21 octubre 1994

El 'republicanista' y columnista del diario EL MUNDO tachó al columnista de EL PAÍS de 'miserable calumniador'

García-Trevijano presenta ‘El Discurso de la República’ arropado por el ‘Sindicato del Crímen’, pero es críticado por Pradera (EL PAÍS)

Hechos

  • El 21.10.1994 se presentó el libro ‘El Discurso de la República’ de D. Antonio García-Trevijano, columnista de EL MUNDO y miembro de la AEPI, en un acto en el que participaron D. Luis María Anson, D. Pedro J. Ramírez y D. José Luis Gutiérrez (todos ellos de la AEPI). El día 22.10.1994 D. Javier Pradera publicó EL PAÍS un artículo sobre el libro que fue replicado por su autor en EL MUNDO el 29.10.1994.

Lecturas

En octubre 1994 D. Antonio García Trevijano presentaba su libro anti-Borbón y anti-PSOE titulado ‘El Discurso de la República’. A la presentación del libro republicano de D. Antonio García-Trevijano asistieron entre otros los directores de EL MUNDO don Pedro José Ramírez, del ABC don Luis María Anson, de DIARIO16 don José Luis Gutiérrez. También acudió el locutor estrella de la COPE don Antonio Herrero. Se daba la circunstancia que todos ellos, al igual que el Sr. García-Trevijano, eran miembros de la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI), apodada por sus detractores como ‘El Sindicato del Crimen’. Aquella ‘Asociación’ parecía tener como denominador común la oposición hacia el Gobierno del PSOE y hacia los medios de comunicación del Grupo PRISA encabezados por el diario EL PAÍS.

El libro del Sr. Trevijano fue, naturalmente, criticado desde el diario EL PAÍS por su columnista estrella D. Javier Pradera en su artículo ‘El Cirujano de Hierro’ en el que acusaba al Sr. Trevijano de reconocer haber mantenido amistades con el núcleo duro del franquismo.

En la respuesta del Sr. Trevijano titulada ‘Carta benévola’ (29-10-1994, EL MUNDO) quedaba evidenciado que al margen de su pensamiento, era innegable la habilidad de prosa del escritor que era capaz de encontrar numerosos errores gramáticos en el artículo de su ‘retador’. Eso sí, al final no podían faltar los insultos: “Sr. Pradera, Vd. No es hoy peligroso por su miserable condición de calumniador, sino por su oficio de acreditado escritos sin talento, siempre al sucio servicio de los enemigos de la libertad de pensamiento”.

El Sr. Trevijano seguiría en la nómina del Sr. Ramírez durante varios años en EL MUNDO, aunque más tarde se decepcionaría y pasaría a la del Sr. Anson. En conversaciones con J. F. Lamata pudo acreditar que mantenía un gran respeto hacia el Sr. Anson, sentimiento que no parecía compartir hacia el Sr. Ramírez: “Uno respeta la libertad de expresión, el otro censura”.

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zap_trevijanoA3 El 21.10.1994 el Sr. García-Trevijano acudió al programa ‘Todo va bien’ de ANTENA 3 TV, presentado por el Sr. Pepe Navarro, para hablar de su obra.

D. Antonio García Trevijano habla con J. F. Lamata sobre su polémica con D. Javier Pradera:

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22 Octubre 1994

EL CIRUJANO DE HIERRO

Javier Pradera

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Trevijano presidió la Junta Democrática de 1974 y participó después en la llamada Platajunta hasta que sus relaciones con el dictador Macías precipitaron su obligado exilio de la vida política española.

Como suele ocurrir con los discursos de corte regeneracionista, este ensayo es a la vez un largo lamento sobre los males de la patria y una apasionada exhortación para que la nación moribunda sea salvada por sus hijos más leales. La descripción de los muros desmoronados de la España contemporánea aporta los fundamentos de hecho para la sentencia condenatoria de la clase política en su conjunto, responsable de tanta desolación y ruina. El tema dominante de este lúgubre Dies irae es la indignidad del proceso de transición que condujo desde la dictadura hasta la Monarquía parlamentaria y el Estado de las autonomías a través de los acuerdos entre los aperturistas del franquismo y la oposición democrática. La búsqueda de analogias históricas infamantes, una de las aficiones preferidas del autor, le permite compara a la España constitucional con la Francia del Termidor, que sustituyó en 1794 el terror jacobino por la corrupción del Directorio (p. 111). Sin embargo, ese severo enjuiciamiento de la transición española no parecce dictado tanto por los hechos del relato como por los humores del juez.

