12 abril 2018

La versión oficial es que Jaime González abandona voluntariamente el periódico tras 30 años por no sentirse cómodo con las funciones que le daban

Vocento despide de ABC a su Jefe de Opinión, Jaime González, mes y medio después de su gresca pública con el columnista David Gistau

Hechos

El 12.04.2018 D. Jaime Manuel González Martínez anunció su marcha del periódico ABC.

Lecturas

Después de 31 años en el ABC, los últimos 18 como responsable de la sección de ‘Opinión’ el 12 de abril de 2018 D. Jaime Manuel González Martínez (“Jaime González”) anuncia su marcha del periódico el 12 de abril de 2018 con un artículo titulado ‘Con la música para otra parte’.

Su salida se produce tan sólo y medio después de su sonoro choque público con el columnista estrella del periódico D. David Gistau Retes. Una polémica en la que la propiedad del periódico, el Grupo Vocento, estaba del lado del Sr. Gistau Retes, esto no impidió que el Sr. Gistau Retes también abandonara el periódico y, el 14 de abril de 2018, volviera al diario El Mundo.

En el periódico ABC D. Ignacio Camacho publica un artículo el 14 de abril de 2018 para despedirse del Sr. Gistau Retes al tiempo que ignora la marcha de D. Jaime González Martínez.

El Sr. González Martínez había quedado en una situación muy delicada tras su enfrentamiento con el columnista estrella del periódico, D. David Gistau, amigo personal del Consejero Delegado del Grupo Vocento, D. Luis Enríquez Nistal.

 

12 Abril 2018

Con la música a otra parte

Jaime González

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De Andrés Calamadro tomo prestada la frase: «La música es el territorio donde nada nos hace daño». Salvo en Baleares, cuyo Gobierno se ha cargado de un plumazo el único lenguaje que tenemos los seres humanos para comunicarnos universalmente. Que el conocimiento del catalán sea obligatorio a partir de ahora para quien aspire a forma parte de la Orquesta Sinfónica supone un miserable y despiadado ataque ala libertad de expresión.

Por poner un ejemplo, al violonchelo de la rusa Ella Carberry le cortarán las cuerdas, las agudas y las graves, por la sencilla razón de que su dueña no sabe catalán. Segarle las alas a la música es como matar a un ruiseñor. Van a asesinar a un violonchelo y los dedos de Ella Carberry tendrán que exiliarse a otra parte. No cabe mayor exhibición de sectarismo ni purga más infame que la que está promoviendo en Baleares el Gobierno de la socialista Francina Armengol bajo el auspicio de una legión de fanáticos nacionalistas de ultraizquierda. Ni la música se salva.

¿Qué diría Pau Casals? ¿Cómo se sentiría ese catalán universal al comprobar que han matado un violonchelo? «La música trasciende las fronteras de la lengua, de la política», dijo un día. Y luego añadió: «El amor a la patria es una cosa esplendida. Pero ¿por qué el amor termina en la frontera?». Y dijo más: «La música, este maravilloso lenguaje universal, debería ser fuente de comunicación entre todos los hombres». Pau Caslas se moriría de pena y de vergüenza al comprobar cómo, bajo la excusa de defender el catalán, al violenchelo de Ella Carberry le han reventado la caja de resonancia. El sectarismo ha matado a una música de resonancia. El sectarismo ha matado a una música rusa por no saber expresarse de otro modo mejor que acariciando las cuerdas.

En señal de duelo, este pianista frustrado abandona el escenario. Me voy con mi música a otra parte. Treinta y un años de servicio (y quince días) me han servido para poder despedirme de ustedes como siempre soñé: rociando de palabras esta última columna en ABC que guardaré como prueba de vida y de fe. Me marcho. Comprenderán ustedes que en días como este daría lo que fuera por saber tocar el violonchelo.

Jaime González

14 Abril 2018

Ten cuidado ahí fuera

Ignacio Camacho

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El mejor elogio que un escritor puede hacer de otro es envidiarle lo que ha escrito. Esto me pasa a menudo con los columnistas de ABC, el mejor peristilo de la prensa española, y peco de cicatería o de desidia al dejar de decírselo. Ahora que David Gistau se despide no quiero que se vaya sin saberlo: muchas mañanas me he desayunado con la sana pelusa de no haber firmado yo sus artículos. Esa sensación de encontrar en un texto ajeno las palabras o las ideas que a uno le gustaría que se le hubiesen ocurrido, y saborearlas con el placer afable de quien se toma un café con un amigo.

En el fondo, en eso consiste este oficio. Te sientas a charlar en casa del lector, o en la barra de su bar favorito, y tratas de explicarte tu visión de la vid a cambio de un euro y pico, a sabiendas de que esa confianza que te otorga no incluye la cláusula de estar de acuerdo contigo. Existe un pacto implícito de que él dejará de prestarte atención cuando le aburras o se canse de tu estilo. Pues bien: como lector, David jamás me ha defraudado, ni como profesional le he visto faltar a un compromiso. Es un tipo bizarro, independiente, lleno de coraje moral, y además un articulista de raza, brillante, con lenguaje propio, de esos que llevan las metáforas en los bolsillos. Créanme lo que digo porque después de treinta y ocho años de ejercicio es seguro que del periodismo actual se me escapan muchas cosas, pero las columnas conservo buen paladar y cierto ojo clínico.

Se va y lo siento aunque cada cual sea libre de escoger su camino. En un periódico se acostumbra uno a ver entrar y salir gente, hasta que un día el que se marcha, por voluntad propia o ajena, eres tú mismo. Conviene tener las maletas hechas y no cogerle demasiado cariño a tu sitio. Cuando llegué, esta atalaya era de Campmany y ya ven cómo degenera el destino. Esa galería de retratos que citaba Gistau, la de la antesala de la Biblioteca, te vacuna contra el narcisismo haciéndote saber la esterilidad de competir con los gigantes literarios que han habitado esta Casa durante un siglo. Así y todo, los que estamos ahora tratamos de seguir mal que bien esa estela de prestigio, y aunque con David dentro era más fácil – y con Jaime González, a quien debo gratitud eterna pro su combativo apoyo en momentos críticos – no vamos a aflojar, mientras nos dejen, en el desafío.

Se han ido ambos como los caballeros que son, sin ruido y cerrando con cuidado la puerta. Ha sido un privilegio compartir con ellos estos años de relato de una España trémula. Y ver cómo la noble impronta de este centenario pájaro de papel alicataba el corpachón de motero de Gistau en un smoking de hechura estrecha. Aún será un honor medirse el ingenio desde la competencia; ganará David, me temo pero se hará lo que se pueda. Y como decía el sargento Esterhaus, de la ‘Canción triste de Hill Street’, tened cuidado ahí afuera.