9 marzo 1921

Cuarto jefe de Gobierno español que es víctima de magnicidio tras los casos de Prim, Canovas del Castillo y José Canalejas

El Presidente Eduardo Dato es asesinado a tiros por tres anarquistas que le acribillaron desde una motocicleta

Hechos

El 9.03.1921 la prensa de toda España informó del asesinato de D. Eduardo Dato, presidente del Consejo de ministros de España.

Lecturas

El 8 de marzo de 1921 es asesinado el presidente del consejo de ministros de España, D. Eduardo Dato Iradier, del Partido Conservador. El Sr. Dato había sido varias veces jefe de Gobierno. Su último mandato había comenzado el pasado 5 de mayo de 1920.

Mientras se dirigía en coche oficial a su domicilio cerca de la Puerta de Alcalá, tres pistoleros anarquistas — D. Pedro Mateu Cusidó, D. Luis Nicolau Fort y D. Ramón Casanellas Lluch — se acercaron en una moto con sidecar y dispararon varias ráfagas contra su vehículo, alcanzando al presidente del gobierno.

Los anarquistas responsabilizan a D. Eduardo Dato Iradier de la represión policial en Barcelona llevada a cabo por el general D. Severiano Martínez Anido. El Sr. Mateu Cusidó será el primero en ser apresado, el 14 de marzo. “Sí, yo soy el asesino, he cumplido con un deber haciendo justicia, ahora que la hagan también conmigo”, dijo. El Sr. Nicolau Fort también será detenido mientras que el Sr. Casanellas Lluch logrará huir a la Unión Soviética.

Tras unos días de D. Gabino Bugallal Araújo como jefe de gobierno interino, el nuevo presidente del consejo de ministros en España será D. Manuel Allendesalazar Muñoz, nombrado por el Rey Alfonso XIII el 13 de marzo de 1921. El Sr. Allendesalazar Muñoz permanece en el poder hasta el 14 de agosto de 1921.

La represión contra los dirigentes obreros y especialmente la ley de fugas, que la policía aplicaba para ejecutar impunemente a quienes consideraba oportuno, acentuaron el radicalismo obrero. Los sectores anarquistas partidarios de la acción directa contra el Estado tuvieron vía libre para actuar. Para los radicales el asesinato – en su jerga ‘la ejecución’ – de un presidente del Gobierno era la respuesta adecuada a la actuación represiva de las autoridades.

El 8 de de marzo de 1921 el presidente del Consejo de Ministros, D. Eduardo Dato, ha sido asesinado esta noche en las inmediaciones de la plaza de la Independencia en Madrid. Cuando regresaba a su casa en automóvil, dos individuos le hicieron numerosos disparos desde una motocicleta con sidecar, huyendo posteriormente por la calle Serrano. Trasladado urgentemente a la casa de socorro de la calle de Olózaga, donde ingresó ya cadaver, se le pudieron apreciar ocho impactos de bala. El lacayo del Sr. Dato sufr eheridas de cierta consideración. El Sr. Bugallal ocupa desde esta noche la presidencia interina del Consejo, y el vizconde de Eza el ministerio de la Marina.

La policía ha comenzado asimismo las investigaciones, que parecen apuntar inicialmente a un complot de carácter anarquista. Se debe a D. Eduardo Dato el inicio de una auténtica legislación laboral en España.

Con las leyes de accidentes laborales y la de regulación del trabajo de mujeres y niños en las fábricas el estado actuó por primera vez como árbitro en las cuestiones sociales. Esta preocupación social le proporcionó, ya dentro del reinado de D. Alfonso XIII, una auténtica popularidad en amplios sectores obreros. Dentro del Partido Conservador, Dato intentó afianzar la coherencia de sus militantes aunque para ello tuviera que apoyar al Sr. Maura, cuando todos esperaban que se opondría a él al producirse en 1903 la renuncia de Francisco Silvela. En tres ocasiones ocupó la presidencia del Consejo de ministros, y en ninguna de ellas en circunstancias favorables. Durante la primera fase, entre 1913 y 1915, tuvo que hacer frente al estallido de la Gran Guerra, consiguiendo la neutralidad española, lo que acarreó grandes beneficios económicos La segunda ocasión, de junio a noviembre de 1917, le obligó a perder su popularidad entre los obreros (legalización de las Juntas de Defensa y represión de la huelga general de agosto).

