21 diciembre 1966

Pemán intentó aprovechar la aprobación del referéndum de Ley Orgánica de la sucesión al caudillo para interpretar que eso ratifica que España es un reino y que, por tanto, la familiar Borbón debe retornar al poder

La defensa de José María Pemán de la monarquía de Don Juan causa un nuevo enfrentamiento entre los diarios ABC y ARRIBA

Hechos

El artículo de D. José María Pemán publicado en ABC el 21 de diciembre de 1966 fue respondido con un editorial del diario ARRIBA el 23 de diciembre de 1966.

Lecturas

Aprobada la Ley Orgánica del Estado en referéndum el periódico privado ABC a través de D. Torcuato Luca de Tena Brunet y de D. José María Pemán Pemartín defiende que el dictador Franco Bahamonde designe a D. Juan de Borbón Battenberg como su sucesor. El periódico público Arriba de D. Manuel Blanco Tobío reprocha esa actitud considerando que están manipulando el sentido del referéndum. En su contestación ABC se refiere a Arriba como ‘el órgano de FET y de las JONS’.

Apenas unos días de la aprobación por referendum de la Ley Orgánica de Sucesión propuesta por el General Franco, en la que se ratificaba la definición de España como ‘Reino’, ya se produjo una polémica en medios. Los protagonistas: el diario ABC, monárquico, dirigido por D. Torcuato Luca de Tena Brunet y con D. José María Pemán como primer espada y el diario ARRIBA, dirigido por D. Manuel Blanco Tobío, siempre bajo la supervisión del ministerio Secretario General del Movimiento, D. José Solís.

21 Diciembre 1966

La Sucesión

José María Pemán

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No quisiera iniciar unos comentarios ingenuos al ‘sí’ otorgado a la Ley Orgánica sin dedicar primero una mirada a lo que es corazón y almendra de ella: la Sucesión. Sería tonto negar que ésta ha sido la preocupación máxima con que el español medio ha entrado en este episodio electoral-legislativo. Es difícil recordar un Poder concentrado que no haya sido sucedido por la catástrofe. Ni Napoleón, ni Mussolini, ni Hitler, ni Perón acertaron a hacer de hombres de tiempo cuando anunciaban anticiclones y bonanzas, alguno incluso para un milenio, pero que nunca cuajaron. No hubo más meteorología sucesoria que la de ‘después de mi el diluvió’. Franco, hombre prudente por esencia, es el que más se ha preocupado de preparar paraguas, impermeables y tejados para que nos mojemos luego lo menos posible.

Oara esto ha previsto: un Reino, la Monarquía y una indicación dinástica bien clara: la dinastía Borbón Battenberg, señalada por las entrevistas con el padre y de educación y residencia del hijo. ¿Por qué un hombre tan prudente y racionalista como Franco ha ido a buscar, para asegurar el futuro, una solución tan irracionalista e intuitiva como parece a primera vista la Monarquía?

Porque sabe que él no es ya un hombre, sino una institución y sólo puede ser sucedido por otra institución; porque sabe que esa es la única manera de colocar sobre el incierto futuro un elemento de moderación, equilibrio y automatismo sucesorio.

Ahora bien, esa misma prudencia que le llevaba a señalar para el futuro Monarquía y Dinastía le llevaba a procurar que ese señalamiento tuviera la indeterminación suficiente para que nunca hubiera ni una apariencia de interinidad en su poder. Para llevar esto hasta el final construyó en torno a la sucesión una ley cautelosa que amontona sobre ese instante, difícil por sí mismo, una bruma de mayores dificultades. Un mecanismo de tipo amadeísta y gótico que embrolla y dilata la esencia misma de la Institución, que es su unicidad, claridad y automatismo. En lugar del clásico ‘a rey muerto, rey puesto’, un contigente ‘a rey muerto, rey discutido, manoseado y votado’: un premioso itinerario – Regenia. Consejo, Cortes – repetido como el ir y venir del cántaro a la fuente con un estancamiento posible de la operación sucesoria durante quince o veinte o más días: plazo que, concebido, seguramente como un agotamiento de cautelas, puede convertirse en una convocatoria de intrigas o violencias. Yo he oído celebrar al Generalísimo lo diáfana y precisa que don Alfonso XIII dejó la Sucesión. La alcoba del Gran Hotel, de Roma, donde murió el Rey con disnea de cardíaco y anhelo de español, es una estampa de claridad sucesoría. Sería temerario inspirarse teóricamente, en vez de en ésa de Roma, en la confusa alcoba de Fernando VII con dudas codicilos, revocaciones y hasta bofetadas.

Esa cautela actual y futura ha sido para muchos licencia para insultar, calumniar y desacreditar al titular de la Dinastía. Todavía no hace quince días que un nieto mío me transmitía las injurias proferidas por su profesor de Política, en el colegio sobre el padre y el hijo de la Dinastía española. Un caso de juzgado de guardia. No hay nadie que conozca de verdad y personalmente la dignidad y ausencia de rencor con que ha sido llevada la titularidad dinástica que no vea en la operación sucesoria, reintegrada a su claridad rectilinia, tanto como una realización política de simplificación eficaz, un caso moral de restitución de la honra.

Esto hace que en este punto el país que entró en el referéndum con esa perplejidad haya salido con la misma. El país pregunta: “¿quién?” y se le contesta: “qué”, “cómo”. El “sí” otorgado con tanta extensión a Franco sería un resultado bastante paradójico para una operación electoral que tenía por máximo objetivo el contingente futuro: porque Franco es el presente indiscutido. Sólo puede entenderse, pues, el ‘sí’, como una renovación de crédito para que Franco resuelva el futuro. Pero como ese futuro ha querido el mismo Franco que sea la Monarquía no puede concebirse que utilice ese crédito para desvirtuar la esencia misma de ésta, que es su claridad unívoca. Otra cosa sería como necesitar unas tijeras para una operación cualquiera y preocuparse antes en que estuvieran rotas, despuntadas o sin filo.

No una ni dos veces ha expresado el Generalísimo la ventaja que para el país podía significar la existencia de un Rey ‘tendría que venir con el carácter de pacificar y no debe contarse en el número de los vencedores’. Palabras textuales de Franco. Ya sirvió ese argumento frente a la victoria de las democracias aliadas para señalar una opción política de futuro que evitó que muchas potencias reconocieran al Gobierno rojo del exilio, como estaban a punto de hacer. España tuvo así cubiertos todos los flancos. Cuando los totalitarios cayeron fue utilísimo poder presentar la alternativa futura de un Rey viniendo fuera de España, comprometido con la contienda en lo que tenía de acción militar defensiva y patriótica (intentos de ir a Somosierra o al ‘Baleares’, pero desligado de ninguna determinada parcial política.

