13 octubre 1933

"La República no ha creado nada, ha destruido la propiedad y el espíritu religioso del país"

José Simón Valdivieso dimite como Redactor-Jefe de EL HERALDO DE MADRID decepcionado con la II República a la que apoya el medio

Hechos

El 13.10.1933 D. José Simón Valdivieso anunció su salida del periódico EL HERALDO DE MADRID del que era Redactor-Jefe.

Lecturas

D. José Simón Valdivieso anuncia su dimisión como redactor jefe del periódico El Heraldo de Madrid y su marcha del periódico acusando a su director, D. Manuel Fontdevila Cruixent de estar llevando al medio a una línea cercana al comunismo. La carta es aireada por el diario ABC.

ManuelFontdevila Según el redactor jefe dimitido, era un error que D. Manuel Fontdevila Cruixent, Director de EL HERALDO DE MADRID, se hubiera posicionado con los partidos de la izquierda que sostenían al Gobierno de la II República y que, para el Sr. Valdivieso, habían supuesto una decepción.

LA CARTA DE JOSÉ SIMÓN VALDIVIESO A MANUEL FONTDEVILA, DIRECTOR DE EL HERALDO DE MADRID

-Sr. D. Manuel Fontdevila, Mi querido amigo: Le ruego a usted que acepte la dimisión del cargo de redactor-jefe de ese periódico que hasta ahora he venido desempeñando. Me apresuro a hacer constar que entre las determinadas lejanas y próximas de esta mi decisión inquebrantable, no hay nada en absoluto que afecte a la consideración personal que usted y los restantes compañeros me merecen, consideración que se mantiene viva y que perdurará a través de todas mis vicisitudes con la supervivencia de los sentimientos sinceros. He procedido siempre lealmente para con todo el mundo, y, naturalmente, no iba ahora a dejar de ser leal conmigo mismo. Eso es lo que me obliga a dejar mi puesto en esa casa, donde ya no podría seguir trabajando con el entusiasmo y la fe con que trabajé siempre, sin traicionarla o traicionarme, porque, querido director, creo firmemente que estos dos años de triste experiencia republicana significan algo más que el fracaso de unos hombres. Fracaso que no pueden encubrir todas las habilidades dialécticas que, aunque tengan categoría de geniales, significan el fracaso del sistema.

Desde los enciclopedistas franceses a nuestros días han transcurrido muchos años y han sucedido muchas cosas, las suficientes para que la democracia sea ya, en el orden de las ideas, algo tan anacrónico e inútil como el miriñaque en el orden de la industria femenina. La lucha política en el mundo simplifica y adquiere perfiles más precisos cada día. Frente al ensayo ruso la experiencia de Italia y Alemania han deslañado a la revolución francesa, relegándola a un segundo plano, en el que se debate desesperada para no morir. Únicamente nosotros, tan provincianos, tan aldeanos, mejor para todo, hemos aceptado el modelo como una novedad. No queda nada que hacer con la democracia. El Gobierno del pueblo por el pueblo es, además de un tópico oratorio para mitin rural, una majadería y una insensatez. El dilema hoy es Moscú o Berlín. Lo demás son ganas de perder el tiempo y, puesto en la necesidad de elegir, yo no podría nunca caer del lado de Moscú. La sola posibilidad de que mi país estuviera un día en manos de Largo Caballero, Cordero, etc, me hace estremecer.

No, no; basta de bromas, que tienen consecuencias demasiado dolorosas. Poco más de dos años han sido suficientes para que la economía nacional muestre harto ostensiblemente sus peligrosas resquebrajaduras, y para que el país enseñe su hambre en un dramático bostezo, que va desde la punta de Tarifa hasta el Cabo de Finisterre. No quiero mencionar siquiera la obsesión laica, que, en un esfuerzo tan torpe como estéril, es la que ha dado más acusado carácter a estos Gobiernos de la República española.

Destruir, eso ha sido todo. La propiedad y el espíritu religioso del país han sufrido rudo quebranto, sin que, por el contrario, se haya creado nada absolutamente. Mientras los Gobiernos trataban de apagar en el alma del pueblo la luz de una fe que dio santos y héroes a la Historia de España, dejaban que unas turbas enloquecidas de rencor destrozaran estúpidamente la riqueza, ‘posibilitando’ – es lo único que va a quedar: el verbo cursi, invención de Marcelino Domingo – la labor del hombre.

Todo esto, que suele comentarse ya en la intimidad de las tertulias melancólicas y desesperanzadas de muchos auténticos republicanos defraudados, creo que ha llegado el momento de decirlo públicamente y lo digo. Me parece que la República, esta República, ha sido una de las mayores desventuras sufridas por mi patria, y declino la parte de responsabilidad que mi perseverancia en el error pudiera darme derecho.

Es posible que esta actitud sea profesionalmente mi ruina; pero yo no cambio la paz de mi conciencia y la serenidad de mi espíritu por un trozo de pan.

Ruego a usted, querido Fontdevila, que para evitar interpretaciones desorientadas a mi salida de ese periódico, haga pública esta carta y espero que, al margen de la discrepancia ideológica que nos separa, nos siga uniendo la amistad que yo le conservo y que para nada juega en este asunto.

Un gran abrazo

José Simón Valdivieso