5 mayo 1979

Elecciones Reino Unido 1979 – Margaret Thatcher (Conservadora) obtiene un amplio triunfo sobre James Callaghan (Laborista)

Hechos

A instancias de las elecciones legislativas de 1979 se formó un gobierno presidido por Margaret Thatcher.

Lecturas

Margaret Thatcher se trasladó a Downing Street en 1979 para emprender una rigurosa política de modernización gracias a su programa económico. Y en política exterior devolver el país al prestigio de otros tiempos como gran potencia.

James_Callaghan James Callaghan, el candidato derrotado

Partido Conservador – 339 escaños

Partido Laborista – 268 escaños

Margaret Hilda Roberts, hija de un acomodado comerciante de productos alimenticios y predicador seglar, nació en 1925. Desde muy joven se sintió atraída por el mundo de la política y ya en la Universidad de Oxford asumió la presidencia del club conservador. Después de terminar sus estudios de química entró en la Cámara de los Comunes británicas como diputada por la circunscripción electoral de Finchley. Su carrera ministerial empezó durante el gobierno de Harold McMillan.

El primer ministro la convirtió en secretaria de relaciones parlamentarias en uno de los ministerios. En 1970, con Edward Heath, recibió la cartera de Educación y Ciencia, de los cual el primer ministro se arrepintió la cartera de Educación y Ciencia, de lo cual el primer ministro se arrepintió rápidamente. Pronto Thatcher dejó entrever que se situaba en el sector más derechista del partido y rápidamente atrajo hacia sí fuertes críticas del ala moderada de los tories. En cambio, fue adquiriendo protagonismo gracias a la protección de los ‘halcones’ sector crítico que quería parar el declive de Reino Unido, inmersa en una grave crisis económica mediante una orientación muy conservadora de las políticas exterior e interior.

Cuando Heath perdió las elecciones en febrero de 1974, presentaron a Thatcher como candidata oponente para la presidencia del partido. Tras la primera ronda de votaciones Margaret Thatcher había conseguido 130 votos y Heath sólo 119. En vista de ello el ex primer ministro, contrariado, retiró su candidatura. En febrero de 1975 Margaret Thatcher tomó posesión de la presidencia de los tories; cuatro años después llevó finalmente a su partido a la victoria de unas elecciones.

05 Mayo 1979

Las expectativas de la señora Thatcher

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Por primera vez en la historia contemporánea, una mujer accede al Gobierno de una nación europea: Margaret Thatcher, quien, a tenor de los últimos datos sobre el escrutinio del pasado jueves, ha conducido a los conservadores a una mayoría parlamentaria de 71 escaños sobre los laboristas y 43 sobre el total del resto de los Comunes (haciendo, al tiempo, retroceder a los liberales, que quedan descartados como hipotético partido-bisagra). Todo ello permite a su partido un Gobierno de cinco años no hipotecado por las votaciones de confianza. Cabe suponer que sólo la presión social de los sindicatos (siempre imprevisible en Gran Bretaña y, en cualquier caso, atípica respecto al resto del sindicalismo europeo occidental) podría obligar en un futuro a los conservadores a convocar elecciones anticipadas, cosa nada previsible. En este sentido, el fantasma de Heath, defenestrado, de hecho, en 1970 por las huelgas en la minería, se interpondrá siempre entre la señora Thatcher y su horizonte de 1984. Nada nuevo. Las Trade Unions siguen y seguirán erigidas en las rompegobiernos de la vida política británica.La victoria conservadora, más amplia de la pronosticada, denota el deseo del electorado de rectificaciones en la línea de recuperación económica (primer problema británico), planificada por Harold Wilson pese a la incomprensión de los sindicatos, desvirtuada por Edward Heath y nunca vuelta a encarrilar por Callaghan, que abandona el Gobierno dejando roto el «concordato» entre su partido y las Unions.

El desarrollo de la campaña electoral y los vaivenes (técnicamente correctos) de los sondeos han supuesto un excelente test sobre las inclinaciones del pueblo británico. Una campana iniciada por los dos grandes partidos (el Reino Unido tiene legalizados 83) en términos poco menos que rupturistas y de abierto antagonismo económico fue corrigiéndose hacia zonas de moderación programática y verbal buscando el voto de ese segmento de indecisos que aspiraban a lo apuntado anteriormente: una política de rectificaciones en el proyecto económico, sin subvertirlo, con. el añadido, netamente favorable a la «dama de hierro», de una lógica aspiración a una mayor seguridad ciudadana. Pero a las 48 horas de la campaña quedaron arrumba.dos los argumentos conservadores de «Acuérdate del invierno pasado» o del «¿Volveremos a hacer cola para comprar el pan?», y las envenenadas advertencias laboristas sobre el presumible regreso al capitalismo retratado por Dickens en caso de que la Thatcher trasladara sus enseres al 10 de Downig Street.

