24 febrero 1931

Andrés Saborit, Andrés Ovejero, Lucio Martínez, Trifón Gómez y Anibal Sánchez abandonan sus puestos en la ejecutiva del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores

Besteiro dimite como presidente del PSOE y abandona la Ejecutiva junto a sus colaboradores por su oposición al pacto con los republicanos burgueses

Hechos

El 24.02.1931 el diario EL SOCIALISTA informó de las dimisiones de D. Julián Besteiro, D. Andrés Saborit, D. Andrés Ovejero, D. Lucio Martínez, D. Trifón Gómez y D. Anibal Sánchez, de sus cargos en PSOE y en UGT.

Lecturas

El 24 de febrero de 1931 el periódico El Socialista comunica la dimisión de D. Julián Besteiro Fernández como presidente del PSOE. Con él abandonan también la ejecutiva del PSOE D. Andrés Saborit Colomer, D. Andrés Ovejero Bustamante, D. Lucio Martínez Gil, D. Trifón Gómez San José y D. Anibal Sánchez.

La presidencia del PSOE será asumida por D. Remigio Cabello mientras que D. Manuel Albar será el secretario y D. Wenceslao Carrillo queda como vocal.

REMIGIO CABELLO ASUME LA PRESIDENCIA DEL PSOE

remigio_cabello D. Reimigio Cabello asumió la presidencia del PSOE reemplazando al dimitido Sr. Besteiro.

24 Febrero 1931

Ante unas dimisiones

EL SOCIALISTA (Director: Cayetano Redondo)

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Es seguro que la opinión general del país ha recibido con emoción la dimisión que nuestros amigos y camaradas Julián Besteiro, Andrés Saborit, Andrés Ovejero, Lucio Martínez Gil, Trifón Gómez y Anibal Sánchez han presentado de sus cargos de las Comisiones ejecutivas del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores.

Y es lógica y justa esa emoción. Estos hombres de limpia historia de firmes convicciones, de espíritu de sacrificio, tienen méritso más que suficientes para merecer la atención y la consideración pública. El Partido Socialista se siente orgulloso de tener entre sus afiliados hombres de tan alto valor moral e intelectual. Es un privilegio que poseemos sólo nosotros.

Pero cada sector de opinión interpretará estas dimisiones a su capricho. Habrá muchos que verán en ellas una división y hasta una escisión del socialismo español. Otros creerán que las discrepancias son tan profundas que será imposible conservar la unidad de acción del partido. Y se equivocan todos los que así piensen. No hay escisión, ni siquiera división. En lo fundamental, que es cooperar a que cambie en el régimen político de nuestro país, es unánime el criterio de todos los que formamos en las filas del Partido Socialista. Y lso camaradas dimisionarios sienten este problema tan honra y fervorosamente como el que más. La discrepancia es de forma, no de fondo. Se discute la manera de hacer, y no lo que debe y conviene hacer.

Por eso estas dimisiones no tienen la importancia y la trascendencia que nuestros enemigos suponen. Se apartan nuestros amigos de los cargos transitoriamente nada más, pero no del Partido ni de la organización a quien continuarán prestando su valioso concurso. No hay crisis, pues, en el Partido Socialista. Por el contrario existe exuberancia de fuerza, de fe y de entusiasmo.

