14 diciembre 2003

El ex dictador no será juzgado por un Tribunal Internacional, sino por sus propios adversarios iraquíes

Estados Unidos logra capturar con vida en Tikrit (Irak) al ex dictador Sadam Hussein sin ningún tipo de enfrentamiento armado

Hechos

El 14.12.2003 el Gobierno de los Estados Unidos de América anunció que el ex presidente de Irak, Sadam Hussein, había sido detenido tras ser localizado el bunker en el que se escondía en Tikrit.

Lecturas

LA CARTA MÁS IMPORTANTE DE ‘LA BARAJA’

carta_sadam El ex dictador de Irak, Sadam Hussein ocupaba el puesto de ‘as de picas’ en la baraja que distribuyeron los Estados Unidos de América para identificar, según ellos a los principales responsables de los crímenes cometidos por la dictadura iraquí. Aunque uno de sus principales colaboradores, Ibrahim al Duri, nunca llegó a ser detenido.

LA PRENSA DE MURDOCH PUBLICA FOTOS DE SADAM EN CALZONCILLOS:

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15 Diciembre 2003

El caudillo que gaseó a su propio pueblo

Ignacio Cembreno

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Obsesionado con Stalin, Sadam Hussein provocó varias guerras que acabaron con su régimen

Desde que llegó al poder, en 1979, Sadam Husein ha intentado, a su manera, hacer historia. La empezó incluso a hacer antes de llegar a la cúspide, cuando concentró en sus manos un poder sin precedentes como vicepresidente, hombre fuerte de un régimen que encabezaba formalmente su tío Ahmed Hassan al Baqr. Ese año le empujó pacíficamente de la jefatura del Estado y del mando supremo del partido Baaz para sustituirle en todos sus cargos. Para consolidarse entonces en la cima, para asentar una autoridad indiscutible, Sadam se inventó un compló. El 12 de julio de 1979 fue detenido Husein Mashadi, secretario general del Consejo del Mando de la Revolución, y torturado hasta que confesó conspirar por cuenta de Siria.

Seis días después, Sadam convocó a 360 dignatarios del Baaz. De detrás de la cortina de la sala de conferencias apareció demacrado el secretario general, quien relató su traición ante un auditorio conmovido. Mashadi reveló los nombres de sus 60 cómplices, todos ellos presentes, a los que unos guardias armados detenían en cuanto los pronunciaba el delator.

Sobre el estrado, el dictador vertía lágrimas de cocodrilo. Días después, todos los supuestos conjurados fueron ejecutados. Para que el escarmiento surtiese efecto, el vídeo en el que había sido grabada la delación de Mashadi fue distribuido a las secciones regionales del Baaz.

Aquella primera gran purga del nuevo presidente fue, como otras muchas ejecuciones que había ordenado antes, de corte estalinista. A sus 42 años, Sadam tenía, según Said Aburish, autor de su biografía (Sadam Husein: la política de la venganza), un solo maestro contemporáneo, Stalin, cuyas obras había devorado. Como el dictador georgiano, su método para gobernar ha sido el terror.

Lo empezó a practicar en 1963 cuando los baazistas y sus compañeros de viaje derrocaron al general Abdelkarim Kasem. Sadam ejerció entonces de investigador en Fellahee y Mutakafee, dos campamentos de detención de presos políticos, donde arrancaba confesiones de sus adversarios. «Interrogando a la gente en esos campamentos, recurrió a la tortura y, como cualquiera que llevase a cabo esa actividad, eliminó físicamente a las personas», afirmó Aburish en una entrevista con la televisión PBS. En aquella década turbulenta de los sesenta, en la que las intentonas se sucedían al ritmo de las estaciones, Sadam no tardó, sin embargo, en dejar de ser verdugo para convertirse en ajusticiado. En 1964 fue, a su vez, torturado antes de ser trasladado a la cárcel de Tagi, de la que se escapó en 1966. Llevó entonces la vida aciaga del militante clandestino hasta que el golpe de Estado de Al Baqr le permitió salir a la luz. En 1969, su tío le hará nombrar vicesecretario general del Consejo del Mando de la Revolución.

