30 enero 2006

El periódico dirigido por José Rodríguez Ramírez pidió que le nuevo Estatuto borrara el termino "Gran" a la hora de referirse a la isla

Enfrentamiento entre EL DÍA y LA OPINIÓN DE TENERIFE por los ataques del primero contra Gran Canaria

Hechos

El 17.01.2006 el director del diario canario LA OPINIÓN DE TENERIFE, publicó un artículo sobre el diario EL DÍA, también de canarias.

Lecturas

El director de LA OPINIÓN DE TENERIFE, D. Francisco Pomares, acusó al diario EL DÍA, en el que había colaborado años atrás, de haber roto con la tradición pluralista que, según él, había tenido el periódico en el pasado – cuando lo dirigía D. Leoncio Rodríguez – y que con el Sr. D. José Rodríguez Ramírez como director-editor (desde 1985) había evolucionado hacia el independentismo canario y anti isla de Gran Canaria.

15 Enero 2006

Gran privilegio para Canaria, tercera isla

José Rodríguez Ramírez

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Somos plenamente conscientes, como es obvio, del contenido de este Editorial, que escribimos motivados por la perversidad de unos políticos y otros dirigentes de una isla del Archipiélago, Gran Canaria, la tercera, y los disparates, insolidaridad y engreimiento de esos políticos, todos feroz y astutamente en contra de Tenerife y de las restantes cinco islas. Y lo hacemos como contribución al deseo de todos los canarios de que en el Archipiélago impere el sentido común, el sentido de su realidad geográfica, de su situación estratégica y de su desarrollo económico, para que, además, cada isla tenga los privilegios que merece por sí misma y sobre todo por su superficie, atractivos naturales y… Damos por sentado que todos sus habitantes, salvo unos «sabios políticos», somos magos, en su acepción más sentimental, y amantes de nuestra tierra. Y que cada isla quede en su sitio y todas, incluso ésa, que se ha salido de quicio, viva en armonía y solidaridad, con equilibrio y cordura. Y justicia.

SOPLAN AIRES de reforma en toda España. Los catalanes presionan para convertirse en nación, los vascos pretenden erigirse en estado libre asociado dentro de la Unión Europea, los gallegos hablan de anexionarse Asturias y vastas zonas de Castilla y León, y numerosas voces claman desde todos los rincones del país para proceder a una modificación y mejora de la Constitución española de 1978.

Los canarios, en la actualidad, nos encontramos en lista de espera, tras los catalanes, para que Madrid tramite la reforma de nuestro Estatuto de Autonomía, un documento inacabado aún porque los grupos parlamentarios no se ponen de acuerdo con el sistema electoral y las competencias que se han de solicitar al Estado.

Alguien nos tachará de extemporáneos, pero estimamos que nos encontramos ante una ocasión de oro para corregir errores del pasado y poner a cada Isla en su sitio, repetimos. ¿Por qué no rectificar la denominación de «Gran Canaria», tan equívoca y falsa como insolidaria y perversa para con las demás, para pasar a llamar a la isla redonda simplemente «Canaria»? Sería lo justo, porque se trata de la tercera isla en superficie de todo el Archipiélago por detrás de Tenerife y de Fuerteventura. El mapa que reproducimos en lengua francesa en esta página y tantos otros que hemos visto, descriptivos del Archipiélago desde siglos pasados y hasta fechas no muy lejanas, así lo indican. Seguiremos insistiendo: los mapas antiguos, como el que nos ocupa, elaborado en París en 1750 –que es el que tenemos a mano ahora– y otros más claros y elocuentes en castellano y hasta en latín, evidencian que Gran Canaria es Canaria, en francés «îlle de Canarie», y, por supuesto, de menor superficie que Tenerife y que Fuerteventura, es decir, la tercera. Y eso que a nuestra Nivaria le falta por dibujar la cordillera de Anaga al completo.

Que nos corrijan los eruditos en la materia, pero el prefijo «gran» es el resultado del envanecimiento de numerosos políticos gcanarios del pasado que pretendieron elevar su isla a las alturas para sentirse como dioses. Qué absurdos, pero astutos, fueron esos «mandamases» de tiempos pasados.

Dicen que fue «un tal» Fray Juan de Abreu y Galindo, del que ahora incluso se pone en duda su existencia, el que tuvo la «genial» idea –no dudamos de su sinceridad– de decir que el pueblo de esa isla era noble, grande, etc –tampoco lo dudamos–, algo que aprovecharon los de allá, los de la isla redonda para no sentirse más pequeños que Tenerife y Fuerteventura. Qué engreídos.

Lo cierto es que la actual denominación de G. Canaria produce confusión en la Península y en el extranjero, y lógicamente casi todo el mundo cree que Las Palmas es la capital única de Canarias, la mayor, como los canariones políticos pretenden, que G. Canaria es la isla central del Archipiélago y hasta que el Teide la adorna. Todo ello, como se comprenderá, perjudica gravemente la imagen de las demás, al turismo tinerfeño, siempre líder en las Afortunadas –últimamente un par de sujetos políticos del Gobierno nos quieren quitar ese liderazgo–, a la armonía y a la realidad geográfica.