Nuestros enemigos, como ellos no juegan nunca limpio, ni se mueven en la vida política y social por ideales, no entienden nuestro lenguaje ni saben apreciar y juzgar nuestras actitudes. Les desconcierta que nuestras organizaciones se mueven en un ambiente de libre democracia, en la que se aquilatan al detalle todos los valores. Y no conciben como en esta seria y consciente democracia pueda operarse un cambio de personas, aunque ellas sean tan significadas como nuestros queridos camaradas y amigos, sin que la fuerza orgánica de nuestras colectividades se quebrante poco ni mucho. Y es que en España no existe más que un solo Partido, el nuestro, seria y democráticamente organizado, capacitado para hacer frente a las dificultades más serias. En el campo de enfrente todos son pequeñas capillitas y caudillismos, sin firmeza y disciplina orgánica. Y por eso sólo en el Partido Socialista puede producirse un fenómeno como el que venimos comentando sin que afecte poco ni mucho a su solidez. Por eso en este instante, histórico para España y para nosotros, en presencia de un hecho tan importante, nuestro Partido y la organización obrera miran el porvenir con entera tranquilidad. No pasa, no pasará nada entre nosotros. Cada vez estamos más firmes y más unidos para la acción contra el régimen. Muy pronto se convencerán de su error los derrotistas del Socialismo al ver a los dimisionarios batallar con ardorosa pasión en la lucha contra el régimen y en defensa de la democracia y el socialismo.

El Socialismo es hoy en el mundo el más firme sostén de la democracia republicana, y en España también. Sin abandonar ninguno de nuestros principios ideológicos ni una sola de las reivindicaciones de la masa obrera, hemos de dar en estas horas históricas por que pasa nuestro país todo el vigoroso impulso que podamos al movimiento renovador de la vida nacional que se ha iniciado y que cada vez tiene más empuje. Y para ello contamos con el concurso más decidido de los camaradas que han dimitido de sus cargos.

24 Febrero 1931

Actitud política del partido socialista y la unión general de trabajadores

Editorial (Director: Juan Ignacio Luca de Tena)

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Pablo Iglesias orientó siempre el socialismo en estas dos condiciones: eficacia y austeridad. No hacer nada inútil, no emplear estérilmente la fuerza del partido sin seguridad o probabilidad de algún resultado, prever y evitar fracasos o derrotas en la acción societaria o en la acción político, aunque para ello se renunciase a efectos de espectáculo, y sobre todo no proponer a sus correligionarios ni consentir prestaciones dudosas, que muchas veces solicitaron partidos burgueses; ninguna cooperación o alianza en que el socialismo – la colectividad o la doctrina – no tuviera claramente un deber o una ventaja. Sufrió por eso muchos ataques de los republicanos. Fue a la conjunción cuando las circunstancias políticas y los progresos de la organización obrera y socialista le asuegraron grandes provechos electorales con aquella alinaza, y, para eso, tampoco fue incondicional de los aliados. Recuérdese que fue personalmente Pablo Iglesias quien, al discutir con inflexible severidad la cuestión de las aguas de Barcelona, hizo salir de la conjunción a Lerroux y a los radicales. Recomendó constantemente la conquista de posiciones y medios en todos los terrenos, oponiéndose tenazmente a las abstenciones: como que estuvo largo tiempo practicando la movilización electoral del socialismo aislado por mero ejercicio y educación del partido. Todo esto es lo que se llamó gubernamentalismo de Pablo Iglesias, que, por su intransigencia doctrinal y por su espíritu sinceramente revolucionario, no tenía ni podía tener nada de gubernamental. Era sencillamente una táctica: la táctica que en vienticinco o treinta años hizo la fuerza socialista española dejando sin masas al republicanismo: y, además, táctica ortodoxa.

Es la que han procurado mantener los discípulos más adictos de Iglesias y señaladamente su heredero en la dirección del partido, el señor Besteiro. Pero contra los disidentes les ha faltado la autoridad que a Iglesias le dieron su historia de luchador y la devoción de usu partido. Ya se había notado en varias ocasiones, en los sucesos de noviembre por ejemplo, la tendencia relajada que al fin han logrado imponer los partidarios del barullo, de las concomilitancias y de las turbias prestaciones de la fuerza socialista.

La nota de los Comités nacionales del partido y la Unión General declaran pero no explican las discrepancias sobre la táctica, y consignan las dimisiones de los elementos directivos, Besteiro, Saborit, Obejero, Lucio Martínez, Trifón Gómez y Anibal Sánchez.

