16 enero 2003

El programa 'Hoy por Hoy' de Iñaki Gabilondo denunció que su familia 'se había lucrado con la limpieza de la marea negra'

José Cuiña dimite como Consejero de la Xunta de Galicia por beneficiar a la empresa de su madre para la limpieza de chapapote

Hechos

El 16.01.2003 D. José Cuiña hizo pública su dimisión como Consejero de Obras Públicas de Galicia.

Lecturas

  • El caso Prestige tumba al primer dirigente político.
  • Un destacado periodista de EL MUNDO que acababa de mandar un artículo elogioso hacia el Sr. Cuiña se apresuró en solicitar al director de este medio que no fuera publicado.

18 Enero 2003

El PP suelta lastre

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La crisis del Prestige ha hecho emerger rivalidades y conflictos de poder que permanecían soterrados en el PP de Galicia. La primera víctima ha sido el eterno número dos de Fraga y su sucesor in péctore (sobre todo a sus propios ojos), Xosé Cuiña, consejero de Política Territorial y Obras Públicas desde 1990. Está por ver si esa salida, inspirada por Génova (la sede central del PP), amansará o revolverá aún más las aguas internas. Ello depende en parte del alcance de los cambios que Fraga introduzca este fin de semana en la composición de su Gobierno.

La eficacia del populismo ligeramente galleguista y fuertemente clientelar desplegado por el PP en el mundo rural ha permitido a ese partido conservar su hegemonía en Galicia, pese a la erosión del voto joven y ciudadano manifestada desde hace dos legislaturas. El hombre clave de esa política ha sido el consejero Cuiña, que también fue secretario general del partido hasta 1999. Sin embargo, hace tiempo que en Génova se veía con desconfianza la tendencia de Cuiña a ir a su aire, y de tenerlo a gala. Al fundador del partido podía permitírselo, pero no a su número dos.

La descoordinación entre la Administración gallega y la central, puesta de manifiesto durante los primeros días de la crisis del Prestige,anticipó la ruptura. Cuiña, que se sentía sucesor y no quería quedar marcado por el problema, llegó a defender la participación del PP en la primera manifestación de Nunca Máis y convenció a Fraga de que aceptase la creación de una comisión de investigación en el Parlamento gallego. La desautorización de tales iniciativas -en el segundo caso, impidiendo comparecencias comprometedoras para el Gobierno de Aznar- fue un anticipo de lo que se preparaba: la negativa de Fraga a confirmar, el pasado lunes, la continuidad de Cuiña en un Gobierno cuya remodelación había anunciado, y el comentario de Pío García Escudero, secretario de organización, desmintiendo que nadie hubiera pensado en Cuiña como sucesor de Fraga.

Faltaba el pretexto. El PP cazó al vuelo la noticia de que empresas participadas por la familia del consejero habían vendido material anticontaminación a la compañía pública encargada de la limpieza de las playas. Era un asunto llamativo, aunque económicamente menor -40.000 euros- que otros casos ya denunciados en los que empresas del grupo familiar de Cuiña habían vendido materiales a constructoras contratadas por la Administración. Algo insólito, incluso en Galicia, teniendo en cuenta que se trataba del consejero de Obras Públicas precisamente. La noticia fue interpretada en Génova como una amenaza en plena campaña por librarse del estigma del Prestige. El resultado ha sido la decisión de soltar lastre.

18 Enero 2003

Cuiña

Fernando Ónega

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¿Se equivocó al entregar la cabeza de Cuiña? Como gallego, creo que sí. Ya se había equivocado antes, al mantener la crisis de Gobierno abierta durante meses. Un político de tan largo recorrido debería saber que una crisis anunciada con tanta antelación se convierte en fuente de ambiciones y nido de conspiraciones. Y en Galicia se han visto ambas cosas. No hay muchos precedentes de una lucha por el poder tan compleja y manejada desde tantos resortes invisibles.

Además, al entregar su cabeza, Fraga convocó a otros demonios.Se rindió ante una noticia que insinuaba negocios sucios, y el ejercicio de autoridad para exigir la dimisión del consejero tuvo una penosa contrapartida: hay una mancha de corrupción en su Gobierno. Es lo que ocurre por ejecutar a Cuiña antes de que tuviera oportunidad de defenderse.