El peso específico de las Trade Unions hace ahora de por sí imposibles las previsiones en la política interior británica. Sin duda, y a la vista de tan aplastante victoria conservadora, vamos a asistir a un notable e interesante ensayo de política económica. Margaret Thatcher ofreció la privatización de numerosos sectores industriales estatizados por Gobiernos laboristas, un clima de optimismo para los patronos, facilitando la recuperación de beneficios, la expansión industrial por el portillo del aumento en los gastos de defensa, y la reducción de los impuestos directos aun a costa de incrementar los indirectos. Esto último gratificará engañosamente a las masas asalariadas, que, en cualquier caso, con un Gobierno u otro, no desconocían que la consigna de apretarse el cinturón seguía siendo obligada para Gran Bretaña. La ciencia económica es como la meteorología, y sólo el tiempo dirá de dónde obtiene la señora Thatcher fondos para su política de «rearme» que devuelva a Gran Bretaña rango de verdadera gran potencia, y si la liberalización económica devuelve el empleo a 1.300.000 parados y saca a numerosas grandes empresas de la parálisis de los cua tro días de jornada laboral por semana.

Valores añadidos al triunfo conservador son la satisfacción de la Alianza Atlántica ante lo que será un miembro mucho más activo y contribuyente, y modificaciones sustanciales en la política británica favorables a la «salida» rodesiana del obispo Muzorewa; también, una presumible acción conservadora, en el sentido literal de la palabra, sobre todo el cono sur africano. Respecto a las reivindicaciones -principalmente en materia agrícola- del Reino Unido ante las Comunidades Europeas, éstas serán mantenidas con el mismo énfasis que los laboristas.

No es desdeñable la panoplia de medidas de seguridad y orden ciudadano que pueda desplegar esta «dama de hierro», y que no descartan el restablecimiento de la pena de muerte. Aunque anecdótico, resultaría un duro golpe para los movimientos feministas el ver cómo una mujer accede al Gobierno de un país europeo y opta por levantar de nuevo la horca.

Por lo demás, y en lo que pueda referirse a España, nada va a cambiar en Londres con un Gobierno conservador en el por completo anquilosado litigio de Gibraltar. Más bien se debiera permanecer atentos al posible reflejo que este éxito tenga en el ala derecha de UCD. Margaret Thatcher, observadora del primer congreso del partido del Gobierno español, explicitó ya en Londres que su partido se tenía por correspondiente del de Suárez.

18 Mayo 1979

En torno al triunfo de la señora Thatcher

José María Alfaro Polanco

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Los ingleses, astutos e intensos amantes de su patria, suelen preparar, periódicamente, sus golpes de sorpresa, para seguir demostrando al resto de los mortales las cualidades ejemplarizadoras que su pueblo posee. Un inglés podrá ironizar acerca de sí mismo, pero siempre sin abdicar de las estimaciones de su ufana y optimista autovaloración. Sobre los ingleses se ha dicho todo -o casi todo-, desde los campos más distintos y las apreciaciones más contradictorias. La verdad es que los ingleses no han cejado nunca en su propia batalla, ya fuera bajo circunstancias adversas o favorables, disparando su imaginación hacia las más inesperadas soluciones.

No es que el triunfo de Margaret Thatcher, al frente de las tenaces e históricas fuerzas conservadoras, resultara un acontecimiento imprevisible. No, en manera alguna. El moderno y abusado juego de las encuestas -¡al que tantos reveses y descarríos hay que cargar en su cuenta!- la había pronosticado, una y otra vez, su ascensión al cargo de primera ministra de la Gran Bretaña. Además, la «guerra de las sufragistas» era tina historia antigua. Tan antigua, que hasta Disraeli -afanoso cortejador del éxito y la popularidad- no trepidó al unir sus palabras a la causa feminista. Unas palabras que sonaban más a gentileza que a efectiva concreción política.

La endurecida guerra vendría después, cuando las Pankhurst y sus febriles seguidoras se lanzaran a la calle, con sus gritos y pancartas, a pelear con la policía, a acorralar al joven Churchill, a encadenarse a los sólidos enrejados del Parlamento y de Buckingham Palace… Tras la inauguración de las publicitarias huelgas de hambre -decididas por Mrs. Pankhurst como orden oeneral para toda «sufragista» arrestada- vendría el drama del hipódromo de Epsom, en la gran jornada del derby de 1913. Emiliy Davison, al lanzarse bajo las patas de los caballos, para morir golpeada por los cascos, pintaba con sangre el cartel de las reivindicaciones feministas en aquella primavera británica. Su cortejo fúnebre sería la apoteosis. Nada faltaría en su honor. Ni siquiera la presencia de una gentil Juana de Arco -consciente o inconsciente homenaje a los sueños; e idilios de la gran Entente- a caballo sobre blanca cabalgadura y con su estandarte enarbolado.

