24 abril 1970

El marqués de Luca de Tena considera irresponsable la actitud de los políticos Joaquín Ruiz-Giménez, Joaquín Satrústegui, José María de Areilza y Enrique Tierno Galván

Juan Ignacio Luca de Tena reprocha a políticos de la oposición que perjudiquen a la imagen de España ante autoridades alemanas

Hechos

El 24.04.1970 el diario ABC publicó un artículo de D. Juan Ignacio Luca de Tena relativa a la actitud de los políticos D. Joaquín Ruiz-Giménez, D. Joaquín Satrústegui, D. José María de Areilza y D. Enrique Tierno Galván

Lecturas

D. Juan Ignacio Luca de Tena García de Torres, presidente de la Junta de Fundadores de ABC publica un artículo contra los opositores al régimen que se reúnen con gobiernos extranjeros para hablar mal del gobierno español. Cita a D. José María de Areilza Martínez de Rodas, a D. Enrique Tierno Galván, a D. Joaquín Ruiz-Giménez Cortes y a D. Joaquín Satrústegui Fernández. La posición del Sr. Luca de Tena García de Torres será respaldada por el diario Arriba de D. Jaime Campmany Díez de Revenga.

D. Juan Ignacio Luca de Tena, el anciano marqués de Luca de Tena y accionista mayoritario de ABC, publicó un artículo criticando a ‘políticos de la oposición’ al franquismo, que no identificaba, a los que echaba en cara que estuvieran quedando con representantes de Gobiernos extranjeros, concretamente de la República Federal Alemana, para criticar al Gobierno de España que encabezaban el General Franco y el almirante Carrero.

Los políticos de la oposición que según D. Juan Ignacio Luca de Tena estaban perjudicando la imagen de España eran: D. Joaquín Ruiz Giménez (ex ministro franquista, ahora líder de la democracia-cristiana en contacto con socialistas y comunistas), D. José María de Areilza (ex franquista, ahora alineado con la oposición con contactos con monárquicos y socialistas), D. Enrique Tierno Galván (socialista) y D. Joaquín Satrústegui (liberal en contacto con monárquicos).

AREILZA REPLICA DESDE EL ‘YA’ SIN CITAR A LUCA DE TENA

En sus memorias el Sr. Areilza, ‘Conde de Motrico’ alude al revuelo que ocasionaron sus encuentros con mandatarios extranjeros como representante de la oposición y se refiere al artículo de ABC, pero sin citar a su autor:  «Lo que más de dolió fue un ataque que precisamente en las páginas de ABC recibí de un hombre al que respeté y quise como un verdadero amigo», sin detallar más. A pesar de que el Sr. Areilza era columnista del ABC por aquellos días optó por no publicar uno de sus grandes artículos reflexivos en réplica a los argumentos del propietario del ABC y optó por pedir para ello espacio al director del diario YA, D. Aquilino Morcillo que le permitió publicar allí su réplica en la que no citaba a su rival dialéctico.

24 Abril 1970

LA DOCTRINA Y LA LITURGIA

Juan Ignacio Luca de Tena

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Los viejos vivimos de recuerdos. Y los memoriosos viejos recordarán como yo, la actitud política de ABC durante la II República española. Durante su vigencia, este periódico fue sancionado con dos suspensiones gubernativas de muchos meses, una incautación de años, y mientras duraron las dos primeras, con el encarcelamiento de su director: el que este artículo escribe.

No era, en verdad, nuestro diario un modelo de adulación al régimen nefasto de los años treinta. Pues bien: durante un periodo en que ABC se publicaba entre suspensión y suspensión, surgió en el mundo un conflicto internacional, precursor, entre otros, de la segunda guerra europea del siglo XX. Por entonces el director de ABC visitó en su residencia oficial a un ministro de la República con el que más reación personal le unía. Era la primera ez, desde la proclamación de aquel régimen, que yo entraba en un despacho ministerial. El político visitando por mi vive todavía y Dios le conserve la vida muchos años. A través de los tiempos ha dado pruebas de no tener mucha memoria, pero es posible que recuerde el episodio que voy a relatar. Cuando, respondiendo a su cortés invitación, me senté frente a él, le dije que, sin mi curiosidad no era indiscreta, deseaba saber el criterio del Gobierno español ante el grave conflicto internacional que acababa de surgir.