En segundo lugar, la defenestración del político de Lalín consagra la división entre los de la boina y los del birrete. Ser de la boina es más que una referencia cultural. Es el galleguismo popular, que tiene los resortes del poder rural y que linda por su izquierda con el BNG de Beiras. Los del birrete podrán ser más urbanos, pero también más dependientes de Madrid. Si éstos se imponen, como parece, los grandes líderes de la boina sentirán la tentación de organizarse de otra forma. Me temo que podemos estar en vísperas de un cisma.

Probablemente se equivocó también el señor Fraga en la sensación transmitida al exterior de que no ha manejado la crisis. O se la han forzado dos consejeros que amenazaron con marcharse si Cuiña continuaba, o le han obligado los poderes de Madrid. Cualquiera de las dos versiones tiene el mismo resultado práctico en la opinión: el omnipotente Fraga ha dejado de serlo. Es vulnerable.Por eso la oposición empezará a pedir su propia caída.

Dicho lo cual, es probable que Cuiña ya no tuviera cabida en el actual Gobierno. Sus expectativas de ser el sucesor empezaron a caer el día en que cesó como secretario general del PP de Galicia. Su evidente poderío electoral en Pontevedra tropezaba con los intereses y proyectos de otros pontevedreses de futuro, como Mariano Rajoy y Ana Pastor. Sus referencias a la situación del PP «en la frontera de la autodeterminación» resultaron una herejía para Aznar. Su posición en la tragedia del Prestige lo presentó más como un oponente que como un consejero. Y la acumulación de enemigos durante 13 años terminó por pasarle factura.

Con esos ingredientes aparece ahora ante la opinión gallega: un poco diablo y un poco mártir. Su puesta a disposición de la Comisión del Estatuto del Diputado es una inteligente jugada para alejar sospechas de corrupción. Y, como se ve, tiene ingredientes ideológicos para ser un referente de futuro. ¿Dónde? A mí me cuesta verlo en el Partido Popular.

27 Enero 2003

La sombra de Cuiña

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los dirigentes del PP gallego han desmentido con energía que exista cualquier crisis de su partido, pero Aznar se sintió obligado a reforzar el Plan Galicia, presentado el viernes en A Coruña, con una convención celebrada el domingo en Santiago para levantar los ánimos de los suyos y exigirles unidad ante el enemigo que «ladra su rencor por las esquinas».

Aunque las tensiones en el PP gallego se dispararon tras la convulsión ocasionada por el Prestige, sus orígenes son anteriores, y remiten casi todos al nombre de Xosé Cuiña. Su largamente cultivada ambición de suceder a Fraga despertó recelos en el PP nacional, al que desairó más de una vez protegido tras el escudo del patrón. Detrás de Cuiña se escondían poderosos intereses vinculados a la red clientelar que el PP ha ido tejiendo en Galicia. La estructura de esa red se distribuye en una especie de virreinatos de comarcas y provincias, que rinden extraordinarios beneficios electorales y que exigen como contrapartida autonomía de acción en sus territorios. Un sistema que ha sido un surtidor inagotable de votos para Fraga y Aznar, pero que era demasiado incontrolable para la jerarquía del partido. De ahí que Cuiña y los suyos se hayan envuelto en una bandera galleguista de conveniencia, útil para reivindicar sus orígenes humildes frente a la élite de la organización y para justificar su idea de un partido regional plenamente soberano.

La caída de Cuiña ha abierto la caja de los truenos. Sus fieles quieren cobrarse la pieza del secretario regional, Jesús Palmou, acusado de someterse a Madrid, e incluso han amagado con dejar a Fraga en minoría en el Parlamento. La proximidad de las elecciones municipales maniata a los sublevados, cuya fuerza reside en el poder local, pero lo sucedido suena como el aviso de una larga batalla, en la que Fraga ya no parece capaz de imponer la autoridad. Si la crisis del Prestige pasa factura electoral al PP gallego en mayo, será difícil contener el estallido.

Está por ver si la defenestración de Cuiña anuncia un intento de acabar con el caciquismo o sólo de cambiar de caciques. Para que fuera lo primero, el PP tendría que desmontar el tinglado clientelar, que ha repartido inversiones y empleos públicos con arreglo a criterios extremadamente sectarios. No es seguro que quiera acabar con esos criterios un Aznar que empezó por descalificar como «profesionales del resentimiento» a los descontentos con su gestión de la catástrofe. Dice muy poco en su favor que identifique con animales a sus adversarios políticos. Y también de su memoria, pues no recuerda quiénes son en este país los que llaman perros a sus enemigos.