21 junio 1993

El Coronel Dávila acababa de ser condecorado por el Rey por sus servicios humanitarias en Bosnia

El Teniente Coronel Fidel Dávila y otras cinco personas asesinadas por ETA en una matanza en la calle López de Hoyos

Hechos

  • A las ocho y cuarto de la mañana del 21 de junio de 1993 un atentado terrorista asesinaba en Madrid a seis militares y un civil que viajaban en una furgoneta oficial, haciendo detonar a su paso un potente coche-bomba, cargado con 40 kilos de amonal, en la calle López de Hoyos.

Lecturas

EL MINISTRO DE DEFENSA, JULIÁN GARCÍA VARGAS, HABLA SOBRE LA CATÁSTROFE

Hechos: El 21 de Junio de 1993 hizo explosión un coche bomba estacionado en la Calle Joaquín Costa, cruzando la Glorieta de Hoyos al paso de una furgoneta militar, la explosión asesinó brutalmente a los siete ocupantes: cuatro tenientes coroneles (entre ellos se encontraba Fidel Dávila, nieto del ex ministro que fuera uno de los más íntimos colaboradores del general Franco), un capitán de fragata, un sargento y el conductor. Fue la mayor matanza terrorista en Madrid desde el atentado en la Plaza República Dominicana y un paso más en la sanguinaria cruzada terrorista contra los militares del Ejército y la Guardia Civil.

Víctimas Mortales: D. Fidel Dávila Garijo, D. Juan Romero Álvarez, José Carretero Sogel, D. Javier Baró y Díaz de Figueroa, D. Domingo Olivo Esparza, D. Juan Manuel Calvo Alonso y D. Pedro Robles López

¿LA HUELLA DE ANBOTO?

anboto_detenida La policía vinculó la masacre terrorista a la asesina Soledad Iparragirre (alias ‘Anboto’) por una huella en una furgoneta.

22 Junio 1993

ETA significa muerte

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Que nadie espere una explicación racional por parte de quienes ordenaron matar o quienes cumplieron la orden a rajatabla: siete muertos, más de una veintena de heridos, algunos muy graves. Que nadie espere tampoco un sentimiento de piedad hacia las víctimas, niños o adultos, civiles o militares. No es que los terroristas carezcan de sentimientos: los tienen, pero han sido entrenados para reprimirlos en aras de una causa cuya magnitud se mide precisamente por el dolor que en su nombre se ocasiona. Para los terroristas, cuanto más evidente sea la inocencia de sus víctimas, mayor será la responsabilidad de los poderes públicos por no haber evitado su sacrificio aceptando la negociación.Por ello, que tampoco se espere una idea diferente de la que vienen repitiendo los comunicados de ETA desde hace tres lustros. Que los culpables son los otros: la intransigencia del Gobierno, los partidos democráticos, la prensa, los ciudadanos en general, que se niegan a plegarse a sus exigencias. «El punto clave de nuestra estrategia política está en intensificar la presión de la izquierda abertzale para que el Gobierno de Madrid cambie de actitud. Nosotros vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para hacer comprender a Madrid», declaraba el domingo en las páginas de Egin, el portavoz de Herri Batasuna (HB), Floren Aoiz. ¿Entender, qué? Que «aquí no hay más solución que una solución dialogada». Solución dialogada impuesta a bombazos. Caiga quien caiga. He ahí la única idea, la única estrategia, el solo mensaje.

Es inútil, por ello, intentar relacionar los crímenes de ayer con cualquier acontecimiento político en concreto. ETA mata siempre que puede, siendo el criterio operativo -máximo daño con el mínimo riesgo- el determinante para elegir el dónde y el cuándo. No hay que hacer mucho caso, por ello, a las vinculaciones que los redactores de comunicados establezcan con las elecciones del 6-J, la condena de Pakito en Francia, las conversaciones entre socialistas y nacionalistas con vistas a la constitución del nuevo Gobierno. Que se les reconozca como interlocutores en una negociación: ése es el verdadero fin de ETA. Mejor dicho, su función: la que los teóricos de la izquierdaabertzale han asignado a los pistoleros. «Más pronto o más tarde vamos a obligar al Gobierno a cambiar de actitud», declaraba hace, dos días el portavoz de HB.

