23 noviembre 2015

Logró 51,43% de los votos frente al 48,57 de su rival

Elecciones Argentina 2015 – Macri, el candidato de la derecha vence al oficialista Scioli y pone fin a 12 años de kirchnerismo

Hechos

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas celebradas el 22.11.2015 dio la victoria al candidato presentado por Cambiemos, Mauricio Macri, frente al candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli.

Lecturas

Después del arrollador triunfo kirchnerista en las pasadas elecciones presidenciales de 2011, ahora pasan a la oposición.

LOS MEDIOS KIRCHNERISTAS DIERON POR ERROR EL TRIUNFO DE SCIOLI

Los medios oficialistas, la cadena pública CANAL 7 (donde se emite el gubernamental ‘678’ creado por Diego Gvirtz, ahora propiedad del kirchnerista Cristobal López), la cadena privada C5N también de Cristobal López, la chavista TELESUR y los medios controlados por Sergio Szpolski y Electroingeniería dieron por error el triunfo del candidato kirchnerista Scioli. Lo que llevó a, tras confirmarse el triunfo de Macri, se produjeran burlas desde el canal Trece, del Grupo Clarín.

Las siguientes elecciones están previstas para 2019.

23 Noviembre 2015

Por méritos propios y votos contra Cristina

Ricardo Kirschbaum

Leer

El triunfo de Mauricio Macri en la segunda vuelta sobre Scioli le dio la razón a su estrategia, aunque la diferencia fue más estrecha que la esperada. El presidente electo siempre confió en que el camino elegido para llegar a la Casa Rosada se construiría más desde la moderación que desde una oposición implacable. Con ese objetivo, Macri fue coherente con la idea que alimentó desde el comienzo, presentándose como un candidato que venía de otro lugar que no es el de la política tradicional.
Alimentó ese costado, contra toda evidencia, sobre todo cuando rechazó aliarse con Sergio Massa, vinculación que podría haberle dado resultados más rápidos pero, a la vez, le hubiera exigido concesiones más explícitas y una conducción quizá más colegiada.

Sin embargo, para que triunfe Macri ahora hubo, en 2013, un triunfo de Ma-ssa, que sacó de la cancha al proyecto de reforma constitucional para hacer indefinida la reelección de Cristina. Ese dato es fundamental: el proyecto kirchnerista se quedaba sin sucesor.

Aún presentándose como la antítesis del político tradicional, Macri no pudo sustraerse a la dimensión de la política. La alianza con los radicales –mérito notorio de Ernesto Sanz, que tomó un riesgo importante en un partido que encontró un horizonte con la decisión de Gualeguaychú– y con Lilita Carrió, fue el paso para que su formación trascendiera una historia personal y adquiriera otra capacidad. Hay que decir, además, que Macri insistió, aún contra el escepticismo, en un camino que finalmente coronó con éxito. Negarlo es una necedad y en este período histórico hubo demasiada.
Si la sociedad eligió a Macri como el candidato para la alternancia es, también, porque votó contra Cristina, cuyas decisiones políticas fueron errores en cadena que terminaron favoreciéndolo.

No fue poco el hartazgo que se fue acumulando contra el gobierno kirchnerista y sus arbitrariedades permanentes. Su afán hegemónico y vertical terminó impregnando a todo el peronismo que quedó paralizado por la cesión de toda autonomía a cambio de fondos federales. La política se redujo, entonces, ni siquiera a un intercambio. Peor aún, la música elegida por la Casa Rosada hizo bailar a todo el justicialismo, sin que ninguno se animara a desafiar una estrategia que, como está claro ahora, no era de victoria sino de derrota.

Y el peronismo prestó sus mayorías para batallas épicas estirando al infinito -y hasta el asombro– su capacidad de adaptación a los planteos de su líder, decidida a imponer disciplina a cualquier precio. Nunca una minoría intensa, como es el kirchnerismo, encaramada en el poder, pudo tanto.
En cada gran batalla perdidosa, tuvieron la habilidad de presentarla como un triunfo con la participación de un peronismo que las aceptaba acríticamente, como antes votó políticas contradictorias con las que ahora aprobaba.

Scioli fue el dirigente que con más ambición se preparó para la sucesión de Cristina, tolerando la descalificación y el verdugueo de un kirchnerismo soberbio y de una Presidenta que no se ahorró nada en el autoelogio y en la ironía denigrante.