Recuerdo que en una ocasión, en París, un español ingenuo explicaba a un amigo de Pinay su preocupación de que Franco y Don Juan parecieran dos posiciones políticas dispares y alejadas. El político francés, acostumbrado a lo que en cualquier parte se llama ‘política’ exclamaba: “¡Que montaje más genial!”. Porque él noo podía ni pensar que todo eso no estuviera hecho de común y patriótico acuerdo.

A mí no me parece mal que Franco y el titular de la Dinastía vayan aparentemente ‘cada uno por su lado’. También las parejas de la Guardia Civil van por la carretera, al borde las cunetas, ‘cada uno por su lado’. Distanciados físicamente y cumpliendo, de acuerdo, la misma función de vigilancia y seguridad.

José María Pemán

23 Diciembre 1966

La Dinastía del Pueblo

ARRIBA (Director: Manuel Blanco Tobío)

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Es necesario hablar hoy con la voz clara de las verdades elementales con la firmeza serena de quien defiende la justicia, con la fuerza y el aliento que da el pueblo a quien recoge y repite sus más nobles y comunes palabras. Porque hoy no se trata de jugar a esgrimas político-periodísticas ni de enzarzarnos en dimes y diretes de intrascendentes discrepancias. Hoy se trata de afirmar, defender y clarificar el derecho más sagrado que el pueblo español ha adquirido, después de tres años de guerra y veintisiete de paz, unido y apretado bajo el mando de Francisco Franco en las duras y en las maduras: el derecho a elegir y edificar su propio futuro.

Ese derecho, que ya es no sólo moral, sino también constitucional, acaba de sfurir, desde las páginas de un periódico, un ataque que no admite otra calificación que la de atentado. Ni la exaltada adscripción dinástica de ese periódico, ni el incondicional fervor personalista del autor del artículo (José María Pemán: “La sucesión”, ABC, 21 de diciembre) pueden disculpar el intento de tergiversación más caprichosa, parcial y peligrosa que se haya perpetrado hasta hoy contra una Ley fundamental, a los pocos días de ser aprobada casi unánimemente por los españoles, como base para hacer al pueblo responsable de la España del presente y único heredero de la España del futuro.

La definición del Reino dada al nuevo Estado español no puede ser confundida con una Dinastía cuyo último reinante fue sucedido por la mayor catástrofe de la última Historia de España, una catástrofe sólo comparable y en algunos casos con ventaja, a esas que sobrevinieron tras los poderes concentrados de Napoleón, de Mussolini, de Hitler, de Perón. Ni de la herencia que nos deje Francisco Franco, henchida de gloria, de prosperidad y de esperanza, puede ser comparada con el testamento dictado en una habitación del Gran Hotel de Roma, en el que no se podía dejar a los herederos otro legado que un trono abandonado y perdido y una secuela de luchas familiares. Ni una Ley que está hecha para todos y que por eso ha sido aprobada por todos; que abre al pueblo y a las instituciones donde el pueblo está representado las puertas de un porvenir seguro y libre, merece ser tachada de ‘embrollo amadeísta y gótico’, y luego humillada a la categoría de un papel mojado, por encima del cual son posibles acuerdos y pasteleos que nunca existieron. Ni él pueblo español, este pueblo español de cuya lealtad y nobleza podrían aprender tanto quienes desean arrebatarle su soberanía, merece que nadie tome en las manos su voluntad de paz, de unidad y de trabajo como una chistera en la cual pueda desaparecer, por arte de birlibirloque, la preciosa moneda de su libertad.

La Ley que despeja el camino de nuestro futuro ofrece a la Monarquía unas posibilidades que ningún monárquico pudo soñar después del 14 de abril, y ofrece al pueblo ocasión de hallar para el futuro una fórmula político que ni excluye la sucesión hereditaria ni tampoco la electiva. Es una Ley sabia; prepaada por quien no guiña el ojo a nadie a espaldas del pueblo, por quien sólo piensa en el bien de la nación; es una Ley que reconoce el derecho que el pueblo tiene a recibir una herencia que a cualquier otro heredero vendría demasiado grande. ¿Cuál habría sido el destino de esa Ley si se hubiese entregado nuestro futuro no al pueblo, sino a la Dinastía? ¿Qué habría salido de las urnas si en vez de la Ley Orgánica se hubiese sometido a votación el testamento de don Alfonso XIII? ¿Cuántos sies habría obtenido cualquiera de esas personas de estirpe regia que nos presentan como pacificadoras y unificadoras de la Patria (ya unificada y pacificada bajo Franco), antes aún de lograr poner paz y unidad en su propia familia?

Ahora se nos quiere decir que cuando Francisco Franco y el pueblo español, hechos una sola piña, soportaron y vencieron el asedio del mundo entero, uno de los flancos de España fue cubierto por aquellas desdichadas actitudes y manifiestos desde Lausana o Estoril. El 14 de abril de 1931, unos votos municipales encontraron ya vacío el Palacio de Oriente. El 9 de diciembre de 1946 en el Palacio de Oriente estaba un hombre que no conoce la huida, la rendición ni el desaliento cuando se trata de defender a su Patria. Y abajo, en la plaza estaba un pueblo que sólo quiere ser vasallo de un buen señor. Más allá de nuestras fronteras estaban los que contemplaban el hambre, la soledad, la pobreza del pueblo, las colas del pan, el humo de los gasógenos, los campos secos y las ciudades heridas, no para compartir el dolor, el trabajo y la indómita independencia, sino como circunstancias favorables a una oportunidad de poder personal.

Franco no ha firmado nunca acuerdos de tapujo, ni con don Juan de Borbón ni con nadie. Franco sólo tiene firmado un grande acuerdo con el pueblo español, renovado constantemente a la luz del día y bajo el sol de la Historia. Franco no tiene pareja posible: él es impar y caudillo. Ni por la cuneta de la carretera del futuro de España camina Franco en pareja imposible, ni por esa carretera camina el pueblo español emparejado como los bueyes. Por esa carretera avanza un pueblo libre y soberano; a su frente va, de por vida, Francisco Franco. Y cuando Francisco Franco nos falte, el pueblo español se enjugará el más sincero llanto de su historia para elegir al español que crea más digno de representarle; al español que merezca representar a la soberana dinastía del pueblo. Esa es la verdadera dinastía legítima de España.