La primera guerra mundial, la de 1914 a 1918, absorbería a las integrantes del combativo sufragismo, diluyéndolas -en el servicío a la patria- por fábricas, talleres y cuerpos auxiliares. A fin de cuentas, para los ingleses no significaba una novedad que los grandes fastos de su historia estuvieran asociados a nombres de mujer. Dos grandes reinas -Isabel y Victoria- ostentan la corona en las eras gloriosas del despegue y la plenitud del Imperio británico. El orgullo inglés se respalda, con ufanía y dignidad, por estos dos reinados. ¡Cuántos sueños y cuántas nostalgias al entonar el Diosalve a la reina sobre los cinco continentes y los siete mares!

Margaret Thatcher, capitaneando con femenina energía la vieja columna tory, accede al poder entre atardeceres otoñales. La Commonwealth representa los oros pálidos de la añoranza y la consolación el último rabo por desollar de unas responsabilidades que en su hora abarcaron la redondez del planeta y de cuyos mediodías hiciera Rudyard Kipling -que había nacido en India- la inspiración para sus versos de entonación marcial, cantores de una moral del esfuerzo y el poder bajo las banderas inglesas.

Angel Ganivet -nuestro dramático profeta del 98- escribió, cercado por exasperaciones y desesperanzas juveniles, que era, seguramente, el pueblo inglés el más belicoso de la tierra, y que se podía asegurar que, en cualquier instante, siempre se encontraría a un soldado británico combatiendo en algún punto del globo. Eran tiempos en los que el extremismo nacionalista asignaba dones y máculas -de un reiterado convencionalismo- para caractenzar pueblos y naciones. Inglaterra cargaba con el sambenito de la«pérfida Albión» cada vez que su diplomacia o sus cuerpos coloniales se movían por la superficie terráquea.

Inglaterra fue, a menudo, menos hipócrita de lo que se ha dicho. Quizá parte de su grandeza haya residido en la capacidad para asumir sus culpas, y en la obstinación -a veces empecinado empeno- por defender empresas y causas perdidas. La fantasía ha prevalecido, en ocasiones, sobre su cacareado espíritu práctico.

La realidad es que los ingleses se encuentran hoy ante momentos críticos y situaciones decisivas. El electorado que se ha vuelto hacia la señora Thatcher apenas enmascara su fatigada expresión. Los reveses y las aventuras infructuosas han determinado su voto un voto que demanda, cuando menos, un cambio de postura. La efectividad de este cambio parece avalada, en primer término, por la circunstancia de ser una mujer la elegida para dirigir el Gobierno. El feminismo de todos los colores -y grados de enardecimiento- está de enhorabuena. Los que siempre defendimos la abolición de las diferencias entre los dos sexos tenemos la sensación de haber acertado la jugada.

Pero ¿qué se espera de la señora Thatcher, aparte de las promesas electoralistas del renovado Partido Conservador? Como señalaba líneas arriba, un cambio de postura, de actitud, de enfoque, frente a las angustiosas interrogantes de nuestro tiempo y nuestro mundo. Es muy probable que la esperanza -inconsciente, por supuesto- de no pocas personas radique en lo que la sensibilidad femenina pueda afectar en relación con el hallazgo de distintos tratamientos y exploraciones ante los problemas que nos ahogan.

Las experiencias hasta ahora vividas, en ese terreno, no desprenden demasiadas ilusiones. Tal es el caso de la señora Gandhi. No voy a entrar en el juicio de sus tareas de gobernante tan abruptamente conclu idas por el momento. Sino a lo que para mí significó su contacto directo, consecuencia de un azar de mi vida diplomática. Indira Gandhi se diría empeñada, cuando la conocí, en mostrar la imagen -más bien inflexible y recia- con la que se ha solido caracterizar a los denominados «hombres duros» en la política. No es imposible.que su intimidad esté llena de dulzuras y suavidades, de esas que solemos incluir entre los atributos básicos de la mujer. Y que la exhibición de sus rigideces y severidades obedeciera a las imposiciones nacidas del ejercicio del poder.

¡No sé! Lo único cierto es que, en el mando o en la oposición, y pese a los alucinantes progresos en el saber y en la técnica, el hombre no ha dejado de ser lobo para el hombre. La violencia y el terrorismo prosiguen su siniestra escalada, hasta el extremo de llegar a sugerir que la condición humana precisa de esos sangrientos holocaustos para proseguir en sus afanes. A ese respecto, también el feminismo ha pisado el acelerador. Ya se va haciendo raro el comando terrorista en el que no se incluya alguna mujer, no sólo como cómplice, sino hasta con el cometido de ejecutora de las más extremas violencias.

No hay duda que la mujer va alineándose, con efectividad, en los frentes más distintos de la actividad humana. El triunfo de la señora Thatcher es otra culminante confirmación. Pero no voy a disimular la nube que disminuye las esperanzas cuando se la califica como «la mujer de hierro». Sea mujer hasta el fin en sus decisiones y en sus intuiciones. Que sólo así es posible que consiga enderezar algunos de los muchos errores hasta ahora perpetrados.