Consolidada su autoridad presidencial, de puertas para adentro, en 1979, Sadam inició al año siguiente su expansión regional. El viejo vecino persa, en manos de un régimen islamista, el del ayatolá Jomeini, que podía resultar atractivo para la mayoría chií en Irak, fue el primer objetivo en 1980. Temerosos de que la revolución islámica de Teherán contagiase a su entorno, naciones occidentales alentaron al dictador iraquí a ir a la guerra.

Aquello que iba a ser un paseo militar se convirtió en una hecatombe. Lejos de derrumbarse, el Ejército iraní, purgado tras la caída del sha, aguantó la embestida e incluso la utilización de armas químicas por parte del enemigo. La guerra de trincheras concluyó en tablas, pero con un cuarto de millón de muertos del lado iraquí. Sadam hacía historia, pero era la de una derrota.

La propaganda baazista siempre se jactó de haber vencido a Jomeini, pero los ciudadanos sabían que se había derramado demasiada sangre como para que aquello fuese un triunfo. La invasión de Kuwait, dos años después del fin de la contienda con Irán, fue, ante todo, una huida hacia delante de un Sadam ansioso por apuntarse un gran tanto. De paso se adueñaba también del petróleo del emirato y amedrentaba, además, a unas monarquías del Golfo que despreciaba.

La jugada también le salió mal. George Bush, el padre del actual presidente norteamericano, nucleó en torno a EE UU la mayor coalición de la historia para expulsarle de Kuwait. La paliza infligida al dictador fue contundente -unos 100.000 soldados muertos y 13.000 civiles-, pero prácticamente se paró en la frontera iraquí. Por eso, de nuevo, la propaganda baazista pudo argumentar que había ganado. Por mucho que se empeñase, Sadam seguía escribiendo una historia plagada de descalabros sangrientos.

Le quedaba aún por protagonizar un último capítulo de violencia a gran escala. Tras la liberación del emirato, kurdos en el norte y chiíes en el sur se sublevaron contra el dictador. Aún tambaleante tras su expulsión de Kuwait, el Ejército de Sadam logró aplastar la doble rebelión. Contra los kurdos echó mano, por segunda vez, de armas químicas. Su represión despiadada costó la vida a unas 30.000 personas, incluidos unos 5.000 kurdos gaseados, según la demógrafa norteamericana Beth Osborne Daponte.

«Es un régimen totalitario que se apoya y sobrevive gracias al terror interno», explicaba, en otra entrevista con PBS, Frank Anderson, el que estaba hace una década al frente de la dirección de la CIA para Oriente Próximo. A causa de ese terror despiadado fracasaron todos los atentados para acabar con la vida de Sadam.

A medida que cosechaba descalabros, Sadam fue modificando los pilares de su régimen para preservar su estabilidad. Poco a poco, el Baaz, ese partido nacionalista con un barniz socializante, se fue convirtiendo en un cascarón vacío mientras el poder era asumido por elclan de Tikrit, miembros del grupo de los familiares del dictador.

La ideología también fue cambiando. Para estar a tono con un entorno en el que los islamistas avanzan, Sadam hizo desde los noventa invocaciones a Alá, amplió la formación religiosa en las escuelas e incluso mandó reescribir la biografía de Michel Aflak, el cristiano sirio que fundó el Baaz. La nueva versión sostiene que se convirtió al islam poco antes de su muerte.

Megalómano y mal informado por unos colaboradores que se esforzaban por endulzarle las malas noticias, Sadam no ha sido consciente del calibre de los fracasos cosechados, del desastre que para Irak, un país que llegó a ser próspero comparado con su entorno, han supuesto sus casi 24 años de reinado, las dos terceras partes como presidente. Un dato, entre otros muchos, ilustra el hundimiento de Irak a lo largo del último cuarto de siglo. En 1979, la renta per cápita de los iraquíes era de 12.000 dólares, según ha calculado Robert Barro, un economista de la Universidad de Harvard. Superaba con creces a la de España. Ahora es de 3.000 dólares, la quinta parte de la española.