Trevijano presidió la Junta Democrática en 1974 y participó después en la llamada Platajunta hasta que el público conocimiento de sus relaciones con el dictador Macías precipitó su obligado exilio de la vida política española, presentado en el libro como si de una decisión voluntaria se tratase. Lejos de ser una virgen incauta sorprendida de visita en el prostíbulo del consenso, Trevijano mantuvo relaciones amistosas con el núcleo duro del franquismo cuando muchos dirigentes de la oposición democrática arrostraban el exilio o la cárcel; el libro cuenta sus conspiraciones con altos mandos militares en 1967 (p. 236), sus conversaciones con el general Alonso Vega – ministro de la Gobernación – para ganarle a la causa de don Juan de Borbón en 1960 (p 198) y sus contactos con la cúpula militar como representante de la Junta Democrática (p 236).

Trevijano considera que el consenso constitucional alcanzado en la transición fue ‘una idea bárbara medieval’ (p. 283); la tolerancia no es una virtud democrática (p. 283); la tolerancia no es una virtud democrática (p. 280), y las reglas juego político deben ser impuestas por quienes dispongan de la mayoría en el momento de establecerlas (p. 283). El franquismo  era un Estado de derecho (p. 286). El 23-F no existió: los ruidos de sables y el temor a un golpe militar fueron una patraña inventada para justificar la transición (p. 2000). Trevijano se lanza a una larga y confusa digresión sobre España como ‘puro hecho de existencia naciona’ (p. 26). El desprecio al patriotismo constitucional (p. 143) como fundamento de un Estado plurinacional y las burlonas invectivas contra los nacionalistas vascos y catalanes parecen un eco de la versión azul mahón de casticismo españolista; el capítulo Carta a la juventud no nacionalista suena como un nuevo discurso a las juventudes de España para exhortarles a recuperar las esencias perdidas.

El abigarrado revoltijo teórico del libro, decorado con citas de clásicos y con abundantes apoyaturas en todo tipo de saber científico, deja paso al más desnudo simplismo a la hora de exponer su programa de regeneración. Si ya es sorprendente que un ardiente moralista confíe a la ingeniería política la tarea de sacar a un país de la infamia, todavía más asombrosa resulta la vía propuesta: la reforma de la Constitución para desmontar el Estado de las Autonomías, sustituir el sistema parlamentario por un sistema presidencialista y abolir la representación proporcional en la asambleas para implantar el sistema mayoritario uninominal. Pero Trevijano no ha podido elegir peor momento para cantar las excelencias de su milagrosa mixtura. La reciente investigación de  Juan José Linz sobre el fracaso del presidencialismo en América Latina y la experiencia de Yelstin dejan en la orfandad la receta arbitrista que expulsa del mundo democrático al a historia entera del parlamentarismo y a los regímenes electorales de representación proporcional.

Trevijano vacila a la hora de pronunciarse sobre el envoltorio institucional de su presidencialismo. Por un lado sería ‘más operativo’ que todas las autoridades del Estado, incluida su jefatura simbólica, fuesen elegidas por los ciudadanos (p. 299), por otro no hay precedentes históricos de una monarquía presidencialista, ente de la razón destinado al museo imaginario de las formas políticas fantásticas (p. 296). Trevijano se muestra muy reticente con don Juan Carlos, recordando su papel trascendental en la dictadura (p. 272) y aunque sirvió a don Juan de Borbón como edecán político y le redactó algunas importantes cartas (p. 199) su recuerdo queda empañado por la ‘falta de coraje’ del conde de Barcelona para enfrentarse con su hijo en 1975 (p.203). Sin embargo los impulsos de la generosidad o el sentido de la oportunidad llevan a Trevijano a concederle al Rey una última oportunidad: a condición, claro está, de que acepte su programa. Pero si la sustitución de la Monarquía parlamentaria por otra presidencialista no permitiese hacer la freforma del sistema por las buenas, habría que regenerar a los españoles por las malas; en este context, la invocación de  Trevijano a la República (p.297) resulta menos significativa que su complacencia con la juguetona idea de ‘coger la escopeta’ y liarse a tiros (p. 144) o su ominosa advertencia de que el fracaso de las vvías reformistas abriría ‘el campo de operaciones a los cirujanos de hierro’ (p. 213).

