22 enero 2000

El atentado es obra del comando buruhauste que lideran Gorka Palacios y Ana Belén Egües

ETA comete su primer atentado tras la ruptura de la tregua: asesina al coronel Pedro Antonio Blanco García

Hechos

El 21.01.2000 D. Pedro Antonio Blanco García fue asesinado con un coche bomba.

Lecturas

LOS ASESINOS: EL COMANDO BURUHAUSTE EN MADRID

Ana Belén Egües Gurrutxaga, Iván Apaolaza, Gorka Palacios, Juan Luis Rubenach y Javier Abaunza- formaban parte del comando buruhauste (“quebradero de cabeza” en euskera)  que colocó la bomba que acabó con su vida.

IMANOL ARIAS A ETA «¡IROS, NO OS QUEREMOS!»

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Todos los patidos democráticos (menos Euskal Herritarrok) y por los sindicatos UGT y CCOO realizaron un acto conjunto contra ETA encabezado por el actor vasco D. Imanol Arias, que lanzó un alegato rotundo contra los asesinos etarras: «¡Iros, no os queremos!».

22 Enero 2000

Crimen y política

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los terroristas no amenazan en vano. Después de varios intentos fallidos por la interposición de las fuerzas de seguridad, ETA asesinó ayer mediante un coche bomba a un peatón al que probablemente habían seguido durante meses: el teniente coronel Pedro Antonio Blanco, de 47 años, casado y padre de dos hijos. Es la primera víctima desde el asesinato del concejal Zamarreño, hace 18 meses. Si todos los crímenes tienen un coste para quien los comete, el de ayer tendrá consecuencias políticas aún más graves para quienes lo ordenaron y para la causa que invocan.El lehendakari Ibarretxe anunció que deja en suspenso el acuerdo de legislatura con Euskal Herritarrok, la marca electoral de HB, mientras esta formación no condene de manera inequívoca el asesinato; algo que no fue capaz de hacer su portavoz, Arnaldo Otegi, lo que cuestiona la autonomía de su partido y la voluntad de hacer política por medios exclusivamente pacíficos y democráticos que le atribuyeron sus valedores. El asesinato deja también en situación desairada a sus socios de Lizarra: en aras de la unidad nacionalista, que consideraron condición para integrar al mundo radical, el PNV y EA subieron al tejado soberanista ocupado por los radicales; una vez arriba, ETA les ha retirado la escalera.

La responsabilidad íntegra de este crimen es de ETA. La dirección de la banda justificó el fin del alto el fuego por la tibieza de los demás nacionalistas en el cumplimiento de sus compromisos de 1998. Pero ni siquiera esperó a conocer la propuesta soberanista que había anunciado el portavoz del PNV en respuesta a las amonestaciones del anterior comunicado de ETA. Seguramente sus jefes tenían ya tomada la decisión de romper la tregua.

En uno de los papeles difundidos por ETA al anunciar el fin de la tregua consta que ésta no sería indefinida, como se decía en el comunicado público, sino de cuatro meses, transcurridos los cuales se verificaría el grado de cumplimiento del «proceso». Proceso que no era de pacificación (de «paz sin contenidos», escribieron), sino de «construcción nacional», es decir, de aceptación por los demás de su programa independentista. La continuidad del alto el fuego dependía de que pudieran conseguir sin armas lo mismo que pretendían con ellas. Cuando las elecciones de junio pusieron de manifiesto que eso no era posible, rompieron.

El nacionalismo se vio atrapado en un dilema moral que le llevó a deslizarse por la pendiente de las concesiones a ETA en un intento de convencerles de que volver a matar era lo peor para sus propios intereses. Las concesiones fueron muy importantes: cuestionamiento del Estatuto de Gernika, ruptura de los pactos con fuerzas no nacionalistas, salida del grupo democratacristiano del Parlamento Europeo, tolerancia de hecho ante la violencia callejera, aprobación en Asamblea Nacional de un nuevo planteamiento ideológico y político en clave de autodeterminación y territorialidad, participación en la alternativa institucional de HB, la llamada Udalbiltza (Asamblea de Electos).

Sobre esto último, Arzalluz dijo en septiembre, con más sinceridad que otros dirigentes, que se trataba de «apoyar una iniciativa del MLNV para ayudarles a salir del atolladero de la violencia y a hacer su entrada en la política». Pero ya se ha visto que, lejos de tomarlo como una oportunidad para dejarlo, esas concesiones reafirmaron en el ámbito encapuchado de decisión la convicción de que si forzaban la mano un poco más podían conseguir la independencia casi de inmediato. Y como el PNV se negó a la estrambótica propuesta de convocar elecciones constituyentes en régimen de circunscripción única en Euskadi, Navarra y País Vasco francés, y a secundar su boicot activo a las legislativas, pasaron a considerar semitraidores a los hasta entonces semipatriotas del PNV y EA.