Pese a todo, es posible que Sadam pensase hasta el último momento que iba a derrotar a Estados Unidos, no militarmente, sino políticamente. En vísperas de la guerra del Golfo de 1991, el presidente le dijo a Joseph Wilson, un diplomático estadounidense de alto rango que le visitó, que después de Vietnam EE UU se había convertido en una sociedad que no podría soportar 10.000 víctimas. Sólo 293 estadounidenses resultaron entonces muertos, la mitad en accidentes o por fuego amigo. ¿Se pensaba que ahora, en territorio iraquí, le podría infligir muchas más bajas y obligarle a retirarse?

Cuando en las últimas horas se resistía a ser capturado por las fuerzas de ocupación de Irak, Sadam debía más bien complacerse recordando fugazmente la trayectoria del hijo de un modesto labrador de Auja, una aldea cerca de Tikrit, erigido en adalid del nacionalismo árabe. Ese descendiente de campesinos libraba una batalla a la superpotencia imperialista que quedará grabada con letras de oro en los libros de historia. Hasta el último momento, el dictador estuvo pendiente de su imagen física y política. Su última imagen, con pinta de vagabundo, capturado sin disparar un tiro, quiebra la imagen que Sadam se había empeñado en construir de sí mismo durante 30 años de poder y terror.

Un autodidacta formado en la calle

Sadam nació hace 66 años en una familia de campesinos. Su padre murió, según la biografía oficial, o se marchó, según algunos de sus detractores, poco antes de que su madre diese a luz. Ella fue la que empezó a inculcarle el virus del nacionalismo, contándole cómo algunos de sus familiares habían resistido al colonialismo otomano y británico.

La labor la continuó su tío Khairalá Tulfa, un maestro de escuela en cuya casa de Bagdad se instaló Sadam a los 10 años. Se había mostrado deseoso de aprender a leer y escribir, algo que la mayoría de los niños de Auja, su pueblo, no hacían.

Acabó el bachillerato en El Cairo, donde se vio obligado a exiliarse en 1959 y donde empezó también unos estudios de Derecho que acabará, cum laude, cuando ya era presidente de Irak.

La ebullición nacionalista en el Egipto gobernado por Gamal Abdel Naser sirvió también para reforzar las convicciones ideológicas del futuro presidente. Mucho más que las aulas, la verdadera escuela de este autodidacto con enormes lagunas culturales -habla un árabe pobretón- fue, sin embargo, la calle o los garajes oscuros en los que conspiraban los militantes del partido Baaz, entonces en la clandestinidad.

15 Diciembre 2003

Cae el tirano

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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En las últimas tres décadas, Sadam Husein ha sido un cruel tirano para el pueblo de Irak y una amenaza permanente para los países vecinos. Aunque Estados Unidos no pareció descubrirlo hasta agosto de 1990, cuando Sadam invadió Kuwait, este personaje ha sido uno de los más siniestros líderes políticos del planeta en el último tramo del siglo XX y el alba del XXI. Sus manos están manchadas con la sangre de miles y miles de iraquíes -kurdos, chiíes y suníes-, iraníes, kuwaitíes y otros. Así que su captura por fuerzas militares norteamericanas en un escondite de su zona natal de Tikrit es un alivio y una alegría para todas las personas de bien, y así fue saludada ayer por partidarios o detractores de la guerra librada contra Irak por George W. Bush y sus más incondicionales seguidores.

Con la detención de Sadam, el mundo puede ser mejor si se cumplen algunas condiciones. La primera es que nunca más EE UU y los países democráticos apoyen por razones coyunturales a déspotas de esta calaña como hicieron con Sadam cuando se trataba de contener a la revolución islámica iraní. La firmeza frente a violadores tan ominosos de los derechos humanos no puede conocer ningún doble rasero. La segunda condición es que el dictador tenga un proceso justo, transparente y con todas las garantías legales para su defensa. La alegría por la captura de Sadam no debería traducirse en un juicio expeditivo que culmine con una ejecución sumaria. Un organismo como los tribunales penales internacionales creados ad hoc por Naciones Unidas para los crímenes en la ex Yugoslavia o Ruanda -o quizá los futuros tribunales de un Irak soberano y democrático- deberían ser los encargados de juzgar y, en el caso de que sea declarado culpable, condenar y castigar a Sadam de acuerdo con normas internacionalmente aceptadas. Se sentaría así un precedente tan importante como los actuales procesos en La Haya contra Milosevic y otros presuntos criminales de guerra de la ex Yugoslavia.