Javier Pradera

29 Octubre 1994

CARTA BENÉVOLA A JAVIER PRADERA

Antonio García-Trevijano

Leer
Quiero decirle, Sr. Pradera, que Ud no es hoy peligroso por su miserable condición de calumniador, en busca de víctimas que alimenten su insaciable apetito de verdugo, sino por su oficio de acreditado escritor sin talento (…) al sucio servicio de los enemigos de la libertad de pensamiento

No hay necesidad de emplear adjetivos, ni de referirse a su biografía, como Vd hace con los demás, para demostrar la mala fe intelectual y la ignorancia política de las que hace ostentación en su crítica a mi obra ‘El discurso de la Republica’ (EL PAÍS, Babelia, 22-10-94). Para no abrumarle demasiado empezaré hablando de lo que Vd sabe mejor que yo, o sea de sus maldades. En justa correspondencia, le mostraré en otra carta lo que Vd no sabe de sí mismo, o sea, su extensa y profunda incultura. Como no soy experto en clasificar maldades literarias, que fue la especialidad de los censores nazis y estalinistas, me limito a enumerar sus manipulaciones por orden de aparición.

1. Llamarme «El cirujano de hierro», en el titular de su artículo, cuando lo que digo es: «Conocemos las causas del mal. Y sabemos que es incurable sin la introducción inmediata de la libertad politica y la democracia. Si, en lugar del remedio adecuado, prevalece otro tipo de consideraciones, por miramiento hacia personas encumbradas, intereses económicos comprometidos o falsas reputaciones ideológicas, la degradacion nacional llegará a ser irreversible y se abrirá el campo de operaciones a los cirujanos de hierro».

2. Calificar el Discurso de la República, en el subtítulo de su artículo, de «un discurso a las juventudes de España», «para exhortarles a recuperar las esencias perdidas», cuando lo que mi libro incluye es una «Carta a la juventud no nacionalista», para prevenirla contra el nihilismo de la posmodernidad y la esencia fascista de los nacionalismos. A una persona que escribe tanto como Vd. le convendría saber gramática española. Ella le enseñará que no se puede decir «para exhortarles» (a las juventudes), sino «para exhortarlas».

Respeto y consideración

3. Decir que «Trevijano mantuvo relaciones amistosas con el núcleo duro del franquismo cuando muchos dirigentes de la oposición democrática arrostraban el exilio o la cárcel; el libro cuenta sus conspiraciones con altos mandos militares en 1967». Lo que digo al hablar del colapso que sufrió Franco durante una cacería en Cazorla es: «En esas entrevistas, donde planteé por separado a todos los altos mandos el problema de la sucesión en caso de fallecimiento, se fraguó el respeto y la consideración personal que luego serían fundamentales, tanto para preparar la entrevista de Diaz Alegría con Don Juan y la ayuda de Alonso Vega para impedir el nombramiento de sucesor, como mas tarde para tener información directa sobre la posición del Ejercito y las Fuerzas de Seguridad ante el programa de la Junta Democrática».

Siendo Vd miembro del PC en 1967, debería saber que entonces no había otra oposición efectiva que la de Comisiones Obreras y la de Don Juan de Borbon. Y en ambas estuve en linea de vanguardia. No le reprocho, dada su escasa presencia en la acción, que lo ignore. Cuando entré en el despacho del Director General de Seguridad estaba detenido en los calabozos mi secretario, bajo la sospecha de haber sido el organizador de la primera asamblea nacional de Comisiones obreras celebrada en Madrid, en la fábrica vacía de «Medias Vilma», en la Plaza de Castilla. Yo no sabía si, bajo tortura, habría confesado que el obedeció mis instrucciones. El azar hizo coincidir mi primera entrevista con un alto mando del franquismo y mi primer gran servicio a Comisiones Obreras. Y para evitar malevolencias como las suyas, aclaro enseguida que esos contactos «no me servían para protegerme de la vigilancia, las detenciones, los procesamientos, las multas, las retiradas de pasaporte, el atentado y el encarcelamiento con que me distinguió el Gobierno». Perdone, pero no sería sincero si no le dijera que, por el solo hecho de suponer lo que insinua sobre mi conducta en 1967, es Vd una persona tan vil y miserable como su amigo el Ministro de Asuntos Exteriores, por lo que dijo en la radio sobre su detención en mi oficina en el 76.

4. Inventar para la página 283 de mi libro un párrafo que no existe en absoluto y que no corresponde a mi pensamiento: «las reglas del juego politico deben ser impuestas por quienes dispongan de la mayoría en el momento de establecerlas».

