21 diciembre 2016

Asegura que es para centrarse en FAES, pero los medios lo interpretan en la pésima relación que hay entre Aznar y Rajoy desde 2008

José María Aznar renuncia a la presidencia de honor del Partido Popular y no asistirá al próximo congreso del partido

Hechos

El 20.12.2006 se hizo pública la renuncia de D. José María Aznar a seguir ocupando la presidencia de honor del Partido Popular que ocupaba desde el año 2004.

22 Diciembre 2016

Aznar vuelve a dividir

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

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El expresidente consuma su trayectoria de enfrentamientos rompiendo con Rajoy

José María Aznar ha sido el político de la época democrática que más fracturas ha provocado entre los españoles, tanto en su tiempo de jefe de la oposición como al frente del Gobierno. Ahora azuza la división en el seno del Partido Popular, después de haber dedicado buen número de críticas a Mariano Rajoy, el presidente ejecutivo del PP y jefe del Gobierno. Tras haber ejercido como presidente de honor durante 12 años, era difícil que la coincidencia de caracteres fuertes en la cumbre del partido terminara bien, aunque no hasta el punto de justificar la dimisión en la necesidad de defender la “independencia” de la fundación FAES.

Siempre calculador, Aznar no ha ahorrado a Rajoy ni el mal gesto de renunciar por carta, añadiendo una llamada telefónica al presidente del Gobierno cuando este se encontraba en Nueva York, al frente del Consejo de Seguridad de la ONU. Dice que seguirá militando, pero resalta que no acudirá al congreso del PP tras haber participado en todos los celebrados desde 1979. Al margen de que se expresa ambiguamente sobre las fechas —el PP existe desde 1989, aunque proviene de Alianza Popular—, es evidente que intenta adornar la trascendencia de su decisión rupturista.

No debemos especular sobre las verdaderas razones del dimisionario, pero su entorno se encarga de describir lo que tiene las trazas de un proyecto populista. En un artículo publicado en mayo (Un partido de cobardes es un Partido Perdedor) por personas consideradas próximas, se acusaba a Rajoy de cortoplacista, de no sustentar ideas auténticas y de practicar la política del miedo. Calificaban de siniestro el éxito de Podemos, pero sostenían que, como aquel, hay que apoyarse en una mezcolanza de movimientos sociales —entre los que citaban activistas provida, víctimas del terrorismo, asociaciones cívicas, laboratorios de ideas, clubes de empresarios— como único modo de construir una alternativa. O sea, un movimiento contrarreformista basado en las ideas simples de más patria, más iglesia, más orden. Otra partidaria de Aznar nos iluminaba ayer al asegurar que la libertad del líder no debe presagiar una nueva extrema derecha, sino la vuelta al “primer Sarkozy”, en alusión al dirigente que se ha visto espectacularmente derrotado en el intento de volver a encabezar la candidatura electoral de la derecha francesa.

Aznar mantuvo su palabra al renunciar a un tercer mandato cuando había prometido quedarse solo ocho años en La Moncloa. Sin embargo, desde que salió del poder no ha encontrado su sitio ni su papel. La última crítica de FAES al intento de diálogo del Gobierno con las autoridades catalanas significa ignorar los pactos de Aznar con Jordi Pujol, en quien se apoyó para sostener un Gobierno minoritario desde 1996 hasta principios de 2000. Una de sus consecuencias fue la consagración de la inmersión lingüística deseada por el entonces presidente de la Generalitat, entre otros aspectos.

A diferencia de distintos partidos extremistas y populistas de Europa, Aznar no necesita recurrir a la xenofobia para erigirse en el gran defensor de la identidad española: ya tiene a los catalanes.

21 Diciembre 2016

El portazo de Aznar certifica la brecha ideológica en el PP

EL MUNDO (Director: Pedro G. Cuartango)

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A menos de dos meses de la celebración del próximo congreso del PP y tras una disputa ostensible entre su partido y la fundación FAES, que preside, José María Aznar anunció ayer que deja de ser el presidente de honor del partido que comandó durante casi tres lustros. El ex presidente del Gobierno comunicó su decisión a Mariano Rajoy y después hizo público un comunicado en su página web, donde matizó que no se ha dado de baja como militante. Y ello significa dos cosas. Primero, que Aznar ha querido dejar claro que su compromiso con la formación que contribuyó a llevar a La Moncloa sigue siendo nítido. Y, segundo, que los motivos que le han movido a esta renuncia se deben, básicamente, a la distancia personal y política tanto con Mariano Rajoy como con el PPque éste ha moldeado.

La renuncia de Aznar, por tanto, supone fundamentalmente la ruptura con Rajoy. Pero a nadie que no sea ajeno a este partido le puede sorprender esta decisión. No sólo por la evidente lejanía que se había larvado entre ambos dirigentes, sino por el divorcio entre el PP y Faes, materializado hace dos meses. Precisamente, la independencia de la fundación que lidera Aznar ha liberado de ataduras su discurso hasta el punto que, tal como publicó EL MUNDO el pasado lunes, fuentes de la entidad explotaron contra el PP para remarcar la intransigencia de la dirección popular con las críticas de think tank de Aznar en cuestiones como Cataluña, la presión fiscal o Cuba. En este sentido, su portazo a Rajoy puede ser calificado de coherente, aunque -tal como ayer recordó Moncloa- no ha aclarado los motivos de este paso.