Al igual que la victoria militar estadounidense frente al Ejército iraquí estaba cantada, también era una mera cuestión de tiempo la captura o muerte de Sadam. No obstante, su materialización constituye una de las mejores noticias, si no la mejor, producidas en Irak desde el pasado marzo. Pero la mayor potencia militar de todos los tiempos ha necesitado siete meses de ocupación de Irak para localizar a un Sadam derrotado, envejecido y escondido en una madriguera, en un país llano, semidesértico y sin esas difíciles montañas que permiten a Osama Bin Laden camuflarse en las lindes entre Afganistán y Pakistán. Eso y la dura resistencia que oponen a la ocupación grupos de iraquíes de diversas tendencias políticas evidencian que la situación iraquí es mucho más compleja y envenenada de lo que imaginaban quienes planificaron en Washington esta guerra.

Es indudable que la detención del dictador supone una gran inyección de moral para las tropas de EE UU y sus aliados y un serio golpe para los sectores sadamistas y baazistas de la resistencia iraquí. Ahora es más factible la pacificación de Irak, su recuperación de la soberanía y su democratización. Se ha eliminado una pesada hipoteca. Terminado el pulso personal de los Bush con Sadam, que arranca de la invasión de Kuwait, y satisfecho uno de los objetivos estadounidenses en esta campaña -otros como el descubrimiento de armas de destrucción masiva o de vínculos entre Sadam y Bin Laden y el 11-S siguen en el limbo-, la superpotencia puede respirar más tranquila. Así lo hizo ayer y con euforia, a través, entre otras, de una declaración de Bush. Lo ideal sería que EE UU aprovechara este respiro para que también el resto del mundo democrático, que se alegró unánimemente por la caída de Sadam, pueda cerrar lo antes posible las divisiones, las angustias y la mortandad generados desde hace un año por el conflicto iraquí. Y esa imprescindible cicatrización no va a conseguirse con gestos como la reciente prohibición impuesta por Washington a la participación en el negocio de la reconstrucción de Irak a Francia, Alemania y Rusia.

Chirac y Schröder fueron ayer rápidos en felicitar a un George W. Bush que tiene una nueva ocasión de estrechar la mano tendida por la vieja Europa. La gran noticia de la detención de Sadam debería servir para que partidarios y detractores de la guerra aborden unidos y con urgencia la colocación del caso iraquí bajo el control de la ONU, con un programa y un calendario claros y consensuados para el nacimiento de un Estado democrático en la antigua Babilonia que pueda hacerse cargo del ejercicio de su soberanía. Sin la pesadilla que suponía un Sadam en fuga, los iraquíes están a partir de hoy en mejores condiciones de ser dueños de sus destinos.

15 Diciembre 2003

La captura de Sadam facilita la reelección de Bush II

Luis María Anson

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Si Sadam no hubiera sido apresado, a Bush II se le habría puesto muy difícil su reelección presidencial. Aunque  no es seguro que vuelva a triunfar, ahora lo tiene más fácil. ¡Menudo regalo de Navidad! Menudo regalo para el César y para sus procónsules en la Britania y la Hispania, Blair y Aznar.

Sadam Husein no era un dictador sino un tirano. Tras su exilio en Egipto, acogido por Nasser, quiso convertirse, como el caudillo egipcio, en el raíz de todos los árabes. Encaramado al poder después de mil traiciones y asesinatos, desencadenó la guerra con Irán para humillar a los ayatolás persas, con el beneplácito de Estados Unidos. Un millón de cadáveres canta la gloria del rais que después no caviló en emplear armas químicas en el genocidio de kurdos. Cuando el cobrador del frac de Kuwait le reclamó el dinero kuwaití que recibió para sus guerras. Sadam invadió el territorio y expelió a su dictador, el rey de aquella satrapía oriental. En seis semanas, el Ejército imperial arregló el desaguisado. Bush I renunció a tomar Bagdag para que Sadam continuara manteniendo frente a Irán, el equilibrio de la zona.