Pero Scioli se equivocó cuando no tenía que hacerlo y no se plantó ante la imposición de un segundo como Zannini que llegaba más como un comisario político que como un vicepresidente. Cegado por un optimismo blindado, Scioli apostó a aceptar cualquier planteo de Cristina con el objetivo de que, luego, podría desembarazarse de esa mochila.

Cuando se dio cuenta del error, en vez de enmendarlo, se abrazó a él. Su discurso de anoche lo mostró en la persistencia de esa equivocación tan grave, la que lo hundió en su proyecto más deseado.

Macri tiene ante sí una tarea inmensa. Sin entrar en detalles precisos sobre la situación económica y social, la inseguridad y el narcotráfico, la política exterior, etc, hay un primer paso dirigido a restañar la confianza social herida por una década de exclusión del otro, del adversario tratado como enemigo o ignorado por un poder soberbio.

La reconstrucción de ese contrato cultural y democrático es de una importancia central que debe comenzar hoy mismo. En esa sutura, el diálogo y el acuerdo constituyen las herramientas fundamentales.

El escenario en el Congreso que se le presenta al futuro oficialismo requerirá de una muñeca política de excelencia para avanzar en proyectos que enfrentarán, por ejemplo, un Senado en el que a priori la oposición disfrutará de una mayoría holgada.

Por lo tanto, quienes representen el pensamiento de Cambiemos deberán operar en esa dificultad, seguramente con negociaciones que incluyan a las provincias.

El peronismo iniciará una renovación política. Viene de una derrota electoral a la que lo condujo Cristina Kirchner, quien siempre trató al PJ con desdén.

En esa renovación aparecerán los triunfadores justicialistas, por un lado, y Sergio Massa, quien buscará constituirse en el eje alrededor del cual se articule su futuro político. Macri debe saber que el tiempo que tiene para acordar está en directa relación con el ritmo que el PJ le imprima a sus cambios. De la Sota es otro dirigente que queda en pie: aportará su experiencia política y la ganada en el exterior. El aporte de Córdoba al triunfo de Macri fue inocultable. El 2017, con las elecciones legislativas, marcará el límite para los acuerdos que se intenten locales y nacionales.

Las promesas que hizo Macri en la campaña respecto de la corrupción se constituyen en testigos de la palabra empeñada. La corrupción es una estafa a la confianza pública. No es algo “secundario” o un invento mediático, como intelectuales y científicos kirchneristas quisieron bajarle el precio. Las prácticas corruptas –muchas de las cuales se ventilan en la Justicia– fueron perpetradas en nombre de grandes ideales, añadiéndole otra bofetada a la ilusión.

Por eso, si Macri sostiene en los hechos sus promesas de campaña en la lucha contra la corrupción y sobre el fortalecimiento institucional, habrá hecho una contribución importante al sistema democrático.

Así como el discurso de Scioli de aceptación de la derrota pareció extraído de la campaña electoral que ya había perdido, el de Macri apeló a lo emotivo, a lo festivo, con definiciones demasiado abarcativas que, se supone, se convertirán en precisiones en las próximas horas.

El resultado de anoche marcó el final de un régimen político que dominó los últimos doce años de la Argentina. Fue la sociedad, con su voto, la que lo decidió.

23 Noviembre 2015

La realidad puso fin al relato

Joaquín Morales Solá

Leer

La elección no sólo la ganó Mauricio Macri y la perdió Daniel Scioli. El significativo triunfo de Macri constituyó también una considerable derrota para Cristina Kirchner, para su modelo económico y político, y para su manera de gobernar.

Más del 50 por ciento del país enterró ayer un estilo de permanente confrontación interna, de fracasados desafíos a las leyes de la economía, de aislamiento internacional y de impunidad judicial. Se trata de un notable giro de la sociedad, que significará dejar atrás la excepcionalidad argentina que duró doce años y que apartará al país del eje bolivariano en América latina.

El propio Scioli corrió en busca del electorado independiente prendido de las faldas (y del discurso) del kirchnerismo más rancio, crispante y difamador. Según las encuestas, Scioli iba perdiendo votos con cada semana que pasaba. Insistió con esa estrategia y no aceptó ningún consejo sensato. Sólo anoche, cuando ya había perdido, Scioli volvió a ser Scioli. Así, ayer el peronismo se sumió en una profunda derrota: perdió en el país y casi pierde otra vez la provincia de Buenos Aires.

