11 septiembre 1980

El resultado oficial es de 4.204.879 votos para la opción "Sí" (67,04%) y 1.893.420 votos para la opción "No" (30,19%)

Chile: Un referéndum avala la Constitución pinochetista redactada por Jaime Guzmán que perpetua la dictadura de Pinochet por 8 años

Hechos

  • El plebiscito nacional de 1980 fue un referéndum realizado en Chile, el jueves 11 de septiembre de 1980, por el cual se aprobó la Constitución Política de 1980.

Lecturas

El plebiscito nacional de 1980 fue un referéndum realizado en Chile, el jueves 11 de septiembre de 1980, por el cual se aprobó la Constitución Política de 1980.

Esa constitución ratificaba al dictador Augusto Pinochet como presidente de Chile hasta 1988, cuando debía celebrarse otro referéndum que decidiera si seguía siendo presidente del país o no.

Jaimeguzman El político D. Jaime Guzmán, uno de los principales autores de aquella constitución, fue el encargado de agrupar un importante núcleo de la derecha política en torno a la dictadura pinochetista para dar estabilidad al régimen. Guzmán fundará la Unión Demócrata Independiente (UDI), uno de los partidos políticos que respaldará al régimen.

ANTIGUOS APOYOS DE PINOCHET, PASARON A HACER CAMPAÑA POR EL ‘NO’

 El ex presidente de Chile, D. Eduardo Frei Montalva, líder de Democracia Cristiana, que apoyó el Golpe de Estado de Pinochet en 1973, ha sido en este referendum de 1980 el principal defensor del ‘NO’. Con él ha estado el General Gustavo Leigh, que lideró con Pinochet el golpe de Estado y la Junta Militar hasta que, por discrepancias con este, pasó a la oposición. En el plebiscito han sido derrotados por Pinochet y Guzmán.

07 Septiembre 1980

El plebiscito en Chile

Fernando Álvarez de Miranda

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Justo para el día en que se cumplen siete años de dictadura en Chile, el general Pinochet ha convocado al pueblo chileno a las urnas a un «plebiscito» para ratificar «su» proyecto de Constitución, que no es sino una forma de «institucionalizar» la dictadura.Con esta maniobra, Pinochet pretende revestir de una aparente legitimidad -ante el mundo y ante su propio país- su permanencia indefinida en el poder y, de paso, solucionar salomónicamente la creciente pugna que en el seno de su régimen se estaba produciendo entre «halcones» y «palomas». Estos últimos, preocupados de disfrazar la dictadura con el ropaje de un «Estado de derecho» y, sobre todo, de asegurar su permanencia en el pospinochetismo, querían que se dictara una Constitución. Los primeros, más interesados en ejercer a su arbitrio la totalidad del poder, no ocultaban su desacuerdo, temerosos de que cualquier sistema constitucional, por autocrático que sea, pueda abrir la puerta a la disidencia y poner en peligro la subsistencia del régimen.

El proyecto de Pinochet es la fórmula perfecta para satisfacer a unos y otros. Establece una Constitución que procura regular la continuidad del sistema y asegurar su sucesión. Pero deja suspendida su vigencia real por un período entre nueve y dieciséis años, durante el cual mantiene el monopolio del poder político en la Junta Militar y pretende continuar gobernando como jefe absoluto.

Las disposiciones permanentes del proyecto, si bien consagran la elección del presidente de la República y de la mayoría del Parlamento por sufragio universal, distribuyen las atribuciones entre uno y otro de modo tan desequilibrado que, mientras el primero ejercería un verdadero cesarismo, el segundo sería un órgano entre decorativo y vergonzante, auténtica Cámara de yes men. Un hermoso enunciado de los derechos humanos se ve desvirtuado por un sistema draconiano de regímenes de excepción, cuya aplicación dependería en la práctica de la voluntad del presidente. Y un Consejo de Seguridad, cuya mayoría la forman los jefes de las fuerzas armadas, declarados inamovibles en sus cargos, asegura la pervivencia del poder político bajo control militar.

A ese régimen, que se califica como «democrático», se le articula con un programa para el futuro, que se perfila atado y bien atado. Durante los próximos nueve años -susceptibles de extenderse a dieciséis mediante un simple «plebiscito»-, la actual Junta Militar y el general Pinochet continuarían gobernando con los poderes absolutos que les entregan las disposiciones transitorias del proyecto.

¿Qué dirá el pueblo de Chile el 11 de septiembre?

