1 enero 1986

El marxista Francisco Bustelo, ex rector de la complutense, sorprende con un artículo a favor de la monarquía en el diario EL PAÍS

El príncipe Felipe de Borbón es proclamado oficialmente por Las Cortes como heredero oficial en la Jefatura del Estado

Hechos

En enero de 1986 el Congreso de los Diputados presidido por D. Gregorio Peces Barba proclamó a D. Felipe de Borbón como Heredero al Trono y Príncipe de Asturias.

Lecturas

El marxista Francisco Bustelo, ex rector de la Universidad Complutense de Madrid, sorprende con un artículo a favor de la monarquía en el diario EL PAÍS.

31 Enero 1986

Don Felipe y el futuro de la Monarquía

Francisco Bustelo

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Yo soy un republicano de toda la vida que ha acabado monárquico. Primero, por importancia o resignación, cuando se vio a la muerte de Franco que la República soñada era imposible. Luego, por la razón, al comprobar que en la peculiar pero positiva transición a la democracia la monarquía era una pieza maestra. Más tarde, por agradecimiento en el 23 de febrero. Por último, con el corazón, al sentir respeto y afecto por la eficacia y simpatía con que el Rey y la Reina se desempeñan en su dificil oficio.Pienso que lo que me ocurre a mí sucede a muchos, y es una suerte que así sea. No obstante, como es una gran novedad en nuestra historia que el Monarca sea un elemento tan favorable para la estabilidad y convivencia de la sociedad -pues en lo pasado, al menos en los últimos 200 años, fue más bien lo contrario-, hay que preguntarse qué sucederá en lo futuro. ¿Seguirá la Monarquía contando con el apoyo unánime, o casi, que tiene hoy? ¿Evolucionaremos los españoles desde nuestro juancarlismo actual y sin reservas a un monarquismo definitivo y también indiscutido?

Los republicanos -mayoría en España en los últimos 50 o 60 años y hasta hace bien poco- lo eran fundamentalmente por dos motivos. El primero, fortísimo en 1931, por considerar al monarca un obstáculo para el progreso y verlo como rey de sólo una parte de los españoles. Es obvio que tal razón ha desaparecido. El segundo, por entender que en una sociedad que tiende hacia la igualdad no está muy justificado que la jefatura del Estado se herede. Este último argumento, teóricamente vigente, ha de ser contrarrestado por la ventaja que puede suponer en la práctica democrática eliminar la elección presidencial. Es verdad que algunas repúblicas, como la alemana occidental, han reducido al mínimo la perturbación que siempre entraña tal elección. En otras, en cambio, como la francesa, aquélla complica sobremanera el discurrir político.

¿Puede conseguir un país acrecentar las ventajas y disminuirlos inconvenientes de la monarquía parlamentaria?
Como es bien sabido, un monarca constitucional tiene un cometido en apariencia sencillo y en realidad delicado y complejo. No puede ni debe inmiscuirse en la vida política -condición sine qua non para poder ser el rey de todos-, pero al mismo tiempo «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones», tal como dice nuestra Constitución.
Por otro lado, el rey está sometido, desde que nace hasta que muere, caso único entre todos, a la permanente atención pública. Ésta es la paradoja de la monarquía constitucional. La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sin embargo, ninguna función pública depende tanto para su continuidad del comportamiento de quien la ejerce. Un error y las consecuencias son gravísimas. Como a un monarca no se le puede cambiar, si se quiere hacerlo sólo cabe una salida: acabar con la institución.
De aquí la fragilidad de las monarquías y el que tantas hayan desaparecido. De aquí la importancia de que los príncipes herederos cuenten con la mejor formación posible.
De nuestro Rey no se puede decir que recibiera una educación idónea para un monarca constitucional. Se benefició, sin embargo, de la influencia, por fortuna muy superior a la de algunos educadores, del conde de Barcelona, el primer Borbón español, desde Carlos III, con sentido de la historia. También, a juzgar por los resultados, ha acertado don Juan Carlos, desde que estuvo en sus manos elegirlos, con sus consejeros y personas de confianza.
Don Felipe goza de grandes ventajas respecto de su padre. Educado en familia, en una España democrática, todo parece indicar que su preparación es la idónea. Después del acierto de enviarle un año a Canadá, su paso, que debería ser relativamente rápido, por las academias militares, además de obligado, contribuirá a su formación, al someterle a una disciplina que luego, más adelante, sólo él mismo podrá autoimponerse. Habrá de completar su formación intelectual en la Universidad y estudiar algo, lo que sea -eso sí, conviene que sea una carrera completa-, con provecho, y no sólo para cubrir el expediente. (Su ejemplo, por cierto, podía ser imitado por nuestros futuros oficiales, cuya formación específica debería ir acompañada de estudios civiles, como se hace en tantos países).
No hay que olvidar que monarquías quedan pocas y hay que cuidarlas si se quiere que perduren. Las que sobreviven, en los países occidentales al menos, cuentan en su favor con generaciones y generaciones de monarcas que actuaron en bien de supaís. Por eso pueden permitirse el lujo de ser objeto de críticas sin que pase nada.
España no está todavía en ésas. Porque mirando al pasado muchos españoles tenderíamos a ser republicanos. Viendo el presente somos monárquicos. Para el porvenir, mucho dependerá de los futuros monarcas. Ojalá sean todos como don Juan Carlos y doña Sofía.