22 mayo 1990

El subdirector del periódico, Jaime Peñafiel, también estaba presente

Enfrentamiento público entre el ministro José Luis Corcuera y el director del diario EL INDEPENDIENTE, Pablo Sebastián

Hechos

El 4.05.1990 el diario EL INDEPENDIENTE reveló un diálogo entre el director del diario D. Pablo Sebastián y el ministro de Interior D. José Luis Corcuera.

Lecturas

El origen del malestar del ministro del Interior D. José Luis Corcuera, era que en el diario EL INDEPENDIENTE, la columna de Aurora Pavón (seudónimo del director del periódico D. Pablo Sebastián) había criticado que el ministro, militante del PSOE, hubiera aceptado ir a una cena con el torero D. Palomo Linares, considerado de ideología derechista.

04 Mayo 1990

Corcuera, en los toros

Aurora Pavón (Pablo Sebastián)

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Me lo cuentan Peñafiel y mi director y me pongo las manos en la cabeza. Pero ¿a quién se le habrá ocurrido nombrar a este hombre ministro? Pues resulta que mi jefe fue a saludar cortésmente al ministro del Interior y este patán de la política que es José Luis Corcuera empezó a gritar, a insultar, a perder los nervios y la compostura. Y todo porque una servidora contó que Corcuera estuvo en una cena con el torero franquista Palomo Linares. ¡Ah! ¿Qué llegó el último? No me extraña. Bueno, pues con ese Fausto motivo, todo un ministro de la nación, en el hall, de los toros, gritando a un director de periódico porque tuvo la cortesía de saludarle. He aquí unas perlas de este ejemplo de incompetencia política y mala educación: “¡De mí ya no escribes más! ¿te enteras? ¡Conmigo ni una broma más! ¡Vete por ahí, vete por ahí! ¡Cantamañanas! ¿Qué pasa que te tiembla la mano? ¿Tienes el puño cerrado? ¿Me vas a pegar a mí? ¡Sí, soy José Luis Corcuera, el electricista! ¡Corcuera el electricista, señorito con Morgan! ¿Qué me has llamado gilipollas? ¿A mí, al ministro? Cuando no sea ministro, ¿a que no tienes cojones de llamarme gilipollas?”

Pasen y vean. ¡Que vergüenza! Todo un ministro de la nación. ¿La seguridad del Estado en estas manos? Eso sí, se gana una réplica y se fue lívido. Y ahora lo comprendo todo. Los baños de Argel que le dieron los etarras a ese genio en la negociación que firmó todo a cambio de nada, dejó a España en ridículo y por ahí llegó el follón de la autodeterminación. Ahora entiendo el caos en las pasadas elecciones. Y su actitud en la huelga general frente a la UGT. Pobre hombre. Pero lo que me divierte es lo de ‘señorito con Morgan’. ¿Cómo sabrá Corcuera lo que es un Morgan? ¿Tendremos los teléfonos o las ruedas pinchadas? Lo que no sabe es que un Morgan es de señores. Los señoritos van en Mercedes como Juan Guerra, cenan con Palomo y llevan a sus niñas a montar a caballo, como hace Corcuera en la finca de Sarasola. Peñafiel sentenció: “Ministro, no tienes razón”.

Aurora Pavón

06 Mayo 1990

Un matón en Interior

Pedro J. Ramírez

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Cuentan las crónicas de 1924 que cuando Ramsay MacDonald formó el primer gobierno laborista de la historia británica, las tiendas de alquiler de ropa no dieron abasto ante tanta solicitud de trajes de ceremonia. La mitad de los veinte miembros del gabinete eran de inequívoco origen proletario y entre ellos destacaba por su genuino estilo «cockney» el ferroviario J.H. Thomas, nombrado ministro para las Colonias. El país entero sonrió cuando supo que el conserje del Ministerio no había dejado pasar a Thomas y que, ante su reiterada afirmación de que era el nuevo titular del departamento, se había limitado a aclarar a un compañero: «Pobre hombre, otro caso de «shock de los bombardeos»…». Desde entonces la evolución del socialismo europeo ha sido paralela a la del conjunto de la sociedad y nadie presta demasiada atención ni a la extracción familiar ni a la formación profesional de quienes se sientan en los Consejos de Ministros.