–          Su curiosidad no es nada indiscreta, respondiéndome amablemente.

A continuación me confió lo que yo deseaba saber. Y acabó preguntándome a su vez:

–          ¿Pero por qué interesa a usted tanto conocer el pensamiento del Gobierno de la República sobre este asunto?

–          Señor ministro: porque en cuestiones internacionales no quiero que ABC tenga otra postura que la del Gobierno de España y voy a defenderla en el periódico, aunque yo no la comporta. Así lo hice.

Todo lo que antecede viene a cuento de probar que no he cambiado de criterio durante los treinta y siete años transcurridos ante la insólita visita que cuatro políticos españoles llamados ‘de oposición’ acaban de hacer en Madrid al ministro de Relaciones Exteriores de un país extranjero oficialmente invitado. No es para mí fácilmente comprensible ni disculpable que unos hombres que han tenido y pretenden tener una responsabilidad en los asuntos del Estado vayan a contarle sus opiniones, contrarias al Gobierno y régimen de España, al representante de una de las naciones que más nos ha ayudado y está ayudándonos en nuestra incorporación a Europa, con la agravante de que esto se produce cuando ya estamos a punto de ingresar en el Mercado Común, después de largas y laboriosas gestiones diplomáticas. No. La ropa que haya que lavar debe lavarse en casa.

A mí me parece muy bien que todos y cada uno de los españoles expresen sus opiniones políticas, ya sean acertadas o equivocadas, en la Prensa nacional o en una tribuna española, pero frente al extranjero a cosa del prestigio internacional de España y con peligro para la economía de España, lo encuentro incorrecto, por no decir, ya que sería exagerado, dada la alcurnia intelectual y personal de los visitantes del ministro alemán, sencillamente demencial. No hace muchos días, en un acto semipúblico, le dije yo a uno de los cuatro visitantes que me consideraba su correligionario por coincidir en los fundamental con su doctrina pero que no estaba de acuerdo con su liturgia. Y hablar mal de las cosas de España en idioma extranjero y a un gobernante extranjero se me antoja litúrgicamente tan insólito como si hubiera oído a la parroquia de la Concepción de Madrid una misa rezada en chino.

Juan Ignacio Luca de Tena

25 Abril 1970

CARTA AL DIRECTOR DE ABC

Joaquín Ruiz-Giménez, Joaquín Satrústegui, José María de Areilza, Enrique Tierno Galván

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Sr. Director de ABC

Muy señor nuestro: En relación con el artículo de D. Juan Ignacio Luca de Tena aparecido el día 24 de abril en su periódico bajo el título ‘La doctrina y la liturgia’ desearíamos aclarar los siguientes extremos:

  1. Una práctica universalmente establecida entre los países democráticos hace que las visitas de dignatarios extranjeros no se limiten a establecer contactos con el Gobierno, sino también a escuchar la voz de distintos sectores políticos de la nación. En ningún caso, en estos países, pertenecer a la oposición significa estar contra el interés general, sino servirlo dentro de la dimensión plural de una sociedad libre. Las evidentes dificultades que las corrientes de opinión sociales y políticas, no oficiales, encuentran en España para manifestarse inclinaron seguramente al ministro alemán de Asuntos Exteriores a aceptar ese contacto en la residencia de la Embajada alemana, con los firmantes, que no se autodefinen como representantes de todos los sectores, pero sí son responsables en cuanto a sus criterios propios.

 

  1. El programa oficial del viaje, que incluía la mencionada visita, fue comunicado por la embajada al ministerio de Asuntos Exteriores español que lo aceptó. El propio ministro de Asuntos Exteriores aludió a la entrevista en el curso del almuerzo de despedida a su colega alemán.

