28 octubre 2002

Derrota del presidente saliente Cardoso, que había apoyado a José Serra

Elecciones Brasil 2002 – El izquierdista Lula logra la presidencia batiendo ampliamente al socialdemócrata José Serra

Hechos

En octubre de 2002 se celebraron elecciones presidenciales en Brasil en las que fue elegido Luiz Inacio Lula da Silva nuevo presidente del país.

29 Octubre 2002

Voto de confianza para Lula

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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Cincuenta y tres millones de brasileños dieron su voto a Lula en una jornada impecable, dominada por la calma y ventilada en libertad. El cambio histórico que supone otorgar el poder de forma masiva a un izquierdista (muy tamizado) confirma la plena consolidación democrática de un país emergente, la undécima potencia económica mundial y con un gran futuro si se hacen bien las cosas. Cardoso, el presidente saliente, ha desbrozado el camino a su sucesor con gran sentido de Estado. Ha contribuido de forma decisiva a eliminar los recelos que Lula inspiraba en los mercados y, lo que también es crucial, ha hecho una gran labor ante el FMI para dotar a Brasil de un caudal financiero de 30.000 millones de dólares. Este crédito -que tiene tanto valor monetario como político- permitirá al nuevo Gobierno mantener el rigoreconómico.
Los mercados han acogido con normalidad el triunfo de Lula, que ha sido inmediatamente cortejado por los principales líderes mundiales, Bush entre ellos. Es un buen comienzo que debe contribuir a consolidar el sosiego y la estabilidad que necesita para gobernar. Ayer reiteró que cumplirá los pagos de la deuda y que mantendrá la lucha contra la inflación. Esta tranquilizadora declaración de intenciones deja al presidente electo un estrecho margen de maniobra y hace poco probable un pendulazo económico. Sí que es factible, y necesaria, una reforma fiscal para racionalizar el sistema y poder así aumentar la recaudación para destinarla a fines sociales. Lula, en definitiva, ha adoptado una actitud moderada y pragmática ante la grave crisis de su país y se ha erigido en el presidente de la esperanza para el 61 por ciento de los brasileños. Merece un voto de confianza.

29 Octubre 2002

La hora de Lula

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El presidente más votado de la historia de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha inaugurado con su victoria lo que él mismo llama ‘una nueva era’. No lo es sólo para el país más poblado de América Latina, sino para toda la zona. Ha obtenido el 61,3% de votos (frente al 46% de la primera vuelta) y con ellos una ola de esperanza entre los brasileños a la que ahora deberá responder con un programa que conjugue crecimiento económico y lucha contra una desigualdad social que ha aumentado de forma alarmante en su país y en toda América Latina. La dimensión social debe pasar también a formar parte de la ortodoxia económica en esta parte de las Américas.

El ex obrero metalúrgico que inició un movimiento sindical en plena dictadura y en 1980 fundó el Partido de los Trabajadores (PT) es bien diferente al político que por vez primera intentó alcanzar la presidencia de Brasil en 1989. Y éste era a su vez distinto del que ha ganado las elecciones de 2002. Sin renunciar a sus valores básicos, ha arrumbado las recetas neocomunistas y populistas en favor del pragmatismo, en un mensaje reforzado por su elección como vicepresidente del empresario José Alencar, del pequeño Partido Liberal. Lula ha puesto en el centro de su promesa política no sólo el crecimiento económico, sino la inclusión social, la reforma agraria y la lucha contra la miseria.

El PT, experiencia prácticamente única en América Latina, ha dado pruebas de buena gestión en algunos Estados de Brasil, y desde el municipio del famoso Porto Alegre ha puesto en práctica el innovador ‘presupuesto participativo’, por el que los vecinos deciden de forma casi asamblearia la asignación de gastos.

A pesar de los esfuerzos del presidente saliente, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, el Brasil que hereda Lula es un enjambre de gigantescos problemas, con una deuda pública difícil de gestionar en sus plazos actuales, una economía casi estancada, una inflación del 21% y una desigualdad social a punto de reventar. ¿Sabrá Lula inventar un nuevo modelo de política socioeconómica? Si frustra las esperanzas que despierta entre sus bases, Brasil puede dar marcha atrás, y si no vuelve a reactivar la economía, también. Se va a ver atrapado entre dos fuegos: el del realismo de los mercados, que ayer reaccionaron positivamente pero que están al acecho, y las esperanzas de sus votantes, que esperan más justicia social. Lula se ha comprometido a cumplir con la ortodoxia presupuestaria del Fondo Monetario Internacional para obtener el préstamo de 30.000 millones de rescate de Brasil. La clave para cuadrar el círculo brasileño está en una reforma fiscal que consiga realmente que el Estado recaude más.

A pesar de su victoria aplastante frente al socialdemócrata José Serra, Lula puede acabar necesitando el concurso de esa formación para llevar a cabo sus reformas. El PT, con sus 91 escaños, se ha convertido en el primer partido, pero en un Congreso atomizado donde no tiene una mayoría suficiente, como no la tiene en los Estados federados de un país ingobernable sólo desde el centro. Al PT se le han escapado Estados cruciales como Río de Janeiro, São Paulo y Río Grande do Sul. Una parte de las intenciones de Lula quedará desvelada hoy con la formación del equipo, previsiblemente de coalición, que ha de conducir el cambio de Administración que culminará el 1 de enero de 2003.