Quiso el preso barbado ser como Nabucodonosor, colgar sus jardines en todo el mundo árabe y reconstruir el imperio babilonio. Construyó para su megalomanía medio centenar de palacios sobre el sudor del pueblo iraquí y erigió mil estatuas de piedra y bronce en su honor. Inscribió su nombre hasta en los ladrillos de los edificios públicos.

Quiso, en fin, ser Saladino y conquistar Jerusalén. Eso le perdió. Ahí descubrió su talón de Aquiles. Los judíos arrasaron sus instalaciones para construir armas nucleares. Después plantearon a Bush II su decisión de atacar un Iraq de potencia militar creciente y con misiles capaces de destruir las ciudades israelíes. Es verdad que la guerra de Iraq fue motivada por el orgullo americano herido tras el 11-S, por la reacción contra el terrorismo internacional; por el control de la producción petrolífera. Pero el motivo de fondo como ha explicado Sampedro en Los mongoles de Iraq, ha sido restablecer el equilibrio en la zona porque Israel no puede tolerar la existencia de un país árabe con más potencia militar que la suya. En cuatro semanas los americanos, tras exigir calma a los judíos ganaron la guerra y se adueñaron de Bagdag, entre otras cosas porque Sadam retiró sus tropas leales que tenía ya preparadas para desencadenar la guerrilla. Midió mal sus fuerzas el tirano. Siete meses después ha caído en su zulo y en su trampa.

Nabucodonosor está ya preso. Se terminaron las guerras de conquista y los delirios de grandeza. Sobre las tierras calcinadas de Babilonia se abren horizontes esquivos de paz y libertad.

Luis María Anson

17 Diciembre 2003

Pena de muerte, no

Luis María Anson

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La pena de muerte es una salvajada. EL progreso de la Humanidad se mueve en dirección contraria a esa práctica atroz. En la mayoría de las democracias occidentales la pena de muerte ha sido abolida, incluso en tiempos de guerra. Es una cuestión de principios, no de oportunidad.

El pueblo iraquí, a través de jueces imparciales, debe pedir cuentas a Sadam Hussein por sus crímenes. Pero condenarle a muerte sería rebajar el grado de civilización en que los hombres libres aspiran a moverse. Ciertamente, la cárcel del tirano debe situarse en un lugar y en unas condiciones en que quede garantizada la seguridad para que no pueda escaparse. La potencia vencedora de la guerra contra Sadam no quiere exponerse al ridículo de una fuga del sátrapa. Parece claro que el juicio debe celebrarse a puerta abierta en una ciudad iraquí. La prisión habrá que establecerla en el lugar más seguro.

Pero lo importante en estos momentos es no aplicar la ley del talión ni los viejos tópicos de que a hierro muere el que a hierro mata. No rotundo a la pena de muerte. Ni siquiera en el caso de Sadam Husein. El vae victis de Breno a los romanos, tras arrojar su espada y su tahalí, pugna contra la civilización y el derecho natural. Es hora de dar el gran ejemplo moral: tratar con respeto a la dignidad humana a quien lo arrolló todo, a quien cometió los genocidios más espantosos, los crímenes más abominables, las torturas más crueles.

Luis María Anson

16 Diciembre 2003

Cayó Sadam: ¿qué hacer con Irak?

Felipe González Márquez

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El arresto de Sadam Husein significa el verdadero fin del régimen dictatorial que presidió, pero las interpretaciones precipitadas sobre el fin de la violencia pueden inducir a nuevos errores y alentar posiciones arrogantes que alejen la salida razonable de lo que continúa siendo una trampa para los ocupantes y para la Comunidad Internacional.

La alegría por la caída del tirano es generalizada, en la mayor parte de su propio país y en todo el mundo. Las condiciones en que se ha producido indican que no era Sadam el responsable de la dirección de las acciones de terrorismo y resistencia que estamos viviendo desde la precipitada declaración de fin de la guerra hecha por Bush. Pero su propia pasividad será percibida por los que fueran sus leales como un gesto inaceptable en su propia cultura, lo que eliminará la tentación de considerarlo como un símbolo de lucha. Esto es un elemento de desactivación parcial de la violencia que habrá que estimar con más cuidado.