El Gobierno está usando todo su poderío político, militar, económico y propagandístico para arrancarle un «sí». La Conferencia Episcopal de Chile, precisando el pensamiento de la Iglesia católica, ha señalado que se están dando circunstancias incompatibles con las condiciones indispensables para que el plebiscito pueda considerarse «expresión auténtica del sentir nacional», como son: «la falta de claridad en las alternativas planteadas; la necesidad de responder con un solo «sí» o un solo «no» a varias preguntas diferentes; el escaso tiempo y posibilidad de usar los medios de comunicación de carácter nacional -que son patrimonio de todos los chilenos-; el temor de algunos y la falta de seguridad en los procedimientos que regulan los escrutinios».

En realidad, los chilenos están siendo víctimas de una campaña de engaño y amedrentamiento, que encabeza el propio dictador Pinochet con el apoyo ostensible de los grandes grupos económicos, del aparato represivo del Estado y de los principales medios de comunicación, especialmente la televisión. Todo el que discrepa es acusado de «comunista» o «tonto útil» al servicio del comunismo. Pinochet recorre el país planteando como único dilema: «Yo o el caos». Y quienes le organizan sus manifestaciones públicas son los mismos alcaldes, gobernadores e intendentes que tendrán a su cargo los escrutinios del plebiscito.

Dentro del pequeño ámbito de libertad que el Gobierno se ha visto en la necesidad de admitir por la presión popular y por guardar las apariencias, los sectores políticos democráticos, las directivas sindicales, el Grupo de Estudios Constitucionales de los 24, organizaciongs estudiantiles e intelectuales, han descalificado el plebiscito como una farsa carente de toda validez moral y jurídica. Y el ex presidente Eduardo Frei, asumiendo decidida y responsablemente el liderazgo de la oposición a la dictadura, promovió un acto público que el Gobierno autorizó, siempre que se realizara en un local cerrado, pero prohibió que se difundiera por televisión y presionó a la mayoría de las emisoras de radio para que no lo transmitieran.

A pesar del temor, de la represión desencadenada contra quienes repartían invitaciones en los barrios populares -muchos de los cuales fueron detenidos por la policía y permanecieron en prisión durante cinco días- y de los anuncios oficiales de que podrían producirse incidentes, 10.000 personas abarrotaron el teatro más grande de Santiago y otras 40.000 quedaron en las calles imposibilitadas de llegar por el cerco infranqueable con que las fuerzas de carabineros impidieron el acceso a las cercanías del teatro desde una hora antes de comenzar el acto. Frei denunció la falacia e inmoralidad del proceder gubernativo; planteó como alternativa la constitución de un Gobierno cívico-militar que, en el curso de dos o tres años, condujera al país a la democracia restableciendo la vigencia de las libertades públicas, procurando la reconciliación entre los chilenos y convocando tina asamblea constituyente que genere una nueva Constitución política; emplazó a Pinochet a debatir ante el país y por televisión su postura, y exhortó a los chilenos, forzados a votar con la amenaza de severas penas, a expresar con un «no» su repudio al plebiscito y a la prolongación de la dictadura.

Naturalmente, Pinochet rehuyó el emplazamiento, y la propaganda oficial hadesencadenado la peor campaña de insultos contra Frei y la Democracia Cristiana. Pero el desafío ha quedado planteado y, al menos en las grandes ciudades, la gente quizá empiece a perder el miedo y se pueda vislumbrar un posible camino de retorno de Chile a la democracia.

Como el procedimiento de esta mascarada de «plebiscito» no permite ningún control público efectivo de los escrutinios, seguramente la dictadura proclamará un triunfo abrumador y silenciará la realidad de los hechos. Pero también es seguro que la verdad, a pesar de la coacción y del engaño, puede producir a Pinochet una sorpresa desagradable y que, quizá, haga reflexionar a las fuerzas armadas chilenas, que en el pasado fueron un ejemplo de respeto a la legalidad democrática.

11 Septiembre 1980

El referéndum de hoy en Chile

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL REFERÉNDUM es una de las armas favoritas del crimen -imperfecto- de las tiranías. La de Pinochet, en Chile, lo va a utilizar hoy. Planteado en países de solvencia legal y moral -como Suiza, frecuentemente basada en ese sistema llamado de «democracia directa- o en circunstancias muy excepcionales, como confirmación de proyectos de ley discutidos previamente en los parlamentos y en los ámbitos nacionales por la vía de reuniones, publicaciones, información y opinión, puede tener un valor cierto. Aun así, el esquematismo a que obliga la mera respuesta de sí o no, la formulación de la pregunta por parte de los poderes públicos, son vicios que lo hacen peligroso. El referéndum sobre Andalucía es un ejemplo de su mala utilización y de todos sus riesgos; la dimisión del general De Gaulle, como consecuencia de un referéndum perdido, es un raro ejemplo de honestidad en su uso.Si en las mejores condiciones aparece viciado, en las que se produce hoy en Chile tiene esta característica de escarnio y crimen con que lo utilizan las dictaduras: no les basta con oprimir y violar la conciencia pública, sino que quieren esgrimir la idea de que esta conciencia pública les aprueba. No tiene Pinochet ni el menor escrúpulo en utilizar la palabra democracia: «autoritaria, fuerte y capaz de defenderse de sus enemigos». Lo que presenta hoy es un proyecto de Constitución inventada por él mismo (y elaborada por su Consejo de Estado, para más apariencia de legalidad), que disponga un período transitorio de ocho años y un ejercicio presidencial de otros ocho (en el borrador inicial se limitaba a cinco y seis años, respectivamente); el mandato presidencial es irrepetible, pero unas disposiciones adicionales autorizan a la Junta Militar (los jefes de las tres armas) a prorrogarlo. Cualquiera de los cálculos que se puedan hacer sitúan a Pinochet en la cumbre del poder -que la Constitución define como prácticamente ilimitado- en las proximidades del año 2000, prácticamente, un presidente vitalicio con carácter exclusivamente autocrático.

