11 noviembre 1994

Santos Juliá publica íntegros los párrafos del libro de Jiménez Losantos plagiados de Rivas Cherif

Jiménez Losantos (ABC) reabre su guerra contra los columnistas de EL PAÍS, Santos Juliá, Javier Tusell y Javier Pradera

Hechos

  • En noviembre de 1994 el Sr. Jiménez Losantos desde ABC y los Sres. Pradera, Tusell y Juliá desde EL PAÍS se aludieron mutuamente por los diferentes criterios en torno a las obras literarias ‘La Última Salida de D. Manuel Azaña’ (de la que era autor el Sr. Jiménez Losantos) y ‘Don Juan’ (de la que era autor D. Luis María Anson).

Lecturas

La polémica iniciada entre D. Luis María Anson (del diario ABC) y D. Javier Tusell (del diario EL PAÍS) por la obra ‘Don Juan’ se amplificó durante el mes de noviembre al entrar en ella D. Federico Jiménez Losantos (del diario ABC), D. Santos Juliá (del diario EL PAÍS) y D. Javier Pradera (del diario EL PAÍS).

El Sr. Anson logró pronto un refuerzo en su columnista estrella, D. Federico Jiménez Losantos que en un artículo publicado el 12 de noviembre salía en defensa del jefe y cargaba contra D. Javier Tusell y, de paso, volvía a la carga contra D. Santos Juliá a los que definía como ‘fabuladores del presente’ y ‘felipistas’: “Lo mismo deciden si yo tengo derecho a escribir sobre Azaña y Aznar que dictaminan si Anson tiene legitimidad para escribir sobre Don Juan. En el fondo lo que trata de mostrar la cuadrilla pesebrista es que EL PAÍS sigue siendo el púlpito de la doctrina democrática”.

Es innegable la habilidad de ‘reinterpretar’ intenciones del Sr. Jiménez Losantos. No responde a las críticas de los Sres. Tusell y Juliá como críticas a sus libros por posibles errores. No son, ni tan siquiera ‘historiadores tiquismiquis que buscan exageradamente errores perfeccionistas en las obras de sus rivales”, no, es mucho más hábil, los presenta como ‘amordazadores’, ‘censores’ como si lo que de verdad hubieran hecho los Sres. Tusell y Juliá fuera negar la legitimidad de los Sres. Anson y Losantos a escribir de lo que les diera la gana.

El 21 de noviembre de 1994 replicaba el Sr. Juliá con un artículo de página completa a cuatro columnas y la imagen del Sr. Azaña donde señalaba uno a uno los párrafos que el Sr. Jiménez Losantos había ido plagiando en su libro ‘La última salida de Manuel Azaña’ (que recibió el premio Espejo) de la obra ‘Retrato de un Desconocido’ del Sr. Rivas Cherif. Citando entrecomillados hasta seis ejemplos. El alegato del Sr. Juliá terminaba con un “Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad el libro de Rivas Cherif a quien en toda justicia debía ir, a título póstumo, el premio Espejo de España recibido por su sagaz glosador y copista”. El Sr. Jiménez Losantos eludió entrar al fondo de la cuestión y se limitó a seguir atacando a D. Santos Juliá como ‘historiador felipista’.

El 26 de noviembre de 1994 le llegaba el turno de replicar a D. Javier Tusell con el título de ‘Están atacando al Caudillo’, que replicaba al Sr. Losantos por otra vía: “Hay quien considera que lo malo de Jiménez Losantos es el uso más que generoso que hace de sus fuentes, pero yo pienso que es peor cuando ensaya la originalidad. Jiménez Losantos es la persona que mejor se indigna en España y ese es mérito que nadie le negará. El mentor de la derecha (¿o de la extrema derecha?) es un caso de radicalización ideológica por sus insuficiencias. Al ‘mal de altura’ se suele llegar por limitaciones en la talla propia. Si alguno de los mentores de la derecha son como el citado debo decir que eso me produce pavor”.

El 16 de noviembre de 1994 D. Javier Pradera desde EL PAÍS decidía atacar en una sola columna a sus enemigos libreros titulada ‘Cristales Rotos’:

“Un mercenario que trata de hacer pasar por periodismo de investigación las intoxicaciones dictadas por sus financiadores y las confidencias extorsionadas a los compradores de protección embiste contra quienes muestran a la luz la superchería de sus reportajes fraudulentos”

“Un charlatán de feria vacía sus letrinas sobre quien se limita a extractar los delirios bibliográficos de ese agresivo orate, del matón”.