La estrategia de pacificación seguida por estos partidos ha fracasado, y resulta casi sarcástico escuchar que, pese a todo, «el proceso es irreversible». Lo único irreversible es la muerte del teniente coronel. No es cierto, como pretendió ayer Otegi, que todos los políticos sean responsables por no haber sabido evitar este desenlace. Lo son quienes han matado, y se convierten en cómplices quienes lamentan esa muerte, pero se niegan a admitir que no hay causa alguna que la justifique. No es el caso del nacionalismo democrático. Pero su error no ha sido sólo de ingenuidad, sino de arrogancia: la de embarcarse en una aventura dudosa que excluía de entrada a la mitad de la población. El PNV se encuentra en una situación de difícil marcha atrás. Razón de más para decirle claramente que no puede seguir en la actitud de no creerse que pueda ocurrir lo que ya ha ocurrido. Si no rompe ahora los lazos ideológicos anudados con el nacionalismo no democrático, éstos se convertirán en lazos de sangre. Y su suerte quedará uncida a la de ETA.

25 Enero 2000

Se acabó la farsa

López de Lacalle

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Ibarretxe ha dejado en «suspenso» el acuerdo con EH. Tiene aprobados los presupuestos. Está a cubierto de votos de censura. En estas condiciones, en un Parlamento que no legisla, los acuerdos parlamentarios pueden ser suspendidos indefinidamente. El PNV no va a romper el frente nacionalista. Para justificarlo, Arzalluz ha recurrido al recuerdo de la guerra civil. Sólo mentes perversas, ruines, pueden hacerlo. El terrorismo no es cosa del pasado, un conjunto de delitos amnistiados. Si así fuera, los emplazamientos a EH a que lo condenara carecerían de fuerza. Se trata de delitos que se están cometiendo ahora. De aquí la inexcusable condena, tanto por razones de justicia, de moral democrática, como de forma de combatir su ejecución.

Por contraste, la impresionante manifestación de Madrid ha revelado las limitadas movilizaciones habidas en el País Vasco. No hay posibilidad de hacer manifestaciones con el nacionalismo. Pensar lo contrario es una ingenuidad. En las concentraciones convocadas por el lehendakari, con el sesgado lema «Necesitamos la paz», que propicia la participación conjunta de quienes combaten al terrorismo y de quienes lo amparan, se vio la resolución y combatividad de un tipo de gente que parecía apagada. Defendieron a gritos su libertad. Desahogaron su irritación. De su comportamiento, en personas no dadas a la bronca, es deducible que otras muchas se encuentren en el mismo estado de ánimo. Todo un contingente humano que se movilizará cuando sea convocado con oportunidad y bajo un lema convincente, inequívoco. A Egibar le pareció «un espectáculo lamentable». Al parecer, para él, no lo es que se vitoree impunemente a ETA. Por lo visto, eso forma parte del folklore vasco. Si los partidos constitucionalistas del ámbito de la CAV, liberándose de las maniobras de Ibarretxe, no movilizan autónomamente a las gentes de su órbita, otras instancias lo harán por ellos. Es una necesidad.

En el frente nacionalista todo estaba preparado, y negociado, para afrontar la tempestad. En él se tiene la certeza que, tras un período de atentados, habrá otro alto el fuego. Pero nada será igual. Se ha agotado la llamada estrategia de treguas. La farsa ha quedado desvelada. Nadie se llevará ya a engaño. Ni el más iluso de los nacionalistas creerá que el efecto de la «tregua» vaya acabar electoralmente con los españolistas. Ha quedado al descubierto que Estella ha sido pista de despegue, por la construcción nacional, no de aterrizaje. En Madrid todo seguirá igual. No se producirán falsos movimientos. Otegi ya no engatusará. Para todo quisqui ha quedado claro que el alto el fuego es una forma de encubrir la continuidad del chantaje terrorista. Quien hable de proceso de paz, de su carácter irreversible, hará el ridículo. El nacionalismo se la juega. Se acabó la farsa. Para volver a causar el impacto de septiembre del 98 sólo le queda una baza. Que ETA anuncie su renuncia al terrorismo. La forma más convincente de hacerlo es proclamando su disolución.