSUC no es un fin -como no lo eran los cuatro partidos que lo fundaron en 1936-, sino un instrumento de lucha. No puede descartarse, por tanto, que a medio o largo plazo se funda en una organización superior. Pero no habría de hacerlo porque el PCUS se inmoló bochomosamente, sino porque así lo requiere la evolución de los acontecimientos en nuestro país, en Europa y en el mundo y el interés de la lucha por el socialismo.

Gregorio López Rairnundo