 

  1. El objeto fundamental de la entrevista fue el de exponer nuestras opiniones sobre algunos aspectos de la situación política española en relación con la deseable integración de neustro país en Europa, teniendo en cuenta el contenido del Tratado de Roma. En ningún momento se hizo referencia, durante la conversación, al Tratado Comercial actualmente en trámite entre España y la CEE. Como es obvio, dicho Tratado no supone el ingreso de nuestro país en el Mercado Común, ni como asociado, ni como miembro de pleno derecho.

 

  1. El día 24 de abril remitimos al ministro Scheel una nota que sintetizaba los puntos de vista expuesto en la entrevista. Simultáneamente enviamos una copia al señor ministro de asuntos exteriores espaol. Acompañamos un ejemplar de la misma por si pudiera servir de objetiva y completa información a nuestra opinión pública.

 

  1. Defender, como defendemos, señor director, la modificación de las estructuras sociales y políticas que juzgamos necesaraias, para que en su día la integración con Europa se produzca, nos parece el mejor servicio que se pueda prestar alinterés del pueblo español.

 

  1. Agradeciéndole de antemano la publicación de estas líneas, le saludan atentamente:
  • Joaquín Ruiz-Giménez
  • Enrique Tierno Galván
  • Joaquín Satrústegui
  • José María de Areilza

26 Abril 1970

Patriotismo y política

ARRIBA (Director: Jaime Campmany)

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Porque creemos en un orden de valores; porque exigimos una prioridad de situaciones; porque anteponemos el interés general del país a cualquier tipo de intereses personales, hemos de condenar enérgicamente los mismos hechos que ayer condenaba en ABC don Juan Ignacio Luca de Tena.

Esos hechos han puesto de manifiesto la existencia de una pugna entre lo que son las razones de la Patria y las razones de la política individual o de grupo. Ambas, por su misma naturaleza y por la naturaleza de quien es su soporte, existen y deben existir. Pero debe tener una lógica primacía aquella que signifique un mayor beneficio para la nación y para la comunidad de sus habitantes.

Nuestra política interior tiene una serie de mecanismos de funcionamiento entre los que ocupa, sin duda, un lugar preeminente el de la participación popular por medio del contraste de pareceres. Es eso lo que permite que el sistema sea operativo. Y para que lo sea totalmente ha de ofrecer una serie de garantías para el ciudadano, que empiezan en su derecho inalienable a la opinión y a la asociación, y terminan en el momento en que algo de mucho valor – en este caso, el país mismo – se pone en peligro.

Parece claro que no se puede arriesgar nada de lo conseguido en las relaciones exteriores de España conseguido en las relaciones exteriores de España por el prurito crítico de una postura de grupo que, en el mejor de los casos, sólo puede ser calificado de minoritario. Y en este caso concreto lo que está en juego no es solamente una razón de prestigio del país, sino sus mismas posibilidades económicas y las mayores perspectivas de futuro.

Por encima de la política de grupo está la política global de la nación, que es, en definitiva, la forma o el arte de gobernarla. De la misma forma, por encima de los intereses de esos grupos o personas, están los intereses generales. Quizá, una vez llegado a esta conclusión, haya que afirmar que los únicos límites de las libertades políticas están en los momentos en que son rozados esos altos intereses, que tradicionalmente son definidos con una palabra amplia y generosa: patriotismo.

Es ese patriotismo el que habla de destinos, de grandes metas, de objetivos comunes. No el patriotismo disminuido, con frecuencia sensiblero, referido a escalas parciales. Y eso, extendido incluso a las ideas, las convicciones personales han de quedar por debajo del beneficio de la nación. De otra forma, no sería comprensible ni el juego de partidos en los regímenes liberales, ni el sistema de oposición en los parlamentarios, ni la concurrencia de criterios en nuestra democracia.