El mercenario es D. Jesús Cacho (EL MUNDO) por su libro ‘MC’ y el charlatán de feria sería D. Federico Jiménez Losantos, que eran así elogiados en un artículo que también citaba al Sr. Anson.

“Una reseña benévola pero no entusiasta del libro de Anson sobre el conde de Barcelona le ha costado a Javier Tusell ser calificado como un pobrecillo gacetillero”

El Sr. Jiménez Losantos se limitó a replicar desde ABC diciendo que los Sres. Tusell y Juliá se habían limitad a llamar a su “Primo de Zumosol”, que era el Sr. Pradera, ahora su enemigo a pesar de su pasada amistad como camaradas comunistas.

08 Noviembre 1994

Fabular el pasado

Santos Juliá

Leer
Menuda carcajada habrá soltado en su tumba Franco, a quien Anson, tirando piedras sobre el tejado de cristal de su propia causa, tanto desprecia y que manejó a placer hasta su muerte todos los hilos de la trama monárquica

Cada vez que un aniversario o la aparición de un nuevo libro trae al debate público la figura y el significado histórico de Don Juan de Borbón, se repite como en un disco rayado la tesis de que en su persona radicaba la titularidad de los derechos dinásticos y que sólo tras su renuncia la actual monarquía gozaría de plena legitimidad. Olvidadizos de la historia, quienes mantienen esas tesis no recuerdan que la legitimidad histórica de la monarquía española se quebró sin remedio un día de septiembre de 1923 cuando el rey Alfonso XIII, vulnerando la Constitución vigente desde 1876, convalidó, si es que no lo había alentado, el golpe de Estado del general Primo de Rivera.En su abrazo a un general golpista, Alfonso XIII culminaba, por lo demás, una línea de actuación tradicional en la Corona: Fernando VII violó, después de jurarla, la Constitución de Cádiz y su hija Isabel II nunca mostró respeto alguno por las reglas de juego establecidas en la Constitución que ella misma dio a su reinado. En 1931, agotadas las ya menguadas reservas de legitimidad que pudieran quedarle a la monarquía, la proclamación de la República no dejó al rey Alfonso la ocasión de mostrar esa generosidad y amor a la patria que habitualmente se le supone: el del exilio era el único camino que le quedaba abierto, como lo había sido sesenta años antes para su augusta abuela.

Si la República no hubiera sufrido el asalto de sus enemigos, si el Ejército español hubiera permanecido en su totalidad fiel al régimen que había jurado defender, no quedaría de la monarquía más que el recuerdo. Las cosas no fueron así y una sangrienta guerra civil se llevó por delante la primera democracia de nuestro siglo y dejó para el futuro a la monarquía «vinculada con el alzamiento del 18 de julio de 1936», como proclamaba enfáticamente don Juan en una carta dirigida a Franco en fecha tan tardía como julio de 1961, felicitándole 25 años después por una rebelión sin la cual, en palabras del mismo don Juan, «nuestra Institución secular difícilmente hubiera podido salvarse».

De manera que, a este respecto, tanta legitimidad tenía don Juan como su hijo, o sea, ninguna. Para que la nueva forma de Estado gozara de legitimidad debía basarse en un nuevo pacto social y político cuyo objeto fuera, más que restaurar la monarquía, instaurar la democracia. Y en ese pacto quien desempeñó un papel fundamental no fue don Juan sino don Juan Carlos, único rey de la Casa de Borbón que ha jurado una Constitución democrática y que la ha defendido en momentos de peligro. Don Juan Carlos es rey legítimo porque, a diferencia de sus antecesores Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, se ha mantenido fiel a la Constitución Española, que es desde 1978 la única fuente posible de legitimidad de la Corona.

Por eso es algo irresponsable y bastante patético fabular un Juan III y tratarle como rey. Irresponsable, porque el discurso de la monarquía restaurada y la invención de un rey de España donde sólo hubo un conde de Barcelona proyecta una sombra de sospecha sobre el proceso de transición, realizado en sus etapas esenciales de espaldas a presuntas legitimidades dinásticas, y coincide con el novísimo discurso de la república en el supuesto básico de que la transición fue una traición y que la verdadera democracia está aún pendiente de instaurar. Patético, porque ahora resulta que todo, desde 1931, había sido previsto y planeado por la cabeza privilegiada de Sainz Rodríguez, que habría tenido engañado a Franco durante 40 años. Pero si Franquito era tan imbécil como para dejarse engañar durante tantísimo tiempo, ¿qué sería entonces don Juan, esperando todos esos años su oportunidad? Menuda carcajada habrá soltado en su tumba, al enterarse de semejante engaño, ese «cabroncete» de Franco, a quien Anson, tirando piedras sobre el tejado de cristal de su propia causa, tanto desprecia y que manejó a placer hasta su muerte todos los hilos de la trama monárquica.