24 Diciembre 1966

Dieciocho de Julio, Voluntad Popular y Monarquía. Aclaraciones a una tergiversación

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena y Brunet)

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Confundiendo los términos de un artículo de colaboración aparecido en nuestras columnas con las propias opiniones del periódico ABC, el artículo editorial del órgano de FET y de las JONS correspondiente al día de ayer, realizaba ciertas afirmaciones a las que nos parece indispensable salir al paso en nombre de la correcta interpretación de la Ley Orgánica aprobada por clamorosa mayoría del país en el pasado Referéndum del día 14 de diciembre. Dejando voluntariamente de lado la defensa de los puntos de vista avanzados por José María Pemán en uno de sus artículos de colaboración son los aspectos esenciales del editorial del ARRIBA los que nos parecen dignos de una respuesta tan clara como sus ataques porque consideramos semejante claridad como urgentísima cuando tanta confusión puede desprenderse de unas tesis que amenazan la busca de esos denominadores comunes de convivencia nacional que hemos buscado los españoles a través de la reciente votación. Contra lo que el editorial del ARRIBA tiene de divisorio y separatista, publicamos estas líneas con un propósito decidido de unión y de claridad.

En primer lugar, consideramos contrario a la verdad histórica la afirmación de que el último reinante de la dinastía española ‘fue sucedido por la mayor catástrofe de la última historia de España’. La afirmación resulta tan intolerable como inexacta, porque ‘la mayor catástrofe de la última historia de España’ no sucedió al último reinante, sino a la última República, y porque entre el 14 de abril de 1931 y el 18 de julio de 1936 se extiende precisamente la forma de gobierno republicana con la política de partidos, el parlamentarismo estéril, la capacidad del Poder ejecutivo y el poder, como decía el propio Martínez Barrio “en medio de la calle”. Responsabilizar al Rey Don Alfonso XIII, que evitó con su ausencia un prematuro derramamiento de sangre, es, además de un error histórico, una ofensa de extremada gravedad a una parte decisiva de los plurales combatientes de la Cruzada, monárquicos de convicción a los que en buena teoría estaba ARRIBA en la obligación de defender como órgano oficial del Movimiento – comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada – según una definición que se incluía en el último Referéndum como parte de las Leyes fundamentales y que por una especia de ironía de la historia somos nosotros, desde las columnas de ABC, quienes nos encargamos de recordar con tanta insistencia como escaso resultado al periódico que se tituló oficialmente órgano de FET y de las JONS No hay un solo historiador que considere la guerra civil española como consecuencia de una Monarquía desaparecida cinco años antes, sino como resultado de unos años republicanos y por eso precisamente el pueblo español hizo la guerra contra la República y ha votado por dos veces ‘con el apoyo de la propaganda del ARRIBA que España es una monarquía tradicional, católica, social y representativa”. En julio de 1947 y en diciembre de 1966, por dos veces, el pueblo español se ha pronunciado por esta forma de Gobierno.

Y con eso desembocamos en los que encierra a nuestro juicio, más gravedad del artículo editorial del ARRIBA, si lo insertamos en la realidad histórica de esa España que acaba de votar en favor de la solución monárquica como remedio a sus pasadas catástrofes republicanas. En España se ha votado la Monarquía, y la Ley establece un procedimiento instaurador enteramente acorde con el pensamiento popular, pero no por eso menos claro en la intención de instaurar la Monarquía en la persona de un Rey, puesto que no hay Monarquía sin dinastía, sin ‘estirpe regia’, como dice la Ley. Afirmaciones esenciales que ARRIBA ha aprobado haciendo campaña por el voto afirmativo.

Ahora bien, resulta extremadamente grave que cuando el pueblo español ha votado en favor de la forma monárquica de Gobierno por dos veces durante el Régimen del 18 de Julio, y cuando en las leyes que deben regular la sucesión se precisa que el Rey debe ser persona de estirpe regia, pueda considerarse como un ‘atentado’ que José María Pemán, por avanzar la previsión personal que considera más sabia y prudente dentro de los propios términos de la Ley reciba la furibunda andanada del ARRIBA.

España, con el voto de la Ley Orgánica, destinada a garantizar la sucesión de Franco a través de un juego de instituciones jurídicas y de aportaciones dinásticas, ha intentado asegurar su futuro sobre la aceptación de la inmensa mayoría de los españoles de ciertos denominadores comunes de convivencia, entre los cuales la Monarquía ocupa un destacado papel. Parece por lo menos sospechoso que ante la simple posibilidad especulativa de que la institución adoptada por le pueblo salga de los abstractos textos legales se hable de ‘atentado’ de ‘tergiversación caprichosa parcial y peligrosa’ y se trate de ensuciar con el barro miserable de las inexactitudes históricas la última figura reinante de España a la que el propio Jefe de Estado ha sabido dedicar con tanta generosidad como justicia exactos elogios. Ni la Monarquía fue la causa de la guerra civil española, sino la República; ni la forma monárquica de Gobierno es una utopía, sino un deseo expresado por dos veces por el pueblo español, ni puede estar prohibido que un monárquico, bajo su responsabilidad de su propia firma, dibuje sus deseos apoyándolos en la modesta contribución de los manuales de historia.

Quizá la simple contemplación de una fotografía tomada durante el último Referéndum hubiese dado al ARRIBA la mejor respuesta a su editorial de ayer. En un colegio electoral de El Pardo, el Príncipe don Juan Carlos, hijo del que tantas veces, sin error, moleste o no al editorialista de ARRIBA, hemos denominado Jefe de la Casa Real Española, depósito su voto como un ciudadano más de esta España alumbrada en 1936, para borrar los errores de la España republicana que comenzó en 1931. En aquel gesto, lleno a la vez de humildad y de grandeza estaba la mejor respuesta al artículo del órgano de FET y de las JONS, cuya lectura nos hace preguntarnos, llenos de estupor, sobre lo que el ARRIBA ha querido decir cuando aconsejaba el voto afirmativo en el último Referéndum. Porque los españoles hemos querido con el voto de la Ley Orgánica aclarar las incertidumbres de nuestro futuro, convendría clarificar con toda urgencia hasta qué punto pueden ser admitidas en nuestra sociedad contemporánea la deformación histórica y la reticencia camuflada, cuando lo que se trata es de convertir en automática feliz y regular la sucesión del hombre excepcional que rige actualmente los destinos de la Patria. Para hacer esto, el nieto del último Rey de España, votando la Ley Orgánica, demostraba que toda futura legitimidad nace en el 18 de julio y se apoya en la voluntad popular: pero que esa legitimidad ha de encarnarse un día en la dinastía al servicio de España. El 18 de julio y la Monarquía han quedado unidos por un voto del pueblo. No podremos tolerar que nadie intente separarlos.