Ante este hecho nuevo y, sin duda, relevante, la reacción de Blair ha sido, con diferencia, la más inteligente. Su llamamiento a sumar fuerzas para la reconstrucción de Irak y la devolución de la soberanía a los ciudadanos debería abrir un camino distinto ante el conflicto.

Bush, más allá del triunfalismo electoralista explicable, también ha hecho una referencia sensata a la continuidad del peligro de las acciones violentas y, como consecuencia, a las dificultades por venir después de la detención de Sadam.

Un proceso judicial contra Sadam, si, como parece lógico, se desarrolla en su propio país, llevará tiempo, salvo que razones de índole especial en términos de información sobre el pasado induzcan a precipitar los acontecimientos. Pero, en ambos casos, no será lo más significativo respecto de lo que debe hacerse en el corto plazo.

En la Administración de Bush continúan las contradicciones sobre la estrategia a seguir en la posguerra. La caída de Sadam puede alimentar la posición expresada en los últimos días por el subsecretario de Defensa, arremetiendo contra los países que se han opuesto a la guerra -Francia, Alemania, Rusia o los árabes-, en un nuevo gesto de arrogancia; o puede ayudar -si las palabras de Blair sirven para algo- a recomponer la estrategia hacia el multilateralismo y la colaboración de todos.

Después de la presencia de Powell en Bruselas, daba la impresión de que el Departamento de Estado pretendía restablecer un clima de confianza con los socios de la Alianza Atlántica como continuación del esfuerzo que llevó a la última resolución del Consejo de Seguridad y a la Conferencia de Donantes.

Sin embargo, la aparición del subsecretario de Defensa, verdadero ideólogo de la guerra preventiva y el unilateralismo, recuperando el tono amenazante y arrogante, volvieron a poner las cosas en su punto de partida: el que llevó a la guerra desencadenada por el Trío de las Azores. El botín de guerra será para el ocupante como potencia dominante y para sus amigos, en función de la aportación de cada uno en la política de conquista.

Punto de partida que expresaba el hermano del presidente Bush en su encuentro con los empresarios españoles, antes del comienzo de la ocupación ilegítima de Irak. La actitud del señor Aznar, al que identificaba como presidente de la República Española, de apoyo incondicional a la Administración de Bush, traería beneficios suculentos para las empresas españolas.

Ésta parece hoy la línea dominante. El apoyo de Bush a las palabras del subsecretario de Defensa eliminaron las dudas. Por eso cabe pensar que la detención del dictador alimente esta tesis. Castigarán a los que se opusieron a la guerra y seguirán dividiendo a la Unión Europea entre la vieja y la nueva Europa. Pero, sobre todo, decidirán cómo se reparte el botín iraquí.

Naturalmente las contradicciones van a continuar, incluso haciéndose más evidentes. Gran Bretaña, Italia y España, en medio de la catástrofe de la Cumbre Europea, se precipitaron a dar la razón al señor Bush. Pero Alemania, Francia y Rusia, al parecer sorprendidas por esta nueva deriva en la reconstrucción, no salen de su asombro y recibirán, en pocos días, la visita del enviado del señor Bush, para que, además de aceptar su exclusión de la reconstrucción, condonen la cuantiosa deuda contraída por Irak. El representante de la Administración republicana para esta tarea, el señor Baker, ya tiene sus maletas hechas para la complicada visita.

Hemos hecho una guerra, hemos pagado el precio económico y de vidas humanas, y ahora nos vamos a resarcir. Primero nosotros, y después, con lo que sobre, nuestros amigos en función de su esfuerzo. Reconozcamos que son claros, aunque parezca dolorosamente impúdica la propuesta

Si la detención de Sadam refuerza la decisión anunciada, quedan eliminadas las hipótesis de salida rápida que propone un grupo de neoconservadores preocupados por las consecuencias electorales de la dramática posguerra y la de la recuperación del papel de Naciones Unidas, del multilateralismo en la reconstrucción, que parecía la inclinación del Departamento de Estado en su aproximación a los socios europeos de la Alianza y a los países árabes.