29 Abril 1970

Gobierno, oposición y patriotismo

José María de Areilza

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Una reciente entrevista en la que tomé parte, ha suscitado en la prensa el tema, siempre interesante, de cuál es el límite que separa al Gobierno de la oposición y de qué fronteras deben poner a la acción política de los diversos grupos de un país las exigencias del patriotismo.

Con reiteración he insistido en otros artículos en el criterio de que hay que referirse al principio filosófico que informa a un sistema político para lograr un entendimiento racional en esta discusión. O se parte de que la sociedad es soberana y los gobiernos son entonces vicarios temporales de la cosa pública en tanto que elegidos por las corrientes mayoritarias de opinión, o se acepta el argumento totalitario de que un grupo de hombres posee toda la verdad, en cuyo caso los gobiernos son piezas rígidas insertadas en la inamovible tendencia que se considera de única y exclusiva validez.

En la primera de las hipótesis, los gobiernos turnan, es decir, alternan en el ejercicio del poder. De esa condición cambiante y sucesoria se desprende – como escribía recientemente Duverger en un magistral ensayo – la esencia que define los regímenes de libre concurrencia democrática que funcionan por el mundo. Y de ahí nace el concepto mismo de la oposición, imaginando como grupo político que aspira a ejercer el mando del gobierno futuro, apoyado en el sentir de la opinión mayoritaria del país. No parece necesario insistir en que la oposición no sólo no es contraria al interés general, sino que cumple una función estabilizadora y estimulante, sin la que los gobiernos democráticos no acertarían a subsistir normalmente. La oposición comparte de modo constante una responsabilidad en la marcha de los negocios públicos. Si no fiscaliza debidamente la tarea del gobierno adversario, caería en grave falta de omisión. Si exagera su crítica o carece de sensibilidad para adivinar el signo social de los tiempos nuevos, perderá la oportunidad de hacerse con la mayoría. En cualquier caso, su obligación es manifestarse con honesta libertad para denunciar defectos, errores y perjuicios graves imputables al Gobierno.

¿Será preciso añadir que ningún gobernante democrático moderno por apasionado que sea, acusará jamás a la oposición de traicionar a su país por adverso que sea su juicio? Es una regla de juego, universal e indispensable. Cuando se rompe o se olvida, el país en cuestión ha entrado en una crisis de violencia que pone en peligro de muerte a las instituciones de la democracia libre.

En los sistemas totalitarios no hay oposición, ni puede, teóricamente hablando, existir. Si la verdad la posee un grupo único, todos los discrepantes se convierten, por el hecho de serlo, en herejes, laicos – en traidores – contra los que sólo cabe el anatema, la persecución y la hoguera inquistorial. Por eso, Dubcek y sus amigos son expulsados y civilmente exterminados por los totalitarios de Praga. Y así tratan los coroneles del Este mediterráneo a sus enemigos. Es una vieja técnica que el siglo XX ha desarrollado a la perfección, después de las grandes perfomances llevadas a cabo en la Rusia de Stalin y en la Alemania de Hitler y que tantos seguidores tiene todavía.

Los totalitarios invocan con frecuencia el patriotismo. Es una idea-fuerza que les permite apoyar sobre ella la justificación moral de sus arbitrariedades y atropellos. En esto ocurre como con la idea de Dios. Si algún grupo, estamento o sector utiliza ese concepto y lo cosifica. Haciéndolo suyo, el daño que de allí se sigue a la religión e inmenso, y en la historia de la Iglesia católica tenemos buenos ejemplos de lo que esta apropiación indebida ha significado y de los trabajos difíciles con que cuesta salir de la catastrófica situación a la que han llevado muchas veces a la comunidad cristiana los que con el nombre de Dios en los labios defendían intereses económicos, poderes temporales, nacionalismos expansivos o ciertas estructuras sociales. Pues lo mismo ocurre con la idea de Patria. Si no pertenece a todos, sin excepción. Si no pueden reclamarla los españoles sin rótulo. Si se la quiere identificar con un partido político, con un sector del país, con un núcleo de negocios, con una ideología determinada, con una institución, con un modo restringido de entender la existencia, entonces el daño que se le infiere es incalculable, y el patriotismo se torna muletilla verbal, a la que no se respeta, porque detrás de sus acentos se adivinan intenciones bien ajenas a lo que debiera ser, estricto servicio al país por encima de banderías y pareceres.