27 Diciembre 1966

Sucesión sin monopolio

ARRIBA (Director: Manuel Blanco Tobío)

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En la respuesta de ABC a nuestro editorial ‘La dinastía del pueblo’ se insertan expresiones que contrastan con el tono correcto de ARRIBA, que dificultan el diálogo y que desvían la atención del lector de la cuestión de fondo para llevarla hacia los alfilerazos polémicos. Expresiones como ‘furibunda andanada’ y como ‘ensuciar con el barro miserable’, están hoy tan pasadas de moda como lo puede estar el tango, y delatan a un editorialista tan falto de argumentos como de afán clarificador y constructivo. Es frecuente que donde faltan razones florezca la aspereza.

La aspereza y la contradicción. Citemos un ejemplo. Para ABC resulta ‘tan intolerable como inexacta’ nuestra afirmación de que el último reinante de la dinastía fue sucedido por la mayor catástrofe de la última historia de España. Según ABC, esa catástrofe “no sucedió al último reinante, sino a la última República”. Un poco más adelante se dice que España “acaba de votar en favor de la solución monárquica como remedio o sus pasadas catástrofes republicanas”. ¿En qué quedamos? ¿Fue o no fue la catástrofe lo que sucedió al último reinante? Parece claro que para ABC la República resulta dos veces catastrófica: Primero, en sí misma, y luego porque desembocó en la guerra civil. ¿Cómo entonces se puede tachar de ‘tan intolerable como inexacta’ nuestra afirmación de que Alfonso XIII, para quien guardamos todo respeto, fue sucedido por la mayor catástrofe de la última historia de España y calificarla con evidente mala fe como ofensa grave a su memoria?

Ladrillo a ladrillo, podríamos seguir desmontando dialécticamente el editorial de ABC. Pero nuestro propósito sigue siendo, no el de la esgrima polémico-periodística, sino de defender y clarificar su propio futuro. A nadie debe estrañar que ARRIBA, por el espíritu con que fue fundado y por ser precisamente órgano de FET y de las JONS, como repetidamente recuerda ABC, cumpla su deber de defender y clarificar los derechos del pueblo con lealtad y constancia. Ni que cumpla ese deber tanto frente a los editoriales como frente a los colaboradores de ABC, mucho más si los primeros y los más significados y representativos de entre los segundos se ponen de acuerdo para aliñar las mismas tesis con semejante inspiración a la que asiste Pemán.

Por ‘una especie de ironía de la história’ son los monárquicos de cámara los más eficaces enemigos de la Monarquía. Cada uno de sus artículos impacientes es un pregón de propaganda antimonárquica, una productiva fábrica de hacer republicanos. No daría muestras de prudencia un pretendiente al Trono que lanzarse a sus amigos y secuaces a una lucha pública de candidaturas en los momentos en que los españoles debemos consolidar la fórmula de nuestra futura y pacífica convivencia sobre la unanimidad salida del Referéndum.

Presentar al pueblo una Monarquía futura, restauradora de la que cayó el 14 de abril, identificada con aquella y continuadora de aquélla, después del ‘interregno’ de Pemán, es apartar cada vez más al pueblo de una institución que para ser viable debe ganarse un crédito que perdió. “Nuestra Monarquía futura – ha dicho Franco – no puede ser igual a la que presidió nuestros tristes destinos”.

La Ley de Sucesión, aprobada en 1947, con el sí de ARRIBA y sin el sí de ABC, y modificada y refrendada en 1966, prevé la Monarquía, pero no determina la persona que la vaya a encarnar; ni siquiera determina si esa persona deba llamarse Rey o Regente; abre posibilidades a la sucesión hereditaria y a la sucesión electiva. Y, sobre todo, otorga al pueblo representado en las Cortes, la decisión de designar al Rey o al Regente. Se trata, pues, de una Monarquía que debe instaurar el pueblo y que sólo podrá encarnar la persona que el pueblo designe.

Tal vez, a los colaboradores y editorialistas de ABC la indeterminación de la Ley parezca un embrollo amadeísta y gótico o un contrasentido con la esencia de la institución monárquica tal y como ellos la entienden. Pero es precisamente esa indeterminación lo que el pueblo ha votado y aprobado clamorosamente en el Referéndum y una de las muchas razones en que se ha fundado el clarísimo ‘sí’ de ARRIBA, que tanto estupor produce al ABC.

Adelantar decisiones que corresponden constitucionalmente al pueblo, confundiendo la Monarquía hecha posible por el 18 de Julio, con la que murió el 14 de abril, avanzar candidaturas antes aún de que quede plenamente configurado el órgano que deberá hacerlo; insinuar hipotéticos y gratuitos acuerdos con el Jefe del Estado, y, finalmente, rechazar una de las dos soluciones sucesorias que la Ley prevé con alternativa tan inteligente y realista como respetuosa hacia la voluntad futura del pueblo, son no sólo tergiversaciones caprichosas, parciales y peligrosas de la Ley”, sino también gravísimos intentos de desunión y separatismo. Y, por supuesto, un atentado contra los derechos del pueblo.

*Nosotros estamos conformes de antemano con la decisión que en su día tome el pueblo. A esa decisión seremos leales. La ley preceptúa una concreta mayoría en nuestras Cortes para la designación de un Rey o de un Regente. No tema ABC disidencias ni separatismos por nuestra parte en esa hora, que Dios mantenga lo más alejada posible: ARRIBA estará juntoa esa mayoría que presentará a la voluntad popular. ABC puede estrenarse desde mañana en el respeto a esa futura voluntad del pueblo, sin insistir en teorías que tuercen la Ley.

Hacemos una invitación a ABC para que la polémica agria se convierta en diálogo sereno y para que la causticidad verbal se traduzca en reposada meditación. Esto es lo que todo periódico le debe a sus lectores; esto es lo que esperan de todos después del 14 de diciembre.

