18 diciembre 1965

El fundador de la V República tuvo que afrontar una segunda vuelta al no lograr la mayoría absoluta en la primera

Elecciones Francia 1965 – El General De Gaulle gana en segunda vuelta al socialista François Mitterrand

Hechos

El 18.12.1965 Se celebró la Segunda Vuelta de las Elecciones de Francia.

Lecturas

La prensa española siguió con detalle las dos vueltas de las elecciones presidenciales francesa. Especialmente sorprendió que hubiera segunda dado que se había dado por supuesto que el General De Gaulle sacaría más del 50% de los votos cosa que no ocurrió. «Europa derrota el Gaullismo», tituló D. Antonio García-Trevijano en un artículo publicado en el YA el 8 de diciembre de 1965.

El mandato presidencial del General De Gaulle finaliza con su dimisión abril de 1969.

Las siguientes elecciones presidenciales en Francia serán en junio de 1969.

25 Diciembre 1965

Francia regresa a la política tradicional

Eduardo Haro Tecglen

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Cuando era un joven capitán de Gaulle tenía, según su coronel ‘un aire de rey en el exilio’: genio y figura le viene de lejos, y parece que a su edad y con su poder confirmado, aunque sea a regañadientes por las elecciones del 19 de diciembre, no tendrá ahora la plasticidad suficiente como para cambiar de métodos, sistemas y actitudes, como sin duda lo requieren las nuevas condiciones de Francia. Todos los comentarios emitidos desde París, sin excluir los que proceden de los círculos próximos al general-presidente subrayan esta condición de novedad con la que hay que contar a partir de ahora: el retorno a la política, el descenso del poder personal como valor decisivo.

El retorno de la política, al gusto por la política se ha visto en la segunda campaña electoral, o mejor dicho se ha reafirmado en la segunda campaña electoral iniciada a partir del 5 de diciembre, después de la restallarte aparición de los candidatos en los medios de información reservados durante siete años al estado. El juego de partidos, los intercambios de votos, las coaliciones provisionales, los diálogos entre el poder y la oposición, la aparición de esperanzas e incertidumbres, la información a la opinión pública ha marcado ese regreso a la política. El descenso del poder personal está naturalmente patente en esos hechos, pero tiene, además, unos datos propios, matemáticos, De Gaulle apareció hace siete años en la presidencia con una votación favorable del 80%; el domingo pasado se ha quedado reducido al 55, después de haber pasado por el muy inquietante 45% del 5 de diciembre. Hay algo más interesante aún que esta repartición de porcentajes entre los dos candidatos y es la procedencia geográfica y social de los votos; la geografía electoral. Francia aparece en primer lugar dividida por una línea que la corta aproximadamente, por la mitad. La parte superior, el Norte con mejor nivel de vida que el Sur, se ha manifestado a favor del general De Gaulle; el Sur, menos privilegista, ha dado sus votos a Mitterrand. Dentro de cada una de esas zonas se advierten, además, otras reparticiones y éstas coinciden también con las condiciones sociológicas: el mejor nivel de vida corresponde al mayor porcentaje de votos por De Gaulle y a la inversa. Por ejemplo, si vemos que París da sus votos a De Gaulle, observamos que, en cambio, los pueblos obreros que rodean la capital le son contrarios. Y en la misma ciudad de París se aprecian notable diferencias de porcentaje y de selección según se trate de barrios ricos – les beaux quarties – o barrios pobres. Esta repartición geográfica y sociológica permite obtener una primera consecuencia: que Francia ha votado siguiendo sus reflejos políticos clásicos de izquierda y derecha; que ha votado por clases sociales. Es decir, que la aspiración del general de Gaulle de estar por encima de la política y de los privilegios sociales ha fracasado. Más aún, que se ve encerrado, contra su voluntad, dentro de la derecha y enfrentado con la izquierda. De ser un mito, de ser un símbolo, ha pasado a ser un político; y lo que es más un político de partido, de su partido que se ha visto confirmado como mayoritario. Curioso desenlace para quien se proclama feroz enemigo de la política de partidos.