Santos Juliá

12 Noviembre 1994

Los fabuladores del presente

Federico Jiménez Losantos

Leer
En PAÍS ya no se respetan las canas de Javier Pradera si permiten a un personaje tan sectario como Santos Juliá, convertirse por días en el Suslov del felipismo. Lo mismo decide si yo tengo derecho a escribir sobre Azaña, que dictaminas sobre la legitimidad de Anson para escribir sobre Don Juan

Debe ser cierto que en EL PAÍS ya no se respetan las canas de Javier Pradera. De otro modo, no se hubiera permitido a un personaje tan sectario pero tan poco brillante como Santos Juliá, autor de sólo media biografía política de Azaña, convertirse por días en el Suslov del felipismo. Santos Juliá lo  mismo decide si yo tengo derecho a escribir sobre Azaña, y Aznar a presentar mi libro, que dictaminas sobre la legitimidad de Anson para escribir sobre Don Juan y la causa monárquica. En el fondo, lo que trata de mostrar la cuadrilla pesebrista es que EL PAÍS sigue siendo el pulpito de la doctrina democrática y que desde sus páginas se dicta la lectura correcta de la historia de España. Y de Focoex.

Se irrita Juliá, por ejemplo, viendo a los monárquicos como Anson proclamara la legitimidad dinástica de Don Juan como sucesor de Alfonso XIII y rey de derecho – Juan III – y dictamina que tan ilegítimo era el padre como su hijo, Don Juan Carlos, para acceder al trono, puesto que ‘la legitimidad histórica de la monarquía se quebró sin remedio’ al convalidar Alfonso XIII la dictadura de Primo de Rivera y traicionar el juramento constitucional. Distingamos: una cosa es perder el trono; otra, la legitimidad dinástica y otra, la legitimidad política Anson también sostiene que Alfonso XIII perdió la corona por aceptar la dictadura de Primo y añade que ya se lo avisó su madre. Pero perder el trono no significa renunciar a que la forma monárquica constitucional volviera a implantarse en España. El propio Juliá lo demuestra creyendo argumentar lo contrario, al decir que en realidad la monarquía tenía, con Fernando VII e Isabel II, casi una tradición de atropello a la Constitución. Siendo eso cierto, el hijo de Isabel II, Alfonso XII, pudo no solamente mantener la legitimidad dinástica sino reconquistar la legitimidad política e institucional gracias al sistema canovista, evidentemente, respetó. O sea, que un rey felón no invalida a la monarquía del mismo modo que una república catastrófica, como la I española, no impidió un nuevo ensaño republicano, el de la II que también salió muy mal. Pero no sólo por lo que dice Juliá.

Asegura que “si la República no hubiera sufrido el asalto de sus enemigos” – el Ejército o la parte de él que se sublevó en 1936 – “no quedaría de la monarquía más que el recuerdo”. ¿Es que la República sólo cayó por eso? ¿Ya nos hemos olvidado tan guapamente del a rebelión contra la República de la izquierda y los nacionalistas catalanes en 1934? Ahí están las confesiones del propio Indalecio Prieto, protagonista del golpe contra los vencedores legítimos de las elecciones considerando aquello como el mayor error político de su vida y un golpe fatal contra la República. Y si los aliados hubieran echado a Franco y colocado a Don Juan como rey constitucional – estuvo a punto, y con la anuencia del PSOE – ¿tampoco hubiera quedado de la monarquía más que el recuerdo?

Que la legitimidad de la monarquía actual forme parte de la Constitución nadie lo discute, y menos el Rey del 23-F, pero esa es cuestión distinta de la legitimidad dinástica, que puede sostenerse en el exilio – de nuevo Alfonso XII, antes que Don Juan – ni tampoco de la legitimidad ciudadana para preferir la república o la monarquía como forma de Estado más favorable a la continuidad y prosperidad de la nación.

Por cierto, que no sólo los Reyes vulneran el juramento constitucional. ¿Por qué González, el caudillo de Juliá, permite que la Constitución, por ejemplo, en materia lingüística, sea pisoteada en varias partes de España con su aplauso y apoyo? Por esa y otras corrupciones el felipismo sí que será, esperemos que pronto, sólo un recuerdo, un pésimo recuerdo, a pesar de los fabuladores del presente ignominioso que vivimos. Los fabuladores del pasado al menos pueden ser buenos escritores. Los del presente sólo son propagandistas.