Aznar fue elegido presidente de honor hace cinco años, en el último congreso del PP. A pesar de que fue él quien designó a Rajoy para tomar las riendas del PP, y pese a su ascendencia entre las bases y los cuadros de este partido, Aznar nunca dio muestras de asumir con comodidad un cargo que, forzosamente, exige disciplina hacia el presidente ejecutivo. Los reproches a la estrategia fijada por Rajoy, de manera más o menos velada, han sido constantes hasta consumar la separación.

En el congreso del PP en Valencia, en 2008, tras la segunda derrota electoral de Rajoy, Aznar pronunció un durísimo discurso que pudo leerse como una enmienda a la totalidad de la acción política de su sucesor. Saludó fríamente a Rajoy a su entrada al plenario donde se celebró este cónclave y, tras advertir de los riesgos de un giro al centro, exigió a su partido recuperar la contundencia con un discurso firme en cuestiones como el terrorismo de ETA o la reforma del Estatuto catalán.

Ahí comenzó a abrirse una brecha que, lejos de taparse, fue creciendo con la llegada de Rajoy a la Presidencia del Gobierno. En plena tormenta por el caso Bárcenas, Aznar llegó a dejar en el aire su vuelta a la política, reveló que hablaba poco con Rajoy y pidió al Gobierno «un proyecto claro». La realidad es que nunca ha ocultado su malestar con la línea ideológica de Rajoy, tanto en el partido como en el Gobierno. Con especial virulencia rechazó la subida de impuestos en 2011, así como el giro emprendido con Cataluña. De hecho, las recientes declaraciones de Sáenz de Santamaría, en las que tachó de error la estrategia del PP con el Estatut, pueden considerarse el detonante del adiós de Aznar.

El PP, con ocho millones de votantes y 800.000 afiliados, es el principal partido de España. Tanto Aznar como Rajoy, dos líderes sólidos al margen de sus estilos personales opuestos, han contribuido a la consolidación del centroderecha como primera fuerza política en nuestro país. La renuncia de Aznar hace un flaco favor a su partido en un momento en el que la oposición se encuentra desnortada y dividida. Sin embargo, lo cierto es que el gesto de una figura del peso del ex presidente subraya la necesidad que tiene el PP en el congreso de febrero de cerrar las heridas internas. Para lograrlo, resulta imprescindible que fije una posición política nítida, con un cuerpo ideológico capaz de satisfacer al centro pero también a aquellas facciones que exigen una mayor determinación en asuntos estratégicos como el desafío soberanista, la reforma fiscal y la política exterior.

21 Diciembre 2016

La Derecha, sin partido

Federico Jiménez Losantos

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La renuncia a la presidencia de honor del PP por parte de Aznar, su verdadero creador desde 1989 aunque el título de presidente fundador lo ostentase hasta su muerte Manuel Fraga (que en cambio sí fundó Alianza Popular) significará poco para los que no creen que un partido político ha de representar unas ideas determinadas y contraer con los ciudadanos el compromiso de defenderlas en la oposición y plasmarlas si llega al poder. En rigor, para los que no creen en la política, sea porque la ven como un obstáculo en el camino hacia el poder absoluto, como Podemos y los nacionalistas, sea porque la entienden como una variante delictiva del asociacionismo, a medio camino entre el sindicato de intereses y la mafia, como muchos escépticos, la renuncia de Aznar no significa realmente nada.

En cambio, para los que creemos que la política es necesaria -no suficiente- para alcanzar un Estado de Derecho y que sin partidos no hay ni puede haber democracia, la renuncia de Aznar significa muchas cosas. La esencial, constatar que en España ya no hay un partido liberal-conservador que represente a esa amplia clase media, espina dorsal de nuestra nación, creada en el segundo franquismo, que se consolidó con UCD, sobrevivió al PSOE y alcanzó su plenitud con Aznar en el poder, cuando el peso del sector público pasó de casi el 60% del PIB a menos del 40%, se crearon cinco millones de empleos bien pagados, se recortó el gasto público y se alcanzó en sólo dos años el equilibrio presupuestario para entrar en el euro.

También el carismático González, en 13 años de Gobierno, supo capitalizar el éxito de la Transición y hasta atribuirse el mérito del Rey y Suárez en la llegada de la democracia. Pero su política interior fue de enorme corrupción y la exterior demasiado panameña, entre el franquismo y el PRI. Con Aznar, por primera y temo que última vez, España tuvo una política exterior occidental que sacó partido de nuestro éxito económico y logró ayudas de la UE para crear una moderna red de infraestructuras. Bajó tres veces el IRPF, así que ya no pintaba nada en el partido socialdemócrata de Rajoy, que va por su segunda masacre fiscal.

Pero sin el PP de Aznar el centro-derecha español se queda, por primera vez, sin partido político que lo defienda, porque LA SEXTA no lo hará. Y esa es una pésima noticia.