Sin embargo, como podremos comprobar en los próximos meses, los problemas de fondo continuarán manifestándose. No sólo en términos de resistencia y de luchas internas entre facciones difíciles de conciliar, sino en términos de amenaza terrorista internacional. Por tanto, la cooperación de todos seguirá siendo imprescindible en el escenario inmediato.

Claro que, al decir de Bush, esto puede arreglarse si los que se han opuesto a la guerra deciden mandar tropas bajo el mando y la estrategia de la potencia ocupante, para recibir a cambio algunos contratos de reconstrucción. Este empeño de Bush en conseguir amigos sólo es comparable al titánico esfuerzo de Aznar en la misma dirección, como hemos visto en la Cumbre Europea.

Estoy seguro de que esta arremetida de los neoconservadores más belicistas y unilateralistas se basaba en un nuevo cálculo de posibilidades de futuro en Irak. Y más seguro aún de que, como en el cálculo anterior a la intervención y ocupación, se van a volver a equivocar. Incluso la situación en Afganistán, menos llamativa desde que se cayó de la CNN, va a seguir empeorando en ese futuro para llenar de incertidumbre e inseguridad toda la región.

Con el Gobierno de Bush pasa, en su escala, como con el Gobierno de Aznar. Cuando los que se oponían y se oponen a esta disparatada aventura hacen un esfuerzo de responsabilidad parasuperar la fractura y buscar soluciones más razonables, más acordes con un orden internacional basado en el respeto a la ONU y sus reglas, reciben como respuesta una coz. La única diferencia consiste en que el Gobierno Bush no disimula, no engaña, no confunde los argumentos. Dicen claramente para lo que están en Irak y a los que no lo siguen, los sacan del negocio -trágico, vergonzoso negocio-, que se paga con un alto coste de vidas humanas, la mayoría inocentes, sean civiles o servidores del Estado en cualquier nivel.

No creo que existan esperanzas de corrección de la propuesta, aunque parezca evidente el daño que produce. Por ejemplo, al Gobierno provisional de Irak no le permitieron siquiera cubrir las formas, como si nada tuviera que decir sobre el futuro de su país, que depende ahora de la reconstrucción.

¿Ocurrirá lo mismo con el destino del dictador? ¿Alguien se va a creer, entre su pueblo, que los representa en algo? La literatura de darles más responsabilidad, incluso para hacer una Constitución en seis meses, para convocar unas elecciones, para legitimarlos en el ejercicio del poder, ya que no tienen legitimidad de origen, está vacía de contenido y, digan lo que digan ahora, nadie les cree.

¿Imaginan a ese Gobierno ante la Liga Árabe, ante los acreedores alemanes o rusos o franceses, tratando de mostrarse como representantes de los intereses de Irak? ¿Y en Naciones Unidas? Legitimar al Gobierno, dándole responsabilidades reales ante sus conciudadanos y ante la Comunidad Internacional, es la primera y urgente tarea para iniciar un camino sensato. Incluida la responsabilidad en el destino del dictador.

Si fuera verdad que los propósitos no mercantiles, como la lucha contra el terrorismo internacional, ocupan un nivel importante en la estrategia de la Administración de Bush, como es necesario creer, la fractura de la confianza con alemanes, franceses, rusos, árabes y otros, a los que se trata con un menosprecio inaudito, aumentará las dificultades para coordinar esa lucha, en provecho exclusivo de los terroristas.

Conviene recordar que, frente a la situación creada, incluso con el dictador prisionero, para conseguir los objetivos hay que contar con la legitimidad de Naciones Unidas, la cooperación de la Liga Árabe y la Conferencia Islámica, además de una relación de confianza con la vieja Europa y con Rusia. Si no se hace esto, las tropas ocupantes seguirán empantanadas en Irak por tiempo indefinido, y cada día que pase serán percibidas como la garantía sobre el terreno para hacer negocios.

Y nosotros, los españoles, ¿seguiremos siendo meros avalistas de esta estrategia disparatada? ¿Merece la pena pagar el coste humano y de pérdida de las prioridades de nuestra política exterior para ser meros apéndices de los designios de esta Administración republicana en EE UU?