Naturalmente, lo ha entendido así con rapidez. La prueba está en el cambio de tono de su campaña electoral. Desde el grito de ‘Yo el caos’ con que sorprendió desagradablemente al país antes del primer turno de escrutinio hasta este ‘descenso a la arena’ de la segunda campaña electoral, donde se ha mostrado más político que genio o que héroe, ha habido sin duda un notable cambio de actitud. Pero muchos creen que no puede tratarse más que una actitud provisional, una actitud pre-electoral que ahora, al verse reinstalado en el poder, abandonará para regresar a sus silencios, a su desdén por la opinión pública, a su poder personal. No hay ninguna duda de que es capaz de hacerlo: hay dudas, en cambio, de que tenga las suficiente plasticidad, como digo ante, como para adaptarse, a las nuevas circunstancias. Sin embargo puede decirse que le es obligatorio hacerlo, y que sus colaboradores íntimos tratarán de impulsarle, de ayudarle, de forzarle si es posible a esta reconversión de su figura mítica en figura política, y ello por la proximidad de las elecciones para la Asamblea legislativa que han de celebrarse en 1967, en las cuales se elegirán los diputados por un periodo de cuatro años. Si bien la constitución presidencialista creada por De Gaulle – y aprobada mediante referéndum por la opinión pública – limita mucho los poderes de la Asamblea, no lo hace tanto como para evitar que una Asamblea claramente adversa al presidente le impida a este gobernar a su antojo.

Esta división en Francia en derechas e izquierdas se acentúa con la destrucción del centro democrático que representó fugazmente el candidato Lecanuet. Estudiando atentamente el escrutinio puede observarse que los votos que favorecieron a Lecanuet en el primer turno se han dividido prácticamente entre De Gaulle y Mitterrand en partes iguales, y que esta división obedece muy concretamente a las leyes sociológicas y geográficas antes apuntadas: en el sur y en las zonas menos favorecidas económicamente han ido a parar a Mitterrand, mientras que en el norte y en las zonas privilegiadas se han otorgado a De Gaulle. Es decir, que los que aparecieron durante un tiempo unidos en torno a Lecanuet, se han separado ahora sin sentido de grupo, sin ninguna disciplina de voto. Esto no quiere decir que Lecanuet vaya a abandonar la partida. Por el contrario, sigue creyendo en sus posibilidades de crear un Centro Democrático fuerte que si bien no podrá oponerse a las dos ideas fundamentales de izquierda y derecha, tendrá un interesante papel de árbitro como puede tenerlo en Gran Bretaña el viejo y destruido partido liberal. Por el momento, estas esperanzas de Lecanuet parecen un poco excesivas.

En buena lógica debemos esperar por lo tanto, una serie de cambios en la morfología francesa que se revelarán en una mayor tendencia del poder hacia lo que se llama el liberalismo, una mejor atención a la opinión pública y a la información objetiva. El valor principal de estas elecciones ha sido el demostrar que la democracia no solamente no ha muerto, sino que está muy entera y muy viva. Se han deshecho por lo menos un par de tópicos. Uno de ellos es el de la no existencia de la oposición: otro, el del valor permanente del poder personal. El degaullismo ha terminado ya su existencia, y se abre un periodo de sucesión en el que tanto la derecha como la izquierda van a tratar de agruparse, de encontrar nombres y hombres, y el general De Gaulle, desde su poder, ya provisional y efímero, deberá ayudar al regreso de este tradicional equilibrio político.

Eduardo Haro Tecglen

21 Diciembre 1965

Todo el mundo ha quedado contento

Josefina Carabias

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“Después de haber perdido una batalla, el general De Gaulle ha ganado la guerra”

Esta es una de las muchas frases que circulaban por París la noche pasada, mientras seguíamos los resultados de la elección presidencial, que nadie hubiera imaginado hace un mes tan reñida y dramática.

Efectivamente el general De Gaulle ha ganado la guerra electoral, pero incluso los más entusiastas deben reconocer que su victoria está muy lejos de ser aplastante.

Doce millones y medio de votos para el general De Gaulle contra diez millones y medio para su rival, Mitterrand.

Diversos ministros y personalidades DeGaullistas hicieron durante la noche gran número de declaraciones. Todos coincidían en afirmar que, en buena teoría democrática, el margen tiene poca importancia.