Como es natural, la convocatoria y celebración del referéndum están sujetas a todas las arbitrariedades del poder que se instauró a sangre y a fuego hace ahora siete años: anulación de toda propaganda contraria, presiones sobre los votantes, control exclusivamente oficial sobre las mesas y recuento sin testigos. La posibilidad de que los resultados aritméticos estén decididos de antemano es muy grande.

La oposición demócrata está haciendo un esfuerzo muy por encima de sus posibilidades para luchar contra el referéndum y, por tanto, contra la falsa Constitución. No sólo Eduardo Frei, como civil, sino el militar general Leigh, dan la cara en esta campaña. Frei ha indicado que hay que votar no sin demasiadas esperanzas de cambiar el resultado oficial, pero para que los tiranos sepan (aunque sea ellos sólos) hasta dónde llega la voluntad del pueblo. Todos los coaligados en esta difícil y peligrosa acción saben ya que la lucha no terminará con esta campana.

Pero aún podría ocurrir que los militares que no están enteramente conformes con Pinochet y sus sistemas de terrorismo de Estado, y que se han visto envueltos en él, tengan un sobresalto de conciencia o, por lo menos, una visión de dónde están sus intereses y los del país. Es una esperanza.

11 Septiembre 1980

Una extraña dictadura

EL ALCÁZAR (Director: Antonio Izquierdo)

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Nosotros entendemos muy bien la campaña universal de los medios de comunicación social contra el régimen chileno actual. La entendmeos porque sabemos que el comunismo internacional, allí derrotado por Pinochet quiere sacarse como sea la espina de tal derrota y sabe encontrar las colaboraciones oportunas al respecto, mediante las manipulaciones necesarias y en contraste con el silencio con que se rodea el trágico existir cotidiano de otros países de Hispanoamérica, sin protestas internacionales ni invocación de derechos humanos. Todavía no se nos ha servido una explicación válida para el irresistible éxodo cubano, aunque sutilmente se esté justificando la tendenciosa versión facilitada por los castristas. Tampoco sabemos cómo discurre la vida ‘democrática’ en Nicaragua, ni si los derechos humanos de marras alcanzan allí plena vigencia, o bien se ha instaurado una peculiar dictadura marxista, no menos dictadura por ser peculiar, ni menos marxista por contar con el silencio de Occidente.

De todas formas, las descripciones que se nos sirven sobre el momento político chileno, invariablemente apoyadas en el calificativo de ‘dictadura’ no dejan de sorprendernos, ya que bosquejan una dictadura así como bastante extraña, pueso que permite unas actuaciones de la oposición que no se permitirían en democracias a toda prueba. de las informaciones resulta que, de cara al referendum constitucional promovido por la supuesta dictadura, la oposición celebra actos públicos y manifestaciones incitando al voto en contra de la COnstitución propuesta. Que algunas de tales manifestaciones y actos terminen como el rosario de la auroda no revela ninguna dureza represiva, sino posibles extralimitaciones de derehcos ciuddanos, que se castigan lógicamente, en cualquier democracia donde el término no implique la desaparición del imperio de la ley, y, al repsecto, cualquier democracia posee un buen repertorio de extralimitaciones de manifestantes, consecuentemente atajadas.

Pero hay más. Resulta que, en Chile, un político tan cnocido como Eduardo Frei se permite algo tan increíble en cualquier democracia como incitar a los militares a enfrentarse con los mismos militares, propuesta que tiene carácter delictivo en cualquier Estado de Derecho, cuanto más en todas las democracias, incluidas naturalmente las populares, y el GObierno chileno, con una benevolencia verdaderamente sorprendente , se ha limitado a amonestarle, pero no le ha impedido continuar con su campaña contra el referendum y contra la votación afirmativa dle proyecto gubernamental. Evidentemente la de Chile resulta una extraña dictadura.