Macri se recibió de político audaz y certero cuando descartó los consejos para que hiciera un acuerdo con Sergio Massa antes de las primarias de agosto. Los resultados de ayer le dieron la razón. No era necesario ese acuerdo y, al revés, habría provocado una notable confusión en el electorado sobre la opción entre el cambio o la continuidad. Refutó esos consejos de lo que él llama el «círculo rojo», integrado por los empresarios importantes del país. Demostró en ese momento más carácter frente a ellos que los que exhibieron Scioli o Massa. Macri los conoce a todos los principales empresarios, pero no reconoce en ellos perspicacia política. «Se han equivocado demasiadas veces y se han equivocado, sobre todo, haciendo kirchnerismo en los últimos 12 años», suele decir. Siente, en cambio, cierta admiración por los ejecutivos que han manejado empresas exitosas. El caso de Juan José Aranguren, el ex CEO de Shell que combatió durante más de una década las prácticas del kirchnerismo sin perjudicar a su empresa, es el ejemplo cabal de los ejecutivos a los que aprecia Macri.

Basta mencionar cuatro de las muchas obligaciones que tendrá el próximo presidente: resolver el conflicto inhumano de la pobreza, bajar el monumental déficit fiscal, sincerar el tipo de cambio y revisar el descontrol de un Estado clientelar. Sólo eso (hay muchas más cosas por hacer) le impondrá la obligación de acercar a su despacho a otros dirigentes políticos, a empresarios y a sindicalistas. El triunfo de ayer le abre importantes espacios políticos como para ensayar esos acercamientos. Macri ha dicho que la negociación y el acuerdo no son para él síntomas de debilidad, sino una exigencia que impone la práctica democrática. Es el reverso de la moneda que acuñaron los Kirchner, para quienes toda negociación era una deserción política y una derrota ideológica.

El desafío de Macri es convertir a la Argentina, cuanto antes, en un país homologable por el mundo para que éste se olvide de la excepcionalidad kirchnerista. Sus economistas están preparados para eso. El propio Macri ya anticipó su política exterior, que en la región colocará a la Argentina cerca de Uruguay, de Chile, de Perú y de Colombia, lejos de Venezuela, de Ecuador y, en menor medida por su vecindad, de Bolivia.

Brasil es un caso aparte. Macri sabe que tanto Dilma Rousseff como el ex presidente Lula hicieron todo lo posible para que ganara Scioli. Lula le dijo a Scioli que de él dependía la preservación del viejo equilibrio en la región. Dilma le deslizó, equivocada, que el Acuerdo Transpacífico (que agrupa a varios países americanos con otros de Asia) es «el nuevo nombre del ALCA». Scioli les creyó a los dos. A pesar de todo, Macri está dispuesto a olvidar rápidamente esas imparcialidades brasileñas. Brasil seguirá siendo una prioridad de la política exterior argentina. «La presidenta Rousseff sabrá que es más fácil acordar conmigo que con Cristina», zanjó Macri la polémica por el pasado. Tampoco Macri imagina una rápida asociación de su país con el Acuerdo Transpacífico: «La economía argentina está muy cerrada como para llevarla de inmediato a una asociación con economías tan abiertas», ha dicho.

El kirchnerismo trató de usarlo siempre, y hasta último momento, al papa Francisco en su competencia electoral. El Pontífice debió hacer varias aclaraciones de que él no estaba comprometido con políticos ni candidatos de su país. «Que voten a conciencia», es lo último que dijo. Si se leen las viejas homilías del cardenal Bergoglio se puede interpretar cabalmente lo que quiso decir: el voto es un compromiso del ciudadano con él mismo y con Dios, no con las apetencias de dirigentes o punteros. Macri ha tenido una muy buena relación institucional con el entonces cardenal Bergoglio y la vicepresidenta electa, Gabriela Michetti, era una interlocutora frecuente del entonces cardenal. Macri colocó en sus listas de candidatos porteños a algunos amigos del Papa. Un amigo común es el mensajero más habitual entre el Papa y Macri : el dirigente de la comunidad musulmana Omar Abboud.

Un ex dirigente deportivo, líder de un partido casi provincial hasta hace cuatro años y audaz candidato presidencial en los últimos meses, les devolvió ayer a los argentinos la libertad plena perdida en los años kirchneristas. Más allá de los aciertos o errores por venir, ya tiene un párrafo escrito en las páginas de la historia.