El hecho de que cada vez que, con motivo de la Pascua Militar u otra recepción similar, José Luis Corcuera se viste de «pingüino», proyecte la inequívoca sensación de que su persona y su indumentaria no están hechos el uno para el otro, no convierte su caso en diferente. De ahí que no se entienda muy bien su obsesión enfermiza por reafirmar a voz en grito su doble condición de ministro y electricista. Siento volver a referirme a nuestro incidente tras el debate televisivo de hace año y medio, pero si lo que más me sorprendió entonces fue que él se vanagloriara del uso que había dado a los dossiers preparados por su gabinete contra mí, farfullando: «Para que luego digan que los electricistas no sabemos leer», ahora no he podido por menos que relacionar esa reacción con los exabruptos dirigidos por Corcuera en la Plaza de las Ventas a mi colega el director de EL INDEPENDIENTE. La retahíla de lindezas con que, según lo publicado, contestó al cortés «buenas tardes, señor ministro» del periodista tiene, además de sus connotaciones más obvias, el vigoroso valor de todo autorretrato: «iDe mí ya no escribes más!, ¿te enteras? iConmigo ni una broma más! iCantamañanas!… iSí, soy José Luis Corcuera el electricista! iCorcuera el electricistal… ¿Que me has llamado gilipollas? ¿A mí, al ministro? Cuando no sea ministro, ¿a que no tienes cojones de llamarme gilipollas?». Si descartamos la teoría de que quiera subrayar lo útil que le está resultando su anterior experiencia a la hora de autorizar el uso de electrodos en los interrogatorios y porras eléctricas en las detenciones, no cabe otra explicación a tal insistencia que el complejo de culpabilidad que anida tras toda «excusatio non petita». Siendo evidente que un departamento como Interior, que en teoría tiene como misión garantizar los derechos y libertades y en la práctica tan a menudo los restringe, requeriría de un titular con una sólida formación humanística y jurídica, hasta ahora nadie, sino el propio interesado, ha hecho de su peculiar base educativa un asunto de trascendencia pública. No hay nada peor que un individuo acomplejado manejando apabullantes resortes de poder. De un tiempo a esta parte no hay mes o semana que no traiga consigo la noticia de un nuevo incidente en el que el Excelentísimo Señor Ministro del Interior hace gala de inquietantes hechuras de matón de taberna. Ahí está su esperpéntica coacción a nuestra Delegada en el País Vasco, ahí están sus amenazas en los pasillos de la cámara a los dos diputados que acababan de interpelarle en el hemiciclo, ahí está el mentado rifirrafe con el director del punzante matutino. El catálogo sería interminable si hubiera que añadir al mismo episodios como lo ocurrido el 1 de mayo del 89 cuando, cargado hasta los topes, comenzó a fanfarronear ante José Luis Daza de que él sería el líder de UGT tan pronto como se lo propusiera, lo ocurrido en los prolegómenos del congreso del PSOE vasco cuando uno de los partidarios de Damborenea subrayó delante suyo lo conveniente que para funcionar por la vida es haber hecho el bachillerato o su famosa bronca de hace algún tiempo con José María Zufiaur en la sede de la Fundación Pablo Iglesias.

Lances todos ellos que la familia socialista cubre con un discreto manto de pudor y que los entusiastas de la veta casticista que Corcuera aporta a la vida pública presentan sonrientes como «cosas del Chispas». Y la verdad es que todas estas «cosas del Chispas», escaramuzas livianas para cualquier antología de chistes de sargentos chusqueros, podrían sobrellevarse con sentido del humor si no fuera por las sospechas que la textura de lo que trasciende permite alimentar sobre lo que no trasciende. Frente al cinismo editorial de quienes en pago a los favores recibidos fingen creer a la vez en la separación de poderes y en las casualidades, adquieren especial relieve los dos datos esenciales facilitados ayer por EL MUNDO sobre el «caso Naseiro»: 1) el asunto le llegó a Manglano por iniciativa de la policía que presentó ante el juzgado las cintas comprometedoras para Palop el día que él estaba de guardia; 2) eso ocurrió el día 25 de enero cuando el escándalo nacional por las andanzas de Juan Guerra alcanzaba su máximo apogeo y el vicepresidente preparaba su intervención parlamentaria sobre la base de salpicar de toda la porquería posible a los demás. Fuentes de la ciudad del Turia aseguran que a lo largo de todo el proceso los despachos del Jefe Superior de Valencia con el Ministro del Interior han sido frecuentes.