Dado su peso y alcance, este triunfo marca una divisoria de aguas en América Latina, donde la izquierda ha crecido tras una década ortodoxaen buena parte fallida. Como en Brasil, otros procesos democráticos han llevado al poder a dirigentes de origen modesto, lo que representa un cambio de envergadura. Ahora bien, no todos los países ni sus gobernantes son iguales. Brasil no es Venezuela, y Lula no es Chávez. La apuesta de futuro que han hecho los brasileños requiere un apoyo internacional. Éste es un país demasiado importante para toda la zona y para el conjunto de las Américas como para no prestarle la atención que requiere, siempre que los brasileños empiecen por ayudarse a sí mismos, reinvirtiendo en su propio país el dinero que algunos han sacado a raudales. Si difícil le ha resultado llegar a la victoria, más aún es lo que le queda por hacer para que la hora de Luiz Inácio da Silva llegue a convertirse en lo que algunos ya anuncian como ‘la era de Lula’.

02 Enero 2003

La fiesta de Lula

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Brasil inauguró ayer una nueva experiencia política: la de un presidente de izquierdas, Luis Inácio Lula da Silva, que promete impulsar la economía y tomar drásticas medidas sociales. Arropado por una enorme esperanza popular, Lula mostró ayer en la toma de posesión su doble faceta de soñador y realista. Insistió en la idea del cambio, «con valor», pero «con cuidado», «con humildad y con audacia» y de forma «gradual». En un país que cuenta con 54 millones de pobres, un tercio de la población, ha prometido lanzar una «lucha nacional contra el hambre», doblar el salario mínimo y crear 10 millones de empleos en cuatro años, luchar contra el extremo agravamiento de la inseguridad ciudadana y, a la vez, mantener la ortodoxia en las cuentas públicas, a la que se ha comprometido ante el Fondo Monetario Internacional.

Para cumplir sus promesas necesita que Brasil exporte más, pero también atraer a los inversores, incluidos los propios brasileños, cuando los mercados están mirando con lupa todos los gestos de Lula. El nuevo presidente recibe al menos de su predecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, una herencia sustancial, pues el sociólogo devenido político logró acabar con la hiperinflación, aumentar el gasto social y la recaudación de impuestos, aunque la ortodoxia de su segundo mandato chocó contra el muro de la recesión y provocó esa demanda de «cambio», dentro del pleno respeto a la democracia, confirmado en esta pacífica y modélica alternancia.

Cardoso tuvo el mérito añadido de volver a poner en el mapa a la undécima potencia económica del mundo. Lula ha entendido que la recuperación de Brasil requiere un entorno estable, y de ahí su apuesta por reforzar las relaciones con Argentina y Chile y por impulsar un salto cualitativo para Mercosur, rechazando, mientras Washington mantenga una política proteccionista, el proyecto continental del Área de Libre Comercio de las Américas. Es de esperar que Washington, como formalmente indicó ayer, colabore con el nuevo Ejecutivo brasileño.

Lula ha ganado la presidencia con más votos y despertado más ilusiones que ninguno de sus predecesores. Ayer fue la fiesta de lo que llamó «generaciones de soñadores», cuya «esperanza finalmente venció al miedo». El nuevo presidente asumió sus funciones en olor de multitudes, y como símbolo de ese cambio, el popular cantante Gilberto Gil como ministro de Cultura a su vera. Pero las dificultades que afronta son tan enormes como su gigantesco y complejo país, y Lula no las escondió.

Su Partido de los Trabajadores (PT ) se ha convertido en la primera fuerza política, pero sin una presencia suficiente para gobernar en solitario. El gabinete de coalición que ha forjado es abierto, pero no tan amplio como hubiera deseado, ni en un país descentralizado controla suficientemente las gobernadurías locales. Debido a esta debilidad, el mayor riesgo es que Lula se convierta en un Fox brasileño de izquierdas, paralizado en su proceso de reformas. Dada su trayectoria y la seriedad demostrada en la campaña electoral y en el periodo de traspaso de poderes, no parece que vaya a caer en la tentación populista de su vecino Hugo Chávez, ayudado por el petróleo brasileño ante la paralización de la empresa nacional venezolana.

La presidencia del ex sindicalista Lula viene a confirmar el ascenso de políticos de origen popular no sólo en Brasil, sino en otros países del continente. Pero lo que inaugura Lula es, ante todo, el intento de diseñar un modelo que traduzca en políticas el principio de que la lucha contra la desigualdad social no es ya una consecuencia, sino una condición previa para el crecimiento económico de la zona. Si lo logra, abrirá un nuevo camino para Brasil y para toda América Latina, el continente con mayor desigualdad social del mundo, una tara que se ha convertido en una traba central para su desarrollo. Tras una década de apostar sólo por la ortodoxia, ése es el cambio que puede significar Lula.