Federico Jiménez Losantos

16 Noviembre 1994

Cristales rotos

Javier Pradera

Leer
Anson, un mercenario que trata de hacer pasar por periodismo de investigación las intoxicaciones dictadas por sus financiadores y las confidencias extorsionadas a los compradores de protección embiste contra quienes muestran a la luz la superchería de sus reportajes fraudulentos. El matón en esta ocasión ha sido Federico Jiménez Losantos

En su admirable biografía paralela de Hitler y Stalin, cita Allan Bullock un comentario de Goering tras la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938: «No me gustaría ser judío en Alemania». Durante la terrible noche de los cristales, las brigadas de asalto nazis asesinaron a cien personas, incendiaron 200 sinagogas y saquearon 7.500 tiendas de propiedad judía. Esa brutal acción, inspirada directamente por Goebbels, fue presentada como una represalia por el atentado contra el diplomático Von Rath en París; en, realidad, el propósito del despliegue terrorista era acelerar la expropiación económica, la discriminación legal y, el exilio político de los judíos alemanes y austriacos.Cualquier analogía entre las sangrientas persecuciones del III Reich y los conflictos de nuestro sistema democrático sería una hipérbole retórica. Cabría, sin embargo, forzar la mano al rigor histórico para imaginar un paralelismo simbólico entre los cristales rotos alemanes de 1938 y los linchamientos morales de que están siendo víctimas en la España de 1994 quienes se atreven a discrepar de algunas intolerantes opiniones periodísticas con vocación monopolista, sean políticas, culturales o futbolísticas. El pasado domingo se lamentaba Manuel Vicent en EL PAÍS del mínimo eco alcanzado por el fallecimiento del historiador Luis Vázquez de Parga, en contraste con la «corrupción moral e intelectual» inherente a «la exaltación pública de personas de la cultura que desplazan mucho más de lo que pesan»; ese ambiente de «confusión y cobardía» queda reforzado por «el miedo a enfrentarse con figuras anquilosadas y podridas que tienen gran poder de represalia».

Pero seguramente el término comparativo más adecuado para describir nuestra realidad mediática no sea la barbarie nazi de la noche de los cristales rotos o el aceite de ricino de los fascistas italianos sino las prácticas gansteriles del Chicago de los años veinte. En España se siguen rompiendo los escaparates de las personas que no ceden al chantaje y se niegan a comprar protección a un grupo de matones que exigen aplauso adulatorio para sus obras y silencio cómplice para sus desmanes. Los miembros de esa sociedad mafiosa de bombos mutuos se ríen las gracias y se disculpan las fechorías; pero al igual que les sucede a las momias de las criptas, esas «figuras anquilosadas y podridas» se descomponen con el aire libre: de ahí que los matones se líen a mamporros contra los que se atreven a decir que los reyes de la baraja van desnudos.

Así, un mercenario que trata de hacer pasar por periodismo de investigación las intoxicaciones dictadas por sus financiadores y las confidencias extorsionadas a los compradores de protección embiste contra quienes muestran a la luz la superchería de sus reportajes fraudulentos. Un charlatán de feria que intenta vender su crecepelo político como si fuese la purga de Benito vacía sus letrinas sobre quien se limita a extractar los delirios bibliográficos de ese agresivo orate. Una reseña benévola pero no entusiasta del libro de Ansón sobre el conde de Barcelona le ha costado a Javier Tusell ser calificado como un pobrecito gacetillero por el autor del volumen recensionado; en ese misma obra, sin embargo, pueden leerse elogios tales como «Tusell en un párrafo magistral de su gran libro sobre Carrero» (p.231) o «Tusell lo subraya en un libro documentado, objetivo y excelente» (p. 248). También Santos Juliá, otro prestigioso historiador, ha pagado su factura de insultos personales por una ligera alusión crítica al Don Juan de Ansón; el matón en esta ocasión ha sido Federico Jiménez Losantos, colaborador de ABC, todavía indignado por que Santos Juliá descubriese hace algunos meses que su ensayo sobre Azaña hacía una libérrima utilización del Retrato de un desconocido de Rivas Cherif. Tenía seguramente razón Goering: no es cómodo ser judío en una sociedad donde los matones campan por sus respetos y los cobardes compran protección para conservar íntegros sus cristales.

Javier Pradera

19 Noviembre 1994

Pradera, el de Zumosol

Federico Jiménez Losantos

Leer
¡Pobre Javier! ¿Es que ya no lees o es que fusilas, tú sí, por encargo? ¿Cuándo explicarás por qué te fuiste de EL PAÍS y, sobre todo, por qué volviste? Entiendo que te fuiste por dignidad y que volviste porque renunciaste a ella, como acredita tu columna.