El atentado de ayer demuestra que ETA sigue teniendo capacidad para sembrar el dolor a voleo, pero no desmiente su derrota política. Los terroristas no son capaces ya de determinar con su brutalidad la dinámica política de España ni siquiera la del País Vasco; tampoco de convertirse en coartada y estímulo del golpismo, de forzar concesiones en el terreno institucional o de intimidar al electorado vasco. Durante años, tras la desaparición del franquismo, la estrategia de ETA ha consistido en un permanente intento de desestabilizar al poder legítimo mediante provocaciones tendentes a suscitar una respuesta que igualara en brutalidad, y finalmente en ilegalidad, al Estado con los terroristas. El golpe del 23-F y el mal viaje de los GAL fueron los dos momentos en que más cerca estuvieron los terroristas de alcanzar su objetivo. Ahora, ninguna persona sensata puede pensar que tales situaciones vayan a repetirse, y demostraciones de fuerza bruta y crueldad como la de ayer lo son, además, de debilidad política (y mental): de incapacidad para organizar una retirada como la que les sugieren algunas voces desde sus propias filas.

«La lucha armada», proclamaba hace tres meses la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS) -estado mayor del conglomerado formado en tomo a ETA-, «seguirá siendo necesaria mientras no se alcancen los objetivos de la independencia y el socialismo». Pero tales objetivos, una Cuba abertzale en el Cantábrico, son considerados deseables por una minoría y expresamente rechazados por la mayoría de los ciudadanos de Euskadi, incluyendo a los identificados con el ideal nacionalista. En las elecciones del 64, la fuerza que aspira a contabilizar el apoyo de ETA obtuvo el respaldo del 10% de los ciudadanos vascos (el 14,5% de los votantes). Herri Batasuna no sólo ha perdido su condición de primera fuerza electoral de Guipúzcoa, su feudo tradicional, sino que ya es la cuarta en Vizcaya y la quinta en Álava.

Perdida la batalla por la hegemonía en el seno de la comunidad nacionalista, incapaz de determinar el curso de los acontecimientos políticos, abandonada por parte de su feligresía, ETA sigue matando, pero ya ni siquiera sabe por qué lo hace. El debate sobre si la violencia es imprescindible lo sólo necesaria, términos en que fue planteado el dilema hace unos meses, es difícil que lleve muy lejos mientras unas pocas personas tengan la posibilidad de zanjarlo ordenando matanzas como la de ayer. Y mientras tal cosa ocurra, la prioridad máxima seguirá siendo la de detener a los responsables.

22 Junio 1993

Matan, luego existen

Fermín Bocos

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Ayer Madrid volvió a ser el estupor, el miedo y la indignación reflejada en el rostro de millones de personas. Durante las primeras horas de la mañana -a medida que se fueron conociendo los detalles del múltiple asesinato terrorista-, pareció como que la capital había vuelto a los duros días vividos durante la anterior legislatura cuando tras las detenciones en Bidart (Francia) del llamado colectivo «Artapalo», esta ciudad fue el escenario elegido por la dirección de ETA para desplegar una represalia salvaje por medio de coches cebados con explosivos, cochestrampa como los que ayer arrebataron la vida a siete ciudadanos que se dirigían a su trabajo. Irene Villa, la infeliz muchacha cuyas piernas fueron cizalladas por la metralla vomitada por uno de estos coches-bomba, pasó a ser el símbolo involuntario de aquella tragedia que, ingenuamente, muchos pensamos que podía ser la última. Un año después, otras bombas, y su secuela múltiple de asesinatos, mutilaciones y dolor han venido a desalojamos de la esperanza. Los atentados de ayer han venido a demostrar cuán frágil era la posibilidad de una lenta declinación del problema de fondo. Me refiero a la situación madre que arranca del País Vasco, fermenta en las cárceles -donde cumplen condena medio millar de terroristas- y encuentra cebo en el segmento social que todavía apoya la opción del independentismo radical (como reflejan claramente los resultados electorales del 6-J). Además de todo lo que cada uno pueda pensar -que es mucho-, ante el salvaje despliegue de inhumanidad del que hacen gala los terroristas, ETA es un problema político y bastaría con analizar el río de declaraciones «políticas» generadas por los atentados, para demostrarlo. Todos los dirigentes de las fuerzas políticas democráticas han condenado los atentados y ninguno ha dudado a la hora de buscar la identidad de la mano inductora de los crímenes, pero al mismo tiempo -en uno u otro sentido- también se han referido al eventual proceso de reinserción cuyo horizonte y condiciones dejó trazados el Pacto de Ajuria Enea. Quiere pues decirse que lo fundamental: la estrategia democrática contra el terrorismo, no se ha torcido y si algún valor podemos rastrear en las condenas improvisadas a vuela micrófono, sería ése, el de remachar que a pesar de los atentados, el problema terrorista tiene establecido sus cauces y su tratamiento por las leyes. Lo cual, a su vez, nos devuelve al escenario político de la cuestión de fondo puesto que el Pacto de Ajuria Enea y su diagnóstico acerca de los orígenes y vías de solución a la violencia parten precisamente del análisis «político» de sus causas. Insisto en este punto por entender -quizá me equivoque-, que la negación del problema de fondo: la existencia de un segmento de la población vasca que apoya la reivindicación independentista sin rechazar los métodos terroristas anulará cualquier salida que pueda darse al problema en el futuro.