31 Diciembre 1966

Príncipes

Emilio Romero

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Recientemente hemos publicado en estas páginas dos conversaciones sostenidas por Tico Medina con los Príncipes Juan Carlos de Borbón y Alfonso de Borbón. Advertirían en seguida nuestros lectores que hemos tenido muy en cuenta el cuadro en que podían tener lugar las entrevistas. No decíamos ‘Los Príncipes’ porque hubiera sido como manifestar nuestra creencia de que no había más de dos en las posibilidades sucesorias, y esto limitaría el horizonte de la Ley Orgánica en esta materia: las conversaciones tenían el título más abierto de ‘Príncipes’. Un poco ocurrió con mi libro “Cartas a un Príncipe”. Muchos se preguntaban: “¿Quién es ese Príncipe?”. La respuesta era bien fácil para un hombre del pueblo como yo, y sin ninguna adscripción a las formas de gobierno por razón de equipajes ideológicos, o de otra índole. Hace tiempo que desmitificado en mi conciencia las formas de gobierno, ya que la polémica Monarquía-República ha producido grandes conflictos nacionales y su supervivencia en el presente, aunque residual, es un molesto anacronismo. Ese Príncipe de mi libro será aquel que logre alcanzar el Trono. Cualquier otro no necesitaría un libro de advertencias o de avisos, o de consejos, sino un manual de los cien oficios que un Príncipe sin aspiraciones puede tener, y sin merma de su decoro social.

Después he recibido algunas cartas señalando que hay más Príncipes, y pidiéndome que aparezcan en estas páginas. Estoy seguro que hay más, y eso es lo malo. Recientemente he recibido una felicitación de don Jesús de Trastamara Fernández-Núñez, Fernandez de Telo, etc, etc. Nada menos que como ‘Alfonsus X Del gratia in Romanorum…‘ Seguramente es un extravagante ciudadano, pero esto es muy serio – y mucho más desde el 14 de diciembre – y por eso hay que andar con pies de plomo. La intención no era otra que asomarnos aunque sea a distancia a la cuestión sucesoria, para mostrar a los españoles como viven y que dicen unas personas que pueden ser llamadas a altos destinos históricos, a quienes todos conocemos, pero que de ahora en adelante recibirán una mañor atención y curiosidad de análisis. Los dos fueron tan discretos y prudentes ante el periodista que no dieron ocasión a que se les definiera. Eso es oficio de Príncipes, no traslucirse de tejas abajo, donde están las filiaciones política, y su lenguaje tiene que ser parecido al que utilizaron nuestros obispos en las vísperas del referéndum, que no hemos leído otra cosa en los últimos años más común de todos y menos particular de cada uno. Un prodigio de circunvalación por el centro. Solamente pusieron de manifiesto los Príncipes el carácter. Don Juan Carlos es expansivo, llano y con actitudes de candor. Don Alfonso es taciturno, sencillo y avisado. Algunas diferencias en sus carácteres pueden atribuirse a su diferente situación. Mientras don Juan Carlos – en la legitimidad de la última familia real – tiene preferencia de sucesión y por ello ha sido cuidado para ese fin, don Alfonso no tiene otras posibilidades que las que pudiera otorgarle el pueblo español en el mecanismo de la Ley Orgánica, y en estos momentos solamente un ciudadano de sangre real que ha hecho uss estudios como uno más trabaja en una empresa y vive en una calle cualquiera. Sin perjuicio de esto, don Juan Carlos es por su carácter ‘muy Borbón’ refiriéndose a los últimos cuatro reyes. ¿Pero sólo por su campechanía y su efusividad? Seguramente también por cierta perspicacia para darse cuenta de la realidad. Dice que su mujer, doña Sofía, reputada de inteligente, le apunta alguna cosa y esto es natural, todas las mujeres apuntan a sus maridos en esas materias donde hay que estar con los ojos abiertos. Pero además es razonable pensar que don Juan Carlos tiene la óptica de Madrid y sus referencias son directas. Estoril, sin embargo, no se ha acomodado en esa realidad; la Zarzuela sí. Esto es un secreto a voces. Y las manifestaciones recientes de Pemán sobre cierto ‘montaje genial’ no es otra cosa que el montaje teatral de una comedia que el gran dramaturgo hubiera querido hacer, porque en último caso el sueño del escritor es llevar siempre la política al teatro, no así el político nato, que lleva el teatro a la política. A mí el artículo de ABC – que ha producido tanto resquemor – me ha parecido una fábula con un último acto ingenioso y sorprendente, que busca los aplausos y las glorias. ARRIBA se enfadó y Conrado Blanco y yo nos sonreímos. Algunos españoles todavía piensan que Pemán es un político y a mí lo que me irrita es el sectarismo sueco para no darle el Nobel de Literatura. He créido siempre que la Monarquía no tendría otro acomodo que en el Régimen y no podrá conseguirse jamás una ‘tercera posición’ entre el Régimen y el antirrégimen. Los dos grandes errores de Estoril han sido suponer que podría ser esa tercera posición desde Potsdam, y estoy seguro que lo ha intentado con buena fe. Luego ha sostenido que era posible una restauración en vida útil de Franco. El poder vitalicio de Franco nace principalmente de su tremenda responsabilidad histórica en orden a impedir por todos los medios que la tragedia de 1936 pudiera repetirse. Veintisiete años de paz le dan la razón. Lo que representaba la legitmidad monárquica no daba estas garantías. Por otro lado, el sistmea de autoridad que habría de nacer de una guerra civil para hacer los cambios profundos en el Estado y en la sociedad española no podría ser mantenido por un rey que no gobernase, sino por un gobierno que reinara, que es diferente; ahora mismo, que nos democratizamos, hay que hacer lo que dijo Madariaga: una democracia gobernante, porque no se atreve a decir una democracia con un poder fuerte. Por las razones que sean, lo monárquico de Estoril ha sido presentado siempre en España como una facción de monárquicos con deseos de instalar en seguida en el trono a don Juan de Borbón. El correo Estoril-Madrid ha estado siempre lleno de pequeñas maquinaciones, de reticencias pol´tiicas, de artículos sedicentes, de tejemanejes cortesanos y de rumores para la tertulia, y contra todo esto no han podido muchos monárquicos realistas o prácticos. Es probable que a don Juan de Borbón no sea correcto o exacto centrarlo en todo esto; pero le ha faltado energía para jubilar ‘viejas guardias’ monárquicas y para pedir credenciales en forma a los recién llegados. ¿Cómo no ha visto Estoril que el único camino de la Monarquía era el transitado por el Régimen y que después en ese camino habría de esperar pacientemente su turno? Pocas cosas se saben de las conversaciones sostenidas por el general Franco y don Juan de Borbón, pero sospecho que fueron conversaciones para llevar a don Juan el testimonio de las dificultades del estadista, la noticia de la tarea, y para sosegarle de impaciencias. En medio de un país absolutamente desinteresado por la cuestión monárquica, Franco tenía dos colosales atenciones con los descendientes de don Alfonso XIII. Celebrar periódicamente entrevistas con don Juan y poner en circulación a don Juan Carlos por la vida española; darle casi un trato de Príncipe ejerciente.