Javier Tusell y Santos Juliá no se han atrevido a contestar mis dos críticas a sus diatribas historicistas pero han llamado en su ayuda al primo de Zumosol, al chicarrón del Norte, a Javier Pradera, el veterano Suslov del felipismo al que como dije, correspondía en buena lógica el acuhillamiento de un reciente libro. Pero lo que muestra el extremo de degradación a que ha llegado el régimen en ver a Pradera atacándome a mí, precisamente él y precisamente a mí, con un solo argumento que sería de risa si no fuera de pena, después de conocernos desde hace tantos años.

Dice Pradera que he ejercido de ‘matón’ contra el prestigoso historiador’ Santos Juliá, porque estoy ‘todavía indignado porque Santos Juliá descubriese hace unos meses que su ensayo sobre Azaña hacía una libérrima utilización del ‘Retrato de un desconocido’ de Rivas Cherif”. O sea que Pradera suscribe esa burda insidica, una más de las que habitualmente publica contra mí el diario de Polanco desde que tras “La dictadura silenciosa” y el capítulo “De Franco a Polanco” decidió cominar el ninguneo estalinista – llegó a borrarme de la lista de autores más vendidos en la Feria del Libro, un detalle para Alan Bullock – con la injuria intelectua. Confieso que me halagan los insultos de la cuadra polanquista. Verles incapaces de controlar su propia censura me divierte. Como decía Azaña, “me gusta ser tratado con injusticia” se entiende que por los viles pero por Pradera ya me parece demasiado.

Naturalmente que en mi libro sobre Azaña y el final de la II República utilizo ‘libérrimamente’ el testimonio de Rivas Cherif. Es cita absolutamente obligada para hablar sobre la vida de Azaña y lo hago más de cincuenta veces, según el índice onomástico, o sea que no puede haber abuso ni plagio cuando no hay ocultación, como tampoco la hay de las otras fuentes utilizadas, en las que he buscado siempre la frase textual en vez de la cómoda utilización indirecta. ¿Por qué? Por algo que el pobre Santos Juliá, en su miserable crítica polanquista, confiesa no entender, al ver a los cuadros del Prado o la muerte de Machado como capítulos esenciales, y es que no es una simple biografía de Azaña, ni siquiera una media biografía, que es a todo lo que ha llegado Juliá en tantos años, sino la dramatización, novelesca o cinematográfica, de un ‘episodio nacional’, lo que yo he intentado en ese libro. Así lo han visto todos los críticos y los cincuenta mil lectores del libro que EL PAÍS, pobre, no ha podido borrar. Si será torpe el intento descalificatorio de Juliá (insinuando una especie de platio en uno de los capítulos porque no encontraba las citas de Rivas Cherif) que el propio Tusell, en una de las versiones de su no menos venenosa crítica contra mi libro le reprocha suavemente ese exceso a Juliá. De todas formas, la carta de aclaración de que no se puede plagiar a quien se cita elogiosamente cincuenta veces en un libro no me la quiso publicar EL PAÍS para proteger a tan prestigioso historiador”, incapaz de entender que mi libro y el de Rivas Cherif se parecen como un huevo a una castaña. Otro detalle.

Pero resulta grotesco que tú, Javier, precisamente tu que editaste mis dos antologías de Azaña a comienzo de los ochenta por lo mucho que te había gustado mi visión del personaje en ‘Lo que queda de España’ te sumes al intento, éste sí, de linchamiento intelectual. ‘Tú, precisamente tú, a quien envié la reseña del libro de Rivas Cherif, que si lo conocen los lectores de EL PAÍS es por mí, y aquí está Conte, que no nos dejará mentir: “Azaña el famoso ignorado” abriendo la sección de libros, aún no bobelia, en 1980! Entonces cuando el pobre Juliá no existía y tú sí, te hubiera dado vergüenza escribir siquiera sugerir que para escribir sobre Azaña yo necesito copiar nada. ¡Pobre Javier! ¿Es que ya no lees o es que fusilas, tú sí, por encargo? ¿Cuándo explicarás por qué te fuiste de EL PAÍS y, sobre todo, por qué volviste? Entiendo que te fuiste por dignidad y que volviste porque renunciaste a ella, como acredita tu columna.

Federico Jiménez Losantos.