5. Contradecir abiertamente lo que dice la página 200. Esto es lo que Vd me atribuye: «El 23-F no existió: los ruidos de sables y el temor a un golpe militar fueron una patraña inventada para justificar la transición». Esto es lo que realmente digo: «Como no había (a finales de 1976) riesgo alguno de guerra civil o de graves convulsiones sociales, ese instinto de seguridad tuvo que ser excitado con rumores alarmantes sobre ruidos de sables, difundidos por las ambiciones emergentes para que se abandonara la reivindicacion de libertad política a cambio de disfrutar en el acto de las demas libertades, incluso la de votar. El acontecimiento del 23 de febrero (1982) se encargaría luego de recordarnos la severa advertencia de Benjamin Franklin: los que abandonan una libertad esencial por una seguridad mínima y temporal no merecen ni la libertad ni la seguridad».

Patriotismo

6. Inventar un discurso distinto para permitirse el placer de llamarme falangista. Esto es lo que Vd dice de mi libro: «El desprecio al patriotismo constitucional (p.143) como fundamento de un Estado plurinacional y las burlonas invectivas contra los nacionalistas vascos y catalanes parecen un eco de la versión azul mahón del casticismo españolista». Esto es lo que digo: «Esa falsa y voluntarista conciencia ahistórica de España encuentra el signo de identidad de lo español en ese nacionalismo negativo del consenso constitucional. En ese patriotismo constitucional que los alemanes tuvieron que inventarse para no tener que asumir el pasado nacionalista del holocausto hitleriano» (p. 143). «A los nacionalistas hay que responderles con argumentos, y no con tomaduras de pelo al estilo de las que Fraga hacía con las mujeres tonsuradas en Asturias por su represión» (p.62).

7. Falsear un parrafo esencial para atribuirme la negación de la posibilidad de una monarquía democrática. Esto es lo que Vd dice ver en la p. 296: «no hay precedentes históricos de una monarquía presidencialista, ente de razón destinado al museo imaginario de las formas políticas fantásticas». Esto es lo que digo: «no hay antecedentes ni teoría de una monarquía presidencialista. No porque sea imposible. Don Juan de Borbon dió ejemplo al aceptar el proyecto constitucional que le redacté en 1974 y que mereció la felicitación del profesor Duverger al Conde de Barcelona, a quien le dijo, todavía no sé bien por qué, que esa Monarquía presidencialista habría hecho soñar a Benjamin Constant».

8. Aplicar el verbo de una oración a otra para enturbiar la claridad de mis relaciones con Don Juan. Esto es lo que Vd me atribuye en la página 203: «su recuerdo (el de Don Juan) queda empañado por la falta de coraje del Conde de Barcelona para enfrentarse con su hijo en 1975». Esto es lo que digo: «He de recordarla (la historia de la Junta Democrática), sin embargo, para que se comprenda cómo, en el momento de la verdad, el Conde de Barcelona por un lado y el Partido Comunista por otro, a pesar de tener al alcance de la mano una alternativa concreta de libertad politica para el pueblo español, prefirieron acatar por falta de coraje al sucesor impuesto por Franco, cerrando así el círculo de la obediencia universal que regeneró la servidumbre voluntaria española».

9. Inventarse una idea contraria a mi pensamiento para poder acusarme de megalómano y de apelar a la violencia. Dice Vd que «los impulsos de generosidad o de oportunidad llevan a Trevijano a concederle al Rey una última oportunidad; a condición, claro está, de que acepte su programa. Pero si la sustitución de la monarquía parlamentaria por otra presidencialista, no permitiese hacer la reforma del sistema por las buenas, habría que regenerar a los españoles por las malas; en ese contexto, la invocación de Trevijano a la Republica (p. 297) resulta menos significativa que su complacencia con la juguetona idea de coger la escopeta y liarse a tiros (p. 144)». Pero lo que dice la p.297 es: «España necesita con urgencia un presidencialismo democrático. Si la Monarquía es capaz de comprenderlo y apoyarlo, entonces no hay razón histórica ni causa actual de la República. Pero si, prisionera del sistema parlamentario oligárquico y del corrupto Estado de partidos y de autonomías, no tiene visión del futuro y se opone a la reforma constitucional o no lo apoya, como es de esperar, más pronto que tarde aparecerá la idea republicana como la única solución para garantizar, con la libertad política, la unidad de España, la democracia y el decoro público. Y esa es desde luego la perspectiva política en la que está desde siempre situada mi acción cultural por la democracia». La referencia a la graciosa frase de Tola sobre las ganas de coger la escopeta esta hecha en un contexto literario muy alejado de la política. Quiero decirle, Sr. Pradera, que Vd no es hoy peligroso por su miserable condición de calumniador, en busca de víctimas que alimenten su insaciable apetito de verdugo, sino por su oficio de acreditado escritor sin talento, siempre al sucio servicio de los enemigos de la libertad de pensamiento.

Antonio García-Trevijano