Dicen los expertos que los terroristas matan cuando pueden y que si lo hacen ahora es porque no han podido antes. Según ese punto de partida sería ocioso establecer relaciones entre los resultados electorales del pasado 6 de junio y los coches-bomba de ayer. Sin embargo no deja de ser ilustrativa la nueva situación política de Euskadi: el PSOE vuelve a ser la fuerza política mayoritaria -antes era el PNV- y el Partido Popular ha conseguido un éxito inopinado en Guipúzcoa, la cuna del abertzalismo. Quizá alguien ha pensado que el olvido es una semilla de germinación lenta y ante esa posibilidad ha decidido golpear. No sé, en estas cuestiones uno nunca sabe cuál es el lugar que ocupa la lógica a la hora de perpetrar fríamente una tragedia. También podrían asociarse los asesinatos de ayer en Madrid con la reciente sentencia que condena a Francisco Múgica Garmendia («Pakito») -tenido por jefe de la banda- a diez años de prisión en cárceles francesas y deja abierta la puerta para su posterior extradición a España. En ese sentido los atentados habrían sido una macabra exhibición de poder, un «toque de atención», encaminado a rebajar la euforia de quienes en más de una ocasión, a lo largo de la pasada campaña electoral, dieron poco menos que por finiquitada la capacidad «militar» de ETA. Quizá, sin embargo, la explicación de todo esto haya que buscarla en una sola idea mucho más primaria: simplemente han pretendido -y a fe que lo han conseguido-, volver a colocar a los presos en el centro de todas las conversaciones políticas y no políticas del país. En esa dirección se mueve desde hace tiempo por otra parte el debate abierto en el seno del llamado colectivo de presos etarras. Un mundo en el que, a lo que parece, coexisten dos posiciones radicalmente diferentes a la hora de encarar el futuro. Si se puede hablar de bandos dentro de la banda, uno sería partidario de la cancelación del ciclo histórico de la pugna por la independencia con recurso a la lucha armada (estesector estaría liderado por «Azcoiti»), y, el resto, que gusta de ser reconocido como el «sector duro», no tendría otra disposición que aquélla que apuntan los coches-bomba en una estrategia maximalista de amedrentamiento orientada a forzar una negociación «política» aparejada de excarcelaciones indiscriminadas. Amén del citado «Pakito», las informaciones periodísticas al uso sitúan también en la misma idea a otros dirigentes hoy en prisión, como es el caso de Alvarez Santacristina («Txelis»), o Urruticoechea Bengoechea («Josu Ternera»).

Quienes parecen haber reconocido la realidad y los cambios operados en el escenario político europeo habrían leído con sumo interés el camino de reinserción que apunta el Pacto de Ajuria Enea. El resto -descorazonadoramente, parece que un sector mayoritario entre los presos y buena parte del apoyo social-, a juzgar por la salvajada de ayer no parecen dispuestos a nada que no sea su propia locura. Matan para que sepamos que existen. Téngase en cuenta.