Son tres carteras fantásticas de una República imposible las que han quebrantado la tradición del socialismo. Los tres ministros socialistas del señor Alcalá Zamora [señores Largo Caballero, Prieto y De los Ríos] son los que han conseguido arrastrar la organización labrada por Iglesias a las aventuras de unos revolucionaros improvisados, políticos versátiles e inseguros y de las más extrañas procedencias

06 Julio 1946

La república de Trabajadores

Regina García (PSOE)

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Principios del año 1931.

En la Casa del Pueblo discutíamos si se había de acudir o no a las elecciones anunciadas por el gobierno del almirante Aznar.

Desde la caída del general Primo de Rivera, el poder público estaba en la calle. El desgobierno, la injusticia social, el malestar económico, produjeron un estado de opinión contrario a la monarquía, y a fines del año 1930 habíamos fraguado una revolución que la impaciente ligereza del capitán Fermín Galán, de guarnición en Jaca, hizo fracasar, al adelantarse al pronunciamiento, ligereza que le costó la vida lo mismo que a su compañero de armas e ideas García Hernández.

Los sucesos de Jaca, y aún más su represión, produjeron la caída del general Berenguer, que fue sustituido por el almirante Aznar, cuyo gobierno nacía con el propósito de convocar elecciones que sirviesen de compulsación de la opinión pública; más como en la cárcel se hallaban los miembros del comité revolucionario, entre los que se encontraban Largo Caballero, Alcalá Zamora, Fernando de los Ríos y Álvaro de Albornoz, temeroso el gobierno de que una investidura parlamentaria les diese inmunidad, como ya había sucedido con el comité de huelga en 1917 desistió de convocar elecciones generales, y las sustituyó por las municipales, que consideraba inocuas.

En tal criterio abundaban muchos dirigentes socialistas, a cuyo frente estaban Besteiro y Saborit contra el parecer de otros, entre ellos Wenceslao Carrillo y Manuel Cordero, que estimaban buena cualquier forma de elecciones para manifestar la voluntad del pueblo. Las discusiones se hacían interminables, y al fin la solución vino de la misma cárcel.

Al salir de visitar a los presos, una mañana, Carrillo me dijo:

  • Voy a furmarme este cigarrillo que me dio Largo Caballero – y sacó del bolsillo de la americana el que minutos antes le había dado nuestro dirigente, a través de la reja del locutorio.

Pero en lugar de encenderlo, lo deslió sacó de entre la picadura una bolita blanca no mayor que un grano de café y desdoblada resultó ser una pequeña hoja de finísimo papel cebolla escrita con menudos caracteres taquigráficos.

Contenía dicha hojilla el manifiesto revolucionario republicano e instrucciones para proceder aconsejándonos que fuésemos a las elecciones municipales, pues si se lograba mayoría en casi todos los ayuntamientos se podría proclamar la república en todos ellos, el mismo día y a la misma hora. Así se hizo y así sucedió.

La campaña de propaganda electoral fue algo de locura, en su exaltación revolucionaria más, a pesar de ello, los propagandistas conservamos el tono de decoro humano, y en la proclamación del nuevo régimen, el desborcamiento popular, vocinglero e inofensivo, se conformó con derribar estatuas y arrancar coronas a los edificios públicos sin propasarse a más excesos que los de entonar canciones más o menos desvergonzadas, insultando al viego régimen y sus representantes.

Nacía la República con buen signo, pero se malogro prontamente. Los comunistas empezaron a demostrar la que ellos llamaban ‘revolución de guante blanco’ y la sustituyeron por la de guantes rojos de carnicero.

No fue esta iniciativa española; la inspiración vino de Moscú.

Rusia, por razones de geografía y de incultura, desconocía España hasta la implantación de la República, a pesar de que el PCE llevaba cerca de diez años de existencia en nuestro país; más apenas implantado el nuevo régimen, se dio cuenta la URSS de la importancia de España como posición estratégica para la total bolchevización de Europa, y acometió la empresa de conquista ideológicamente la joven república española, para convertirla en la segunda nación soviética del mundo, a su imagen y semejanza.