Lo esencial es poseer la mayoría. Varios de ellos, especialmente el ministro de Información, señor Peyretitte y el presidente de la Asamblea Nacional, señor Chaban Delmas – coincidieron en afirmar que el presidente Kennedy había triunfado en 1960 gracias a un margen escasísimo – menos de un 1% – sin que nadie hubiese discutido su autoridad ni el valor de su triunfo.

Argumentos de la oposición

A eso responden las personalidades de la oposición diciendo que en el momento de ser elegido Kennedy no era más que una esperanza, que carecía de experiencia y prestigio como gobernante, por lo que era razonable que el elector desconfiara. Estos contradictores añaden que cuando los presidentes en ejercicio se presentan a reelección – sobre todo si el país se encuentra próspero y sin grandes problemas – lo normal es que aplasten literalmente a todo rival eventual.

Los amigos de hacer frases  decían que el general había dejado de ser Luis XIV (el de ‘el Estado soy yo’) para convertirse en Enrique IV (el de ‘París bien vale una misa’).

La comparación no está mal y es de suponer que hará fortuna en caso de que alcance la debida divulgación. Porque, en efecto, el resultado de la elección obligará a De Gaulle a revisar su concepción de la Francia que él creía identificada a su persona y enfrentarse con la realidad como lo hizo aquel rey bearnes, al que los franceses tanto admiran, entre otras cosas por ser el autor del edicto de Nantes.

Muchas regiones hostiles a De Gaulle

Una primera ojeada sobre el mapa electoral muestra que De Gaulle, como Enrique IV tiene muchas regiones que le son hostiles. Mitterrand ha ganado de modo rotundo en 10 de los 20 departamentos y en varias ciudades, entre ellas Marsella, la segunda ciudad de Frnacia.

Los DeGaullistas explican esto diciendo que el candidato rival ha tenido a su favor todos los que están en contra del general De Gaulle, sin discriminación de partidos ni tendencia, yendo de la extrema izquierda (comunistas) a la extrema derecha (tixieristsas); a esto hay que sumar todos los descontentos, los resentidos, los que van siempre contra el que manda, sea el que fuere.

A ello responden los mitterrandistas diciendo que De Gaulle se ha beneficiado en cambio de todo lo que arrastra el poder, de la gran estima, que le guardan los franceses por haber llevado la lucha por la liberación del país en 1940-1944 del miedo que le da a mucha gente un cambio de Gobierno, del temor al comunismo, así como de la gran propaganda que se hace en el mundo entero a propósito de su figura. La experiencia demuestra que, entre dos candidatos, triunfa siempre el que tiene más nombre en el país y fuera de él.

Todo el mundo contento

Para terminar diré que, entre las muchas cosas raras que se han visto en estas elecciones, la más sorprendente es comprobar que a la postre todo el mundo ha quedado connto. Ahora explicaré por qué.

Una gran parte del público – exactamente el cincuenta y cinco por ciento que ha votado a De Gaulle – aparte de la alegría de haber ganado, siente un gran alivio por haber quedado bien evitando que nadie pueda decir que los franceses son unos ingratos. El Gobierno está satisfechísimo, después de haber vivido quince días en la incertidumbre, el nerviosismo, la contradicción y la polémica. Todos sabían que era muy difícil que De Gaulle perdiese, pero la sorpresa terrible del día de la primera vuelta les había desmoralizado.

En cuanto a los vencidos, están que no se lo creen. Haber tenido a De Gaulle quince días asándose a la parrilla y haber cosechado tantos votos en tantos sitios encontrándose con una Francia prácticamente dividida, justo cuando se decía que la izquierda estaba para siempre deshecha, les ha dado unos ánimos increíbles. Desde mañana, ya no se piensa aquí en otra cosa que no sean las elecciones a diputados en 1967.

Por último, François Mitterrand, el derrotado oficialmente, no parece tampoco sentir decepción ninguna. Hombre lúcido, jamás dejó ver que se hiciera demasiadas ilusiones, cosa que le fue a veces reprochado por muchos de sus entusiastas.

Josefina Carabias