04 Enero 1967

La Tercera Posición

Juan Ignacio Luca de Tena

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Es curioso. Los diarios que más se distinguen por su fobia contra las esencias de la Monarquía Tradicional, que es el régimen legal del Estado, nos tildan a nosotros de desafectos al Régimen, cuando, a nuestro juicio, son ellos los más duros discrepantes en sus ataques furibundos a los principios establecidos en la Ley Orgánica que acaban de aprobar los españoles. Comentando un admirable artículo de José María Pemán sobre la sucesión, coinciden en los mismos reproches un editorial de ARRIBA, publicado hace días y un artículo reciente de Emilio Romero en PUEBLO, si bien difieren en la forma: la de ARRIBA de malos modos y la de Romero, con buenos, cual corresponde a uno de los pocos liberales que aún quedan en España, entendiendo en este caso por liberal el que respeta las ideas ajenas y las comprende, aunque no se solidarice con ellas, y las contradiga y ataque con educación. En este aspecto, José Antonio Primo de Rivera era otro liberal del que debieran tomar ejemplo algunos de los que se dicen sus seguidores. Como también lo era el republicano don Alejandro Lerroux, en cuyo campo tampoco abundaban los liberales, si bien fuera el liberalismo uno de los señuelos hipócritas con que los republicanos engañaron al país en sus campañas de los años 1930 y primeros meses del 31. Hoy, los mismos  que para atacarnos, durante nuestra guerra y después de ella nos llamaban demócratas y liberales, se nos presentan demócratas y liberales que nadie – aunque, a decir verdad, mejor parecen lo primero que lo segundo – y lo hacen de una manera tan desaforada, que sus frases nos recuerdan por demagógicas a las que en su tiempo fueron tan lugar común en LA LIBERTAD, SOLIDARIDAD OBRERA, EL SOCIALISTA y sus secuaces: “El Pueblo”, “La Voluntad del Pueblo”, “La Soberanía Popular”, “A este régimen le sucederá un único Soberano: el Pueblo”. Por favor… han sucedido en España demasiadas cosas – la guerra de Liberación entre ellas – para que al cabo de treinta y seis años volvamos a leer las mismas palabras que nos llevaron a la catástrofe. El Pueblo, el verdadero pueblo, que es el ocnjunto de todos los españoles, acaba de dar su opinión de una manera explícita y tajante, y la primera interpretación que se desprende de su voto es que está harto de demagogias o actitudes que se le parezcan y que ansía para el futuro el bien estar, la paz y los avances sociales que tan pródigamente nos ha proporcionado el Gobierno del Generalísimo Franco durante los cinco últimos lustros.

Yo sigo pensando ahora lo mismo que cuando para denigrarme en 1938 me llamaba Dionisio Ridruejo señorito liberal y demócrata desde las páginas de un periódico falangista de Valladolid. Pero mi democracia – la de entonces y la de ahora – es, precisamente, la establecida en esta Ley Orgánica del Estado que Franco acaba de someter a un referéndum y que los ciudadanos han aprobado clamorosamente. Es probable que a mi antagonista de entonces le parezca hoy insuficiente. A mí, no. La futura democracia se apoyará en los puntales de un sufragio auténtico, en una gran parte directo de todos los españoles e indirecto a través de sus órganos representativos. He dicho ya en estas páginas que las fórmulas democráticas establecidas en la nueva Constitución son las que más se ajustan a nuestras circunstancias actuales, a nuestro modo de ser propio y a los anhelos de paz, orden y prosperidad que todos sentimos para el futuro que, en este aspecto democrático y representativo, ha dejado de ser incierto. Nada de lo que yo he propugnado y defendido en otros aspectos, a lo largo de mi vida, está excluido en la ley. Ni excluido ni definido de una manera clara, eso es verdad. Me refiero, naturalmente, a la sucesión. Emilio Romero, en su reciente artículo titulado ‘Príncipes’ se refiere a ella.

El gran periodista y habilísimo polemista que es Romero trata en él a las personas reales con un profundo respeto aparente. Y desliza a través de sus líneas ciertas afirmaciones que reputo de erróneas y que voy a permitirme comentar. El primer error está en el título ‘Príncipes’ así, en plural. El Estado español es no sólo sindicalista y social – lo que a mí me parece admirable: cuantos avances se realicen para mejorar el nivel de vida de las clases humildes los encontraré perfectos – sino que es, además, y desde su instauración, un Estado jerárquico. Cuando España adquirió la categoría de Reino en el anterior referéndum fueron reconocidas oficialmente las jerarquías monárquicas: Grandezas y títulos de de Castilla, Infantes de España a los que lo eran y la denominación de Reina Viuda con tratamiento de Majestad a Doña Victoria Eugenia. Emilio Romero que, según dice, “no está adscrito a las formas de Gobierno por razón de equipajes ideológicos o de otra índole” ha respetado siempre en las informaciones de su periódico y en sus artículos firmados los títulos antedichos, y lo ha hecho seguramente por dos razones: la primera, por impulsos de su buena educación; la segunda, porque es un periodista del Régimen, como yo lo soy, y no puede desconocer lo que el Régimen oficialmente reconoce. Pero existe el caso de un título que el actual Estado no ha reconocido nunca oficialmente y este título es el de Príncipe. Porque en España, a través de su Historia y desde hace siglos, no había más que un Príncipe de estirpe regia: el de Asturias, que era el primogénito del Rey y Heredero de la Corona. No existe, pues, legalmente, en España la jerarquía de príncipe. De haberla, correspondería a una sola persona y nunca se podría pluralizar el título. Cierto es que a Don Juan Carlos, desde que se instaló en Madrid para seguir sus estudios hace dieciocho años, todo el mundo – particulares o no – le llamamos el Príncipe. Y que los periódicos, en tiempos de la censura, no se nos prohibió jamás denominarle así. Por algo será. Acaso porque como dice el mismo Romero en su comentado artículo “Don Juan Carlos, en la legitimidad de la última Familia Real, tiene preferencia de sucesión” (sobre Don Alfonso de Borbón Dampierre). Y la legitimidad en las Monarquías es una cosa muy seria; tan esencial como lo es el sistema de elección de presidente en las Repúblicas.