En los primeros días de mayo de 1931 vino Bela Kun, el persa renegado, bolchevizador de Hungría, con instrucciones concretas para el Partido Comunista y procurar su fusión con el Partido Socialista, que sabía era muy numeroso.

Había ya celebrado Bela Kun varias entrevistas con los dirigentes de mi partido, cuando yo le conocí, en una tertulia de la Granja el Henar, a donde lo llevó Álvarez del Vayo. Acudieron allí varios escritores socialistas, entre ellos Araquistain y también solía ir Margarita Nelken que aún no había ingresado en el PSOE pero barruntando ventajas mariposeaba a nuestro alrededor.

Bela Kun intentó convencerse de que el menchevismo estaba fracasado, que era preciso ir a la acción directa rápidamente, para el triunfo del proletariado en cuya consecución todos los marxistas deberíamos ir unidos.

  • El menchevismo no tiene razón de ser – nos decía en mal francés – El socialismo es una entelequia del siglo apsado, ya en desuso. El marxista de hoy, o es comunista o no es nada.

Araquistain puso reparos a las teorías de Bela Kun; pero Álvarez del Vayo se mostraba muy conforme con ellas, lo mismo que los jóvenes socialistas Santiago Carrillo y García Atadell que asistían a esta conversación.

En los días que estuvo en España, Bela Kun reorganizó el PCE que dio orientaciones de que carecía siendo la primera la de perseguir la religión, a la que la URSS consideraba como la primera fuerza que habría de oponerse a la insurrección armada de las masas que había de transformar la república burguesa en unión soviética estilo Moscú.

Consecuentes con esto, los comunistas de acuerdo con los socialistas, que veían en ellos un medio de preparar la evolución social, llevaron a cabo una serie de actos agresivos contra las personas y las casas consagradas al culto que culminaron con la quema de Iglesias y conventos realizada el día 11 de mayo de 1931, en que destruyeron ciento treinta y dos edificios dedicados a la religión y a la enseñanza sin que las autoridades, informadas previamente de lo que se preparaba hiciesen nada por evitarlo.

A pesar de las insurrecciones de Bela Kun, el PCE no se fusionó con el PSOE y los comunistas en las Cortes Constituyentes no lograron más que un diputado, el doctor Bolivar, siendo sus fuerzas iguales a las de los monárquicos que también tenían un solo representante, el conde de Romanones, en contraste con los socialistas que contaban con una disciplinada minoría de 117 individuos.

Rusia no podía tolerar que los mencheviques triunfasen en España y de nuevo envió sus edacanes Eremburg vino como viajero literario y Primaoff como curiosos vigilante; pero ambos tenían la misión de organizar la agit-prop (agitación y propaganda e informar a Moscú de la verdadera situación de España y sus posibilidades).

Como el PCE carecía de fuerzas efectivas organizadas, pues no se había preocupado de la formación de soviets, hizo su labor proselitista entre los individuos de las dos centrales sindicales UGT y CNT controladas respectivamente por el PSOE y la FAI con lo cual restó adictos a ambos partidos, que se enfurecieron al ver como se les iban los afiliados para engrosar las filas comunistas.

El PCE a su vez arreció en su ataque contra la recién nacida república que gobernaban los socialistas con su participación en el Gobierno y su inmensa mayoría en la cámara, y tal estado de cosas culminó en los tristemente célebres sucesos de Casas Viejas, con el incendio del chozo del Seisdedos, y la muerte de su hija Libertaria, entre otros infelices.

A lo de Casas Viejas hubo que sumar la destrucción de la Casa de Cornelio, en Sevilla barrida a cañonazos, los sucesivos de Prat te Llobregat donde se ejecutó en masa a los sublevados, y así un día y otro día raro era el que no registraba algún suceso sangriento, o su más sangrienta represión.

Tal era entonces la pugna entre los partidos Socialista y Comunista, que se les unieron más tarde y siempre bajo la inspiración de la URSS, en el intento de asesinar a España para repartirse su herencia.

Regina García