¿POR QUÉ NO? ¿Por qué no dar el paso definitivo? En Cataluña (Catalunya) ya lo dieron con Gerona (Girona) o Lérida (Lleida), y también los gallegos con La Coruña (A Coruña). ¿Por qué no nosotros si hasta Fuerteventura, la segunda, cambió su Puerto de Cabras por Puerto del Rosario? Aquí se ha producido una equivocación, porque Cabras es más toponímico e incluso Capri, en Italia, ha mantenido su denominación con orgullo.

Sabemos que los partidos políticos que componen nuestra Cámara autonómica harán caso omiso de nuestras reivindicaciones, pero deben saber que es un sentimiento que florece en el pueblo tinerfeño. Como crece la rabia y la indignación por todos los despojos, desequilibrios e injusticias cometidas en las últimas décadas con Tenerife, Isla central, principal, más importante, mayor, más poblada y más bella y variopinta del Archipiélago. Que se defina de una vez el verdadero nombre de esa Isla y que se determine el peso y la esencia de cada una dentro del conjunto del Archipiélago.

Tal vez alguien diga que somos ilusos, tal vez, pero ya explicamos al inicio por qué escribimos este Editorial. Simplemente nos guía nuestro afán de justicia y la búsqueda del equilibrio y de la verdad. No a Gran Canaria y sí a Canaria, su nombre primitivo. Que nos digan por qué se mantiene ese nombre y si no tenemos razón, callaremos, pero, de lo contrario, seguiremos hablando de este asunto.

RESUMIMOS unos cuantos conceptos. G. Canaria no es la isla mayor, ni la más alta, y sí la tercera. Su nombre confunde a peninsulares y extranjeros, con lo cual se beneficia de un turismo que resta a las demás islas. Ocurre todo por su egolatría, porque quieren pasar por la «grande» del Archipiélago sin importarles hacer el ridículo (seguimos pensando en esos políticos y dirigentes y no en el pueblo llano) y con ello están distorsionando la realidad geográfica del Archipiélago. Confundiendo a los extraños

Y una pregunta final: ¿qué ley, decreto, concesión, real cédula, bula papal, o como se dijera entonces, estableció que su nombre fuera «Gran Canaria»?

Confesamos que no hemos rebuscado en libros, viejos archivos o pergaminos, ni revuelto entre antiguos legajos, pero si alguien tiene la respuesta que la exponga; por nuestra parte, lo escucharemos o leeremos con atención e interés. Mientras, podrían pensar los hombres del Estatuto en corregir este grave, gravísimo, disparate. Hechos, no politiqueos.

Este asunto encajaría perfectamente en el Estatuto que se quiere elaborar, para lograr el equilibrio de Canarias. Sería el punto principal.

17 Enero 2006

La última sandez

Francisco Pomares

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De siempre he rechazado la polémica con la competencia. Siento un profundo desprecio por los periodistas que convierten su ombligo o sus propias cuitas en asunto de obligado interés para sus lectores. Por eso he intentado evitar siempre la polémica con quienes escriben en el periódico El Día. Por eso, y también porque siento una suerte de arcana simpatía por la que fuera una de las grandes cabeceras de la Transición política en España, cuando El Día era un periódico en el que en sus páginas cabía el debate ideológico desde las filas de la izquierda comunista hasta los últimos montoneros franquistas, un periódico instalado en el servicio público y la caballerosidad, un periódico que supo representar como ningún otro el vivir y el sentir de Tenerife y sus gentes. Además, ocurre que aprendí a entender el mundo en las páginas de El Día, y que en las de su hijuela Jornada publiqué mis primeros desahogos como aprendiz de periodista. Guardo en una parte de mi memoria un sentimiento de entrañable afecto y agradecimiento por los grandes periodistas que hicieron posible la transformación de un periódico secuestrado por el régimen y el falangismo en uno de los primeros periódicos de la democracia.

Por desgracia, El Día de hoy no es heredero de aquellos años en los que aprendí a querer este ingrato oficio. Una sombra de grisura y mediocridad se ha instalado en las alturas del diario, contaminando edición tras edición el buen trabajo de un montón de excelentes profesionales. La última zarandaja ha sido el editorial de este domingo, pidiendo que la reforma del Estatuto contemple convertir Gran Canaria en Canaria. Una entera página del periódico más comprado de Tenerife, dedicada a semejante infantil estulticia. Pero lo peor no es que un heredero de aquél gran periodista y mejor persona que fue Leoncio Rodríguez se permita tan monumental sandez. Lo peor es el cobarde silencio de la mayoría ante tal cancaburrada. -«Son las cosas de don José»-, te dicen los más tímidos, mientras los más dados al espectáculo -políticos, culturos, periodistas de otros foros y otras ondas- gesticulan, exageran y amagan sobre la obvia decadencia de una visión editorial ajena ya a este mundo y a su lógica moderna de intereses, derechos y expectativas.

Pero incluso esa parte de Tenerife que siente el despropósito lo consiente. Todos hablan a sus espaldas de ese editorialista que hace guiños xenófobos, clama sobre la pureza de la sangre, recuerda las glorias pasadas y arremete contra los «gcanarios» -así los llama- calificándolos de «ratas que soplan y muerden». Pero nadie se da por enterado. La vida pública tinerfeña languidece instalada en la omertá ante el exabrupto y la memez de las epístolas dominicales, como si no tuvieran ningún valor. Puede que sí lo tengan: han logrado callar al intelectual colectivo de la Isla.