Otra afirmación de Romero dicha con distintas palabras, es que Estoril no se ha acomodado nunca a la realidad madrileña y española: afirmación totalmente errónea y gratuita, sea o no en la redacción de PUEBLO un secreto a voces. Si Emilio Romero hubiera tenido ocasión de escuchar con algún detenimiento al Exiliado de Estoril, estoy seguro de que desmentiría enérgicamente ese ‘secreto a voces’. Yo, y muchos otros que, como yo, tienen la honra de frecuentar Estoril, sabemos con cuánto acierto, con qué plausible ponderación y asombrosa clarividencia se trata allí de la realidad de España. Alguna vez me he permitido decir que voy para que se me cuente lo que pasa en Madrid. Acaso Emilio Romero de quien creo que me quiere mucho, me achaque a mí también actitudes de candor, pero pregunte a quienes por su inteligencia y carencia de pasión le merezcan mayor crédito: ellos le dirán lo mismo. Dudo yo que en toda la Historia de España haya existido una personalidad tan deformada por el desconocimiento y el fanatismo como la de Don Juan de Borbón.

En cuanto a que la posición táctica adoptada por Don Juan a raíz de terminar la guerra europea y su explicación dada por Pemán no es más que el montaje teatral de una comedia pemaniana, yo me permito afirmar a Emilio Romero que no se trata de teatro, sino de Historia. Porque – y me sorprende que un periodista que tan buena información suele tener lo ignore – aquella posición táctica fue comprendida y justificada posteriormente por las más altas jerarquías del Estado, la sigue justificando aquel momento histórico – el de Postdam precisamente – y hace falta estar cegado por la pasión o por la amnesia para no comprender ahora el servicio inmenso que Don Juan hubiera podido prestar a su Patria en el trágico caso de que hubiesen prosperado las perversas y archisabidas amenazas, públicamente expresada por los vencedores aliados. Se recordó entonces al mundo que en España había otra opción nacional muy distinta de la del Gobierno rojo establecido en París si aquellos vencedores mundiales – Rusia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos – hubieran logrado su propósito de derribar a Franco.

Pero, además, ¿es que vamos a seguir rasgándonos las vestiduras por unas declaraciones hechas hace más de veinte años y que ya están superadas por el propio Régimen con palabras y hasta con hechos que todos hemos elogiado en el transcurso de los últimos tiempos? ¿Acaso es la aspiración a ser Rey de todos los españoles sin tener en cuenta sus ideas y antecedentes, lo que se reprocha todavía, en pleno 1967? Claro es que entonces cuando esa aspiración fue declarada, aún no se había pronunciado en España una frase que nosotros aplaudimos de todo corazón, no sólo por el supremo respeto que nos merece quien la dijo, sino por el patriotismo y la generosidad que revela: “Ya no hay vencedores ni vencidos”.

“¿Qué ahora la Monarquía no tendría otro acomodo que en el Régimen y no podrá conseguirse jamás una tercera posición entre el Régimen y el antirrégimen?”. En eso estamos absolutamente de acuerdo; totalmente conformes tanto en la calle de Serrano y en la de las Huertas, como en la Zarzuela y en Estoril. Porque eso de la ‘tercera posición’ si que es una fantasía teatral mucho más superrealista que la atribuida a Pemán por Emilio Romero. No olvidemos que éste también hace teatro, y del bueno. Sería una lástima que se dejara tentar por el prurito de urdir argumentos falsos. La única vez que se enfrentó, durante pocos minutos con el vecino de Estoril, este le preguntó: “¿Y qué, Romero, usted dedicado ya casi enteramente al teatro, no?”. A lo que respondió Romero con mucha gracia: “Señor, es para hacerle la competencia a Pemán”. ¿No pretenderá en este caso seguir haciéndole la competencia a Pemán en lo que equivocadamente le atribuye?

Pero veamos qué es eso de la ‘tercera posición’. Para desmentirlo rotundamente basta con reproducir las siguientes palabras pronunciadas hace muy pocos meses en Estoril:

“No comparto yo los temores de agoreros pesimistas ante el futuro inmediato de nuestra Patria. España es hoy, según la legalidad vigente, un Reino, y creo que la Monarquía ha de venir a España para continuar y asegurar la evolución progresiva que, en todos los órdenes, podemos contemplar en la vida española. La dolorosa prueba del a guerra, las tremendas dificultades de la paz hasta llegar al presente resurgimiento económico, los años de orden y sosiego han forjado una sociedad más disciplinada, madura en suma, para recibir una más amplia estructura de la vida política, continuándose la evolución en este sentido anunciada por el Régimen y que, de hecho se ha iniciado ya”.

¿Es justo atribuir una tercera posición frente al Régimen a Quien pronunció estas palabras? A mí juicio, no. Se puede discrepar de ellas y ser honradamente republicano, monárquico y comunista. Lo que no puede hacerse es desconocer la verdad. Seguramente que si Emilio Romero hubiera conocido esas palabras, pronunciadas en la primavera última, no habría inventado ese truco teatral tan espectacular de la tercera posición.

Juan Ignacio Luca de Tena

06 Enero 1967

Modos y razones

ARRIBA (Director: Manuel Blanco Tobío)

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Desde ABC el marqués de Luca de Tena nos ha reprochado los malos modos de cierta editorial de ARRIBA. Como deseamos que los malos modos estén tan lejos de nuestra pluma como lo están de nuestro propósito, hemos repasado con la más gruesa lupa de la más exigen urbanidad las expresiones en que se concretaba la discrepancia de ARRIBA, con las tesis sostenidas por don José María Pemán en su artículo ‘La Sucesión’, y con un posterior editorial de ABC sobre el mismo tema, ya que a esta discrepancia alude don Juan Ignacio Luca de Tena.

En nuestros editoriales (‘La dinastía del pueblo’ y ‘Sucesión sin monopolios’) hay razones y argumentos enhebrados con rigor lógico, ordenados con notorio y sincero afán de esclarecer cuestiones de fondo, expuestas con la firmeza de quien defiende el precioso tesoro de los Principios comunes y fundamentales, pero también con todo respeto a las personas y con una corrección y afabilidad que son muestras de buena disposición al diálogo.

Por el contrario, no hemos encontrado en aquellas palabras nuestras ni sombra de exabrupto, ni asomo de ira, ni gota de acritud. Invitamos, con la sonrisa tranquila de un noble y caballeresco desafío a que se nos señale en dónde, en qué párrafo o en qué línea hemos escrito una frase o una palabra no ya falsa o injuriosa; ni siquiera malsonante o erizada. Esperamos que ABC recoja este pequeño guante blanco, que no le arrojamos, sino que le ofrecemos.

De otra manera tendremos que interpretar esa inmerecida acusación como un mono (ni bueno ni malo, sino todo lo contrario) de eludir, por desaparecimiento de razones, un diálogo sereno sobre asuntos graves; como una manera de volver la espalda; como una forma infecunda de resbalar sobre los argumentos y de prácticas la socorrida costumbre de salirse del tema por la tangente de las cuestiones accidentales.