La necesidad de frenar el carácter sindicalista de la Junta y las pretensiones de tipo político de la Asamblea de Parlamentarios, le llevaron a provocar la enemistad entre ejércitos y burguesía por u nlado y obreros por otro lado, para poder controlar una situación que se escapaba de su contol. Desde que retornó al poder en mayo del año pasado con el nombramiento del señor Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona, y la aplicación de la ley de fugas, la enemistad obrera se hizo manifiestamente hostil.

Será enterrado con honores de capitán general con mando en plaza, y con la presencia de Su Majestad.

EL ASESINO MATEU CONFESO TRAS SER DETENIDO

PedroMateu El mecánico Pedro Mateu, de ideología anarquista, confesó tras ser detenido por la policía que él había sido uno de los tres hombres que había tiroreado a Sr. Dato: «Yo no he matado a Dato, sino al presidente del Consejo. He hecho justicia; ahora, que la hagan conmigo».

Poco después fue detenido otro de los asesinos, Luis Nicolau Fort (el tercero, Ramón Casanella logró escapar del país a la Unión Soviética). Pedro Mateu y Luis Nicolau serían condenados a muerte, pero la pena se les sería conmutada por cadena perpetua.

09 Marzo 1921

Los tres aciertos de un estadista

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena Álvarez Ossorio)

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Las tres veces que el Sr. Dato ha actuado como presidente del Consejo de ministros aparece como la característica de su conducta la preocupación por la paz pública y el orden social. Injustamente se le imputo más de una vez el prufito de la transigencia, su modo suave, sólo podía referirse a lo episódico; pero gobernaba con la persuasión de que el Poder público sólo puede desenvolverse en el orden y en la tranquilidad.

En 1914 formó por primera vez Gobierno, y es justo recordar que en circunstancia políticas muy difíciles. El apartamiento o la postergación del Sr. Maura promovía en no pocos sectores conservadores del elemento social un ambiente hostil contra el Sr. Dato y su Gabinete. Estalló entonces la guerra y el Sr. Dato supo contrarrestar aquellas campañas y rodearse del respeto y de la asistencia públicas con su gran acierto de la neutralidad. Fue una clarividencia afortunada y precisa, que hizo tangible sin demora y sin vacilación. La página de la Gaceta en que la neutralidad de España se declaraba con toda solemnidad fue una ejecutoria para el Sr. Dato. La paz interna estaba asegurada.

Volvió a gobernar el 17, cuando el sosiego y las Instituciones y la vida con toda España se veía amenazada por una convulsión revolucionaria. La cosa era de mayor intensidad y extensión de lo que luego pudo apreciarse por los chispazos y acaso el señor Dato – que era infinitamente reservado y discreto – se ha llevado a la tumba el secreto de interesantes ramificaciones.

La acción del Sr. Dato fue entonces tan decidida como serena. Afrontó el trance con los ojos abiertos, con el aplomo de un gobernante seguro de su temperamento y del alcance de sus medios: seguro también de que la opinión no había de abandonarle. Y el orden fundamental se sustentó.

Le estaba reservado presidir por tercera vez el Gobierno cuando otras convulsiones más peligrosas todavía atentan contra los cimientos no sólo del régimen, sino de la sociedad misma. Capacitación de la magnitud del estrago, rectificó la política de las etapas inmediatamente anteriores; no era hombre de violencias ni de crueldades; a sabiendas de la falsedad se ha repetido esta injusticia imputación. Ni era, tampoco enemigo sino partidario y favorecedor de las organizaciones legales social en pro del obrero. La Ley de Accidentes del trabajo suya es: el reciente decreto de retiros obreros, obra de inspiración suya; y de su propia iniciativa los proyectos amplios, orientados, modernamente, que en materia de problemas sociales están preparados para el Parlamento.