Por supuesto, nosotros no entramos en la política interior chilena, ni pretendemos desde aquí, incitar al pueblo chileno para que vote en un sentimiento o en otro. Nos limitamos a señalar las cotnradicciones de una información que parte de un sorprendente calificativo que no se ve respaldado por los hechos. Si eso es una dictadura, no deja de ser una extraña dictadura. Máxime cuando el silencio envuelve otras dictaduras no demasiado distantes, donde, que se sepa, ni siquiera se invita al pueblo a votar, sino que se le obliga a someterse a los dictados de una minoría obediente a consignas ajenas.

13 Septiembre 1980

La farsa de Chile

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL ESTRENO oficial de la farsa plebiscitaria de Chile -condenada por el Congreso español en una moción votada también por los diputados de UCD- no ha ofrecido novedades respecto a lo que ya se conocía anteriormente por la lectura del libreto y por la distribución de papeles en el reparto. Incluso el elevado porcentaje de votos negativos, insólito en un referéndum amañado, había sido ya adelantado por los medios de información intoxicadora de la dictadura, seguramente convencidos de que el reconocimiento de casi un tercio de adversarios de Pinochet podría dar verosimilitud a los otros dos tercios de presuntos partidarios de su régimen.Sin embargo, ese cálculo, ingenuamente maquiavélico, se vuelve contra los manipuladores. La gente de buena fe que llegara a aceptar como fidedigno ese cómputo tendría que extrapolar, lógicamente, ese 30% de noes en una mayoría abrumadora contra Pinochet, para el supuesto de que se realizara una consulta con todas las garantías democráticas.

El plebiscito de anteayer se caracterizó por la inexistencia de censos electorales, la designación de los presidentes y vocales de las mesas por el Gobierno, la ausencia de interventores de la oposición, el amordazamiento de la libertad de expresión para la democracia cristiana y su radical supresión para la izquierda, el despilfarro de fondos públicos para la propaganda cuasi monopolista del sí, el voto obligatorio, el estado de emergencia, la intimidación policiaca y militar en las calles, la falta de control judicial en el recuento parcial y total de las papeletas, la inclusión de cuestiones diferentes en la única opción presentada a los ciudadanos, y otras frioleras del mismo orden. Realmente habría que estar muy ciego y muy sordo, o figurar en las nóminas de la dictadura chilena, o considerar ese régimen de corrupción y de crimen como modelo de ciudad ideal, para tomarse mínimamente en serio esa burda tentativa de legitimación popular de un sistema nacido de un golpe de fuerza y asentado sobre la violación de los derechos humanos y el secuestro de la soberanía nacional.

La dictadura chilena, en cualquier caso, tiene en su contra -y los demócratas a su favor- el perfil impresentable y vagamente familiar para los españoles del caudillo que la personifica y representa. Ni siquiera Filipinas le permitió a Pinochet romper el cerco internacional de desprecio que te rodea y que se fortaleció con la afrenta de aquel viaje hacia Manila interrumpido a mitad de camino. Ahora Pinochet ha prometido que no se presentará a las elecciones de 1989, olvidando tal vez que la palabra de quien traicionó al presidente Allende, en cuyo equipo ministerial permaneció agazapado hasta las vísperas del golpe del 11 de septiembre, y ampara a los mercenarios que asesinan a miembros de la oposición chilena incluso en el exilio, vale todavía menos que la de un vulgar caballero de industria.

Ese atroz desprestigio de la figura del dictador, que añade todavía mayor ludibrio al sistema que preside, es seguramente una de las claves que explican las fisuras del bloque que hasta ahora lo apoyaba. Las distancias tomadas por el general Leigh y otros altos mandos militares respecto a Pinochet pueden converger con la línea de enfrentamiento con la dictadura de la democracia cristiana chilena, seguramente irreversible después de la decicida campaña de Eduardo Frei en favor del voto negativo. Mientras en España, después de la guerra civil, no surgieron figuras de reconocido prestigio dentro de las Fuerzas Armadas que se opusieran al caudillaje vitalicio de Franco, la jerarquía eclesiástica bendijo y apoyó al sistema hasta bien entrada la década de los sesenta, y la democracia cristiana se convirtió -sobre todo desde 1945- en uno de los pilares del régimen, Pinochet tiene ya su propia casa tomada. Del resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre dependerá la aceleración o el retraso del proceso de descomposición de la dictadura y de aparición de una alternativa democrática viable. Y también, por supuesto, de la capacidad que tenga la democracia cristiana chilena para hacer compatibles sus ofertas a los sectores aperturistas de la dictadura y el entendimiento con las formaciones políticas y las fuerzas sociales que conservan vivas sus lealtades al régimen derrocado por las armas el 11 de septiembre de 1973, y que se muestren dispuestas a buscar una salida a la asfixiante situación actual mediante la negociación y el acuerdo.