ARRIBA si podría dolerse de algunos modos de ABC, modos que no inventamos ahora para aludirlos indeterminadamente como pretextos, sino que en nuestros editoriales quedaron señalados y entrecomillados; sobre ellos pasamos entonces y volvemos a pasar ahora con benevolencia y con afán de encontrar entre las expresiones inclementes algunas razones atendibles. ARRIBA podría dolerse también de que le comparen con EL SOCIALISTA, con SOLIDARIDAD OBRERA y con LA LIBERTAD, en frase que el contexto convierte casi en una declaración bélica o en una denuncia de triunfalismo político. Si esta comparación se fundamenta exclusivamente en que nosotros proclamamos y defendemos la soberanía del pueblo y respetamos su libertad y voluntad no nos molestaríamos en rechazar la comparación: igualmente podríamos haber sido comparados, por eso mismo, con cualquier periódico serio y moderno de cualquier país civilizado, monárquico o republicano. Eso es lo que jamás, al parecer ha querido aceptar ABC, ni antes, cuando lo afirmaba LA LIBERTAD, ni ahora cuando lo afirma ARRIBA; y, sobre todo, cuando está ya establecido en nuestras leyes Constitucionales.

Ahí es donde podemos atisbar la razón oculta de que algunos vean ‘malos modos’ en nuestras palabras. Tal vez ABC y tal vez el marqués de Luca de Tena, consideren como ‘malos’ todos los modos de afirmar la soberanía popular, aunque esa afirmación se exprese con la más exquisita corrección, con la más cordial y amable de las sonrisas, con la cintura casi quebrada en el saludo y con las plumas del chambergo barriendo la calle de Serrano, a la antigua usanza española. Ya que no podemos pedir perdón por ‘malos modos’ que nunca tuvimos, lo pedimos muy cortésmente para repetir a ABC y al señor Marqués de Luca de Tena que ‘a este Régimen le sucederá un solo Soberano: El Pueblo’. AL menos éste es nuestro parecer y nuestro deseo, eso ha afirmado Franco y eso establece la Ley que hemos aprobado los españoles en el Referéndum. No obstante, escucharemos los argumentos que nieguen la legalidad justicia o conveniencia de esa afirmación; los analizaremos con paciencia e intentaremos rebatirlos sin ni siquiera exclamar: ¡Caramba!

Mis conversaciones privadas con Franco

Francisco Franco

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La película según el General Franco en sus memorias (en conversación con Francisco Franco Salgado Araujo): 

27-12-1966

Comentamos la disputa periodística de ABC y ARRIBA a consecuencia de los artículos publicados por Pemán los días 21 y 23 del actual titulados ‘El sí de la gente’ y ‘La sucesión’. Franco me dice:

“ARRIBA ha contestado a los artículos de Pemán, que no pueden llevar peor intención y que faltan en muchas cosas a la verdad. Lo que dice en el titulado ‘La sucesión’ no puede ser más intolerable, pues da a entender que yo puedo estar de acuerdo con el infante Don Juan cuando dice refiriéndose al señor Pinay: “Porque él no podía pensar que todo eso no estuviera hecho de común y patriótico acuerdo”. Eso es inaudito y este señor se merece una sanción o una llamada de atención, pues le consta que esto no es verdad y que yo no considero al infante Don Juan merecedor de la confianza del pueblo español; no olvido sus antecedentes después de nuestra victoria, cuando después del triunfo de los aliados en la guerra mundial se puso abiertamente frente al régimen. Sabe de sobra el señor Pemán que yo no engañé nunca al pueblo ni soy capaz de jugar con un asunto tan serio y trascendental. Es verdad que al empezar el Movimiento se presentó Don Juan en Pamplona y que más tarde quiso embarcarse en el crucero Baleares. Pero su actitud a raíz de las sanciones no pudo ser más desdichada e inoportuna. Cuando todo el pueblo español reiteró al régimen su más entusiasta adhesión al ser retirados los embajadores, es incomprensible lo hecho entonces por Don Juan. Además yo estuve en contacto con él varias veces y no nos pusimos de acuerdo, sin duda por estar asesorado por sus íntimos consejeros que son enemigos míos, según ellos mismos presumen. El señor Pemán sabe que haber traído a España al hijo de Don Juan y educarlo aquí en plan de estudios intensivos, haciéndole pasar por todas las academias de los tres ejércitos, no fue un capricho mío ni tenía por objeto molestar a S. A. Lo hice por considerarlo un candidato a ocupar el trono de España. Por consiguiente, la alusión de Pemán a un acuerdo oculto con el padre de S. A. carece por completo del menor fundamento y no puede llevar peor intención”.

Al decir todo esto se veía al Caudillo bastante enfadado, mostrando de forma más explícita que nunca su propósito de que el trono vacante lo ocupe en su día Don Juan Carlos de Borbón. Le he manifestado como en otras ocasiones mi opinión de que hay que hacer más propaganda monárquica, y hacer que el pueblo conozca las virtudes y magníficas cualidades de los que en sus día serán nuestros reyes.

“Ellos voluntariamente, sin presión estatal alguna, procuran conocer las necesidades del pueblo, sobre todo de las clases más necesitadas. Están alejados de toda frivolidad, llevan una vida sencilla, y esto será apreciado cada vez más por los españoles, y especialmente por la clase media”.

Después comentamos un artículo de ARRIBA bastante fuerte y agresivo contra la memoria del rey Alfonso XIII (q.e.p.d.) que si cometió algún error, tuvo muchos más aciertos, y sobre todo demostró siempre buena intención y un gran amor a España. Franco me dice que no ha leído el artículo.

“Pero me han informado que ponía por los suelos a la dinastía de la casa de Borbón, que, por lo que respecta a su último rey, tuvo algunos errores, pero muchos aciertos. No tuvo más remedio que irse en bien de la nación española y porque no tenía donde apoyarse para resistir, dado que la guardia civil se había inhibido, por orden de Sanjurjo, de defenderle. En cuanto al Ejército no debe olvidarse el telegrama que Berenguer dirigió a los capitanes generales para que se acatara la voluntad de la nación. Dios sabe lo que hubiese ocurrido si Su Majestad resiste; tal vez se hubiese salvado el trono”.

A esto le he respondido recordándole que en presencia mía, el 14 de abril de 1931, le dijo el mismo general Millán Astray que si Sanjurjo no respondía de la guardia civil S. M. no tenía más remedio que irse. Franco no me contesta a este recuerdo mío. No cabe duda de que después de muchos años después de haber ocurrido un suceso histórico se han olvidado los detalles del mismo, y tal vez de buena fe se cambian y desfiguran.