El patriotismo no consiste en decir amén al os actos de cualquier Gobierno. Eso es adulación y conveniencia. Tampoco es cierto que en materia de política externa el patriotismo obligue a la unanimidad. En caso de grave crisis internacional, en momentos de guerra declarada, en reivindicaciones de carácter indiscutible, el interés nacional si puede obligar al silencio o a la colaboración. Pero son circunstancias tan excepcionales que no valen como regla permanente. En tiempos normales, ¿cómo no va a ser posible discrepar o discutir de la acción externa de los gobernantes? Ahí tenemos a la Gran Bretaña, llamando a las puertas del Mercado Común. ¿Unanimidad? ¡Pues no ha sido flojo el debate – que aún sigue – en el Parlamento y en la prensa británicos entre partidarios y enemigos! Los Estados Unidos se hallan en vueltos en el peor conflicto de su historia en el continente surasiático. ¿Para qué recordar aquí la ilustre teoría de senadores, congresistas, intelectuales y líderes sociales que se han alzado contra la intervención en Vietnam, en Laos y en Camboya, entre un clamor de seguidores? Mantuvo De Gaulle su política independentista de Argelia contra un temporal de opiniones adversas en Francia que venían de la derecha y de la izquierda. Willy Brandt quiere abrir las ventanas hacia la Alemania del Este. Los demócratas cristianos de Bonn le plantan cara en términos de firme antagonismo. Es la costumbre inveterada. ¿A quién se le ocurriría en Washington, en Bonn, en Londres o en París llamar a un crítico del Gobierno en materia externa nada menos que traidor a su país? Sería un acto demencial.

El patriotismo político es en gran parte una actitud crítica, es decir, una autocrítica nacional y constructiva. En eso consiste su riesgo y su responsabilidad. Pienso que una gran parte de la opinión pública española, alerta y despierta, lo comprende así. Entre otras muchas cosas que se ha llevado el viento de estos últimos treinta años está también ese concepto trasnochado del patriotismo verbenero que se hallaba a mitad de camino entre el coro de las vicetiples de ‘Las corsarias’ y los compases del pasodoble ‘La España cañí’.

José María de Areilza

El Análisis

EL TIOVIVO DE LOS LUCA DE TENA

JF Lamata

Siempre fieles a la monarquía, los Luca de Tena fueron franquistas y anti-franquistas según el momento y siempre dependiente del alcance que demos a ese término. Ya que en una lectura extensa, todos los grupos de la derecha fueron franquistas en algún momento. D. Juan Ignacio Luca de Tena apoyó decidídamente a los franquistas durante la Guerra Civil y durante los años cuarenta. Sin embargo también apoyó a algunos de los primeros opositores, en especial al Sr. Gil Robles (aliado suyo durante la II República) y el franquismo no se contuvo un pelo pegándole la patada de su propio diario (y no mucho después hicieron lo mismo con su hijo D. Torcuato Luca de Tena y Brunet).

Pero aún con patadón y todo, el Sr. Luca de Tena mantuvo cierto respeto a la dictadura. Discrepaba – quería ver a Don Juan de Borbón en el trono – pero apoyaba y hasta trabajó para ellos como embajador en Chile. Quizá por su condición de diplomático D. Juan Ignacio Luca de Tena consideró tan imperdonable que aquellos políticos – con los que tenía mucha afinidad ideológica, por los menos con dos de ellos (Sres. Satrústegui y Areilza) – hubieran perjudicado la imagen del gobierno de España en el extranjero. El peso moral que aún tenía el marqués queda evidenciado por el echo de que el Sr. Areilza al replicar evita referirse por el nombre a su rival.

J. F. Lamata