21 Noviembre 1994

Los hechos Son tozudos

Santos Juliá

Leer
Escribí que Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad el libro de Rivas Cherif, a quien en toda justicia debía ir, a título póstumo, el premio Espejo de España recibido por su sagaz glosador y copista.

Hace unos meses publiqué en EL PAÍS (16 de abril de 1994) una reseña del libro, La última salida de Manuel Azaña, en la que afirmaba que «Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad, y en numerosísimas ocasiones sin citarlo, párrafos enteros del Retirato de un desconocido, de Rivas Cherif», cuñado de Azaña. Desde que apareció esa nota, Losantos me dedica de forma insistente su conocida panoplia de insultos y descalificaciones personales, siempre a cuenta de la crítica de su libro. No entraré en una batalla de insultos, pero como no quiero que mi silencio se tome por retracción de lo entonces escrito, y como un hecho vale más que mil palabras, transcribo cuatro párrafos del libro de Rivas (de la segunda edición de Grijalbo, Barcelona, 1981) y la versión de Losantos: el primero se refiere a la visita del doctor Monod; el segundo a la visita de Negrín; el tercero a la reacción de Azaña ante la noticia de la detención de su cuñado; el cuarto a la noticia de la condena de Rivas y la visita del obispo de Montauban.1. Visita del doctor Monod, Retrato,páginas 471, 472 y 475: «Cuando (Azaña) supo que pertenecía a la familia de los Monod, ilustre en Francia y muy particularmente en la historia… del protestantismo hugonote, se explayó con el doctor largo tiempo haciendo gala, como siempre, de su conocimiento y su gusto por las cosas francesas… Pero como al despedirse… me invitara a montar en su coche… para que de este modo trajese yo de la farmacia la receta… ¿No habían ustedes advertido hasta ahora ningún síntoma alarmante?, me dijo no bien arrancamos de la puerta de la casa… Tenía una lesión de corazón muy importante ( … ) Tenía lo que los médicos franceses llamancouer de boeuf y los españoles corazón de vaca. la dilatación era tremenda».

Versión de Jiménez Losantos, La última despedida, páginas 161 y 162: «Cuando (Azaña) se enteró de que pertenecía a la ilustre familia hugonote de los Monod, médicos y científicos… se abandonó encantado en manos del médico mientras se explayaba acerca de la historia francesa… Monod extendió la receta y le dijo a Cipriano que, si quería le acercaría en su coche a la farmacia para comprar las medicinas… Nada más entrar en el coche, Monod le preguntó, muy serio: ¿No habían ustedes advertido hasta ahora ningún síntoma alarmante?… El médico fue claro: tenía una grave lesión de corazón ( … ) que en español se llama corazón de vaca y en francés coeur de boeuf, es decir, una dilatación extrema…

2. Visita de Negrín, Retrato, página 492: «(Negrín) había manifestado a Gómez Pallete lo que allí le llevaba: no sino la intención de llevársenos a Inglaterra aquella misma noche ( … ) ¿Impresionarme la visita de Negrín? … ¡Estoy acostumbrado!»… Ya ha hecho usted con venir más que muchos amigos. (Negrín) Tenía preparado un barco pequeño en el puerto de Burdeos en el que se llavaba también a Lamoneda y Casares… No había materialmente sitio para ninguna mujer, y se daba por supuesto que nada había de sucederles con la entrada de los alemanes».

Versión de Losantos, La última despedida, página 189: Impresionarme la visita de Negrín? ¡Estoy acostumbrado!… Negrín le había comunicado a Gómez Pallete que el propósito de su visita no era otro que su evacuación de Francia… Ya ha hecho usted con venir, más que muchos amigos… (Negrín) ofrecía dos plazas en un barquito que tenía preparado en el puerto de Burdeos y en el que también irían el diputado Lamoneda y Casares. No había más que esos dos sitios … Sus mujeres … se quedarían en Francia, en la confianza de que bajo los alemanes no habría de sucederles nada».

3. Detención de Rivas, Retrato, página 503: «¡Bien saben lo que me han hecho! ¡Eso sí que no lo resisto! ( … ) una preocupación por mí que le hacía sobreponerse a su desgracia con una entereza de ánimo tremenda. Este esfuerzo falló enseguida… se despertó una mañana, rozando las palabras al intentar hablar. Lo notó con el consiguiente susto. Fui a buscar a Pallete… decidió con Cabello avisar al médico… De acuerdo con el diagnóstico, el doctor Pouget, por quien el enfermo mostró desde el primer momento gran simpatía, le sometió de nuevo a régimen más riguroso, y otra vez el reposo y el aislamiento le hicieron volver a mejorar. Llegó a leerles en la casa… párrafos de sus escritos».