Quería, eso sí, mantener el principio de autoridad, el respeto al Derecho, y, en consecuencia, impedir el poder ilegal despótico e irresponsable del sindicalismo rojo. Quería mantener la libertad del trabajo, la paz, la posibilidad de que la vida de España renaciera. Se hubieran o no vencido las dificultades de la política; pero no hubiera caído claudicando.

Y por eso, porque no se avenía a claudicaciones; porque gobernando él no podía resucitar la dictadura descarada y plena del sindicalismo rojo este le ha hecho su víctima.

09 Marzo 1921

En el caos criminal

EL SOL (Director: Manuel Aznar Zubigaray)

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El Sr. Dato era adversario nuestro. Esta queremos que sea nuestra primera confesión sincera y leal debida al muerto presidente y nosotros mismos, pues en estos momentos nada debe enturbiar la claridad de nuestras palabras. Pero, precisamente porque hemos sido distinguidos con la hostilidad presidencial, adquirirá máxima autoridad nuestra execración del atentado.

Ante un hecho de tal naturaleza, no queda una sola fibra en nuestro ser que no se conmueva trémuda y no de indigne exasperada; otra cosa sería repetir en el interior del alma al mismo crimen, tan alevosa y fríamente como fue ejecutado, y participar, de cierta manera en él. ‘Crimen inútil’, dirán algunos; nosotros, sencillamente, sin adjetivos, decimos ‘crimen’, porque en esta palabra están las más terribles adjetivaciones.

En esta época caótica en que España vive, españoles de distintos linajes se han dedicado a una sistemática destrucción de todos los derechos que rodean y protegen a la persona humana, hasta dejarla desnuda a la inclemencia; de ahí, fácil era pasar al resto: a la negación de la misma persona, al ataque a la vida. Véase si estamos viviendo unos momentos terribles, cuando ya se niega el primer y fundamental derecho del hombre, sin el cual todo lo demás deja de ser: el derecho biológico a vivir, si no se le quiere llamar el derecho sagrado. Pero ha de pensarse que no se ha podido llegar a tal aberración sin una sucesión de causa que es preciso examinar, tal como debe hacerse en momentos de muerte, con un examen de conciencia, seguido de un pleno dolor de corazón.

No es hora de pronunciar un juicio definitivo sobre la obra del político asesinado, aunque tampoco se pude lealmente renunciar a hacerlo. La muerte trágica es la gran purificadora, que solamente deja al alma el ejercicio de la compasión. La indignación brota también justamente, y una sensación de horror y de abismo al advertir que el atentado contra la vida es hoy el único método de lucha que estiman eficaz muchos españoles, como si toda consideración moral y de justicia hubiera desaparecido de los espíritus. Crímenes engendrados en los limbos oscuros de almas solitarias, han ocurrido por cientos de veces; pero más terrible es cuando una nación entera, de arriba abajo, la derecha a izquierda, vive en un ambiente colectivo en que todo derecho y toda persona son negados y destruídos, como cosa de liviana importancia. A la justicia, se ha sustituído la venganza; sangrientas razzias se organizan consecutivamente de lado a lado, y España atraviesa un periodo de alternativas venganzas corsas que, por las trazas, n parece vaya a tener un fin pronto.

Incapaces los españoles de luchar con ideas contra las ideas contrarias, han adoptado el procedimiento de suprimir a las personas que las albergan en sus cabezas, y ya puestos en esta ruta, aquí no hay más ley que la ley del Talión. Recapacítese por todos adónde nos conducirá este sistema de lucha.

Y ¿es que es eficaz siquiera? Del mismo modo que las nuevas ideas no se suprimen con persecuciones, el régimen actual no puede derribarse con atentados y crímenes. Un régimen es ago más que las personas que lo encarnan; un político es algo más que su propia persona, pues responde a una opinión colectiva, y una masa innúmera de individuos y una trabazón inmensa de intereses le apoyan y le sobreviven sin conmoverse. Si el atentado criminal fuera el mejor sistema de lucha política o social, realmente no habría cosa más sencilla para sustituir con una nueva modalidad vieja. Pero la Historia nos enseña de modo indubitable que tal procedimiento es de nula eficacia, que, por el contrario, nunca ha producido otra cosa que la reacción y afianzamiento de lo mismo que se quería destruir.

Por eso, nosotros, en esta ocasión más que nunca, queremos afirmar nuestra fe y confianza en el liberalismo, que con sus dos esenciales principios, la libre y amplia controversia de toda idea y opinión y la renovación constante y evolutiva, es la única garantía que tiene el hombre contra la ferocidad humana, y asegura a los pueblos contra los horrores sangrientos.

09 Marzo 1921

Ante el atentado

LA LIBERTAD (Director: Luis de Oteyza)

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Prim, Cánovas, Canalejas, Dato… Dijéarse que España es el país de Europa en el que el atentado político tiene una cronicidad periódica cuyas huellas rojas dejan en la Historia triste signo de crueldad, de intolerancia, de pasión feroz.

No son momentos actuales propicios para señalar distinciones ni para formular análisis. Ante el crimen, toda conciencia honrada vibra por igual con la que también lo sea, llámese como se llame y tenga la significación que a cada cual le plazca.

La persecución premeditada y fríamente dispuesta, con detalles que acreditan una siniestra organización por parte de los delincuentes, tenazmente resueltos a ejecutar su plan… Más tarde, la tristítisma escena de la Casa de socorro, donde una esposa ejemplar y unas hijas amantísimas lloraban silenciosamente sobre el cadáver ensangrentado del que era todo para ellas…

Bastarían estas dos páginas de la tragedia de ayer para que quien las haya contemplado y conocido en toda su intensa realidad no se sienta con fuerzas de otra cosa que no sea el homenaje bien sentido ante la Muerte y el Dolor.

Ayer, como tantas otras cosas, nos ha parecido espantosa y abominable la predisposición atávica a la intolerancia, que, como un arrastre de siglos, constituye el fondo del carácter español. Así, la política de relación entre unas y otras entidades nacionales y entre el Poder y los ciudadanos se distingue por su tirantez y su dificultad. El sindicalismo español, más bien el anarquismo sindicalista, guarda escasa semejanza con sus correligionarios de otros países. Soñar y propugnar una sociedad nueva, por avanzada y utópica que parezca, es lícito y digno del respeto en todos a las ideas contrarias, el culto al Derecho y a la noble fraternidad humana.

Decimos hoy lo que, contemplando dolorido el curso de los sucesos en España, dijera no ha muchos días, en estas mismas columnas de LA LIBERTAD, nuestro compañero Luis de Zulueta:

“Cada día deja su huella de sangre. Cada jornada añade una nueva escena de dolor a la tragedia que viene representándoles ante los ojos del Poder público. No habrá alma honrada que no siente en lo más hondo amargura, vergüenza, indignación.”

Por lo mismo, queremos ver en el cuerpo social, en los que le dirigen y aspiran a dirigirle, una gran serenidad, que no excluye la justa condenación del crimen. Ansiamos, cada día más, porque cada día es más urgente y más precisa, la pacificación de España. Así no se puede vivir; mucho menos ha de acometer con eficacia la reconstitución fecunda de nuestra sustantividad nacional.

Para los asesinos, el castigo y la ley. Pero para la sociedad española, como obra de todos, que ha de brotar de la solidaridad de los ciudadanos, del acierto de los gobernantes y de la cultura del pueblo, una era de paz, que aleje los crímenes y restablezca la vida del Derecho por su coexistencia armónica con LA LIBERTAD.