Losantos copia en La última despedida, página 207: «¡Bien saben lo que:me han hecho! ¡Eso sí que no lo resisto!… (Azafia) hizo un esfuerzo extraordinario por sobrenoperse. .. Sacó toda su entereza… Pero su corazón no resistió el esfuerzo. Una mañana se despertó arrastrando las palabras y comprendió lo que le pasaba. AvisaC , los por Lola y Pallete, el doctor Moriod 37 un especialista, el doctor Pouget, con quien Azaña simpatizó enseguida… Un régimen riguroso y un reposo total le Permitieron, sin embargó- rehacerse. Volvió a leer y… dio en recitarles párrafos de su propia obra».

4. Carta de Dolores Rivas a Cipriano, Retrato, página 509: «Encontrándose (Azaña) en el cuarto de Saravia leyendo el periódico, no sé qué amigo llegó espantado al verle con él en la mano y se apresuró a decir a Saravia la única causa que le llevaba al hotel: que el periódico traía la noticia (te tu condena. Arrebatándoselo materialmente de las manos… Querían evitarle según me dijeron la información de la condena de Companys… El periódico desapareció. Otra noche de terrible angustia creyéndorrie dé nuevo engañada… me contó al -fin la verdad ( … ) Muy coniplacido y sonriente, sentado al lado de la chimenea (Azafia) le habló de ti, de los niños, de su Juventud en la Universidad de El Escorial… El obispo, viendo sin duda que se cansaba, nos dejó enseguida. No le volvimos a ver más; seguía sí intersándose- por tu suerte, hasta que enterado (le su extrema. gravedad, volvió (le nuevo a vernos, esta vez acompañado por un cura español… que llevaba la pretensión de entrar a verle… No accedí a que lo hiciera, y sí al obispo al que tantas veces reclamó».

Versión.de Losantos, La última salida, páginas 238 a 239: «Estaba esa mañana Azaña leyendo el periódico cuando llegó un amigo de Saravia y, al verlo, se espantó. Precisamente venía para advertir a Saravia de. que en el diario venía la condena a muerte de Cipriano. Saravia se lo arrebató de las manos, y tampoco se lo dio a Lola. Luego le dijo a esta que la razón era la condena a muerte de Companys…

Lola sospechó que la engañaban, pero el periódico había desaparecido. Tras una noche de angustia, sospechando la verdad, interrogó a Saravia por la mañana y éste confesó ( … ) El ex presidente… le habló junto a la chimenea de Cipriano y sus niños y de su juventud en los agustinos de El Escorial. Aunque Azaña se mostraba contento de su visita, el obispo, comprendiendo la gravedad de su estado, se fue enseguida. Siguió intersándose día a (lía por la causa de Cipriano, pero no volvió al hotel hasta seis días después, cuando tuvo noticias de su extrema gravedad. Acudió con un sacerdote español, al que Lola no dejó entrar en la habitación, aunque sí al obispo, al que Azaña había estado llamando continuameiite». Ligeras variantes sintácticas y léxicas ejecutadas sobre un texto escrito y publicado hace muchos años: tal es la técnica utilizada por Losantos para narrar todo lo ocurrido a Azaña desde que salió de España hasta su muerte, entre otras muchas cosas, además de las transcritas: el saludo de Paul Boncour.y el primer paseo por París (Rivas, 423; Losantos, 51); la audición de la Pastoral dirigida por Weintgartrier (Rivas, 431; Losantos, 51); la devolución del Mercedes y el Hispano-Suiza (Rivas, 451; Losantos, 153); el grito de Carlitos y la visita de Montilla y su nueva esposa, «una belleza a punto del primer albor del otoño» que Losantos reduce a «una belleza madura» (Rivas, 458 y 461; Losantos, 156 y 159); la visita de Maura (Rivas, 484 y 485; Losantos, 166 y 167) etcétera.

Si a estas páginas copiadas sin citar expresamente a. su verdadero autor se añaden las copiadas con cita al pie o bajo el genérico «según cuenta Rivas», el lector convendrá en que, como yo decía, este es un libro escrito a la luz y con la cera de la vela que un día encendió el cuñado de Azaña para dibujar su Retrato de un desconocido. Ese era el contenido de mi crítica, y por mucho que Losantos la atribuya a motivos perversos, la verdad es como siempre más sencilla: escribí que Jiménez Losantos copia con asombrosa liberalidad el libro de Rivas Cherif, a quien en toda justicia debía ir, a título póstumo, el premio Espejo de España recibido por su sagaz glosador y copista.

26 Noviembre 1994

¡Están atacando al Caudillo!

Javier Tusell

Leer
A Jiménez Losantos, mentor de la derecha (¿o de la extrema derecha?) es un caso -¡tan humano!- de radicalización ideológica por sus insuficiencias. Al "mal de altura" se suele llegar por limitaciones en la talla propia.

En varias ocasiones a lo largo de su vida Franco pareció perder su frialdad y se indignó en contra de lo que consideraba como ataques a su persona aparecidos en la prensa extranjera. Entonces transmitía su ira en tercera persona, empleando la frase que sirve para titular este artículo. Un compañero de armas, Kindelán, descubrió la clave esencial que explicaba su comportamiento. Franco padecía el «mal de altura», esa especie de eufórica y desquiciada megalomanía que invade a los alpinistas que suben por encima de aquella altura para la que su naturaleza les ha dotado. Líbreme Dios de acusar a Federico Jiménez Losantos de franquista o de proclive a cualquier tipo de dictadura. Si he hecho mención a esa anécdota ha sido tan solo por recordar un registro muy humano, pero también harto peligroso. El «mal de altura» también puede afectar a quien se atribuye la misión de mentor de la derecha española. Por una vez habrá que dedicar a esa osadía unas líneas.

El articulista de la prensa conservadora tiene las ínfulas de ser un representante eximio del liberalismo y en esó se equivoca. Marañón decía que el liberal se caracteriza por intentar comprender las razones de los otros y él parece más bien dispuesto a imponer las propias, incluso sin pensar si son sinrazones. Aseguraba también Marañón que lo peculiar de un liberal es saber que el fin no justifica los medios, pero quien va de cruzado por la vida suele emplear cualquier tipo de argumento denigratorio con tal de que vea en él utilidad dialéctica. Azaña ponderaba en el liberal la exactitud, la moderación y la cordura pero él prefiere interpretar la realidad a base de fabular dramáticas y barrocas conspiraciones en las que siempre resulta el héroe.

Hay quien considera que lo malo de Jiménez Losantos es el uso más que generoso que hace de sus fuentes, pero yo pienso que la cosa-es peor cuando ensaya la originalidad. Para ser un buen mentor de la derecha habría que comenzar por el esmero en el diagnóstico. No es éste el caso: en uno de sus libros describe la actual situación española como una «dictadura», lo que ya empieza por ser irritante cuando no hace tanto tiempo tuvimos una aquí que ha dejado tristes huellas, aparte de que no demuestra muy buena opinión de los españoles. Luego se enzarza en una disquisición sobre el totalitarismo y en este tema complicado, que ha producido una literatura casi infinita, sencillamente desbarra; hay opiniones que se quitan leyendo pero es imposible cambiarlas si ni siquiera uno sabe que no sabe. Lo pésimo del caso es que existe un problema objetivo, una democracia con un nivel de calidad francamente mejorable por culpa de los socialistas -y también de otros- y ese diagnóstico, unido a una ensalada de megalómanas e ínfimas cuestiones personales, concluye en dificultar su resolución.

Se atribuye a un conocido periodista la afirmación de que Jiménez Losantos es la persona que mejor se indigna en España, y ése es mérito que nadie le negará. Tiene, sin embargo, en su favor un punto de partida óptimo, que es la distancia entre lo que es y lo que intenta ser. En general, nadie es gran cosa, pero habrá que convenir que para pretender convertirse en mentor de la derecha española hacen falta más conocimientos, poco sectarismo, no tantas pretensiones de pontificar sobre todo, un rato de lectura diaria, un talante ponderado y cierto reposo. De lo contrario se practica la estrategia exasperada de la confrontación y, cuando ni eso basta, se desemboca en el insulto personal. Eso recuerda a un estalinismo que, como talante, no como ideología, no estoy tan seguro que nuestro personaje haya abandonado. El mentor de la derecha (¿o de la extrema derecha?) es un caso -¡tan humano!- de radicalización ideológica por sus insuficiencias. Al «mal de altura» se suele llegar por limitaciones en la talla propia.

He votado poco al PSOE y algo más a aquello que ahora dice representar el PP. Entra dentro de lo posible, como es natural, que lo vuelva a votar aunque, por supuesto, no lo prometo; nunca, en cambio, ese partido me dará miedo. Pero si alguno de los mentores de la derecha son como el citado, debo decir que eso me produce pavor. No por uno, que, a fin de cuentas, excepto en la época de UCD, estuvo siempre en la oposición, sino por la propia derecha española, que, por lo menos, es algo que viene bien que exista.