09 Marzo 1921

La obra de todos

LA ACCIÓN (Director: Manuel Delgado Barreto)

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Cuando ocurren hechos tan brutales como el que anoche se desarrolló en Madrid, la conciencia pública, indignada y dolorida a la vez, lo primero que demanda es el castigo de los culpables. Y si cada ciudadano hiciera un examen de su conducta observaría como hay en todos nosotros, arriba y abajo, una gran parte de culpa, que nos avergüenza confesaría como un delito y que, sin embargo, no se procura evitarla en lo futuro.

Los miserables asesinos que anoche, alevosamente, rodeando su acción de las más execrables circunstancias, añadiendo a la cobardía la premeditación, arrebataron la vida al ilustre presidente del Consejo de Ministros, son el producto de nuestra propia cobardía, de nuestra indiferencia, del incumplimiento de nuestras obligaciones ciudadanas.

No es este crimen odioso, ante el cual surgen hoy ardorosa la protesta de toda España, ni la obra de un loco como aquel que asesinó al insigne Canalejas; ni la de un solitario que se cree vengador, como aquel otro que dio muerte al inolvidable Cánovas; ni la obra de un iluso como Morral, ahito de lecturas malsanas… No se trata de unos visionarios, ni de unos ilusos, ni de unos idealistas a su manera, que van de frente a una autoridad, que a ellos les parece redentora, seguros de dejarse en la empresa la vida. No; se trata por todos los síntomas y los antecedentes, de hombres prácticos, serenos, admirablemente preparados para estas villanías con los medios económicos suficientes para no omitir refinamiento, ni comocidades, ni garantías de seguridad; se trata, en fin, de un crimen que no obedece a ningún estímulo de reivindicaciones sociales y que ha sido preparado y organizado concienzudamente con todas las seguridades del éxito. Medio de locomoción rápida, armas certeras, tiradores de pulso firme, que no han perdido una sola cápsula de disparador…

Asombra ver a las multitudes cruzadas de brazos, como masas inconscientes, en presencia de las mayores monstruosidades, de las más absurdas extralimitaciones, de los más disolventes movimientos de indisciplina, sin hacer un gesto de protesta, ni cosa alguna que revele el deseo de contribuir a que en España se viva como se vive hoy en todos los pueblos cultos de la tierra, aun en aquellos como Alemania, donde la miseria y el malestar podrían servir de justificación a salvadas destructoras y criminales que solo en Rusia y en España han tomado cartas de naturaleza.

Y eso ocurre porque en este pobre país todavía se puede dar el caso de que un diputado se levante en el Congreso, sin que le arrastren o le impongan un severo castigo, a justificar los crímenes y a confundir la causa del obrero con las fechorías de los criminales y de unos periódicos puedan defender, sin que el público le vuelva la espalda y las autoridades se lo impidan, no ideales ni conductas políticas y sociales, sino hechos delictivos, propagandas y procedimientos disolventes en los que palpitan el crimen y la subversión.

Cada cual hace en este país todo lo que le viene en gana, menos lo que debe hacer, lo que está obligado a hacer, porque se lo mandan los códigos y se lo impone la conciencia. Los gobernantes no gobiernan; los ciudadanos no cooperan a gobernar, que significa aplicación inflexible de las leyes sin cuyo cumplimiento por parte de todos, no es posible la vida del derecho ni puede existir las garantías que eviten crímenes como el que ha puesto fin a la vida del ilustre hombre público, que sólo por haber dado su sangre en cumplimiento del deber merecería ya bien de la Patria y perdurable lugar en la historia.

Inclinémonos entristecidos ante su cadáver, en homenaje de respeto y elevemos después los corazones hasta un ideal de justicia, que siendo lazo de unión entre todos los españoles, impulse y presida la obra común de los que no quieren que su Patria se hunda en el deshonor y en la ruina.